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jueves, 30 de enero de 2025

Crónica de Juan Pedro Quiñonero de la rueda de prensa celebrada por Alexander Solzhenitsyn en los estudios de Televisión Española, y transcripción de la intervención del Nobel ruso en el programa “Directísimo” del día 20 de marzo de 1976. (“Informaciones”, 22 de marzo de 1976)

 


PARABOLAS EN TORNO A LOS CIENTO DIEZ MILLONES DE MUERTOS DEL SIGLO XX

SOLZHENITSYN ANUNCIA EL APOCALIPSIS

Por Juan Pedro QUIÑONERO.

MADRID, 22.

Alexander Solzhenitsyn anuncia el apocalipsis, la catástrofe, que en menos de veinte años llevará a la ruina a la civilización occidental. Desde su famosa Carta a los dirigentes de la Unión Soviética, publicada en 1974, hasta hoy, sus acusaciones se han hecho más graves y pesimistas. El sábado pasado, en una improvisada rueda de Prensa celebrada en los estudios de Televisión Española de Prado del Rey, anunció de nuevo el fin de nuestra cultura, el fin de la Humanidad: «Sí no se restauran los valores espirituales, si no se consigue el difícil equilibrio entre el desarrollo industrial y los valores morales que hicieron posible las civilizaciones, la Humanidad está destinada a sucumbir.»

Sus profecías de muerte y destrucción no tienen antecedentes en la literatura contemporánea. Ni Céline imaginó el desastre planetario que Solzhenitsyn evoca implacablemente. Octavio Paz, quizá el crítico literario más ilustre de la lengua castellana, en los tiempos modernos, no ha dudado en recurrir a los escritores del Antiguo Testamento para hacemos comprender cuál es el alcance de las maldiciones que Solzhenitsyn reconstruye escribiendo acerca de El archipiélago Gulag: «A veces, como entre los tercetos de Dante, aunque la prosa del ruso es más bien pesada y su argumentación prolija, oigo la voz de Isaías y me estremezco y rebelo; otras, oigo la de Job, y entonces me apiado y acepto. Como los profetas y como Dante, el escritor ruso nos habla de la actualidad desde la otra orilla, esa orilla que no ni? atrevo a llamar eterna, porque no creo en la eternidad. Solzhenitsyn nos habla de lo que está pasando, es decir, de lo que nos pasa y nos traspasa. Toca la historia desde la doble perspectiva del ahora mismo y del más allá.»

Es difícil rastrear las huellas de los géneros literarios, donde situar esas pesadillas de muerte. Es necesario recurrir a la apocalíptica judía anterior al cristianismo, que culmina en el Apocalipsis de San Juan y su discurso sombrío, donde se escuchan profecías orientales, anagramas ininteligibles, lamentaciones sin fin. O a la literatura milenarista medieval, con la Danza de la Muerte esparciendo una leyenda de maldición. En los tiempos modernos no existe un texto literario cuyas acusaciones a la civilización occidental sean tan absolutas y definitivas. No en vano Solzhenitsyn inicia sus discursos evocando los ciento diez millones de muertos cuya sangre ha sido derramada en nuestro siglo. Cifras sin antecedentes en la vida del planeta, rastro de crímenes sin igual en la historia del hombre, sombra fantasmal que amenaza la vida moral de las civilizaciones. (En castellano, el documento más estremecedor, estadísticamente, sobre estos asuntos, se llama El libro de los muertos del siglo XX, de Gil Elliot, editado por Dopesa.)

AMENAZA PLANETARIA

Entre la guerra civil rusa, la formación del Estado moderno tras la revolución, las purgas stalinistas y los muertos de la segunda guerra mundial murieron en Rusia más de cincuenta millones de individuos. La primera guerra mundial costó al planeta diez millones de muertos. Y los restantes conflictos de nuestro siglo suman otros diez millones de muertos. En China murieron, en setenta años, veinte millones de personas. Tal es el holocausto de sangre y destrucción de donde parten las profecías de Solzhenitsyn. Que comentó a los periodistas madrileños. «La crisis de la Humanidad es global, planetaria. No es una cuestión política. Incluso la contra posición Este-Oeste es relativa. En esencia, ambas sociedades se encuentran enfermas: el materialismo es la plaga, la enfermedad, que corroe la civilización postindustrial. La ausencia de altura moral de nuestros, pueblos, nuestra civilización. Y esto puede costar incluso la vida del hombre en el planeta

En las literaturas romances posteriores a la caída del Imperio Romano no existe un texto literario que lance anatemas tan vastos. En las literaturas anglosajonas, quizá sólo Matthew Arnold imaginó una decadencia paralela. En Culture and Anarchy (un texto canónico de la tradición inglesa del XIX), Arnold anunció igualmente que Occidente caminaba hacia la barbarie si no conseguía restaurar lo que Arnold llamaba «hight ideals», los altos ideales, los principios morales y espirituales que hicieron posible nuestra civilización y que los héroes de Plutarco encarnan en todo su esplendor.

Solzhenitsyn cree que los orígenes de este proceso nacen con la Edad moderna, quizá en el barroco, comentando: «En la Edad Media, el hombre exigía en nombre del espíritu. La vida moral y espiritual regia los destinos de las comunidades. El espíritu llegó a aplastar la naturaleza física. La parte material se sublevaba. Con el advenimiento de los tiempos modernos, el viraje fue natural y muy violento. Desde entonces, la Humanidad no ha sabido conjugar la protesta y el espíritu. En nuestro siglo, la aceptación de la materia, el materialismo, ha llegado hasta extremos inconcebibles. Y la vida espiritual ha sido aplastada, condenada

JUVENTUD RELIGIOSA

No obstante, las profecías de Solzhenitsyn, como es sabido. también tiene un rostro político: «No puedo nivelar el totalitarismo occidental y el comunista. En Rusia, el comunismo ha creado una sociedad de esclavos sin igual en la historia de las civilizaciones. Ambas han perdido lo único que justifica la vida del hombre, pero los comunistas persiguen por hacer fotocopias, por viajar, por comprar periódicos extranjeros. Los crímenes contra la libertad privada son inimaginables para la opinión progresista occidental, que algún día, cuando escache en su propia carne la voz de los verdugos, podrá comprender. Cuando recibí el premio Nobel todavía creía que la literatura podía transmitir valores de la experiencia, podía ayudar a hacernos más libres, descubriendo los crímenes que ha cometido el hombre contra el hombre. Ahora, lo dudo. No creo en ese espejismo. Los especialistas de la historia pre-revolucionaria rusa están de acuerdo en estimar que durante los ochenta años que precedieron a la revolución, es decir, durante los años más sangrientos para la causa evolucionaría, y cuando se perpetraron los mayores atentados contra la vida del Zar, se ejecutaban aproximadamente a diecisiete personas por año. La Inquisición española, en su apogeo, hizo perecer a unas diez personas por mes. En mi «Archipiélago» recuerdo un libro, publicado en 1920 en el que su autor hacia un recuento triunfal de las actividades revolucionarlas: en 1918 y 1919, cada mes eran ejecutadas más de mil personas sin proceso. Durante el terror stalinista, entre 1937 y 1938, d dividimos el número de víctimas ejecutadas por el número de meses, se obtiene una cifra superior a los cuarenta mil muertos mensuales. Anarquistas. industriales, niños, ancianos, comerciantes.... una marea de muerte sin igual en la historia de la Humanidad». Solzhenitsyn habla de modo torrencial. Hace una pausa y continúa: «Occidente no ha comprendido nunca ese laberinto criminal. Occidente no imagina los procesos espirituales que tienen lugar en Rusia. La persecución ideológica, espiritual, religiosa, sólo es comparable con la de los primeros mártires cristianos. Y esa persecución sangrienta, despiadada, ha reafirmado la religión, que sale favorecida de ese clima de paranoia policial. La juventud occidental es atea y tiende al socialismo. La juventud de mi país está contra el socialismo y es más religiosa.»

ACABAR CON LA CIVILIZACION

El profeta ruso no se integra en las tradiciones culturares de Occidente. Su repulsa moral no pertenece ni a la tradición democrática jeffersoniana, y su ética espiritual está muy lejos del doctrinarismo de Saint-Just. No propone una sociedad nueva conoce ni un camino político que encarne en su mística espiritual. Sus profecías son lúgubres como las prescripciones del Levítico: «Occidente ha perdido el sentido de las viejas palabras..., democracia, libertad, justicia, totalitarismo… nada significan ya…es difícil comprender el significado moral de una sociedad donde viajar puede ser un crimen, donde fotocopiar la página de un libro puede costar diez años de cárcel, donde los manicomios albergan a los espíritus libres, donde las huelgas se bañan en sangre... Ustedes los occidentales no comprenden: están perdidos. El Gobierno chileno dejó escapar a diecisiete revolucionarios… que huyeron a Rumanía. ¡Pero de allí no sabían cómo escapar!... Terroristas de Quebec intentaron refugiarse en Cuba: pero allí el terror policial les obligó a huir de nuevo... La prensa progresista tiene los ojos cerrados, no dice nada de esto... Sin embargo, si no restauramos los valores espirituales, si no renunciamos al hedonismo de las sociedades industriales, la población mundial será arrasada por una destrucción masiva en las primeras décadas del próximo siglo, apenas dentro de veinte años. El futuro de nuestro planeta nunca ha estado tan amenazado ni ha estado en manos de menos hombres, que pueden acabar con el resto de la civilización.»

EN CASTELLANO NO HAY TRADUCCIONES

Solzhenitsyn no ignora los procesos ideológicos, los turbulentos debates que suscitan sus acusaciones: «Sí. Es cierto. Se publican libros con mi nombre, que en ocasiones yo desconozco. En castellano, por ejemplo, apenas soy conocido. Todavía no existen en España unas traducciones verdaderas que ofrezcan al lector de su lengua garantías mínimamente exigibles para el conocimiento de mi obra. Mis libros se han traducido tan mal, que el lector no puede conocerme. De ahí, igualmente, que me resista a las ruedas de Prensa: yo expongo mis ideas y luego los periódicos tergiversan mis palabras, mis ideas. Yo les pediría, por favor, que si sus periódicos no publican todas mis palabras, que renuncien a escribir sus artículos. Es mejor el silencio que cortar y manipular las opiniones

Cuando Solzhenitsyn dice que «el mundo libre está al borde del colapso, alentado por sus propias faltas», retorna de nuevo a la tradición apocalíptica al margen de doctrinas, ideologías, escuelas literarias. Su discurso, como comentaba Octavio Paz, oscila entre Isaías y Job. Una legendaria maldición que en nuestro siglo tiene un rostro político.

Escribe Paz, el poeta mejicano, antiguo trotskista, en torno al libro más famoso de Solzhenitsyn: «Archipiélago Gulag asume la doble forma de la historia y del catálogo. Historia del origen, desarrollo y multiplicación de un cáncer que comenzó como una medida táctica en un momento difícil de la lucha por el Poder y que terminó como una institución social, en cuyo funcionamiento destructivo participaron millones de seres, unos como víctimas y otros como verdugos, guardianes y cómplices. Catálogos: Inventario de los grandes —que son también grados en la escala del ser— entre la bestialidad y la santidad. Al contarnos v el nacimiento, los progresos y las metamorfosis del cáncer totalitario, Solzhenitsyn escribe un capítulo, tal vez el más terrible, de la historia general del Caín colectivo; al relatar los casos que ha presenciado y los que le han referido otros testigos oculares —en el sentido evangélico de la expresión—, nos entrega una visión del hombre. La abyección y su contrapartida: la visión de Job en el muladar: no tiene fin

***

ALGUNAS ANOMALIAS

MADRID, 22. (INFORMACIONES.)

La aparición de Alexander Solzhenitsyn en el programa «Directísimo», que dirige y presenta José María Iñigo, el sábado pasado, puso de manifiesto una evidente falta de organización por parte de los órganos responsables de Televisión Española, y unas desafortunadas dificultades a las tareas informativas de los reporteros que cubrieron informativamente la figura del premio Nobel ruso.

Estos fueron algunos de los hechos ocurridos:

—Prohibición a los periodistas de entrar al estudio donde se emitió la entrevista con Solzhenitsyn, abarrotado de público. El premio Nobel confesó a los periodistas, más tarde, que su intervención había sido mutilada, «por razones de tiempo».

—Los periodistas que tuvieron que seguir la intervención televisiva desde una «sala de Prensa», a mitad de la intervención de Solzhenitsyn. fueron invitados perentoriamente a desalojar la sala, sin ningún tipo de explicaciones. «No es mi horario», comentaba el funcionario correspondiente.

—Cuando pudo celebrarse la rueda de Prensa (que sólo fue posible gracias a Solzhenitsyn, ya que los guionistas y funcionarios de «Directísimo» «secuestraron» al novelista, impidiendo todo tipo de dialogo o contacto con los periodistas) no había un sólo representante oficial de Televisión Española, de un mínimo nivel administrativo. En la «sala de Prensa» ni siquiera había sillas suficientes para la veintena de periodistas asistentes. Y el mismo Solzhenitsyn estuvo sentado entre archivadores y mesas de oficina.

—La traducción simultánea de las alocuciones de Solzhenitsyn hizo imposible entender largos párrafos de la intervención del premio Nobel, que pidió perdón, personalmente, a los periodistas, cuando se trataba de un fallo técnico que ningún responsable ni del programa ni de Televisión se sintió obligado a justificar.

El tono monocorde, las frases aproximativamente construidas de un flojo interprete, a punto estuvieron de destruir la pasión y el significado del torrente de palabras que Solzhenitsyn pronunciaba en ruso.

Todo este estado de cosas quedó resumido en la única y ridícula pregunta que hizo al autor ruso el presentador del programa, José María Iñigo: le preguntó qué le parecía vivir en Suiza, paraíso de los millonarios occidentales…

***

LA INTERVENCION DE SOLZHENITSYN EN «DIRECTÍSIMO»:

Con el triunfo del comunismo se inició la guerra del Estado contra el pueblo

MADRID, 22. (INFORMACIONES.)

EL escritor soviético, residente en Suiza, Alexander Solzhenitsyn, premio Nobel de Literatura, intervino el pasado sábado en el programa «Directísimo», de Televisión Española. El escritor llevaba ya una semana, de absoluto incógnito, viajando por España.

Al iniciar su intervención, que duró cerca de tres cuartos de hora, el señor Solzhenitsyn se refirió a los puntos de conexión entre España y Rusia, diciendo que «aunque los españoles y los rusos no nos parecemos, podemos encontrar rasgos comunes en nuestra historia. Si no fuese por Rusia y por España —que han sufrido a lo largo de la historia dos invasiones, la de los mongoles y la de los mahometanos—, la Europa de hoy no sería lo que es en la actualidad, ya que ganó su independencia, s u historia, gracias a estas dos naciones».

Sobre la influencia de España en su generación, dijo: «Debo decir que en mi historia sobre los campos de concentración hablo de que encontré no pocos españoles. Eran niños que fueron sacados de España, o revolucionarios que salieron de España al terminar la guerra civil, marineros y pilotos.» Y añadió: «Debo decir que España ha entrado en la vida de nuestra generación como la guerra amada de nuestra generación. Los jóvenes de nuestra generación teníamos dieciocho o veinte años cuando tenía lugar la guerra española. Como consecuencia de esta ideología inhumana del socialismo, con esa fuerza con que fueron cogidas las almas jóvenes de nuestros países, el tema de la guerra civil en España ocupó lugar de prioridad en esas generaciones jóvenes rusas, a pesar de que en aquellos momentos (1937-1938) sufríamos en la Unión Soviética el sistema carcelario más terrible. En aquel entonces detenían a millones de personas inocentes; fusilaban un millón de personas al año, sin contar con que nadie hablaba del archipiélago Gulag, que ya existía: eran 12 ó 15 millones de personas que estaban al otro lado de los campos de concentración. No obstante, nosotros casi no hacíamos caso de la realidad que nos rodeaba y participábamos en vuestra guerra civil con todo corazón. Para nuestra generación, nombres como Badajoz, Guadalajara, el Ebro, la Ciudad Universitaria, Teruel, eran nombres que considerábamos como propios. Y si nos hubiesen llamado, si nos lo hubiesen permitido, nosotros hubiésemos hecho todo lo posible por venir y luchar por la España republicana. Esto forma parte de la ideología socialista, que hace que las almas sean atraídas y llevadas, sin que puedan ser conscientes de la realidad de su propia situación, de su propio país, que dejan olvidado; se trata de buscar un sistema abstracto

GUERRA CIVIL

El señor Solzhenitsyn continuó: «He oído que vuestros emigrados políticos decían que la guerra civil española ha costado medio millón de seres. No sé si esta cifra es exacta o no; pero vamos a suponer que sea exacta. Tengo que decir entonces que en nuestra guerra civil también murieron dos o tres millones de personas. Pero vuestra guerra civil y la nuestra terminaron de distinto modo. En vuestro país venció un concepto de vida cristiano, y debido a que querían terminar la guerra y curar las heridas, todo termina ahí. En nuestro país venció la ideología comunista, por lo que el final de la guerra civil supuso no el final de todo lo que había ocurrido, sino el comienzo de lo que empezaba: comenzó la guerra del régimen establecido contra el pueblo.»

El señor Solzhenitsyn cita los datos reunidos por el profesor de Estadística ruso Kurdanov: de 1917 a 1959, 66 millones de personas muertas (de hambre en campos de trabajo, asesinadas, ejecutadas) en la U.R.S.S.

LA DICTADURA

«Yo aconsejo —agregó— que en Occidente se lean estos cálculos y la procedencia de las cifras tan terribles sobre nuestros muertos. Vosotros pasasteis de lado y no conocisteis lo que es el comunismo; puede ser para siempre o puede ser temporalmente. Vuestros círculos progresistas dicen que el Régimen que tienen ustedes es la dictadura. Llevo diez días viajando por toda España; viajo y nadie me conoce y puedo observar cómo vive la gente, con mis propios ojos, y me asombro. ¿Saben ustedes lo que es de verdad la dictadura? ¿Saben lo que se esconde tras este nombre? Voy a poner un ejemplo que he vivido personalmente: cualquier español no tiene por qué estar atado a su sitio y tiene libertad de elegir la ciudad que le plazca para vivir. Los ciudadanos soviéticos no pueden viajar libremente por su país; nosotros estamos en nuestras ciudades. Son las autoridades locales las que deciden si uno puede marcharse, con lo que los ciudadanos están totalmente a disposición de las autoridades locales, de la Policía. Gracias a las presiones de la opinión pública mundial, están dejando salir, con grandes dificultades, a una parte de los judíos; a los demás pueblos no les dejan salir. Nos encontramos en nuestro país como en la cárcel. Yo he visto Madrid y otras ciudades; más de doce ciudades españolas he visitado y he visto que en los quioscos se venden los periódicos más importantes europeos. No lo creían mis ojos. Si en nuestro país se pudiesen comprar los periódicos extranjeros, diez manos se hubiesen lanzado a por ellos y los hubiesen comprado. He visto también que cualquier persona, con cinco pesetas, se puede hacer una fotocopia en la calle. Sin embargo, en nuestro país esto es absolutamente imposible: está prohibido, de no ser para servicio del Estado; si alguien lo intentase para sus necesidades particulares pueden condenarle por actividades contrarrevolucionarias

AMNISTIAS

Y añadió: «Ustedes tienen huelgas. En mi país, durante sesenta años, jamás ha sido declarada una huelga. En los primeros años del Régimen, los que pretendían declararse en huelga eran fusilados, aunque lo hicieran para solicitar mejoras económicas; a otros, los metían en la cárcel por contrarrevolucionarios. Al tratar de publicar en la revista "Nuevo Mundo" un cuento en el que figuraba la palabra huelga, los rectores de la publicación —antes de llegar a la censura— erradicaron sin contemplaciones dicha palabra.

Y yo pregunto a vuestros progresistas: ¿Saben lo que es la dictadura? Si nosotros tuviésemos esta libertad que tienen ustedes aquí, abriríamos los ojos y no acabaríamos de creérnoslo. Hace sesenta años que no tenemos estas libertades. Recientemente he visto que han tenido ustedes una amnistía —limitada, según sus políticos—, para los luchadores que pelearon con las armas en la mano; a otros se les ha reducido la mitad de la pena. Podría decirles que nosotros necesitamos una amnistía, aunque fuera tan limitada como dicen que es esta de ustedes. Durante sesenta años jamás hemos tenido en Rusia una amnistía. Nosotros íbamos a las cárceles a morir en ellas. Muy pocos hemos podido regresar de estas cárceles y contarlo todo. Tras esta experiencia, hemos liberado nuestras almas, hemos recibido una vacuna contra el comunismo, mejor que nadie de Occidente. Efectivamente, nos hemos librado del comunismo, pero lo hemos pagado muy caro. Rusia se encuentra en una posición de vanguardia aun cuando reine la esclavitud, ya que la experiencia que hemos conocido no la ha conocida todavía Occidente. Vemos asombrados lo que pasa ahora en Occidente, lo vamos desde nuestro pasado; es como si estuviésemos viendo el futuro que les espera a ustedes. Todo lo que está ocurriendo aquí, ocurrió en nuestro país hace mucho tiempo.»

HISTORIA EN OCCIDENTE

Sobre la interpretación de su actual residencia en Suiza, “país en el que suelen refugiarse los grandes millonarios del capitalismo y sus capitales” (en palabras del presentador, José María Iñigo), el señor Solzhenitsyn respondió:

Acabo de decirles que Occidente es una sociedad de consumo. Nosotros, nuestra juventud, la hemos pasado en la miseria. Yo, por ejemplo, cuando era estudiante, tuve una vez la mala suerte de sentarme en una silla que tenía una mancha de tinta que afectó a mi pantalón; durante cinco años estuve con los mismos pantalones, porque no había posibilidad ni de limpiarlos ni de cambiarlos.

Cuando cualquier hombre soviético llega a Occidente, incluso en los países menos ricos, incluso en los países considerados como pobres, tenemos el sentimiento de que algo nos ahoga. Nosotros no podemos ver cómo se tiran la comida y los restos de comida; no podemos ver cómo se queda la comida en las mesas; no podemos comprender cómo se tiran también las migajas de pan. Por ello, cuando me preguntan por qué vivo en Suiza, respondo que en nuestros países vivimos como prisioneros, y que si mañana tuviese la posibilidad de regresar a nuestro país, miserable y hambriento, mañana regresaríamos, no obstante.

La Prensa socialista suele especular —le gusta— en el sentido de que Solzhenitsyn ha venido a Occidente y se ha transformado en un millonario. Cuando yo pasaba hambre allí, no decían que pasaba hambre. Sólo mentían diciendo que allí se come todo lo que se quiere. Efectivamente, tengo unos honorarios bastante grandes, pero la mayor parte de esos honorarios van destinados al fondo social ruso para ayudar a aquellos que son perseguidos en la Unión Soviética y a sus familias. Y de diversos modos, nosotros enviamos estas ayudas a la Unión Soviética.

Para los hombres occidentales, para ustedes, es muy difícil comprender estas cosas. En Occidente le pueden meter en la cárcel, pero no le pueden echar a uno de su trabajo por sus convicciones, por sus creencias, y si es que le echan a uno por ello puede buscar un nuevo trabajo. Pero nosotros tenemos un único patrón, el Estado, y si este patrón decide no admitir a una persona, no será admitido en ninguna parte. La familia no puede vivir, porque se muere de hambre.

Mi residencia en Zúrich se debe principalmente a que he escrito un libro sobre Lenin en Zúrich, que se acaba de publicar, y fue precisamente en Zúrich donde encontré todos los archivos que sólo se podían hallar allí.” (Zúrich y Ginebra fueron durante varios años refugio del exiliado Lenin, antes de la Revolución de Octubre.)

Informaciones, 22 de marzo de 1976, pp. 20-22.


Juan Pedro Quiñonero entrevistando a Alexander Solzhenitsyn en Prado del Rey, 20/21 de marzo de 1976. Foto Antonio Couto.

viernes, 24 de enero de 2025

"El Gulag: Entre Isaías y Job" de Octavio Paz (Destino, nº 1994, 18 a 24 de diciembre de 1975)

 


El Gulag: Entre Isaías y Job

Algunos escritores y periodistas, en México y en otros países de América y de Europa, han criticado con cierta dureza las declaraciones —no siempre acertadas. es verdad— que ha hecho Solyenitzin durante los últimos meses. El tono de esas recriminaciones, entre vindicativo y reconfortado, es el de aquel al que se le ha quitado un peso de encima: «¡Ah!, todo se explica, Solyenitzin es un reaccionario...». Esta actitud es un indicio más de que las denuncias y revelaciones del escritor ruso acerca del sistema totalitario soviético fueron aceptadas à contrecœur por muchos intelectuales de Occidente y de América latina. No es extraño: el mito bolchevique, la creencia en la pureza y bondad esenciales de la Unión Soviética, por encima o más allá de sus faltas y extravíos, es una superstición difícilmente erradicable. La antigua distinción teológica entre sustancia y accidente opera en los creyentes de nuestro siglo con la misma eficacia que en la Edad Media: la sustancia es el marxismo-leninismo y el accidente es el estalinismo. Por eso, cuando se publicaron los primeros libros de Solyenitzin, el inteligente y tortuoso Lukács intentó transformarlo en un «realista socialista», es decir, en un disidente dentro de la Iglesia. Pero la aparición de Solyenitzin —y no sólo la suya, sino la de muchos otros escritores e intelectuales rusos independientes— fue y es significativa precisamente por lo contrario: son disidentes fuera de la Iglesia. Su repudio del marxismo-leninismo es total. Esto es lo que me parece portentoso: más de medio siglo después de la Revolución de Octubre numerosos espíritus rusos, tal vez los mejores: científicos, novelistas, historiadores, poetas y filósofos, han dejado de ser marxistas. Incluso algunos, como Solyenitzin y Brodski, han regresado al cristianismo. Se trata de un fenómeno incomprensible para muchos intelectuales europeos y latinoamericanos. Incomprensible e inaceptable.

No sé si la historia se repite: sé que los hombres cambian poco. No hay salvación fuera de la Iglesia: si Solyenitzin no es un revolucionario disidente tiene que ser un imperialista reaccionario. Condenar a Solyenitzin, que se atrevió a hablar, es absolverse a uno mismo, que calló años y años. La verdad es que Solyenitzin no es ni revolucionario ni reaccionario: su tradición es otra. Al repudiar al marxismo-leninismo repudió también a la tradición «ilustrada» y progresista de Occidente. Está tan lejos de Kant y de Robespierre como de Marx y de Lenin. Tampoco siente simpatía por Adam Smith y Jefferson. No es ni liberal ni demócrata ni capitalista. Cree en la libertad, sí, porque cree en la dignidad humana; también cree en la caridad y en la camaradería, no en la democracia representativa ni en la solidaridad de clase. Aceptaría que Rusia fuese gobernada por un autócrata, si ese autócrata fuese asimismo un cristiano auténtico: alguien que creyese en la santidad de la persona humana, en el misterio cotidiano del otro que es nuestro semejante. Aquí debo detenerme, por un instante, y decir que disiento de Solyenitzin en esto: los cristianos no aman a sus semejantes. Y no los aman porque nunca han creído realmente en el otro. La historia nos enseña que, cuando lo han encontrado, lo han convertido o lo han exterminado. En el fondo de los cristianos, como en el de sus descendientes marxistas, percibo un terrible disgusto de sí mismos que los hace detestar y envidiar a los otros, sobre todo si los otros son paganos. Esta es la fuente psicológica de su celo proselitista y de las inquisiciones con que unos y otros han ensombrecido el planeta.

El cristianismo de Solyenitzin no es dogmático ni inquisitorial. Si su cristianismo lo aleja de las institucio­nes políticas democráticas creadas por la revolución burguesa, también lo convierte en enemigo de la idolatría al César y a su momia, así como del culto a la letra de los libros santos, esas dos religiones de los países co­munistas. En suma, el mundo de Solyenitzin es la sociedad premoderna con su sistema de jurisdicciones especiales, libertades locales y fueros individuales. Ahora bien, por más arcaica que nos parezca su filosofía política, su visión refleja con mayor claridad que las críticas de sus adversarios la encrucijada histórica en que nos hallamos. Confieso que muchas veces sus razones no me convencen y que su estilo intelectual es ajeno y contrario a mis hábitos mentales, a mis gustos estéticos e incluso a mis convicciones morales. Estoy más cerca de Celso que de san Pablo, prefiero Plotino a san Agustín y Hume a Pascal. Pero la mirada directa y simple de Solyenitzin atraviesa la actualidad y nos revela la que está escondido entre los pliegues y repliegues de los días. La pasión moral es pasión por la verdad y provoca la aparición de la verdad. Hay un elemento profético en sus escritos que no encuentro en ningún otro de mis contemporáneos. A veces, como entre los tercetos de Dante —aunque la prosa del ruso es más bien pesada y su argumentación prolija—, oigo la voz de Isaías y me estremezco y rebelo; otras oigo la de Job, y entonces me apiado y acepto. Como los profetas y como Dante, el escritor ruso nos habla de la actualidad desde la otra orilla, esa orilla que no me atrevo a llamar eterna porque no creo en la eternidad. Solyenitzin nos habla de lo que está pasando, es decir, de lo que nos pasa y nos traspasa. Toca la historia desde la doble perspectiva del ahora mismo y del más allá.

Salvo en ciertas regiones cuya historia se desvía del curso general de la europea hacia fines del siglo XVII (pienso en España, Portugal y las antiguas colonias americanas de ambas naciones), Occidente vive el fin de algo que comenzó en el siglo XVIII: esa modernidad que, en la esfera de la política, se expresó en la democracia representativa, el equilibrio de poderes, la igualdad de los ciudadanos ante la ley y el régimen de derechos humanos y de garantías individuales. Como si se tratase de una confirmación irónica y demoniaca de las previsiones de Marx —una confirmación al revés—, la democracia burguesa muere a manos de su creación histórica. Así parece cumplirse la negación creadora de Hegel y sus discípulos; digo parece porque se cumple de una manera perversa: el hijo matricida, el destructor del viejo orden, no es el proletariado universal, sino el nuevo Leviatán, el Estado burocrático. La Revolución destruye a la burguesía, pero no para liberar a los hombres, sino para encadenarlos más férreamente. La conexión entre el Estado burocrático y el sistema industrial, creado por la democracia burguesa, es de tal modo íntima que la crítica del primero implica necesariamente la del segundo.

El marxismo resulta insuficiente en nuestros días porque su crítica del capitalismo, lejos de incluir la del industrialismo, contiene una apología de sus obras. Cantar a la técnica y pensar en la industria como el agente máximo de liberación de los hombres, creencia común de los capitalistas y los comunistas, fue lógico en 1850, legitimo en 1900, explicable en 1920, pero resulta escandaloso en 1975. Hoy nos damos cuenta de que el mal no reside únicamente en el régimen de propiedad de los medios de producción, sino en el modo mismo de producción. Es imposible, naturalmente, renunciar a la industria; no lo es dejar de endiosarla y limitar sus destrozos Aparte de sus nocivas consecuencias ecológicas, quizás irreparables, el sistema industrial entraña peligros sociales que ya nadie ignora. Es inhumano y deshumaniza todo lo que toca, de los «señores de las máquinas» a sus «servidores», como llama el economista Perroux a los que intervienen en el proceso, propietarios, tecnócratas y trabajadores. Cualquiera que sea el régimen político en que se desarrolle, la industria moderna crea automáticamente estructuras impersonales de trabajo y relaciones humanas no menos impersonales, despiadadas y mecánicas. Esas estructuras y esas relaciones contienen ya en potencia, como la célula al futuro organismo, si Estado burocrático con sus administradores, sus moralistas, sus jueces sus psiquiatras y su campo de reeducación por el trabajo Desde que apareció, el marxismo ha pretendido conocer el secreto de las leyes del desarrollo histórico. Esta pretensión no lo ha abandonado a lo largo de su historia y se encuentra los escritos de todas las tendencias en que se ha dividido, de Bernstein a Kautsky y de Lenin a Mao. No obstante, entre sus previsiones acerca del futuro no figura la posibilidad que ahora nos parece más ame cazadora e inminente: el totalitarismo burocrático como desenlace de la crisis de la sociedad burguesa. Hay una excepción: la de León Trotski. La menciono —aunque una golondrina no hace verano— porque el caso es patético. Al final de su vida, en el último artículo que escribió, poco antes de ser asesinado, Trotski evocó —sin creer mucho en ella, de pasada, como quien disipa una pesadilla— la hipótesis de que la visión marxista de la historia moderna como el triunfo final del socialismo pudiera ser un terrible error de perspectiva. Dijo entonces que, en la ausencia de revoluciones proletarias en Occidente, en el curso de la segunda guerra mundial o inmediatamente después de ella, la crisis del capitalismo se resolverla por la aparición de regímenes colectivistas totalitarios, cuyos primeros ejemplares históricos eran, en aquellos días (1939), la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin. Más tarde algunos grupos trotskistas (aunque disidentes dentro de esa tendencia, como el que publica Socialisme ou Barbarie), han orientado sus análisis en la dirección apuntada por Trotsky, pero no han logrado diseñar una verdadera teoría marxista del totalitarismo colectivista. El obstáculo principal para la recta comprensión del fenómeno es que se niegan a reconocer, como su maestro, el carácter de clase de la burocracia.

Lo más extraño es que lo único que se le ocurrió a Trotski para enfrentarse al nuevo Leviatán fue ¡elaborar un programa mínimo de defensa de los trabajadores! Es revelador que, a pesar de su extraordinaria inteligencia no reparase en dos circunstancias. La primera es que él mismo, con su intolerancia dogmática y su concepción rígida del partido bolchevique como el instrumento de la historia, había contribuido poderosamente a la edificación del primer Estado burocrático mundial. La ironía es más hiriente si se recuerda que Lenin, en su «testamento». reprocha a Trotski sus tendencias burocráticas y su inclinación a tratar los problemas desde el ángulo puramente administrativo. La según da circunstancia es la desproporción entre la enormidad del mal que percibía Trotski —el totalitarismo colectivista en lugar del socialismo— y la inanidad del remedio: un programa mínimo de acción. Curiosa visión de los revolucionarios profesionales: reducen la historia del mundo a la redacción de un manifiesto y a la constitución de un comité. La burocracia y el apocalipsis.

El Estado burocrático no es una exclusiva de los países llamados socialistas. Se dio en Alemania y podrá darse en otras partes: la sociedad industrial lo lleva en su vientre. Lo prefiguran las grandes empresas transnacionales y otras instituciones que son parte de las democracias de Occidente, como la CIA norteamericana.

Por todo esto, si la libertad ha de sobrevivir al Estado burocrático, debe encontrar una alternativa distinta a la que hoy ofrecen las democracias capitalistas. La debilidad de estas últimas no es física, sino espiritual: son más ricas y más poderosas que sus adversarios totalitarios, pero no saben qué hacer con su poder y con su abundancia. Sin fe en nada que no sea el logro inmediato, han pactado con el crimen una y otra vez. Esto es lo que ha dicho Solyenitzin —aunque en el lenguaje religioso de otra edad— y esto es lo que ha provocado el escándalo de los fariseos. Agregaré algo que debería haber dicho y que es lamentable que no haya dicho: las democracias de Occidente han protegido y protegen a todos los tiranos y tiranuelos de los cinco continentes.

Se dice con frecuencia que Solyenitzin no ha revelado nada nuevo. Es verdad: todos sabíamos que en la Unión Soviética existían campos de trabajo forzado que eran lugares de exterminio de millones de seres humanos. Lo nuevo es que la mayoría de los «intelectuales de izquierda» por fin ha aceptado que el paraíso era infierno. Esta vuelta a la razón, me temo, se debe no tanto al genio de Solyenitzin como al saludable efecto de las revelaciones de Kruschev. Creyeron por consigna y han dejado de creer por consigna. Tal vez por esto muy pocos entre ellos, poquísimos. han tenido el valor humilde de analizar en público su extravío y explicar las razones que les movieron a pensar y obrar como lo hicieron. Es tan grande la resistencia a reconocer que se ha cometido un error, que una de esas almas empedernidas, un gran poeta, dijo: «¿Cómo no me iba a equivocar yo, un escritor, si la historia misma se equivocó?». Los griegos y los aztecas sabían que sus dioses pecaban, pero los modernos los aventajan: la historia, esa idea encamada. como una matrona de cascos ligeros, se va de picos pardos con el primero que llega, llámese Tamerlán o Stalin. En esto ha parado el marxismo, un pensamiento que se presentó como «la crítica del cielo».

En un artículo que consagré a la aparición del primer volumen de Archipiélago Gulag[1], subrayé que el respeto que me inspira Solyenitzin no implica adhesión a sus ideas ni a sus posiciones. Apruebo su crítica al régimen soviético y al hedonismo, hipocresía y miope oportunismo de las democracias de Occidente; repudio su idea simplista de la historia como una lucha entre dos imperios y dos tendencias. Solyenitzin no ha comprendido que el siglo de la desintegración y liquidación del sistema imperial europeo ha sido también el del renacimiento de viejos países asiáticos. como China, y el del nacimiento de jóvenes naciones en África y en otras partes del mundo. ¿Esos movimientos se resolverán en un gigantesco fracaso histórico como el que ha sido, hasta ahora, el de Brasil y los países hispanoamericanos, nacidos hace un siglo y mecho de la desintegración española y portuguesa? Es imposible saberlo, pero el caso de China apunta más bien hacia lo contrario. La ignorancia de Solyenitzin es grave, porque su verdadero nombre es arrogancia. Es una característica, por lo demás, muy rusa, como lo saben todos los que han tratado con escritores e intelectuales de esa nación, sean disidentes o pertenezcan a la ortodoxia oficial. Este es otro de los grandes misterios rusos, como lo saben también los lectores de Dostoievski: en ellos la arrogancia va unida a la humildad, la brutalidad a la piedad, el fanatismo a la mayor libertad espiritual. Insensibilidad y ceguera de un gran escritor y de un gran corazón: Solyenitzin. el valeroso y el piadoso, ha mostrado cierta indiferencia imperial, en el sentido nato de la palabra, ante los sufrimientos de los pueblos humillados y sometidos por Occidente. Lo más extraño es que, siendo como es el amigo y el testigo de la libertad, no haya sentido simpatía por las luchas de liberación de esos pueblos.

El ejemplo de Vietnam ilustra las limitaciones de Solyenitzin. Las suyas y las de sus críticos. Los grupos que se opusieron, casi siempre con buenas y legitimas razones, a la intervención norteamericana en Indochina. negaron al mismo tiempo algo innegable: el conflicto era un episodio de la lucha entre Washington y Moscú. No verlo —o tratar de no verlo— fue no ver lo que han visto muy bien Solyenitzin y (también) Mao: la derrota norteamericana alienta las aspiraciones de hegemonía soviética en Asia y en Europa occidental. Esos mismos grupos —socialistas, libertarios, demócratas, liberales antiimperialistas— denunciaron con razón la inmoralidad y la corrupción del régimen de Vietnam del Sur, pero no dijeron una palabra sobre la verdadera naturaleza del que rige Vietnam del Norte, un testigo insospechable, Jean La Couture, ha calificado al Gobierno de Hanoi como el más estalinista del mundo comunista. Su líder, Ho Chi Minh. dirigió una purga sangrienta contra los trotskistas y otros disidentes de izquierda después de la conquista del poder. Las crueles medidas adoptadas por el triunvirato que rige Camboya han consternado y avergonzado a los partidarios en Occidente de los kmer rojos. Todo esto comprueba que la izquierda está aprisionada por su propia ideología; por eso no ha encontrado aún la manera de combatir al imperialismo sin ayudar al totalitarismo y a la inversa Pero Solyenitzin es también prisionero de la malla ideológica: dijo que la guerra de Indochina fue un conflicto imperial, pero no dijo que fue también y sobre todo una guerra de liberación nacional. Esto último fue lo que le dio legitimidad. Ignorarlo no sólo es ignorar la complejidad de toda realidad histórica, sino su dimensión humana y moral. El maniqueísmo es la trampa del moralista.

Las opiniones de Solyenitzin no invalidan su testimonio. Archipiélago Gulag no es ni un libro de filosofía política ni un tratado de sociología Su tema es otro: el sufrimiento humano en sus dos notas extremas, la abyección y el heroísmo. No el sufrimiento que inflige al hombre la naturaleza, el destino o los dioses, sino otros hombres. El tema es antiguo como la sociedad humana, antiguo como la horda primitiva y como Caín. Es un tema político, biológico, psicológico, filosófico, religioso: el mal. Nadie ha podido decimos todavía por qué hay mal en el mundo y por qué hay mal en el hombre. La obra de Solyenitzin tiene dos méritos. ambos muy grandes: el primero es ser el relato de algo vivido y padecido; el segundo es constituir una completa y abrumadora enciclopedia del horror político en el siglo XX. Los dos volúmenes que hasta ahora han aparecido son una geografía y una anatomía del mal de nuestra época. Ese mal no es la melancolía ni la desesperación ni el taedium vitae, sino un sadismo sin erotismo: el crimen socializado y sometido a las normas de la producción en masa. Un crimen monótono como una multiplicación infinita. ¿Qué época y que civilización pueden ofrecer un libro que compita con el de Solyenitzin o con los relatos de los sobrevivientes de los campos nazis? Nuestra civilización ha tocado el límite del mal (Hitler y Stalin) y esos libros lo revelan. En esto consiste su grandeza. Las resistencias que han provocado las obras de Solyenitzin son explicables: son la descripción de una realidad cuya sola existencia es la refutación más completa, desoladora y convincente de varios siglos de pensamiento utópico, de Campanella a Fourier y de Moro a Marx. Además, son la pintura verídica de una sociedad en la que millones de nuestros contemporáneos —entre ellos innumerables escritores, científicos y artistas— han visto nada menos que los rasgos adorables del Mejor de los Mundos Futuros. ¿Qué se dirán hoy a sí mismos, si es que se atreven a hablar con ellos mismos, los autores de esos exaltados libros de viajes a la URSS (Regreso del Futuro se llamaba uno de ellos), esos poemas entusiastas y esos encendidos reportajes sobre «la patria del socialismo»?

Archipiélago Gulag asume la doble forma de la historia y del catálogo. Historia del origen, desarrollo y multiplicación de un cáncer que comenzó como una medida táctica en un momento difícil de la lucha por el poder y que terminó como una institución social en cuyo funcionamiento destructivo participaron millones de seres, unos como víctimas y otros como verdugos, guardianes y cómplices. Catálogo: inventario de los grandes —que son también gradas en la escala del ser— entre la bestialidad y la santidad. Al contamos el nacimiento, los progresos y las metamorfosis del cáncer totalitario, Solyenitzin escribe un capítulo, tal vez el más terrible, de la general del Caín colectivo; al relatar los casos que ha presenciado y los que le han referido otros testigos oculares —en el sentido evangélico de la expresión— nos entrega una visión del hombre. La historia es social; el catálogo, individual. La historia es limitada: los sistemas sociales nacen, se desarrollan, mueren: son pasajeros. El catálogo no es histórico: no tiene que ver con los sistemas, sino con la condición humana. La abyección y su contrapartida: la visión de Job en el muladar, no tienen fin. 

Octavio Paz, Destino, nº 1994, 18 a 24 de diciembre de 1975, pp. 29-31



[1] «Polvos de aquellos lodos». «Plural», núm 42. enero de 1974. México.

"El camarada Stalin, en Bocaccio" de Jorge Edwards (Destino, nº 2010, del 9 al 14 de abril de 1976)

 


El camarada Stalin, en Bocaccio

Los intelectuales maoístas decían en Francia, en los tiempos de la Revolución Cultural china, que cuando ésta triunfara también en su país, deberían cortarles la cabeza.

Una de mis experiencias españolas más reveladoras ha consistido en leer y escuchar la reacción de los intelectuales frente a las declaraciones de Soljenitsin en la televisión. Soljenitsin, a mi juicio hizo algunas observaciones interesantes y dedujo, a partir de ellas, conclusiones arbitrarias. Observó, por ejemplo, que en España de 1976 existen mayores libertades que en países como la Unión Soviética o Bulgaria, cosa que pocos discuten, pero paso de ahí a una generalización absurda al insinuar que los españoles no saben de verdad lo que es una dictadura. Dijo después que si el Chile de Pinochet no existiera habría sido necesario inventarlo, con lo cual aludía a la actitud de los intelectuales de la ribera izquierda del Sena y de otras trincheras igualmente peligrosas, para quienes el golpe chileno ha sido una inagotable mina de lugares comunes, pero cometía una extraordinaria injusticia con la izquierda chilena, con los que han sufrido en carne propia el golpe, que suelen ser los grandes olvidados en todo este asunto.

Esto sólo demuestra que Soljenitsin, capaz de transmitirnos su experiencia rusa en un lenguaje poderoso, impregnado del tono de veracidad que logra sobrevivir al descuido de sus traductores, es muy débil en el manejo de la dialéctica, en la elaboración intelectual que podría permitirle un análisis correcto de realidades nacionales diferentes. Sin embargo, las reacciones equilibradas, basadas en el examen de las palabras de Soljenitsin y no en la delación o el insulto, han sido muy escasas. Sólo recuerdo aquí la de Baltasar Porcel, publicada hace dos semanas en esta misma revista. En cambio, la reacción casi unánime de los intelectuales españoles, privada o pública ha sido extraña, incluso inquietante. Al fin y al cabo, Soljenitsin, después de su juventud marxista, ha evolucionado a un reformismo cristiano impregnado de nostalgias primitivistas y medievalistas, una corriente que tiene arraigo en la tradición rusa, con representantes como Berdiaev o León Chestov y cuyos antecesores son el León Tolstoi de los últimos años y el propio Dostoievski

Confieso que me produce perplejidad observar a intelectuales bien informados, simpatizantes del socialismo democrático, de la democracia cristiana o del comunismo a la italiana, que se rasgan las vestiduras frente al testimonio, a menudo atrabiliario pero siempre interesante, de Alexander Soljenitsin. Un escritor como Juan Benet, para citar un solo ejemplo, ha pedido el campo de concentración para Soljenitsin; es decir, un escritor ha pedido que en la sociedad futura se establezca la cárcel por delito de opinión. ¿Ignora Juan Benet que su refinamiento literario, su complacencia en los aspectos formales de la obra narrativa, harían de él un candidato más que seguro a los campos de concentración en cualquier situación parecida a la que ha conocido y descrito Soljenitsin?

Sospecho que mis colegas españoles sienten que las realidades descritas por Soljenitsin se encuentran tan lejos, son tan remotas e inimaginables, que pueden permitirse con respecto a ellas el lujo del juego verbal, la pantomima de un estalinismo de buen tono, digno del Boccacio. Quizás estén en la misma posición que los intelectuales maoístas que me decían en Francia, en los tiempos de la Revolución Cultural, que cuando triunfara la Revolución en su país el deber del Gobierno revolucionario sería cortarles la cabeza. Desde Francia, la Revolución Cultural Proletaria se veía muy lejos, y ellos arriesgaban muy poco al ofrecer el cuello a esa guillotina puramente retórica.

El verdadero riesgo de estas actitudes consiste en despojar a las palabras de su sentido. La política, parafraseando a Antonio Machado, se hará entonces de todas maneras, pero correrá el peligro de hacerse sin los escritores, que terminarán por renunciar a la reflexión propia, sometiéndose a la imposición tiránica de los grupos y de los clanes. En un momento de evolución y de reforma, esa renuncia no dejarla de ser grave. No pienso ahora, como Soljenitsin, en el lejano reformismo de Alejandro II, sino en el reformismo chileno de los años de Frei, poco antes de la Unidad Popular. Sin justificar los errores y las limitaciones de ese reformismo, estoy convencido hoy día de que nuestra intransigencia absoluta, la de los intelectuales chilenos de izquierda, tuvo más adelante, en un momento en que la única alternativa frente a la guerra civil o al golpe militar era una alianza muy amplia con el partido de Frei, repercusiones serias. Cuando los intelectuales chilenos en el exilio me confiesan ahora, en secreto, que un regreso de Frei al poder, incluso en condiciones menos democráticas que las de 1969, seria archideseable, pienso con tristeza en nuestra desaforada intolerancia y en nuestro verbalismo de hace pocos años. Soy, a pesar de todo, un optimista, y no creo que mis amigos españoles se vean obligados a realizar en el futuro una meditación tan melancólica, pero ellos deberían saber que eso dependerá, en una medida mucho mayor de lo que se imaginan, de ellos mismos, de su buen sentido y su madurez, cualidades que según mi modesta experiencia son aún más necesarias en el cambio que en el inmovilismo.

Jorge Edwards, Destino, nº 2010, del 9 al 14 de abril de 1976, p. 43

"Soljenitsin y la crítica al Estado leninista" de Juan Pedro Quiñonero (Destino, nº2018, del 3 al 9 de junio de 1976)

 

Soljenitsin y la crítica al Estado leninista

Un proceso de crítica y revisión absolutas que, en Occidente, sólo nuestros intelectuales están silenciando sin pudor


La reciente publicación castellana de las entregas III y IV del «Archipiélago Gulag» (1911-1966)[1] ha sido saludada, entre nosotros, con la habitual muralla de férreo silencio. Sin embargo el debate intelectual que abre ese libro esté siendo decisivo en la vida intelectual de Occidente. Günter Grass y los radicales de izquierdas alemanes, tras su versión alemana, hicieron pública su reconsideración critica de Lenin y la concepción leninista del Estado. «Le Nouvel Observateur» le consagró seis páginas, entre la defensa más apasionada de la critica de Alexander Soljenitsin al leninismo, y la crítica de su mesianismo de raíz religiosa. «The New York Times» consagró las primeras diez páginas de su célebre suplemento literario dominical. Y Octavio Paz publicó en su revista «Plural» (quizá la revista cultural más importante en el ámbito lingüístico castellano) la traducción castellana de ese texto, acompañado de una reflexión propia, simultáneamente publicada en DESTINO, acerca de Soljenitsin, al que compara con Job y la apocalíptica cristiana.

Tan graves y aprobatorios argumentos contrastan con el oceánico silencio, cuando no los ataques más mesiánicos (y el mesianismo, como estilo intelectual, siempre está cercano a la tentación totalitaria, al fascismo) con que en nuestra península ha sido recibida la obra literaria de este autor ruso. No he visto publicada ni una sola critica de sus libros. Ni un solo argumento intelectual que refute sus ideas. Ni un solo debate critico que se plantee alguno de los temas, decisivos para la cultura occidental, que proliferan ante los alegatos morales de toda su obra. Mientras en revistas como «Le Nouvel Observateur» el calificativo «Gulag» empieza a utilizarse como sinónimo del terror concentracionario del genocidio, la tontería policial de nuestras revistas políticas continúa perpetrando su ya excesiva tentación del silencio.

El «Archipiélago Gulag» plantea un debate decisivo: el estaliniano, el terror concentracionario, los millones de muertos, asesinatos y suicidios, tiene sus raíces en la obra teórica de Lenin. No estoy versado en estas cuestiones. Me limito a exponer una opinión. Y el relato literario de Soljenitsin es la ilustración moral de tal aventura.

Su tesis elemental está siendo repetida por loa grandes periódicos de todo el mundo. excepto en nuestro país: es en la teoría leninista del partido, en su organización policial, donde hacen las bases teóricas de una práctica política que inventa el campo de concentración antes que Hitler. Los teóricos de la estrategia política tienen la palabra. Pero, a la vista del maniqueísmo policial de nuestros medios intelectuales, será bueno recordar que esta opinión goza de una aceptación muy considerable. Y que tiene sus orígenes en la masacre de los marineros del Kronstadt.

El pasado 7 de mayo, escribía en «Le Monde» Maximilien Rubel (traductor de Marx y profesor en el CNRS): «...es el partido que se arroga el derecho de decidir si el proletariado debe o no ejercer su dictadura, quien, sustituyendo a la clase y a la masa de trabajadores, decide tachar de un trazo pluma lo que, según Marx representa un periodo de transición» y agrega más adelante: «…el partido se guarda bien de poner en cuestión lo esencial: a saber, sus prerrogativas de representante autoproclamado de la clase obrera. Es siempre quien, por la voz de sus jefes, decide el motivos de la dase obrera, es quien define la naturaleza y la forma que debe tomar la acción de esta clase».

(Ese «él» mayestático, ¡cómo recuerda a la teología cristiana medieval!, con su secuela de represión policial iluminista) Es necesario recordar todavía que ese «él» supuso el asesinato en masa de socialistas, anarquistas, socialdemócratas, trotskistas y liberales, por hablar sólo de fuerzas progresistas…

Por su parte, Claude Roy, en «Le Nouvel Observateur» (números del 3 al 9 mayo de 1976), escribe de estos temas «Rusia ha vivido, aproximadamente, un año sin censura: entre la explosión de los soviets en la revolución de febrero y el decreto de Lenin de noviembre de 1917 que prohibía la prensa no bolchevique». Y comenta el destino de este decreto policial: «es el control absoluto del partido sobre toda palabra». Respecto a los famosos «redaktor» (censores que trabajan en todas las editoriales y periódicos del país), ha comentado Louis Aragon «el «redaktor» es un chupatintas particularmente odioso, necesariamente espía y censor». Claude Roy, en el artículo de «Le Nouvel Observateur» que he citado, multiplica a lo largo de cuatro páginas (que forman parte del informe que la revista anuncia a toda página su portada) una relación de crímenes y atentados contra la libertad perpetrada por el estado leninista, citando como testigos y fuentes de información y critica a Aragon y a Ilya Ehrenburg.

Hasta aquí esta mera enumeración expositiva, que podría, lógicamente, ampliarse más que substancialmente. Quizá sólo nuestro país, en Occidente, se está hurtando, de este proceso de indagación critica, frontal y decisiva hacia el estado concebido por Lenin. Los «gauchistas» franceses (maoístas, anarquistas, «situacionistas», radicales de izquierda, de Sartre a Cohn-Bendit o Glucksmann, no hablemos ya de los partidos e intelectuales de derechas) han multiplicado sus críticas totales, frontales al estado imaginado por Lenin. Sus acusaciones son terminantes: se le acusa de policía, de creador de un estado policial.

«Archipiélago Gulag» es la ilustración literaria tardía de la toma de conciencia de los intelectuales de la orilla izquierda parisina. Octavio Paz da modo ejemplar, ya ha hecho referencia, en esta misma revista, como decía, a este proceso de degradación e indigencia ideológica. El Gulag forma parte, ya, de la ignominia moderna, de una marea asesina sin antecedentes (por su gigantismo) en la historia de los hombres. En nuestro país, este océano de sangre y crímenes continúa siendo un tema poco grato para nuestros intelectuales, perdidos en eternos desvaríos y trivialidades estratégicas, temerosos de la sagrada inquisición contemporánea, la estrategia política, a la que adulan del modo más vergonzoso, y así ganan la gloria con que los policías pagan el silencio de sus lacayos.

Juan Pedro Quiñonero, Destino, nº 2018, del 3 al 9 de junio de 1976, pp. 40-41.



[1] «Archipiélago Gulag» (II), Plaza y Janés. Barcelona, 496 páginas.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Entrevista a Solszhnitsin (ABC Literario, 22 de julio de 1989)


Solyenitsin: «No volveré antes que mis libros»
La revista norteamericana Time publica esta semana una entrevista con el escritor ruso Alexander Solyenitsin, que es la primera que concede en los últimos diez años y que coincide con la aparición de la versión definitiva de su gran novela Agosto 1914. Estas declaraciones contienen claves fundamentales del pensamiento del novelista y son de particular interés en los momentos en que la URSS aborda ese proceso conflictivo y lleno de interrogantes que se ha dado en llamar perestroika . ABC Literario ofrece, junto a la reseña de la obra a cargo de Peter S. Prescott, uno de los críticos literarios más prestigiosos de Estados Unidos, algunos de los momentos de la conversación con Solyenitsin.
La novela Agosto 1914 se publicó por primera vez en mil novecientos setenta y uno en ruso, ahora acaba de aparecer la traducción al inglés de una versión enteramente nueva. ¿Por qué sintió la necesidad de añadir trescientas páginas a la versión original?
La primera novedad que introduzco es el capítulo sobre Lenin. Con el transcurso de los años he comprendido que la revolución y sus causas no podían entenderse simplemente en razón de la Primera Guerra Mundial. Mi idea inicial es compartida en la actualidad por la mayoría de los habitantes del Este y del Oeste, y proclamaba que el hecho decisivo por excelencia fue la llamada Revolución de Octubre y sus consecuencias. Pero poco a poco he ido comprendiendo que el hecho fundamental y decisivo no fue la Revolución de Octubre: en realidad no fue en absoluto una revolución. Por revolución entendemos un acontecimiento multitudinario espontáneo, y en octubre no ocurrió nada de eso. La verdadera revolución fue la de febrero; la de octubre ni siquiera merece el nombre de revolución. Fue un golpe de Estado, y durante los años veinte hasta los propios bolcheviques lo denominaron el «golpe de Octubre». [...]
En otro momento de la conversación, el escritor afirmaría:
(...] En nuestro país hemos estado destruyendo todo durante setenta años: la vida de la gente, su base biológica, ecológica, moral y cualquier punto de "apoyo, cualquier idea constructiva. Buscando aquí v allá han acabado descubriendo las reformas de Stolpin y su forma de tratar la población agraria.
Lenin era perverso
-¿Cómo integra a Lenin en el conjunto de la cultura rusa?
Lenin tenía poco en común con la cultura rusa. Desde luego cursó el Bachillerato en una escuela rusa, debió leer a los clásicos rusos. pero poseía un espíritu internacionalista. No pertenecía a una nación; era «inter»-nacional entre naciones. En mil novecientos diecisiete demostró pertenecer al ala de la extrema izquierda de la democracia revolucionaria. Los defensores de la democracia revolucionaria dirigieron cuanto ocurrió en mil novecientos diecisiete, pero todo se les escapó de las manos. No eran suficientemente consistentes. no lo bastante despiadados, mientras que el sí fue despiadado y consistente hasta el final, y en ese sentido su aparición en la historia de Rusia resultaba inevitable.
El filósofo británico Bertrand Russell. que se declara ateo, conoció a Lenin y dijo de él que era la persona más malvada que había conocido en su vida. ¿Cree usted que Lenin era malvado?
No tuve oportunidad de conocer a Lenin, pero puedo confirmarlo. Era de una maldad fuera de lo común.
Algunos críticos lo han acusado de antisemita a raíz, de su descripción del terrorista Bogrov en su libro Agosto 1914, e incluso un escritor ha definido su libro como «un nuevo Protocolo de los Sabios de Sión» ¿Qué responde a estas acusaciones?
Describí a Bogrov con el mayor realismo posible, resaltando cada detalle de su vida, de su familia. de su ideología y de su comportamiento (... En ningún momento resté importancia al impulso heroico que alentaba en él. Pero creo que calificar de antisemita a Agosto 1914 es recurrir a una táctica sin escrúpulos que hasta ahora sólo creía posible en la Unión Soviética. Cuando el libro no estaba aún a la venta, porque no había autorizado su publicación. la gente manifestaba estentóreamente que era un libro despreciable, imperialista, escandaloso, odioso, etcétera (...).
¿Ha declarado usted que sus obras deben volver a la Unión Soviética antes de tener intención de hacerlo usted mismo?
Si. He trabajado en La rueda roja durante cincuenta y tres años. Todo lo que he pensado, descubierto y madurado en mi mente ha pasado a formar parte de la obra. Si tuviera que volver a la Unión Soviética antes que La rueda ro-gestaría como mudo. Nadie sabría lo que he soportado. No habría conseguido expresar nada. Una vez que la gente lo haya leído podremos hablar. El libro debe ponerse a la venta en todas las librerías de la URSS.
—Se le ha comparado tanto con Tolstoi como con Dostoievski. en lo que se refiere al argumento como a su forma de tratar la psicología e ideas de sus personajes. ¿Cuál es su relación con cada uno de estos autores?
Soy un patriota
Ambos me inspiran un gran sentimiento de respeto y de afinidad, si bien cada uno en una forma distinta. Mi narrativa, mi forma de presentar la creación, la variedad de personajes y circunstancias me acercan más a Tolstoi. Pero mi comprensión de la interpretación espiritual de la historia me aproxima más a Dostoievski. Hay quienes distorsionan conscientemente las cosas; otras personas sencillamente no se molestan en comprobar sus fuentes. Es un hecho bastante evidente que me hace avergonzarme de las periodistas. Nadie cita jamás testimonios. Y lo mismo ocurre con la acusación de que soy un nacionalista. Soy un patriota. Amo a mi patria. Quiero que mi país, que está enfermo, que ha sido destruido a lo largo de setenta años y que está al borde de la muerte, reviva. Pero eso no me convierte en nacionalista. No quiero limitar los derechos de nadie: cada país tiene sus propios patriotas que se preocupan por el destino de éste.
Ha dicho usted que en los últimos trescientos años la vida moral de Occidente ha sufrido una decadencia. ¿Por qué opina eso?
Se ha registrado un progreso técnico, pero no es lo mismo que el progreso de la Humanidad como tal. Este proceso es muy complejo en cada civilización. En las civilizaciones occidentales -que solían llamarse cristianas occidentales. pero que ahora deberían llamarse mejor paganas occidentales- el desarrollo de la vida intelectual y de la ciencia ha ido parejo a la pérdida de los fundamentos morales serios de la sociedad. Durante estos trescientos años de civilización occidental, los deberes se han esfumado y los derechos se han ampliado Pero todos poseemos dos pulmones. No se puede respirar sólo con uno y con el otro no. Debemos asumir derechos y obligaciones en la misma proporción.
ABC Literario, 22 de julio de 1989, pp. VIII-IX.