LA
isla de Mallorca es, toda ella, un lugar de idílica belleza, un paraíso en la
tierra. Un sitio incomparable es el puerto de Andratx, con sus aguas
espejeantes, los paisajes de su cielo y las gaviotas en vuelo rasante que dan
relieve al conjunto urbano y a los pequeños restaurantes turísticos. En él se
ha criado un mozo, desconcertante por sus reflexiones y apotegmas, llamado
extrañamente Augurio Hipocampo. Se pone a pensar y sus labios recorren en
silencio el sentido de las palabras reparando que hay sintagmas agramaticales
porque se consideran que aportan una información semántica contradictoria. Por
ejemplo: podría averiguar en el catalán de Mallorca, la distinción de «dona i fembra» o «femella» aduciendo, para ello, según Bastardas, la aportación hecha
por Joan Veny de unos versos recogidos de viva voz en «Campos» hacia 1952, que
dicen:
«S'altre dia dues fembres
anaren
per un camí,
sa
mes petita va dir:
da-li
brilla, no l estrengues».
El
protagonista de esta historia filológica, que yo imagino, aparece como otro «Dedalus» relatado por él mismo,
autobiográficamente, a través de otro «Portrait
of the Artist as a Young Man», y tuvo sus más y sus menos con la hija del
cafetero de «El Chingana», a la que
siempre llamó en broma «niña-camisolín»
por ofrecer sus encantos con un mínimo de camisola. Después encontró la «zingarella» a la que declamaba versos al
oído. Augurio sorbía vermuts amargos después de leer libros que reprobaba don
Camilo, el arcipreste, vociferando: «Me
oyes, desalmado pecador, que mala influencia te llevó a leer "La
religión al alcance de todos".»
Augurio,
sin embargo, fue subiendo a cotas de saber difícil, como Heráclito, Laotsé,
Molinos, la Biblia (el Apocalipsis de la cual le inspiró una introducción),
Quevedo y la «senda de los antisociales»
dentro de una particular filosofía Asnológica. Tuvo una pasión por Willian
Blake, que conoció de la mano sapiente de su amigo Cristóbal Serra, pues «no era yeso, sino cal viva». Decía
Augurio que priva demasiado el saber acumulativo, el saber termita, que permite
levantar, adoquín sobre adoquín, la personal torre de Babel. Seguía diciendo
que «los ídolos mentales que tenemos
entronizados dan para una lista de longitud kilométrica. El primero de todos es
el progreso indefinido, que se ha adherido de tal manera al mundo, que éste no
sabría vivir, si retornaba la época del asno poco trotón». Todo es
inteligente y terrible por su verdad. Ésta suele serlo. Así lo creía Raimundo
Lulio, el barbudo mensajero.
La
vida de Augurio Hipocampo la ha escrito Cristóbal Serra, uno de los escritores
más inteligentemente ignotos de nuestra literatura. Es preciso, sardónico,
maestro en «limericks», taladrante,
insospechado y veraz. Es preciso, sardónico, maestro en «limericks», taladrante, insospechado y veraz. Es también
ponderativo (aunque raramente) y misterioso, y descubre lo que hay debajo de
las alas de los ángeles custodios. Debió de tener trato con don Eugenio D'Ors,
que apostaba por estos escritores angélicos y terribles. Una vez me dijo: «Para esta literatura que cultiva usted es
preciso tener un segundo oficio.» Se refería al hecho de la independencia
que comparto idealmente con Serra.
De
Serra se ha dicho muchas cosas. Por ejemplo: su amigo -y mío- José Carlos Llop
dice de su literatura que hay también -contrapunto perfilado en los nombres- «una guerra civil como un ricino polvoriento
cerca del huerto». Otros son, ensimismados en lo suyo, más dubitativos.
Juan Larres, al margen de las cosas, le dice que hay que vigilar que no metan a
uno «le bâton dans les roues». Sería
lógico. Carlos Edmundo de Ory le escribe que «me ha gustado mucho lo que dices de mí y de mis diablos» y que a él
siempre le ha interesado mucho el genio y la locura. Todos tocan la misma
tecla. Sin embargo, hay críticos más expresivos, como Juan Bonet, que escribe «no he prestado juramento de fidelidad a
ningún autor, presente o pasado. En este sentido, no he sido recluta y menos
abanderado. Tengo mis dilecciones», etcétera. También José Mª. Forteza le
dedicó un poema, del que entresaco los siguientes versos:
«Oh qué hermosas muchachas disiparon mis
nubes:
todas desfilan como patos silvestres
todas desfilan como patos silvestres
mediterráneamente
suspendidas de luna
en
cuarto menguante.
Creo
en todo lo que tiene un sincero sonido.»
Cuando
voy a Palma de Mallorca, llamo por teléfono a Cristóbal Serra para que encargue
unas «sopes» en el «celler» Montenegro. Una vez he llegado a
la ciudad, hablamos de nuestras cosas, de nuestros libros, de nuestras
aficiones. No es la primera vez que escribo sobre Cristóbal Serra. Incluso en
mi última obra sobre el misterio y la poesía, en cueros de publicación, he
acudido a su autoridad sobre el Apocalipsis. En Augurio Hipocampo afirma que los demonios son más que nosotros y
nos rodean como a la colina del campo. Leo en el Talmud que quien llama Abram a
Abraham viola la integridad de la palabra. Queda así vedado a quien manipule
palabras, quitándoles o poniéndoles letras. «Esta prohibición ya la tuvo muy presente Jesús en sus consejos y en los
secretos. No le han prestado atención los pueblos, y el nuestro menos que otro.
Difícil es ponderar hasta qué punto hemos dejado maltrechos los patronímicos y,
de paso, nuestros santos. A mí me llaman "Auguru” y me transforman así en "Gurú", lo que nunca quise ser.
Menos mal que salgo orientalizado, cuando otros son víctimas del “bla-bla” seductor y confusionario.» Parece como
si fuera Brentano después de hablar acerca de una visión de la monja alemana
Catalina Emmerich.
Después
de todos estos extremos que examinamos conjuntamente Serra y yo, entramos en el
«celler» Montenegro, al que es
preciso acceder bajando unas escaleras. Nos ponemos a la mesa y, tras la
sucinta ensalada, comemos las opulentas sopas mallorquinas, plato que no es
posible encontrar si no es en Mallorca y cocinada con el pan sin sal (es uno de
sus ingredientes) del país. A mí me gustan mucho estas sopas secas de verdura,
guisadas en cazuela de barro, según las fórmulas ancestrales consignadas en el
libro de Madona Coloma y en «La Cuynera
mallorquina» de Pedro de A. Penya. Hay unos versos que dicen:
«Es mi migdia de cuinades
Y es vespre, per variar
Y es vespre, per variar
Les
mos daven rescalfades.»
Después
de nuestro almuerzo, tomamos un aromático café humeante. Cuando salimos a la
calle, siempre hay un pájaro que nos contempla atentamente posado en una
ventana, gótica. Luego, desaparece.
ABC,
30/9/1994, p 60
Iglesia de Santa María de Andratx |
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