martes, 25 de junio de 2019

"La Gran Tentación" de Czesław Miłosz (Sur, nº 211-212, mayo-junio de 1952)


LA GRAN TENTACIÓN
EL DRAMA DE LOS INTELECTUALES EN LAS DEMOCRACIAS POPULARES[1]

En Varsovia, Praga, Budapest, Bucarest, Sofía, en el centro del sistema circulatorio de cada democracia popular, se encuentra un mundo especial que abarca las casas de la Unión de Escritores, los Institutos de Diamat[2], las redacciones y firmas editoriales oficiales, las salas de exposiciones y de conciertos. Gentes —cuyos días transcurren entre los libros, las luchas personales y la firma incesante de nuevas resoluciones— constituyen un círculo cerrado y que, para el profano, tiene algo misterioso e irreal. Están como suspendidas en las nubes por encima de los simples habitantes del país. Se puede comparar su navío de nubes a la isla de los Filósofos creada por la imaginación de Swift. El sistema staliniano es una dictadura filosófica y este mundo aéreo lo domina todo: el resultado del trabajo de los intelectuales es lo que ha formado la mentalidad del niño en la escuela y la del lector de diarios o libros.
Yo he pertenecido a ese círculo no hace mucho y sólo hace unos meses he roto mis vínculos con Polonia. Y si lo he hecho ha sido a disgusto, simplemente porque no veía otra salida.
Quisiera disipar aquí todo malentendido. Personalmente, ningún peligro me amenazaba en Polonia. El escritor en las Democracias Populares se encuentra en la cima de la escala social y goza de todos los privilegios, con tal de que resulte útil. El carácter de mi poesía, tal como la practicaba hasta 1950, me exponía sin duda a ciertos reproches (se me acusaba de una inclinación hacia “la metafísica” y lo trágico puro). No obstante, se me contaba entre los poetas reconocidos como tales. Se me apreciaba también como traductor de poetas extranjeros, particularmente de Shakespeare.
Como la mayoría de los escritores de la Europa central y oriental, jamás pertenecí al Partido; no se me consideraba como un staliniano; era un “buen pagano”, es decir un hombre que no es reaccionario y que no ha tenido en su pasado simpatías por la derecha. Antes de la guerra, no ocultaba mi actitud hostil a los antisemitas cuya propaganda tenía, en aquella época, un éxito considerable. Pasé la guerra en Varsovia, escribiendo y publicando clandestinamente contra el nazismo. Después me enviaron a los Estados Unidos como agregado cultural. El hecho de no ser comunista facilitó más bien el nombramiento: era aún la época del liberalismo transitorio. Pasé algunos años en el territorio americano, enviando siempre a Polonia mis poemas, mis traducciones y mis artículos para las revistas, y tomando parte en polémicas literarias; más tarde me' hicieron agregado cultural en París, pero sólo ejercí el puesto poco tiempo. Durante mi última estadía en Varsovia, me di cuenta de que, de allí en adelante, no podría ya publicar otra cosa que propaganda. Se me exigía una ortodoxia estricta. Fue entonces cuando tomé mi decisión.
Como conozco bien la Isla suspendida en las nubes, esto es los intelectuales de las Democracias Populares, intentaré dar de ella una descripción lo más precisa posible, aunque reducida a sus líneas principales.
EL PROBLEMA DE LA FUGA
Conviene advertir que todos los artistas o sabios de las Democracias Populares se encontraron en 1945 ante este dilema: emigrar o trabajar en su país. Nadie era lo bastante ingenuo para imaginarse que las exigencias de Moscú no serían cada vez mayores; sin embargo, la opinión general se pronunció del modo siguiente: los intelectuales debían quedarse en su país; toda fuga sería un signo de debilidad. De hecho, existía una probabilidad, precaria sin duda, de un "camino nacional hacia el socialismo” —y obsérvese que ningún intelectual quería la vuelta al estado de cosas de preguerra. Tratábase de aprovechar les años de libertad relativa para organizar la vida cultural, componer buena música, publicar el mayor número posible de buenos libros y oponerse por todos los medios a la presión rusa. Comenzó el juego, un juego que es muy difícil de presentar a quienes no lo han conocido; sólo los intelectuales del Este o los recientemente evadidos saben sus secretos. No es susceptible, como he podido comprobarlo, de ser comprendido en el extranjero. En este juego entraban los mejores sentimientos humanos, y en primer lugar el amor hacia el propio país, terriblemente devastado por la guerra. Se incurre en un error estableciendo un signo de igualdad entre la actitud de los Occidentales que se stalinizan y la de los hombres que trabajan por el régimen en las Democracias Populares. En principio un occidental es el servidor de la doctrina comunista por su propia voluntad (aunque este hecho tome a veces un giro casi inevitable: en Francia, por ejemplo, un obrero ajeno al partido se siente aislado). En las Democracias Populares, en que cada habitante es, por necesidad, una pieza del mecanismo de Estado, no existe una gran diferencia política entre el funcionario de ministerio, el profesor de universidad y el miembro de la Unión de Escritores. Asimismo la diferencia se borra entre los miembros del partido y los “sin partido”. La institución de los “simpatizantes activos”, aunque nacida en Rusia, ha tomado en Occidente una significación a tal punto definida que sería injusto buscar su aplicación en las Democracias Populares. El simpatizante activo” occidental es un hombre de izquierda que coopera por su propia voluntad con el partido. Este grado de cooperación es, en el Este, un mínimo vitalmente indispensable para todo ciudadano.
El drama del intelectual en las Democracias Populares consiste en que su destino transcurre al margen de la compasión del mundo. El Occidente, incapaz de descifrar el juego complejo que se desarrolla en los países del baluarte soviético, considera a todos los escritores, artistas y sabios militantes en aquellos países como stalinianos por convicción. La actitud de la emigración política hacia quienes forman allá parte de la “máquina” es francamente hostil. Y sin embargo muchos artistas y sabios de estos países han viajado al extranjero después de la guerra y hasta trabajado en puestos diplomáticos; y sólo un porcentaje mínimo ha resuelto el problema interior mediante la fuga. “Vuelvo a mi campo de concentración” , me ha dicho en el extranjero uno de mis amigos; y cada uno de aquellos que volvía pensaba lo mismo. Sin embargo, volvían. A veces, el motivo de la decisión eran razones de familia; no obstante, aun los que no estaban ligados por obligaciones de ese género emprendían el camino del regreso. El motivo general era el sentimiento del deber para con la nación y la vergüenza de aprovechar una posibilidad privilegiada de evasión. Durante la última guerra conocí en Varsovia muchos judíos que, pudiendo quedarse fuera del Ghetto, volvieron a él por su propia voluntad, sabiendo que elegían la muerte. Los lazos del hombre con la colectividad son extremadamente fuertes. El sentimiento de lealtad del individuo hacia el grupo social es un motivo de acción más poderoso de lo que suele suponerse. Yo he tenido ocasión de sentirlo por mí mismo, puesto que he escogido, por mi propia voluntad, la permanencia bajo la ocupación nazi y, después de la guerra, me he defendido como podía contra el hecho de convertirme en emigrado. Este motivo de lealtad actúa en el Este de un modo particularmente fuerte entre los escritores, los compositores, los artistas y los sabios —es decir, entre los "trabajadores de la cultura”. En la Europa Central y Oriental se subraya siempre especialmente la función social de estos, trabajadores de la cultura y se la entendía como un deber hacia la colectividad. Siendo Agregado Cultural en Washington, le pregunté a un joven sabio polaco que había llegado como becario a los Estados Unidos lo que pensaba hacer; me contestó que volver a Polonia sería para él una solución heroica, y quedarse un signo de debilidad, pero que no' sabía si tendría las fuerzas necesarias para elegir lo heroico. Este hombre no era staliniano y me hablaba con toda franqueza. Imaginemos que se decidiera a obrar heroicamente; sin duda, los pasajeros del barco en que vino lo trataron como un bolchevique peligroso, y los emigrados lo consideraban como un fiel servidor del régimen odioso, cuando no como un agente de la policía secreta.
Huir al extranjero, o quedarse en el extranjero, a juicio de los intelectuales que viven hoy en las Democracias Populares, es sinónimo de renunciar a la función social. Un sabio eminente, si tiene suerte, podrá encontrar trabajo en un laboratorio; pero no trabajará por su país, y sus posibilidades de crédito en lo que atañe a las investigaciones científicas serán más estrechas que en un sistema particularmente generoso1 con los sabios. Un director de escena, un actor conocido, lavará platos en un hotel; el compositor tendrá que empezar de nuevo su carrera. En cuanto al escritor, se verá privado de su público y, por consiguiente, de la posibilidad de publicar nada en su idioma. Sus libros no tendrán entrada en las bibliotecas; su nombre será pronunciado como el de un traidor y él mismo tendrá que ganarse el pan con un trabajo extraño a su profesión.
Un intelectual que huye al extranjero, ¿qué puede hacer para luchar contra el stalinismo e influir sobre la opinión de su país? Esta lucha sería la única justificación moral de la fuga a los ojos de sus compatriotas que se han quedado. ¡Ay!, lo que puede hacer es muy poco. En primer lugar, el Occidente no ha atribuido nunca a los intelectuales tanta importancia en la formación de la vida social como hace la Europa Oriental. Hoy, el sistema staliniano considera a los intelectuales como una herramienta de primer orden.
En segundo lugar, las autoridades desconfían del recién llegado, y el juego que tiene lugar en el Este es demasiado complicado para que aquéllas sepan exactamente a qué atenerse. Por último, en los medios de emigrados la opinión reinante es hostil al que huye. En una palabra, el tránsfuga se expone a humillaciones sin límites. Puedo ilustrar esta situación citando un fragmento del poema satírico aparecido en Varsovia con motivo de mi marcha:

Sentirás la cultura en las bestias de la Military Pólice
Cuyas manos detienen la visación tan deseada,
Gemirás por un asilo, y los agentes estúpidos
Pondrán sus pies sobre la mesa para que lamas sus botas

Existe un conflicto entre los políticos de la emigración y los intelectuales. Es algo más que el conflicto clásico entre las emigraciones antigua y nueva. Pueden encontrarse en él los rastros del conflicto de dos grupos sociales. En la Europa Centro-Oriental hay un contraste entre la intelligentsia y los intelectuales. El término de "intelligentsia” abarca el conjunto de aquellos que, poseyendo cierta educación, no se ganan la vida mediante un trabajo físico; una porción de rasgos característicos definen este grupo que todavía recientemente era por sus costumbres el heredero de la nobleza. Un médico, por ejemplo, un funcionario de correos, un abogado, un redactor de ministerio, pertenecen a la «intelligentsia». Los intelectuales propiamente dichos son lo que se llama la intelligentsia creadora. Son los sabios, los hombres de letras y los artistas; entre ellos y la «intelligentsia» (que es la equivalente de la clase media en Occidente) existían, ya antes de la guerra, intereses contradictorios. La diferencia entre los dos grupos se ha acentuado más tarde cuando los intelectuales se convirtieron en una casta plutocrática del nuevo sistema, mientras la antigua «intelligentsia» cayó al nivel de los parias bajo la presión de una nueva «intelligentsia», de origen proletario, que constituye un grupo absolutamente distinto.
La mayoría de los políticos de la emigración pertenece, por su origen, a la «intelligentsia» de preguerra, y su mentalidad es considerada por los intelectuales creadores como un residuo fósil del pasado. Las relaciones entre los dos clanes no se distinguen por su simpatía. De una parte hay el desprecio, de la otra el rencor de un grupo que perdió su posición social contra un grupo que ha permanecido vigoroso. "No tenemos posibilidad alguna de entendernos con los reaccionarios de la emigración; es preferible trabajar con los stalinianos”. ¡Cuántas veces no habré oído la frase! En estas condiciones, la fuga de un intelectual es considerada en el Este como un paso al nirvana. No es una solución honorable. El intelectual que huye se libera del sufrimiento que le impone la presión del régimen, elige una duración puramente fisiológica. El olvido cubrirá su nombre en su país. Su fuga equivale a su muerte.
La elección se halla, pues, entre dos géneros de mal, y quedarse en su país es considerado el menor. Durante estos últimos cinco años, muchos cientos de artistas, sabios, escritores polacos han ido a Occidente; muy pocos han decidido no volver a Polonia. Los que se quedaron fuera han pasado al nirvana, y nadie en su país sabe nada de su existencia. Entre ellos, sin embargo, hay espíritus de primer orden.
A menudo he discutido con mis amigos el problema de la fuga. Todos, incluso los católicos fervorosos, opinaban que tal decisión debe ser individual, pero que es preferible no romper los lazos con su nación para obtener tan sólo la libertad "puramente negativa”, es decir la libertad sin la posibilidad de ninguna realización artística o política. Si toda la nación se halla sumida en una situación trágica, hay que compartir el destino común tratando de hacer lo que se pueda. Después de todo, traducir a Shakespeare es una actividad socialmente útil, en tanto que trabajar en una fábrica del Oeste, con el único objeto de mantenerse en vida, no es una actividad que merezca tal nombre.
Siempre he tenido que declararme de acuerdo con semejantes argumentos. Yo no quería convertirme en un emigrado, y mi fuga fue un arrebato de locura individual. Había comprendido que el juego había terminado para mí y que no podría evitar ya el escribir una oda en honor del "Padre de los Pueblos” o un poema sobre Félix Dzierżyński. Es posible que para poder traducir Shakespeare valga la pena escribir un poema semejante, pero yo no me sentía capaz de pagar ese precio.
La fuga de un intelectual tiene, generalmente, consecuencias tragicómicas. Como he dicho, nuestro mundo, es decir el mundo de los intelectuales de las Democracias Populares, es un mundo cerrado, y las leyes que lo rigen no son conocidas afuera. Todo el que sale de ese mundo encuentra, no sólo el malentendido cuando se trata de sus intenciones, sino también la imposibilidad de explicarse públicamente, a menos que escriba todo un libro. Para el occidental, la cuestión es bastante simplista: se estaba vinculado con un país comunista; luego, se era staliniano; el “elegir la libertad” quiere decir que uno ha renunciado a sus ilusiones. He leído muchos artículos, en la prensa de la emigración polonesa, sobre mi fuga al Oeste. Es curioso observar que el único que muestra cierta comprensión del problema apareció en Suecia, esto es en un país donde los emigrados, gracias a una afluencia constante de gente nueva, están mejor informados de las reglas del juego. Permítaseme citar unas líneas de dicho artículo, no para atraer la atención sobre mí, sino porque proyectan cierta luz sobre el problema en conjunto. “Un período de muchos años, durante el cual la izquierda polaca consideraba que el campo de la lucha se limitaba exclusivamente al interior de Polonia, queda definitivamente concluso. La huida de Milosz es, en cierto modo, simbólica; Milosz no era comunista, pero era de izquierda y de ideas avanzadas. Pertenecía así a aquellos que los comunistas quieren a toda costa convertir en aliados y que, en fin de cuentas, consideran como sus peores enemigos.
He tratado de presentar la situación de los intelectuales en el Este demostrando hasta qué punto es injusto reducir su problema a una cuestión de condiciones políticas. El temor a perder la función social es un móvil poderoso. El que huye no puede librarse de un sentimiento de traición con respecto a los que se quedan. El único medio de librarse de ese sentimiento es la actividad. Por lo que a mí toca, trataré de ser activo como escritor; y sólo cuando llegue a la conclusión de que he perdido la partida y cuando me sienta totalmente impotente, pasaré al nirvana.
LA TÁCTICA
Los intelectuales en las Democracias Populares son colocados en la posición de poder llegar a constituir la nueva aristocracia, con la condición absoluta de obedecer siempre. Como el corazón esparce la sangre a través del organismo, así la tarea de los intelectuales, según el designio del partido, debe consistir en esparcir a través del cuerpo social la idea directriz; propagan el materialismo dialéctico en su versión staliniana. Procediendo lenta y pacientemente para hacer al intelectual digno de esta tarea, el partido, o sea Moscú, está resuelto a hacer a toda costa su conquista. La antigua «intelligentsia» está destinada a desaparecer. En su lugar, la nueva «intelligentsia» obrera debe entrar en funciones. En cuanto a los intelectuales, se necesita su nombre, su talento, su saber, que no son reemplazables.
La inmensa mayoría de los intelectuales se ha pronunciado por la revolución. Esta revolución no tenía en las Democracias Populares un carácter espontáneo. Era llevada a cabo a golpes de decreto provenientes de arriba y apoyada en la fuerza del ejército rojo. Era una revolución burocrática. De todos modos, la nacionalización de la industria y la reforma agraria eran consideradas como medidas útiles. Los puntos litigiosos eran la independencia nacional y la adopción de la doctrina staliniana; en este terreno, los intelectuales desplegaron una sorda resistencia y fueron ayudados por las tendencias de las masas en el seno de la nación, tendencias que podrían definirse cuando menos como disidentes. La táctica aplicada con respecto a los intelectuales puede, en sus grandes líneas, presentarse como sigue.
1º Dar y no pedir al comienzo nada a cambio.
Lo mismo que se dio la tierra a los campesinos sin pedirles nada en un principio, así se aseguró a los escritores la posibilidad de imprimir sus obras, a los músicos el uso de las salas de conciertos, a los sabios el acceso a los laboratorios; y grandes posibilidades se abrieron entonces, pues en las Democracias Populares el gobierno consagra sumas inmensas a sus fines culturales. Por otra parte, el público, después de años de guerra, estaba ávido de libros, de publicaciones, de espectáculos y de conciertos. La venta del material impreso iba cada vez en aumento. Se abrían nuevos teatros de vanguardia. Los intelectuales trataron de aprovechar este período de auge que duró unos años para publicar lo que habían escrito durante la guerra, discutir los problemas estéticos y sociales, traducir buenos escritores occidentales y, en general, llenar las lagunas producidas por la guerra.
2º Aumentar la presión gradualmente para no crear un punto de resistencia psíquica.
Es ésta una regla muy importante. Hay que evitar una situación en la que el paciente pudiese gritar: ¡no! Produciendo una atmósfera conveniente y aplicando presiones delicadas, se lo inclina a las concesiones. Se dice a sí mismo: "¡Bah, no es nada! No tengo inconveniente en escribir ese artículo si, gracias a ello, me dejan en paz para que pueda trabajar en mi novela, que no está en la línea”. Obtenido este resultado, se aumenta suavemente la presión de las críticas, de las exigencias. El paciente se dice: "Ya he escrito un artículo de ese género, ¡por qué hacer tantas historias por tan poca cosa!” Hay que proceder de modo que el paciente no logre tomar ninguna decisión; por eso, cada aumento de la dosis es insignificante, y la diferencia con la etapa precedente demasiado débil para que "valga la pena” resistir. El resultado es tal que después de algunos años el paciente traga dosis enormes. En esa forma muchas personas han llegado inconscientemente a escribir, pintar y enseñar de manera muy ortodoxa. Algunos —muy pocos— han advertido la trampa y han huido en seguida para evitar la continuación del tratamiento. Pero la mayoría han comprendido bien el juego y lo han aceptado, utilizando todas las posibilidades de resistencia que puede ofrecer. Han hecho concesiones mesuradas, tomando en cuenta a cada paso las ganancias y las pérdidas y calculando si la diferencia estaba de su lado. Por ejemplo, "vale la pena” escribir un artículo atacando a los existencialistas si, gracias a ello, se puede publicar un poema que se burle del realismo socialista. “Vale la pena” firmar una declaración política si, a cambio de ello, puede uno hacer valer su buena reputación y sacar de la cárcel a uno de sus parientes. “Vale la pena” escribir la música de una canción que glorifique el sistema si por ello se obtiene el permiso de ejecutar una sinfonía. Tal es la regla del juego. No es sólo un juego individual: se trata de salvar muchas instituciones, grupos, talleres, revistas, etc. El desarrollo gradual de esos compromisos individuales y colectivos es una de las razones por las cuales los intelectuales del Este, en general, no han creído necesario convertirse en emigrados.
3º Poner el vino nuevo en odres viejos.
Al sistema le interesa conservar las instituciones universalmente conocidas y universalmente honradas empleándolas como fachadas. Poco a poco se las llenará de un contenido nuevo. Por ejemplo, se transformará un museo célebre en una galería de exposición consagrada a la propaganda. Se conservará el nombre de una revista conocida y se le cambiará la redacción. La misma cosa se practica con los hombres. Se les conservará el rostro y el nombre; pero se los vaciará y se los llenará con una nueva filosofía. Tal escritor, que era conocido como un celoso católico, firmará ataques contra el Vaticano. Esta transformación, que se diría mágica, no es en modo alguno mágica. No es sino el resultado del principio: “La existencia determina la conciencia”. Al crear condiciones especiales en las que está encerrado el paciente, se alcanza el objetivo sin gran dificultad.
4º Evitar en lo posible las presiones directas y utilizar la presión de las situaciones.
No debe imaginarse que en una Democracia Popular alguien ordene a los intelectuales, de manera positiva, escribir esto, pintar aquello, hacer investigaciones científicas en tal o cual sentido. Por el contrario, se subraya a cada paso que nadie obliga nada a nadie, que todo es voluntario. Este principio se aplica de una manera general, no sólo a los intelectuales. ¡Nadie obliga a los campesinos a formar un koljós, no!. . . Se los arruina con el impuesto; se les arrebata su trigo; se los extenúa por medio de la brigada de los jóvenes, y la situación aparece sin otra salida que formar un koljós. De igual modo el intelectual advierte en un momento dado que debe escribir un poema sobre un tema dado. Este poema será considerado como un acto voluntario aunque su autor, a decir verdad, haya sido puesto entre la espada y la pared.
5º No permitir que se forme solidaridad de grupo.
Bajo la ocupación nazi, la solidaridad de los intelectuales estaba bien desarrollada. Baste decir que en Polonia, por ejemplo, no había un escritor (uno solo) que colaborara ni aun tímidamente con los alemanes. Esta solidaridad se mantuvo algún tiempo después de la guerra. Pero muy pronto fue reemplazada por una nueva jerarquía. Las divisiones surgieron entre "bien vistos” y "mal vistos”. A su vez, los bien vistos se dividieron en "mejor vistos”, "menos bien vistos” y "tolerados”. Esta división tiene su equivalente en la vida de la fábrica, donde la jerarquización de la masa obrera, conforme a la ortodoxia política y a la emulación socialista, hace siempre nuevos progresos.
Las reglas tácticas que acabamos de enumerar han dado buenos resultados. El juego está casi ganado por el partido. La importancia de esta victoria es que lo que no está expresado no existe: la insatisfacción de las masas no puede encontrar ninguna expresión, salvo el reflejo emocional, desde el momento que aquellos que manejan la pluma, el pincel o el cincel sólo expresan el optimismo éxito. Los esfuerzos de los escritores, de los compositores y de los oficial. El poder sobre el intelectual da la clave para gobernar el país. El juego de la resistencia continúa, pero cada vez con menos pintores, que tratan de no caer al nivel del realismo socialista ruso, son desesperados.
LAS TRANSFORMACIONES
En las Democracias Populares tenemos que vérnoslas con un fenómeno histórico completamente nuevo. Este hecho no encuentra analogía en Rusia donde la evolución se llevó a cabo en un período más largo y tuvo, por lo menos al comienzo, rasgos de espontaneidad. Tampoco se lo puede aproximar a las dictaduras pasadas y presentes que no son dictaduras filosóficas. Los países de la Democracia Popular han sido sometidos a un sistema, elaborado en sus menores detalles, cada una de cuyas etapas estaba planeada por adelantado. Es, en verdad, la aplicación más científica de los principios del materialismo dialéctico al “material humano”.
Las condiciones establecidas, de acuerdo con el principio de que la existencia determina la conciencia, hacen que no tengan ya objeto muchas cuestiones que se plantean en Occidente. Sería ocioso, pienso, preguntarse si los habitantes de Marte son cristianos o budistas. De igual modo, la división entre comunistas y no comunistas, que existe en Occidente de manera tan acentuada, pierde su importancia en las Democracias Populares. Gran número de miembros del partido odian el sistema; pero, así como los sin partido, í están sometidos a un desdoblamiento interior que los vuelve inclasificables según los criterios occidentales. A las buenas o a las malas, aquí hay que razonar dialécticamente y renunciar al sí=sí y al no=no.
Los fenómenos psíquicos que surgen en las Democracias Populares son fascinantes para el observador. Confieso que me cautivan y que trato de analizarlos, en un libro que escribo. Es una tarea extremadamente difícil, a causa de la novedad del tema. Al mismo tiempo, es una especie de deber.
Se habla del intelectual comunista. Comprendo que ese término pueda encontrar una aplicación en Francia y en América. Pero desde el momento que en las Democracias Populares existe una situación de hecho, no es fácil encontrar un criterio de apreciación.
Pertenecer al partido no suministra medio de discriminación. Un escritor que conozco y que, después de haber pasado algún tiempo en territorio de ocupación rusa, durante los comienzos de la guerra, no había mostrado mucha simpatía por el comunismo, sacó de su bolsillo, ante mí, en 1945, la libreta del P. C. y me dijo: "Estaba harto de ese miedo de ser deportado. Se acabó”. Otro amigo, un artista miembro del partido, declara cuando está borracho: "Vuestro socialismo, ¡conseguiré sortearlo!” Según un tercero, el centro intelectual del mundo se ha desplazado del Occidente a Moscú, y lo prueba el que Moscú no puede perder: basta sacar las consecuencias de ese hecho.
Para los jóvenes la cuestión se presenta de muy otra manera. Pero aquí también las consideraciones de doctrina tienen menos importancia que el mundo tal como es. Tropiezan con el "hecho” de que existe tan sólo un sistema de pensamiento posible y de que Occidente es una periferia donde no sucede nada que sea digno de atención.
No cabe duda, el elemento tiempo cambia a los hombres: muchos de aquellos que prosiguieron el juego, palmo a palmo, se resignan y abrazan la ortodoxia con gran entusiasmo. El hombre quiere creer; no puede vivir en un estado de negación permanente. El ritmo de transformación es muy rápido; quien quisiera inmovilizarse retrocede y es incluido entre los reaccionarias. Hay que "atrapar de nuevo” el ritmo de la vida, llena de un trabajo colectivo y afiebrado. Las posibilidades, para aquellos que quieren actuar, son ilimitadas. Es un sistema en que la cuestión dinero no desempeña ningún papel a condición de ser uno útil. La ortodoxia se convierte en una condición de la felicidad. Asegura ese vuelo que impulsa automáticamente al hombre a "ponerse al paso”. Un número creciente de intelectuales pasa por una crisis interior dolorosa, pero después de la cual el hombre puede por fin abrazar la Nueva Fe. Que se haya convertido no significa que se libre del desdoblamiento, pero significa que puede actuar, es decir, que ya le han proporcionado los eslabones intelectuales que le faltaban: de un modo u otro, se ha convencido de que las dudas que lo obsesionaban no tenían sentido. Esas dudas subsisten, pero en otro plano. Diríamos: en un plano paralelo.
Analizando la psicología de este intelectual, trataré de enumerar los argumentos principales que emplea consigo mismo:
1º La necesidad histórica.
Los acontecimientos en Europa, entre las dos guerras mundiales, y la marcha del ejército rojo sobre Berlín han impresionado grandemente a los habitantes de la Europa central y oriental. El comunismo luchaba contra el fascismo, y el fascismo ha sido vencido. ¿Acaso eso no confirma la tesis del leninismo-stalinista según la cual, en el mundo contemporáneo, hay tan sólo fascismo y stalinismo, y es el fascismo el que debe desplomarse? Quien llega a tal conclusión no debe colocarse en el campo que está condenado, implícitamente, por el ser que ha tomado en nuestro siglo el lugar de Dios, es decir la Historia. Un escritor que escribe contra la Historia será impotente y aniquilado.
Polonia, que los dirigentes rusos han considerado siempre como el país más importante para sus intereses, porque era el puente hacia Europa, ha vivido ese dilema de manera particularmente penosa. Allí, durante la guerra, había una resistencia ¿entra los nazis extremadamente fuerte. Ese movimiento de resistencia dependía del gobierno exilado en Londres. La insurrección de Varsovia que estalló en 1944 tenía dos objetivos: liberar la capital de alemanes y, al mismo tiempo, tomar el poder antes de que el ejército rojo, que se aproximaba ya, entrara en la ciudad. Era la insurrección de una mosca contra dos gigantes. Uno de los gigantes se detuvo en la orilla del Vístula y esperó que el otro aplastara la mosca. Un gigante trabajó dos meses en aplastar esta mosca, empleando aviones, la artillería más pesada y tanques. La aplastó por fin, y después fue echado a tierra por el otro gigante que había esperado pacientemente. Cerca de doscientas mil personas perecieron en Varsovia y la ciudad fue transformada en un Hiroshima más grande que el del Japón. He aquí la prueba de que ninguna tercera fuerza es posible. La destrucción de Varsovia debía encender el odio contra la Unión Soviética. Y este odio no faltó a Polonia, pero gradualmente comenzó a producir respeto por la fatalidad de la fuerza. El ejército rojo actuaba como el instrumento de la Historia, como un poder impersonal. En realidad, se ha dicho, un mundo nuevo está en vías de ser creado, con Moscú por capital, y quizá ya no haya lugar para los nacionalismos utópicos. Es curioso señalar que Diamat, que tiene dos aspectos, dialéctica y materialismo, ha sido sometido al cambio en la medida misma de los éxitos obtenidos; en todo caso, en las Democracias Populares se subraya más bien el determinismo, es decir más bien la necesidad de los procesos que su contingencia.
Para presentar ahora un cuadro de lo que fue la influencia de esta necesidad sobre los espíritus diré algunas palabras acerca de un personaje que conozco, el señor X., que vive en Varsovia. X. es un artista. Proviene de una familia rica. Antes de la guerra, su profesión no le permitía vivir independientemente; en la actualidad, sus padres, que antes eran ricos, están arruinados, mientras él tiene un bonito departamento y lleva una vida próspera. X. es un hombre bien educado y de espíritu refinado. Conduce el juego con gran habilidad. Cede lentamente sus posiciones; concede lo que en un momento dado es necesario conceder, y nada más. Debe decirse que la agilidad intelectual es altamente apreciada en el Sistema. Cuanto mayor es esta agilidad más libertad se obtiene. X., cuyas réplicas son siempre oportunas y cuyo dominio de la dialéctica no es menor que el de los filósofos- del Partido, se mantiene hábilmente en equilibrio sobre la cuerda floja. Después de la guerra, ha viajado muchas veces al extranjero. En Varsovia me dijo: "En fin, todo esto me parece una especie de diluvio. Los pequeños países de la Europa occidental serán sumergidos y sólo quedará América como un peñasco al cual treparán los últimos sobrevivientes, matándose unos a otros al borde del precipicio. ¡El diluvio bíblico de Gustave Doré! En cuanto a mí, prefiero que todo esto ocurra a espaldas mías.”
X. es, por naturaleza, un observador de los acontecimientos, y en caso de que la derrota rusa aconteciera, no la recibiría sin placer. Al mismo tiempo, sus obras se convierten lentamente en una glorificación moderada del stalinismo. Que cada uno juzgue hasta qué punto X. es “un intelectual comunista”.
La necesidad histórica es el argumento más fuerte que se emplea en las Democracias Populares. En las masas del Partido, e incluso entre los más altos dignatarios, esta fe en la necesidad' corre parejas con el odio. A pesar de todo, la libertad como “verdad de la necesidad”, de Hegel, es una libertad difícil de alcanzar. El hombre no ama la necesidad, hasta cuando sabe que debe someterse a ella. El argumento de la necesidad tiene un lado débil. No es sino el culto de la fuerza que se disfraza en ley de la Historia. Si Rusia diera un traspiés, el odio amasado podría convertirse en un torrente devastador.
2º La integración del intelectual.
La alienación del intelectual en Occidente ha sido, desde hace largo tiempo, un tema de consideración para muchos espíritus. El intelectual se siente colocado fuera de la sociedad: extraño a la burguesía, de donde casi siempre ha salido, tanto como a las masas obreras. El sentido de su actividad es muy a menudo poco comprensible para aquellos que lo rodean, con excepción de un grupito profesional. Por ejemplo, la historia de la poesía occidental puede enseñarnos muchas cesas sobre el aislamiento del poeta y sobre lo que resulta de ello: el hermetismo' de su estilo.
El stalinismo crea un nuevo tipo de sociedad donde se asigna a la cultura una importancia particular. Lo que en las sociedades cristianas era la Iglesia con sus ritos religiosos accesibles a cada habitante del pueblo, está dado en el stalinismo por el Hogar rojo, las conferencias, los cursos políticos, etc. . . . Existe también una liturgia, igual para todos los países que se extienden desde el Elba hasta el Océano Pacífico.
El Hogar rojo para la tripulación de un barco que pertenezca a una Democracia Popular no difiere del de un pueblo aislado en las montañas: los retratos, el color rojo, los discursos prescritos son los mismos. La "cultura” así difundida es, a decir verdad, equivalente a la "educación política”, que sin embargo no está concebida estrechamente, pues la doctrina es universal y puede ser aplicada de igual modo al presente y al pasado de la humanidad. La historia de la Reforma, o las obras de los poetas del siglo XIX, pueden dar ocasión a consideraciones relacionadas con el conjunto. Nunca en otras épocas se han impreso tan importantes tiradas de los clásicos como en las Democracias Populares, de acuerdo con el principio de que el Proletariado es el heredero de la Humanidad”. El hecho de que los clásicos estén al alcance de todos, y la creación de un interés real por los problemas históricos y literarios en las masas, es un serio argumento en favor de la nueva religión laica. La "cultura” así concebida, que no es otra cosa que la organización de la distribución en el plano mental, cambia por completo el carácter del trabajo confiado a los escritores, compositores y pintores, porque les abre un consumo de masa.
En el siglo XIX apareció por primera vez la popularización de la ciencia. Cuando ciertas teorías científicas —por ejemplo la de Darwin— se hicieron célebres, los folletos populares pusieron esas teorías, en forma simplificada, al alcance de todos. En este hecho se ocultaba un grave peligro: las teorías así vulgarizadas tenían pocas cosas en común con lo que constituía precedentemente su papel de interpretación científica; pero se convertían en un elemento sociológico de primer orden. Los autodidactos a la Adolf Hitler han cosechado sus conocimientos en esos folletos populares seudocientíficos.
En el stalinismo, este peligro aparece casi en estado puro. Todo es explicado y, cosa peor aún, un semianalfabeto, políticamente educado, comienza a creer que lo comprende todo; es un sistema de puentes construido sobre abismos. Se prohíbe mirar hacia abajo, a las profundidades, en tal forma que uno olvida que existen.
Hay, sin duda, grados diferentes de iniciación. Un filósofo que interpreta a Platón según las reglas del Diamat se encuentra en un nivel más elevado que las masas a las cuales se les da como alimento una versión predigerida. Pero también un filósofo debe simplificar; a suerte de G. Lukács, que quiso aplicar métodos complejos a las materias complejas, puede servir de advertencia.
Por lo tanto el vínculo indiscutible con la masa, ese vínculo que el intelectual debe a la ortodoxia, se paga bastante caro. Pero el intelectual del siglo XX padece su aislamiento de modo particular, y está pronto al sacrificio para sentirse entre les hombres; el dinero y los honores, que caen en su mano son el signo externo de su utilidad en el organismo social.
La integración tiene mucho encanto, aun para aquellos que continúan jugando el Juego defensivo. Por ejemplo, gran número de historiadores de la literatura, que trabajan en preparar nuevas ediciones de los textos antiguos, consideran ese género de trabajo como digno de extremadas concesiones.
3º El ritmo de la vida.
La Wasteland descrita por T. S. Eliot, en la que viven tantas personas del Occidente, no es un lugar envidiable. No me corresponde aqui ahondar las causas que nos han llevado a este punto. En todo caso, en la Edad Media, por ejemplo, no había signo de ecuación entre la "vida personal” y la "vida fisiológica . La vida personal entonces era tanto la duración fisiológica como la vida del alma inmortal. Al fin de la Wasteland el trueno habla en sánscrito y formula las bases de la moral. Mientras que el mismo T. S. Eliot buscaba una salida de la Wasteland en una contemplación religiosa escribiendo Ash Wednesday y Four Quartets, aquellos que no podían soportar la vida disipada entre los estados nerviosos y los flujos y reflujos de la energía animal, y que no podían seguir el camino de T. S. Eliot, buscaban una salida de la Wasteland en lo social. Se han convertido en un material especialmente flexible para la nueva doctrina que reivindica ser la verdad científica. Me intereso particularmente en la historia de la poesía de estos últimos años. He tenido ocasión de seguir la evolución de muchos poetas de las Democracias Populares. Esta evolución se dirigía en curva ascendente a medida que el autor enriquecía su obra con muchos elementos de la vida colectiva. Tales elementos son, sin duda, necesarios a la poesía. El solipsismo no conduce a nada. Sin embargo, cuando la obra de un poeta se impregnaba de lo social, a tal punto que la política la invadía por completo, la curva caía súbitamente y el talento más grande nada podía contra ello. Es una trampa de lo social que acecha a todos los artistas de las Democracias Populares. Cuando se la ha pisado, es difícil librarse de ella.
El vigor de la primera fase, cuando las Democracias Populares sólo pedían a los intelectuales que se interesaran en la vida colectiva, ha persuadido a muchas personas de que por fin se encontraban en la Tierra Prometida después de haber salido de la Wasteland en que vivieron antes de la guerra. Una vez aceptados todos los inconvenientes del sistema, el ritmo de la vida en una gran colectividad liberaba al escritor del círculo de la soledad personal. Por lo demás, el período de la ocupación nazi había creado la creencia de que el escritor debe "comprometerse”. Lo que se produjo después de la guerra no parecía sino la intensificación de ese estado de cosas.
Por desgracia, el realismo socialista ruso, introducido últimamente, no es sólo el interés por lo social; es una disciplina a tal punto precisa, y que exige tal dosis de mentira y de "pompierismo”, que la Tierra Prometida se transforma muy pronto en Sahara. A pesar de eso muchos escritores y artistas, después de haber sido embriagados por los primeros signos eufóricos de la salud recobrada, no pueden ya vivir sin la doctrina que disuelve completamente al hombre en lo social, y que condena todas las manifestaciones de la vida personal como no siendo otra cosa que "fisiología”, "psicología” y "mística”.
4º La necesidad práctica.
Un escritor, un profesor de universidad, un pintor, un compositor, debe “ponerse al paso”. De otro modo perderá su sitio en la escala social y se encontrará en la miseria. También actúan motivos de ambición; entre los que no pueden ponerse al paso están ante todo los hombres de una mentalidad decididamente reaccionaria, los hombres de edad, los espíritus devotos o estrechos. No podrían aunque lo quisieran seguir el pelotón. Encontrarse entre ellos no es cosa de la cual pueda uno jactarse. Cualquiera que se pone al paso da pruebas del vigor y de la agilidad de su espíritu. Aquí se impone de nuevo la comparación con la fábrica: el sistema estajanovista explota la ambición de los obreros, y aquellos que están orgullosos de sus músculos, satisfechos de la coordinación de sus movimientos, deseosos de hacerse notar, ocupan los primeros puestos. La adaptación a la línea en el dominio de la ciencia y del arte pierde su sentido ideológico y se convierte en una habilidad profesional como las otras. El conformismo pasa a ser la virtud superior. Algunos se rebelan; la mayoría hace su trabajo con un cinismo absoluto. Pero casi todos los intelectuales no pueden soportar un desdoblamiento total y alcanzan la fe por la práctica.
De igual modo las asambleas en los clubs, los cursos políticos tienen una influencia considerable en la población. Es bien sabido que la Iglesia Católica pone más bien el acento en la práctica religiosa que en la fe teórica; la fe viene por añadidura cuando se frecuenta la iglesia, el confesonario, etc.... El intelectual que toma parte activa en la vida de su sindicato —de su unión de escritores o de artistas— queda como marcado convencionalmente por ello. Al cabo de algún tiempo, ya no puede hablar ni pensar de un modo distinto de quienes lo rodean. Ni siquiera puede escribir para guardar manuscritos en un cajón porque un acto de este género se le antoja desprovisto de sentido.
En suma, todos los argumentos que en un caso semejante el hombre emplea consigo mismo se reducen al sentimiento de que es imposible una sociedad distinta de aquélla creada por el stalinismo. La necesidad histórica pasa a ser algo mucho más profundo que la simple preponderancia para Rusia de las posibilidades de victoria. Todo es perfectamente lógico. Querer algo diferente sería querer que dos y dos no fueran cuatro sino cinco. El pensamiento de volver al estado de cosas de preguerra parece absurdo y no se ve otro camino que el stalinismo hacia la civilización basada en el primado de lo social.
El entusiasmo por el mundo nuevo coexiste con el odio. Conozco gentes cuya vida está, en cada momento, colmada por el odio a Stalin, y que sin embargo son comunistas fieles.
El ciudadano de las Democracias Populares debe consagrar mucho tiempo a lo que se llama el trabajo social y a la participación en las asambleas. Está siempre entre los hombres y no se le deja casi tiempo para la soledad. Como está siempre entre los hombres y siempre sometido a las exigencias del conformismo, procede como un actor. Una verdad existe para él en un circulito de amigos; otra se impone en un lugar público. De tal manera, una jerarquía de verdades aparece.
En los países del Islam, durante el período de florecimiento de las sectas, no había, parece, musulmanes absolutos. La unidad exterior ocultaba una diversidad infinita de creencias y aun de filosofías que rechazaban en secreto el Islam aunque guardando hacia él un respeto exterior. El método de comportamiento, que consistía en decir cosas completamente opuestas a las convicciones íntimas para protegerse contra las sospechas, en los países del Islam se llamaba "Ketman”. La práctica del Ketman era considerada como una actividad. Era prueba de habilidad. Por lo demás, muy a menudo el Ketman era cuestión de vida o muerte.
Observando la vida en las Democracias Populares, he podido comprobar que el Ketman se practica universalmente en ellas. Unos piensan que las teorías soviéticas del arte son absurdas; otros están contra la teoría de Lyssenko; otros clasifican entre las empresas criminales toda la política de las nacionalidades conducida por Moscú. No faltan personas que consideran escépticamente el Diamat, creyendo que es, a decir verdad, un método pragmático, producto de cierto período histórico, y que desaparecerá cuando el comunismo se realice. Muchos observan con temor el equilibrismo del Kremlin en el dominio de la política internacional, pensando que Moscú puede fácilmente ir demasiado lejos.
El Ketman, que tiene gran cantidad de variedades, no conduce a la verdadera resistencia contra el stalinismo. Por el contrario, un hombre ama su Ketman y gracias a él empieza a amar la Nueva Fe, porque sin ella su Ketman ya no sería posible. El Ketman tiene muchas ventajas.
Para apreciarlas, basta observar la vida de los países occidentales. Los intelectuales sufren en ellos de un género particular de "taedium vitae”; su vida emocional y espiritual está demasiado dispersa. Todo lo que piensan y sienten se volatiliza como vapores en el espacio infinito. La libertad es para ellos un fardo. Ninguna de las conclusiones a que llegan los comprometen; puede “ser así”, pero puede "ser de otra manera”. De ahí un malestar continuo. Mientras que el Ketman consiste en realizarse contra algo. Los vapores que se volatilizan quedan de esta manera comprimidos. Aquel que practica el Ketman sufre por el obstáculo que encuentra, pero si el obstáculo llega a desaparecer súbitamente, se encuentra frente al vacío, lo que es quizá mucho más desagradable. Creo que el hombre de nuestra época no tiene un centro interior y por eso la Nueva Fe seduce tanto a los intelectuales. Esa Nueva Fe, sometiendo al hombre a la presión de cuanto lo rodea, crea ese centro; en todo caso crea la impresión de que ese centro existe. Uno de mis amigos, dialéctico del Partido, me gritaba, hace algún tiempo, en Varsovia: “¡Pero tú no puedes escribir nada partiendo de ti mismo! ... En el hombre no hay nada, nada, nada”. Así, en el hombre no hay nada, todo es producto del determinismo social; de ahí su terror pánico de alejarse de lo colectivo en que vive. Irá, con lo colectivo, a todas partes, incluso al Infierno, para no estar solo.
EL OCCIDENTE
Los métodos empleados en el Este para envilecer al Occidente son demasiados conocidos para que debamos mencionarlos aquí. El ciudadano de las Democracias Populares escucha de la mañana a la noche la misma música: la marcha fúnebre del mundo capitalista que corre a su ruina. Se le dice que la muerte de Occidente está inscrita ya en los hechos. Lo que sucede ahora es la agonía, es decir, el fascismo. En la conciencia del ciudadano eso equivale a elegir entre el hitlerismo, que conoce por experiencia, y el stalinismo. Tal es el provecho evidente obtenido gracias al descubrimiento de las “leyes de la historia”, es decir gracias a la construcción de puentes tendidos sobre la realidad. El Juego de los intelectuales, gracias a la inmensa fuerza subjetiva de esta situación, es puramente interior: todo sucede como si la victoria del stalinismo estuviera decidida. La evolución que se cumple en las Democracias Populares es considerada como la prefiguración de un destino que llegará a ser común a los franceses, a los italianos, a los ingleses, a los americanos.
Los intelectuales del Este, que no creen en la fuerza espiritual del Occidente, se inclinan con todo a mirar hacia el Oeste con un resto de esperanza. Son bastantes inteligentes para comprender que el sistema staliniano, en el cual no es posible decir la verdad, no asegura un porvenir a la humanidad, y que el Estado universal, con Moscú por capital, sería más bien una pesadilla. Están, pues, particularmente ávidos de las noticias de Occidente, sobre todo de aquéllas susceptibles de probar que el fatalismo histórico puede romperse.
Sin embargo, las consignas de la libertad, empleadas por el Occidente, los dejan indiferentes. Admiten de buena gana que la libertad es algo valioso, pero ¿y después? ¿Cómo llegar a ella? Se irritan cuando oyen repetir, a mediados de este siglo XX, lugares comunes tomados de la Revolución Francesa o de la Guerra Americana de la Independencia. Las opiniones de muchos políticos emigrados los hacen sonreír, porque son opiniones basadas en la creencia de un posible retorno del statu quo. Ese retorno no es posible. Las transformaciones en curso penetran demasiado profundamente. De ellas resulta una sociedad muy distinta de la de preguerra: una sociedad en la que todos son empleados de Estado, salvo cierto número de campesinos no colectivizados aún. ¿Qué restauración puede imaginarse? ¿Irá a buscarse a los herederos de los propietarios de minas y fábricas? ¿Resucitarán la burguesía que ha sido destruida? ¿Habrá que recrear las luchas nacionales entre los Estados de la Europa Centro-oriental? ¡No! Todo esto no tendría ningún sentido.
Los intelectuales del Este son sin embargo muy vulnerables cuando se trata de las noticias del extranjero y esas noticias les aportan pruebas de que en Occidente existen personas que comprenden sus problemas y que buscan para ellos soluciones diferentes de las soluciones stalinianas. Si un artículo, un libro o una conferencia los conmueve, este acontecimiento es para ellos, durante meses, tema de discusión. Son, sin duda, un público severo y difícil de contentar. Tienen el adiestramiento de los acróbatas intelectuales porque la teología del Diamat es un ejercicio que da flexibilidad al espíritu.
El Occidente, visto desde el Este, da la impresión de un completo desierto intelectual. No es ése el caso; pero sucede un poco con la vida espiritual del Occidente como con la construcción de diques, rutas y alojamientos en los países occidentales. Hace algunos años, en Nueva York, el amigo en cuya casa me alojaba me preguntó si tenía conocimiento de las nuevas avenidas construidas sobre el East River, en Brooklyn, y de un nuevo túnel entre Brooklyn y Manhattan. Le contesté que nunca había oído hablar de ellos. Entonces me llevó a conocerlos. Si trabajos semejantes se hubieran emprendido en Moscú, la prensa del mundo entero estaría llena de las noticias de esta construcción socialista gigantesca. En Estados Unidos se los considera naturales y no se les presta atención. Lo mismo sucede, y en mayor grado, en el dominio de la ciencia y del arte que, en Occidente, son un tema que tan sólo interesa a los especialistas.
CONCLUSIÓN
La paradoja de la situación mundial consiste en que en las Democracias Populares y —en la medida en que podemos adivinarlo— también en la Unión Soviética, encontraríamos pocas personas que tengan una simpatía sincera por el sistema en que viven. Al mismo tiempo, esas masas están prontas a formar filas e imponer al mundo entero una Dictadura que para ellas, sus hijos y sus nietos no tiene salida, porque el totalitarismo moderno dispone de medios harto poderosos para hacer ilusoria toda revolución. Esas masas están prontas a marchar en, nombre del fatalismo histórico. El hombre nos asegura que ha abolido a Dios, pero en su lugar ha implantado al dios nuevo: la Historia. Es un dios cruel y sanguinario. Las órdenes que salen de su boca son la voz de sacerdotes astutos ocultos en su vientre vacío. Los ojos de ese dios están construidos de tal manera que tienen un poder magnético. La humanidad se divide hoy en dos géneros: aquellos que no han conocido nunca esa mirada magnética y nada saben del peligro intelectual, y aquellos que han caído en su poder, y saben que el dios que sirven es perverso.
En aquellos que han conocido el poder magnético de ese dios y no se han sometido a él —porque creen que el hombre mismo puede formar su historia— recae un especial deber.
(Traducción de Antonio Miranda)
CZESLAW MILOSZ
Sur, Numero 211–212, mayo-junio de 1952, pp. 1-24


[1] En esa alejada provincia de Europa que es Lituania, donde bosques sombríos encierran iglesias doradas y blancas construidas por arquitectos italianos, y una de las más antiguas universidades latinas, entre un pueblo que habla toda una Babel de lenguas diversas y que ha cambiado siete veces de señores antes de ser dispersado por los transportes y las deportaciones totalitarias, nació en 1911 Czeslaw Milosz, sobrino de Oscar V. Milosz.
Czeslaw Milosz hizo sus estudios en Polonia y en Francia; después publicó en polaco, su lengua materna, dos libros de versos que lo pusieron a la cabeza de los "poetas de la catástrofe , joven escuela marcada por el presentimiento del gran derrumbe que amenazaba a la civilización.
Bajo la ocupación nazi en Varsovia, Milosz participó en la resistencia del lado de los elementos socialistas e internacionalistas; publicó tres volúmenes clandestinos conteniendo su mensaje personal, una antología de poemas antinazis y una traducción del libro de Maritain A traves le désastre. Durante este período también tradujo obras clásicas de Burns, Wordsworth, Browning y líricos modernos angloamericanos y latinoamericanos, así como de poetas negros.
Sus trabajos de ensayista y de crítico, sus traducciones de Shakespeare llevadas con gran éxito a la escena, su actuación como representante oficial de la cultura polaca en Washington y en París, el papel que desempeñó en el movimiento literario que se produjo en Polonia en seguida de la liberación, lo convertían en, uno de los privilegiados del nuevo régimen. Pero este régimen exigía de uno de los poetas más notables de la nueva Polonia un acto que repugnaba a su naturaleza íntima: el homenaje obligatorio al ídolo Stalin y todo lo que de ello se desprende: la versión staliniana de la dialéctica y el "realismo socialista”.
A ese precio Milosz hubiera podido ser en Polonia el autor de una traducción monumental de las obras de Shakespeare, con la que soñaba desde hacía mucho tiempo. Pero se sintió incapaz de pagar ese precio. Renunció, pues, al contacto del único país en que su lengua natal es comprendida, y permaneció en, Francia, donde la revista Preuves”, que aparece bajo lea auspicios del Congreso por la Libertad de la Cultura, publicó en 1951 su declaración Un pagano ante la nueva fe. Desde entonces Czeslaw Milosz ha hecho conocer desde las páginas de "Preuves” una serie de artículos sobre los problemas que se le plantean al intelectual en los países totalitarios.
Agradecemos a "Preuves” que nos haya permitido transcribir el estudio que publicamos [La Grande tentation: le drame des intellectuels dans les démocraties populaires, Paris: Société des éditions des Amis de la liberté, 1951. 23 S. : Ill.. Collection de la revue "Preuves" / Essais et témoignages.], aparecido en la colección de folletos que edita, y presentado en septiembre de 1951 en las entrevistas de Andlau, que organiza el Congreso por la Libertad de la Cultura.
[2] Sigla del Materialismo Dialéctico

viernes, 21 de junio de 2019

Santiago Martínez entrevista a Enrique Badosa (La Vanguardia, 14 de marzo de 1998)


Entrevista a Enrique Badosa, poeta
Cuando critico a los demás, me incluyo en la diana a la que lanzo las flechas
Un viaje interior
Nacido en Barcelona en marzo de 1927, Enrique Badosa ha llevado a cabo una actividad amplia y diversificada, que incluye el ejercicio del periodismo (hace años, en el desaparecido “El Noticiero Universal” y ahora en “ABC”) y distintas tareas editoriales. En este terreno, dirigió las colecciones "Selecciones de Poesía Española” y “Selecciones de Poesía Universal”, de la editorial Plaza & Janés. Ha traducido a autores como Horacio, Foix o Espriu. En su poesía se ha interesado tanto por lo lírico -en obras como “Baladas para la paz” o “Historias en Venecia”- como por lo crítico y social -destacando especialmente “Epigramas confidenciales” (premio Ciudad de Barcelona)-. Es, en fin, uno de los poetas más destacados en el ámbito de la poesía de viajes, con obras como “Mapa de Grecia” o “Relación verdadera de un viaje americano”, en las que el viaje alcanza un claro carácter introspectivo. Un viaje que concluye ahora en “Marco Aurelio, 14”, su domicilio particular, metáfora de su vivencia interior.
Enrique Badosa pertenece a esa estirpe de poetas solitarios que se constituyen a lo largo de su obra en auténticos “corredores de fondo” de la poesía. Siempre celoso de su independencia, personal y poética, no suele figuraren nóminas generacionales -pertenecería, en todo caso, a la de los cincuenta- y aunque frecuentó la llamada Escuela de Barcelona, se alejó de ella por no compartir “los postulados estéticos de la poesía social ni sus postulados políticos”. Su obra, en todo caso, se ha ido acrecentando con profundidad y rigor. Una buena muestra es su nuevo libro, “Marco Aurelio, 14” (DVD Ediciones), que permite acercarse a la condición humana del poeta y su poesía.
-En 1958, usted publica el artículo “Primero hablemos de Júpiter”, donde interviene en una famosa polémica entre la poesía como comunicación y como conocimiento. ¿Sigue siendo válida esa división?
-Indudablemente. Para mí, como para muchos otros poetas, poesía es medio de conocimiento. Claro que es comunicación, pero ¿cómo puedes comunicar lo que no conoces? O sea, inicialmente poesía es medio de conocimiento que se plasma en el poema y una vez el poema conseguido, lo comunicas.
-Una parte fundamental de su producción está relacionada con la idea del viaje. ¿Es el viaje una forma de conocimiento?
-Todo viaje es iniciático por cuanto siempre te lleva no sólo a un lugar lejano, sino a un posible lugar lejano dentro de ti mismo. Por lo tanto, lodo viaje es también un medio o forma de conocimiento. En mi caso, ese autoconocimiento se ha producido siempre, aunque no siempre haya escrito sobre los lugares que he visitado.
-También ha cultivado con éxito el género epigramático. ¿Qué importancia tiene para usted?
-Siempre digo que el tema me da el artículo, pero no me da el poema, es el poema que, conforme lo vas escribiendo, se va revelando en su temática. Precisamente cuando había empezado un libro de mucho más aliento, “Historias en Venecia”, fueron apareciendo diversos poemas críticos, con un estilo muy directo, casi prosaico, que dieron lugar a “En román paladino”. Al cabo de unos años volvió a aparecer esa “musa pedestre”, que diría Horacio, y surgió “Epigramas confidenciales”. El objeto de estos epigramas no siempre es la sociedad o los otros, también soy yo mismo. Cuando critico a los demás, me incluyo en esa diana a la que lanzo las flechas.
-Con el último libro. “Marco Aurelio, 14”, da un giro más intimista a su poesía. ¿Por qué este cambio?
-Vas viviendo, vas acumulando experiencias que más o menos se organizan y un buen día te sorprendes componiendo, como en este caso, un libro que en cierto modo estaba latente. Por experiencias personales, se me impuso la necesidad de un poemario muy íntimo, elegiaco tanto por lo que atañe a lo más personal del yo, elegiaco-amoroso, como por lo que atañe a la vida en colectividad. El resultado ha sido un conjunto de 49 poemas que agrupo en cuatro secciones de 12 más un epifonema. Estos cuatro grupos alternan poemas que sitúan la angustia existencial en el espacio urbano con otros poemas amoroso-elegíacos, hasta llegar al poema número 12, que es religioso. El libro tiene una arquitectura sutil, interna. Rescaté el título de “Marco Aurelio, 14”, que yo tenía para otro libro, porque la metáfora de una casa en la ciudad se acomodaba a una imagen de vida interior, lírica.
-¿Es su libro más personal o autobiográfico?
-No, éste es el más declaradamente personal, pero en mi obra hay otros poemas de amor, otros poemas existenciales.
-Pero sí es quizás el más desesperanzado...
-No. En el libro me refiero a una esperanza humana paradójicamente propiciada por la ausencia, porque amar es siempre tener esperanza, tanto en lo que uno no puede tener como en el más allá.
Santiago Martínez, La Vanguardia, 14 MARZO 1998, p. 39