Entrevista a Francis Fukuyama, autor de “El fin
de la historia y el último hombre"
Sergio Vila-Sanjuan, Boston
Francis Fukuyama acaba de publicar en EE.UU. “The end of history and the last man” (“El fin de la historia y el último
hombre”) sin riesgo de pasar inadvertido.
Su libro, un intento ambicioso de desplegar una filosofía de la historia,
reparte palos a derecha e izquierda y aventura conclusiones en terrenos tan variados como la economía, la sociología, las relaciones internacionales y el
estudio del alma humana. El libro aparecerá en, España en mayo, publicado por
Planeta.
-Usted defiende la tesis de que la historia de
la humanidad tiene un sentido y una dirección.
-Sí. Creo que hay un movimiento en la historia
de las sociedades hacia el establecimiento de democracias con libertades
políticas y económicas, y que estas democracias representan el sistema en el
que el ser humano se ve reconocido en su plena dignidad personal de forma más
completa. En este sentido representan la culminación de la historia, ya que no
podemos pensar un sistema político mejor. Eso no quiere decir que el hombre que
viva en ellas se sienta completamente satisfecho ni que no experimente
necesidades ni que estas sociedades no tengan problemas. Pero como modelo
político para las necesidades humanas la democracia liberal no se puede
superar.
-¿Qué significa para usted “democracia liberal”?
-Un régimen multipartidista con elecciones
libres, donde se respeten las libertades de expresión, religión y asociación, así
como el derecho a la propiedad privada.
-Se le acusa, entre otras cosas, de ser
inmoderadamente optimista, y de fabricar una ideología que EE.UU. pueda
aprovechar tras el fin de la guerra fría.
-Yo soy optimista a largo plazo, creo que hay
ese movimiento general hacia la democracia liberal, pero a corto plazo soy
pesimista, especialmente sobre Europa del Este y Rusia y su capacidad para
atravesar con éxito las transformaciones que están llevando a cabo. En cuanto a
lo segundo, yo no he fabricado ninguna ideología. La idea de democracia liberal
es vieja, y la comparte la mayoría de la gente en el mundo desarrollado.
-Utiliza usted un concepto de Hegel,
interpretado por Alexandre Kojève, según el cual la historia se había acabado
tras las revoluciones francesa y americana, que hacían a todos los hombres
iguales, al menos teóricamente. Entonces, ¿es que la historia se ha acabado dos
veces?
-Bueno, Hegel (y Kojève) creían que la historia
terminaba en 1806, cuando las ideas de la revolución francesa se extendían por
Europa mediante las conquistas napoleónicas. Lo que ha ocurrido con el colapso
del comunismo es que el principal competidor internacional de la democracia se
ha extinguido como idea válida, junto con los fascismos y autoritarismos, han
demostrado que no tenían legitimidad ni credibilidad.
-Pero, a cambio, los nacionalismos resurgen por
todas partes.
-Hay una forma de nacionalismo muy hostil a la
democracia, intolerante y en expansión, como el de los serbios. Pero también
muchas naciones son nacionalistas sin que ello les impida ser demócratas. La
separación de los países de la antigua URSS ha sido bastante pacífica, con
relativamente pocos muertos por conflictos étnicos y nacionales: pienso que, en
Rusia o Ucrania, el nacionalismo no es una fuerza tan importante como se cree.
Con la excepción de Yugoslavia, los ejemplos de nacionalismo más peligrosos
tienen lugar en zonas bastante apartadas de Occidente, como Pakistán.
-Si el nacionalismo es poco preocupante, ¿por
qué es pesimista con respecto al Este europeo?
-Por los problemas económicos. Cuando España
encaró su transición tenía una economía de mercado, una sociedad civil y un
grado alto de desarrollo económico, lo cual no es el caso de estos países.
-La expansión del fundamentalismo islámico
tampoco abona su tesis. En Argelia, por ejemplo, los integristas iban a acceder
al poder democráticamente y sus adversarios han tenido que organizar un golpe
de Estado para impedirlo, lo cual es una situación bastante contradictoria.
-Yo no pienso que el mundo islámico vaya a
evolucionar pronto hacia la democracia liberal, y eso, efectivamente, va contra
mi tesis, porque los integristas argelinos lo primero que hubieran hecho es
suprimir las libertades personales. Pero el fundamentalismo es una reacción
contra la presencia de elementos occidentales en ciertas sociedades. y se ha
dado en los países que previamente habían estado más occidentalizados, como
Irán.
Creo que cuando observamos este problema somos
muy prisioneros de nuestro propio tiempo y nos olvidamos de que el
fundamentalismo es sólo la tercera corriente importante que atraviesa el mundo
islámico en este siglo. Primero estuvo el liberalismo, cuando un líder como
Ataturk decidió suprimir el islamismo turco, y después vino el nacionalismo
laico de Nasser o los sirios. Ambas corrientes fueron muy occidentalistas. Y el
fundamentalismo es como un antivirus que reacciona contra cuerpos extraños,
pero después puede bajar.
Por otra parte, algunos de los elementos más
reaccionarios y antidemocráticos del mundo árabe se están perpetuando gracias
al dinero del petróleo. Si ese dinero se acabara y se vieran forzados a
confrontar sus contradicciones sin muletas se abriría una posibilidad de
evolución democrática importante.
-En su libro usted apunta que las sociedades
industriales del Este, como Japón o los “cuatro pequeños dragones" -Corea,
Singapur, Taiwán, Hong Kong-, que ya cuentan con una tradición de
autoritarismo, podrían potenciarlo en el futuro.
-Si, y eso me parece una amenaza mucho más
peligrosa que la de los musulmanes. Porque no creo que el integrismo. a la
larga, tenga mucho éxito, mientras que estas sociedades asiáticas sí son muy
poderosas.
-El concepto de “thymos” -autoestima que necesita del reconocimiento ajeno-, que
toma de Platón, parece el eje de su filosofía de la historia. ¿Puede ampliarlo?
-Es fácil de entender. Según Hegel. la lucha
por el reconocimiento ajeno es la fuerza que mueve la historia. Todo el mundo
quiere que los demás reconozcan lo que uno vale. Y esto está en la base de
muchos fenómenos sociales, como la política o la religión. La democracia, en
este sentido, significa una especie de “respeto universal” a la humanidad
básica de todos los hombres. Implica vivir en una sociedad donde los derechos
de cada persona son reconocidos por todos los demás. Nadie sufre de inseguridad
cuando los demás no intentan dominarle.
-Usted insinúa que con la democracia expandida
por todo el mundo no habría guerras. ¿No es eso mucho esperar?
-Bueno, basándonos en la experiencia podemos
decir que, si esa hipótesis se diera, efectivamente no habría necesidad de
guerra, porque los países pueden competir en muchos otros campos. De hecho, en
los dos últimos siglos las democracias no han ido a la guerra entre sí, sino
contra potencias no democráticas.
-La hipótesis de EE.UU. compitiendo con Japón y
la Europa unida como superpotencias próximamente, ¿cómo afecta a su esquema?
-En primer lugar, no creo que Europa vaya a ser
una superpotencia militar más allá de las diferencias políticas de sus países,
teniendo en cuenta cómo ha reaccionado en la guerra del Golfo o con la guerra
civil yugoslava. Si la Europa unida es proteccionista habrá problemas con el
comercio con EE.UU. pero nada más. En cuanto a Japón, de momento parece muy
reticente a emprender un sendero militarista.
-¿Seguirá EE.UU. ejerciendo como “policía del mundo'’?
-Creo que EE.UU. cumplirá sólo una parte de
este papel, porque actualmente está atravesando una fase de debilidad económica
y, además, el público americano está en contra de un protagonismo internacional
excesivo. Creo que, en el futuro, EE.UU. se concentrará más en sus propios
problemas domésticos, aunque sin volver al aislacionismo de los años 20 y 30.
-Si hubiera otra invasión de Kuwait, ¿cómo
respondería EE.UU.?
-Si hubiera otra guerra del Golfo me temo que
no desempeñaríamos el mismo papel. El Congreso se opondría.
-Su libro dedica varios capítulos a analizar la
relación entre crecimiento económico y democracia, pero no acaba de quedar
claro qué vínculos de necesidad ve entre los dos conceptos.
-Creo que el crecimiento económico no es ni
necesario ni suficiente para que haya democracia, pero ayuda mucho a que se
produzca. En la práctica, puede haber crecimiento sin democracia, y a la
inversa. Pero lo normal es que el desarrollo económico amplíe las clases medias
de la sociedad, favorezca la educación y provoque un estado de “expectativas
crecientes" que habitualmente culminan en una transición democrática.
-En Iberoamérica, sin embargo, las transiciones
democráticas han ido habitualmente por delante del desarrollo económico.
-Si, los países que liberalizaron su política
en los 80 están tratando ahora de liberalizar su economía, como Argentina o
México.
-Y cuando ha sucedido al revés ha planteado
serios problemas de interpretación, como en el caso de Chile. ¿Como valorar que
una dictadura sanguinaria haya conseguido generar un “boom” económico?
-No es el único caso. Ocurrió también en España
o en Corea del Sur. Hay quien defiende que el autoritarismo. al no tener que
enfrentarse a una oposición política, puede concentrarse, con más éxito y más
contundencia, en cuestiones puramente económicas. A mi esta teoría no me vuelve
loco. Creo que el autoritarismo no es necesario en este caso y que las
democracias también pueden afrontar decisiones económicas muy duras. Es lo que
ha ocurrido en Polonia, donde se ha optado por una economía de "shock” con
pleno consenso social. Argentina es otro ejemplo.
-Patterson afirma que, mientras el modelo
estadounidense triunfa en todo el mundo, en E.E.UU. la gente lo considera
insuficiente.
-No estoy de acuerdo. El modelo democrático
estadounidense puede estar desprestigiado entre intelectuales, que practican un
relativismo muy fuerte, pero no para el pueblo.
-¿Cómo explica que sólo el 45 por ciento votara
en las últimas presidenciales?
-En EE.UU. la participación siempre ha sido
escasa, pero eso no implica que quienes no votan desaprueben el sistema.
Ocurre, más bien, que en la política de mi país no hay grandes diferencias
entre contrincantes. y en el fondo no importa demasiado votar por uno o por
otro. Cuando la diferencia sí es importante, como ocurrió recientemente cuando
David Duke se presentó para gobernador de Luisiana, la gente va a votar
masivamente.
***
El
hombre que quiso acabar con la historia
En verano de 1989, Fukuyama publicó en la
revista “The National Interest” un
artículo que tuvo amplia resonancia. En “El
fin de la historia” formulaba su tesis de que. al no existir ya
alternativas políticas viables a la democracia liberal tras el derrumbe del
comunismo, la historia, en sentido hegeliano, había acabado.
“Para mí
fue un misterio que el articulo creara tanta polémica -explica el escritor
en el bar del hotel Copley Plaza de Boston-,
Creo que llegó en un momento en que el mundo estaba atravesando por muchos
cambios simultáneos: los sucesos de China, la caída del muro de Berlín...
También pienso que fui mal interpretado: mucha gente creyó que yo afirmaba que
ya no habría más guerras ni conflictos sociales y esa no era mi intención”.
Fukuyama, sin embargo, ocupaba el enclave
adecuado para que su escrito encontrara audiencia. Doctor en Ciencias
Políticas, ex director de Planificación del Departamento de Estado
estadounidense, trabaja desde hace algunos años para la Rand Corporation, un
“tanque de cerebros" creado por la aviación de EE.UU. para elaborar
estudios de estrategia internacional. En Rand, el autor de “El fin de la
historia”, ha preparado informes sobre la URSS y. recientemente, sobre el fundamentalismo
musulmán para el Gobierno norteamericano.
Nacido en Chicago en 1952, de madre japonesa y
padre americano de ascendencia japonesa. Fukuyama no habla el idioma de sus
antecesores. Está casado y tiene dos hijos. Su principal mentor fue y sigue
siendo el filósofo Allan Bloom, con quien Fukuyama estudió en la Universidad de
Cornell. Autor de “El cierre de la mente
americana" (un “best-seller"
en los últimos cinco años). Bloom ha sido el más influyente teórico de la
necesidad de reafirmar la tradición occidental en EE.UU., puesta en la picota
por los partidarios del multiculturalismo.
***
La
profecía de López Rodó
En “El
fin de la historia y el último hombre" Fukuyama saca a España a
colación en varias ocasiones. En una de ellas cita la afirmación de López Rodó
conforme “España estará lista para la
democracia cuando la renta per cápita alcance los 2.000 dólares”. Y añade
Fukuyama: “Probó ser completamente
profético: en 1974, en vísperas de la muerte de Franco, la renta per cápita
estaba en 2.446 dólares”.
En otro capítulo argumenta que el Opus Dei y
sus tecnócratas laicos reflejaron “la
nueva conciencia de la Iglesia española en los años 50, tras descubrir que no
había conflicto entre cristianismo y democracia”, lo que en su opinión fue
uno de los factores decisivos para socavar la legitimidad franquista, “último exponente del conservadurismo
decimonónico europeo basado en el trono y el altar, el mismo que había sido derrotado
por la revolución francesa". También destaca el “importante papel” del rey Juan Carlos y el “hecho destacable” de que las Cortes franquistas aprobaran “su propio suicidio”.
"La
transición española es especialmente interesante -explicó Fukuyama a ‘La
Vanguardia”- Muchos autores, en los años
60. consideraban que la tradición católica incapacitaba a España para una
democracia estilo occidental, por contraste con los países protestantes
europeos, y que lo mismo ocurría para muchos países iberoamericanos. Tras la
muerte de Franco se probó que esto era una falacia y que España podía construir
una democracia similar a la de cualquier otro país.”
“Por otra
parte -añade- España presenta una
perfecta ilustración de la correlación entre economía y política, y demuestra
que el desarrollo económico puede ser muy favorable para la democratización de
un país.” De los actuales nacionalismos catalán y vasco, Fukuyama dice que
“el nacionalismo debe modernizarse, como
hizo antes la religión, y desplazarse a la esfera privada".
La Vanguardia, 9 de febrero de 1992, pp. 55-56
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