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miércoles, 30 de marzo de 2022

"Conversación con Joan Perucho. La imaginación bizantina y otras historias" (Mercedes Monmany, Pueblo (Sábado literario), 4 de abril de 1981).

 


Conversación con Joan Perucho

La imaginación bizantina y otras historias

 

Aunque la obra del escritor catalán Joan Perucho (1920) ha sido prácticamente traducida en su totalidad al castellano, sigue siendo, de forma incomprensible, un escritor divulgado escasamente entre minorías, más allá de las fronteras originarias. Perteneciente a una brillante generación de poetas como son Joan Brossa, Josep Plau i Fabra —con quienes, por otro lado, enlaza a través de la magia del primero, y con los «Poemes de l’alquimista» del segundo—, Gabriel Ferrater, Salvador Espriu o Joan Vinyoli, se retira muy pronto de este campo, tras publicar cuatro libros: «Sota la sang» (1947), «Aurora per vosaltres» (1951), «El médium» (1954) y «El país de les maravelles» (1956). En el campo de la narrativa catalana actual, muy pocos autores —en el caso español esto se reduciría a Cunqueiro— han tratado con su constancia y devoción esa tradición literaria normalmente calificada como «fantástica». Sólo casos aislados, contemporáneos suyos, como el excelente Jordi Sarsanedas y Pere Calders, ha frecuentado estos parajes.

LA obra en prosa de Joan Perucho, caracterizada por su afición a las «historias apócrifas», comienza en 1953, con la poética «Diana i la Mar Morta», a lo que seguirá «Amb la técnica de Lovecraft» (1956), ambos incluidos en el volumen «Roses, diables i somriures» (1965). Asimismo, tiene una trilogía, especie de «Historia Natural», formada por «Els balnearis» (traducida en 1963, como «Galería de espejos sin fondo»); «Botánica oculta» (1969), y por «Monstruari fantástic» (traducido como «Bestiario fantástico», en 1977). Hasta el momento, tiene en su haber dos novelas: «El llibre de cavalleries» (1957), traducido al castellano en 1968, y «Les histories naturals» (1960), también en versión castellana del 1978. Colaborador frecuente en la Prensa de Barcelona —«La Vanguardia», «El Periódico»— tiene también publicados diversos libros y ensayos sobre arte —de 1960 a 1969 llevó en la revista «Destino» una sección titulada «Invención y criterio de las artes»—, gastronomía, o erotismo («La sonrisa de Eros», 1968). Su última obra aparecida es «Museu d’ombres» (Edicions 62. Barcelona, 1981).

En esta entrevista también se habla, y puede muy bien servir cómo homenaje póstumo del también escritor, gastrónomo y erudito Álvaro Cunqueiro. Con él se ha ido una parte irrecuperable y espléndida de nuestra literatura, llena de poesía, ingenio y una ingente vastedad cultural, nunca reconocida con todo su merecimiento, Sus innumerables personajes y aventuras míticas fueron verdaderamente inverosímiles, por el contrario de Perucho, que como dijo en su día el historiador Antón Comas —igualmente desaparecido hace muy poco— introduce el dato apócrifo, subrepticia o descaradamente, con la condición tan sólo de que éste sea verosímil. No olvidemos que Perucho es un espíritu sabiamente iluminado por la Ilustración, pero reencarnado en las travesuras de un «gnomo» al que la nariz no le crece por decir mentiras.

—Usted y el recientemente desaparecido Álvaro Cunqueiro son autores de una rara y continuada coherencia, dentro de toda ao dispersión, en nuestra literatura. Aun condenados a un no buscado localismo, representan una vía muy concreta de lo imaginarlo y lo fantástico. La paradoja es que, probablemente, se conoce más en nuestro país autores «paralelos» como son Calvino y Borges...

—En este tema de la literatura que usted toca, ahora aparentemente, se dice que en la gente está de moda otra vez «la imaginación», pero yo no lo veo, porque me parece que es más una actitud. Por ejemplo, yo fui el primero que en España habló de Lovecraft en una «plaquette» publicada con el nombre de Amb la técnica de Lovecraft. Lo mismo puede suceder con Bataille, a quien yo leí hace muchísimo tiempo y le dediqué la imaginaria Noticia de madame Edwarda y de un joven escritor. Ahora estoy desconcertado porque ponen de moda a un Paul Valery, pongamos por caso. Respecto a la de coherencia en una obra, yo no me he traicionado nunca desde que empecé a escribir, al no perseguir, de una manera inmediata, el éxito, o lo que viene a llamarse «promoción de una obra». He escrito siempre porque me he encontrado a gusto en lo que hacía, y me gustaba. Ese ha sido todo mi objetivo y nada más. A la larga, me he encontrado con que, aparte del valor, muy relativo, de mi obra, creo que el mundo que he ido creando puede tener una cierta coherencia, Y creo que esto sería también aplicable a Cunqueiro. A mí, Borges me gusta, pero no es mi favorito. Es tan inteligente que lo encuentro helado. No me acompaña; admiro su inteligencia, esa presunción que tiene, pero no me es cómodo, no me resulta «cariñoso». Así como, por el contrario, Cunqueiro tiene una gran magia verbal. Su primer libro con una unidad y un mundo coherente fue Las crónicas del Sochantre, del 1957, fecha en la que salió también el primer libro mío, el Libro de Caballerías. Contactamos por carta y desde entonces nos hicimos grandes amigos, a pesar de que él fuera diez años mayor que yo. El poseía un barroquismo exaltado, cosa que no tengo yo, que soy más mediterráneo, más racionalista. A mí siempre me ha gustado jugar con el equívoco. Aunque la gran tragedia, tanto para Cunqueiro como pana mí, es que hemos sido unos espíritus universales. El localismo no me dice nada, de todas formas es evidente que uno siempre tiene unos padres, una ciudad natal. Pero entre los nacionalistas de los dos sitios siempre hemos estado mal vistos generalmente, por el hecho de escribir también en castellano y no dedicarnos exclusivamente a los temas de aquí. Aunque la vida de un artista normalmente tiene que ser «universal», el escritor que está en Barcelona, si no trata de temas muy locales y está infiltrado dentro del concepto, o lo que se entiende por concepto, de la literatura catalana, entonces para la gente de aquí no es un «puro». Pero también será desconocido para el resto del país: las cosas se siguen ignorando si no se está dentro de un movimiento de traducción o eres de un partido político determinado. El caso es distinto para los independientes. Por ejemplo, un poeta catalán en castellano que siempre fue muy conocido en España es Juan Eduardo Cirlot. Fue un hombre entre dos aguas, no era apreciado ni por los de aquí, ni por los de allá. En definitiva es lo que pasaba con Cunqueiro —con él menos, claro— y conmigo.

—Algunos sectores del público quizá mantuvieron algo relegado a Cunqueiro por cuestiones ideológicas...

—Esto es una tontería, porque dentro de cincuenta, sesenta o cien años quién se va a acordar de todo eso. Lo que importa as la obra que queda. Dante mismo, ¿quién sobrio contestar si era gibelino o güelfo? Cirlot también estuvo relegado porque no iba con el momento político de entonces. Yo he procurado prescindir siempre de todo eso Cuando uno es joven sí que hace ilusión que te dediquen artículos y demás, pero llega un momento que uno está más allá del bien y del mal. Dan igual todas las últimas satisfacciones.

—Hay una frase muy significativa de Patrice de la Tour du Pin que dice: «Los países privados de leyendas están condenados a morir de frio». Cunqueiro y usted, y vuelvo a los dos únicos casos de nuestra literatura actual a los que se les puede aplicar esto han sido los nuevos recreadores e inventores de mitos y leyendas. ¿Cuáles cree que serán las leyendas y los mitos que dejarán nuestro tiempo y nuestros pueblos?

—No va a quedar nada en absoluto. Tanto a Cunqueiro como a mí, no nos ha importado ni nos ha interesado el futuro. Porque si hemos de ver el futuro con los ojos de ahora, es horripilante. No me interesa si ha de ser como lo que vemos ahora y mis inclinaciones nunca han ido por ahí. Prefiero, igual que hacía Cunqueiro, el pasado, que en cierta manera nos explica un poco lo que somos lo que eran nuestros abuelos. Ese tipo de cosas que a mí me hacen vivir. Yo no sirvo para escribir sobre nuestro tiempo. No me interesa.

—Sus escritos, en la mayor parte, son un particular cruce de géneros, pero sus comienzos fueron en el campo de la poesía, que abandonó pronto, incluso el género novelístico, escuetamente, lo ha cultivado poco, cuál es la razón?

—Efectivamente, yo empecé con la poesía, pero se me fui transformando poco a poco. Empecé concretamente con lo que se llama «canto». Y veía quo cada vez se me iba poniendo más difícil, porque en los versos iba introduciendo formas coloquiales, frases hechas de la calle. Quizá también porque mis lecturas se iban haciendo más dilatadas, se iban extendiendo y quizá por el influjo de Eliot con The Waste Land. Entonces vi que el verso se me iba destruyendo, y pensé que lo que en realidad pasaba es que el poema se me rompía para dar paso a la narración. Fue cuando solté, por fin, el verso en la actitud de canto, en la actitud convencional del poema, que se me desataba en una prosa Mi primer paso fue una prosa todavía muy poética, que era Diana i la Mar Morta, que en castellano se llamó Notas para una memoria de la infancia. De todas formas, también el papel del poeta en nuestra sociedad ha cambiado. Antes, en tiempos de Maragall, por ejemplo, se mimaba a los poetas, se les oía con deferencia y con admiración» se les invitaba a las reuniones. Entonces la poesía cumplía una función, lo otro me parece una herejía. Los poetas, ahora, sólo se leen entre ellos. Aparte esto, la razón por la que no he escrito más novela es simple; y es que yo nunca me he considerado ni como novelista, ni como narrador, ni como poeta. Yo soy un «hombre de letras» más que nada. Mi literatura es como una acotación a mis lecturas. Me gusta mucho más leer que escribir. De todas formas, ahora mismo tengo una novela recién acabada. Las aventuras del caballero Kosmas. Tengo otras dos nóvalas y ésta cerrará el ciclo. En realidad, ésta sería la primera del ciclo: la Cataluña pre-románica; ocurre en Barcelona y Gerona, aunque empieza en Cartagena. Con El libro de caballerías represento la época medieval, y con Las historias naturales, el periodo de la Ilustración y el recobramiento cultural de Cataluña, la Renaixença.

—¿Cómo se entroncaría en el conjunto de su obra el tema de esta nueva novela?

Las aventuras del caballero Kosmas es una novela bizantina, hay una acumulación de aventuras. Con ésta serán tres mis novelas y no quiero hacer más. El protagonista es un recaudador de contribuciones bizantino que llega a España, concretamente a la capital del Bizancio hispánico, que es Cartagena. Este hombre tiene una cualidad: detecta, por una rara intuición, la herejía en cualquier escrito donde se halla oculta. Tiene ese entusiasmo de los neófitos. Es de Antioquía. es siriaco, un bizantino asiático, y su tío, un gran estratega del Imperio. Su afición preferida es hacer autómatas; entre ellos, su última creación es una cigüeña que recita el Evangelio en las cuatro lenguas del imperio: el latín, el griego, el copto y el siriaco. A su vez, junto a él, por poseer esa rara virtud, hay un demonio perfumista llamado Arnulfo, que tiene la misión de inquietarle: le pone notas en los libros, firmadas por Arnulfo, y se establece una cierta guerra dialéctica. Se hace muy amigo de San Isidoro de Sevilla, que hasta ser expulsado con su familia vivía en Cartagena. Un día parten en busca de una ciudad inexistente, que se les aparece cuando San Isidoro está transcribiendo el acta de un mártir. Surge de la tierra envuelta en piedras preciosas. Dentro de ella se encuentra la fuente de la juventud, y Kosmas, sin saberlo, queda inmunizado contra la vejez... En el III Concilio de Toledo, al que acude, causando gran admiración, precedido por su fanfarria de autómatas que tocan tubas, citaras y otros instrumentos, conoce a un monje godo, obispo de Gerona, llamado Miciaro y que hizo una crónica, La historia de los godos. Este le invita a Gerona y allí conoceré a una dama que perseguirá toda su vida, la dama Egeria, la cual escribió una larga narración. La peregrinatio ad Santa Loca, un relato apasionante. Cuando firman los esponsales, la dama Egeria, junto a la cigüeña que a él le habían regalado, desaparecen como por arte de encantamiento. A partir de ahí todo será la búsqueda de la dama, a través de las pistas que le va dejando el demonio Arnulfo. Es una novela llena de citas de los padres de la Iglesia, y ahora que estamos tan abocados a las procacidades, una novela muy blanca, muy «eclesiástica» ... También he procurado introducir, como otras veces, el humor y la poesía. Por ejemplo, una de las veces que el protagonista llega al desierto, a Tebas, donde vivían los telobitas y los eremitas, conoce a San Antonio, a San Macario y a San Pacomio. En la cuna de San Pacomio son tan espirituales que están todos hacinados en el techo de la Iglesia, porque han perdido peso. Llevan una cuerdecita colgando del tobillo, porque para hablar y mantener conversaciones filosóficas con uno de ellos, se le tiene que bajar.

—En el último libro publicado, Museo de sombras, comienza con varias citas sobre la verdad y la mentira, y, en concreto una, hace referencia a «los falsos cronicones». Usted, por el contrario de Cunqueiro, que se entregó mucho más a los «imposibles», siempre ha jugado con las dualidades dentro de la Historia introduciendo sus propias sombras y equívocos...

—Como ha dicho antes, a mí me gusta jugar con el equívoco, que el lector no sepa nunca dónde pisa, si es tierra firme o si emplaza a ser un poco pantanoso, y se va hundiendo en el «terrain vague». La ironía también podría ser un escape de la realidad, aunque la mía es una ironía francesa, un «pince-sans-rire», un poco «caché», muy púdica. Incluso mis demonios no son portadores del Mal, ni del terror entendido como ahora, simplemente hacen divertida la vida... En mi último libro me he visto obligado a poner esas citas pera que luego nadie lo llame «engaño». El lector avisado ya ve la ironía con que se trata, pero hay gente que se lo cree todo. En mi libro Botánica oculta había una historia en la que salía lord Stanhope que está en un jardín con una carnívora. Lleva su chistera y está fumándose un puro, y está esperando al premier británico con el servicio de té puesto, sin saber que la carnívora está detrás. Entonces, ésta se abate sobre él y lo devora. Cuando llega el premier se encuentra con un espectáculo espeluznante: ve al pobre lord Stanhope convertido en esqueleto, pero conservando el puro humeante y la chistera. Esto se ve en seguida que es una broma literaria, pero hay gente que me ha escrito, diciendo: «cómo ocurrió esto, porque hemos astado buscando en la Enciclopedia Británica y lord Stanhope no murió de esta forma...». Parece imposible pero me ha pasado muchas veces. Con San Simeón el Estilita también me escribieron unas cosas rarísimas, y también después, con un personaje que me inventé y que se llamaba Arístides Cardellach. Es lo mismo que el dietario que me invento en este último libro de Octavi de Romeu, que es Eugenio d’Ors. Cuando d'Ors se quería citar a al mismo —por una cosa de pudor, para no decir «como digo yo»— se inventó un personaje que se llamaba Octavi de Romeu, y entonces decía «como dice Octavi de Romeu».

—¿Cómo cree que ha tratado la crítica de este país a su obra?

—Bien, por lo menos en Barcelona no me puedo quejar; se me he tratado puntualmente. Suelo tener, sin embargo, una crítica distante, fría, pero buena. Lo que pasa es que yo no soy popular, ni puedo serlo.

 

Mercedes Monmany, Pueblo (Sábado literario), 4 de abril de 1981, pp-1-2.

domingo, 14 de octubre de 2018

"Triste, pero inapenable" por Juan Perucho (ABC Cultural, 5 de agosto de 1994)


TRISTE, PERO INAPELABLE 

Si existe una definición de lo que soy, de lo que he sido y de lo que debo ser, ésta viene determinada por una fotografía del año 1974, que me hizo Francisco Catalá-Roca y que aparece en la solapa de muchos de mis libros. Ella ha sacado de mí, como si se tratara de los grandes retratistas de antaño, una biografía triste, pero inapelable; y es, en cierta manera, orsiana, pues detrás se ve a mi Ángel de la Guarda que intenta dar fortaleza a la irresolución y a la inseguridad de mi mirada. Es algo misterioso. Por otro lado, habiendo estado pendiente siempre de aquello qué ha preocupado a mi tiempo (la estética y la moral de lo contemporáneo), me encuentro ahora siendo lector atento de Paladio y de Rufino, interesándome, por ejemplo, por la anticipación hecha por Pablo el Ermitaño, del monstruo qué sale, levitando en el aire, por las cámaras secretas de la película «Dune», o por el antecedente de la recitación del rosario, por San Pacomio, antes de ser inventado, o por la elaboración de los bizcochos de la pastelería moderna a través de los mendrugos remojados por Suidos: «Panes bis cocti».
A todo ello excede mi sorpresa cuando San Macario (no habiendo nacido todavía Freud) le dice el marido de la mujer, transformada en caballo que «ésta sólo es un caballo ante los ojos poseídos por la decepción». Es mucha profundidad la que se exhibe, al parecer ingenuamente, aquí. No sé, pero me parece un momento importante... 
Esto es, indudablemente, lo que me define hoy y me retrata. Esto, y el no fumar, comer y beber parcamente, y el preferir, a todo, la contemplación de los niños y los cachorros de los animales que se encuentran libres en la naturaleza. Esto es una cosa que me parece se encuentra en todas las personas de una cierta edad...
Juan PERUCHO, ABC Cultural, 05/08/1994, Página 12

viernes, 28 de septiembre de 2018

"La lluvia es un viejo palacio" de Juan Perucho (ABC, 22 de mayo de 1992)


LA LLUVIA ES UN VIEJO PALACIO
Sólo los videntes ven lo invisible que surge al dictado de su propia autoridad. Para los demás, lo invisible es lo inexistente. Por lo tanto, yo no me referiría, como lo hace Italo Calvino en «Seis propuestas para el próximo milenio», a lo imaginario de una época, sino a su realidad (a su verdad) esencial. Con ella, por ejemplo, Catalina Emmerich, asistida por Brentano, pudo reconstruir la vida oculta de Cristo, la maravilla de las maravillas. Cristóbal Serra, a partir de estas connotaciones (miradas con prevención y disgusto por los racionalistas) acaba de escribir por primera vez la vida de Jesús entera, complementando los Evangelios, apareciendo este hecho deseable por todos, aunque impublicable hasta ahora por rechazo de la verdad revelada. Otro ejemplo lo constituye el propio Calvino con su caballero inexistente, armadura -vacía- símbolo, que actuaba al ejemplo de «la voluntad y de la fe». Es un aire crispado. ¿Quién se lo va a creer? Nadie. A no ser los poetas, los niños y los puros de corazón.
Por lo demás, la lluvia es un viejo palacio. Aparece como una arquitectura de cristal con sus pasadizos, sus escaleras y subterráneos. Todo surge allí, sin comunicación con el mundo, con lo exterior; es como una segunda «matière de Bretagne», realizando sueños, ilusiones, esperanzas, voces diluyéndose en el ocaso. Dante hizo mal colocando la lluvia en el Purgatorio, hablando de ella allí. Naturalmente, origina el mundo vegetal, lleno de elfos, silfos y pequeños seres. Las plantas nos escuchan, cantan al anochecer, son lastimadas por los que viven en el mundo de (os coches, de las segundas residencias y las guarderías infantiles. ¿Quién cria hoy a un niño, el ser más parecido a los poetas? ¿Quiénes aman a estos pequeños seres? Yo elijo todo ello según el deseo de mi intuición (no mi razón), que es lo que recomienda el «Chan», escuela china de meditación de la que salió, más tarde, el «Zen» japonés. Según el «Chan», el verdadero conocimiento sólo lo proporciona la intuición en estado de gracia.
Según esto, la realidad es la realidad interior, la que nos aleja de los hechos materiales y groseros. La literatura, a mi entender, debe alejarnos de estos hechos demasiado corrientes con los que tropezamos todos los días. Calvino dice que en el universo infinito de la literatura se abren otras vías que explorar, novísimas o muy antiguas, estilos y formas que pueden cambiar nuestra imagen del mundo. «Pero si la literatura no basta para asegurarme que no hago sino perseguir sueños, busco en la ciencia alimento para mis visiones, en las que toda pesadez se disuelve.» Es posible, pero no seguro. Antonio Risco dice que «el primer problema que plantea la literatura fantástica reside en que toda la literatura, tal como la entendemos hoy, se afirma como ficción y, por consiguiente, como fantasía». Pero aun admitiéndolo, afirmaremos que la realidad es injusta y cruel, despreciable. Los poetas se sienten lesionados por ella, a veces se sienten heridos por el roce de una corriente de aire o por un ruido. La literatura, para ellos, no es fantástica, sino que les aparta simplemente de lo antifantástico.
Imagino el próximo milenio, y me horrorizo. En él impera la ciencia, si una hecatombe no lo impide (que es lo más probable). La ciencia -la razón- nos ha conducido a una época de falsas maravillas técnicas a costa de lo primigenio: el aire, el agua, los bosques, el mundo animal. Discuten los científicos sobre la naturaleza del átomo, pero olvidan que nos vamos a morir irremediablemente de sed, de hambre, de asfixia. Por otro lado, el mundo racional, entre otras cosas, ha alargado en efecto la vida, y ha creado unas siniestras instituciones, o falsas residencias de ancianos que, contra natura (inmutables e inexpresivos) parecen contemplar, sin verlos, los programas de televisión, o son disfrazados ignominiosamente con gorritos de papel para celebrar la Nochebuena. Cuando llegue su hora, les darán una azucarada tableta entre compases estremecedores de la «Quinta Sinfonía».
Cabe aquí decir que la mayor frustración de la ciencia y de la filosofía es su racionalidad, y ésta es también su miseria. La razón es humana y construye sus andamios lenta y trabajosamente, y se equivoca. Es mucho mejor la verdad revelada, o sea, la intuición. Conocemos la belleza intuitivamente no por la razón; nos enamoramos sin saber por qué; sabemos dónde se oculta el mal por una simple corazonada. Todo ello con suma certeza. La intuición, como fuente de conocimiento, es divina, deslumbrante (San Pablo, cayendo del caballo ante Damasco) y segura.
De lo que antecede se colige mi criterio de que el creador es un «médium». Yo escribí, hace muchos años, un libro con este título. Todo es muy misterioso. Sin misterio no hay gran literatura, porque las cosas nunca son claras. Si lo fueran, se detendría el mundo, sería el fin de todo, ya que entonces empezaríamos a ser dioses. Hay versos míos que todavía no me han revelado su secreto. Algún día lo harán.
Esta manera de ser y de estar en el mundo puede ayudar a ver a los fantasmas. Los fantasmas existen, pero el común de la gente no los ve. Están agazapados, esperando. La literatura da conciencia de ellos, pues se manifiestan a través de nosotros. No todos ven a los fantasmas. Los racionalistas no los ven nunca.
Finalmente, recomiendo ejercer la «alta fantasía», aludida por Calvino en sus «Seis propuestas...». Ejercerla sistemáticamente, contra viento y marea, abriendo puertas secretas a la poesía. Sólo la poesía es válida. Sólo ella puede salvar al mundo de su destrucción.
Juan PERUCHO, ABC, 22 de mayo de 1992, p. 3.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

"Los vampiros. Relación de un estirpe legendaria y maldita" de Juan Perucho (Destino, 8 de diciembre de 1962)



LOS VAMPIROS
Relación de una estirpe legendaria y maldita
SUELE acontecer apenas ha caído la noche. En la cripta de alguna vieja capilla abandonada, un extraño silencio se concentra entonces en un punto, se crispa con dureza bajo los arcos de las bóvedas. Hay en el centro, asegurado con tres candados, un gran sarcófago de cobre cubierto de finos dibujos ornamentales. Primero, cede sin peso y sin ruido el candado de la cabecera, luego caen los dos restantes. La cripta está llena de telarañas y de polvo, de tablas podridas, y en los rincones hay lamparillas de aceite abandonadas, restos de un mortuorio y acartonado terciopelo negro, algún quebrado jarrón de vidrio. Se oyen chirriar ligeramente los quicios del sarcófago y. en seguida, con suavidad y muy lentamente, comienza a levantarse la pesada tapa. 
Más tarde, las historias aseguran con precisión el lugar donde comenzaron los hechos abominables. Puede ser en una choza humilde o en un palacio. En los pasillos se produce la silenciosa crispación del aire, y dos o tres flecos de los cortinajes se mueven impulsados por un aliento invisible. Desde la oscuridad, avanza rígidamente casi sin tocar el suelo una oscura y extraña figura A su paso se abren muy despacio las puertas, pero jamás se refleja imagen alguna en los espejos ni en la tersa superficie de los metales bruñidos La figura se detiene ante una alcoba. Entonces, desde lo hondo del terror y de la noche, los perros aúllan a la muerte, los reptiles escupen su veneno y un viento helado barre las hojas de los árboles. 
A la mañana siguiente, alguien ha muerto desangrado, blanco y translúcido como la nieve. La gente habla con misterio, purifica el aire con el humo de ardientes ramas de laurel, se repiten los rezos en los hogares. Grupos de hombres escudriñan y escarban en los cementerios. Es el momento en que una negra rosa de sangre se cuaja en la boca entreabierta de ciertos difuntos.
¿Qué es un vampiro?
Collin de Plancy, en su «Dictionnaire Infernal», publicado en París, el año 1803, escribe que «se da el nombre de upiers, upires, o vampiros, en Occidente, de brucolacos (vrucolacas) en el Medio Oriente, y de Katakhanés, en Ceilán, a los hombres muertos y sepultados desde hace muchos días, que regresan (en cuerpo y alma), hablando, caminando, infestando los pueblos, maltratando a los hombres y a los animales, y. sobre todo, sorbiendo la sangre de los mismos, debilitándoles y causándoles la muerte. Nadie puede librarse de su peligrosa visita si no es exhumándolos, cortándoles la cabeza y arrancándoles y quemándoles el corazón. Aquellos que mueren por causa de un vampiro se convierten a su vez en vampiros».   
El vampiro, pues, a diferencia de los fantasmas y espectros, posee un cuerpo Este cuerpo está muerto y sepultado. Sin embargo, sale de su sepultura, recobra sus propiedades vitales, ataca a los vivos y se nutre de su sangre. Una nota esencial que no dice Collin de Plancy, pero que confirma unánimemente el legendario popular, es que sólo actúan de noche. El sol los destruye. Cuando un rayo de luz solar hiere a un vampiro, éste sufre una horrible convulsión, su cuerpo se contrae como un sarmiento y adquiere rápidamente el estado de descomposición que les correspondería a partir de la fecha de su fallecimiento. Un repulsivo hedor surge de sus restos. A veces queda reducido a un montón de polvo. 
En cuanto a su etimología. Corominas dice que «vampiro» procede del húngaro «vampir», palabra común a este idioma con el serbio-croata, del cual pudo mismo venir asimismo a las lenguas de Occidente. 
Localización geográfica
El legendario vampírico aparece fundamentalmente en la Europa oriental. Rusia, Polonia, Silesia, Lituania. Eslovaquia, Serbia, Hungría, Grecia, etcétera, poseen un vasto repertorio de historias de vampiros, los cuales, según la región, adoptan diversos nombres: «Klodlak». «Brucóiachi», «Vourdalak». «Wempti», «Upires», «Ghoules» etcétera. Todos surgen en la noche y atacan a los vivos en busca de su sangre. 
En la Europa occidental no hay vampiros, o si los hay es por sugestión contemporánea de las leyendas orientales ¿Por qué esta localización geográfica? Según la opinión más difundida entre los autores, ello obedece a la distinta concepción que sobre la supervivencia de los cuerpos tienen, respectivamente, la Iglesia católica y la ortodoxa. Mientras la primera considera el cuerpo incorrupto como una posible consecuencia de la santidad, es decir, como un premio, la segunda entiende la conservación del cuerpo sin vida como una expiación. De ahí todo el horror que provoca la presencia de un cadáver no descompuesto y con apariencia de vida El profesor Evel Gasparipi afirma que en ciertos países eslavos existe el rito de la «segunda sepultura» Este consiste en la exhumación de los restos y su inhumación tras haberlos lavado Si el cuerpo no aparece descompuesto, se hacen plegarias al efecto de combatir a los espíritus maléficos que han retardado el proceso natural de la descomposición. 
Los orígenes
Emilio de Kossignoli, en su libro «Io credo nei Vampiri» (Milán. 1961) estudia la leyenda según la cual el primer vampiro surgió de Adán. Este, antes de la creación de Eva, vivía naturalmente solitario, pero con el deseo subconsciente de una compañía femenina. Durante el sueño y sin existencia de pecado, este deseo provocó en Adán el orgasmo. El Principio de vida que ello suponía quedó estéril aunque con una fuerza desesperada de supervivencia. En realidad, era una media alma que anhelaba encontrar la otra mitad que le faltaba. Rosignoli dice «E da questo desiderio disperato di esistere nasceva la prima forma vampírica e la sua legge: sopravivere a ogni costo». Después, la tradición popular atribuye a las poluciones frustradas en su fin natural, el germen del vampirismo. Entonces, cuando el germen encuentra un cadáver nace el vampiro. 
Otra clase de vampiros la constituyen los que lo son por contagio. O sea los que fallecen a consecuencia de haber sido atacados por un vampiro. La creencia general es que éstos se convierten en vampiros Hay diversas variantes a este respectó, y en algunos lugares de la Transilvania basta dos o tres extracciones de sangre para ser contaminado. El nuevo vampiro formará otro eslabón en la cadena e ingresará en la llamada «estirpe de los no muertos», repitiendo el ciclo acostumbrado. Sin embargo, la creencia popular más extendida exige, como hemos dicho, la muerte de la víctima.  
El miedo en Europa
Desde el comienzo hasta la mitad del siglo XVIII Europa estuvo atenazada por la idea de los vampiros. El miedo anidaba en el corazón de los hombres. Voltaire dijo «que no se sentía hablar más que de vampiros entre 1730 y 1735; se les descubría por todas partes, se les tendía emboscadas, se les arrancaba el corazón, se los quemaba. Algo semejante a cuanto les había sucedido a los antiguos mártires cristianos. Más se los quemaba y más se los encontraba» Jean-Jacques Rousseau, por su parte, corrobora las anteriores noticias diciendo «que si había habido en el mundo una historia garantizada es la de los vampiros. No falta nada, informes oficiales, testimonios de personas atendibles, cirujanos ,sacerdotes, jueces ahí están todas las pruebas». Existe un texto de Prospero Lambertini, el futuro Papa Benedicto IV, comentando las noticias que sobre vampirismo daba una gaceta hebdomadaria que se publicaba en Núremberg para el proceso del arte médico y de las ciencias naturales. Siendo ya Papa Lambertini escribió una carta arzobispo de Leópolis, en Polonia, en la que le amonesta irónicamente; «Es asunto vuestro, arzobispo —dice— el desarraigar estas supersticiones. Descubriréis, si vais a la fuente de tales patrañas que los acreditan también sacerdotes que quieren ganar con ello, incitando al vulgo, crédulo por naturaleza, a pagar sus exorcismos y misas. Os recomiendo expresamente intercedir, sin pérdida de tiempo, a aquellos que resultaren culpable de una tal prevaricación. Convenceos, os lo ruego, de que en todo este negocio son los vivos los culpables». Durante el pontificado de Benedicto XIV se planteó la cuestión de la actitud de la Iglesia ante los fenómenos de vampirismo, rechazándose desdeñosamente cualquier concesión sobre este asunto, aún cuando una parte de la jerarquía eclesiástica alimentara grandes dudas.  
Mientras tanto, se buscaba febrilmente en los cementerios, se abrían las tumbas; si se encontraba en ellas algún cadáver incorrupto se le atravesaba el corazón y se le cortaba la cabeza. El día 23 de abril de 1723 el Consistorio de Olmütz hizo quemar nueve cadáveres en un solo acto; en días sucesivos se quemaron más. Durante esos años se organizaron incluso tribunales para decidir los casos de vampirismo. El día 30 de enero de 1755 hubo en una aldea de Moravia un juicio contra unos muertos, y este hecho llegó a oídos de la emperatriz María Teresa de Austria. Ante este estado de histeria colectiva, la emperatriz ordenó un informe de los hechos, lo cual realizó Gerard von Swieten, protomédico de Su Majestad, en términos que no daban lugar a dudas: no existían los vampiros. La ciencia desmentía la creencia popular. Entonces María Teresa ordenó que «se enviaran rescripto rigurosísimos por todas las provincias, a los magistrados, superintendentes de la policía y del gobierno del público, en virtud de los cuales no sólo resultasen impedidas, punidas, más también expulsadas en absoluto semejantes supersticiones; pero sucediendo algún caso, cuya razón natural no se conozca bien, nadie se atreva y en lo venidero a entremeterse en eso sin antes haber sido avisada Su Majestad, la cual, ordenando, bajo muy graves penas se le informe de inmediato, podrá finalmente en tal caso ordenar aquello que por ella sea estimado más oportuno y expeditivo.» 
En Polonia hubo casos parecidos. Luis-Antoine de Caraccioli se refiere a ellos en sus «Lettres á une Illustre morte décédée en Pologne depuis peu de temps» (1771). Caraccioli, hombre espiritual y despreocupado, había desempeñado cargos importantes en Polonia. Publicó en tres volúmenes las cartas del Papa Canganelli (Clemente XIV) y la «Vie du Pape Bénoit XIV», Prosper Lambertini (1783) que provocaron un gran revuelo en los ambientes intelectuales del siglo.  
Los libros más importantes que durante este período se publicaron sobre vampirismo fueron. «De terríficationibus nocturnis», de P. Thyracus de Neuss (1700); «Magia posthuma», de Carlos Fernando von Schertz (1700); «Mutmassliche Gedanken von den Vampyren oder blutsangenden Toten», de Johann Fritsche (1732); «Tractat von dem Kauen und Schanatzen der Toten in der Grabern», de Michel M. Ranfft (1734), existiendo una versión latina con el título de «De masticatione mortuorum in tumulis»; «Philosophie et Christianae Cogitationes de Vampiriis», de Juan Cristóbal Haremberg (1773), y, el más célebre de ellos, «Dissertation sur las apparitions des anges, des démons et des esprits et sur les revenants et vampires», del monje Agustín Calmet (1759). 

Los sucesos
Agustín Calmet fue un monje erudito autor de un monumental comentario a la Biblia. Atraído por el mundo misterioso de las sombras, escribió su «Dissertation», que pronto se convirtió en una obra clásica del género. Voltaire, que había sido amigo de Calmet y de quien había aprovechado su vasta y rica biblioteca se mofó más tarde de él reputándole como el más firme bastión de la superstición en el «Dictionnaire philosophique».  
Calmet, aparte de estudiar las propiedades de los vampiros con una cierta prudencia y tratar de darles una explicación racional y científica, inventarió los casos más interesantes acaecidos en aquel tiempo. He aquí algunos de ellos. 
Cuenta Calmet que el señor de Vassimont, consejero de cámara de los condes de Bar, enviado a Moravia por Su Alteza Real Leopoldo I, duque de Lorena, por asuntos del príncipe Carlos, su hermano, sintió decir a la gente a su alrededor que en aquel País era cosa ordinaria y común ver hombres muertos desde hacía algún tiempo aparecer en sociedad y sentarse a la mesa con las personas que conocían en vida; pero si luego hacían a alguno de los asistentes sólo una señal con la cabeza, éste, infaliblemente, moría pocos días después. Perplejo, quiso asegurarse y recogió informaciones exactas de muchas personas, entre otras un viejo párroco, el cual aseguraba haber visto más de un ejemplo.  
Los obispos y sacerdotes del país pidieron a Roma opinión sobre un hecho tan extraordinario, pero ni siquiera tuvieron respuesta: todo eso fue probablemente creído allá mera visión o imaginación del pueblo. Pensaron luego desenterrar los cuerpos de aquellos que de tan abominable modo se presentaban quemarlos o destruirlos de algún modo. De tal forma se liberaron de la imputación de esos espectros. 
También refiere Calmet que un soldado de guarnición alojado en casa de un campesino de guarnición alojado en casa de un campesino haidamak, en las fronteras de Hungría, vio entrar, mientras estaba a la mesa con su hospitalario dueño de casa, un desconocido, el cual sentóse con ellos en la mesa. El amo y todos los demás acompañantes sintieron grandísimo espanto. El soldado estaba tranquilo ignorando que era aquello; pero habiendo muerto al día siguiente el dueño de la casa, al informarse, el soldado supo que se trataba del padre de su huésped, muerto y sepultado diez años atrás, quien había venido de aquel modo a sentarse cerca de él y a anunciarle la muerte. 
El soldado informó en seguida al regimiento, y el regimiento dio aviso a los superiores, que comisionaron al conde de Cabreras, capitán del regimiento, para recoger informaciones exactas del hecho. Fue al lugar, junto con otros oficiales, un cirujano y un auditor; escucharon las deposiciones de todas las personas de la casa, que unánimemente atestiguaron que el aparecido era el padre del dueño de la casa, y enteramente verdadero cuanto había referido el soldado; y todos los habitantes de la aldea aseguraron lo mismo. 
Luego se hizo desenterrar el cuerpo del fantasma y fue encontrado algo como un hombre muerto en situación de tal; y su sangre como la de un hombre vivo. El conde Cabreras lo hizo decapitar y volverlo a meter así en su sepulcro. Se realizó también el proceso de otros resucitados, y, entre éstos, de uno muerto treinta años antes, el cual había aparecido tres veces en su casa a la hora del almuerzo y chupado la sangre del cuello de su hermano la primera vez, la siguiente a un hijo suyo, la tercera a un criado y los tres murieron tras el hecho. En seguida de esta declaración el comisionado hizo desenterrar a ese hombre y al encontrarlo como el anterior, con la sangre fluida, como la tendría un hombre vivo, ordenó que la traspasaran las sienes con un clavo, y lo metían de nuevo en la sepultura. 
Hizo quemar a un tercero, el cual estaba sepultado desde hacía más de dieciséis años, y había chupado la sangre y dado muerte a dos hijos suyos. El comisionado hizo todo este relato a los oficiales superiores y enviaron representantes a la Corte del emperador para que ordenase mandar a los oficiales de guerra y de justicia, médicos, cirujanos y alguna persona docta e ilustrada para examinar las causas de estos acontecimientos tan extraordinarios.  
A principios de septiembre, en la aldea de Kisilova, a tres leguas de distancia de Gradúen, murió un viejo de setenta y dos años. Sepultado que fue, tres días después se apareció de noche a un hijo suyo, pidiéndole de comer; él se lo hizo traer: comió y desapareció. Al día siguiente contó el hijo el suceso a los vecinos. Aquella noche no aparcó su padre pero la posterior se hizo ver y pidió de comer. No se sabe si el hijo se lo dio o no, pero al día siguiente fue encontrado muerto en su lecho y el mismo día se enfermaron de improviso cinco o seis personas de la aldea. Y en pocos días murieron una después de otra.
El oficial o gobernador del lugar, informado de ello, envió un relato al tribunal de Belgrado, y fueron mandados dos de aquellos oficiales con un verdugo para observar la tarea. El oficial imperial, de quien proviene este relato, partió para Gradisch, a fin de ser testigo de una cosa de la cual tantas veces había oído hablar.
Se abrieron las sepulturas de quienes habían muerto, hacía seis semanas y cuando descubrieron la del viejo, lo encontraron con los ojos abiertos la tez ronza, la respiración natural, pero inmóvil como un muerto, de donde dedujeron que era un vampiro. El verdugo le introdujo un palo en el corazón y quemó el cadáver. en los cuerpos del hijo y de los otros no encontró signo alguno de vampirismo.  
Armas contra los vampiros
Los vampiros, según la opinión general, pueden transformarse en murciélago, en lobo, en niebla. Su cuerpo atraviesa los muros como lo prueba el hecho de que muchas veces, salen y entran de su tumba sin abrirla. Durante el día deben reposar aletargados en su ataúd y es entonces cuando son vulnerables. Poseen, además, una gran fuerza hipnótica. Durante la noche, no hay arma alguna que los destruya. 
Sin embargo, existen vanos procedimientos para luchar, contra los vampiros, y la leyenda los enumera. El primero de ellos es la cruz. Símbolo del poder divino la cruz ahuyenta a los vampiros, estos no pueden resistir su visión. El segundo procedimiento es el ajo. El ajo mantiene alejados a los vampiros. En muchas casas de los Balcanes cuelgan a ajos encima de las puertas para evitar que aquellos entren. El agua elemento le purificación, también tiene un poder antivampírico. Por ejemplo los vampiros no pueden atravesar un rio o arroyo, o cualquier corriente de agua. Los espejos no tienen poder contra los vampiros, pero sirven para identificarlos, y así si alguien no refleja su imagen en un espejo es, con toda seguridad, un vampiro.  
La única arma verdadera que existe contra los no muertos es una afilada estaca de madera. Debe ser clavada en el corazón de los mismos durante el día, mientras permanecen inmóviles en su ataúd. La leyenda le hace dar un gran grito en este momento, y su mirada es terrible y fija.  
Sabemos también que la luz solar destruye a los vampiros, los aniquila, los reduce a polvo.
Casos recientes
Emilio de Rossignoli, en el capítulo «Testimonianze vive» de su libro ya citado «Io credo nei vampiri» recoge una serie de casos contemporáneos, que demuestran el actual vigor de la leyenda sin duda avivada por el cine. 
El marinero Gildo Matelic de treinta y dos años de edad declaró en Arbe que en julio de 1946 fue atacado por un vampiro. Eran las doce de la noche y sintió un ruido a su espada cuando iba andando por una carretera. Volvióse y junto a él vio el cadáver de Nicolás Broda, muerto en el naufragio del barco en que ambos navegaban. Broda le dijo «Dejaste que me muriera desangrado y mi cuerpo arrojado por la corriente está en la playa. Yace sin sepultura, oculto por unos acantilados, cerca de Lopar. Hasta en tanto no esté enterrado vagaré en busca de sangre. Esta noche beberé la tuya». 
Matelic permaneció aterrorizado. Broda le ataco y le mordió en el cuello. A la mañana siguiente, Matelic con unos compañeros valerosos, buscó el cuerpo en Broda y lo halló en un sitio indicado. Uno de los presentes- llamado Milán Vilnje, lo traspasó con una estaca. Después enterraron al vampiro.  
En mayo de 1948, en Dravita, Yugoslavia, vivían dos hermanas, Vanja y Sylva Gica. Vanja confiesa a su hermana que «un señor de la ciudad» le hace la corte Un día tiene una cita con él en una pista de baile, en las afueras Se la encuentra desangrada, en medio del bosque sin vida. No se localiza al culpable.  
La noche siguiente Vanja «regresa» y llama a la ventana de Sylvia que está durmiendo. Le dice que abra que no está muerta. Cuando Sylvia abre la puerta aparece su hermana con el vestido que le pusieron cuando el entierro. La besa y la muerde en la boca pero la presencia de un pequeño crucifijo  en el pecho de Sylvia la ahuyenta.
Sylvia cuenta a su novio lo sucedido. Este determina esconderse en un armario de la habitación a medianoche Se repite la escena de la noche anterior. Vanja pide a Sylvia que se quite el crucifijo, pero en este momento sale el novio y el vampiro cae en letargo. Es destruido por el procedimiento usual: la pica.  
Fatma Yenicasu se fue a bañar un día de agosto de 1957 en el rio que pasa por Selendi (Turquía). Se demoró mucho tiempo y cuando regresó era casi de noche. Al pasar junto a un cementerio fue atacada brutalmente por un hombre que le mordió el cuello. Durante la lucha pudo arrancarle un pedazo de chaqueta que era de color marrón. La muchacha quedó desvanecida.  
A la mañana siguiente, Fatma presentó una denuncia. Se procedió a una investigación y rápidamente se encontró el traje de donde Fatma había arrancado un trozo. Lo vestía el cadáver de un desconocido que había sido encontrado ahogado en el rio tres días antes y que permanecía en el depósito del cementerio encima de una mesa de mármol. No se le había dado sepultura de ser identificado. Se cerró la investigación y «con la debida cautela» se le enterró. 
El doctor Stephen Gabor, de Budapest, fallecido en la revolución húngara de 1956, cuenta como lucho con un vampiro en el cementerio de Recks. Vio como surgía a través de un sepulcro y como andaba casi sin tocar el suelo. Fue descubierto y atacado, Gabor dice, que su rostro coincidía con el de la fotografía en el sepulcro. 
El vampirismo en la literatura
Con excepción de un cuento de «Las mil y una noches», titulado «Honor de vampiro o historia contada la nonocuadragesimoquinta noche al sultán Balbats por el sexto capitán de policía», la literatura inspirada en temas de vampirismo surge realmente en el siglo XIX. Lord Byron empezó una historia de vampiros que no terminó. La idea fue aprovechada por su amigo, el médico John William Polidori, que escribió y publicó en 1819, «The Vampire», bajo el nombre de Lord Byron. Más tarde se supo la verdad. El asunto era tenebroso y alucinante y se impuso con fuerza.  
Han tratado el tema de los vampiros E.T.A. Hoffmann: «Vampirismo»; Charles Nodiér: «El vampiro bondadoso»; Theophile Gautier: «La macabra amante»; Alexandre Dumas: «La hermosa vampirizada»; Prosper Mérimée, «Lokis»: Isidore Duncasse (Conde de Lautreamont): «Tu amigo vampiro»; Paul Feval: «La ciudad vampira o la desdicha de escribir historias de terror»; Fritz James O´Brien: «¿Qué era»; Sherida Le Fanu «Carmilla»; Bram Stoker: «Drácula».  
Las dos obras maestras del género son, sin duda, «Carmilla» de Sheridan Le Fanu (1810-1873) y «Drácula» de Bram Stoker (1857-1912), de las que se dan numerosas ediciones. Este último libro ha inspirado casi todos los films del vampirismo.  
Contemporáneamente han escrito sobre vampiros Montagne Rhodes James: «El Conde Magnus»; F. Marion Crawford «Porque la sangre es vida»; Edward Frederick Benson «La señora Amworth»; Ghérazim Lúca: «El vampiro pasivo» y Luigi Capuana: «Un vampiro». Hay que destacar la novela de Richard Matheson «I am a Legend», de la que existe una versión francesa («Je suis une légende») y una versión italiana («I vampiri»). Recientemente la literatura catalana ha dado una muestra de este género tratado desde un ángulo irónico y poético con «Les Histories Naturals» de quien esto escribe. 

Juan Perucho, Destino, Año XXVI, Núm. 1322 (8 dic. 1962) pp. 36-37, 39 y 41

lunes, 10 de septiembre de 2018

Carta de Juan Eduardo Cirlot a Juan Perucho (ABC Literario, 6 de junio de 1997)


«HALLÉ QUE EL ESPÍRITU DE LA ABSTRACCIÓN HA EXISTIDO SIEMPRE»
«Siempre he creído mucho en mí, menos por confiar en mi talento que por pagarlo con sangre»
A raíz de la gran exposición sobre Juan Eduardo Cirlot celebrada en el IVAM valenciano en septiembre de 1996 y muy especialmente de la reciente (y esperadísima) reedición de su «Diccionario de símbolos» (Siruela), menudean los libros sobre el gran poeta y crítico de arte. Juan Perucho, que lo conoció en los años sesenta, conservó algunos poemas en catalán y varias cartas referentes a sus puntos de vista estéticos que no han sido incluidas en el epistolario publicado por Quadems Crema. ABC Cultural publica una de estas cartas inéditas, que iluminan tanto la posición del crítico hacia la abstracción como su independencia y su radical soledad

Sr. D. Juan Perucho
Av. República Argentina, 248
Ciudad
Mi querido amigo:
HOY viernes, a la una y media estaba en Destino, con Luján (que me ha dado la alegría de decirme que cuenta conmigo para colaborar en una próxima etapa de la revista: haría algo de simbología) y naturalmente he visto tu artículo.
¿Qué decirte? ¿Qué es excesivo?¿Que me valoras demasiado? ¿Para qué mentir? Siempre he creído mucho en mí mismo, menos por confiar en mi talento, que por pagarlo a precio de sangre (pues mis grandes torturas han sido han sido las que me han abierto nuevas puertas de comprensión). Por ello no dejo de agradecerte, al revés, te agradezco más aún -y quiero que tengas este testimonio escrito- tu amistad, tu admiración y tu solidaridad, que no serían cosas posibles si no fueras un hermano mío en el reino de lo espiritual, en que cada vez creo más firme y extrañamente.
En especial te agradezco una frase, por rebasar lo intelectual (entrega total y responsable). Es decir, no sé si responsable, pero sí consciente y apasionada.
Recibe un fuerte abrazo de tu amigo,
Eduardo
Barcelona, 29. 7.1966.
P.D. Escribí a Luis Marsans (Av. VaIvidriera, 14) que le mandara el Gaudí. Sólo Dios sabe si hará. En ese libro he buscado «nuevo» por la ideología de la de formación de Gaudí (sus maestros ¿qué opinaban? y por el espíritu dominante: Haeckel, el fundador de la morfología, o al menos un investigador preclaro de ella. Gaudí rebosa Haeckel).
EL ESPÍRITU ABSTRACTO DESDE LA PRE-HISTORIA AL MEDIEVO es un obra pensada por mí desde hacía años, y posiblemente la primera idea me fue sugerida por una obra de Herbert Kühn sobre arte europeo del mismo período (incluyendo figuración y abstracción), pero en el que se trataba ya con cierta valoración muy afirmativa lo no figurativo o las figuraciones muy «primitivas». Otro origen del libro fue mi amistad con el Dr. Marius Schneider, simbólogo, quien negaba licitud al término «ornamental» para referirse al arte abstracto (o decorativo) de los tiempos pasados, hallando que siempre se trataba de «ritmos simbólicos». De otro lado, cabía invertir la actitud de los que llaman decorativa a la pintura abstracta y considerar lo decorativo como abstracción. Máxime cuando el término «decorativo» no expresa nunca ni tema, ni sentido, ni calidad, sino sólo situación de una obra pictórica o escultórica en relación con un objeto o con una arquitectura. Tan decorativo es un capitel abstracto (lacerías, encestados) como un capitel figurativo, con la Epifanía, por ejemplo. Esto me parece evidente.
Luego hallé que el espíritu de la abstracción ha existido siempre, si bien ha tenido periodos y lugares de predilección (ciertas pinturas prehistóricas, los grabados del neolítico -como el de la cubierta del libro-, el ornamentalismo céltico-germano. Más tarde el trío del arte irlandés de los siglo VII-IX (monástico), viquingo de igual época (señorial y guerrero) e islámico (impuesto por un concepto del mundo como «espejismo» y por la prohibición de representar seres reales). Hallé que la abstracción, en las otras culturas (Egipto, Grecia, Roma) se refugiaba en la arquitectura, en la composición (alineamientos de relieves egipcios, cánones, etc.) y que también pasaba a ocupar un vigor secundario (aquí sí cabría aplicar lo decorativo peyorativamente cuando servía de simple marco -como en los vasos griegos- a las figuras). Culturas estáticas, las clásicas, valoraron el humanismo, la figura, la acción y su imagen. Culturas nómadas las otras (prehistóricas, escitas, germánicas, viquingos, arábigas) valoraron el ritmo lineal, la estela de la nave en el mar. Durante la Edad Media (ésta es su grandeza) se creó un arte de síntesis de: 1) humanismo clásico, 2) orientalismo hierático; y 3) dinamismo ornamental y abstracto nórdico. Se ve en los tímpanos, arquivoltas, etc., románicos y en las tracerías góticas. Se produce en toda la Edad Media un proceso de interferencia de esa abstracción y las figuras, por eso son siempre relativamente abstractas. El Renacimiento significa el resurgir total, radical, de lo grecorromano y entonces adviene un eclipse del sentimiento abstracto (que se refugia en la ornamentación barroca y rococó) y reaparece en el siglo XX, en las fantasías de Goya y Lucas primero. Luego en el Modernismo (hay dibujos de Beardsley abstractos) y en Gustave Moreau. Después, la historia es conocida: expresionismo, Churlianis, Kandinsky, etc.
REPRODUCCIONES PARA EL ARTICULO
Las que quieras, pero, si preguntaras te aconsejarla las págs. 27 (Grabado en piedra), 33 (Mas-d'Azil), 88 (bronce celta), 107 (Id. viquingo) o los cotejos de págs. 24-126 (Bizancio- van Doesburg).
Respecto a leer, te ruego veas la comparación (y distingo) entre lo irlandés, viquingo e islámico (final pág. 119 y p. 120).
Juan Eduardo CIRLOT
ABC Literario, 6 de junio de 1997, pp. 16-17