“La literatura hoy ha desaparecido por la política”
Joan
Perucho, reciente premio Nacional de las Letras
Josep
Massot
Dos
reconocimientos recientes, la medalla de oro de la Ciutat de Barcelona y el
premio Nacional de las Letras han devuelto el humor a Joan Perucho,
malacostumbrado a la poca salud. Acaba de cumplir 82 años y se presta con
pillería cómplice a posar para la fotografía que ilustra esta página, asiendo
con gesto maléfico un antiguo tratado de apariciones y vampiros. Su
conversación es como su literatura, una ficción de presencias reales y
prodigios leídos. A veces le falla la memoria, se lleva las manos a las sienes
y, tras una breve pausa, gesticula, enfatiza el nombre recuperado y prosigue su
relato. Acostumbrado a dialogar con los personajes que habitan en su fastuosa
biblioteca, deslumbra al visitante con ejemplares únicos y fábulas librescas:
cómo Ramón Llull, engañado por Enrique VIII, convirtió plomo en plata y oro, o
cómo Onofre de Dip, caballero del rey En Jaume, fue vampiro por un beso
apasionado.
-Fíjese
en este retrato -dice Perucho-, es mi
abuelo, que luchó con las tropas carlistas, pintado por Antonio Caba. Mi
bisabuelo era de Pinyana (Lérida), mi madre, de Medina del Campo, cuñada de
Albéniz. Mi hermana, ¿sabe?, fue la primera conductora de automóvil de
Barcelona. Yo hice la guerra en los dos bandos. A los 17 años fui movilizado a
las baterías antiaéreas del Carmel. Era vigilante del cielo: avistaba los aviones
italianos que venían a bombardear Barcelona desde sus bases de Mallorca. Cuando
perdió la República, yo estaba solo, sentado en un parapeto desde el que se
veía el mar, y recitaba versos en catalán de Sánchez Juan. Un oficial se acercó
y me dijo: “Si eres de Barcelona, me doy
la vuelta y te vas a tu casa”. Salté enseguida del parapeto y fui a casa.
Los nacionales me llamaron a filas y como mi madre era de Valladolid me
enviaron a San Quintín, un cuartel que parecía un monasterio en cuya entrada
había este letrero: “De aquí se sale para
la muerte”.
-¿Llegó
a combatir?
-Enviaron
mi columna a Menorca, el último reducto republicano. Allá había cuatro cañones
Vickers, temibles, los más grandes del mundo. Pero no llegaron a disparar.
Cincuenta años después, exactos día por día, me hallaba en Sicilia y se
acercaron unas personas que nos pidieron compartir mesa. Resultaron ser
menorquines. Uno de ellos había servido en las baterías de Mahón y reveló el
misterio. No dispararon por un acto de sabotaje que las dejaron inutilizadas:
después sirvieron para rodar “Los cañones
de Navarone".
-¿Y
tras la guerra?
-Estudié
Derecho. En el Patio de Letras, donde un lema proclamaba con grandes letras “Si eres español, habla la lengua del imperio”,
conocí a mis grandes amigos Néstor Luján y Antoni Vilanova. Empecé a colaborar
en revistas como “Alerta”, “Poesía”, “Ariel” y “Destino”. En
1954 gané el Ciudad de Barcelona por “El
médium” y Eugeni d'Ors me dio un gran consejo: “Usted será un gran escritor, pero ha de creer siempre en lo que hace,
porque sin vocación no hay destino”.
-Y
después se hizo juez.
-El
oficio de juez no me ha gustado nunca. Tienes siempre la impresión de que te
están enredando. Unas veces lo adivinas y otras no. Y piensas, ¿qué culpa tiene
de ser así? Nunca lo sabes. Cuando dictas una sentencia condenatoria, piensas:
¿estás seguro?, ¿y si me equivoco? Lo único que da tranquilidad es saber que
hay otra instancia.
-En
los pueblos en que ejerció de juez podía saborear las historias rurales.
-Sí,
pero mis libros son literatura, vienen de la erudición, de los libros, no de la
cultura popular. Una vez tuve que hacer una exhumación. En el pueblo nadie
quería ir al cementerio a desenterrar cadáveres. Al final, abrimos el nicho y
al desclavar la tapa del ataúd, en su reverso, apareció una superficie gris,
con grafitis negros, horrorosos... Me pareció que era la realidad destruida, la
muerte detrás de las cosas. Le dije a Tapies que parecía uno de sus cuadros,
pero creo que eso no le gustó.
-¿Cómo
conoció a Picasso?
-Yo
era juez en Mora d'Ebre y en Horta de Sant Joan, donde había vivido Picasso, y
me pidieron que fuera a verlo a Antibes y pedirle permiso para hacer un museo.
Me impresionó mucho; allí donde estuviera él se convertía en el centro de
atención, tenía una mirada ávida, penetrante, que causaba en las mujeres un
efecto tremendo. Me dio un consejo que recordaré siempre: “Trabaja, trabaja, trabaja”, me dijo. “Un libro solo no vale nada, un cuadro solo no vale nada, tienes que
escribir muchos libros, pintar muchos cuadros, para que tu obra pase a la
cultura universal.”
-Usted
empezó a escribir en una época en que dominaba el realismo más crudo.
-El
realismo es contar los amores de una portera con el portero de enfrente. Eso
siempre existirá. Hay otra manera de impactar al lector, diferente, y eso es lo
que he descubierto yo. Saber qué hay al otro lado del mundo. La literatura hoy
ha desaparecido por la política. La poesía es otra cosa, a veces de expresión
ininteligible; “Polvo serás, más polvo
enamorado”.
-¿Qué
es la muerte?
-Un sueño perpetuo. Pido
a Dios que mi sueño venga sereno, plácido y sin dolor.
-¿Dios
es una cuestión de fe?
-Dios es una realidad
teológica.
-Escribe en castellano y en catalán, ¿qué diferencias distingue entre
ambas lenguas? Borges decía que el castellano no servía para la poesía.
-El
castellano es la lengua más severa del mundo, más que el alemán. Mi madre era
castellana y yo escribo sin dificultad las dos lenguas. Una vez me puse el
reto, con Marti de Riquer, de averiguar si era cierto que Dante había escrito o
no: “L'avara povertá de i catalani”.
Mire esta primera edición de la “Divina Comedia”. El verso 77 del capítulo VIII
del “Paraíso” dice: “L'avara povertá de
Catalogna”. Hacía referencia, a la austeridad de los reyes de Aragón, quienes
cuando se les doblaba una punta de la corona la enderezaban a martillazos o
cuando se deshilachaba un trozo del manto lo hacían zurcir y eso gustaba mucho
a los diplomáticos extranjeros. ¿Borges? Yo buscaba siempre a pie de página una
nota sobre la existencia del mundo, de dónde había surgido. Borges lo buscó en
los espejos. El espejo es una superficie plana que refleja al que mira y
también su entorno. Refleja la realidad. Pero ¿qué hay detrás de los espejos?
No se sabe, se adivina. Sólo los santos o los poetas saben que está la grandeza
del infinito.
-Trató
a muchos falangistas.
-Yo he separado siempre
la buena literatura de las opciones políticas personales.
-¿Sigue
escribiendo?
-No. Ahora reedito mi
primera prosa. “Diana i la mar morta”,
la sorpresa de la caducidad del mundo, reflejo del libro completado.
Perucho
sigue hablando de muchas otras cosas, de cómo dijo no a la Academia, de sus
viajes, de Cunqueiro, Miró, Foix, de su peña gastronómica, sus gatos y sus
libros favoritos. O cita a Moratín:
“Luego amontonarás confusamente
cuanto pueda hacinar tu fantasía,
en concebir delirios eminente.
cuanto pueda hacinar tu fantasía,
en concebir delirios eminente.
Botánica, blasón, cosmogonía,
náutica, bellas artes, oratoria,
y toda la gentil mitología,
sacra, profana, universal historia
y en esto, amigo, no andarás escaso,
fatigando al lector vista y memoria”
La
Vanguardia Cultura,
29 de diciembre de 2002, pp. 35-36.
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