miércoles, 15 de marzo de 2017

Carta de Juan-Eduardo Cirlot a André Breton (31/12/1955)


Juan Eduardo Cirlot,, "Ojos recortados", 1948
Querido amigo y maestro:
Con gran alegría he recibido su carta del 27 que me arranca de una insoportable monotonía, particularmente por esa solicitud de colaboración que agradezco tanto, pero que no sé si aceptar pues mi vida ha cambiado mucho en los últimos años y he escrito libros que, desde el punto de vista de la ortodoxia surrealista, casi han de avergonzarme, ya que son obras puramente profesionales sobre arte de cualquier época y lugar. Claro está que, a la vez, estoy preparando una summa simbólica, lugar de confrontación de los conocimientos sobre simbolismo de los ocultistas, psicólogos, antropólogos, orientalistas, historiadores de las religiones y tratadistas. Creo que es necesario llegar a un conocimiento seguro de una serie de cosas (calidades de materias, paisajes, sueños, seres que nos perturban, asedian o maldicen) sobre las cuales "no hay ciencia todavía" y creo que sólo el simbolismo puede suministrar (acaso ayudado por el psicoanálisis, pero más por una psicología de la forma evolucionada) los datos base para tal empresa.
Mi vida es cada día más extraña, aunque no lo parezca y en la medida que mis libros habituales se han ido impersonalizando. Mis preocupaciones constantes tratan de asuntos que a nadie importan nada, aunque los conceptúo esenciales. Por ejemplo, aumenta mi tendencia a la instantaneidad, a no conceder crédito al tiempo, la evolución, el cambio. Y también mi tendencia a la dispersión del yo, a situar en lugares objetivos partes de mi subjetividad. Hay paisajes interiores que tienen una topografía perfectamente mineral o exterior (con frecuencia veo un bosque con caminos entrecruzados, en el cual hay un ser femenino que no puedo llamar "mujer"), y también hay situaciones realmente externas que se transforman automáticamente en paisajes del pensamiento. (Cada noche suelo descansar por espacio de una hora, en mi cuarto de trabajo, sentado frente a un muro en el que están clavadas mis espadas, mi maza de guerra, mi montante, sólo una vela ilumina la estancia y me sería imposible jurar que todo ello pertenece al fuera de mi cuerpo y de mi pensamiento. Son almas de objetos lo que miro, no objetos.
El "más allá" sea sobrenatural o natural, trascendente o inmanente, me apasiona, me llama, me preocupa más que el amor y más que el dinero, más que la gloria y el trabajo intelectual. He cortado mis cabellos, rehuyo en la posible la práctica de lo sexual y en el fondo me inspira un gran deprecio cuanto no sea grieta abierta al misterio, al paisaje que está en el bosque del que antes hablaba, el bosque de todas las leyendas y de los cuentos de hadas. Para merecer el acceso a esa landa lejana y cercanísima, abomino toda injusticia, sufro los errores ajenos, me sacrifico y espero. No sé si esto es religión y si mi religión es fidelidad o infidelidad, pero no puedo hacer más que lo que hago.
Por otro lado, ciertas visiones se asocian aunque yo no quiera a mi sentimiento místico que, en esto, es surrealista. Un día tuve en mis manos un cuerpo femenino, casi no lo recuerdo, pero en cambio me obsesiona la palidez lunar de la pierna, la semitransparencia de la media de seda, que permitía ver la calidad de la carne y una levísima sombra de hilo de vello, como el agua deja ver el fondo submarino, con algas y erizos de mar. Comprendí que esa transparencia grisácea, de gasa o cristal empañado, era el principio del verdadero misterio, que no está en ver ni en ignorar, sino en casi ver. Un torbellino terrible me llevó ante las calidades materiales, las erosiones, la tierra agitada, la piedra podrida, el árbol ahuecado y henchido; vi las aguas estancadas y las capas inferiores del cielo, donde las ortigas terrestres y las frías acumulaciones atmosféricas intercambian signos de identidad.
Comprendí que ese misterio había sido aflorado, más que estudiado, en los viejos libros de magia, alquimia; en el gran movimiento de la Emblemática, de los siglos XVI a XVIII y soñé por un instante con volver a coleccionar libros como HYEROGLIPHICA de Piero Valeriani, IMPRESE ILLUSTRI de Camili, HYPNEROTOMACHA POLIPHILI de Colonna, SYMBOLICARUM QUAESTIONUM DE UNIVERSO GENERE de Bocchius , LE TRANSFORMATIONI de Dolce , LA MOROSOPHIE de La Perrière, y tantos otros como tuve en mis manos y vendí para comprar espadas del siglo XVI, por preferir la contemplación al estudio, lo instantáneo a lo sucesivo.
Querido amigo André, cuánto mundo para solos nosotros. Ellos también trabajan, no hay duda, pero no sufren ni tiemblan junto al lago de vidrio, en la caja olvidada, sobre el campo abrasado, allá donde las piedras lloran recordando los cabellos azules de la Divina Medusa Gorgona, mi amada verdadera. ¿Por qué, maldito Perseo, yo he necesitado cortar su cabeza con mis siete espadas de fuego interior? Porque nunca he creído en la realidad de nada y siempre he vivido como un fantasma de mí mismo, extrañado de que los otros me vieran, me hablaran, me saludaran. Pero basta ya de confesiones y hablemos de lo que está de más en la superficie de las blandas aguas.
En España, he de decirlo, el surrealismo es pura nada, secreto detestado, movimiento que se empareda con silencio y con llaves de indiferencia total. Mis libros publicados, nada me traen del exterior, no tienen poder de anzuelo, todos en este país creen en la evidencia indestructible, en la solidez del universo. No ven que estamos con un brazo en el agua y otro brazo en el fuego, con la cabeza en el ser y con el cuerpo en el no ser, con el alma en el día y con el espíritu en la noche. Ellos tienen bastante con el sentido común y lo que no es común es como arabesco en el humo, poesía, palabra escrita con las letras menores del impresor, con tinta verde sobre papel verde. ¿Qué hacer, sino dejar que los días pasen como para todos, trabajando lo más que sea posible, y soñar con el "otro sitio" que Kubin buscaba a través de las ruinas de Centroeuropa?
Juan–Eduardo Cirlot 30.12.55
Publicada en el nº 1 de Le Surréalisme, même (octubre 1956)

Carta

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