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viernes, 6 de diciembre de 2019

Marino Gómez-Santos entrevista a "Tono" (Pueblo, 8 de diciembre de 1959)



Pequeña historia de grandes personajes
Tono cuenta su vida

Mañana de domingo. Los escaparates de las pastelerías se asoman a la calle lluviosa. Los quioscos de revistas y periódicos tienen puesto su impermeable de plástico. Tono, que acaba de vestirse, está sentado detrás de una cortina de sueño, en una butaca del salón de su casa de la Castellana. El “flash” de la máquina fotográfica pone banderillas a su sueño.

Del fondo lejanísimo de la casa -catorce habitaciones- viene el rumor del llanto de una niña y el impresionante ladrido de un viejo dogo alemán.

-Bueno, me parece que hay que empezar hablando del nacimiento. A eso tengo que decir que el nacimiento, como es una cosa que está al alcance de cualquiera, y como todos, poco más o menos han nacido igual, no puede dar ninguna referencia sorprendente. Pero, en fin, si puede servir de algo para el día de mañana, que creo que es lunes, diré que nací en Jaén. Después crecí, poco más o menos también, como todo el mundo, y me trasladaron a Valencia, donde hice mis primeras armas en el periodismo o en la vida artística, como quieras llamarle, publicando en los periódicos regionales.

A través del balcón vemos el bulevar casi solitario de la Castellana. Ahora pasa un señoruco que saluda, con el sombrero en la mano, a una señora y un caballero de mucho empaque. La escena es como para un chiste de Tono. El señor que acompaña a la señora ha contestado al saludo sin quitarse el sombrero. Tono, que fuma un pitillo con el hombro arrimado a los cristales del balcón, advierte en seguida lo que ha ocurrido en la calle. El humorismo no es un género literario, sino un temperamento, una sensibilidad afilada, una retina predispuesta a captar lo cómico de la vida.

Tono hace un chiste con la escena que ha presenciado. Los lectores siempre piensan que los humoristas han de ir en bicicleta corriendo tras el humor para conseguir llevar al periódico un chiste o una historieta diaria. No es así. A los humoristas las ideas les van a visitar a la butaca.

- ¿Siempre firmaste Tono?

-No. En mi primera etapa me firmaba Lara, que es mi apellido y el de usted; pero luego, al fracasar como Lara en Madrid, adopté el seudónimo de Tono, y hubiera seguido cambiando de seudónimo de no haber encontrado un camino con este segundo nombre.

- ¿Por qué comenzaste publicando dibujos?

-Porque mi verdadera afición era ésta, y si evolucioné hasta la literatura fue por falta de periódicos en que publicar mis dibujos.

La playa de Valencia y don Mariano

Para Tono, su vocación al dibujo está vinculada a la playa de Valencia y a don Mariano Benlliure.

-A mí, desde pequeño, como a todos los niños, me gustaban los muñequitos, y entonces las visitas de mi casa, como todas las visitas de todas las casas, solían decir: «Este niño puede ser un artista.» Y contaban el caso de un niño que un día, en la playa de Valencia, se entretenía en hacer figuras en la arena y fue descubierto por don Mariano Benlliure, el cual decidió protegerle y se lo trajo a Madrid para hacerle escultor. Esta historia que se contaba en Valencia no sé si es auténtica y si el niño es hoy día un gran escultor o se tuvo que volver a Valencia a seguir jugando con la arena. Pero esta leyenda influyó en mí y me dediqué durante una temporada a hacer figuras en la arena en espera de que llegara don Mariano Benlliure. Cuando me convencí de que no iba a venir o de que no iba a verme, me procuré barro y me dediqué a modelar un toro, unas veces de pie y otras acostado.

En el salón hay una división. Son dos salones comunicados. En la frontera entre uno y otro hay dos librerías con volúmenes en alemán y en inglés. Y una fotografía de Charles Chaplin, joven, dedicada a Tono muy efusivamente. Está fechada la dedicatoria en Hollywood, en 1930, que fúé cuando Tono le trató.

Entra el dogo alemán, que es del tamaño de una pantera. Como está viejo y algo enfermo, nos acoge destempladamente, ladrando.

-Bueno, vamos a seguir. Más tarde me trasladé a Madrid, en donde empecé a colaborar en las revistas de entonces, que eran «La Esfera», «Nuevo Mundo», «Mundo Gráfico». Más tarde se fundó «Buen Humor» en donde salimos al campo del humorismo Miguel Mihura, que entonces se firmaba Miguel Santos; José López Rubio, Enrique Jardiel Poncela y otros. Después fundamos, dirigidos por K-Hito, la revista, «Gutiérrez» en la cual empezábamos ya nuestras primeras locuras que habían de servir de camino para el humor de mañana. En «Gutiérrez» y en «Buen Humor» colaboró también Agustín de Foxá.

En Madrid, Tono nos dice que la vida era entonces fácil.

-No lo creo así, Tono. Entonces había muchos poetas y muchos escritores que, según se ha dicho dormían en los bancos.

-Sí, pero dormían con mucha facilidad, ya que ahora cierran los cafés muy temprano y los bancos han desaparecido al mismo ritmo que han ido floreciendo los otros Bancos.

Pombo y RAMON

La radio española emite sus primeras ondas. Un grupo capitaneado por Ramón Gómez de la Sema da unas charlas de humor a través de la radio recién inaugurada.

-Intervinimos el pintor Solana López Rubio, Neville, Antonio Robles, y el propio RAMON y yo. Por cierto, que RAMON le advertía a Solana antes de que actuara en la radio, con el fin de que no mezclase en la conversación sus tacos pintorescos y habituales: “Cuidado, Solana, porque la radio la escuchan las monjas.” 

En aquella época, Tono frecuenta a RAMON en el café de Pombo. Pero dejemos al propio RAMON que nos dé la silueta del humorista, ya que la escribió recientemente en un amplio artículo titulado: “Laberinto del nuevo humorismo”:

Yo me di cuenta de lo que iba a significar desde el primer momento, cuando no estaba aún radicado en el arte. Alguna noche había aparecido por el primer Pombo, y después se me perdió. Insistiendo con Miguel Moya, el joven, cuando recibió como herencia de su padre la dirección de “El Liberal”, logré que me diese permiso para contratar con Tono una larga historieta que debía durar unos meses.

Mientras leo el artículo de RAMON, Tono enciende otro pitillo y con la otra mano sostiene por el collar al perro dogo, que ladra a la lectura.

Me fui dando cuenta -dice RAMON-de que Tono era una manera de encamar el presente como si ya tuviese cara de porvenir y que ejercía una acción catalítica sobre los jóvenes que le rodeaban.

Hablamos de Pombo. Del tan traído y llevado Pombo, inmortalizado por RAMON en dos gruesos volúmenes biográficos.

-Pombo fue el café más literario de Madrid, y por él desfilaron las figuras de la literatura y del arte más importantes de Madrid y los visitantes extranjeros de más relieve intelectual. Era un café lóbrego y misterioso que descubrió RAMON, y en el cual, a pesar de existir la luz eléctrica, RAMON había hecho que conservaran la luz de gas en el rincón de nuestra reunión. Aparte de escritores y artistas, había unas gentes extrañas que no se veían en todos cafés y que se diría habían salido de los cuadros de Solana.

Tono fuma como con abandono. Tiene aire de cineasta de Hollywood retirado, de cineasta glorioso, de cineasta que se hizo famoso haciendo papeles de galán y que ahora hace papeles de caballero otoñal que tiene éxito con las mujeres.

Primer plano de RAMON.

Hablamos de RAMON, a quien yo no he conocido más que de manera epistolar.

-RAMON era como un director de orquestra que estaba atento a todos nuestros movimientos y al quite de todas nuestras palabras. Repartía greguerías como caramelos entre todos nosotros, e indudablemente influía en nuestro instinto humorístico. Algunas veces hacíamos salidas de Pombo a altas horas de la noche para recorrer el viejo Madrid con miradas de otros tiempos. Otras veces celebrábamos reuniones exóticas.

Algunos homenajes y banquetes reseña Gómez de la Sema en su libro sobre el café de Pombo.

- ¿No te conté lo de la comida farmacéutica?

-No.

-Se celebró en casa de nuestro llorado amigo Enrique Duran, y asistimos, entre todos, que puede que mi memoria no recuerde, Federico García Lorca, Aladrén, Paco Vighi, Pepe López Rubio, Neville, Solana y el propio RAMON. El “menú" se compuso de aperitivo de jerez quina, entremeses a base de aspirina, veramón y otros analgésicos. Como plato de pescado, aceite de hígado de bacalao y emulsión Scott, y como plato fuerte, extractos de carne de diferentes marcas. Los postres fueron pastillas de goma de diferentes jugos frutales.

Pasamos al cuarto donde trabaja Tono. Hay una mesa antigua con un vaso lleno de lápices de colores.

-En aquella cena precisamente nos leyó Federico su “Romance de la Guardia Civil” que estaba todavía en cuartillas con tachaduras. Excuso decir que al salir de aquella cena buscamos todos como locos un lugar donde hubiese unas buenas chuletas, con gran indignación de RAMON, que supo sostener su digestión específica.

- ¿Era generoso con los jóvenes?

-Sí, RAMON siempre fue generoso con los que empezaban y su tertulia estuvo abierta en todo momento al que tuviera la menor inquietud literaria.

- ¿Pero no era impertinente? Algunos que le han tratado en Pombo eso dicen.

-Bueno, esa actitud suya que a algunos pudiera haberle parecido impertinente no era más que un efecto de su gran timidez y de su deseo de poner a prueba el ingenio de los que se le acercaban.

Nosotros creemos que esta opinión de Tono es muy certera. A RAMON le debemos gratitud porque siempre fue generoso con nosotros. Y cuando le pedimos el epilogo para un libro, advirtiendo que no acostumbra a escribirlos, nos envió unas cuartillas admirables.

RAMON es un trabajador infatigable. Escribía en todas partes: en su casa, en el café y hasta en el restaurante, entre plato y plato. Y ahí está su obra copiosa para demostrarlo.

Cafés literarios

Salimos a la calle. Las terrazas de los aguaduchos están vacías, y las sillas, que conservan la rigurosa formación del verano, están mojadas por la lluvia de la noche.

Tono se sienta en una de ellas, porque el panorama de las sillas vacías hace muy bien para la fotografía. Nos recuerda a las ilustraciones ingeniosas que acompañan a las greguerías de RAMON.

- ¿Conociste cafés literarios?

-El único que solía frecuentar diariamente era Fornos, en donde nos reuníamos Julio Camba, Romero de Torres, Juan Cristóbal, Rafael de Penagos, Sebastián Miranda, Anselmo Miguel Nieto, Julián Cañedo...Había otras tertulias que yo no frecuenté como la de don Jacinto Benavente. La de Valle-Inclán, en La Granja del Henar, sí la frecuenté.

Le pregunto por Unamuno, mi máxima admiración entre todos los escritores españoles de su tiempo.

-Sí, le conocí.

- ¿En la Cacharrería del Ateneo?

-No. Le traté en una temporada que dibujé en “El Liberal” dirigido por don Miguel Moya. Hacia unas prodigiosas pajaritas de papel y recuerdo que una noche que le habían enviado unos chorizos de Salamanca me enseñó a asarlos envueltos en papel, en la misma chimenea de la Redacción.

Tono y París.

Nos detenemos en la librería de Aguilar de la calle de Serrano. Tono mira los escaparates.

-Oye, voy a contarle mi primera escapada a París y lo que me sucedió. En aquella época, ir a París era un poco como ahora ir a la Luna. Al menos a mí me lo parecía. Duró mi ausencia dos o tres meses y volví con la misma tónica que seguramente volvería Cristóbal Colon después de su descubrimiento de América.

La misma noche de su llegada. Tono fue sin pérdida de tiempo al café donde se reunían sus amigos.

-Yo esperaba un recibimiento apoteósico pero mis amigos se limitaron a decir «¡Hola!». Esperé hasta que otro me preguntó con indiferencia «¿Has estado malo?» Y entonces yo, aprovechando la ocasión dije con orgullo: «No, es que he estado en París.» El amigo exclamó con la misma indiferencia «¡Ah!».

Nos despedimos en la calle de Velázquez. Tono va a la avenida de la Moncloa para almorzar en casa de su amigo Edgar Neville.

Marino GOMEZ-SANTOS

Pueblo, 8 de diciembre de 1959, p. 18.

martes, 6 de junio de 2017

Josep Pla entrevista a Ramón Gómez de la Serna (Destino, 1958)


Calendario sin fechas
Por José Pla
Ramón Gómez de la Serna en Buenos Aires
ME he encontrado con Ramón Gómez de la Serna en Buenos Aires, exactamente en el vastísimo café que ocupa los bajos del Hotel Richmond, calle de Florida. Con el escritor estaba su esposa, la escritora argentina de raza judía Luisa Sofovich. La pareja estaba en un rincón un poco al reparo de la turbamulta que circulaba, entraba y salía del establecimiento.
¡Querido Pla, cuánto tiempo sin verle! Siéntese. ¿Qué quiere usted tomar? Le sugiero mi bebida preferida: el coctel de los negreros del sur de los Estados Unidos: whisky, champaña y esta hierba puesta en remoto en el líquido, una hierba intensamente perfumada que parece hierba-buena. La tomo con paja. Es muy bueno. ¿Y qué me dice usted? Yo vivo en la nada, en la pura nada. Es la palabra que nos gusta más a los españoles Todo es nada. Nada. Vivo solitario, recluido. A veces paso tres semanas sin salir de casa. No quiero ver a nadie. He ido a ver al embajador, que ahora es Alfaro Polanco, poeta que fue recibido en Pombo hace muchos años. Fui a ver al embajador para pedirle permiso de no ir a la Embajada y relevarme de las obligaciones que tenemos contraídas con Cristóbal Colón. Trabajo, por la noche como siempre Y de pie, como siempre. En eso soy tradicionalista. Le diré que acabo de recibir una carta de Camilo José Cela. Si, Cela me ha escrito. Me dice que debo entrar en la Academia. Me ha sorprendido Yo no sé si debo entrar en la Academia. En la Academia se muere mucho, se muere dentro, mucha gente. ¡Lagarto! No podría ocultarle que en la docta corporación hay unos personajes de una enorme ancianidad verdaderos lamas del Tíbet. Pero también hay personas más jóvenes. Y estos son los que mueren en la Academia. Yo no sé dónde moriré. Probablemente aquí. Tengo la absoluta convicción que no vendrá nadie a mi entierro. Lo que usted oye: nadie. Es decir vendrá detrás del féretro uno de estos perros que asisten a los entierros que no son concurridos, a los entierros solitarios. También barrunto que Marañón, que está en todo, tiene el proyecto…
Ramón Gómez de la Serna está sentado rígidamente en la silla, con un aire de muchacho modosito. Lleva una corbatita de lazo y un traje gris. En otros momentos de su vida estuvo, más gordo, más gordinflón. Ahora parece contener menos viento. El pelo, lacio y sedoso, se le ha vuelto del color del cabello que tenía Ricardo Calvo, un color de pelo de jamona, reiteradamente teñido de rubio azafrán. La carne de la cara es fresca y sonrosada, carne de bebé un poco entrado en años. De tarde en tarde sopla la cañita. La presencia del alcohol le aviva los ojos y a veces parece que la lengua no le cabe totalmente en la boca. Está muy animado, habla sin cesar y, sin embargo, se desprende de su figura un aire de fatiga y de tristeza. Parece como si estuviera cansado de perseguir la agudeza. ¿Para qué? Todo es nada. La señora Sofovich, morena, pálida, de cabello negro, admirable dentadura, come cacahuetes, almendras y avellanas y tiene delante un jugo de tomate helado. Cuando Ramón dice uno cosa divertida, se ríe estentóreamente.
Querido Pla, he de comunicarle una noticia. Mis libros no se venden. No se venden nada, cero: lo que le digo, cero. Si supiera usted el número irrisorio de ejemplares que se venden de mis libros, tendría un disgusto y porque usted es un viejo amigo no se lo digo. Le decía que barruntaba que Marañón, que está en todo, desearía que me dieran uno de estos premios que ha instituido March ¿Pero cree usted que yo debo de tener uno de estos premios? A mí, en realidad, no se me da el dinero. Es un hecho incuestionable, axiomático, definitivo. Una vez me contrataron o dar unas conferencias en Santiago de Chile, en la Universidad de Santiago. Para llegar tuve que atravesar los Andes, ¿me entiende usted? ¡Digo los Andes! Yo he pasado los Andes, sí señor, ni más ni menos. Doy las conferencias y resulta que la consignación que había para ellas había sido invertida en la calefacción de la Facultad de Farmacia. No. No se me da el dinero. Otra vez fui a Mendoza a dar en la Universidad de allá otras conferencias. La primera versó sobre Edgar Allan Poe. Cuando lo terminé, me llamó el rector y me dijo que mi peroración había sido un elogio excesivo del alcoholismo y que convenía que me reportara… La conferencia no había tenido nada de esto. ¿Pero cómo hablar de Poe sin hacer una referencia al alcohol que el poeta ingirió en su vida? De aquí nacieron unas diferencias, tuve que modificar mi plan y substituir el alcohol por el consomé y el caldo de gallina. No. El dinero no se me acerca. Pasan los días, los años, ha pasado lo vida y el dinero continúa siendo para mí un mero pretexto de conversación. Me piden colaboración los diarios y revistas, mando los artículos, ilusionado, voy al correo con mi señora a certificar la carta, los artículos se publican y luego ni me mandan el dinero. Por fortuna mi amigo Ramos, jefe de prensa de la Embajada me ha ayudado en estos asuntos tan complejos. ¡Qué excelente persona es Ramos! ¡Cómo le quiero! ¡Cuántos favores me ha hecho! Y aquí me tiene usted. Hecho un español de cuerpo entero: soy una mezcla de prócer, de mendigo y de pícaro. Es lo que somos todos, en definitiva. Yo vivo ahora, prácticamente, de América. Escribo para la cadena de periódicos de la señora Maurin, de Nueva York, y coloco algún artículejo en Bogotá o donde se tercia. Me mandan algunos dólares. Cuando el peso baja me dan más dinero, ¡Qué curioso! Continúo siendo caprichoso: a veces me enamoro de alguna cosa absurda y la compro a pesar de mis aprietos. Aquí tengo un piso lleno de cosas fantasmales y divertidas. Viajo poco por la Argentina. En la Pampa hay demasiado polvo, en verano hay mosquitos y a veces te le mete a uno un bicho debajo de la piel, sin que uno se dé cuanta. Es cuando el bicho está dentro que las cosas suceden. Me precio de tener vista. A veces paso con mi señora delante de una vidriera y le digo: «Este objeto tiene valor». Al día siguiente, volvemos a pasar: el objeto ha desaparecido. Los libros, la venta nula de los libros es obsesionante. Y. sin embargo, tengo en Alcoy un amigo empeñado en editar mis obras completas, cuatro volúmenes de más de mil páginas coda uno, papel de biblia. Yo le digo: «¡Por Dios no lo haga. No publique mis obras completas. Se arruinara de una manera total y definitiva. No publique mis libros por los clavos de Cristo!» Y sin embargo está dispuesto a ello. ¿No es extraño? Absolutamente indiscernible. También parece existir el proyecto de sugerir a los escritores que escriban artículos pidiendo mi regreso a España. Pero en España ¿cómo podremos defendernos? ¿Se pretende someterme a la prueba de vivir del agua del Lozoya y del aire del cielo? Se escriben artículos sobre mí, pero mis libros no se venden; están siempre en depósito, sumidos en un sueño eterno. Por fortuna, pude ir a España hace pocos años y esto lo debo al Generalísimo. Parece que en Consejo un ministro preguntó si yo debía ir y que el Generalísimo contestó que sí. Fuimos muy bien recibidos. Nos dieron los billetes y unas pesetas. Fuimos agasajados. Fuimos a Barcelona y a Madrid. Barcelona es la rubia y Madrid la morena. Todo magnifico. Estando en Madrid, considere indispensable ir a dar las gracias a Franco. Se lo dije a Rocamora ¿Pero cómo hacer sin ropa protocolario decente? Pasé por encima de todo, alquilé un chaqué, un chaleco, unos pantalones y un sombrero y me presenté en El Pardo, decente. Comprenderá: tenía que hacerlo. Era lo menos que podía hacer. E1 Generalísimo me dijo que pensaba fundar una escuela para mandar gente culta a América. La idea me pareció bien. Fue una entrevista memorable, de la que guardo un grato recuerdo. Pero los escritores, ¡qué pena! ¡Haber tenido que alquilar un trate para ver al Generalísimo! Nuestra pobreza es excesiva. Sitges me gustó mucho. Creo que podría vivir en aquella ciudad. Me encantó, además, el clima. Pero observe, en el curso de nuestro viaje, que si los primeros días de nuestra estancia estuvimos rodeados de gente, a medida que fueron pasando los días, el grupo se fue adelgazando y disolviendo. El interés, sospecho, fue decreciendo. Cuando tomamos el barco de Bilbao, para regresar aquí, nadie nos despidió. Nos marchamos en una soledad total, completa. Todo es nada, amigo Pla. Vivo en la nada, en una nada de unas proporciones inmensas.
Todavía habla largo rato Ramón Gómez de la Serna en el café del Richmond. Se celebraba una fiesta familiar en las mesas de al lado. El ruido era excesivo.
Es —dijo Ramón— una despedida, je, je, de soltero...
Y después me fui con un estado de ánimo lóbrego, de una pesadumbre difusa y vastísima.

Destino, 1958. Nº 1071, p. 12.