Sanz del Rio y la fortuna del krausismo
en España
Por
JOSÉ PLA
I
A
mediados de julio de 1843, un joven profesor suplente de la Universidad de
Madrid, don Julián Sanz del Río, emprendía un viaje a Alemania, llevando la
misión, que el Gobierno le había conferido, "de perfeccionarse en el conocimiento de los sistemas filosóficos de
aquel país". La razón de haber obtenido Sanz del Río esta que
llamaríamos hoy bolsa de viaje, era su tesis doctoral, destinada a demostrar la
necesidad de crear en España una cátedra de Filosofía del Derecho. En la
invocación de esta necesidad, el joven profesor citaba el criterio de los
grandes pensadores alemanes del ochocientos: Kant, Fichte, Schelling y Hegel. Al
lado de estos nombres ya famosos, Sanz del Río citaba un nombre mucho menos
conocido, pero al que daba uno beligerancia absolutamente superior: Friedrich
Krause. Krause había muerto en 1832 y en la historia de la cultura alemana
estaba catalogado como un modesto y oscuro discípulo de Schelling. Sanz del Río
había conocido a Krause indirectamente y a través del "Curso de Derecho Natural" de Henri
Ahrens. La obra del famoso profesor de Bruselas se había traducido y publicado
en Madrid en 1841.
En
su viaje a Alemania, Sanz del Rio se detuvo unos días en París. Tuvo una
entrevista con Víctor Cousin, el filósofo de moda, que profesaba un
eclecticismo de agua de rosas en concordancia perfecta con la enorme prosperidad
creada en Francia por la monarquía de julio. Prosperidad, aburrimiento,
revolución... "Francia se aburre",
había dicho en la Cámara, sintetizando el malestar de hartura del momento, el
poeta Lamartine. Esta entrevista separó definitivamente a Sanz del Río, no sólo
del eclecticismo, sino de la corriente francesa en general. Nuestra experiencia
recuerda haber presenciado movimientos de espíritu acrecidos al de Sanz del Río
en algunos pensionados españoles en el extranjero. "Francia — hemos oído decir muchas veces — no tiene interés alguno: es el país más burgués y conservador de la tierra."
Sanz
del Río llegó a Bruselas y corrió afanoso a visitar a Henri Ahrens, que
profesaba entonces en la Universidad de la capital de Bélgica. Ahrens familiarizó
al español con las ideas de Krause y le dio la embocadura en las nebulosidades
del "krausismo". Por
consejo de Ahrens, Sanz del Río, en el momento de escoger el centro cultural
alemán donde cumplir su misión, eligió la Universidad de Heidelberg, donde
profesaba filosofo un yerno del maestro: el barón von Leonhardi. Se ignora el
género de sistema filosófico que presentaba a sus oyentes von Leonhardi, porque
este señor ha dejado un recuerdo muy borroso. Pero sin duda en la casa del
yerno encontró el viajero español reminiscencias del suegro. En las orillas del
Neckar, Sanz del Río conoció una personalidad singularísima: Federico Amiel, el
ginebrino, incierto, flotante, tímido, de una pulcra finura de espíritu. Amiel
se interesaba también por el "krausismo".
La
misión de Sanz del Rio era muy vasta. Familiarizarse con los sistemas
filosóficos, alemanes... ¡Ahí es nada! El profesor español decidió concretar la
vaguedad del encargo consagrándose exclusivamente al estudio de Krause. Durante
los dieciocho meses que pasó en Heidelberg, no hizo más que estudiar a Krause.
De vuelta a Madrid, Sanz del Río se dedicó con ardor de neófito a popularizar
la doctrina y el nombre de Krause. De manera que en el momento que en Alemania
el nombre de este filósofo, que evocaba casi exclusivamente una existencia
meramente física y era ya casi desconocido, entraba en el reino de las sombras
más espesas, en España nacía a una nueva vida. Comenzaba la extraordinaria e
inexplicable fortuna de este filósofo en la península; lo que don José Ortega y
Gasset ha llamado la "aventura
krausista". Sanz del Río tradujo — mejor sería decir "adaptó" — en dos libros la doctrina
del "maestro". Estos fueron
el "Sistema" y el "Ideal de la Humanidad" (1860), que
tuvieron gran repercusión en algunos núcleos intelectuales y políticos
españoles del tiempo.
Hemos
presenciado también en nuestra época fenómenos parecidos al de la llegada de
Sanz del Rio a Madrid. Con nuestro difunto e inolvidable amigo Juan Creixells
habíamos comentado muchas veces las singularidades de este fenómeno. Creixells
conocía la materia, pues había sido pensionado en el extranjero algunas veces.
El pensionado llega trayendo en sus maletas unos libros misteriosos, la última
palabra de la materia, obra de un profesor desconocido en España, la verdadera
lumbrera en cierne, la estrella montante del firmamento. Los libros son
guardados en los cajones mejor cerrados del futuro profesor, y su difusión
entre la "élite" se produce
oralmente: es una difusión de oreja a oreja. Y ya comprenderá el lector que la
existencia en España de un joven ciudadano que guarda en los cajones de su mesa
un misterio auténtico — el misterio del profesor Kitikof o el misterio del
profesor Menerschmit — ha de implicar la
entrada automática, o casi, del interfecto en el profesorado. Luego, el
profesor se casa y a veces un editor publica la traducción — suele ser
generalmente una adaptación — del misterio que constituyó la base de su carrera.
Y no pasa nada más. La situación de espíritu en que uno se encuentra después de
leer el misterio del Dr. Kitikof o el misterio del profesor Mostuchef es la
misma en que puede uno encontrarse después de haber sido objeto del timo de las
misas. Es la estafa cometida con el señuelo de la última novedad, y redunda
siempre en detrimento — no sólo para el lector y el alumno — de lecturas y conocimientos
de solidez probada que hubieran podido acometerse.
La
fortuna del sistema de Krause en España fue más duradera. A pesar de la
oscuridad del sistema, se produjo a su alrededor, "ab initio", un positivo entusiasmo. Esta oscuridad nadie la
discute: es una oscuridad de lenguaje y de concepto. Tantas cuantas veces he
preguntado por Krause y el krausismo a alemanes cultivados en materia
filosófica he recibido respuestas evasivas. La mayoría de las personas
consultadas me han dicho que en Alemania Krause es totalmente desconocido;
algunos me han asegurado que es tan ininteligible como el sánscrito o el turco
para una persona lega en estos idiomas. Y todos me han dicho la sorpresa que
les produce la curiosa fortuna de tal filósofo en estas latitudes. Ante esta
realidad, algunos han supuesto que Sanz del Río fue el "autor inconsciente de una enorme
mixtificación". La aventura del krausismo fue realmente singularísima.
¿Qué
es el krausismo? En Alemania nadie sabe dar razón de este sistema. En España,
no creo que exista una exposición correcta del mismo. En España, sobre la
oscuridad inicial de la doctrina se proyectó la discusión entre krausistas y
antikrausistas que llegó incluso a los cafés madrileños y acabo por convertir
la elucubración germánica en un puro galimatías. Sin embargo el krausismo
español ha tenido la suerte de que un cura francés, doctor en letras persionado
en la Casa de Velázquez de Madrid, el Reverendo Pedro Jobit, le consagrara dos
importantes trabajos. Bajo el título general de "Los educadores de la España contemporánea", Jobit ha publicado
dos volúmenes sobre la materia: el primero se titula "Los krausistas"; el segundo. "Cartas inéditas de D. Julián Sanz del Río". (París. De Boccard,
editor.)
Destino, política de unidad,
nº 199. 10 de marzo de 1941 p. 10
II
SEGUN
el testimonio de Azorín, siempre tan pulcro y ponderado, con su obra sobre el
krausismo el Rdo. P. Jobit ha realizado una labor admirable: ha estudiado, él,
cura católico, a Krause, masón y protestante, y a los krausistas con una objetividad
y una imparcialidad que ni los defensores ni los impugnadores españoles de
Krause han llegado a tener en ningún momento.
Como
los sistemas de Fichte, de Schelling y de Hegel, el sistema de Krause es un
sistema monístico, con un principio único y fundamental sobre el que se basa
todo: la existencia de Dios.
Pero
este aspecto de la doctrina es el que ha tenido, en España, menos importancia.
El krausismo español puso en la doctrina del "maestro" el acento en la idea de Krause según la cual la sociedad
es un "organismo" y su
evolución es esencialmente "orgánica".
Esta es una idea típica de la filosofía alemana, que Hegel y la escuela
histórica llevan a sus últimas consecuencias: a la negación del libre arbitrio.
De la concepción de la sociedad como organismo en el que sus componentes — los
hombres — están desprovistos de libre arbitrio, dedujo Carlos Marx la
concepción materialista de la historia, piedra angular del marxismo, pivote del
determinismo económico-social que llena toda su doctrina.
Schelling
no llevó su sistema a afirmaciones tan radicales y trata de hacer compatible la
concepción orgánica de la sociedad con la libertad humana y en definitiva con
el individualismo. Hasta el punto en que es posible comprender la ampulosa
jerga de Krause, parece que este filósofo siguió por esta senda. El desarrollo
social es un crecimiento orgánico que está íntimamente condicionado al
desarrollo individual. Esta modalidad que podríamos llamar individualista es la
que sedujo a don Julián Sanz del Río y la que, según Jobit, explicó el éxito
del krausismo en España, país de profundos individualistas.
De
manera, pues, que tenemos que un filósofo alemán, de un país, por tanto, de
constante tradición intelectual panteísta, se impone, por lo que puede contener
su doctrina de respeto al individualismo, a algunas individualidades primero y
luego a un gran sector de opinión de un país como España, reputado país de
individualistas. La cosa es bastante curiosa y pintoresca y quizá roza ciertos
aspectos locoides y desorbitados que a veces afloran en la cultura de los
pueblos. Lo cierto es que don Julián Sanz del Río fue profesor de la
Universidad de Madrid durante catorce años. Durante esta época formó una cierta
cantidad de discípulos de primera categoría: Giner de los Ríos, Azcarate,
Federico de Castro, Ruiz de Quevedo, Tapia, Sales y Ferré, Fernando de Castro,
Canalejas, etc. Estos hombres, que fueron casi todos más tarde profesores,
continuaron la tendencia de su maestro y difundieron el krausismo. Algunos de
estos discípulos ocuparon en la política situaciones importantísimas: Pi y Margall,
Salmerón y Castellar, tres presidentes de la primera República española, fueron
krausistas.
Sería
completamente falso suponer que el krausismo fue un fuego de virutas. A pesar
de que la doctrina cuando se divulgó en España había pasado completamente de
moda en Alemania; a pesar de que la ciencia y la corriente filosófica en la
misma Alemania habían arrinconado al krausismo; a pesar de los singularísimos
orígenes del sistema de Krause en España, lo cierto es que se formó en esta
península, alrededor de estas ideas, un movimiento trabado, profundo, que, como
todos los sectarismos, utilizó la ayuda mutua para proyectarse sobre la
sociedad. Creo que una de las razones de su éxito estriba en la parte que
Krause y Sanz del Río dan en su sistema a la pedagogía, entendida, no sólo en
su aspecto educativo, sino en su aspecto moral. Más peso tiene esto a mi modo
de ver, que todos estas garambainas formuladas por los krausistas oportunistas,
según los cuales el krausismo expresa "una
tendencia instintiva del espíritu nacional" y en este sentido tiene
sus raíces en las ideas de algunos de los más ilustres filósofos españoles del
siglo XVI. Esto es absurdo; en cambio, la "confesión laica", la dirección de las conciencias, aderezada
con la ayuda mutua en el campo material entre sus adeptos, fueron realidades
tangibles.
En
el estado de letargia intelectual en que se encontraba España en el momento en
que don Julián Sanz del Río comenzó su labor, el krausismo fue un estimulante,
un excitante. Sus adeptos consideraron que éste era el instrumento útil para
"rehacer" el alma nacional
y para llevar o la práctica un vasto plan de reformas. El krausismo fue,
además, en España, lo "moderno",
entendiendo por ello el espíritu de la Reforma, lo protestante. El Sr. Jobit no
va tan lejos, pero cree que el krausismo fue en España un premodemismo en el
sentido, por decirlo así, eclesiástico de la palabra. Lo que importa en todo
caso es subrayar esto: que lo que podía contener el krausismo de metafísica y
de especulación filosófica pura fue rápidamente abandonado y que lo que contó
del sistema fue su empirismo organizador, la dirección — repitámoslo — de las
conciencias.
Sobre
el krausismo entendido como pedagogía educativa y moral se fundó la célebre
Institución Libre de Enseñanza, creada por uno de los más directos y apreciados
discípulos de Sanz del Río: don Francisco Giner de los Ríos. La Institución se
fundó en 1876. La influencia de la Institución en la vida española ha sido
inmensa, y el Sr. Posada ha podido declarar que en la enseñanza oficial no se
ha hecho nada, desde hace muchísimos años en España, que no haya llevado el
sello y la influencia de los hombres formados o inspirados por el krausismo. El
momento álgido de esto influencia coincidió con el triunfo e implantación de la
segunda República española: los intelectuales de la política de la República
estaban imbuidos de esta tendencia y la Constitución de 1931 se elaboró y
construyó bajo esta influencia.
En
los primeros años de desarrollo del krausismo la polémica fue singularmente
agria El “Ideal de la Humanidad"
fue condenado por la Congregación del Índice. Don Julián Sanz del Río fue
desposeído de su cátedra en 1867. Después de su muerte, en 1869, la lucha
continuó alrededor de sus discípulos. Don Marcelino Menéndez y Pelayo fue el
campeón del antikrausismo. Don Marcelino ejercitó su terrible causticidad y su
enorme fuerza dialéctica contra Krause y su apóstol español. Toda la obra
inmensa de don Marcelino respira el santo horror a las nebulosidades, es un
canto a nuestra vida multisecular: latina, realista, católica, clara, humana.
Es un canto de optimismo.
Cuando
se estudien a fondo los orígenes de la revolución española, habrá que tener en
cuenta, a mi entender, estos tres elementos: el krausismo, como doctrina; la
implantación de la mística del socialismo; la rebelión de las masas señalada
por Ortega desde 1926. Pero esta rebelión es una simple consecuencia de las dos
causas anteriores. El gigantesco drama español que hemos vivido desde 1931 es algo
más que un choque entre estas dos concepciones, forasteras y recentísimas, de
fascismo y bolchevismo. Hay que tener en cuenta otras corrientes, más antiguas,
más profundas, más arraigadas. El krausismo es una de estas corrientes, forma
una de las bases de la revolución, y Sanz del Río es uno de sus “abuelos" más indiscutibles.
Destino, política de unidad,
nº 201. 24 de marzo de 1941, p.10
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