Mostrando entradas con la etiqueta Theodore Roszak. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Theodore Roszak. Mostrar todas las entradas

viernes, 5 de enero de 2018

José Luis Giménez-Frontín: “Poesía y manipulación de la magia” (Triunfo, 01/01/1972)


POESIA Y MANIPULACION DE LA MAGIA
1.  Hay quienes, al lamentarse del auge de los comportamientos mágicos —uso de amuletos, consulta a los horóscopos—, se preguntan si éstos no serán un sustitutivo en la conciencia de los hombres de la religión «perdida». Según esta teoría, la secularización de las sociedades es la responsable de que el ansia de trascendencia de los hombres, desviada de su cauce natural, se haya arrojado en brazos de esta falsa religión que es la magia.
Antes de recuperar, en la segunda parte de este artículo, el tema de una «cierta» magia como expresión de una «cierta» ansia de trascendencia, debemos observar previamente lo que de equívoco tiene esta postura, señalando, por un lado, que la secularización fue una exigencia histórica del capitalismo y que nunca estuvo en contradicción, sino en íntima relación, con el pensamiento religioso de los hombres de la Reforma, y, por otro, que el sustrato psicológico que condiciona aquellos comportamientos mágicos debe buscarse fundamentalmente en los sentimientos individuales y colectivos de inseguridad. La magia veremos aparece en determinadas estructuras que fueron previamente secularizadas, pero no como consecuencia mecánica de la secularización o simple sustitución de los ritos religiosos a los que la sociedad ha dado la espalda.
***
Ya señaló Max Weber cómo la inicial acumulación de capital en la Europa moderna fue posible gracias a la revolución en las conciencias que supuso el pensamiento de Lutero y Calvino. Los valores seculares solo pudieron implantarse en la sociedad gracias a la operación de elevar al rango de «signos», de la salvación del alma, el espíritu de trabajo, la mentalidad de ahorro y, en definitiva, el éxito social. Para los marxistas no fue la Reforma la plataforma ideológica que permitió acabar con las viejas estructuras económicas medievales, sino la consecuencia de este cambio, la adaptación de las conciencias a una moral que daba un sentido a su inmersión en las nuevas circunstancias. Otros autores prefieren hablar de mutuas influencias, señalando cómo el desarrollo del capitalismo fue notablemente más moderado en aquellos países, como Italia, igualmente capacitados para aquel desarrollo, pero que permanecieron fieles a la religión «no reformada».
***
Estamos apuntando con ello una de las características fundamentales del hombre contemporáneo: la escisión de su personalidad, su interiorización de todo aquello que no tiene cabida en los procesos de producción. Señalemos también la fuerte estratificación social que ha supuesto la evolución del liberalismo económico —con su moral de que el éxito es posible y sólo es cuestión de esfuerzo personal— hacia formas de capitalismo monopolista, que mantienen la misma moral del éxito en unos momentos en que ésta ha quedado desfasada. Pese a ello, el único índice reconocido socialmente como afirmación de la identidad es el éxito. El éxito, lógicamente, en competencia con el éxito de los demás, fuente de avidez para los que triunfan y de angustia e inseguridad para los que pretenden conseguirlo. Éxito o «prestigio» que se articula en tomo a un trabajo escindido de las restantes relaciones humanas y que tiende a «instrumentalizar» todas las relaciones conforme a sus fines.
Ruego al lector disculpe tantas generalizaciones. Pero era necesario aludir a los procesos de secularización, por un lado, y a la fuente de angustia que representa la contradicción entre las posibilidades de afirmación a través del trabajo y los valores sociales que exigen el triunfo a través del trabajo, por otro, a fin de podemos acercar a la aparente paradoja del auge de la magia en la sociedad industrializada (y secularizada).
En efecto, si algo caracteriza la predisposición a la magia es la angustia, la inseguridad, el deseo de controlar de algún modo una existencia que no depende de nosotros mismos. Ya Fromm resaltó, en 1941, la íntima ligazón entre la aceptación de la ideología nazi y la ilustración personal y de clase de las capas medias de la sociedad alemana. Y es el mismo Fromm quien observó la relación entre la inseguridad neurótica y la mentalidad mágica —nueva versión, esta vez apolítica de irracionalismo—. «Los neuróticos obsesivos —dice—, cuando temen por el resultado de una empresa importante, mientras esperan el resultado, suelen contar las ventanas de las casas o los árboles de la calle. Si el número es par, la persona presiente que todo irá bien: si es impar, es señal de fracaso. A menudo esta indecisión no hace referencia a un instante específico, sino a toda la vida de una persona, y el impulso de buscar «signos» la invade totalmente. A menudo, la conexión entre la acción de contar piedras, hacer solitarios o jugar a tas cartas, por un lado, y la angustia y la duda, por otro, no es consciente. Una persona puede hacer solitarios llevada por una vaga sensación de intranquilidad, y sólo un análisis profundo puede descubrir la fundón agorera de su actividad: revelar el futuro».
***
Pero existe algo más que la angustia, existe la manipulación industrial de esta misma angustia. Queden para los países más atrasados las apariciones, los ritos tribales y las hechicerías; los países industrializados, como observó Adorno, sentirán la necesidad de racionalizar la magia, eliminando los aspectos misteriosos y terroríficos de la misma, revistiéndola con una capa de cientifismo y arropándola con un lenguaje casi tecnocrático. Veamos. «El secreto y truco de la astrología —dice Adorno— es únicamente el modo como aúna las esferas de la psicología social y de la astronomía, sin relaciones entre sí y que se manejaban en forma racional aisladamente». El trucaje consiste, ahora, en presentar al consumidor como algo «científico» la influencia astral. Observemos con qué admirable sutileza se mezclan los dos campos aludidos en una publicación alemana de gran venta («Conozca el día a día su horóscopo»), que publica en España Editorial Bruguera: «La orientación, el consejo que usted precisa, se hallan escritos en el idioma sereno de los astros. Como ya se descubrió en tiempos antiguos, el universo es una rotunda unidad en donde lo alto y lo bajo, el cielo y la tierra, el idioma de las estrellas y nuestra vida cotidiana se relacionan íntimamente». Se contrasta, de entrada, la inseguridad (la necesidad de consejo) de los hombres con la «serenidad» (propia de quien da consejo) del lenguaje de los astros. De la observación —nada superficial— de que «el universo es una rotunda unidad» se deduce la dependencia de cada hombre de las fuerzas cósmicas. Además, el horóscopo será redactado por «técnicos», por «especialistas» en lenguaje astral. Pero el horóscopo no es una «adivinación» (lo que sería magia-magia y no magia-científica), es, simplemente, «una guía para la mayor eficacia de su vida y de su conducta». Garantizada así la cualidad de fetiche científico de la astrología, puede pasante seguidamente a la fase de manipulación psicológica.
En este sentido, el estudio realizado por Adorno del horóscopo del diario Los Angeles Times sigue siendo revelador y modélico. Entre otros muchos puntos, observó Adorno: 1) Cómo se liberaba al lector de toda responsabilidad sobre su condición de ciudadano, trabajador o esposo, al depender su suerte de factores sobre los que él, como hombre, no tenía la menor influencia; 2) Cómo se introducía un concepto del trabajo en el que hay que alabar a los «superiores», «desconfiar» de los colaboradores y en el que, de hecho, era más importante «maniobrar hábilmente» que trabajar; 3) Cómo se reducía la categoría de «amigos» a la de «elementos provechosos», pero de los que hay que «desconfiar», y 4) Cómo nunca se afrontaban los conflictos domésticos, que siempre eran «pasajeros», «nubes que empañan momentáneamente» la estabilidad familiar y en los que hay que hacer gala de «persuasión y habilidad».
Es realmente difícil imaginar una manipulación que invite con mayor sutileza a la aceptación de todos los status quo y que aliente con mayor descaro la moral del éxito y a instrumentalización de las relaciones. Manipulación que, en nombre del consejo y la serenidad, acentúa fatalmente la inseguridad de los lectores, al mismo tiempo que justifica su inmovilismo.
Ante la sutileza de la «ciencia astrológica», el lenguaje propagandístico de los talismanes magnéticos es mucho más burdo. Aunque no por ello dejan de tener gran éxito al menos en España. Las cruces magnéticas no aconsejan sobre como es mejor obrar (o maniobrar). Se limitan a infundir o quienes la llevan «fuerza», «dinamismo», «vitalidad» y «energía». Hay cruces para todos los gustos. La más mágica, la de los incas, promete, «para cuando todo falle», nada más y nada menos que la «felicidad». Otra prefiere persuadir proyectando 1a entrañable figura de un marino viajando en su trineo por los hielos polares en busca del mineral magnético. Caso digno de un más detallado estudio es el de la cruz que afirma carecer de «poderes sobrenaturales (mágicos), ni médicos (científicos)»: La cruz se limita a influir «en tu optimismo, regulando sus propios impulsos magnéticos».
2. Hemos visto, hasta ahora, una magia manipulada industrialmente y, además, con pretensiones científicas. Cambiemos de panorama; aludamos a una revalorización de la magia por parte de algunos movimientos juveniles, sobre todo norteamericanos. No se trata ya ni del juego de salón con el que combatían —y combaten— el aburrimiento las élites europeas a la manera de los tuberculosos de Thomas Mann, ni de una manipulación de la angustia, como la estudiada por Adorno. Se trata de una reivindicación cultural que aparece en el seno de la sociedad más desarrollada del globo y que tiene su origen en un rechazo de los valores culturales de aquella misma sociedad.
Un rechazo que, simplificando mucho, podría articularse en las siguientes dos oposiciones: 1) Frente a la moral del éxito, se retoma a una cierta ética epicúrea. Epicuro, que ha sido considerado por una larga serie de autores —desde el mismo Marx a Paul Nizan— como el primer hito histórico del materialismo, representaba, al mismo tiempo, tal como apunta Farrington, una proposición moral que pretendía alcanzar la «felicidad» en el seno de una comunidad «apolítica», basada en la «amistad» y el trabajo «no competitivo». Muchas son, pues, las similitudes entre el modelo de vida en el Jardín epicúreo y el de las comunidades jóvenes norteamericanas. (Quede el tema apuntado, aunque sólo sea para recordar a los más radicales contraculturistas sus lazos con una antigua tradición de Occidente). Y 2.) Frente a la fe en que el progreso científico —y el reinado del racionalismo— podrá dar remedio a los males de la Humanidad se propone una visión mágica de las cosas, una comprensión del Universo en la que el hombre no desempeñe el papel de conquistador, sino el de intérprete.
Aunque la palabra «magia» sea utilizada aquí abiertamente, habrá que ir con cuidado antes de dejarse llevar por reacciones semánticas. Si en vez de «magia» se emplea la palabra «mística», quizá algunos espíritus religiosos quedaran gratamente sorprendidos, y si en vez de «mística» empleamos la expresión «planteamiento poético de la realidad», quizá se despertara el interés de algunos espíritus realistas.
En cualquier caso, hay que tener presente que el campo se presta, de hecho, a todo tipo de regresiones irracionales. La más elemental e inofensiva es aquella que en nombre de la unidad total de todas las cosas retorna, nada más ni nada menos, que a la «ciencia astral». En una publicación reciente, que viene a ser la crónica social e ideológica de los movimientos californianos, podemos leer una entrevista con Chalon Crawford, el astrólogo «oficial» de Berkeley. Cuando se le pregunta: «¿Qué opinas de las predicciones astrológicas del día o de la semana en periódicos y revistas?», responde Crawford las siguientes reveladoras palabras: «No se pueden tener mucho en cuenta, sobre todo, porque además de un signo solar todos tenemos un signo ascendente y un signo lunar». Quede claro, pues, que si Los Angeles Times hubieran tenido en cuenta además de los signos solares, los ascendentes y los lunares, su horóscopo hubiera constituido para nosotros una apreciable ayuda para descubrir lo que tenernos dentro de la cabeza y poder obrar convenientemente...
***
Pero existen ciertas formulaciones de lo que deba entenderse por «visión mágica», que sí exige nuestra atención. Una aproximación viene dada por Theodore Roszak. Distingue este autor entre ciencia y lo que él llama «el mito de la conciencia objetiva», que es la que tienen los miembros de una sociedad (tecnocrática) que ha elevado la «ciencia» a la categoría de mito. «Mientras el arte y la literatura de nuestro tiempo —señala— nos dicen cada vez con más desesperación que nuestra era se muere, enferma de alienación, las ciencias, en su incansable búsqueda de objetividad, elevan la alienación a su apoteosis en tanto que su único medio para conseguir una relación válida con la realidad. La consciencia objetiva es vida alienada promovida a su más alto status honorífico en tanto que método científico». El problema estriba en Roszak en que cuando intenta expresar cuál es esta otra visión (no excluyente) que puede constituir una relación válida con la realidad, recurre a la metáfora del chamán. El chamán, ciertamente, es la figura del «interprete» del mundo en relación con su comunidad, pero su figura, aun utilizada metafóricamente, borra de un plumazo el curso de la Historia.
Más preciso se muestra en sus formulaciones Alan Watts, quien no casualmente ha eliminado de su vocabulario la palabra «magia». Para él la «magia» se reduce «tan sólo a una proyección de la imaginación», apuntando, a continuación, las inmensas posibilidades lúdicas del hombre por el mero hecho de tener «imaginación, o mejor dicho, imaginación o poder de irradiar magia». Watts prefiere hablar de «conciencia ecológica» y de relaciones de «materialidad» de los hombres consigo mismo, entre ellas y con el mundo.
La «conciencia ecológica» hace referencia a las relaciones de dependencia existentes entre todos los organismos vivientes entre si y sus medios, de las que el hombre sólo puede ser consciente cuando su mirada rompe la confusión que se ha ido estableciendo entre las cosas (la riqueza, por ejemplo) y los signos con los que las cosas son representadas (el dinero, por ejemplo) y que acaban por ser tomadas por las cosas mismas. Y de esta operación de «salvación del nombre de las cosas» se deduce toda una ética del comportamiento: así, la «conciencia ecológica» se opone no a la ciencia, pero sí a la tecnocracia científica; no al trabajo, pero si al trabajo no creador y competitivo; no al amor, pero si a las instituciones legales familiares.
De ahí la revalorización del arte, en tanto que campo, no autolimitado, que establece otras relaciones con la realidad con ayuda de otros medios (o como recuerda Trías, a través de los mecanismos de similitud que son las metáforas y las metonimias). En definitiva, y pese a todos los excesos a los que pueda dar lugar, esta sospechosa «visión mágica de las cosas» tiene mucho que ver con la poesía. Porque poesía es aquel intento de reordenar y dar un sentido a «toda» la realidad a través de la palabra, o si se prefiere, es magia de la palabra.
En efecto, es posible encontrar un común denominador en toda esta serie de movimientos decididos a vivir al margen de los valores de la sociedad tecnocrática. Tanto quienes acentúan una visión mística del mundo y cantan a un «Dulce Señor» (que nada tiene de cristiano) como los que se definen por su visión natural o material de la vida en el universo están todos de acuerdo en asignar al hombre un papel, no de conquistador, sino de intérprete, o lo que es lo mismo, de poeta. El hecho de que se pretenda recuperar el mundo de la poesía para la realidad cotidiana, rescatándola del «ghetto literario» en el que ha estado relegada durante siglos, es una pretensión sorprendente. Valorar esta pretensión es una operación que cada lector hará en base a su propia valoración del arte, sus fines, sus leyes y su papel en las conciencias y en la historia.
***
Muchos temas han quedado sugeridos, pero ninguno ha sido debidamente desarrollado. Estas páginas han pretendido contrastar el hecho de la manifestación de las conciencias a través de métodos «mágicos» en el seno de la sociedad secularizada, con la reivindicación de una visión poética de la realidad como rechazo de los valores imperantes en esta misma sociedad. Ambos temas exigen tratamientos distintos y aquí han sido mezclados, como de hecho son también mezclados cuando se los agrupa bajo el común denominador de «irracionalidades». Me daría por satisfecho con la reivindicación de un tratamiento —y de una valoración— distinto para cada uno por separado.  

José Luis Giménez-Frontín, Triunfo, nº 483 Año XXVI, 01/01/1972, p. 21-23

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Theodore Roszak en 1987. Artículo de Juan C. Insua (La Vanguardia, 1 de septiembre de 1987) y entrevista con Juan Lagardera (La Vanguardia, 27 de agosto de 1987).


Theodore Roszak: La tercera tradición
Theodore Roszak (1933) fue uno de los responsables de abrir, la pasada semana, la IV edición de la Universitat d'Estiu de Gandia que se desarrolló bajo el título genérico de “E1 futur a debat”. Considerado como uno de los principales teóricos del movimiento contracultural norteamericano, la obra de Roszak es, sin embargo, sólo parcialmente conocida en nuestro medio. En el siguiente artículo se intenta una aproximación a algunas constantes de su pensamiento.
No puedo decir quién eres: puede que jamás te conozca del todo. / Pero confío en que eres una persona por derecho propio, en posesión / de una belleza y un valor que son los más preciados tesoros de la Tierra.”
Walt Whitman
ENTRE el eco liberal que se expande para diferenciarse y el eco marxista que se colectiviza para anular al individuo existe, desde hace dos siglos, una tensa disputa Ya no resulta simple ignorar esa batalla de “poder” sobre la cual vienen erigiéndose la mayoría de las concepciones, a las que se adhiere o se rechaza como visión del mundo. Lo individual y lo colectivo (en sus dogmas y derrumbes) son un par privilegiado de ejes en que giran las ideologías como de derecha como de izquierdas. Y sin embargo, ninguna de las dos posturas —con sus agobiantes matices— parece haber resuelto el tercer enigma, aquello que no es ni individual, ni colectivo, aunque participe de ambas tendencias: la persona. Sobre esta tercera vía —que, como veremos, cuenta con una tradición dispersa y ejemplar— el teórico norteamericano Theodore Roszak profundiza la temática global ya iniciada en los años 60 con “El nacimiento de una contracultura”. En su libro “Persona Planeta” (editorial Kairós), Roszak establece una diferencia esencial entre individuo y persona. La exaltación del primero —una de las piedras básales de la sociedad capitalista— no resulta menos desalentadora que el fracaso de las sociedades colectivistas para redimir esta confusión trágica entre lo individual y lo personal, como parte de su misión revolucionaria. “Las contradicciones que han actuado en la historia de las tradiciones individualista y colectivista —dice Roszak—, acaban por convertirse en ironías que derrotan sus más elevadas intenciones.”
Parad intelectual californiano, las dos tradiciones revolucionarias del mundo moderno, el liberalismo burgués y la democracia social —los dos vehículos esenciales de la política individualista y colectivista— han establecido una guerra no sólo contra todas las formas de elitismo, sino contra todas las formas de misterio, incluido el misterio de la persona. La ciencia, con su lenguaje de objetos, no de sujetos, surge en su discurso con el instrumento predilecto de tal reduccionismo.
En sus opuestos políticos, económicos o ideológicos, ambas tendencias dejan intacto el “statu quo” científico; avalando una ciencia, algunos de cuyos mejores exponentes trabajan desde hace décadas en el perfeccionamiento de una tecnología genocida. Según Roszak, es precisamente la ciencia (a menudo en su forma más rígida) la que proporciona el estilo intelectual y la visión del mundo de liberales y marxistas, convirtiéndose en su talismán y su arma: “La dirección que sigue la principal corriente cultural moderna es bastante evidente. Se dirige a una irónica convergencia de individualismo burgués y colectivismo socialista. A un lado los perros de Pavlov; al otro, las palomas de Skinner y, entre ellos, un mundo en que el misterio humano ha sido abolido...”.
La hipótesis Gea
Pero ¿cómo admitir tal situación cuando el “Voyager” se aleja del sistema solar y los frutos de la manipulación del código genético brillan en cunas de vidrio? ¿Cómo exponer los sutiles meandros del monopolio de la verdad por parte del discurso científico en un mundo controlado por expertos?
Una de las teorías que Roszak expone para abordar la megacrisis planetaria —y que obviamente forma parte de foros ambientalistas y ecologistas— es el milenario concepto de la Tierra como “madre universal”. Lejanos los tiempos de la invocación homérica, con el rescate del término por William Golding. “Gea” deja de ser la más antigua de las divinidades para convertirse en una encantadora metáfora que designa el campo de estudio ecológico. “Resulta paradójico —señala Roszak— que cuando la ecología moderna busca una forma dinámica y global de pensaren el planeta retroceda a ese acto clásico de personificación: la madre tierra, reina de los rebaños y las cosechas, tan vieja como la cultura humana.”
 Una de las teorías que Roszak expone para abordar la megacrisis planetaria —y que obviamente forma parte de foros ambientalistas y ecologistas— es el milenario concepto de la Tierra como “madre universal”. Lejanos los tiempos de la invocación homérica, con el rescate del término por William Golding. “Gea” deja de ser la más antigua de las divinidades para convertirse en una encantadora metáfora que designa la más antigua de las divinidades para convertirse en una encantadora metáfora que designa el campo de estudio ecológico. “Resulta paradójico —señala Roszak— que cuando la ecología moderna busca una forma dinámica y global de pensar en el planeta retroceda a ese acto clásico de personificación: la madre tierra, reina de los rebaños y las cosechas, tan vieja como la cultura humana.” Sin embargo, el retomo de la diosa no sólo estaría justificada por las hipótesis de trabajo de la inteligencia verde sino que sobre todo se manifiesta en una serie de reivindicaciones que las propias mujeres se han encargado de promover. Un matiz de este radicalismo feminista es expresado por Barbara Starret cuando sentencia: “Víctima: ese es el sustantivo más descriptivo de que disponemos para designar el papel que las mujeres (junto con los homosexuales, el medio ambiente, la naturaleza, la gente del Tercer Mundo, etc.) deben representaren el drama generalizado de pautas mortíferas”. Este síntoma elocuente de los nuevos tiempos y que Roszak define como un “neopaganismo de corte femenino” genera —en algunos casos— un collage antropológico de mitos y rituales que sugiere más una “investigación” que una experiencia religiosa y que no obstante contiene la importante intuición de que los males que asolan a nuestro medio ambiente no pueden curarlos la reforma económica y la sensibilidad estética por sí solas.
Si bien las referencias a la contracultura norteamericana son una constante de “Persona/Planeta", al fundamentar la línea central de su pensamiento. Roszak recurre a una peculiar genealogía. Su crítica radical en las áreas del hogar, la escuela, el trabajo y la ciudad se inspira en figuras tan disímiles como Nietzsche y Tolstoi, William Blake y Gandhi o Walt Whitman y Sócrates. Todos exponentes de esa tradición dispersa preocupada por la inocencia de la persona. Desde este enfoque la legitimidad de la responsabilidad intelectual no se basa en el rol imprescindible adjudicado a las élites pensantes a lo largo de la historia sino en la formulación y el compromiso con un “ethos” crítico que pueda asumir la experiencia de su radicalidad.
Límites
En este sentido, el discurso de Roszak plantea permanentemente sus propios límites. La paradoja en la cual se ejecuta la tarea intelectual. Por un lado, estimula cambios, modas y tendencias y por otro “traficar con ideas en el imperio de las ciudades”. Allí es precisamente donde Roszak sitúa el dominio intelectual por excelencia: “La ciudad es, de un modo intrínseco, una central de energías depredadoras. Si quienes pertenecemos a su cultura y economía pudiéramos vemos en la plena perspectiva de la historia urbana, reconoceríamos que constituimos el más antiguo interés imperial del mundo, el imperio de las ciudades, imponiéndose sin cesar a lo tradicional, lo rural, la naturaleza en general”.
El mundo absorbido por el orden urbano de las cosas, “el colosalismo” desmesurado planteado reiteradamente por economistas como Leopold Kohr y F. Schumacher, es para Roszak la marca de Caín que sigue en nuestra frente, pero que llevamos como una corona llamada civilización.
Civilización: he allí un debate sustancial que Roszak delinea y sugiere como la identidad corporativa básica a la cual todo occidental pertenece. Vivimos en una sociedad civilizada, pero lo sucedido en Bruselas, el número creciente de tragedias aéreas, el terrorismo o el sida, son apenas nuevos detalles de una patología, largamente expuesta. La crisis —que es una megacrisis— ya no admite nihilismos y otras extravagancias. Estas actitudes sólo pueden resultar, para Roszak, el “affaire” de inteligencias descomprometidas o la errática postura de aquellos intelectuales que, desde posiciones privilegiadas, no aceptan ser incluidos en la paradoja, la arbitrariedad (la doble mirada) en que se desgrana su discurso.
Todo esto es expuesto por el pensador norteamericano junto a elementos evolutivos de su propia experiencia. Su encrucijada es, sobre todo, la de un intelectual de clase media, un testigo radical en el seno de un imperio, que cada mañana debe contemplar el paisaje en que ese imperio se desmorona, intuyendo sin embargo que, en medio de tan fastuosos desperdicios, algo se puede realizar por la preservación del misterio que nos vincula a este planeta.
Persona/Planeta” es, después de todo, una postura del límite: el discurso intelectual escudriñándose en su función genuina y su supervivencia. Pero no hay duda de que no sólo se trata de una racionalidad ecológica u holística enfrentada a una razón cartesiana y a un empirismo objetivista. No son solamente las fisuras detectadas en los propios paradigmas científicos, sino también la comprobación continua de una crisis a escala global que afecta los cimientos mismos de la vida biológica en la Tierra. Para Roszak, los intelectuales sólo tienen una posibilidad: aliarse a los intereses del planeta, admitiendo el carácter inédito de tal aventura y sin embargo, por una vez más, confiando en el “promocionado” amanecer interior —“la Thule ignota”— oculta en el misterio de la persona.
Juan C. Insua, La Vanguardia, 1 de septiembre de 1987, p. 35

El autor de “El nacimiento de una contracultura” participa en la Universitat d’Estiu de Gandía
Theodore Roszak: “La herencia de los 60 vive
Su libro “El nacimiento de una contracultura” recogió las agitaciones intelectuales y estudiantiles de los años 60 e influyó en muchas de las que vinieron después. Ahora, en una América conservadora, Theodore Roszak cultiva el ecologismo y teme por un hipotético colapso natural del mundo. El escritor ha hablado en Gandía sobre la proyección de la tecnología.
Gandía. (De nuestro corresponsal). Estamos ante un mito, un profesor, de historia, de la legendaria universidad norteamericana de Berkeley, en el estado de California. Estamos en pleno mes de agosto junto a la costa valenciana con Theodore Roszak, uno de los teóricos más influyentes del movimiento contracultural de los 60, cuyos libros aparecen en las notas bibliográficas junto a Kerouac, Allan Watts o Timothy Leary. Roszak, ahora ecologista, guarda buen recuerdo de “la década prodigiosa”.
Roszak parece ya sexagenario. Es alto, enjuto y locuaz. Se encuentra en Gandía, invitado por el Ayuntamiento para participar en los cursos de la Universitat d'Estiu. Cuando habla ante los cursillistas se produce un silencio sepulcral. Acaba de lanzar tres preguntas a su auditorio sobre el porvenir de las nuevas tecnologías, un lema que le preocupa sobremanera: “¿Puede la tecnología garantizar en un futuro la privacidad de las personas, una mayor participación política o la creatividad del hombre?
Bancos de datos
Según el viejo profesor californiano de momento las cosas no van bien. “Quienes poseen y controlan la tecnología no están permitiendo que se desarrollen estos tres puntos”, dice. En los Estados Unidos, según confiesa, “ya no existe la privacidad, nadie tiene secretos de ningún tipo, hay bancos de datos para lodo a los que acceden sólo unos pocos y que de paso sirven para centralizar las decisiones del poder”.
Señor Roszak, ¿qué queda hoy en día de la vieja contracultura, qué ha sido de sus protagonistas?
—Aquellos que fueron jóvenes han envejecido, la gente se ha hecho mayor, ha ocurrido obviamente lo que yo ya me pregunté entonces: ¿qué pasará cuando estos jóvenes abandonen la universidad? Hicieron lo que todos, buscar un empleo, crear una familia, se unieron a la corriente principal de la sociedad americana. Pero lo importante es saber qué ideales quedaron atrás, porque en definitiva lo importante de la contracultura no eran sus aspectos biográficos si no la renovación del pensamiento que supuso. Y a ese respecto, la herencia de los 60 todavía se puede encontrar, sigue viva, por ejemplo, en las opciones de la mujer o de los grupos marginales, que tienen más oportunidades ahora. El contraste entre la América de los 50 y la de los 70 es enorme.
¿Y la América actual?
—Bien, los 60 provocaron a su vez una reacción muy fuerte por parte de los elementos conservadores, y Reagan es una expresión de esta reacción. Es una gran ironía que el éxito de Reagan y los conservadores haya sido posible gracias a la década de los 60, como reacción al radicalismo pero también como aprendizaje de la principal lección de la contracultura, que enseñó a los norteamericanos a no fiarse del Gobierno.
¿Qué piensa de los actuales campus universitarios?
—Los jóvenes universitarios principalmente están preocupados con ganar dinero, pocos se acuerdan en Berkeley de lo que allí sucedió. La contracultura ya no existe, no quedan estudiantes en la calle, manifestándose. Todo eso ha desaparecido, pero ha habido profundos cambios de mentalidad porque hoy en día el medio ambiente, el feminismo, la lucha de los homosexuales, son facetas permanentes de la política norteamericana.
—Aquí en Europa se habla incluso del paso de muchos radicales a las filas del conservadurismo, de jóvenes contraculturales que han terminado siendo ideólogos del movimiento de los “new conservatives".
—No soy sociólogo, no puedo decir cuántos eligieron una u otra línea. No obstante hay que pensar que muchos de aquellos estudiantes radicales se convirtieron en abogados, en médicos, en políticos... y lo hicieron cargados de ideales a pesar de lodo.
—Lo conservador, sin embargo, parece haberse hecho dominante en su país.
—Hay un movimiento conservador más abierto y vociferante. Hay elementos de la vida norteamericana que nunca se habían politizado y ahora lo han hecho. Los evangelistas, por ejemplo, que han reaccionado contra los radicales, y han terminado apoyando muy fuertemente a Reagan.
—Tras la contracultura, usted ha tomado la vía del ecologismo y ha escrito un libro, “Persona, planeta", al respecto.
— “Persona, planeta” toma la crisis del planeta muy en serio. Se ha sobrecargado el orbe, y esto puede ser letal para las distintas formas de vida, para preservar la biosfera. La cuestión es que se puede hacer, si tenemos que esperar a que todo el mundo se haga ecologista profesional. Ese tiempo nunca llegaría, sería tarde, pero puede producirse otra cosa, una nueva psicología.
¿Qué tipo de “nueva psicología”?
—Hay mucha gente en busca de lo que yo llamo “el reconocimiento personal”, y que no lo encuentra porque estamos ante una sociedad de sistemas industriales gigantescos. No habrá más remedio que descentralizar, hacer más pequeños los sistemas, y entonces podrán servir para las personas. Mi tesis es que esta transformación psicológica tendrá su efecto sobre la ecología: la vida interior de las personas transformará la ecología.
—Y, en su opinión, esta transformación ocurrirá sin que medie ninguna instancia política.
—No tengo una idea muy clara de cómo esos intereses personales se traslucirán en una política, pero si tengo claro que la futura política sólo podrá ser personalizada, a escala humana, y que resolverá la crisis ecológica. Si nos fuéramos al siglo XVIII y le preguntáramos a Voltaire cómo sería una política democrática no nos lo podría haber dicho; él sabía lo que se necesitaba, pero la labor la tuvieron que hacer los políticos y los revolucionarios. Yo ni tan siquiera ofrezco una solución, simplemente veo lo que demanda la gente, y aunque creo que tendemos poco a poco hacia ello, igual las cosas no salen así porque las fuerzas que están en contra son muy fuertes. Y quizá no se cambie lo bastante rápido como para evitar el colapso ecológico.

Juan Lagardera, La Vanguardia, 27 de agosto de 1987, p. 26