José Ferrater Mora |
Entrevista
José Ferrater Mora; «El político es un poco, quizá
necesariamente, una persona frívola»
DESTACA
en el filósofo y novelista José Ferrater Mora su sobriedad, su sentido de la
mesura, su hablar pausado y sereno. Nacido en Barcelona, en 1912, vive fuera de
España desde 1939, y dedica su vida al trabajo filosófico y literario, con
residencia permanente en Estados Unidos y algún viaje -al menos, uno al año- a
Cataluña, atraída su sensibilidad por la voz de las raíces. Autor de numerosos
libros, entre ellos un ya clásico Diccionario de filosofía, de prestigio
internacional, la moderación es la actitud vital de José Ferrater Mora; una
moderación combinada con ciertas dosis de escepticismo. Es doctor honoris causa
por varias universidades, entre ellas la de Barcelona (1988), y premio Príncipe
de Asturias.
Recuerdo
haber asistido a un coloquio, grabado por la televisión regional asturiana, en
que José Ferrater Mora explicaba a varios escolares cuál era el papel del
filósofo. La facilidad didáctica del profesor era prodigiosa y, adaptándose con
sencillez al lenguaje de los niños, les decía: «Una
mesa puede ser objeto de muy diversas consideraciones. Para un técnico en
materiales, la mesa está compuesta a partir de determinada madera, que tiene
unas características concretas; de color, de dureza, de flexibilidad... Para un
carpintero, haber convertido la madera en mesa representó un grado de
dificultad que hubo de superar con su oficio. Para un historiador del arte, la
mesa pertenece a un determinado estilo, con unas influencias estéticas. Para un
comerciante se trata de un objeto que produce tal o cual rentabilidad en su
venta. Y, en fin, lo que hace el filósofo es relacionar todos esos saberes en
su valoración de lo que es, en realidad, una mesa.»
Ferrater
Mora es todo lo contrario a un filósofo encerrado en su torre de marfil y
dedicado a meditaciones vanas. Sus escritos abordan cuestiones como Cataluña,
el arte de escritor, el cine, la investigación científica, el exilio, la
comunicación, la guerra, el medio ambiente, la cibernética, la religión, la
publicidad, etcétera.
-¿Cuál
es el papel del filósofo en la sociedad de hoy?
-Yo
casi diría que esconderse para que no lo persigan... En fin, es una broma. Yo
creo que el papel del filósofo hoy es, como siempre, decir las cosas con
independencia y con la mayor claridad posible, sin estar atado a ningún grupo
determinado, porque para eso ya están los políticos y otras gentes. Decir las
cosas aunque no sean populares, a veces. Me parece que, para cumplir bien su papel,
no debe intervenir demasiado frecuentemente en la vida pública, porque pueden
decir: «Este señor, ¿qué sabe que no sepamos nosotros?» El filósofo, si
realmente cumple con su función, empieza por tranquilizarse, por calmarse, por
sentarse y, en vez de precipitarse o de seguir instrucciones de tal o cual partido,
se esfuerza para decir las cosas con un poco más de objetividad, un poco más de
serenidad
-¿Cuál
es su diagnóstico sobre la sociedad española de hoy?
-Con
respecto al pasado, a los últimos no sólo cuarenta, sino ciento cincuenta años,
me parece que soy optimista porque, en efecto, si uno lee la historia de España
de ese tiempo ve que éste ha sido un país que ha andado renqueando, con
dificultades, con luchas civiles, etcétera. Desde ese punto de vista,
francamente, la situación es mejor. Pero eso no quiere decir que no haya
problemas. Si en la sociedad humana no hubiera problemas, la sociedad no
existiría. Esto no quiere decir que esté afirmando que todo vaya muy bien, que
las cosas sean maravillosas, porque hay muchos defectos, muchas cosas que
corregir, que pensar: hay demasiadas precipitaciones.
-¿Qué
es el trabajo para un filósofo? ¿Es un castigo?
-No.
Contrariamente a lo que la Biblia impuso en aquellos tiempos en que el trabajo
manual era muy pesado y el sudor de la frente para ganarse el pan era
literalmente el sudor de la frente, en las circunstancias actuales el trabajo
es una condición indispensable para llenar la vida. La prueba es que una
persona que no tenga trabajo, aparte de las dificultades económicas, y aunque
tuviese dinero, es una persona que no sabe qué hacer y cuya vida va siendo
progresivamente vacía. El trabajo es una de las muchas actividades, aunque
también el ocio es importante, y también la reflexión es importante, y el ejercido
físico, y la lectura, etcétera
-¿Qué
tiene que decir un filósofo sobre el terrorismo?
-Yo
soy totalmente opuesto a la violencia de toda clase, sobre todo una violencia
injustificada. Tengo escrito algo sobre la violencia y he dicho cosas que me
parecen de sentido común. Citaba el caso de unos prisioneros en un campamento
nazi, que no tenían otra solución para salir del campo donde habían sido
encerrados sin culpa suya, porque eran judíos, o rusos, o italianos, o lo que
sea, que ejercer la violencia. Pero planteémonos que el comandante del campo
les hubiera dicho que había que discutir sobre su situación y tratar de resolverla.
Entonces la violencia sería absolutamente inaceptable. Algo similar ocurre en
España y en otros países. La violencia es inaceptable porque muchas cosas se
pueden resolver o. por lo menos, apaciguar hablando. Entonces, en efecto, el
terrorismo es un ingrediente desfavorable pero, aunque no sea un consuelo, se
trata de un ingrediente no específicamente español, sino general, mundial.
-¿Cómo
valora usted la obsesión por el dinero fácil que invade a la sociedad española:
el consumismo, el auge de las quinielas, de las loterías, de los bingos...?
-Se
trata, también, de un fenómeno universal. Yo creo, y es una opinión puramente
personal, que este último ya famoso octubre negro en Nueva York es debido a que
mucha gente quería hacer dinero demasiado deprisa. El dinero se hace muy
deprisa si uno compra un valor en Bolsa a dentó y lo vende a doscientos al día
siguiente, pero todo eso es puramente artificial. Es una tendencia que se ve en
España, pero también en otros países, y yo creo que sería conveniente tratar de
convencer a la gente de que se trata de un aspecto negativo.
-¿Cree
que la sociedad española imita mucho a la americana? La televisión, por
ejemplo, nos está imponiendo una serie de pautas y se dice que cualquier
ciudadano de nuestro país conoce mejor las calles de Nueva York que las de su
propia ciudad o de su propio pueblo.
-La
influencia es real. Los medios de comunicación en Estados Unidos están muy
desarrollados. Ha ocurrido algo realmente curioso, y es que Estados Unidos ha
ido descendiendo económicamente en los últimos diez o doce años, han bajado el
dólar y el poder industrial en comparación con los veinte años siguientes a la
segunda guerra mundial, pero hay dos cosas que se han mantenido en auge: una es
la industria aeroespacial y la otra es la que llaman entretenimiento; es decir,
los medios. ¿Qué ocurrió en el cine? Ya antes de la primera guerra mundial
empezó el cine en Estados Unidos con mayor vigor e intensidad que en otros
países, y esto le situó en una posición tal que todo lo que se veía de cine
venía de allí: la gente veía las cocinas americanas, las calles, los pueblos.
Este fenómeno se fue incrementando a través de la radio y la televisión, cuya
influencia es impresionante.
-¿Se
da en España una actitud contradictoria, de admiración y de rechazo, hacia lo
norteamericano?
-Es
natural. Todo lo que ejerce una atracción al mismo tiempo ejerce una especie de
repulsión. Uno mismo, a veces, se siente avergonzado de seguir de una forma tan
imitativa una cultura ajena. Además, creo que toda forma de cultura -sobre todo
de cultura de masas- que tenga influencia produce esos dos efectos, un efecto
de atracción y otro de repulsión.
La transición y la
Monarquía
-Su
marcha a Estados Unidos ¿se produjo por razones políticas?
-Yo
no estaba comprometido políticamente ni lo estoy tampoco; pero estaba en el
Ejército republicano durante la guerra civil y cuando salto el Ejército salí yo
a Francia. Entonces me pareció que la situación en el país no era la más
adecuada para llevar a cabo una labor intelectual como la que yo me proponía
llevar, y luego pensé, y, en efecto, así ocurrió, que iba a tener lugar una
guerra mundial que empezaría en Europa dentro de poco; de modo que me fui a
América en el año mil novecientos treinta y nueve.
Primero
estuve en Cuba dos años, y más tarde me trasladé a Chile, donde estuve siete
años. En Cuba daba conferencias y escribía; pero en Chile ejercí la docencia.
Salí de Chile para Estados Unidos por una razón de azar, como ocurre muchas
veces. Me ofrecieron una beca y la acepté. Gentes que vivían allí, como Pedro
Salinas y Américo Castro, me animaron a quedarme con el argumento de que había
numerosas librerías y que las cosas parecían estar más tranquilas que en otros
países.
-¿Tuvieron
alguna vez sentido de grupo los españoles que residían en Norteamérica, como
Pedro Salinas, Américo Castro, Severo Ochoa, usted mismo?
-No.
Todos se entendían muy bien, pero no creo que hubiera sentimiento de grupo ni
tampoco se producían fenómenos que se suelen dar en estos casos, como
resentimiento o deseo de afirmarse como tal grupo. Además, sin rechazar la
cultura americana. Salinas decía: «Lo que
tengo que hacer hasta el final de mi vida es aprender un poco más del español.»
Recuerdo una vez que alguien le preguntó por qué no escribía poesía en inglés y
respondió que todavía no hacía aprendido el español bastante bien...
-¿Cómo
siguió usted desde allí acontecimientos recientes de la historia de España: la
muerte de Franco, la transición política, etcétera?
-Yo,
en aquella época venía aquí con bastante frecuencia, y entonces me daba cuenta
de que ya antes de morir Franco empezaba la gente a hablar cosas insospechadas.
De hecho, las cosas se ven en perspectiva inmediata, pero una perspectiva
histórica más larga le convence a uno de que hay cosas de las que no se da
cuenta la gente. La realidad empezó a cambiar en este país hacia el año
sesenta. El Gobierno era igual y decía las mismas cosas y se celebraban las
mismas procesiones religiosas y se interrumpían partidos de fútbol para
inaugurar un pantano, cosas absurdas; pero al mismo tiempo se notaba que había
un cambio social, independiente del Gobierno. Y ese cambio se aceleró, no sé si
paradójica o explicablemente, cuando Franco decidió incorporar al Opus Dei, y
la política económica dejó de ser autárquica, y comenzó la liberalización. Se
veía al país cambiar, de forma que los últimos años de Franco me parece que
constituían un enlace normal con la España posterior. Los historiadores tendrán
que examinar en el futuro ese período con gran atención porque parece que ha
habido una especie de milagro. Es indudable que no se han producido todos los
trastornos que se podían esperar, en gran parte, desde luego, debido a la
habilidad de la Monarquía. Creo que está todo el mundo de acuerdo en que Don
Juan Carlos ha actuado de una forma muy hábil, quizás aconsejado por su padre o
por gentes de buen sentido. Por tanto, se debe a unas personas que haya habido
ese tránsito, pero también se debe a que el trasfondo económico y social lo
permitía. Si se hubiera llegado al momento de la muerte de Franco y hubiera
habido una situación económico-social de gran tensión, creo que hubiera sido
todo más difícil y complicado. Por esas circunstancias, la transición no fue
tan brusca como parecía a primera vista.
-La
sabiduría del pueblo español como protagonista de la transición, ¿es un tópico?
-Los
pueblos son distintos pero al mismo tiempo reaccionan de forma muy parecida
frente a las situaciones, y muchas veces las diferencias entre los pueblos son
debidas a que en el curso de su historia han tenido distintos problemas que
afrontar. Me parece que el pueblo español, en general, no es sustancialmente
distinto en sus reacciones a otros, lo que pasa es que las circunstancias son
distintas. En los últimos veinte años de España hubo una moderación, quizá
producida por el recuerdo de la guerra civil, por todas las heridas que dejan
venganzas y por el deseo de no repetir esa situación.
-Los
políticos parecen tener poco prestigio como grupo o como profesionales en la
sociedad española. ¿Sucede esto también en América?
-Si.
En todas partes. El político está más a la vista y, por tanto, se le buscan las
cosquillas. Lo que a veces hace cualquier ciudadano normal y no pasa nada, lo
hace el político y al instante se levantan las voces. El político es un poco, y
quizá necesariamente, una persona frívola. No es una persona que pueda ni que
deba siquiera sentarse tranquilamente a estudiar un problema. Además, ¿sería
posible un político que no fuera llevado por el poder? Yo digo sí, pero me
parece que no funcionaría como político, de modo que son precios que hay que
pagar.
-A
veces se plantea en España que el ataque de que son víctimas los políticos pone
en cuestión la propia vida democrática. ¿Cree usted que los políticos deben ser
criticados y censurados por el pueblo?
-Claro
que sí. Si no, ¿quién los va a criticar? No van a ser sus familiares o sus
amigos. Esto, que a veces llega a extremos excesivos, representa un freno para
el político. Imagínese a un político no criticado: haría lo que le diese la
gana.
La fama y el compromiso
-La
Europa de la Comunidad Económica Europea ¿coincide con la que propugnaba
Ortega, con la que era receloso Unamuno?
-Ortega
escribía desde ciertos puntos de vista, en los cuales no se prestaba gran
atención a cuestiones económicas, de modo que es comprensible que la idea de la
unidad europea de Ortega no coincidiera siempre con la idea actual. Su idea era
más bien una idea de unidad cultural, mientras que actualmente influye mucho el
aspecto económico-social. A Unamuno le gustaba mucho decir cosas chocantes, que
no se sabe si las pensaba o no. Unamuno decía «que inventen ellos» y, por otro lado, era una de las personas que
más leía y más se interesaba por otras producciones. Su conocimiento de la
literatura francesa, inglesa, alemana, danesa, portuguesa, italiana o
hispanoamericana era mucho mayor que el de Ortega.
-¿Cómo
valora usted la expectación existente hacia el año dos mil, hacia el siglo
veintiuno?
-Es
algo puramente convencional. ¿Qué diferencia habrá entre el treinta y uno de
diciembre de mil novecientos noventa y nueve y el uno de enero del año dos mil?
Ninguna. Por otro lado, puesto que las comunidades han organizado su vida
económica, social, cultural y hasta espiritual según calendarios, y estos
calendarios va por décadas, y las décadas van por siglos, resulta que esta
impresión que tiene la gente de que se termina una época y empieza otra refleja
sus propias convicciones.
-El
deseo de independencia de un filósofo ¿implica que sea un solitario?
-Sí.
Pero se puede ser también solitario en compañía. Solitario no quiere decir que
no vaya a una tienda llena de gente a comprar un producto que necesita.
Solitario quiere decir que, en la formación e sus opiniones, trata de no
dejarse influir demasiado por la gente que está a su alrededor. No hay ningún
tema específicamente filosófico; pero, en cambio, hay una manera de analizar la
realidad que puede llamarse filosófica, que consiste en relacionar cosas que
cada persona ve de un modo independiente.
-¿En
qué medida influye el filósofo en la sociedad?
-Hoy
no influye, al menos directamente. Ahora bien: no sabemos lo que va a pasar en
el futuro con la filosofía que se hace hoy porque si nos referimos al pasado
vemos que los filósofos tampoco habían influido directamente sobre la sociedad
de su tiempo. Azorín decía que hay famas verticales y famas horizontales, y esa
opinión es muy aplicable a la filosofía. La fama vertical es la fama
instantánea: todo el mundo te conoce y luego, al cabo de cincuenta años, nadie
sabe quién has sido; la fama horizontal es esa que no es muy intensa, pero que
continúa a través del tiempo y que en el fondo es mucho más efectiva que la
otra.
-La
palabra compromiso aplicada a los filósofos ¿está pasada de moda?
-Sí.
Hubo un tiempo, sobre todo después de la segunda guerra mundial, con el auge
del existencialismo, en que se hablaba de que el filósofo tenía que
comprometerse. Esa idea no era solamente el compromiso político, sino lo que
llamaban compromiso existencial, debido a la opinión de que el filósofo era una
pieza esencial de su propia filosofía. Me parece que hoy ha desaparecido esa
idea de compromiso porque se entendía muchas veces políticamente, casi siempre.
-¿Cómo
afronta usted las contradicciones de un mundo que gasta millones de dólares en
llegar a la Luna, y en el que subsisten millones de seres muriendo de hambre?
-Desde
el punto de vista razonable, ¿para qué gastarse tanto dinero en todo eso cuando
hay tantos problemas que se podían resolver? Por otro lado, el hombre no sólo
es un ser razonable, sino que también tiene su aspecto irracional. Y ser
razonable consiste en reconocer que hay esos aspectos irracionales. Hay una
especie de deseo de escape, indudablemente, en cada persona, como lo hay en el
individuo más humilde que apenas tiene que comer, pero se va al cine. Eso
explica por qué hay en todas las ciudades chabolas donde lo primero que se ve
son antenas de televisión. Pienso que, colectivamente, estamos hablando de la
búsqueda de un escape.
-¿Qué
cosas le quitan el sueño?
-Lo
único que me preocupa son los proyectos de trabajo que pueda tener. Como en los
últimos cinco años he hecho más novela que filosofía, me preocupan especialmente
las novelas que estoy escribiendo.
-Ese
novelista que lleva dentro y que surgió, por lo menos de una forma pública,
hace relativamente poco, ¿es un filósofo en busca de evasión?
-No.
Se produce porque yo he dicho, en filosofía, todo lo que podía decir. Me temo
que podría seguir escribiendo, pero me repetiría mucho. Entonces evito la
repetición cultivando otra zona para la cual uno está más o menos dispuesto.
(A mediodía, desde la casa barcelonesa de
Ferrater Mora, la ciudad presenta su rostro más dinámico. Ante ese espectáculo,
la misión del filósofo no es otra que la de relacionar los distintos
aconteceres.)
ABC, 12-3-89, pp.
18-20.