“Yo
no bailo al son de la palabra postismo, pero la custodio en mi fuero interno.”
Entrevista a Carlos Edmundo de Ory,
poeta y fundador del postismo
Carlos
Edmundo de Ory es uno de esos poetas que dejan hablar a su obra. Una obra que
desde su fulgurante inicio vinculado al movimiento postista no ceja en su
desarrollo. Mañana el autor presentará en el Ateneu Barcelonés, junto a Pere
Gimferrer y Rosa Lentini, “Melos
melancolía”, su último libro de poesía, publicado por Igitur. Recoge en
esta obra poemas escritos desde 1977 con los que continúa profundizando en una
de las vertientes más fecundas de su obra: música, locura y palabra, melodía y
melancolía, se unen en ellos para dar cuenta del enigma de la creación poética.
Por lo demás, autocrítico y reflexivo, sigue por caminos poco frecuentados y,
ni quiere juzgar la poesía actual (“no
soy médico de la poesía”), ni se aviene a comentar el fallecimiento de
Alberti: “No entra en mi carácter
oficializar las cosas íntimas”.
—
Se ha dicho de usted que ha sido uno de los autores peor comprendidos en los
últimos tiempos. ¿Cree que es cierto? ¿Cuál cree que ha sido la causa de esa
incomprensión?
—
No sé qué contestar a sus dos preguntas que se muerden la cola. Es que no me he
preocupado nunca de cosas así, tan fuera de lo que realmente me importa. Para
un artista lo único importante es su propia creación. Lo demás, ser comprendido,
aplaudido, premiado, es harina de otro costal. Tiene que ver con el ansia de
nombradía, de éxito, de galardón. En mi juventud vivía endiosado, me comparaba
con los más grandes genios de la poesía. Llegué a escribir en mi diario: “Estoy más cerca de Dante y de Milton que de
mis contemporáneos”, y también esto: “A
veces escribo algo tan hermoso que me horrorizo de saberme desconocido”.
Qué lindo, ¿verdad?
—
Junto con Sernesi y Chicharro, usted funda en 1945 el postismo. ¿Qué supuso ese
movimiento en la literatura de la época? ¿Cuál ha sido su influencia posterior?
—
No me hablen del postismo a mí. Sepa usted que yo no bailo al son de la palabra
postismo, ventilada fuera de estación. Eso sí, custodio la palabra en mi fuero
interno: la guardo en un cofre cerrado con llave. Pero he tirado la llave a un
pozo. En nuestros buenos tiempos, a pesar de los aires malos, el postismo era
un niño rollizo que nació con barbas. Cuando lo sacamos a la calle, llevándolo
en brazos por la Gran Vía, al grito de “¡Ha
salido el postismo! ¡Ha salido el postismo!”, la revista que valía dos pesetas, nuestro entusiasmo nos cegó. No
vimos venir la lluvia de piedras.
Nadie
se nos acercó a besar al pobrecito monstruo en Madrid. Los espaldarazos,
cariñosos nos colmaron de dicha sabiendo que provenían de inteligencias
universales y catalanas: Eugeni d´Ors y Juan Eduardo Cirlot. El filósofo dijo a
España, hablando de Chicharro y de mí: “Ellos
suponen la aurora del postismo”. El poeta nos dijo: “Leo vuestra revista, yo, un habitante de la sombra temporal. Me he
emocionado por la intención, espero que cada número supere al anterior”. Y
cuando nos cortaron las alas, Cirlot me escribía: “¡Ah, cómo añoro el postismo!”.
—
Le siguen otros movimientos como el introrrealismo o el APO, emparentados
siempre con las vanguardias. ¿Siguen hoy vigentes las aportaciones de las
vanguardias?
—
No me estrujo el cerebro reflexionando sobre ese tipo de cosas. Ya otros se
ocupan por ahí en descubrir eventos de la inacabable moda retro internacional y
demás turismos de vanguardias a contratiempo. No son más que caricaturas de las
sublimes vanguardias pretéritas. Todos sabemos que no está el horno para
bollos. La gente, los medios, incluso los políticos, todos esos eruditos a la
violeta, se adueñan de manera idiota terminologías sacadas de quicio:
apocalíptico, kafkiano, surrealista, futurista, zen. Son adjetivos vacíos o más
bien barbarismos al uso que se atribuyen a personas ya cosas gratuitamente.
—
¿De qué forma influyó en su obra su salida de España en 1954?
—
Dentro o fuera de España, mi trabajo de escritura ha sido lineal, no conoció
curvas a través de los tiempos y los lugares-.El exilio voluntario influyó
decisivamente en mi modo de vivir como habitante en el extranjero. Pero mi obra
continuó su ruta errante lo mismo que cuando estaba en mi país. En los “Poemas de 1944”, escritos en España, y
en los de “Melos melancolía”, escritos
en Francia, quien tenga oí dos oiga el mismo canto existencial.
—
Usted ha relacionado su obra con el concepto de “escritura errante”. ¿Cómo aplica ese concepto a su obra? En todo caso,
ese viaje o vagabundeo, ¿conduce a algún lugar?
—
En mi poesía hablo a solas caminando sin meta. Lo digo en los versos del último
poema de “Técnica y llanto”: “Si estás solo camina y habla solo /Todas son
para ti las grandes avenidas”. ¡No hay camino! Es el no abierto que nadie
puede pisar. Esto se lo oí decir a Goethe, y añadía: “En lo lejano eternamente vacío, no verás nada sólido para reposar”.
Y el ideal de Novalis: “Actioin distans,
montañas lejanas, hombres lejanos, hechos lejanos”.
—
Se ha señalado el carácter ético de su obra. ¿Qué es la ética en poesía y cómo se
la reconoce?
—
Hemos de considerar, ante el concepto de ética, el valor primordial de la
palabra misma, de origen griego: “ethikos”,
que se asocia comúnmente con otra palabra, derivada del latín: moral. Pero no
hay que confundir la moral con lo moral. La moral corresponde a las costumbres,
mores, en relación con los actos humanos, en general, buenos y malos. En esto
radica el problema de la moralidad pública como se entiende hoy en día.
¿Quiénes son los buenos, quiénes son los malos? Se dice que vivimos en una era
poscristiana. Que se ha perdido la fe, y se ha perdido el amor. Uno de mis “aerolitos” reza: “Nuestra sociedad ‘anthropoenica’, campo del hombre unidimensional,
impide la respiración de lo Otro Único”. En cuanto al carácter ético de mi
obra, queda resumido en estas palabras: “Informo
al mundo de mis aullidos”.
PERFIL
La escritura errante
“Cómo llegó mi voz a parecerse a mí”, se
pregunta Carlos Edmundo de Ory en uno de los poemas de “Melos melancolía”, subrayando el carácter sobrevenido o enigmático
de la creación poética. Pero el verso señala también el elemento central de su
obra y su vida: la errancia o vagabundeo, sin rumbo fijo, por los caminos menos
trillados de la poesía. El poeta señala tres etapas en su peregrinaje: la “formatio” gaditana, la “reformatio” madrileña y la “transformatio” final fuera de España. En
la biblioteca de su padre, el poeta modernista Eduardo de Ory, se aficionó a la
lectura de los modernistas hispanoamericanos, que moldearon sus “inclinaciones
hacia la literatura no conformista”. Pero será en el Madrid dela inmediata
posguerra, cuando con Chicharro y Sernesi funde el movimiento postista, esa “locura inventada”, en palabras de Ory,
vanguardia de vanguardias, heterodoxa y subversiva, que dejaría huella en autores
como Cirlot o Arrabal. A partir de 1954 realiza sucesivas estancias en París,
Lima y Tánger. Su ansia de experimentación, que sigue viva, se humaniza con el
introrrealismo y recoge los ecos situacionistas del mayo francés con la creación
del APO (Atélier de Poésie Ouverte), ya en su casa de Amiens. Pero su obra no
logra una presencia continuada entre nosotros hasta la aparición, en 1970, de la
antología “Poesía 1945-1969”. Luego
se sucederán las obras publicadas: “Técnica
y llanto”, “Los poemas de 1944”, la novela “Mephiboseth en Onou” o los aforismos titulados “Aerolitos”.
Santiago
Martínez
La Vanguardia,
Cultura, 1 Noviembre 1999. p. 36
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