A
medio siglo de la Marcha sobre Roma
Las
juventudes y el fascismo en el período entre guerras
El
cincuentenario de la Marcha sobre Roma, visto ya con más que suficiente
perspectiva histórica, se ha convertido en —y reducido a— una fecha simbólica:
el advenimiento al Poder, por primera vez, del fascismo. Pero ¿detentó el
fascismo plenamente el Poder? No. Mantuvo al Rey, buscó —así, con el Vaticano—
soluciones conciliatorias, no desencadenó —lejos de ello— la Segunda Guerra
Mundial, entró tarde y a traición en ella, y su papel bélico fue bastante
deslucido. En suma, el fascismo italiano que, comparado con el alemán, se quedó
en una especie de Dictadura del General Primo de Rivera con retórica moderna,
lo que verdaderamente aportó fue nada más, pero también nada menos, que la «retórica» fascista. Si Ludwig Marcuse ha
podido llamar al wagnerismo culturalista, a partir de «El Anillo de los Nibelungos», el gran «show», por no decir la gran mascarada, con mayor razón puede
afirmarse que el fascismo mussoliniano, mera ópera italiana, no pasó de ensayo
general del verdadero y totalitario fascismo, y cuando se implantó éste,
comparsa o partiquino suyo, inclusive los intelectuales del fascismo, D'Annunzio,
los futuristas, padecieron una sobrecarga retórica excesiva o fueron, como el
filósofo del sistema Giovanni Gentile, meros epígonos de un Hegel italianizado
y pasado por Benedetto Croce.
Hubo
sin embargo en Mussolini, ex socialista y discípulo de Sorel, la intuición de la
necesidad de apelar a la juventud. A partir de él, la política de Occidente
cuenta con la juventud, exalta a la juventud. El himno «Giovinezza» diría yo que, con todas sus connotaciones y supuestos,
ha sido la máxima aportación cultural del fascismo Italiano (lo que,
evidentemente, no es mucho decir). El mito de la resurrección de Roma que
habría encarnado, como su César, Benito Mussolini, ni siquiera él mismo lo tomó
bastante en serio como para asumirlo hasta sus últimas consecuencias. Así pues,
repitámoslo, el fascismo italiano importa como ensayo del alemán, por su
exaltación épico-lírica de la juventud y, aspecto más práctico y movilizador,
por su constitución, también por la primera vez, de «milicias» juveniles y aún infantiles (juego premilitar a la guerra).
Mas
también en este punto, el de la valoración cultural de la juventud, hay que
volver los ojos a Alemania, pues Italia carecía de tradición en este aspecto.
Hemos hecho alusión, antes, al wagnerismo. Ahora bien, el wagnerismo se erigió
pronto en la representación simbólica de la supremacía aria y del antisemitismo
(una de las razones de la ruptura de Nietzsche con Wagner). El wagnerismo
cuenta como uno de los grandes movimientos precursores del nacionalismo, Houston
Stewart Chamberlain, yerno de Wagner, entusiasta de su música y racista
extremado, hasta el punto de nacionalizarse alemán, es decir, para él, «ario». Escribió un libro «Las bases del siglo XIX», enormemente
leído como la doctrina del germanismo. Ahora bien, preparando una ponencia sobre
«Ecología y Comunicación en el
pensamiento de Ortega y Gasset» para el Congreso sobre Comunicación que,
cuando aparezca este artículo se habrá celebrado ya en Barcelona, hube de
releer un libro del biólogo von Uexküll, tan apreciado por Ortega, que lo hizo
traducir, y me encontré con la sorpresa de que su edición estaba dedicada «respetuosamente» a este Chamberlain.
Nietzsche —un Nietzsche, cómo se ha sabido después, convenientemente «arreglado» por su hermana y sus
colaboradores, para que sirviera al mito ario y antisemita y, finalmente, le
fuera presentado como tal al propio Hitler— se convirtió por estos mismos años,
tránsito del siglo XIX al siglo XX, en el autor más influyente sobre la
juventud; juventud
que por entonces comenzó a cobrar conciencia de su importancia sociocultural,
en contraste con la más que adulta Alemania guillermina y bismarckiana. La
primera asociación cultural juvenil, el «Wandervögel»
fue fundada durante el curso 1896-7 por un estudiante de enseñanza media
llamado Karl Fischer. El «Jugendbewegung»
o «Movimiento de la juventud» —que,
por supuesto, no tenía nada de pre-nazi, pero fue aprovechado por los nazis más
cultivados como un antecedente— alcanzó su punto culminante en la concentración
de los altos de Meissner, cerca de Kassel, en 1913. El gran poeta Stephan
George (1868-1933) y su Círculo, fue
otro antecedente que, formando parte, en realidad, del Movimiento juvenil, fue
utilizado también por el ala relativamente culta del hitlerismo. George fundó
en 1892 las «Blaetter fuer die Kunst»,
de larga vida, publicadas por Georg Bondi, de Berlín, muy bellas ediciones con
la cruz esvástica en la cubierta (yo poseo algunos de aquellos volúmenes).
Stephan George exaltó el mito del Cuerpo hasta su divinización, y la figura
cultual de Maximin, el bello efebo hecho dios. Su catolicismo por no paganizado
dejó de influir, y enormemente, en Scheler y su grupo, en Guardini y el
movimiento benedictino de Maria Laach; y su reiterado hablar de los Héroes
poéticos y del «Neue Reich» facilitó
su propagandística aproximación ulterior al III Reich de Hitler. Dos miembros
del Círculo de Stephan George, Ernst Bertram y Hans Naumann, se unieron al
movimiento nazi y en plena guerra, en 1941, fueron lujosamente reeditadas las
obras de George.
Al
movimiento juvenil perteneció también la nueva pedagogía de Gustav Wyneken, con
sus lemas, tan enormemente actuales, de la «libre
comunidad escolar» y la «cultura de
la juventud». Y, en fin, autores muy leídos por los jóvenes de entonces
fueron Langbehn, Lagarde y Paul Alverdes, autor éste de «Das Innere Reich».
Repito
que sería muy injusto considerar a todos estos escritores —a los tres últimos,
así como a H. S. Chamberlain, si— y a aquellos movimientos juveniles como
prefascistas. Pero lo menos malo del fascismo alemán, o de sus colaboradores,
no se entendería sin ellos, como no se entiende a José Antonio Primo de Rivera
sin Ortega y Unamuno. De todo lo que oficialmente se ha hecho en España en el
plano cultural desde el poder, lo de mayor calidad ha sido sin duda la revista
falangista «Escorial» y, para
continuar con el paralelismo poético de los nazis, la celebración falangista de
la poesía de Unamuno y, aún más la de Antonio Machado. Como ha escrito
acertadamente M. J. Langeveld, el hitlerismo explotó el movimiento juvenil
frente a los adultos y, como es natural, terminó sofocándolo completamente.
El
fascismo ha sido el único movimiento de derechas que no se presentó como tal,
sino como superador de la antítesis derecha-izquierda. Y el primer movimiento
de derechas que contó con la juventud y la movilizó, porque se dio cuenta de
que la necesitaba, de que era menester presentarse como un sistema joven. Y
esto ha sido una característica de todos los movimientos fascistas, desde el
italiano, con su pintoresco estilo, hasta el español en la fase falangista del
Régimen. Pero fue en Alemania donde alcanzó su culminación, que existía una
tradición inmediata, viva de la que era menester hablar aquí, aunque haya sido
anterior al período entre guerras, porque es la que hace a éste inteligible.
El
período de entre guerras se caracterizó en Alemania por el hundimiento
económico y la debilidad política. La política de represalias de los aliados
vencedores fue de una torpeza extrema que, ofendiendo los sentimientos
nacionales, arrancando pedazos de Alemania, ocupando permanentemente el país
renano y, lo que aún fue peor, sumiendo a la nación en la ruina económica,
prolongada luego con la repercusión del hundimiento financiero americano de
1929, condujo al país a la desesperación y (por un 37% de los votos, en las
últimas elecciones libres, las de 1932) a asirse al clavo ardiendo del nazismo,
ante la impotencia del Gobierno de Weimar, sus reiteradas disoluciones del Reichstag y, en suma, la crisis del
liberalismo, por la que atravesaron igualmente Italia y España, hasta el
establecimiento en ellas del fascismo y la dictadura respectivamente.
Los
grandes nombres que entre las dos guerras mundiales «sirvieron» al nazismo, cualquiera que fuese la intención subjetiva
de los tres últimos pensadores (el primero había muerto ya) fueron
fundamentalmente Max Scheler, Ernst Jünger, Martin Heidegger y Carl Schmitt,
cuatro grandes figuras, es menester reconocerlo, de la cultura alemana.
(Podrían agregarse otros menos importantes: Spengler, introducido en España por
Ortega, Ludwig Klages, Hans Carossa, Gottfried Benn, del cual acaba de publicar
Barral Editores la autobiografía de
su colaboracionismo.) Los movimientos estrictamente culturales, más aún,
poéticos que sirvieron asimismo de prestigiosa cobertura al nazismo, y para la
atracción de la juventud, fueron los de exaltación de la poesía de Hölderlin y
la poesía de Rilke (y el equívoco en la interpretación de la de George, de la
que ya hemos hablado).
Max
Scheler, influido, como todo su grupo, por el Circulo de Stephan George, importa
aquí principalmente como autor de «El
Genio de la Guerra y la Guerra alemana», obra de la que Ortega dio a los
lectores españoles referencia tan puntual como justa en su severidad, no
exenta, sin embargo, de gran aprecio. La estimación del «genio de la guerra» que contiene, ha sido de consecuencias muy
graves para la juventud alemana, y el hecho de que fuera escrita en plena
primera guerra mundial no exime de responsabilidad moral a su autor.
El
caso de Ernst Jünger, discípulo de Nietzsche y también de George, autor, me
parece, mal conocido en España, excelente escritor, como Walter Benjamín (que
ahora está poniendo de moda aquí Jesús Aguirre, que era tres años mayor que
Jünger, y que vale como su simétrico contraste) de fuerte influencia literaria
francesa, es muy peculiar. Joven héroe de la primera guerra mundial, sus
primeros libros a ella fueron dedicados. Después nos importan «Der Arbeiter» («El trabajador»), 1932, exaltación prefascista del Obrero y, en «Blätter und Steine», 1934, el trabajo «La movilización total», cuyo título ya
es por sí bastante expresivo. El canto al espíritu heroico y «La pura forma de la guerra», la relación
entre el «genio de la guerra» y el «genio del progreso», la absorción de la
vida pública, los ejemplos paradigmáticos de Hindenburg y del racista
Lundendorff, y el de Rathenau como ilustración de la escisión interior de la «inteligencia judía» son algunos de sus
temas. Durante la segunda guerra mundial y como diario de guerra —de la «ascesis bélica»—, en realidad bastante «enfriado»
ya, de los años 1939-1940, escribió « Gärten
und Straßen», editado por Mitter & Sohn, que reeditó
las otras obras suyas a que he hecho referencia, y que no publicaba sino libros
de guerra. Ernst Jünger fue en plena guerra traducido en la Francia ocupada (Gallimard)
y en Italia. No sé que haya sido traducido al castellano. La influencia
cultural germánica se ejerció aquí entre los estudiosos. Los escritores
fascistas o afines, Sánchez Mazas, Eugenio Montes, Giménez Caballero, el
Dionisio Ridruejo de entonces, no sabían alemán. Es extraño que Eugenio d'Ors,
tan atento siempre al «espíritu de los
tiempos», no hubiese hecho traducir a este escritor, de gran calidad
literaria y terso estilo.
Heidegger,
como es bien sabido, aceptó el Rectorado de la Universidad de Friburgo y
pronunció su famoso discurso de toma de posesión el 27 de mayo de 1933 (Hitler
era canciller desde el 30 de enero). El «servicio»
político que con esta aceptación prestó a| Régimen y, lo que nos importa
especialmente, a los ojos de la juventud —Heidegger y Jünger eran, con mucho,
los intelectuales más prestigiosos de la Alemania hitleriana— fue enorme.
Ya
antes de la segunda guerra, durante ella, habla Heidegger empezado a ocuparse
de Hölderlin, como el poeta por excelencia. Las Obras de Hölderlin (cuya edición fue iniciada por Norbert V. Hellingrath,
caído en la primera guerra mundial, y a cuya memoria dedicó Heidegger su
trabajo «Hölderlin y la esencia de la
poesía»), fueron reeditadas en un ya muy difícil momento de la guerra,
1943, lo que muestra la gran importancia que el nazismo les daba. (Por
contraste, Peter Weiss en su reciente obra teatral «Hölderlin», da de éste una interpretación opuesta y
revolucionaria). Rilke fue en vísperas de la guerra y durante ella tan
abundantemente publicado que, según se dijo —probablemente también este decir
formaba parte de la propaganda bélica— cada soldado alemán llevaba en su
mochila algún libro de Rilke. Y en la «Anthologie
de la Poésie Allemande» (Stock, París 1943), obra de pura propaganda
germánica (el judío Heine no aparece en ella), a Hölderlin se le dedican más
páginas que a nadie, incluso que a Goethe, y me parece que Rilke va en
extensión inmediatamente detrás de ambos. Otra antología poética sumamente
significativa, «Italien im Deutschen
Gedicht» fue publicada asimismo en 1943.
En
cuanto al «decisionista», antiliberal
y admirador de Donoso Cortés, Carl Schmitt no hace falta hablar mucho de él,
por ser bien conocido en España, país que visitó varias veces. Un editor nada
fascista, Francisco Ayala, lo tradujo antes del comienzo de nuestra guerra, y
Javier Conde después.
No
sólo en el plano cultural se propuso el fascismo alemán atraer a la juventud.
También en el erotista, como cultivo de la raza — recuérdense los campos de
procreación de hijos del Régimen, creados por Himmler— e incluso, por lo menos
al principio, de la homosexualidad (las S.A. de Rohm), «Männerbunde» o ligas puramente masculinas, inspiradas muy
lejanamente en hipótesis etnológicas, más espiritualmente en el culto a Maximin
de George, y muy de cerca, en la «Filosofía»
de Hans Blüher. En España estamos viendo ahora la película de Visconti «Muerte en Venecia», pero mucho han de
cambiar las cosas para que lleguemos a ver, del mismo Visconti, la que dedicó a
la gran familia industrial durante el III Reich, en una de cuyas secuencias los
«héroes» homosexuales de las S.A. son exterminados, en plena orgia, bajo las
órdenes de Hitler.
Ahora,
en el cincuentenario de la subida del primer fascismo al Poder, sería bueno que
los gobernantes aprendieran de él la única lección todavía válida que puede
dar: la de que en los tiempos modernos no se puede gobernar «contra» la juventud. El fascismo fingió
o quiso ser un régimen juvenil y, por ejemplo, su fomento de la «Gemeinschaft» frente al individualismo
encuentra su versión actual en la voluntad juvenil de vida en comunidades o
comunas. En realidad lo que hizo fue indoctrinar a la juventud, embriagarla con
grandes mitos pero, en cualquier caso, contó con ella y se sirvió, para
atraerla, de los nombres más prestigiosos que podía manipular —Hölderlin,
Nietzsche, George, Rilke, Heidegger, Jünger, italianos pocos, no los había o no
servían— cuyo prestigio, y me refiero ahora a los dos últimos, directamente
implicados en el nazismo, ha sobrevivido con mucho a éste.
Los
sistemas seniles que han sucedido al fascismo saben que carecen de toda
posibilidad de comunicación con la juventud y, por eso, lo único que se
proponen es sojuzgarla. Grave error, que no puede conducir sino a la rebeldía
total o a la total desmoralización de lo mejor que posee un país, lo único
realmente prometedor; su porvenir.
José
Luis L. ARANGUREN, La Vanguardia Española,
28 de octubre de 1972, p. 50.
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