Hildegard von Bingen, Volmar y Richardis, Liber Divinorum Operum (Lucca) |
"La contemplación nunca puede llegar a ser descrita"
Entrevista
a Victoria Cirlot y Amador Vega
Javier
Palacio José Luis Trullo
Victoria Cirlot |
-¿Se
puede realizar la delimitación del territorio de la mística respecto a otras
formas de religiosidad?
-AMADOR
VEGA. La mística, tal como lo definía santo Tomás, consiste en llegar al
conocimiento de Dios como unidad a través de la experiencia, y en cuanto tal
hay dos grandes líneas que se demarcan en la historia de las religiones: una es
la tradición de la mística de tipo "sensualista",
que tiene como base de ejercicio de ascesis el cuerpo (nacida en India y Persia,
que llegaría través de los árabes a la península Ibérica y, posteriormente, a
todo el mundo occidental), que se basa en el amor de Dios; la otra sería "especulativa", que trata de llegar
al conocimiento de Dios por el intelecto (maestro Eckhart, Alberto Magno). Sin embargo,
en los últimos años se ha tratado de definir la mística como algo distinto de
la religión, como separación del mundo a partir de los estados alterados de la
conciencia, en la que se incluiría desde el chamanismo primitivo y las técnicas
arcaicas del éxtasis hasta la llamada mística "salvaje", a través, por ejemplo, de la experiencia literaria
(caso de Romain Rolland).
-VICTORIA
CIRLOT. De todos modos, es muy difícil separar los territorios de la mística
especulativa y la sensitiva, puesto que san Juan de la Cruz, a pesar de
pertenecer a esta última, llega un momento que niega el cuerpo en el camino
místico. El problema fundamental es la interpretación de las fuentes, puesto
que no hay un método para saber si se llega a la contemplación. La experiencia
mística se transmite a través de un lenguaje simbólico y el lector tiene que
recorrer el camino inverso, del texto debe remontarse a la experiencia.
-¿El
propio lenguaje, la "forma",
puede tener un valor místico o se trata simplemente de un vehículo? Es decir,
¿el texto es un laberinto que llega a franquear el acceso a la experiencia
mística?
-V.
C. El uso de la palabra es el camino mismo, y para eso se escribe. En las
sociedades tradicionales el valor de la palabra es evidente, de manera que
pronunciar el nombre de Dios (a través de una técnica de respiración y de
pronunciación de la palabra) puede permitir llegar a la contemplación de Dios.
-A.
V. Sólo podemos hablar de contemplación porque tenemos acceso a la experiencia
literaria de los textos, y éstos únicamente describen el camino de ese
conocimiento místico, jamás la propia contemplación, puesto que incurriría en
una contradicción. La contemplación nunca puede ser descrita: no podemos hacer
una descripción de lo que no puede ser descrito. De este conocimiento no
tenemos una experiencia literaria, pero para acceder a él recurrimos a los
textos.
-¿El
texto literario contiene la experiencia mística o no es más que una "reminiscencia", por lo que carece
de valor místico propio?
-V.
C. Debe ser un proceso simultáneo. La experiencia mística es tal que la persona
carece de conciencia de ella si no es a través de la exégesis de la propia experiencia.
La escritura del texto místico consiste, precisamente, en la hermenéutica que realiza
el místico de aquello de lo que, al moverse en un ámbito sobrenatural,
difícilmente se puede tener conciencia. La escritura significa tomar conciencia
de lo que ocurrió fuera del tiempo y del espacio, en el rapto: sino hay
escritura no hay conciencia. En la construcción de la escritura ésta conduce de
nuevo a la repetición de la experiencia.
-A.
V. El momento de la escritura no sólo es una exégesis, sino que además esta
propia exégesis se produce en un momento extático. Hay una puesta entre
paréntesis de las condiciones espacio-temporales. En ese estado de separación
del mundo sensible se escribe para repetir el acto puro de conocimiento de
Dios. Y esa repetición, que es de, carácter ritual, sólo puede darse saliendo
del espacio y del tiempo. Se trata de una escritura que se despega de las
condiciones normales del sujeto, según una experiencia no objetiva del mundo.
-¿Pueden
participar potencias místicas en la creación literaria, en la línea del "entusiasmo" o endiosamiento
platónico?
-V.
C. Por supuesto. El lenguaje paradójico, que es propiamente el lenguaje
místico, es un lenguaje de entusiasmo. La emoción peculiar que suscita la
paradoja forma parte del propio lenguaje místico: más aún, es la figura retórica
que mejor resume la situación del alma en su estado de exaltación. La paradoja
misma te sitúa ante lo irracional, que es la base de la experiencia mística.
-A.
V. Si la experiencia mística puede extenderse más allá del contexto de las
religiones, hasta alcanzar cualquier situación en la que participan los
llamados estados alterados de la conciencia, podría entenderse, contra la tesis
tradicional, el estado místico desde la racionalidad: en este caso, se debería
establecer una diferencia entre la mística religiosa y la mística filosófica,
de raíz plotiniana.
-¿La
"suspensión" que
caracteriza la experiencia mística implica cierta heterodoxia ante el
protagonismo de la institución eclesiástica en el contacto con lo absoluto?
¿Cómo se integran una y otra?
-A.
V. Es difícil integrar la experiencia mística en la institución, puesto que lo
que se pretende es establecer una relación individual con la palabra revelada,
mientras que la Iglesia tiene una visión de la experiencia mística integrada en
sí misma: la propia Iglesia es el cuerpo místico a través de la comunidad. Así
que, en su opinión, no tendría por qué haber experiencias separadas dé ella. La
Iglesia nunca ha visto con buenos ojos estas experiencias.
-V.
C. Aun así, hay autores que han demostrado que la autoridad está capacitada
para absorber el cambio que el místico introduce en la tradición. Puede parecer
contradictorio, pero no lo es en el momento en que se acepta la posibilidad de la
inspiración. Cuando el abad de Saint Denis promueve su reforma en la Iglesia
carolingia, apela a la inspiración divina y crea así el estilo gótico. En la
historia hay ciertos momentos en que se absorben los cambios en el interior de
la tradición, mientras que en otros estos cambios no son posibles, al igual que
ocurre con el genio artístico. Son momentos de ruptura que sólo pueden
absorberse cuando pierden su carga de negatividad.
-A.
V. Hay que destacar el aspecto reformador del místico, puesto que lo que
pretende es volver a encontrar la forma original que no ha sido corrompida por
la tradición y por la propia institución.
-¿Podemos
insertar la experiencia mística en la contemporaneidad, o la experiencia
ilustrada de las Luces la ha hecho impracticable?
-V.
C. No me parece en absoluto irreconciliable: contamos con Simone Weil en pleno
siglo XX. En nuestro mundo se producen experiencias místicas, aunque se expresan
mediante otro lenguaje. La pregunta fundamental sigue siendo la de quién es
Dios, ya que según la respuesta podríamos (o no) reconocer hoy una experiencia
mística.
-A.
V. Los llamados "teólogos de la
muerte de Dios" han escrito que era necesario que Dios se
retirara del mundo para que pudiéramos entender lo que significa el conocimiento de la unidad con Dios: conocer la experiencia del abismo, de la nada, para poder recuperar ese registro sobrenatural. Con la persistencia del Dios tal como lo entendía la ilustración, era imposible llegar a un conocimiento de la experiencia de Dios. La retirada de Dios del mundo pone las condiciones para recuperar el camino que conduce al Dios oculto, que se distingue del Dios de la creación.
retirara del mundo para que pudiéramos entender lo que significa el conocimiento de la unidad con Dios: conocer la experiencia del abismo, de la nada, para poder recuperar ese registro sobrenatural. Con la persistencia del Dios tal como lo entendía la ilustración, era imposible llegar a un conocimiento de la experiencia de Dios. La retirada de Dios del mundo pone las condiciones para recuperar el camino que conduce al Dios oculto, que se distingue del Dios de la creación.
-A.
V. Es una revolución porque es una conversión, y toda conversión requiere
anular las condiciones actuales del presente. Hay que anular la representación
y volver a la presencia. Y, en ese sentido, sería justo decir que el místico,
de alguna manera, es un revolucionario.
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