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sábado, 29 de mayo de 2021

Tres entrevistas a Jorge Eduardo Rivera sobre su traducción de "Ser y Tiempo" de Martin Heidegger (La Tercera, oct. 28, 1997; El Mercurio mayo 28, 2006; Presencia Marista, sept. 2007, )

 


Jorge Eduardo Rivera, traductor de Ser y Tiempo: “Heidegger era un místico

Editorial Universitaria presenta mañana la segunda traducción al castellano de la obra cumbre del filósofo alemán. Interpretación realizada por un chileno, quien dedicó 23 años a esta tarea.

Ir hacia una estrella. Esa era la frase, el ideal de uno de los pensadores más importantes del siglo, Martin Heidegger (Alemania, 1889-1976). Su obra cumbre, Ser y Tiempo (1927), cumple 70 años. Y un filósofo chileno, viñamarino, Jorge Eduardo Rivera, la ha traducido al castellano. Es el segundo traspaso a nuestro idioma, que anuncia superar las vallas (y fallas) lingüísticas de la primera interpretación, que imperó por más de cuatro décadas.

La versión castellana existente hasta hoy de Ser y Tiempo se debe al mexicano [sic] José Gaos y data de 1951. Con ella estudió Jorge Eduardo Rivera, hasta que aprendió alemán y pudo leer la obra en esa lengua. “Me di cuenta de que era transparente, dice. Yo estaba acostumbrado a esa cosa rarísima, abstrusa, casi para iniciados; pero el texto original no es así”.

Emprendió la tarea de traducir. Hizo una primera versión a inicios de las ‘70, en Chile. La revisó. Viajó a Alemania y logró un segundo texto, a fines de los ‘80. Regresó al país y se concentró los últimos cinco años para dar con la vencida. En total, 23 años de trabajo, cuyo fruto ha publicado Editorial Universitaria.

¿Cuáles son las fallas de la primera traducción?

Era una versión muy meritoria. Pero aunque es precisa, está en un castellano incomprensible, rebuscado, raro. La gente cree que Heidegger hablaba así, pero él usaba un lenguaje absolutamente corriente. Lo que decía podía resultar complejo, pero cómo lo decía era muy simple. Y Gaos es lo contrario: su lenguaje es sumamente difícil, ininteligible.

¿Cómo orientó su trabajo entonces?

Lo lindo del lenguaje es que no se note, porque hablamos de cosas, no del lenguaje. Cuando se nota, chocamos con él y se siente incómodo. Mi ideal era hacer hablar a Heidegger en castellano sencillo. Por principio, siempre elegí la expresión más fácil, para que fuera lo más transparente.

¿Esa opción por la sencillez no afectó las ideas?

La traducción debe ser absolutamente fiel a la idea. Pero para eso usted no puede traducir literalmente del alemán, porque cada idioma tiene sus modos, su manera de decir las cosas. Entonces, para ser fiel, hay que escribirlo distinto. La traducción es pensar exactamente lo que pensó el otro, con los recursos lingüísticos que uno tiene en su lengua.

Su traducción, entonces, ¿es una interpretación?

Es mi interpretación. Nuestro idioma tiene posibilidades de decir que son distintas de las del alemán. Estoy interpretando, pero dando mejor el sentido en castellano. Por ejemplo, el verbo estar, que no existe en alemán. Cuando Heidegger habla del ser como “ser en el mundo”, yo digo estar en el mundo. Porque estar es mucho más fuerte que ser, si lo tomamos en sentido ontológico. Estar en el mundo es mi modo de ser, mi ser es un estar en el mundo. No es que yo sea y luego esté en el mundo, sino que soy estando.

Claridad

La obra de Martin Heidegger ha sido decisiva en el pensamiento contemporáneo. Toda la filosofía europea posterior depende de él, expresa Jorge Eduardo Rivera. “La hermenéutica de Gadamer nace en Heidegger, como la versión francesa de Derrida, la corriente ética de Habermas, la filosofía analítica inglesa. En todo el mundo se trabaja sobre Heidegger, en todos los planos. Y Ser y Tiempo es absolutamente actual”.

¿Qué le dice Ser y Tiempo al hombre de hoy?

Le propone que atienda a algo esencial en la existencia, que es el ser. Por naturaleza estamos en el ser, pero por acción nos hemos ido a mil lados distintos. Se trata de volver a lo que somos. Si atendiéramos al ser, seríamos más buenos. El respeto al otro viene del respetó al Ser. Porque él hombre es respetuoso cuando respeta al ser de las cosas. Si lo hiciéramos, seríamos buenos, espontáneamente.

¿El hombre busca el bien?

El hombre, sin duda, busca el bien. Si está en el ser, está en el bien. Si nos abriéramos al ser, realmente seríamos respetuosos de los demás, de la vida, del ser humano. Vivimos por gracia, aunque no en el sentido teológico. Vivimos de regalo. Y hay que ser respetuosos de lo que se nos da.

En el fondo, ¿Heidegger sería un místico?

Un místico, sí. 

Todo Ser y Tiempo es un tratado de ética, según Heidegger. 

Pero no es un tratado de ética que entra en detalle, sino en los fundamentos. Si usted toma esos fundamentos, lo demás sale solo, espontáneamente.

¿No es oscuro o angustiado como el existencialismo?

No tiene nada de esa oscuridad. Lo que pasa es que los existencialistas aprovecharon su análisis de la existencia y lo utilizaron para otra cosa. Heidegger, a quien conocí en 1961, me dijo que Sartre no había entendido su pensamiento. Él no es un nihilista ni un angustiado, sino un hombre abierto a la inmensidad del ser y de Dios. De hecho, pidió ser enterrado según los ritos católicos. Su lema era “ir hacia una estrella”, que para él fue la búsqueda del ser en la vida.

Andrés Gómez B.  La Tercera. -- oct. 28, 1997, p. 38 retr.

En Heidegger surge la angustia por el otro

Jorge Eduardo Rivera (1927) nos recibe con llaneza en el living de su casa. Por su sencillez en el decir y en el estar pocos podrían sospechar que se trata de uno de los discípulos más reconocidos de Martin Heidegger y del español Xavier Zubiri. Es Doctor en Filosofía por la Universidad de Heidelberg, autor de una magnífica traducción de Ser y Tiempo y de numerosos ensayos en su especialidad. Rivera también, y se le nota, es profesor por más de 53 años. Con ocasión de su cumpleaños 75, la prestigiosa editorial Trotta editó un libro en su homenaje en que participaron filósofos de la talla de Otto Poggeler, Jean Grondin, François Fedier o Friedrich-Wilhelmen von Herrmann.

—¿Cómo llegó usted a la filosofía de Heidegger?

Si bien en el colegio ya había oído hablar de él, fue especialmente cuando era seminarista de los Sagrados Corazones y al decidir ir a Alemania a continuar mis estudios de filosofía. En Friburgo escuché inmediatamente hablar de Heidegger. Yo asistía a las clases de Eugen Fink y Bernhard Welte y quería conocerlo. Con Alfonso Gómez Lobo fuimos una noche a ver su casa, a la salida de Friburgo. Ahí está “la casa del ser”, dijimos. Pero no, no nos animamos a tocar.

Una vez le hice una pregunta al ayudante de Fink, un hombre muy llano, joven, de 26 años, hijo de un pastor luterano: ¿para qué filosofa un cristiano? “Es una pregunta muy difícil para mí”, dijo, y me remitió al propio Fink. Yo era muy tímido, pero me insistió. Fui, entonces, vestido como sacerdote, me puse al final de la cola el día en que los alumnos iban a preguntar. Él me hizo pasar desde el final y me dio mucha vergüenza, pero les hice un gesto a los demás como diciendo: “Qué quieren, si él me llamó.” ¿Para qué filosofa el cristiano si ya tiene la respuesta de la fe?, le inquirí entonces. Pero Fink me responde que esa es una pregunta para Heidegger. Yo pensé que Heidegger, si llegaba a él, me iba a decir “esa es una pregunta para Hegel”. Finalmente, gracias a la intermediación de Fink, recibí una tarjeta de Heidegger en la que aceptaba recibirme un 27 de julio. Todavía guardo esa tarjeta. Después de eso tuvimos varios encuentros.

Luego, cuando volví a Chile, quería regresar a Alemania y le escribí pidiéndole que me recomendara para la beca Von Humboldt. Me envió una recomendación con una tarjeta, decía que esperaba que me fuera bien y que nos viéramos en Alemania.

—¿Cómo era Heidegger en el trato humano?

Era amable pero muy ad-rem. Nada de cómo están las cosas en Chile, cómo está usted, etcétera. Iba directo al punto.

—¿Tenía sentido del humor?

Yo diría que sí. Un día me preguntó: ¿cuántas veces sale usted a caminar por la montaña? Ninguna, respondí. Entonces, me dijo, no se puede hacer filosofía sin caminar por la montaña. Le hice caso y salía a caminar todos los días. Me iba siempre a un lugar en las montañas, donde unas monjitas. Ellas estaban felices porque les hacía misa. Entonces siempre, durante las vacaciones me iba a ese lugar, donde tenía un pequeño departamento con una vista maravillosa que daba a las montañas.

—A Heidegger, ¿le gustaba, por ejemplo, la música?

Mucho. Sé que Schubert le gustaba mucho. A mí también me gusta mucho. Mi orden es Dios, la música y después la filosofía. El quinteto en Do mayor con dos cellos. ¡Es lo más grande que se ha escrito en la música!

—¿Cuál fue la respuesta que le dio Heidegger ante la pregunta que usted le hizo?

La filosofía nos hace entrar en lo profundo de las palabras, me dijo él. Así, el lenguaje se transforma en una cosa mucho más viva y más honda y llena de riquezas. Si usted se acostumbra a eso, usted también va a poder leer y entrar más profundamente en La Palabra. Respuesta maravillosa.

—A Heidegger se lo ha acusado por errar en sus relaciones humanas. Con sus maestros como Husserl, por ejemplo, o con Hannah Arendt. También se lo acusa de nazi. ¿Cuál es su posición?

En primer lugar, con sus amores yo no me meto. Son cosas totalmente personales. Además, Hannah Arendt debe haber sido una mujer extraordinariamente atrayente... En lo que sí me meto es en el tema del nazismo. El año 33, cuando él dio la famosa conferencia por la que lo acusan de nazi, nadie sabía lo que iba a ser Hitler. Cómo no se dio cuenta, dicen todos. Bueno, Churchill, político muy astuto, el año 34, o sea un año después, dijo que no se sabía si Hitler iba a ser un gran líder mundial o un desastre para la humanidad. O sea, si Churchill no lo sabía, el gran político, no lo podía saber Heidegger tampoco. Heidegger no es responsable de no haber adivinado.

—¿Usted cree que hay algún elemento nazi en su filosofía?

Absolutamente no. Eso por ningún lado. Al contrario.

—¿Qué cree usted que hace de Heidegger, incluso entre sus detractores, uno de los pensadores más grandes del siglo XX?

Heidegger en su primer libro importante, Ser y Tiempo, publicado el año 27 (mismo año en que yo nací) retoma la pregunta griega acerca del ser: ¿qué queremos decir cuando decimos la palabra ser? Esta pregunta había caído en el olvido.

—En realidad, la formula por primera vez, pues la de Heidegger no era la misma pregunta de los griegos.

Claro, la pregunta de los griegos era por las cosas que son (la entidad de los entes). En cambio, la pregunta de Heidegger es por el Ser. La pregunta por el ser no es por una cosa que es, sino por aquello que hace posible que las cosas sean. El ser es lo que traspasa todos los entes; es decir, a todas las cosas que son. La pregunta por los entes, por las cosas, puede ser por los colores, las formas, etc. Pero la pregunta por el ser es como por la luz, que hace posible que haya colores. La luz no se ve, es puro esplendor, luminosidad, posibilidad de claridad, pero en sí, no es nada.

Heidegger analiza, además, un ente muy particular, que está constituido esencialmente por la comprensión del ser: el ser humano. Heidegger llama al ser humano Dasein. Da, Ahí, es la apertura por la que comprende el ser. El ser humano está abierto no sólo a las cosas, sino que en primer lugar al ser. Sólo porque está abierto al ser, es decir, a la luz que ilumina las cosas, entonces también puede estar abierto a los entes. Heidegger descubre que el Dasein, el ser humano, es el único que vive esa apertura, esa luz del ser. En él comparece el ser.

—En algunos pasajes, Heidegger se aproxima a la ética, sin ir directamente a ella. Pero cuando lo hace ya no lo hace a partir del ser, sino de la nada, es decir, de la angustia. La angustia que comporta la nada se traduce en una cierta ética, podríamos decir, en libertad. ¿Por qué la angustia?

La angustia es lo contrario de la presencia del ser. Cuando somos acosados por ella todo pierde sentido, todo se cierra. Pero a la vez hace presente al ser de manera negativa, muestra al ser por su ausencia.

—¿Por eso la angustia constituye el estado de ánimo por excelencia para Heidegger? ¿Por qué no podría ser la experiencia de la belleza, del gozo por la existencia o el encuentro con el otro, como por ejemplo en Levinas? Esta es una de las grandes críticas que se le hacen a Heidegger. Ser una filosofía de la soledad, la angustia, la nada.

No. Puede aparecer en un texto eso. Pero si lo tomas en conjunto en Heidegger, no. Lo que pasa es que Heidegger considera por primera vez en la historia el sufrimiento, el dolor humano.

—Pero no es un sufrimiento por el otro.

También por el otro. Lo que pasa es que lo que busca Heidegger en Ser y Tiempo es otra cosa. En Levinas, por ejemplo, que usted nombra, la presencia del otro aparece con mucha más fuerza. En Heidegger también está presente y es claro, pero no lo desarrolla con esa fuerza. Pero es absurdo reprocharle a Heidegger que no abarque todo. La filosofía es en sí inconclusa y eso la hace maravillosa. Ningún filósofo puede abordar absolutamente todo.

El otro también aparece en Ser y Tiempo y de manera fundamental. Es parte de la apertura que constituye al ser humano (al Dasein). Esta fue una palabra muy difícil de traducir: Erschlossenheit. No quedaba bien "abertura", podía ser un simple agujero. Tampoco queda del todo bien "apertura". Una noche me desperté y casi la escuché: "aperturidad". Erschlossenheit quedó traducida como "aperturidad".

***

Heidegger y lo religioso

—Heidegger pidió que sus funerales fueran según el rito católico.

Sí. Eso me lo dijo a mí Welte, a quien se lo dijo personalmente Heidegger.

—¿Qué sentido tiene lo religioso para Heidegger?

Un sentido muy profundo. Un día lo fui a ver y me dijo: usted tiene algo mucho mejor que la filosofía: la fe. Parecía que se estuviera contradiciendo, pues si bien la filosofía servía para comprender mejor la palabra de Dios, también es como si deseara la fe.

—¿Es correcto hacer equivalente el Ser con Dios?

No. Dios es totalmente trascendente. El ser queda chico.

—¿Es la Palabra, el Logos? “En el principio era el Logos”.

Ése es el comienzo del evangelio de San Juan: En arkein en ho logos [En el principio era el Logos]. También es la Palabra, pero es mayor aún. Logos viene de legein, que significa reunir. Es algo que lo reúne todo. Eso lo experimenté una vez a orillas del lago Llanquihue. Había un silencio tan total, que lo reunía todo. En las palabras, en el lenguaje, en el silencio, el hombre se va sumergiendo y nunca termina. Es un sentir, oler, escuchar, etc. Eso es anterior que todo modo de pensar. Estamos sumergidos en medio de las cosas.

—Este advenimiento del pensar, pensar desde el corazón, como dice Heidegger de manera tan poética, ¿cree usted que es posible hoy en día?

Heidegger penetró en regiones en que no se había entrado antes. La poesía es una forma muy radical de estar en las cosas, de habitar. Habitar en medio de las cosas y por lo tanto conocer. Él escribe poesía.

—¿Cree usted que en la institución académica tiene cabida ese modo de pensar?

Si me preguntaran qué hay que hacer en la educación en Chile, diría: desde primer año de básica hasta la universidad, una clase de lectura. Primero, aprender a leer. Es fundamental. Se lee muy mal. Después, un texto muy pequeño y quedarse en las palabras. Preguntarse de qué está hablando. Por ejemplo, ¿qué es el otoño? Una estación del año. Pero ¿por qué se llama estación? ¿Conoce usted otra estación? Sí, la del metro. Y ¿por qué se llama estación la del metro? Bueno, porque ahí se estaciona el metro. Ahí para. Entonces, ¿el año para en el otoño? Así se los hace experimentar la profundidad de las palabras. Eso habría que hacerlo en todos los artos, todos los días. Así se comienza a pensar.

***

Traducir y filosofar

—Una gran obra es su traducción de Ser y Tiempo. Al traducirlo, ¿lo redescubrió?

Me tomó 23 años traducir Ser y Tiempo. En primer lugar, yo fui cambiando, fui creciendo. También tuve que entrar a fondo en la obra. Traducir es traducir al otro idioma. Parece ridículo lo que estoy diciendo. Pero significa hacer hablar en castellano a Heidegger, no en un germano-españismo, como lo que sucede con la traducción de Gaos. Un ejemplo es la traducción de Sorge. Yo lo traduzco por cuidado. Gaos por cura. En Ser y Tiempo, Heidegger define este concepto. Gaos traduce la definición como “pre-serse-ya-en-como-ser-cabe”. Yo traduzco “anticiparse a si mismo estando en medio de las cosas”. “Pre-serse-ya-en-como-ser-cabe” es chúcaro como traducción. En realidad, no es castellano. No es nada.

—Usted hace a Heidegger muy comprensible.

Para eso trabajé mucho. Al principio usaba la traducción de José Gaos para dar clases, pero era doble tarea, primero tenía que explicar a Gaos y después a Heidegger. Entonces decidí traducirlo. Lo hice en 4 años. Después, me dije, vamos a revisarla hasta que quedé totalmente satisfecho. Una colega, que es bilingüe, me ayudaba a traducir a veces, a oír cómo sonaban las palabras. Los años siguientes me dediqué a trabajar en detalle. Cuando estaba satisfecho con el sentido de las palabras, comencé a revisar la parte musical, su armonía. Por eso la traducción de Ser y Tiempo es una obra musical. Fue un trabajo casi de relojería.

—Traducir, ¿es una forma de filosofar?

Cuando se traduce es preciso entender muy bien. “Pre-serse-ya-en-como-ser-cabe” es una traducción literal, pero que no funciona en castellano. Traducir es lo mejor para entender. Se trata de traducir al castellano. Es el idioma que me toca por todos lados. Cuando leo algo en otro idioma sé lo que dicen las palabras, pero para entenderlo de verdad tengo que preguntarme cómo se diría en castellano. To héi on en griego clásico: “El ente por el lado por donde”. Esa sería la traducción literal, pero héi significa “por el lado por donde”. En castellano son 5 palabras y en griego es un monosílabo. Cómo comprender eso en castellano. Cada caso es distinto del otro.

—Su relación con el lenguaje me impresiona.

Para mí es muy importante. Me sumergí bruscamente en varios idiomas. Aprendí, por ejemplo, a leer danés para leer a Kierkegaard. El lenguaje es fundamental.

Pedro Gandolfo y José Andrés Murillo. El Mercurio (Diario: Santiago, Chile)- mayo 28, 2006, p. E2-E3.

 

Entrevista al filósofo Jorge Eduardo Rivera Cruchaga. Entre la realidad y el esplendor del ser

Juan Ignacio Arias Krause

Uno de los filósofos más destacados de nuestro país, amigo del filósofo alemán más importante del siglo XX, Martin Heidegger, y de su símil en España, Xavier Zubiri, traductor de Ser y Tiempo, obra cumbre del primero, autor de numerosos ensayos que anclan en el pensamiento fundamental de los dos filósofos, su obra retoma temas directrices en la filosofía del siglo XX, los cuales se convierten, a la vez, en el eje de nuestra conversación. Hoy se encuentra en la cresta de la ola cuando ha sido reeditada parte de sus obras relativas al pensador alemán.

Destaca la personalidad del profesor Jorge Eduardo Rivera, tanto por su calidad intelectual como por su jovialidad. Conversar con él se convierte en una invitación a repensar preguntas decisivas en filosofía -el ser, la realidad-, partiendo de lo más cercano: todo lo que nos rodea, esto sin huella alguna de erudición.

—Heidegger siente la necesidad de volver a preguntar por el ser. ¿Qué es lo que se quiere decir cuando se pregunta por él?

Eso es algo que se preguntó antaño, en la época de Platón y Aristóteles, incluso en la Edad Media la pregunta continuaba muy viva. Eso deja de preguntarse después, como que fuera una cosa inaccesible, y yo diría que en Heidegger vuelve a retomarse la pregunta clásica: qué es eso del ser, ti tó ón hei ón, como decía Aristóteles, que literalmente sería: qué es el ente por ahí donde es ente, el hei ón significa por ese lado por donde es ente. El ente puede ser mesa, entonces podría preguntar: qué es el ente de la mesa, un ente bien determinado, pero Aristóteles pregunta por cualquier ente, estudiado desde el punto de vista de aquello que lo hace ser ente, que es el ser, ti tó ón hei ón, es qué es el ente en su ser, en buena cuenta, qué es el ser que lo hace ser ente. Ésa es la pregunta que había desaparecido de la filosofía.

¿Cuál es la importancia de volver a hacer la misma pregunta?

Lo que sucede es que nunca se contestó. Esa pregunta quedó siempre viva, como una pregunta que movía el pensar filosófico. Iban intentándose respuestas por todos lados, pero nunca se dio una respuesta que fuera definitiva, y a lo mejor no hay una respuesta definitiva, tampoco en Heidegger la encontramos, pero sí encontramos una cosa muy importante, que no estaba en ningún filósofo anterior, y es que hay un ente (que es el hombre), que él lo llama Dasein, que tiene la particularidad única entre los hombres, y es que ahí se hace presente el ser, en el hombre. El hombre es el único ente que todo el tiempo está hablando del ser. cuando pregunta: “¿qué eres tú?”, o cuando dice el pololo a la niña: “que eres linda”, o “dos más dos son cuatro”; entonces se va ocupando la palabra ser, pero no es reflexionada, se usa, pero no se piensa en ella. ¿Qué quiere decir eso? Uno se hace esa pregunta y queda inmediatamente perplejo. Entonces, resucitar esa pregunta, y plantearla desde el ente que es Dasein, o sea, desde el hombre, donde el ser aparece. El hombre está todo el tiempo moviéndose en el ser.

Nuestro idioma tiene la diferencia entre el ser y el estar, que otros idiomas, por ejemplo, el alemán, no tienen. ¿Cuál es la diferencia entre ambos verbos?

Es una excelente pregunta la que me haces. Julián Marías, el pensador español, decía que los alemanes darían una de sus provincias por el verbo estar, si lo pudieran tener. El verbo estar es un verbo fenomenal, porque significa ser también, pero es un ser mucho más activo, por ejemplo, estás conversando, no es ser conversador, en cualquier momento, es estar ahora mismo conversando. El verbo estar pone más de relieve la efectividad y actualidad de ese ser: yo estoy aquí, no es que soy un hombre que a veces vengo para acá, ahora estoy.

¿Cuál es la diferencia entre la pregunta filosófica y otro tipo de pregunta, como la pregunta científica o la pregunta cotidiana?

La gran diferencia, por lo pronto, con la científica, es que la pregunta filosófica es de una amplitud tal, que abarca toda la realidad, y no hay ninguna ciencia que abarque toda la realidad. Las ciencias se dividen en sectores: una se dedica a una cosa, a la física, por ejemplo, otra, a la biología, a la psicología, entonces van enfocando distintos aspectos de la realidad. En cambio, la filosofía enfoca la realidad en cuanto realidad. Ahí hay un problema fenomenal, que habría que plantearlo: la realidad. La realidad te pesca, te agarra y no te suelta, es como un perro, un cancerbero, no te suelta. Tú no puedes desligarte de la realidad, una vez que entraste en ella, no te puedes desligar. Ésa es la gran diferencia de los dos filósofos del siglo XX, Heidegger y Zubiri. Para Heidegger lo último y elemental es el ser, y para Zubiri es la realidad, el ser es una forma de la realidad.

¿Cuál es la disposición del filósofo ante la realidad?

No hay nada de tipo voluntario, en realidad, es puro pensar. Ahora, como consecuencia, puede seguirse lo otro, pero eso ya no es parte de la filosofía, es de la psicología, o de otra ciencia. Pero la consecuencia de que vivimos abiertos al ser, es que el hombre no queda determinado definitivamente en su ser por nada ajeno sino por el ser, por ninguna otra cosa, nada puede satisfacerlo, y decir: “hasta aquí llegué”. Siempre quieres más, hasta que abarcas la totalidad en el ser de las cosas, pues sólo en el ser se da esa totalidad. Entonces, el hombre es cautivado por el ser, como un animal de presa, que lo agarra y no lo suelta más. Eso sucede con la filosofía, y sobre todo cuando se pregunta por esa pregunta: el ser.

Usted se ha comprometido en su pensamiento con los sentidos, los que en la filosofía clásica eran vistos con recelo, como algo que nos puede engañar. ¿Cuál es su visión de ellos?

Eso tiene que ver con la filosofía de Zubiri de la Inteligencia sentiente. No hay inteligencia que no sea sentiente, o sea, que no abarque los sentidos. La filosofía clásica pensaba que había que dejar a un lado los sentidos, y que la sola inteligencia o la razón era la que tenía que pensar y la que percibía lo profundo de las cosas. Zubiri dice que no hay esa inteligencia despegada de los sentidos. Y lo fantástico de eso, es que los sentidos forman parte de nosotros de manera tan vital que todo el tiempo estamos en ellos. En este momento tú me estás viendo, me estás oyendo, estás sintiendo un ruido allá lejos, sientes el tacto de la mesa, del suelo, hay una serie de sentidos que están en todo momento agarrando la realidad. Sin sentidos no habría ninguna agarradura de la realidad, y viviríamos en un mundo de conceptos. Los sentidos nos sumergen en lo real, en las cosas mismas.

En esa relación más directa con lo real, cada uno de los sentidos nos proporcionaría una manera diversa de enfrentarnos con la realidad.

Eso es lo fantástico de los sentidos, cada uno de ellos tiene una forma distinta de agarrar la realidad uno de otro. El ojo sólo puede agarrar la realidad que está adelante. Yo podría agarrar la realidad que está detrás con la vista, pero me tengo que poner de lado, y dejo de agarrar lo que está al frente: es lo más débil que hay, imagínate que ya no te veo, estás al lado mío, conversando, y no te veo. En cambio, con el oído te oigo. Los sentidos son muy diferentes, y yo creo que la vista es uno de los más débiles, y toda la filosofía griega se hizo en torno a la vista: la gran idea de Platón, la Idea, se capta con la vista, como se ve el mundo. Imagina una filosofía que fuera hecha desde el oír. Ya se han hecho muchas tentativas, en Zubiri está muy presente el oír: el oír oye lo que está lejos, lo que no está delante de mí. Después tenemos el olfato, que es un sentido eminentemente inquisidor. En los perros es muy claro eso, en los seres humanos funciona cuando tú estás buscando algo aparentemente sólo con la mente. Tú olfateas, y dices por aquí no, por ahí sí. El tacto es el sentido de la realidad. Si tú quieres saber si algo es real, tócalo. Jesús cuando se le aparece a los discípulos y creen que es un fantasma, él les dice vengan, tóquenme, a los fantasmas no se les puede tocar. Y el gusto es un sentido misteriosísimo. El gusto no es sólo el gusto material de la boca, de un sabor; también en el gusto entra el gustar de las cosas, que le guste una persona, una niña, o le gusta la música. Ahí el sentido del gusto está ampliado, percibiendo sonidos y gustando los sonidos, pues si fuera pura percepción de los sonidos, no sería música. Tienen una riqueza increíble. Yo he escrito mucho sobre los sentidos, pero creo que no se ha pensado lo suficiente sobre eso.

Pareciera, en ese contexto, que la filosofía llego tarde con relación al arte, que tiene un contacto más directo con las cosas a través de los sentidos. ¿Cuál es la relación del arte con la filosofía?

Yo creo que en el arte se encuentra también una dimensión de la realidad que aparece de una forma muy especial, porque aparece siendo gustada y deleitada. Si ves la Mona Lisa, eso te trae a la presencia toda una realidad, y la sonrisa de la Mona Lisa es lo más misterioso que hay: ¿se estará riendo del otro, del que la pinta?, ¿estará coqueteando con él?, todo se involucra ahí, pero no está dicho expresamente. Entonces en el arte hay toda una aprehensión de cosas que se escapan cuando estás solo con la cabeza intelectualmente en las cosas. Y se descubren dimensiones diferentes, una frase musical de Beethoven, por ejemplo, sólo se puede captar por el oído, por los sentidos, sin los sentidos se acabaría todo. Yo creo que hay una relación muy estrecha entre el arte y una dimensión que, no siendo propiamente filosofía, sí es filosófica. El arte presenta, yo diría brillantemente, el ser, lo hace brillar, lo hace esplender, es el esplendor de la verdad. Esa es la definición de Santo Tomás de Aquino del arte: Veritatis splendor, o sea, la verdad que se manifiesta, y no sólo se manifiesta, sino también esplendece, brilla.

Pero si bien tos sentidos nos manifiestan la presencia de tas cosas, en su pensamiento está presente la ausencia, que pareciera ser lo contrario.

Claro, la ausencia de alguna forma se hace presente. Tú sientes lo que está ausente o, en el caso, por ejemplo, del gran poema XV de Neruda, la mujer silenciosa, se siente como ausente, y eso le gusta al poeta. Son formas de presencia muy misteriosas. En ese poema Neruda está diciendo una cosa que es un misterio tremendo: “Me gustas cuando callas porque estos como ausente”, y en otra parte dice: “y te pareces a la palabra melancolía”. Es muy hermoso porque la palabra melancolía es el dolor de lo que no está y fue maravilloso, entonces, esa especie de ausencia que se da en el callarse le produce una especie de tristeza de algo que quisiera tener. Entonces se produce un movimiento hacia la cosa. Ese poema es absolutamente genial, yo creo que de las cosas grandes que se han escrito en nuestro idioma. Mira...

Parándose de la mesa donde conversamos, va a las repisas de la sala, colmadas de libros, para buscar uno: los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda, a quien “conocí en la casa de mi tío, el poeta Ángel Cruchaga Santa María”, comenta, imitando la voz de Neruda, para luego comenzar a leer lenta y cadenciosamente:

Me gusta cuando callas porque

estás como ausente,

y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Parece que los ojos se te hubieran volado

y parece que un beso te cerrara la boca...

Siguiendo lo idea de la ausencia como presencia, Heidegger, al final de sus días, dijo “Hay que preparar la venida del Dios ausente”. Qué piensa de ello.

Yo creo que Heidegger estaba tocado por Dios absolutamente. No era en absoluto ateo, ni mucho menos. Tú sabes que yo fui a verlo, la primera vez que fui, justamente con una pregunta que era religiosa. Iba de cura, de cuello, y me trató muy respetuosamente. Yo le hice esta pregunta: “¿Por qué cree usted que un cristiano filosofa?, porque si tiene respuesta a todas las preguntas fundamentales en la fe, ¿qué sentido tiene filosofar?”, y me contestó una cosa muy linda, me dijo: “la filosofía nos hace entender en profundidad las palabras, la filosofía nos da oído para las palabras, para las palabras más importantes. Y si usted se dedica a esto, tendrá más oído para La Palabra de Dios”.

Yo creo que Heidegger en el fondo era creyente, y que se desligó por cuestiones accidentales, pero cuando murió pidió ser enterrado en el rito de la Iglesia Católica.

¿Cuál sería, si existiera, la relación entre la filosofía y la religión?

La filosofía se abre al ser. El arte, ya dije, es el esplendor del ser, y la religión... bueno, la religión está más allá del ser. Dios está por encima del ser, es lo más alto que hay. Donde termina todo ser, ahí está Dios.

Presencia Marista (Santiago)-- no. 31 (sept. 2007) p. 31-33.




sábado, 8 de septiembre de 2018

A la muerte de Heidegger (y III) (El País, 27-30 de mayo de 1976)


Martín Heidegger, en la muerte

Me dan la noticia de que Martin Heidegger ha muerto. Yo diría en español, mejor aún, se ha muerto, y pienso que para él esto hubiera tenido un hondo sentido de haber podido decirse así en su alemán elaborado, reconstruido, recreado desde sus raíces. Con Heidegger termina una etapa de su generación. Nacido en 1889 -como Gabriel Marcel-, seis años más joven que Karl Jaspers y Ortega; cuando yo me asomé a la filosofía era el gran astro naciente. En 1927 había publicado su libro genial, Sein und Zeit; asombra pensar que sólo tenía treinta y ocho años. Cuando en 1931 llegué a la Facultad de Filosofía de Madrid, poco conocido era el mundo no alemán, pero ya en 1928 lo había comentado Ortega, y Zubiri volvía precisamente de pasar dos cursos con él en Friburgo. Yo devoré ese libro fascinador en 1934, recién cumplidos los veinte años, en la Universidad de Santander, encerrado todos los días varias horas frente a la bella tipografía con reminiscencias góticas, el diccionario Langenscheidt al lado. Cuando un día doblé la última página, la 438, sentí que había doblado el cabo de Buena Esperanza del alemán -desde entonces, cualquier libro parecía fácil- y había incorporado eso que sólo de vez en cuando aparece en el mundo: una filosofía. Todavía puede verse, palidecida por los años, una raya de lápiz rojo en el margen, que señala las últimas interrogantes de Heidegger, al final de su libro.

Todavía Heidegger no estaba de moda. No se habían apoderado de él los glosadores. Nadie lo había traducido, y por tanto, aún no se había demostrado que es intraducible. Lo seguí en los años sucesivos, en sus libros y folletos, y no son escasas las primeras ediciones que guardo. Habían de pasar muchos años para que Francia se apoderase de él y con su sustancia hiciera el «existencialismo». Martin Heidegger había de recorrer, por su parte, un largo camino, con hondas excursiones hacia el subsuelo de la poesía y del arte. Y siempre siguió buceando en sus griegos, sobre todo los presocráticos, en sus idealistas alemanes -Kant, Hegel-, en Hölderlin, Trakl, Nietzsche. Había de tropezar ingenuamente con el nacionalsocialismo -el ingenuo Heidegger, que no vivía en este mundo, aunque fuese el padre de la expresión in-der-Welt-sein-, y el nacionalsocialismo tropezó brutalmente con él. Los envidiosos, los resentidos, lo aprovecharon largos años para no perdonarle su genialidad.

Porque -hay que decirlo- Martin Heidegger era un genio. Uno de esos hombres contados que alumbran algo, que aumentan el mundo, con los cuales hay que seguir contando ya. Nunca me dejé fascinar por esa genialidad, porque me había formado filosóficamente en otra, más luminosa, más controlable, creo que más verdadera, y tuve siempre conciencia de que a Heidegger le faltaban y le sobraban algunas cosas importantes; pero la evidencia de su fabuloso talento filosófico se me impuso desde la primera lectura, desde los primeros capítulos. Hace siete años, en una entrevista en L'Express, Heidegger decía melancólicamente: «Casi todos creen que he muerto.» Hace cosa de tres años, un profesor alemán me decía que en las universidades de su país no se podía nombrar a Heidegger, que su nombre era «una palabra sucia». Lo siento por el tiempo presente, capaz de renegar de su propia filosofía, es decir, de su raíz.

Conviví con Heidegger en 1955 en el Château de Cérisy, en Normandía. «Monstruo de su laberinto», dije entonces. Pude penetrar durante diez días en el «taller» de Heidegger, donde desmontaba a sus filósofos y poetas y volvía a recomponerlos etimológicamente, envolviéndose tal vez en el hilo de oro de sus teorías, como en un capullo. Alguna vez he dicho que el gusano de seda no debe ser el animal totémico del filósofo. Pero no importa. Heidegger ha sido, con Husserl, el mayor filósofo alemán de nuestro tiempo, uno de los más grandes del siglo XX. En algún sentido, Sein und Zeit es el libro capital de nuestra época. En él se inició una nueva manera de filosofar, de escribir filosofía, de vivir el alemán, de tal manera que había de resultar difícilmente comunicable. Su irradiación ha sido inmensa, y durará mientras haya filosofía. Hoy son muchos los que desean que no la haya y predican con el ejemplo: no haciéndola -lo que es perfectamente lícito- y usurpando su nombre -lo que no es demasiado decente- Pero la filosofía no se ha extinguido. Cuando se discute si la metafísica es posible, ¿qué importa si es necesaria, inevitable?

Heidegger habló, quizá demasiado, de la angustia, de la cual se apoderaron los que no eran capaces de seguirlo leyendo. Habló de la Sorge, la cura, el cuidado. Del Dasein o existir humano. Y, por supuesto, el que más después de Unamuno, de la muerte. Con todo ello se olvidó muchas veces que la cuestión primaria era para él «el sentido del ser en general», ese Sein que lo fascinó, cuyo nombre escribió de tantas maneras, con ortografía arcaica, con un aspa que lo tachaba, quizá porque adivinaba que no era su mejor nombre.

Es muy difícil traducir su alemán. Sein zum Tode ha solido traducirse «ser para la muerte»; creo que en español se dice «estar a la muerte», lo que le pasa al hombre todos los días de su vida. Ahora, Heidegger no está a la muerte, sino que ha llegado a ella, está en la muerte. Quiero creer que tras ella sigue estando después de haber ejercido esa «libertad hacia la muerte» que fue otro viejo tema de su filosofía.

Julián Marías, 27 de mayo de 1976

Olvido y memoria de Heidegger

A la muerte de Ortega, en una revista que ahora no tengo a mano, publicó Heidegger un breve y emocionado recuerdo en honor y admiración de su colega. Eran años en donde la filosofía se encarnaba aún en unas cuantas grandes personalidades que, a su manera, habían incidido en la historia de su país y que recogían con su presencia los ecos más fuertes de la historia. Heidegger aludía en sus líneas a un encuentro casual en el jardín de la casa que los albergaba. Ortega paseaba solitario Heidegger describe la impresión que le produjo descubrir, de pronto, aquella soledad de Ortega, aquel silencio en el que el filósofo alemán intuyó, un rasgo esencial de la extraordinaria personalidad orteguiana, y en él, su problema de la filosofía. Se me ocurre ahora improvisar también sobre un recuerdo: una breve historia que, por lo inédita, tal vez sea más interesante que su apresurado panegírico de lo que Heidegger ha significado en el pensamiento europeo. Efectivamente, con Heidegger ha quedado clausurada una época ejemplar en la historia del pensamiento; pero la muerte del «último de los filósofos» nos va a servir para hacer más viva e interesante la crisis por el significado del discurso filosófico y la semántica que lo alimenta.

Mi primer encuentro fue en casa de Gadamer hace más de veinte años. No hacía mucho tiempo que Gadamer había ocupado la cátedra de Jaspers en Heidelberg. Pretendía poner a sus jóvenes doctorados, entre los que me encontraba, en contacto con el filósofo de la Selva Negra, recuperándolo también de los escombros de la guerra. Solíamos reunirnos cada quince días en lo alto de la Bergstrasse. Aquel semestre nos tocaba leer a Kant. Un par de días antes de la quincenal reunión se nos había anunciado que Heidegger vendría, desde Friburgo, a compartir con nosotros las páginas de la «Crítica de la Razón Práctica». Yo andaba entonces por otros derroteros que los heideggerianos en los que años, atrás había estado alegremente perdido, profundamente absorto. Me parecía que la revolución que para algunos estudiantes españoles había supuesto Heidegger, se había cumplido ya, y que ante el pensamiento apergaminado con el que tropezábamos, Heidegger había sido un rio de sugerencias, de ideas, quizá mal entrevistas en aquellas traducciones contra las que luchábamos en la tertulia del madrileño Gambrinus. Pero a las orillas del Neckar, con una carga crítica estallando siempre, luchando por esclarecerse y concretarse, como los perfiles nítidos del río, océano del lenguaje heideggeriano me parecía un exceso, un lujo del pensamiento. Pero, con todo, la curiosidad era poderosa. Sentarse allí, en la biblioteca de Gadamer, con el autor de «Ser y Tiempo», no dejaba de tener algo mítico, para el estudiante que lo había descubierto con admiración en las mesas oscuras del Gambrinus. Cuando llegamos, Gadamer nos lo fue presentando y, sin preámbulo alguno comenzamos por el párrafo en el que hacía dos semanas habíamos quedado.

«Entiendo por aclaración crítica de una ciencia o de un mensaje científico... la investigación y justificación de por qué tiene que tener esta forma determinada ... » Yo miraba a Heidegger, que sostenía en sus manos la vieja edición amarillenta, subrayada, y entre cuyas hojas había intercaladas, sueltas, las páginas de otras obras de Kant que aclaraban algunos problemas de la que leíamos. Esperábamos oír al filósofo de «Sendas Perdidas» enredado en la magia de su propio lenguaje, divagar sobre el ethos y el destino. Su voz, con una claridad y precisión inolvidables, nos llevaba segura por los recodos aristados de Kant, en lenguaje de contornos exactos sin concesión alguna al lujo o al exceso. Una lección prodigiosa de la mejor filosofía académica tras la que se vislumbraban años de rigor, de potencia mental, de disciplina, de talento. Después, la consabida cerveza en la Kneippe cercana; el diálogo ágil, humorístico, triste a ratos, frente a nuestra ligera agresividad. La sonrisa de Gadamer al despedirnos tenía algo de triunfadora. ¿Qué imaginabais?, parecía decimos, porque en aquellas horas habíamos descubierto muchas más cosas que la esperada «especulorrea» que nos habíamos temido.

El primer encuentro con Heidegger fue, durante los días sucesivos, el tema obligado en los obligados paseos del Neckar. Allí habíamos tropezado con un Heidegger nuevo, y aunque seguíamos pensando que el Heidegger escrito nos quedaba lejos, el enorme poder pedagógico de aquellas horas oyéndole explicarnos a Kant nos lo había, momentáneamente, justificado, me atrevería a decir, recuperado.

Recuerdo aquel recuerdo, hoy, después de muchos años de haberlo dejado reposar en el olvido. Me plantea, mucho más aguzado aún, un problema de entonces. ¿Qué lenguaje tendremos que utilizar para acercarnos a explicar su obra, como él explicaba la de Kant? ¿Con qué brújula orientarse por la selva heideggeriana?, ¿Qué fronteras la cercan? ¿Hacia dónde llevan sus senderos? Cuando la espuma de la ola de la cultura se remanse, cuando se desarticulen los tinglados de las modas intelectuales, ¿llegaremos a Heidegger como se llega a Aristóteles, a Descartes, a Kant, a Nietzsche? ¿Se habrá solidificado como una montaña ineludible en el horizonte de la cultura la visión heideggeriana del Ser, del Tiempo y de la Historia? O por el contrario, ¿será su filosofía un fugaz pasatiempo erudito para la arqueología del saber? En estas respuestas, sin embargo, reside un problema importante. No hay lenguaje sin código, no hay filosofía sin el cerco apretado de la historia. Sólo en ésta adquieren sentido los mensajes de los hombres.

El mensaje de Heidegger está hoy abierto a la hermenéutica o al olvido. Con él se cierra el círculo que se inicia con Kant. Con Heidegger desaparece la filosofía de los grandes filósofos, de los desveladores del Ser para siempre perdido. No sabemos si podremos recuperarlo, si merece la pena escribir sobre ese Ser, que ha ocultado insistente mente las normas de su juego. No sabemos si los filósofos de hoy, minimizados entre los problemas filosóficos más modestos, tendrán que volverse a funciones triviales como las que heredaron los estoicos, los epicúreos, los escépticos, o simplemente los que marcan en la historia los temas cartesianos de la felicidad. ¿Para qué poetas, en tiempos menesterosos, comentaba Heidegger sobre los versos de Hölderlin? ¿Para qué filósofos, qué clase de filósofos, qué caminos de la filosofía, en tiempos de libertad? Al final de la «Crítica de la Razón Pura» señalaba Kant tres grandes dominios ceñidores de los problemas de la filosofía, de esos problemas que expresan el destino singular de la razón humana atenazada siempre por cuestiones que no puede desechar porque le son impuestas por la misma naturaleza de la razón; pero que, a la par, no puede responder, porque sobrepasan la capacidad de esa razón. Esos tres dominios se configuran en tres preguntas: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? Heidegger ha respondido, sobre todo, a dos de ellas, en la original galaxia metafísica de un sistema conceptual que articulaba la ciencia y la técnica de nuestro mundo con una escéptica esperanza para un hombre surgido ante el paisaje de la muerte, del abandono, del destino. Su lenguaje, asentado en la exclusiva firmeza de su propia semántica, de su propia y agarrotada soledad, buscaba esa esperanza kantiana en una frontera imposible de traspasar. Pero esa lucha nos ha dejado a la puerta de la otra gran pregunta formulada también por Kant: ¿Qué debo hacer? La búsqueda de los senderos perdidos por este deber y esta praxis, alentaría la marcha de la filosofía futura, si es que el futuro cuenta; si es que la filosofía no se convierte en la melancólica historia de un paulatino y gran olvido.

Emilio Lledó, 28 de mayo de 1976

La doble muerte de Martin Heidegger

 A mis amigos cuarentones les he oído contar muchas veces cómo para ellos Heidegger fue un descubrimiento, una apertura nueva al verdadero ser de la filosofía. Es natural: en ese entonces la filosofía oficial en España, era, a juzgar por los testimonios y en aras de la brevedad, una filosofía con la sumisión en el alma y la caspa en los hombros. Frente a ella Heidegger suponía una alternativa digna de consideración: una filosofía de las de antes de la guerra (como creo que se decía a propósito- de otras cosas) una filosofía de calidad, una filosofía novedosa, sí, pero, al propio tiempo, presentada bajo la forma de un riguroso regreso a los orígenes de la reflexión; representaba, en definitiva la más reciente manifestación del genio filosófico alemán.

Distintos caminos

Todo el mundo sabe lo que pasó después otras filosofías (mejor preparadas, según parece, para la vida moderna) se abrieron distintos caminos entre nosotros y Heidegger pasó a ser, o bien un recuerdo teñido de ironía retrospectiva (para quienes están ahora en Gramsci o en Chomsky), o bien un apacible tema de tesis doctoral. Me atrevo a decir que para los estudiosos españoles de la filosofía menores de treinta años, Heidegger ha sido más que nada un autor del que no había más remedio que examinarse para obtener el aprobado en Metafísica. Por eso, para muchos, esta muerte del día 26 habrá sido la segunda muerte de Heidegger. La primera venía de atrás y es la más grave. En efecto: el certificado de defunción estaba ya extendido, y lo firmaban representantes de las filosofías que hoy (para bien o para mal) están de verdad en vigor.

Filosofía patológica

Lo de menos es lo que ha dicho Heidegger la llamada -empleando el término en su sentido más amplio- filosofía analítica. Ya Carnap -allá por la época en que el neopositivismo se convertía en la moderna enfermedad infantil del empirismo- hacía de la filosofía de Heidegger el modelo de filosofía a evitar, y de Heidegger el prototipo del músico fracasado (todo metafísico lo era, según Carnap, y, en esto, Carnap se aproxima a Beethoven). ¿Qué es metafísica?, el libro publicado por Heidegger en 1929, representaría, según Carnap, la ejemplificación suma de lo que podríamos llamar -tomando de los físicos la calificación-, filosofía patológica.

Gracia y silencio

Pero no toda la filosofía analítica es el neopositivismo, se nos dirá. Cierto. Sin embargo, podría afirmarse, simplificando, que de la filosofía analítica, Heidegger ha obtenido, descontado Carnap, o bien desenfadadas alusiones a veces no exentas de gracia (es el caso de Russell), o bien el silencio (consciente o ignorante).

Peor le ha ido por la banda de babor. En un libro -El asalto a la razón, de G. Lukács-, cuya lectura es también para muchos un pecado de adolescencia, Heidegger aparece sumido en un capítulo titulado El Miércoles de Ceniza del subjetivismo parasitario. Eso basta. Y está por lo demás, la crítica a que le ha sometido Theodor W. Adorno. Adorno ha sido quien llegó más lejos, porque fue quien asumió la empresa con mayor seriedad. No podemos hacer otra cosa que limitarnos a recomendar la lectura de obras como Jargon der Eigentliichkeit (en castellano: La ideología como lenguaje), o Dialéctica negativa (de la que Vidal Peña daba cumplida cuenta en estas mismas páginas hace una semana). Y, sin embargo, no se puede acabar así. Es posible presentar a Heidegger como infractor por antonomasia de la sintaxis lógica; como profundo mamporrero filosófico del nazismo; como acabada muestra de la irremediable, decadencia de una clase angustiada ante su fin; como suma y compendio de los males que acarrea la pretensión de hacer para filosofía frente a la siempre impura realidad; o como todo ello a la vez. Pero no todo termina ahí. Concédasenos lo que cabría llamar el derecho a la sobreestructura. Al fin y al cabo, hasta los peores enemigos de ésta le otorgan una autonomía relativa. No se le exija, pues, a un aprendiz de filósofo como el que escribe, que sea tan chabacano como para despachar de un plumazo apresurado a quien escribió Ser y tiempo, quien meditó sabiamente sobre los presocráticos, sobre Aristóteles, sobre Kant y sobre Nietzsche, sobre el arte y sobre la técnica; a quien, en, último término, fue siempre el que era. Finalmente, un dato para los astrólogos, a los que según cuentan, tan aficionado era Hitler: la node la muerte de Martin Heidegger apareció en la prensa exactamente el mismo día (un 27 de mayo) en que se cumplían cuarenta y tres- ¡qué número tan poco brillante!- años desde aquel 27 de mayo de 1933 en que Martin Heidegger -rector con Hitler- pronunciaba su tristemente célebre discurso titulado La autoafirmación de la Universidad alemana.

Alfredo Deaño, 30 de mayo de 1976

A la muerte de Martin Heidegger (II) (ABC, 27 de mayo de 1976)


A LA EDAD DE OCHENTA Y SEIS AÑOS
HA MUERTO EN ALEMANIA EL FILOSOFO MARTIN HEIDEGGER
Estaba considerado como la figura más representativa del pensamiento existencialista

Messkirch. (República Federal de Alemania), 26. (Efe.) Ha muerto hoy el filósofo alemán Martin Heidegger, en su pueblo natal de Messkirch, al sur de Alemania federal. Contaba ochenta y seis años de edad.
El modesto profesor, «pequeño y de pelo negro», había pedido a sus familiares que no dieran la noticia de su muerte hasta que su cadáver fuera inhumado, voluntad que no ha sido cumplida al hacer pública hoy la noticia de su muerte el alcalde de la aldea.
Madrid. (De nuestra Redacción.) Nació Martin Heidegger el 26 de septiembre de 1889 en Messkirch (Baden). Estudió sucesivamente Teología católica, Ciencias Naturales e Historia y Filosofía. En 1914 se doctoró con la tesis «La teoría del juicio en el psicologismo»: en 1923 fue designado profesor de la Universidad de Marburgo, donde preparó su obra fundamental: «Ser y tiempo», inacabada, pues su primer volumen fue el único que se publicó —en 1927—, provocando una revolución filosófica. La Universidad de Friburgo le llamó para suceder a su maestro Husserl, recientemente jubilado, y en 1933 fue rector de la Universidad de Friburgo, cargo que dimitió a los pocos meses. En los diez años siguientes sólo publicó un trabajo sobre Hölderlin y el carácter de la poesía en 1937. En 1942, «La teoría de Platón sobre la verdad»: en 1943, «La esencia de la verdad»: en 1954, «Sobre la verdad»; en 1961, «Nietzsche»; en 1966, «Kant y el problema de la Metafísica». Sus obras completas constan de 70 volúmenes.
Se le considera el fundador del existencialismo, del que luego se distanció. El problema de su adscripción al nazismo fue cuestión debatida al surgir éste, y posteriormente Herbert Marcuse la definió como «la caída del monstruo de su pedestal». Después de la guerra mundial fue suspendido en sus funciones docentes y, en 1950, rehabilitado.
ENCUESTA DE URGENCIA
Con motivo de la muerte del filósofo Martin Heidegger, ABC ha preparado la siguiente encuesta de urgencia entre significadas personalidades de la vida intelectual española. Las preguntas planteadas son estas:
1.      ¿Qué significa Heidegger para la Filosofía y la Cultura de Europa?
2.      ¿Qué figura del pensamiento español contemporáneo podría parangonársele?
3.      ¿Qué desaparece de Europa con la muerte de Heidegger?
***
JOSÉ CORTS GRAU: «EL MAESTRO MAS PRESTIGIOSO DE OCCIDENTE»
1.      El maestro más prestigioso de Occidente en los últimos cincuenta años. Metafísico por esencia, presencia y potencia, en él se concertaban extraordinariamente el rigor mental, la formación filológica y científica, la profundidad de pensamiento y la sensibilidad literaria y artística. Todo ello le llevaba a una autentica renovación de los problemas y a un como renacimiento y depuración de las palabras.
2.      En el fondo, creo que Francisco Suárez (el doctor Corts Grau se refiere aquí al pensamiento español no exclusivamente contemporáneo). Cuando me acerqué al maestro por vez primera, dictaba él en cátedra un curso sobre «Los comienzos del pensamiento occidental»; y la única obra en ese de momento, me recomendó insistentemente fue «Disputaciones metafísicas». Con todo este parangón ha de tener en cuenta obvias diferencias de muy diversa índole.
3.      Propiamente no desaparece. Sabido es que esquivaba su presencia personal cuando no era imprescindible, y que. en realidad, era su obra la que mantenía esa presencia. No sé en qué grado de realización se halla la publicación de sus obras completas, conforme a un plan rigurosamente estudiado por él. Había que incluir en esa edición muchos trabajos inéditos y otros revisados. Él tenía un gran interés en que esta edición, facilitara lo mejor posible al estudioso el seguir fielmente la trayectoria de su pensamiento.
LUIS DÍEZ DEL CORRAL: «UNA PERDIDA ESPECIALMENTE SENSIBLE PARA LOS ESPAÑOLES»
Con Heidegger desaparece uno de los más grandes filósofos de nuestro siglo y no es exagerado afirmar que también de la historia entera de la Filosofía. Es una perdida especialmente sensible para los españoles, porque nuestro país le prestó una especial acogida. La primera versión de su gran libro «Sein und Zeit» («Ser y tiempo») a un idioma extranjero fue hecha al español por Gaos, difícil empresa porque Heidegger inventó un idioma propio para expresar su pensamiento. España estaba especialmente dispuesta a la recepción del gran filósofo alemán por la índole de su mentalidad más genuina. El existencialismo de Heidegger tiene un cierto paralelismo con la filosofía de Unamuno y la de Ortega, quien ha defendido no sólo el paralelismo, sino una cierta anticipación. Por su parte, Xavier Zubiri estudió varios años con Heidegger.
«Ser y tiempo» gozaba de un gran predicamento cuando yo era estudiante de Filosofía en la Universidad de Madrid. Pronto tendría una gran boga el existencialismo. con sus distintas versiones, algunas exageradas e incluso absurdas. Hoy se encuentra un tanto olvidado por la crisis misma de la filosofía y el predominio de corrientes como el positivismo lógico y el marxismo, que se encuentran en los límites del campo que tradicionalmente se ha considerado como el propio de la Filosofía.
Heidegger no sólo fue autor de un gran libro filosófico, sino que exploró con máximo rigor filosófico campos muy distintos, como los de la poesía, el arte, la sociedad y la Historia. Mucho le debo personalmente en cuanto traductor y comentarista de Hölderlin, por sus estupendos ensayos sobre el vate alemán, o cuando abordó temas de filosofía del arte y de la Historia. Quiero terminar con estas palabras suyas que figuran en lugar muy destacado de mi libro «El rapto de Europa», y que cada día resultan más actuales, si es que Europa cuenta algo hoy en el concierto o desconcierto del mundo en que vivimos: «¿Es ahora cuando adviene de verdad el Occidente, la tierra del crepúsculo? ¿Será esta tierra del crepúsculo, por encima del Occidente y del Oriente, y a través de lo europeo, el lugar de la verdadera historia que está iniciándose? ¿Somos ya nosotros, los que vivimos hoy, occidentales en un sentido que se revela por nuestro tránsito hacia la noche del mundo...? ¿O somos de verdad los rezagados, como indica nuestro nombre? ¿O somos, al mismo tiempo, los precoces del amanecer de una música del mundo enteramente distinta, que ha dejado atrás las ideas actuales sobre Historia?»
GONZALO FERNÁNDEZ DE LA MORA: «GRAN PROFETA DE LA ANGUSTIA CONTEMPORÁNEA»
1.      Como filosofó, Heidegger es el pensador contemporáneo que ha hecho un análisis más hondo, pesimista y trágico de la existencia humana. Como estilista lleva la lengua alemana casi hasta el límite de sus posibilidades en la creación de neologismos abstractos, en lo cual superó a Hegel. Como crítico literario constituyó un hito en la exégesis profunda de loa textos, especialmente de los poéticos. Creo que su obra cumbre es «Ser y tiempo», raíz de todos los existencialismos.
2.      En España la única figura que puede comparársele es la de Zubiri, No por las coincidencias metafísicas que existen entre ambos sistemas, sino por el parecido en la calidad y en el estilo filosófico. Zubiri es más preciso, aunque más frío; es menos revolucionario; pero más verdadero. La antropología de Zubiri no es pesimista, sino incitadora. Zubiri sólo ha publicado una parte de su obra: cuando esté toda Impresa no creo que ceda en relieve a la del pensador alemán.
3.      Desaparece el gran profeta de la angustia contemporánea. Desaparece el último gran filósofo germano, con lo que Alemania pierde el centro metafísico que venía sosteniendo desde los tiempos de Kant.
JESÚS F. FUEYO ÁLVAREZ: «SU MUERTE, LA DESEUROPEIZACION DEL PENSAMIENTO OCCIDENTAL»
1.      Heidegger significa todo lo que significa la crisis metafísica para la cultura de Occidente. A saber: ha sido al mismo tiempo el crítico más agudo de la mentalidad metafísica de Occidente —y en tal sentido, el teórico más vigoroso, después de Nietzsche, del nihilismo que vivimos—, y, casi desesperadamente, ha intentado una especie de resurrección del talante metafísico de Occidente, a la búsqueda de una nueva inteligencia más allá del conocer tecnológico. Heidegger es, para decirlo a la manera de Nietzsche, un último y un primer hombre del pensamiento.
2.      En cierta manera, desde los años veinte, especialmente desde su publicación, en 1928, de «Ser y tiempo», todos hemos tenido que ser, de una manera apologética o polémica un poco heideggerianos. Quiero decir que ha sido imposible pensar y, sobre todo analizar, el gran pensamiento sin un diálogo intelectual e íntimo con Heidegger. En cuanto a las grandes figuras españolas que pudieran estar a la altura de este diálogo entre titanes, yo sólo puedo mencionar a tres: Unamuno, Ortega y Zubiri.
3.      La muerte de Heidegger significa, en el pensamiento puro, la deseuropeización de la inteligencia occidental. En tal sentido, hay una homología entre la cláusula de la gran época europea de Occidente y la gran época política de Occidente.
PAULINO GARAGORRI: «SU LONGEVIDAD LE HA PERMITIDO ASISTIR A SU PROPIO OLVIDO»
1.      Heidegger ha experimentado en vida una notoriedad que rara vez acompaña a un filósofo que sólo se ocupa de filosofía. pero también su longevidad le ha permitido asistir a su propio olvido y sustitución en la actualidad filosófica. Sin embargo, parece probable que su nombre figure entre la media docena de filósofos más importantes por su influencia en la vida cultural del siglo XX.
2.      Me parece que tres. Zubiri, el más semejante por ser también un filósofo profesional, aunque la adjetivación es, a mi juicio, contradictoria. Unamuno, que encarna un existencialismo ibérico. Y Ortega, cuya obra se magnificará en el futuro.
3.      La sociedad contemporánea parece incompatible con las grandes individualidades en todos los géneros, desde la ciencia a la política. Muerto Russell, desaparecido ahora Heidegger, sólo queda, superviviéndose, Sartre, como testimonio de una época filosófica pasada.
ÁNGEL GONZÁLEZ ÁLVAREZ: «SU FIGURA HA CONDICIONADO LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA DE NUESTRO SIGLO»
1.      Heidegger ha llenado con su obra filosófica la mayor parte del quehacer cultural de los últimos cincuenta años. Su colosal figura ha condicionado, positiva o negativamente, la reflexión filosófica de nuestro siglo. Una rápida mirada a los Congresos Internacionales de Filosofía lo pone de relieve sin duda alguna. El secreto de ello habrá que buscarlo en el fundamento humanista de su meditación, que. aunque parte de la filosofía de la existencia, concluye en una respuesta la pregunta metafísica sobre el ser.
2.      Entre los ya desaparecidos habría que conceder la primacía a hombres de la talla de Ortega y de Ramírez. Ante los españoles de hoy debe ser citado Xavier Zubiri.
3.      Europa acaba de perder uno de los grandes metafísicos de todos los tiempos. Pero que su lectura y su recuerdo nos ayuden a recuperar la metafísica que fundamente y consolida toda investigación científica en el triple orden especulativo práctico y técnico.
ANTONIO HERNÁNDEZ GIL: «DESAPARECE UNA ACTITUD FILOSÓFICA»
1.      Heidegger, con todo lo que hay en él de carga innovadora en el entendimiento del ser, encarna la tradición cultural europea de una filosofía plena, con fe en sí misma, hoy en crisis. Temporalizó la metafísica y humanizó la fenómeno logia. Ha sobrevivido al existencialismo en este doble sentido: el declive del existencialismo precedió a la muerte de Heidegger y éste no se identificó por completo con el existencialismo.
2.      Ni Heidegger es rigurosamente «uno», ni hay en el pensamiento español contemporáneo una figura que de modo especialmente significativo le equivalga. Tampoco existen adeptos estrictos. En términos sólo de aproximación, y sin perjuicio incluso de discrepancia, acude a mi memoria el nombre de Ferrater Mora.
3.      Con Heidegger desaparece, sobre todo, una actitud filosófica —acaso más rebelde que comprometida— con vigor para mantener una tensión de rivalidad frente a las Ciencias, acaparadoras del conocimiento.
ANTONIO MILLÁN PUELLES: «UNA DE LAS MENTES DE MAS AMBICIOSA UNIVERSALIDAD»
1.      El pensamiento de Heidegger constituye una de las más originales aportaciones de este siglo al replanteamiento de los problemas capitales de la filosofía. Heidegger es, ante todo, un metafísico, en el estricto sentido de esta palabra, pero tal vez su originalidad se cifra en haber explorado las raíces humanas de la metafísica, valiéndose para ello del análisis de los estados de ánimo más significativos del peculiar ser del hombre.
La herencia del romanticismo está presente en la filosofía heideggeriana, no sólo en el estilo y la actitud, sino también en el sentido y la inspiración de las respuestas a los problemas metafísicos fundamentales. Con todo. las ideas más clásicas de la filosofía occidental han encontrado en este pensador un instrumento expresivo de excepcional vitalidad y hondura.
2.      Creo que cualquiera de los filósofos españoles contemporáneos, que suelen ser presentados como afines a Heidegger. tienen con éste tantas o más discrepancias que coincidencias.
3.      Con la muerte de Heidegger desaparece para el mundo entero, y no sólo para Europa, una de las mentes más inquietas y de más ambiciosa universalidad en todo el pensamiento de Occidente.
ENRIQUE TIERNO GALVÁN: «EL ÚLTIMO GRAN METAFÍSICO EUROPEO»
1.      Heidegger es uno de los últimos, quizá el último gran metafísico europeo. No me parece ninguna exageración decir que después de la gran obra metafísica de Heidegger se abre un vacío que es perceptible en este orden especulativo. Enseñó a los europeos, fundamentalmente, a preguntar sobre cualquier cuestión hasta llegar a sus fundamentos. Tanto el Heidegger existencialista como el que buscaba una nueva construcción arquitectónica de la realidad, como el solitario casi místico, ha sido para muchos intelectuales europeos el antídoto de la trivialidad.
2.      Es un lugar común establecer un paralelismo contradictorio entre Ortega y Heidegger. Realmente iban por caminos muy distintos y el parangón es un poco forzado, aunque los españoles, naturalmente, tendamos a establecer.
A mi juicio, el metafísico que estuvo más próximo a Heidegger, sobre todo en la primera época, fue Bergson; pero como la pregunta se concreta a España, pese a las diferencias fundamentales, el único de nuestros filósofos parangonable fue don José Ortega y Gasset.
3.      Creo que en parte la pregunta ya está respondida en cuanto he dicho que fue el antídoto de la trivialidad, pero con él desaparece una larga etapa cultural en la que el pensamiento alemán, sobre todo en las ciencias del espíritu, orientaba y regía el pensamiento europeo, no sólo por los muchos epígonos de la filosofía alemana, sino también porque la metafísica alemana estaba entroncada directamente con la gran teología medieval y con los pensadores griegos.
Desaparece, por consiguiente, una perspectiva global para interpretar la realidad, que se ha sustituido por el empirismo anglosajón sin que hasta ahora se vea amanecer la síntesis. En el orden del método y la gimnástica intelectual, los europeos nos estamos resintiendo de la desaparición de lo que en términos generales Heidegger significaba.
XAVIER ZUBIRI: «UN GRAN MAESTRO Y UN GRAN FILÓSOFO»
El autor de «Sobre la esencia», fiel a una norma que se ha impuesto desde hace largo tiempo, ha declinado amablemente contestar a nuestra encuesta en torno al filósofo alemán.
«Contestar a esas preguntas —dijo al redactor que mantuvo con él una fugaz conversación telefónica— interrumpiría el trabajo a que ahora me dedico; esto me prendería en la cabeza. Compréndalo. Más de una vez me he prometido romper el silencio, pero no creo que sea este el momento.»
En cuanto a la figura del ilustre pensador desaparecido, don Xavier Zubiri se limitó a decir: «Era un gran maestro y un gran filósofo
EL FILOSOFO DEL SIGLO
Heidegger ha sido durante cincuenta largos años el filósofo del siglo. Su filosofía arrancaba en forma inmediata de la fenomenología de Husserl, de los neokantianos, de Brentano. Pero su filosofía venía de más lejos. Venía de una reivindicación de gran alcance y profundidad de la filosofía griega, más concretamente, de las presocráticos. Heidegger se daba cuenta de que nuestra época era una época de superación, incluso de muerte de la metafísica. Por ello ha intentado más de una vez relacionaría con la época auroral del pensamiento occidental. Con la filosofía presocrática. Consideraba que nos encontrábamos en una edad superadora de la metafísica y que era necesario, por lo tanto, reanudar nuestro diálogo, un diálogo provocativo decía él, con una época en que el pensamiento occidental no era todavía metafísica. De aquella época Heidegger recoge, en la última etapa de su obra, lo más original, lo más actual y lo más fecundo acaso de su intensa obra de filósofo. Esta obra se inició con su tesis doctoral sobre Scoto, antes de la primera guerra mundial. Tuvo una etapa de enorme importancia con la aparición en 1927 de su obra fundamental, «Ser y tiempo», continuó en la época de los años veinte y treinta con obras fundamentales como «Kant y el problema de la metafísica», «Que es metafísica», «De la esencia del fundamento», para continuar luego con una serie de trabajos en que planteaba los problemas sociales de nuestro tiempo —concretamente, el tema del nihilismo y su invadente fuerza planetaria— y se prolongaba en las últimas tres décadas con ensayos de enorme, penetración sobre el mundo de la poesía, del arte, de la técnica, de la ciencia, y con una serie de retornas a los problemas de una ontología fundamental que significan en el esfuerzo filosófico del siglo una de las máximas excreciones del pensamiento.
Su último mensaje fue el mensaje de la serenidad. Un texto incomparable suyo, titulado concretamente así, «Serenidad», nos ofrece la mejor definición del drama, de los anhelos, de las perspectivas del tiempo presente. Define nuestra época como época inclinada al cálculo y poco propensa a la meditación. Invoca la necesidad del hombre de recobrar sus propias raíces, las raíces de su tierra, de su morada, de su patria, de superar la mentalidad del cálculo y volver a la reflexión serena, a la meditación. Reflexión, meditación, serenidad, éste es el mensaje del gran maestro de la filosofía europea, que se nos va ahora en la plenitud de sus años. Estoy seguro que se nos ha ido calmo, sereno, con su fuerte planta campesina, buscando el último sendero en el bosque, unos de aquellos senderos serenos, firmes, que él ha sabido Indicar a todos las que en su propio tiempo han hecho del pensamiento una tarea noble y humana.—Jorge USCATESCU
ABC, 27 de mayo de 1976, pp. 98-100