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sábado, 1 de mayo de 2021

Entrevista con Sánchez Pascual “Jünger pasará a la historia como «El Insobornable»” (Punto y Coma, nº 9, 15 de febrero-15 abril de 1988)


Andrés Sánchez Pascual es suficientemente conocido como para trazar aquí su perfil. Catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona, sus traducciones (sobre todo las de Nietzsche y, ahora, las de Jünger) le confieren un criterio de primer nivel a la hora de entender la cultura alemana. Nadie mejor que él, por tanto, para hablamos de uno de sus más eximios representantes: el autor de “Tempestades de Acero”.

PUNTO Y COMA. - No es frecuente que un traductor alcance notoriedad pública. Sin embargo, las versiones al castellano que Vd. ha hecho de la obra de Nietzsche le han granjeado una admiración general. ¿Qué actitud ha tenido Vd. ante la obra nietzscheana?

SANCHEZ PASCUAL- La experiencia, una experiencia muy temprana en mi vida, me ha convencido de que no es posible “leer” bien —lo que yo llamo “leer” bien— ningún texto, y mucho menos un texto filosófico, sin “traducirlo” de alguna manera, es decir, sin reescribirlo. Ahí estaría, creo, el sentido de mi ocupación con los de Nietzsche.

PUNTO Y COMA. - ¿Qué ha supuesto para Vd. pasar de Nietzsche a Jünger? ¿Ve Vd. Similitudes entre ambos autores?        

SANCHEZ PASCUAL – En realidad, mi “encuentro” con Ernst Jünger no viene “tras” una etapa de ocupación en Nietzsche. Hace muchísimos años que es Jünger uno de mis autores de cabecera. En cuanto al texto en si mismo, Nietzsche ha influido mucho en Ernst Jünger. incluso en los matices de la escritura. “Pasar” de uno a otro es permanecer en una atmósfera muy similar.

PUNTO Y COMA. - ¿Qué faceta de Ernst Jünger le atrae más?

SANCHEZ PASCUAL- En primer lugar, el autor de Diarios, el memorialista. Después, el escritor de libros de viaje.

PUNTO Y COMA. -  Un “Tempestades de Acero” Jünger ha sometido el texto a diversas y continuas revisiones. ¿Podría decirnos si en otras obras fuertemente ligadas al espíritu del tiempo en que fueron escritas, como por ejemplo “El Trabajador”, el autor ha introducido esas modificaciones?

SANCHEZ PASCUAL- Los autores suelen adoptar con respecto a sus textos una de estas dos actitudes: o bien considerarlos acabados y ajenos ya a sus vidas —por tanto, intocables—, o bien reescribirlos continuamente. Ernst Jünger tiende más a lo segundo. A veces ha retocado textos suyos con el fin de hacerlos inmasticables para la moda del momento. Es lo que ha ocurrido con “Tempestades de Acero” y sobre eso creo que se dice lo suficiente en la nota preliminar a la reciente traducción española de esa obra. En otros casos —por ejemplo, “El Trabajador”—. prefiere dejar intacto el texto, como un testimonio histórico. De todos modos, a la edición de “El Trabajador” en sus Obras Completas Jünger le ha añadido un importantísimo apéndice. Pero, como digo, ha dejado intocado el texto del libro.

PUNTO Y COMA. - Hoy Jünger es un autor de gran prestigio. ¿Piensa que podría llegar a ponerse de moda? ¿Qué papel adjudica Vd. a Jünger dentro de la cultura europea contemporánea?

SANCHEZ PASCUAL- En lo que ve me alcanza, Ernst Jünger no es precisamente un autor de moda; si acaso, de anti-moda. Con los insultos lanzados contra Ernst Jünger por los alemanes mismos se podría componer un grueso volumen. Su prestigio, sí, es inmenso. Y permanecerá. Pienso que en la cultura europea quedara como “El Insobornable”.

Punto y Coma, nº 9, 15 de febrero-15 abril de 1988, pp. 28-29.

martes, 30 de octubre de 2018

José Carlos Llop entrevista a Cristóbal Serra (Babelia, 8 de febrero de 1997)


Cristóbal Serra: “El humor me ha permitido crear el absurdo

Ars quimérica abarca el universo que el escritor ha ido desvelando durante cuarenta años.

Ars quimérica es un libro paradójico y necesario. Paradójico porque su grosor -725 páginas compactas- ilumina y hace estallar desde dentro el secreto y mito de una obra, la de Cristóbal Serra, que destacaba, al menos hasta hoy, por su aparente brevedad. Necesario porque contiene toda la literatura de Serra, que es una de esas literaturas, tan escasas y desconocidas, de las que ninguna cultura que se precie de tal puede prescindir. Una literatura escrita desde la pasión eremítica y la rara lucidez del hombre sabio, rara, precisamente, por su sabiduría, en un país reacio a la misma. Cristóbal Serra ha edificado su laberinto particular a espaldas del mundo. Un laberinto donde la poesía desemboca en el pensamiento y éste en la revelación. Prosas surrealistas, viajes imaginarios, diarios, interpretaciones bíblicas, conversaciones con escritores muertos, tratados sobre el humor negro y otras quimeras prodigiosas forman un corpus sólido, coherente y único que ha sido trazado desde el silencio esencial de la soledad. La soledad del escritor frente al mundo y la soledad del mundo metida de hoz y coz en el escritor. Sin ruidos, sin ecos, sin concesiones tampoco.
Ars quimérica abarca el universo que Serra ha ido desvelando durante 40 años. No es difícil imaginar la figura de un geógrafo misterioso que traza sobre el papel las coordenadas de ese universo que sólo él conoce. Que sólo para él existe. ¿Acaso porque él mismo lo ha inventado? Si y no. Los mimbres con los que Serra ha trazado su universo particular estaban ahí sin que nadie los viera. Ha sido la mirada de Serra la que apoyándose en la Biblia y en Swift, en Quevedo, Gracián y Lao Tsé, en Michaux y en Blake, en Edward Lear y Chuangsé, en León Bloy y en los rollos de Qumram o las visiones de Ana Catalina de Emmerick, por citar sólo a algunos, ha proyectado su insólita topografía literaria. Atrás quedan la guerra civil que le espantó siendo niño, la enfermedad que lo retuvo entre las sábanas y la lectura de su adolescencia y la biblioteca flotante que envolvió esa mirada de ironía y precisión anglosajonas durante su primera juventud. Y al fondo de esas tres épocas, tan determinantes en la vida de un hombre como en el destino de un escritor, el mar Mediterráneo, una luz que es la linterna mágica que alumbra todas y cada una de sus páginas. Y un convencimiento inamovible a lo largo de todos estos años: “La imaginación es omnipotente y sostiene la realidad. La imaginación es el todo”.
La palabra de Serra es una palabra meditada, que se deja llevar por la imaginación, que ataca el racionalismo, pero al mismo tiempo domestica esa imaginación, la mete en casa -meditándola- como quien mete a un siamés. “La rutina hincha las velas de la imaginación. Piense en Lewis Carroll. Yo soy un hombre que se siente espoleado por la imaginación, que se deja arrastrar por ella y a través de ella crea su propio fairy land", nos dice Cristóbal Serra. Imaginación y humor son los dos pilares sobre los que edifica ese palacito plantado en la laguna del mundo. “Octavio Paz me calificó de hombre que sonríe. La sonrisa tiene que ver con actitudes más mundanas: jamás he sido hombre mundano. En mis libros hay risa, no sonrisa. El humor nunca se propone corregir o enseñar. En el humorista se mezclan el excéntrico, el payaso y el hombre triste. El humor me ha permitido el absurdo, me ha permitido crear una literatura absurdista (sic). En él pueden estar mezcladas toda clase de gravedades y escapa a toda ley matemática y, al hacerlo, escapa a toda ley literaria, dándote una gran libertad. El humor es un producto del dolor, que se transfigura en una especie de práctica alquímica. Cuando es bueno, siempre es poético, nada tiene que ver con lo satírico”. Tal vez porque lo satírico es hijo de la crueldad y ésta no escapa a ninguna ley literaria. Así Serra, escapando a esas leyes, ha creado un género muy particular donde se mezclan el aforismo, la reflexión, la autobiografía, el viaje quimérico y, acaso, el visionarismo. “Mi literatura no es una literatura de género. Para mí, los géneros no tienen fronteras definidas, sino que se interfieren, un fenómeno, por otro lado, característico de la modernidad literaria. Piense en el ocaso del verso a partir de Rimbaud. Ya no existen fronteras delimitadas entre prosa y poesía. El género no tiene en mí un carácter absoluto, de ahí la dificultad en clasificar mis libros. El mío es un libro de espacios trabajados, una literatura salteada y discontinua. Yo pertenezco a los fragmentarios como Montaigne o De Maistre. Una literatura que, como el periodismo, informa, pero a diferencia del periodismo posee una estética que, en mi caso, es la inventiva. No tengo nada en contra de la novela, sino del novelismo (sic), de la exigencia de que todo lo escrito tenga carácter narrativo. ¿Por qué? Yo hago lo que hicieron los evangelistas con Jesús, ese héroe discontinuo de los Evangelios.”
Todo en Serra puede tener trasfondo bíblico: desde el estilo hasta su interpretación de la historia. “En mi lectura del Apocalipsis hay una voluntad de ir al encuentro de la historia. ¿Por qué? Porque, a mí, la guerra civil me llevó no al conocimiento de la historia a través de los libros, sino a las preguntas sobre el curso irónico de la historia. Lo que me condujo, habiendo perdido su valor todas las ideologías del siglo, hasta un concepto profético de esa misma historia. León Felipe decía que en el mundo no se ha producido nada igual a la dinastía de los profetas bíblicos. Es cierto. El Apocalipsis es la llave con la que he desentrañado la historia, coincidiendo con Larrea en sus especulaciones sobre él mismo para descubrir la clave de la historia occidental: un ciclo de manifestaciones donde nuestro propio ciclo, el judeocristiano, queda iluminado por las palabras cinceladas en el Apocalipsis”.
Vivimos una era en la que todo lo que anunciaron los profetas se hace evidente en su babelización y en que por debajo de esa babelización sólo existe el mercantilismo: la economía se toma en sí mismo como fin y ya decía Blake que el dinero es la sangre del pobre”.
José Carlos Llop, Babelia, 8 febrero 1997, 276, p. 12.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Artículo y entrevista a Emanuele Severino (La Vanguardia, 10 de mayo de 1988)


Las metamorfosis del nihilismo
Severino, un habitante de la filosofía
Emanuele Severino es uno de los filósofos más significados del pensamiento italiano contemporáneo. Andrés Sánchez Pasqual, coordinador del ciclo de conferencias sobre “Las metamorfosis del nihilismo”, ha mantenido con él una exhaustiva entrevista en la que se realiza un repaso de su vida y sus publicaciones
LA reciente estancia, por vez primera, en Barcelona, del filósofo italiano Emanuele Severino ha permitido mantener con él una entrevista de la cual representa un resumen el texto siguiente. Severino acudió a Barcelona para dictar el pasado día 29 de abril la conferencia de clausura del curso “Metamorfosis del nihilismo” que durante todo ese mes se ha desarrollado en el aula de la Fundació Caixa de Pensions. Es un hombre de 59 años, ágil, vivaz, de mirada curiosa, de risa frecuente. Buen andarín, la misma noche de su llegada recorrió durante dos horas las estrechas y en aquellos momentos desiertas calles del barrio Gótico.
-En España tiene usted, como sabe, un reducidísimo, pero entusiasta grupo de estudiosos de su obra. Incluso vive ahora en Barcelona el único español que asistió durante un curso a sus clases en Venecia...
-Sí, efectivamente, el amigo Ferran Lobo...
-De su vida, sus estudios, su formación, apenas sabemos nada. Si quisiera...
-Nací en Brescia en 1929, y sigo viviendo en la misma casa en que nací. Mi padre era siciliano; mi madre, de la zona de Brescia. Los estudios primarios y secundarios los realicé allí mismo, en un colegio de jesuitas. Precisamente en el colegio en que también estudió el que luego sería papa con el nombre de Pablo VI. La formación era excelente. Allí aprendí a fondo griego y alemán. Mis primeras nociones filosóficas vienen de uno de los profesores que allí enseñaban, el profesor Zani. Ahora bien, creo recordar que el primer filósofo vivo de que oí hablar, cuando yo tenía unos 10 años, fue Giovanni Gentile. Mi hermano mayor había ingresado jovencísimo en la Escuela Normal Superior de Pisa, que entonces dirigía Gentile...
-Ese hermano suyo...
-Por desgracia murió muy joven, el año 42, en el frente francés. Murió de manera trágica. Era inteligentísimo y en cierto modo yo he tratado de vindicarlo, de llegar a ser lo que él hubiera podido ser.
-Supongo que sus estudios secundarios, que coincidieron con el final de la guerra, estuvieron llenos de dificultades.
-En cierto modo. La gente se había habituado a la inminencia de la muerte y sólo trataba de salvar la piel. Yo nada podía hacer. Durante la noche me mantenían despierto los bombardeos. Por la mañana podía tener un examen de química, por ejemplo.
-Los estudios universitarios...
-Los realicé en la Universidad de Pavía, como alumno del Colegio Borromeo.
(Severino no añade ninguna explicación a esta precisión sobre el Colegio Borromeo, pero el lector ha de saber que la Universidad de Pavía era por aquellos años, junto con la Escuela Normal Superior de Pisa, el lugar en que se formaban las elites italianas. Y en el seno de la Universidad de Pavía, el citado colegio era el de máximo prestigio. Ingresar en él no estaba al alcance de cualquiera.)
-Sus maestros principales...
-En filosofía, Gustavo Bontadini. En idiomas antiguos, el gran sanscritista Suali. Con él aprendí muy seriamente el sánscrito, lo cual ha dejado una profunda huella en mi pensamiento y en mis escritos. Mucho de lo que digo en la parte central de mi libro “Destino de la necesidad” está basado en las enseñanzas de Suali.
-Usted empezó a publicar muy pronto.
-Yo era entonces un exaltado. Y, efectivamente, nada más acabar el Bachillerato publiqué a mis 18 años, mi primer libro. Se titulaba “La consciencia. Pensamientos para una antifilosofía”. Y a poco de ingresar en la universidad publique un segundo escrito, con el título “Notas sobre el problematicismo italiano”. Era un libro ferocísimo. En él me metía, uno a uno, con todos los catedráticos de filosofía que entonces enseñaban en Italia.
Músicas
-Su conocimiento de Nietzsche. ¿cómo fue?
-¿Empezó muy pronto, pero no por motivos filosóficos, sino musicales. El Nietzsche que a mí entonces me interesaba era el de las polémicas sobre la música de Wagner. Yo estudié seriamente música, sobre todo composición. Y me interesaban mucho los pensamientos de Hanslick, de Schopenhauer, de Wagner y de Nietzsche sobre la música. Ese fue mi primer contacto con Nietzsche.
-Que usted “sabe música” es algo que puede adivinarse por sus libros. Pero ese trato tan íntimo con la música es un detalle poco conocido.
-Es natural. De todos modos, algunas composiciones mías se han estrenado en Italia. Por ejemplo, en Venecia se estrenó una pieza mía para instrumentos de viento y piano. Este está tratado como percusión.
-A falta de partituras, ¿por qué campos se mueve su música?
-Es, evidentemente, música nueva. Yo diría que se mueve entre Stravinski y Béla Bartók. Sí, está mucho más cerca de Bartók, creo.
-Sigamos con sus estudios filosóficos.
-Acabé los estudios filosóficos y me doctoré en 1950. Mi tesis, que se publicó ese mismo año, se titula “Heidegger y la metafísica”. La trabajé en los años 1948-1949, cuando apenas había traducciones al italiano de las obras de Heidegger.
-A los 21 años es usted doctor en filosofía y comienza su actividad docente.
-Eso ocurrió al año siguiente. Obtuve lo que entonces se llamaba la “libre docencia” y empecé a enseñar en la Universidad de Pavía. Compañeros míos de promoción son, por ejemplo, Prini, Lugarini, Morpurbo-Tagliabue... Ya entonces habían empezado a fijarse en mis trabajos algunos profesores de la Universidad Católica de Milán, de modo que el año 1954 fui llamado a ella.
-¿Qué cursos daba allí?
-Estaba encargado de las clases de historia de la filosofía antigua y de historia de la filosofía moderna. Esto iba muy bien con mis intereses.
-Usted permaneció en la Universidad Católica de Milán...
-... hasta 1969, en que me trasladé a Venecia.
-Luego hablaremos de ese traslado. Ahora, si le parece, sus publicaciones.
-En 1959 publiqué “La estructura originaria”, que constituye, en cierto modo, el cimiento sobre el que se edifica toda mi filosofía posterior. Y en 1962 aparecieron mis “Estudios de filosofía de la praxis”. Es un grueso volumen, en el que tal vez lo principal sea el análisis de la fe que allí realizo.
-De todas maneras, fue su artículo sobre Parménides...
-Usted se refiere, sin duda, a “Retornar a Parménides”. Fue un artículo que se publicó en 1964 en la revista de filosofía de la Universidad Católica de Milán. Provocó una enorme polémica en toda Italia, y no sólo en Italia. Una polémica que duró varios años. Se halla incorporado ahora a mi obra “Esencia del nihilismo". Ocupa ciertamente una posición particular en mi desarrollo intelectual, pero en sus rasgos esenciales hace constantes referencias a una investigación precedente sobre la verdad del ser. Investigación que está ya en “La estructura originaria”.
(El grueso volumen titulado “Esencia del nihilismo” fue traducido al alemán dos años después de su aparición en Italia. Se dice, y se dice con verdad, que Heidegger leyó en 1972 el artículo de Severino “Retornar a Parménides”. En cambio, pertenece probablemente al campo de la leyenda el comentario que se dice que hizo Heidegger tras su lectura. Así como la réplica de Severino -sólo dos palabras- cuando conoció la reacción de Heidegger.)
-En 1969 se traslada usted a la Universidad de Venecia, tras haber estado enseñando durante diecisiete años seguidos en la Universidad Católica de Milán. ¿Podemos tratar ese tema?
-¿Por qué no? Lo que ocurre es que es un proceso largo, complicado, y no fácil de explicar en pocas palabras. Me gustaría que no hubiese equívocos.
-Usted mismo ha pronunciado la palabra clave: “proceso”.
-Efectivamente, como catedrático numerario de una universidad católica fui sometido a un proceso que, en su estructura jurídica (no olvide que digo: “en su estructura jurídica”), fue idéntico al de Galileo. Las dificultades explícitas comenzaron tras la publicación del artículo “Retomar a Parménides”. Pese a que, como ya le he dicho antes, el artículo hace constantes referencias, más aún, se basa en un libro publicado seis años antes, los encargados de vigilar la enseñanza parece que no habían advertido nada.
-¿Cómo vivió usted el “proceso”?
-Con una gran tranquilidad. Y como una experiencia cultural de primer orden. Me importa dejar claro que, vista desde dentro, la Iglesia católica es mucho más inteligente de lo que se dice. Y, desde el punto de vista legal, procedió de manera intachable.
-El resultado...
-Usted lo conoce. La Iglesia católica ha declarado la esencial incompatibilidad entre el contenido de mis escritos y la revelación cristiana. Más allá de todas las apariencias, esta declaración es profundamente coherente con la apertura de la Iglesia al “mundo moderno”. El fundamento de esta apertura es la apertura de la Iglesia al “mundo antiguo”, es decir, al lugar donde la metafísica griega, por vez primera en la historia del hombre, saca a luz el “mundo”. Desde ese momento la entera civilización occidental, y por tanto también el cristianismo y la Iglesia, han ido creciendo en el interior del “mundo”, es decir, en d interior de la alienación más abismal a que puede encontrarse arrojada la esencia del hombre.
(Tras la citada declaración de la Iglesia resultaba impensable que el profesor Severino continuase impartiendo clases en una universidad católica. Varias universidades italianas solicitaron la incorporación del profesor Severino a sus claustros, pero éste eligió Venecia, donde enseña desde el año 1969.)
-En 1970 aparece su obra “Esencia del nihilismo”, que se traduce poco después al alemán. Luego guarda usted silencio hasta 1978, en que publica “Los habitantes del tiempo”.
-No es cierto que guardase silencio. Publiqué artículos y tuve varias intervenciones en congresos dentro y fuera de Italia. Lo que sí es cierto es que hasta 1978 no publiqué ningún otro libro.
-¿Quiénes son los “habitantes del tiempo”?
-Son los “habitantes de la fe”. Seguramente la principal polémica del libro es la que allí se sostiene con el marxismo.
-Sus polémicas tienen a veces efectos sorprendentes sobre sus adversarios. Tenemos, por ejemplo, el caso de Napoleoni.
- Napoleoni es, como usted sabe, un economista de nivel internacional. Es, además, senador y presidente del grupo de senadores de izquierda. Una figura importantísima. Napoleoni era marxista y, en mi polémica con Lucio Colletti, estaba del lado de Collettí. Eso, cuando Colletti era marxista. Pero Napoleoni ha publicado recientemente un libro en que sostiene que en mi filosofía podría basarse acaso una salvación de Marx. Es un primer reconocimiento de parte del mundo laico italiano.
-¿Qué quiere decir con eso?
-Usted sabe que en Italia, simplificando mucho, son tres los grandes núcleos de poder. Están, de un lado, los católicos. De otro, los comunistas. Y. en tercer lugar, lo que podríamos llamar el núcleo liberal, socialdemócrata, para entendemos. Pues bien, yo jamás he pertenecido a ninguno de esos tres grupos.
Libros
-En 1980 publica usted “Destino de la necesidad”.
-Uno de mis libros más queridos.
-Y entre 1984 y 1986 los tres volúmenes de su “Historia de la filosofía”. Es el único libro suyo traducido hasta ahora al español, en la editorial Ariel, en la colección asesorada por el filósofo barcelonés Eugenio Trías.
-Esa “Historia de la filosofía” es un libro “escolar”, si se entiende bien la expresión, pero escrito con todo rigor. Creo que no se parece a ninguna de las innumerables historias de la filosofía que se han escrito. Estoy muy contento de que se haya traducido al español. Y, a propósito de Trías, fue muy acertado lo que escribió con tal motivo. Ahora está preparándose también la traducción al español de “Esencia del nihilismo”.
-No nos va a quedar espacio para hablar de filosofía.
-Bueno, dentro de una hora, en mi conferencia hablaré sólo de filosofía.
-Sí, pero es que esta entrevista es para quienes no asistan a su conferencia. Y no hemos hablado de filosofía.
-¿Cómo que no hemos hablado de filosofía? ¿Quiere usted decirme de qué estuvimos hablando anoche durante cuatro horas? ¿Y durante toda la mañana de hoy?
-Bien, una sola pregunta.
-Usted dirá.
-¿Qué es el ser?
(El profesor Severino pone un gesto entre sorprendido y divertido. Pero reacciona con prontitud.)
-Eso no me es posible decirlo aquí en pocos minutos. Pero lo tiene usted fácil. Todos y cada uno de mis libros, todas y cada una de las páginas de esos libros son una respuesta precisamente a esa pregunta. Si usted sigue la sugerencia que hago al final del prólogo al tomo primero de mi “Historia de la filosofía", a saber, que se lean las páginas una tras otra, con lentitud, y sin saltar de un lado para otro, creo que tendrá una cierta respuesta. Por otro lado, tal vez recuerde que, al final de la nueva edición ampliada (1984) de mis “Estudios de la filosofía de la praxis", hay un apéndice que recoge una conferencia mía titulada “¿A qué se dedican ahora los filósofos?". La conferencia va seguida del diálogo que se desarrolló a continuación, es decir, incluye las preguntas de los oyentes y mis respuestas. Precisamente la primera pregunta que allí se me hace es esa; “¿qué significa la palabra ‘ser’?". Puede usted transcribir la respuesta que allí doy. Y, en todo caso, en el texto que le daré mañana para el periódico diré algo sobre eso.
El teatro
-Hemos de ir a la conferencia. Pero antes me gustaría saber algo de sus actuales relaciones con el teatro.
-¡Ah! Eso es interesante. Hace cinco años me encargó Franco Parenti, uno de los más grandes actores italianos, que le tradujese “La Orestíada”, de Esquilo, para su representación. Se dio en el teatro Pier Lombardo, de Milán, e intervino también la actriz Lucilla Morlocchi. Usted me ha oído hablar de eso esta mañana con el profesor Olimpio Musso. Fue una experiencia muy importante para mí. Le diré que estoy convencido de que Esquilo es uno de los más grandes pensadores que han existido; es comparable a Parménides y a Aristóteles. El texto de mi traducción está publicado. En estos días he acabado de escribir un larguísimo ensayo sobre “La Orestíada” y sobre Esquilo. Se publicará el próximo año.
-Y Heidegger...
-Es un grandísimo filósofo platónico.
ANDRÉS SÁNCHEZ PASCUAL
***
“Sólo lo que es eterno puede devenir”
DESDE los griegos hasta la civilización de la técnica, la extrema variedad de los acontecimientos y de las estructuras de la civilización occidental viene conducida por una actitud unitaria y central: la creencia indiscutida de que las cosas salen de la nada y de que, por tanto, son por esencia dominables y pueden ser producidas y destruidas. Esta fe se encuentra también en la base de todas las críticas que (como la de Heidegger, por ejemplo) se han hecho y continúan haciéndose a la civilización de la técnica; también está en la base de todos los discursos (como el discurso científico, por ejemplo) que creen que no necesitan tener en cuenta las viejas categorías del “ser" y la “nada".
Dejando de lado la excepción única y grandiosa, pero enigmática, de Parménides, nunca ha sido puesta en duda la fe en el devenir. Sin embargo, es en esa fe -la cual ocupa, para nuestra cultura, el lugar de la evidencia originaria y suprema- donde se esconde verdaderamente el significado real del nihilismo, la esencia del nihilismo. Es preciso penetrar hasta el significado esencial y todavía inexplorado del nihilismo, y mostrar que la convicción de que la realidad es historia, tiempo, aparición y retorno a la nada, va necesariamente ligada a la persuasión de que los “entes" en cuanto “entes” son nada.
La primera persuasión forma la superficie de la civilización occidental; la segunda forma el subsuelo, el inconsciente. Del nihilismo auténtico forman también parte, por tanto, las denuncias del mismo, como las formuladas por Nietzsche y por Heidegger, que han pensado desenmascarar con ellas el nihilismo. En cuanto a la persuasión de que el ser es nada, el nihilismo es la alienación extrema, es decir, el alejamiento extremo de la verdad.
Mas con el fin de que la historia de Occidente aparezca como historia del nihilismo es necesario que la verdad esté ya manifiesta desde siempre, y que lo esté, no según un valor simplemente histórico o hipotético, sino como destino, es decir, como el estado de aquel pensamiento que no puede ser refutado ni desmentido de ninguna manera.
Fuera de la alienación occidental parece que todo ente es, y que es imposible que no sea: aparece así la eternidad de todo ente. Y esto comporta una hermenéutica de la experiencia y del aparecer radicalmente diferente de la interpretación nihilista del devenir, de la experiencia y del aparecer. Fuera del nihilismo la variación del contenido de la experiencia no es la producción o el aniquilamiento del ente, sino que es su entrada en y su salida de la dimensión del aparecer. Esto quiere decir que lo que es eterno puede devenir el devenir es el proceso en el cual los entes eternos entran y salen de la luz del aparecer.
EMANUELE SEVERINO
La Vanguardia, 10 de mayo de 1988, pp. 52-53

domingo, 26 de febrero de 2017

Andrés Sánchez Pascual entrevista a Ernst Jünger (ABC, 23 de marzo de 1995)


«Morir con un libro en las manos es una bella muerte»

LA cálida voz de la señora Jünger llegaba a Barcelona por teléfono desde Wilflingen, remota aldea de la Alta Suabia; el tono era invitador:
-Los aguardamos, pues, el día 5 de marzo.
-De acuerdo. Allí estaremos. Sábado, 4 de marzo. Stuttgart. Cena en casa de Michael Klett, el amigo y editor de Jünger. Cuatro horas de distendida charla, con muchas anécdotas sobre el escritor.
Día 5, domingo. En ruta hacia Wilflingen. Hoy el cielo está despejado, pero aún hace frío; en Tubinga la hermosa fuente de la plaza del Ayuntamiento se halla todavía recubierta por las defensas de madera contra la nieve y el hielo. La planicie de la Alta Suabia es casi siempre ondulada; bosques y bosquecillos alternan con las superficies de sembrado.
Wilflingen es un anejo de una población cercana. Landenenslingen. Consta de unas pocas calles y unas cuantas casas; las construcciones recientes son pocas y las calles están limpias y, hoy, desiertas. Las casas, casi todas ellas domicilios unifamiliares, tienen en su parte trasera un huerto jardín. El edificio principal de la aldea es sin duda el castillo de los Stauflenberg. No son pocas las construcciones que llevan sobre el dintel de su puerta principal el escudo de armas de esa estirpe. Por ejemplo, ésta a la que nos encaminamos. Es un recio edificio de piedra, construido en 1728, y tiene cuatro alturas. El tejado, a cuatro aguas; la fachada principal, al oeste. De las siete ventanas del segundo piso, las dos del extremo izquierdo corresponden al cuarto de trabajo de Jünger. En esta casa vivieron durante dos siglos los guardabosques mayores de los Stauffenberg. Desde abril de 1951 la habita el escritor. En tiempos de adversidad le fue ofrecido aquí generoso refugio; primero, en julio de 1950, en el propio castillo, y luego, desde la citada fecha, en esta casa.
Abre la puerta la señora Jünger. Cordial, sonriente, vestida con sencilla elegancia. Nos invita a subir la escalera de madera, que, como me comentó hace años, ella baja y sube tantas veces al día. Junto al arranque de la escalera hay en la pared un gong; seguramente servirá, en esta casa de once habitaciones, para avisar las horas de la comida y para otras llamadas. Cuando entramos en la biblioteca que precede al estudio de Jünger, a través de la puerta abierta veo al escritor sentado a su mesa de trabajo. Tan pronto oye la voz de su esposa que dice «ya han llegado» se levanta de golpe con una agilidad de felino, y con pasos elásticos, pero reposados, viene a saludarnos. Un cálido apretón de manos, lleno de vitalidad; en su rostro veo unos ojos que sonríen. Están serenos, tranquilos. Jünger no concede entrevistas periodísticas en el sentido habitual, pero está siempre abierto a mantener un encuentro humano, un diálogo. Siente verdadera alergia por los «aparatos»; ninguno de ellos, ni magnetófono, ni vídeo ni ningún otro artilugio turbará las horas de conversación que vendrán. Aún de pie, me enseña los tres volúmenes de la edición del «Quijote» comentada por Vicente Gaos, que le regalaron hace años en Bilbao.
El proceso de la muda
Una voz sentados todos en cómodos butacones bajos, Jünger cruza las piernas y junta las manos en una actitud muy típica suya. Con los ojos bajos, parece adoptar en ese momento la postura del padre Lampros descrita por él en «Sobre los acantilados de mármol». Le transmito saludos de amigos y le comento la impresión que me ha causado Wilflingen. Le pregunto si se encuentra a gusto en esta aldea y, sin alzar los ojos, dice varias veces que sí. ¿Por qué? En ese momento levanta los ojos y me mira:
-Porque aquí nos conocemos todos. Yo conozco a todo el mundo y todo el mundo me conoce a mí. En los bautizos acompañamos a los vecinos a la iglesia, y en los entierros, al cementerio. Recuerde lo que dice Lutero en su «Catecismo»; «Buenos amigos, fieles vecinos».
(Efectivamente, Lutero en su «Catecismo», al explicar las peticiones del Padre Nuestro, dice que del «pan nuestro de cada día» forman parte también «los buenos amigos y los vecinos fieles». Es una frase que se usa como proverbio en Alemania.)
-También está, naturalmente, la proximidad de los bosques. Sobre todo desde 1933 no puedo prescindir de ellos.
Jünger vuelve a bajar los ojos. Le recuerdo que cuando en octubre de 1943 visitó él al pintor Braque en su estudio de Montsouris (Braque tenía entonces 61 años y Jünger 48) le preguntó por las experiencias que había tenido con el envejecer. Ahora a él le faltan tres semanas para cumplir los cien años; seguramente sabrá qué es eso. Jünger sonríe y mueve varias veces 1a cabeza; duda, y, por fin, señala un libro que está sobre 1a mesa: se titula «Siebzig verweht IV», y es su última obra, el tomo sexto de sus Diarios, aparecido la semana anterior; un grueso volumen de 500 páginas, que abarca los años 1986-1990.
-Pues… si uno permanece productivo, el envejecer es también una serie de cambios de piel. A mí me pasa en este caso lo que a las serpientes; mientras dura el proceso de la muda, que aquí seria la “producción» del libro, la vista se les enturbia a las serpientes. Pero una vez que se han desprendido de la piel, sus ojos se vuelven brillantes y su capacidad visual aumenta de modo extraordinario. En este momento yo me encuentro en esa situación.
Y suelta una de sus breves carcajadas, que serán frecuentes a lo largo de la conversación. Entretanto la mujer de Jünger ha traído café y bombones de chocolate. Es increíble la agilidad con que esta ya no tan joven señora se mueve por el piso de madera, sobre el que se ven numerosas alfombras. Trato de ayudarla, pero lo impide. El escritor, que no se ha servido azúcar en su taza, la toma con rapidez y bebe todo su contenido de un solo trago. Observo cómo va vestido hoy: de punta en blanco. Un impecable traje azul marino, una camisa clara a rayas y una hermosa corbata floreada, con un nudo perfecto. Bien rasurado. El momento del café se presta a hablar de Alemania. ¿Qué les pareció la caída del muro? Los dos responden a coro y enérgicamente que nunca dudaron de que alguna vez ocurriría y que su alegría fue inmensa.
-Yo -dice Jünger- siempre tuve la esperanza de que Alemania volvería a unificarse. Estaba completamente seguro de ello. De lo que ya no estaba tan seguro es de que pudiera vivirlo. Por ello me sorprendió la rotundidad con que el canciller Kohl, que estuvo en esta casa poco antes, me aseguró que el acontecimiento era inminente. La noche del 9 de noviembre de 1989 mi hijo Alexander me llamó desde Berlín y por el teléfono pude escuchar los gritos de júbilo de la muchedumbre. Mis dos nietos estaban tan fuera de sí de alegría que se subieron al muro y. como tantos otros jóvenes, se pusieron a bailar sobre él. Aquella noche nos quedamos ante el televisor hasta bien entrada la madrugada.
-¿Qué sentido le ve a ese acontecimiento?
-Naturalmente, no lo interpreto en el sentido de un despertar nacional, sino como parte de un nuevo encuentro entre el Este y el Oeste, como un deshielo de fronteras dentro de la evolución general hacia el Estado mundial. Deseemos que el mundo se vuelva más pacífico.
La eternidad del placer
-¿Y el futuro?
-Soy optimista. Nos hallamos en la edad de los titanes. Los dioses se han retirado, pero no han muerto, como dijo Nietzsche. Volverán. El Estado mundial, que ya es una realidad en tantas cosas, tendrá también su configuración política. Y espero que haya una gran paz.
-Esa frase de Nietzsche...
-La frase de Nietzsche «Dios ha muerto», como toda su filosofía, es propia de titanes. Vea usted un ejemplo. Nietzsche afirma que «el placer quiere eternidad». Pero en eso se equivoca. El orgasmo, por poner un caso, no quiere eternidad, sino intemporalidad; quiere que el tiempo quede suspendido, que no fluya. La eternidad del placer sólo la quieren los titanes.
-Pero usted inventó la «movilización total». 
Jünger se endereza en su asiento y su respuesta es firme:
-Yo no inventé la movilización total, sino que la descubrí, que es cosa completamente distinta. Ella estaba allí desde hacía tiempo. Y la describí. De esa fórmula mía, como de otras, se hizo por algunos un uso perverso. Pero es una de tantas cosas que tiene que soportar quien dice lo que ve. Entretanto hemos comprobado que países tanto democráticos como totalitarios han decretado en su momento la movilización total. Y siguen haciéndolo.
Un comentario sobre ciertas apariencias externas hace que Jünger se levante. Miro la erguida espalda del escritor que camina hacia su estudio y veo por encima de sus hombros, alineada sobre una estantería, su famosa colección de relojes de arena antiguos. ¿Los usará para sus lecturas y meditaciones? Regresa con una foto, que me regala y firma: «Ernst Jünger. 1920».
-Así era yo entonces.
El mismo de ahora. Sólo la cabellera se le ha vuelto completamente blanca. Y, naturalmente, el terso rostro de entonces se ha llenado de las arrugas del placer y del dolor. Le digo que dentro de unos días se publicará en España el tomo tercero de sus Diarios y que en mayo aparecerá la traducción de su tratado «Sobre el dolor». Estas cosas le llenan de alegría. Me pregunta con mucho interés por las críticas que tuvo en España su libro «La tijera». Jünger no es un hombre insensible, ni mucho menos. Las críticas fundadas las agradece, aunque pocas veces responde. En cambio las insidias, las calumnias, el odio lo irritan y provocan indignación en él.
-¿Por qué es usted un «hombre discutido»?
-Es un título que me cae bien. Siempre he tenido enemigos, incluso «perseguidores de oficio», por así decirlo. El que yo sea discutido no se debe a las cuestiones políticas, sino, a mi parecer, a mi relación con la muerte.
Se produce en medio de la conversación uno de esos silencios profundos, tan normales en las conversaciones alemanas, pero que a veces sorprenden a los meridionales no acostumbrados a ellos.
La señora Jünger nos sirve una segunda taza de café y el escritor vuelve a beber la suya con la misma presteza que antes. Al ser retirado el servicio de la mesa, vienen a ella los libros. La habitación en que nos encontramos tiene cubiertas todas las paredes de estanterías repletas de libros. Es su biblioteca más personal, la de uso más frecuente, situada junto a su cuarto de trabajo. Sobre la repisa de una de las dos ventanas de la habitación, numerosas fotografías de familiares y amigos. Pero toda la casa es una inmensa biblioteca. El Estado alemán, me explican, acaba de adquirir la totalidad del legado artístico-1iterario de Jünger. Todos sus manuscritos, miles de libros: casi cien mil cartas, también las obras de arte. Cuando el escritor falte, toda esta riqueza será trasladada al Archivo de la Literatura Alemana situado en Marbach am Neckar. La señora Jünger, que fue antes archivera en Marbach, aclara:
-Allí estarán todos juntos, de modo muy parecido a como ahora se encuentran aquí, en un edificio propio.
(Con dolor pienso en lo que ocurre en España con los legados de los grandes escritores.)
¿Vida sin literatura?
Pregunto al escritor por su relación con la lectura:
-No podría existir sin ella. Vivo en los libros casi más que en la realidad. Si no tengo algo mejor a mano, leo lo que encuentre, aunque no me guste. Tiene que haber en la lectura algo más que la mera incorporación de contenidos. En la antigua China la destrucción de un papel escrito se consideraba un-sacrilegio. En todo caso, aparte de las lecturas que realizo aquí en el cuarto de trabajo y en la biblioteca, no consigo dormirme sin haber leído antes un par de horas.
Pequeñas noticias de la vida cotidiana, recogidas al vuelo en el transcurso de la charla. ¿Lee Jünger periódicos? Sí, uno al día, pero me aclara: «En diagonal». ¿Sigue haciendo sus diarias caminatas por los bosques? Sí, de ellas vuelve reconfortado. Explica que ahora suele hacer «der kleine waldgang» (me sobresalto, pues esa expresión puede traducirse por «la pequeña emboscadura»), y me describe con detalle el itinerario: se sube por la pequeña cuesta del cementerio... En cuanto mejore un poco el tiempo empezará a cavar el jardín y a plantar en él legumbres y flores. ¿Sus dos tortugas, Theodolinde y Gigas? Están abajo. Pero no puede enseñármelas, porque aún no han despertado del letargo invernal. Seguramente lo harán pronto. Y a propósito de ellas vuelve a hablarme de los «fieles vecinos». Son unas tortugas muy amantes de la libertad y a veces se escapan, Pero siempre son traídas por los vecinos que las encuentran. Y hace un gesto muy expresivo con las manos, imitando la forma como los vecinos le presentan en la puerta las perdidas tortugas ¿Sigue bañándose a diario con agua fría? Sí. «Es que, si no, no consigo despertarme». ¿Fuma? Sí, uno o dos cigarrillos al día, pero siempre en el jardín; y si lo hace en la casa, con la ventana abierta. Se siente melancólico cuando se despierta por la mañana, pues duda mucho de que el día llegue a ser tan bello como la noche con sus sueños.
Es un poco remiso a concretar cuáles son sus lecturas habituales. Pero basta mirar los libros que tiene a mano, junto a su mesa de trabajo, para imaginarlas: Goethe, Dostoievski, Joseph Conrad, Nietzsche, las obras completas de León Bloy, los muchos tomos de las «Memorias» del duque de Saint-Simon, el cronista de la corte de Luis XIII, una preciosa edición de «Las mil y una noches», Heródoto, Plutarco, Casanova, La Biblia.
-¿Sigue leyendo a diario la Biblia?
-No, diariamente no. De vez en cuando.
Me atrevo a hacerle una pregunta tal vez impertinente.
-¿Qué le parece el Papa actual?
Reprime una sonrisa, duda:
-Creo que siempre es bueno que haya alguien que a ciertas cosas «diga no».
-¿Pero no es demasiado conservador?
-Bueno, al fin y al cabo yo también «me conservo». Así es que en ese sentido también yo soy un conservador...
El arte y la divinidad
Volviendo a las lecturas: los autores predilectos de Jünger son los memorialistas e historiadores de viejo estilo y también los grandes escritores de cartas.
-¿Cuál es, según usted, la misión del arte?
-Yo pienso que son dos: acercarnos a la divinidad y desterrar el miedo a la muerte.
Nuevamente se produce un silencio como el de antes. Desde las ventanas del estudio del escritor se divisan al otro lado de la calle los dos bellísimos y centenarios tilos que flanquean el portal de entrada al castillo de los Stauffenberg. Aparecen con frecuencia en los diarios de Jünger, sobre todo en los apuntes de primavera, cuando los árboles están llenos de pájaros que vuelan hasta sus ventanas cruzando la calle, y en los apuntes de otoño, cuando pierden sus hojas. El pintor René Magritte, que nunca llegó a ver esos tilos, dibujó exactamente uno de ellos. En junio de 1956 Magritte le escribía en una carta a Jünger: «Aquí en Bruselas están cortando los árboles de los paseos y de las avenidas y derribando muchas casas antiguas, que son sustituidas por construcciones horribles. Creo que el 'progreso' no ha llegado todavía a Wilflingen para "mejorarlo". ¡Qué suerte tiene usted!»
El tiempo va pasando agradablemente, sin dolor. Son muchos los sueños soñados, son miles las páginas escritas entre estas paredes; sin duda hay mucho «espíritu» remansado en esta casa, que Jünger habita desde hace 45 años. Tengo en la mano la foto que antes me regaló y como en ella aparece con la orden «Pour le Mérite- le pido que me la enseñe. Le fue concedida en 1918 por el último emperador alemán, pese a la oposición de Hindenburg. Jünger se levanta rápido como siempre, va al despacho y vuelve al instante con la condecoración. Coloca el estuche sobre la mesa, lo abre y me la muestra. Jünger es actualmente el único caballero vivo de esa Orden, fundada por Federico el Grande. La Orden es prusiana, no alemana. Prusia ya no existe, pero aún pervive en el último caballero de la Orden. Cuando él desaparezca, Prusia se habrá extinguido definitivamente.
-En su «Historia de la literatura alemana» afirma Klaus Günther Just que «Calle de dirección única» (1927), de W. Benjamín, «El corazón aventurero» (1928), de E. Jünger, y «Huellas» (1930), de E. Bloch, fueron las tres obras en prosa más importantes publicadas durante la República de Weimar. Y que convergen tanto en su forma (el fragmentismo) como en su contenido (la orientación al futuro).
Jünger calla, no hace comentarios.
Una bella muerte
-Antes habló de su relación con la muerte. ¿Cómo se muere ahora?
-Antiguamente el campesino, cuando le llegaba su hora, se metía en la cama, tomaba la Biblia, leía un poco en ella y expiraba. Hoy el morir ya no resulta tan barato, sino carísimo. Se pagan cantidades enormes por tener una mala muerte en los hospitales. No es que la gente tenga hoy más enfermedades, sino que se ha vuelto más miedosa. Morir con un libro en las manos es una bella muerte.
-¿Y si hiciera falta una ayuda para los dolores de la agonía?
-El empleo de la morfina me parece problemático; podría ser un obstáculo para la caminata por los aposentos sagrados del acercamiento durante el tránsito. Si fuera necesario, me parece mejor el opio. Huxley ensayó el LSD.
Ha llegado el momento de hacer la pregunta, pero no sé si atreverme. Casi tartamudeando, digo:
-¿Y después?
Largo silencio de Jünger.
-En mi libro «La tijera» he dicho ya lo suficiente sobre ello. Voy a contarle una curiosidad. Eurídice (Euridice es una niña con la que el escritor se cartea) me escribió hace algún tiempo desde Siena que, según ella, permaneceremos muertos la misma cantidad de tiempo que hayamos vivido. Un niño que muriese al nacer, volvería inmediatamente a la vida. Un niño de cinco años, a los cinco años. En cuanto a mí, me decía que sería castigado por haber vivido tanto, pero que regresaría en forma de flor o de mariposa.
Me cuenta que en el buen tiempo, con sol, le gusta lanzar pompas de jabón sobre el jardín, con un pequeño aparatito, como el que usan los niños.
-Son realmente el símbolo de la fugacidad. Pero son tan hermosas...
De la esperanza y el miedo
Jünger acaricia con los ojos la portada de la traducción española de «La tijera». Figura en ella un fragmento de «El jardín de las delicias», el tríptico de El Bosco que se halla en El Prado.
-Ese cuadro aún no lo ha visto usted. ¿Irá a contemplarlo alguna vez?
Los ojos del escritor chispean.
Salen a relucir, como era inevitable, los nazis. Jünger arremete contra ellos y se mofa de la increíble vanidad de Goebbels. Con inmensa gracia y entre carcajadas cuenta con una anécdota cómico-picante de la vida galante de aquel ministro de propaganda.
Ha llegado el momento de la despedida. Le pido que me escriba en un libro una máxima para la vida. Se pone serio, medita y por fin, decidido, toma su estilográfica de tinta azul y estampa en el volumen recién publicado de sus Diarios estas palabras: «Auf alie Fälle führt die Hoffnung weiter als die Furtcht» («En todos los casos la esperanza lleva más lejos que el miedo»). Me entrega el libro con gravedad, pero con una sonrisa. En ese momento siento una extraña tensión en mí y también, creo, en el propio Jünger. Aún queda una palabra por decir, una palabra sencilla, pero que yo no encuentro. Jünger se me adelanta, toma otro libro, la traducción castellana de «Radiaciones II», y escribe: «Mit herzlichem Dank. Für A. S. P.» («Con mi cordial agradecimiento. Para A. S. P.») Cuando me entrega el volumen, la tensión ha desaparecido.
Para el próximo día 29, fecha de su cumpleaños, Jünger ha organizado una pequeña fiesta en un pueblo cercano, Saulgau. Hace días que me invitó a ella y tiene la esperanza de que acuda. Dice sin miedo:
-Nos vemos, pues, ese día.
-Allí estaré.
Un último apretón de manos. Cuando bato la escalera, me doy cuenta de que Jünger acaba de hacer un primer uso práctico de la máxima que me ha escrito en el libro. He visitado a un hombre libre y que hace libres a los demás.
Andrés SÁNCHEZ PASCUAL
ABC Literario. 23 de marzo de 1995. pp. 16-19.