Una visita a Josep Pla
Fui
a ver a Josep Pla a su aislada masía de Llofriu. Una vivienda, típicamente
catalana, con cinco siglos de existencia, que impresiona por su sencillez y su
aspecto entre rústico y conventual. Una gran alfombra de esparto cubre el pavimento
de la estancia principal. Los muebles, antiguos y severos, están colocados con
sobriedad y buen gusto. La nota intima, confortable y acogedora, la proporciona
una grande y negra chimenea, con su fuego permanentemente encendido, ante la
cual hay una mesa camilla con una especie de dosel de cretona, que da cobijo al
escritor en su diaria tarea.
Su
imagen vista desde el umbral, algo encorvada sobre el cuaderno de notas
—escrita en letra minúscula y perfectamente ordenada—, con sus gafas caídas
sobre la nariz, es la de un venerable anciano con aire de payes e intelectual.
Encima del tapete, una lámpara de brazo flexible, una botella hexagonal que
contiene e| «vi fet a casa», un gran paquete de picadura de tabaco, y libros y papeles,
armónicamente desordenados, forman como un cuadro de época, ancestral y
entrañable.
Cuando
me acerco a él, sonríe con su característica ironía y me mira con sus ojos
penetrantes, vivísimos y maliciosos. Su semblante es tan impasible, que nunca
sabe uno cuando habla en serio o en broma.
Se
asombra cuando le dijimos que quiero hacerle una entrevista. Pero
si yo no tengo nada que decir, ni sé nada, ni nada de lo que hago tiene la
menor importancia.
— Sin
embargo, cuando tiene usted tantos admiradores y seguidores, será por algo--
apunto.
— ¡Cá! si a mí no me lee
nadie. Quizá dentro de veinticinco años, cuando ya esté muerto, dirán quién he
sido.
— Demuestra
mucha humildad por su parte.
— No; la humildad es
interior. Digo la verdad
—Yo
creo que no hace falta esperar hasta entonces. Un hombre cuyas obras completas
ya están en la calle, es que ha tenido muchas y muy importantes cosas que
decir.
Me
mira y menea la cabeza negativamente.
Un apasionado de la
lectura
A medida que avanza nuestra conversación, Pla va desplegando su caudal inagotable
de conocimientos e ideas. ¡Cuántas cosas sabe este hombre! ¡Y cómo no ha sido
baldío su apasionado afán de leer! La lectura, para José Pla, ha sido y es como
una maravillosa droga con la que ha mantenido toda su vida una total y absoluta
dependencia. Eso, y sus incontables viajes, han sido la clave de su vasto
saber.
—
¿Existe realmente la inteligencia, señor Pla?
—No,
de ninguna manera; ni existe ni ha existido nunca. La inteligencia es una
invención de los griegos, cuando quisieron dar valor a las cosas que no podían
coger con las manos El banquero tiene inteligencia de banquero, el político de
político, el maestro de obras tiene inteligencia para lo suyo, y así todo.
—
¿Qué clase de inteligencia es la del escritor?
— El
escritor tiene que conocer el genio de la lengua en la que escribe.
—
¿Cómo se llega a escribir bien? ¿No es muy difícil?
—El
que es capaz de escribir una carta es capaz de escribir un libro. Lo que ocurre
es que hoy la gente ya no sabe escribir cartas. Sólo las comerciales, y ésas no
sirven para nada. Hay que escribir con toda naturalidad, lo que se está viendo.
Lo difícil es saber describir. ¿Verdad que parece fácil describir una botella o
una mesa? Pues no lo es. Lo importante es saber colocar bien las partes gramaticales
en cada frase; es decir, adecuadamente. Un ejemplo: «La puerta es verde», así sencillamente. ¿Verdad que queda muy bien?
Y mire lo fácil que resulta decir que la puerta es verde...
Su interés por la
política
—
¿Hasta qué punió le interesa la política?
— Es
lo que más me interesa. Mejor dicho, lo único que me interesa.
—
¿Y cuál es su ideología?
— Soy
conservador, desde luego. Y, en algunos aspectos, burgués.
—
¿Por qué conservador?
—Porque
en un país donde se ha destruido lo mejor, hay que serlo.
(Cuando ve que instalo el magnetófono sobre
la mesa, con ánimo de grabar esta conversación, comenta: Toda esta clase de
aparatos me parecer policíacos).
—
¿Usted es comunista? —me pregunta.
—A
las mujeres, eso de la política nos interesa menos. Los acontecimientos del
mundo, sí los seguimos con gran interés. Pero la política por la política...
¿Por qué me lo dice, es que tengo cara de ser comunista?
—No
sé..., pero como ahora se ha puesto de moda entre las señoras ser comunista.
—
¡Ah! ¿sí? Pues no lo sabía: pero haré mis comprobaciones.
—
¿De dónde es usted? —vuelve a
preguntarme.
— De
Madrid.
—Entonces,
será monárquica.
—
¡Por favor, señor Pla!
— Será
del Opus...
— Le
advierto que a la gente no la interesa le que yo pueda ser, pero lo que es
usted sí.
—
¿Ah, sí?
— Por
supuesto. Pero, a usted ¿es que no le gusta Madrid?
—Ya
lo creo. Sobre todo, por lo que tiene de francés.
—
¿Es Francia su país predilecto?
— Francia
es un país para estar en él por tres razones: Primera, por la cocina; segunda,
por los aperitivos; y tercera, por las mujeres. Pero creo que últimamente, ha
hecho mucho daño a España… Porque lo hemos querido imitar en todo. Y no hay dos
países que sean iguales. Yo creo que esa pérdida de originalidad nos ha
perjudicado.
—
¿Por qué es tan importante la política para usted?
— Porque
es la base de toda la vida humana. Y tan importante como ella es él precio de
la moneda. Eso de las inflaciones... Yo he vivido todas las inflaciones de
Europa. En la inflación alemana, para comprar un dólar se llegaron a necesitar 4.200.000.000
marcos. La gente se lo había vendido todo y los muchachos empezaron a
suicidarse por hambre. Entonces, claro, llegó Hitler y triunfó en el acto. Ya
ve usted cuán sencillamente se produjo y qué caro resultó. Ahora, en España, la
tendencia inflacionista es muy fuerte. Y entre eso y el turismo, que siempre
encarece las cosas, la gente está muy disgustada.
—Como
pasa siempre, unos están disgustados y otros no. ¿No cree?
—No
sé, no sé...
—
¿Hasta qué punto cree que estamos europeizados?
—Mire,
lo ignoro; yo sólo digo que Europa, si no muy seria, es, por lo menos, bastante
seria.
Ideas y soledad
—
¿Por qué escribe usted?
—Porque
no me queda más remedio. Porque me lo piden. Y porque necesito esos cuatro
cuartos para ir viviendo. Pero le aseguro que el dinero no me importa nada.
—
¿Rectificaría su pudiese, algo de su vida?
—Ya
lo creo. No sería escritor, ni mucho menos. Seria notario, porque no trabajaría
y ganaría mucho dinero. Así tendría tiempo para liar muchos cigarrillos y salir
a pasear con mi bastón y ver muchas cosas...
El
escritor se ríe muy divertido, y añade enseguida:
No lo tome en serio. Es pura broma, claro...
José
Pla vive sólo. Le atiende un matrimonio, que son los masoveros de la masía. Y a
él le gusta vivir así, sin familia y sin nadie.
—
¿Por qué no se ha casado usted, señor Pla?
— Porque
siempre me ha causado mucho respeto eso de entrar en la vida de alguien. No me
he sentido nunca con suficiente capacidad para ello. Creo que es un problema
muy complejo y que requiere un gran sentido de responsabilidad. Yo hubiera
tenido la sensación de que engañaba a la otra persona o de que ésta me engañaba
a mí.
— Pero
se habrá enamorado alguna vez...
— No
crea. Y lo aseguro que siento no haberme casado; sobre todo ahora, que soy
viejo. Los matrimonios que de jóvenes se quieren bien, de viejos viven
maravillosamente. Pero es que a mí sólo me han gustado las mujeres francamente
descaradas y escandalosas. Y claro, el matrimonio parece que es una cosa muy
seria.
—
¿Cree que somos capaces de conocernos unos a otros a fondo, de verdad?
— A
mí, me parece que no, que a nadie se le conoce bien. ¿Usted qué cree que por
mucho que hablemos llegará a conocerme a mi o yo a usted? ¡Quiá! Nada puede
asegurarse ¿Usted sabe aquello del guarda que se encontró en un parque a un
señor con una señora y le preguntó: — ¿Qué hace usted? Y el hombre la contestó:
«Nada; es que me he caído»—? Pues así, es en todo.
—
¿Cuál es para usted la cualidad más importante en una persona?
—Sin
duda alguna, la bondad.
—
¿Qué es una persona buena?
— La
que no tiene deudas con nada ni con nadie —dice
muy serio—. Y la que tiene conciencia de su responsabilidad.
—
¿Cómo es usted?
—Un
puro solitario. Me gusta la soledad. He sido bastante sociable pero, sin
embargo, la vida social me parece que no tiene sentido, que está vacía. Soy de
una familia puritana y cuando veo que no puedo conseguir algo, «abandono» para
no hacer daño a la gente. En esta casa siempre ha existido una cierta
corrección.
Poetas
—
¿Cuáles son sus poetas preferidos? Porque a usted le gusta mucho la poesía ¿no?
—Verlaine
y Antonio Machado.
—
¿Y Baudelaire?
—También
pero menos que Verlaine
—
¿Y Pablo Neruda?
—
¡Ah nada! Ese, nada.
—
¿No le parecen grandiosos y bellísimos sus imágenes y sus poemas?
—Sí,
en efecto; tenía imágenes grandiosas, pero también es grande que un comunista
sea embajador de Chile en París...
—Ya
veo que no quiere nada con Neruda.
—Prefiero
a Víctor Hugo.
—
¿Qué está leyendo ahora?
—A
Platón y Sócrates. Me Interesan muchísimo.
—
¿Qué opina da los convencionalismos?
—
¿Sabe qué pienso? Que mientras sigamos comiendo la paella de Valencia, los
mariscos de Galicia, las angulas de Bilbao y la fabada asturiana, España no
será nunca nada ¿O es que a usted le gustan las angulas?
— Sí
señor, muchísimo. Y hay otros «convencionalismos» que me encantan.
—
¿Ah, sí? —dice con aire sorprendido y
sonriendo maliciosamente.
—
¿De cuánto se escribe que tiene para usted valor?
—Todo
aquello que, pasado el tiempo, merezca ser reproducido por lo menos dos veces.
—
¿Con qué obra suya se quedaría, objetivamente?
—Con
ninguna. Todo lo que he hecho me parece grotesco. Creo sinceramente que no vale
nada. Ya se lo he dicho antes.
— Hemos
quedado que eso se demostraría 25 años después de su muerte. A propósito, ¿le
preocupa la idea de la muerte?
— En
absoluto. Me deja por completo indiferente. Pero no le oculto que tengo un
teléfono que sólo utilizo para llamar al médico cuando me pongo enfermo. Hace
14 meses tuve un infarto de miocardio y desde entonces pienso que el teléfono
tiene una utilidad.
—
¿Tiene resuelto su problema religioso?
—Yo
no sé por qué nací. Ni se nada de la existencia. Pero, sinceramente, creo que
después de la muerte han de suceder muy pocas cosas.
—
¿Tiene usted muchos amigos?
—No,
muy pocos. La amistad existe y tiene un valor enorme. Pero es muy raro
encontrarla. Yo creo que los hombres tienen muy pocos amigos debido a las
mujeres.
—
¿De verdad?
—Si,
ya lo creo.
—
¿Y enemigos?
—No
creo, porque he procurado no hacer daño a nadie.
—
¿Qué concepto tiene usted de la belleza?
—Creo
que la belleza sólo se da en las estatuas griegas. Hay mujeres guapas y con
buen tipo, pero cuando hablan... Las estatuas griegas son bellas y están
calladas. Además, según se dice, los hombres están mejor formados que las
mujeres.
—
¿No hay belleza en la literatura, por ejemplo?
—La
literatura es realista y siniestra y no tiene nada que ver con la belleza.
—Así
pues, ¿en la literatura debe prevalecer el realismo sobre todo lo demás?
Realismo y valores
—Ah,
evidente. En el fondo, lo que dura es el realismo. Sancho Panza ha quedado, más
que Don Quijote. El idealismo ya está muy pasado de moda. Describir una cosa,
como le dije antes, es lo más sencillo al parecer; y, sin embargo, resulta
enormemente complicado y posiblemente bello.
—
¿Existe algo para usted que tenga verdadero valor?
—Lo
que no dice la gente. Porque realmente, lo que dice tiene poco valor, en
general. Imagine, por ejemplo, lo que en cierta ocasión me dijo un señor con el
que estaba charlando, Me interrumpió, de pronto, con esta frase: «Ahora, yo voy
a comer. ¿Comprende?» «Si, señor, comprendo», acerté a contestar.
¡Colosal! ¿No le parece? ¿Cómo no había de comprenderle?
—
¿Ha sido usted un hombre feliz?
—No,
nunca. No me Interesa. Pero tampoco estoy triste; ni me he aburrido nunca.
—
¿Qué considera lo más importante de la vida?
—Dormir.
Durmiendo se pasa todo.
—
¿Ha sistematizado y programado su vida?
—Jamás.
Ni escribo por sistema, ni nunca programo nada. A mí lo que me gusta es leer. Y
el paisaje. Y, hace 25 años, las películas de Charlot. Creo que todo lo demás,
en el cine, es falso. Me gusta la gente viva, no la gente fotografiada. Por eso
hace veinticinco años que no voy al cine. Si la gente fuera como yo y pagara la
contribución, no habría problemas en el mundo.
Opiniones
José
Pla, a pesar de ser un lector ávido y disciplinado, es anticultural ciento por
ciento, [dice] con
indudable gracia, que las escuelas las han inventado los padres para quitarse a
los niños de encima, que son muy pesados. Sin embargo, ha cedido 2.500 libros a
la Biblioteca Municipal de Palafrugell
—Lo
importante es que los niños no vayan a la escuela —nos dice—. Yo no soy partidario de la cultura, ¿sabe? Soy
partidario del analfabetismo.
—
¿Por qué? ¿Por qué?
—Porque
la política es la cultura del pueblo. En mi época, que ha sido la de más
cultura en la historia, se han producido las más grandes enormidades de la vida.
De manera que yo, la cultura, se la regalo. Le regalo todo el comunismo. Y todo
el nacionalsocialismo... Y todo el totalitarismo... Yo soy partidario de la
libertad. Ponga eso en la «interviú»», si quiere. Y si no, no lo ponga; es igual.
—
¿Pero la libertad, sin la necesaria formación, puede dar buenos resultados?
—La
libertad es la libertad.
—
¿Siempre es buena?
—Siempre.
Sobre todo, cuando no media la malicia de la cultura.
José
Pla, con sus 77 años todavía fuertes y enérgicos —aunque él diga que sólo come
«sopitas de verduras» porque no tiene dientes— conserva su espíritu y su mente
tan vigorosos como en sus años de plenitud. Enfundado en su suéter azul marino
y liando cigarrillo tras cigarrillo de hebra, ha permanecido hasta ahora,
durante toda la entrevista, sentado en torno a la mesa, calentándose con el
fuego de la chimenea y el «bon vi» de la casa. En este punto se levanta y va en
busca de dos de sus mejores libros, que me obsequia. Pero antes de darme tiempo
a abrir la boca, dice: Pero nada de dedicatorias, ¡eh! Yo no
dedico nada a nadie.
Me
eché a reír (¡Hay que ver, qué genio tiene el señor Pla!)
Quedamos
en volvernos a ver en Barcelona, para ir a comer juntos un «boeuf a la mode»,
como quien es consciente de que va a hacer una travesura.
—
¿Pero no decía usted que, sin dientes, sólo puede tomar sopitas?
—Bueno
—contestó—. Lo intentaríamos...
Era
casi anochecido cuando salí de «Can Pla». Hacía frío. De regreso a Barcelona
iba pensando en la colosal personalidad de aquel hombre...
Mary
MERIDA
La Vanguardia Española.
9 de diciembre de 1973. p. 57
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