NO
sé, querido Maestro, en qué ciudad europea leerá estas líneas. Ni siquiera sé
si las leerá alguna vez. Las impresiones que ha recogido de nuestro país, por
halagadoras que sean para nosotros, pronto no serán más que recuerdos. En una
Europa nueva y revolucionaria difícilmente pueden cimentarse relaciones entre
dos culturas, sólo en recuerdos.
Le
escribo esta carta, sin embargo, para atenuar en su memoria un lamentable
detalle del que hay que culpar a quien esto escribe.
«El
único que rehusó
Tuvo
usted la bondad, querido Maestro, de testimoniar a sus amigos rumanos que,
además de a otros jóvenes escritores, deseaba conocerme a mí. Confío en haber
sido el único que rehusó, con decisión y tristeza, ese honor. Créame, no me
resultó natía fácil rehusar tantas y tan insistentes invitaciones. Pensaba,
sobre todo, que usted es un distinguido huésped de nuestro país y que esa
terquedad mía podría ser considerada como una grave descortesía. Pero estaba
decidido a enviarle la presente carta y he soportado, en silencio, todas las reprimendas...
Por
supuesto, si sólo se hubiese tratado de una simple excusa personal, me habría
apresurado a enviarle unas líneas a la legación de España durante su misma
estancia en Bucarest. Su larga y generosa visita a Rumania fue, no obstante (al
menos para mí), una nueva ocasión de constatar el desastroso destino del
escritor rumano. Voy a hablar muy poco de mí, querido señor Corpus Barga, pero
me siento obligado a empezar conmigo.
Soy
un escritor, o sea un hombre para el que «el mundo interior» existe. Creo, por
consiguiente, que el mejor medio para conocer a un escritor es leer sus libros.
Para escribir esos libros, tanto el resto de mis colegas como yo, hemos
renunciado a muchas cosas agradables y a algunas alegrías fundamentales. Nunca
lamentaré las tertulias y veladas en las que no he estado, las películas que no
he visto o los libros que no he leído, pero también yacen en el fondo de mi
alma las tristezas de tantas primaveras de las que he huido, también me duelen
las amistades que he perdido o que no he potenciado, sufre especialmente por
todos los hombres que han pasado por mi lado y a los que no he conocido ni
querido lo bastante
He
renunciado a todo uso, mi querido señor Corpus Barga, porque el gusanillo de la
creación consigue vencer casi siempre la más encarnizada resistencia He
renunciado consolándome con una esperanza: la de comunicarme a través de mis
libres con los hombres cuya amistad he sacrificado; que a través de esos libres
estoy recomponiendo mi familia espiritual: que, en cualquier caso, la escritura
me expresa, me conserva y me resume. Como cualquier hombre, como cualquier
escritor, yo también he tenido determinadas experiencias que me permiten tener
una concreta conciencia teórica de la existencia. Esa conciencia teórica, buena
o mala, se refleja en mis libros.
Un
todo orgánico
Evidentemente,
no incurre en el error de creer que se encuentre en esos libres lo mejor de mí
mismo, mi lado más humano y personal. Sin embargo, reconozco que ellos
contienen todo lo que es transmisible en mi existencia y en mi conciencia; que
en ellos he comunicado sentimientos y juicios que, en conjunto, conforman un
todo orgánico, que estoy dispuesto a comentar y a rectificar en una
conversación inteligente (como la que habría tenido con usted) pero que no
puedo resumir.
Ritual
ridículo
He
aquí, querido señor Corpus Barga, por qué rehusé serle presentado, al igual
que, por otro lado, he rehusado conocer a todos los escritores e intelectuales
extranjeros que visitaron en los últimos años nuestro país. Además del ritual ridículo
de las recepciones, me horrorizaba el trágico destino de la mayoría de los
escritores rumanos: su total aislamiento respecto al público europeo. Habría
sufrido viendo a Camil Petrescu explicar su concepción sobre la misión
histórica del intelectual. Habría sufrido viendo cómo se presenta a Tudor
Arghezi como a un gran escritor y al más importante de nuestros poetas
contemporáneos, y todo ello sin que usted pudiera penetrar más allá de esos nombres,
de esos rostros, de esas conversaciones; sin que, siquiera durante una hora,
tuviera usted la impresión de hallarse en presencia de unos grandes escritores.
No sé si El bosque de los ahorcados
tuvo algún eco en Europa después de que se tradujo al francés. [Hay traducción
española del francés por Rafael Alberti y María Teresa León. Editorial Losada,
Buenos Aires. 1967. También tradujeron del francés una antología del citado
Tudor Arghezi, publicada por la misma editorial en 1961]. Pero estoy seguro de
que todo escritor europeo podrá darse cuenta de la grandeza de Liviu Rebreanu,
de su arte, de su modo de sentir el mundo, leyendo esa traducción. El papel de
las traducciones, por otra parte, no es sólo el de imponer un valor nacional
más allá de las fronteras. Las traducciones también tienen a veces una misión
más modesta: la de poder comunicarse uno personalmente con un escritor
extranjero al que conoce; de poder, si las circunstancias lo exigen,
«resumirse» en condiciones superiores a las de una conversación. No se les
puede decir a todos los hombres que conocemos cuáles son nuestras creencias,
cuál es nuestra visión del mundo, qué concepto tenemos del arte, qué técnica
utilizamos. Pero si les ofrecemos un libro nuestro en una lengua europea, lo
apreciarán por sí solos aunque se trate de una traducción más o menos aproximada.
Lo
que resulta deprimente en el destino del escritor rumano es, en primer término,
el esfuerzo mental inútil que se le exige para comunicarse con alguien que
viene de fuera de nuestras fronteras.
Contra
el destino
El
escritor rumano vive todavía en la Edad Media, antes del descubrimiento de la
imprenta. No puede comunicarse con sus colegas europeos más que oralmente, o a
través de manuscritos. A nosotros se nos exigen enormes esfuerzos mentales para
convencer a un extranjero de que somos inteligentes y de que hemos leído a
Proust, cuando sería tan sencillo ofrecerles uno de nuestros libros y luego, a
partir de ahi, ponernos a discutir...
Contra
este destino de la mayoría de los escritores rumanos, querido Maestro, se
podría luchar; podría llegar un día en que ya no nos viéramos obligados a
conversar en una lengua que no es la nuestra, en que no nos viéramos obligados
a resumirnos y a decir, por ejemplo, a un huésped como usted que Fulano es un
gran poeta. Mengano un buen novelista y Zutano dramaturgo. Podría llegar ese
día... Evidentemente, sólo si nuestro servicio de propaganda supiera lo que hay
que hacer, en primer lugar por la dignidad del escritor rumano, y. en segundo
lugar por la gloria del país. Pero sobre esas desgracias nuestras prefiero no hablar.
Llevamos mucho tiempo luchando contra las autoridades culturales rumanas y los
resultados puede que incluso los conozca también usted. Probablemente le habrán
ofrecido a usted un álbum con fotografías de Rumanía, y quizás un breviario de
historia de Rumania en francés. Esa es, más o menos, toda nuestra dote cultural
que puede cruzar las fronteras.
Pero
no solamente estas miserias locales levantan murallas entre los escritores
rumanos y sus colegas europeos. Espero que no se enfade, querido Maestro, si le
recuerdo que en nuestra querida España no se ha traducido a ningún autor
rumano. Nosotros, mal que bien, nos hemos honrado traduciendo a unos cuantos
escritores españoles, y Niebla, de
Unamuno, incluso ha gozado de un merecidísimo éxito de librería. Pero,
evidentemente, ésa no es la razón por la que estamos tan aislados del resto de
los escritores europeos.
Editores
franceses
Nos
habría bastado y nos hubiera contentado con que, al menos, existieran
traducciones francesas. Los editores franceses (que venden el diez por ciento
de su producción anual en Rumania) no quieren arriesgarse con los escritores
rumanos. Los editores franceses hace mucho que traicionaron la misión espiritual
y cultural de Francia. Pues la misión de Francia era dar unidad a la cultura
europea, hacer accesibles los valores y la sensibilidad de las culturas
menores. El que aprende la lengua francesa, una lengua europea, no lo hace sólo
para poder penetrar con ella en los hoteles y salones de Belgrado, Bucarest y
Varsovia, sino también en la literatura de los respectivos países. Hoy, en
francés, sólo se pueden leer traducciones del inglés. Por supuesto, las novelas
inglesas son buenas y se venden. Pero la misión espiritual de una cultura de la
grandeza de Francia no puede reducirse solamente a conseguir éxitos seguros de
librería. ¿O no será que, en realidad, Francia está renunciando a su primacía,
está renunciando a seguir asumiendo por nosotros los riesgos y la gloria de ser
la única sucesora del Imperio romano?
Reciba,
querido Maestro, el testimonio de mi estima y admiración.
Publicado
en el diario Vremea (Bucarest. 14 de
junio de 1936).
ABC
Cultural, 1 de diciembre de 2001, pp.6-7.
Traducción
Joaquín Garrigós
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