Carlos de la Rica |
Vanguardia en los años cincuenta
(Desde el ismo a la generación)
La
poesía anterior
Todavía
toca consignar un capitulo fuerte de la historia literaria la aparición de un
grupo de poetas filiados desde un principio al cobijo de dos revistas: El Pájaro de paja y Deucalión. Y fue esta vez a la Mancha a la que cupo el clarín y la
trompeta en lo que se ha dado en llamar «Generación
del 51» y yo, simplemente, denominó un tiempo pajarerismo. Una dulce e irónica escoba que intentó barrer la ganga del ambiente, las flores de
papel o de plástico de los jarrones más o menos oficiales, quitar la nieve de la
roca y de la tierra para que estas aparecieran tal y cómo eran y no de otra
manera. ¿Que es el pajarerismo? ¿Qué,
la Generación del 51? ¿Es una sola cosa o por el contrario dos distintas aunque
ligadas por el tiempo y la tendencia? Intentaré aclararme. Yo, desde luego,
opino que este nuevo ímpetu, que esta reciente tendencia era algo más que un
simple ismo. Es decir, que el pajarerismo
fue superado por la Generación del 51 o lo que es lo mismo, esta desplazó a
aquel, dándose en casi los mismos poetas que después, y con el tiempo,
alcanzarán su propia madurez o se perderán irremisiblemente.
Indudablemente
que la Guerra civil española divide en dos épocas cronológicas las letras
españolas. De un lado quedan generaciones y maneras; del otro, una novísima
preocupación que más que a la forma en sí, mira a los temas y al fondo y que no
obstante, traerá virtuosismo y perfección formal. En la barrera, en la línea
misma de esta división coloco, sin dudarlo, a Luis Rosales, a Vivanco. Se
entierro, se soterra - mejor -entonces, el surrealismo que volverá —como el
Guadiana— a aparecer más tarde en Aleixandre y en el Cernuda exilado cada día
más apoteósico y extraordinario, entonces, y hoy ya fallecido. Hacia acá de la
línea divisoria, terminada la guerra, la poesía humana de Leopoldo Panero, el
preciosismo de Ridruejo. El soneto llega a alcanzar perfecciones garcilasistas:
«Como un sueño de amor encaminado».
Será un puente de nombres, con sus arcos súdenos, hasta la revista Garcilaso
que congregó a poetas de vario empeño acordes en la cadencia del Soneto,
alcanzando cimas altísimas de perfección y llegando su empeño a catalanes, en
castellano, como Fernando Gutiérrez. Pero la perfección empalaga y hay que huir
de ella. Es el eterno afán de las constantes clásicas. Por eso se explica la
influencia del versolibrismo de Dámaso Alonso y, quizá su mayor proporción, la
de Aleixandre. La oposición de los años cincuenta ha de ser precisamente ésta:
el pajarerismo que cristalizará luego en generación. Es tanto corno decir que
el ismo fue superado, gracias a Dios, en la Obra Bien Hecha. (Uno de estos
poetas de Garcilaso —Federico Muelas— entrará de lleno en el nuevo sentido
rindiéndose al ismo. Será una especie de equilibrio y, cuando haya cumplido su
cometido, alcanzará otros caminos de inquietud. Como lo han hecho sus otros
componentes desembocando los más en la corriente realista de estos momentos).
El
pajarerismo
Año
histórico para la Poesía de España: diciembre de 1950, fundan en Madrid Ángel
Crespo, Federico Muelas y Gabino-Alejandro Carriedo El Pájaro de paja. Y se dejan llevar en fotografía a las páginas de
índice, pensativos los tres, las manos mezcladas como si pensaran que en ellos
estaba, al fin, la salvación de la poesía. Con once o doce años por delante de
este movimiento es más fácil llegar a un juicio acercado a la exactitud.
Estamos
en una época en que proliferan las revistas. Los poetas son más numerosos que
nunca. Revistas por todas partes. En mitad de ellas aparecen dos distintas, con
mensaje inusitado: Deucalión y El Pájaro de paja. Antes han aparecido
dos significativos libros de poemas. Es uno de Gabriel Celaya, inconformista y
extraño: se titula Las cosas como son.
Armará su consecuente revuelo. De Ciudad Real llega a la universidad un
muchacho lleno de ilusiones, con una voz intensa, da su libro Una lengua emerge: Ángel Crespo ha
empezado a tomar posiciones. Recuerdo mi primer encuentro con el libro. Fue en
un viaje a Madrid. Todavía frescos de tinta los versos; en casa de Federico
Muelas que me enseña el libro, con apariencias de cuadernillo, como si fuera ya
una reliquia, lleno de unción. Ha nacido una nueva poesía.
Tres
colores vivifican principalmente la recién estrenada bandera: la ironía, la
ternura, la ingenuidad. Cintas de colores unidas por el hilo de1a oculta trascendencia.
Allá en América corren parecidos aires; llegan los libros de Neruda que
inflamarán no poco. Pero sobre todo, el parecido existe si se leen versos en
portugués. Más que de una influencia se puede hablar de una coincidencia. Pero
acá la poesía es más europea; no pocas veces desaparecen —incluso— los
postulados meramente literarios y poéticos: se piensa en un hombre desamparado
y solo. Hay una preocupación social. Y como denominador común la ternura de
unos versos que engañan con su traje de ingenuos y que rezuman ironía
humanísima de la mejor ley.
En
el año 1953 escribíamos en un artículo, firmado al alimón por Florencio
.Martínez Ruiz y yo: «Con El Pájaro
de paja se inaugura una nueva poesía de
mensaje cálido y humos de trascendencia, una poesía de pretensiones
paradisíacas de mundos vulgares, la exultación de lo cotidiano —igual que la santidad—
al plano de lo poético, una poesía emocional que parte de la carcajada y del
ridículo al trampolín de lo institucional e inefable. Lo que sucede es que El
Pájaro comenzó riéndose a carcajadas y de repente se quedó muy serio: había
acertado un camino y éste era el verdadero y autentico que necesitaba la
poesía.
El
Pájaro de paja es, sencillamente, una
carta o un telegrama urgente casi siempre para las bufonadas de sobremesa. Es
pirueta, desgarro si se quiere; algo estridente, chirriante como una golondrina
de callejón de pueblo, que esto misino lleva una ráfaga —negra o rabiosamente
blanca— de verdad y calidez humanas. Una calidez con los pajonales
consiguientes a toda ventolera; con algo de rugido humano encelado, con algo de
bostezo. Su temática es la pretendida trascendencia de una humanidad en su
doble cara de ternura y de ironía».
¿Era
esto cierto? ¿Es esto así? Salvo pequeñas discrepancias que hoy pueda tener con
lo escrito ayer, no dejo de pensar lo mismo. Frente a un neo-clasicismo
empalagoso y desvirtuado había que oponer el desgarro, la ironía. Frente a una
poesía deshumanizada y pura, el humanismo vulgar y corriente del hombre que se
rasca porque le pica. Frente al preciosismo y la palabra detonante, el
disparate gracioso y los temas con honda v sentida raíz humana. Frente a la
pirotecnia de la imagen, lo cotidiano y sugerente.
Su
justificación
La
Poesía está en trance de estancamiento. No quiere esto decir que haya muerto o
agonice, ni siquiera que haya poca calidad. Porque hay poetas buenos. Por estos
años, precisamente, está dándose un nuevo fenómeno, el acercamiento de los
temas a lo religioso. José María Valverde publica tres o cuatro años antes Hombre de Dios y en los años cincuenta
aparecen en tromba los poetas de hábito talar que acaudilla la revista romana
Estría. Pero la forma poco difiere en verdad. La influencia de Aleixandre, por
otro lado, es tan poderosa que los jóvenes se ven inmersos en ella ahogándose
en las aguas de sus versos. Finalmente, el tremendismo
hace su aparición y en la vitrina del poema se grita y desespera a conciencia.
El existencialismo filosófico, que es
su padre, está de moda y se lee a Sartre y a Camus como si fueran profetas de
una salvación en rueda. La literatura de vanguardia francesa, sin embargo, no
encuentra entre los más jóvenes ninguna voz autentica capaz de interpretarla. Y
en el tremendismo, Blas de Otero es
la única tentativa con suerte.
Temas
religiosos, desesperantes o manidos, se reparten las soluciones y respuestas a
la inquietud poética. Pero el problema del lenguaje, del mensaje de la química
poética de la imagen y el verso nada importa o no se logra por los caminos del
conformismo. He aquí la mayor virtud del pajarerismo, que trac un batallón de
iconoclastas e inconformistas y aun irredentos o demagogos del verso. Porque
para salvar la poesía del cansancio y la fatiga hay que intentar verdaderos
nuevos caminos. Si luego los poetas que han quedado en pie se cuentan con los
dedos de la mano no es culpa del ismo y sí de los mismos poetas que han caído o
han sido cobardes y abandonado el campo de batalla.
El
cambio de perspectiva es insoslayable. Imagen nueva, temas abandonados hasta
ahora, un ruralismo latente y preocupado, adquisiciones, huir de la rutina,
buscar un vehículo desusado. Medios a su alcance, ciertamente han de ser todos
los que bordean la misma inquietud de vida y lo terrible para lo poético es que
el prosaísmo ha de ser uno de ellos. El miedo de incurrir en lo mismo que
incurrieron los demás destruirá, quizá, los mismos esfuerzos para ser
originales. Para redimirse del peso de los viejos no es, precisamente,
sacudirse de ellos lo mejor, sino llegar a las últimas consecuencias a las que
ellos no supieron llegar. Me aquí, en mi modo de ver las cosas, cuál fue la
importación capital de Ángel Crespo. Él fue irrevocable en su frontera y es el
más genuino representante de esta generación; su casi creador que hizo dar su
do de pecho al ismo y que lo superó librándolo, al fin del mismo pajarerismo.
Las
consecuencias de esta lucha no se retrasaron, porque hoy la poesía, consciente
o no, bucle de otra forma gracias a esta aportación. Y su novedad nadie será
capaz de negarla. Esto es bien cierto.
Ángel Crespo en el Campamento de Robledo
cumpliendo el Servicio Militar.
|
Los
poetas
Sus
representantes lo mismo se pueden reclutar en los años cincuenta que en los
treinta. Celaya y Muelas son poetas mayores, lo mismo que lo es Labordeta.
Existe, desde un principio, un desprecio por los nombres consagrados, lo que
cuenta es la obra, el poema que ajuste perfectamente a los postulados
pajareros. Y no quiere decir, como es muy comprensible, que todos los poetas
que escriben ocasionalmente dentro de
la tendencia y han colaborado dentro de estas revistas tengan que ser citados
aquí ahora. Ni que los citados más abajo
todos sean lo que se dice puntales o importantes.
El
grupo más joven está formado por Ángel Crespo, Carriedo, Antonio Fernández
Molina, Casanova de Ayala, Manuel Pacheco y yo. Luego añadiremos a Leyra, Fernández,
Arroyo, Fuga, Ángeles Fernández. Prudencio Rodríguez, Iglesias, Fernando
Calatayud, Gloria Fuertes y Chavarría Crespo. No se admitirá a otros, aunque
vengan las rencillas. Dirá uno de estos rechazados: «... la cotidianidad, la ruralía, el hastío y el aburrimiento son musas
que encandilan a estos poetas».
Pero
no se hacen las cosas por arte de birlibirloque ni por generación espontánea.
El movimiento ya se percibo en un poeta manchego, maestro de escuela, al que Ángel
Crespo tuvo una devoción especial: Juan Alcaide, muerto poco después de los
primeros brotes pajareros. A esto, arrimar el automatismo de Neruda, los
últimos escarceos surrealistas de Labordeta. Juan Alcaide es ciertamente un
poeta ruralista, por sus temas y por su extrema expresión.
Ángel
Crespo va a definir las características que conglutinan a todos estos poetas:
«En lo humano un desprecio absoluto por las buenas posiciones literarias y las
consagraciones oficiales». Es una protesta a una preconcebida y consagrada
oficialidad en aquel entonces madura en los congresos a uno de los cuales —el
de Salamanca— asistió el propio Crespo.[1] Y no se buscará ninguna
cima, aunque en la realidad ésta se ve pronto.
Hay
una preocupación: «...hacer la poesía que
exige nuestro tiempo con sus problemas, angustias, alegrías y descubrimientos
peculiares».[2]
Existirá asimismo una tendencia hacia lo pictórico digna de anotarse a la hora
de la consignación total.
La
procedencia de estos poetas se centra en la Mancha principalmente; pero esto no
excluye otras aportaciones más o menos pasajeras. La cordialidad y amistad de
estos poetas será interesante consignarla en la correspondencia epistolar. Yo
conservo una buena e importante colección de cartas con opiniones, muchas veces
de unos sobre otros.
Nace
la tendencia con el propósito decidido de salvar la poesía. Como todos los
movimientos revolucionarios, con más o menos extremismo. Y llega a engendrar
una obsesión, por otra parte no exenta de sinceridad auténtica. Y, en algún
caso, de pedante petulancia.
El
triunvirato
Recuerdo,
con verdadera ilusión todavía, el pase o carta de presentación que Federico
Muelas me dio para Crespo. Decía: «...con
Carlos de la Rica, además de presentación de uno de nuestros fieles devotos, de
los que saben que Deucalión, E1
pájaro, etc., han introducido una nueva
manera poética llamada a desterrar todos los modos y modas en uso para
desprecio de la verdadera poesía. Es seminarista y ha fundado en Barcelona una
nueva revista. Yo quiero que pilote aquí [en Cuenca] Gárgola, un título más en la serie pajarera... A mí
me interesa sobremanera que a un mundo religioso vaya llevando día a día
nuestras creencias estéticas. Repito que es uno de los más fieles de esa
generación de hombres con cara de niños —como Fernández Molina— que son los
auténticos enfants terribles salidos
de los monstruos que afortunadamente Gabino, tú y yo somos». Creo que
merece la pena la cita. En cierta forma, aquí está definido un gobierno, un
triunvirato, y el pensamiento sincero de, al menos, uno de los componentes del
trío rector del Pájaro. La tríada del
pajarerismo, está en marcha. Ya decíamos Martínez Ruiz y yo en aquel artículo
aludido: «E1 Pájaro pía y chirría
fundamentalmente por esa tríada que tiene al notar común de la ironía, de la
ingenuidad y de la trascendencia sugerente».
La
brillante carrera de los tres capitostes, de los tres directores de la revista,
se ve jalonada por el triunfo y el escándalo. Y no puede hablarse de un
agotamiento posterior y forzado porque hayan desaparecido después de la poesía
como tal triunvirato. Fijándonos bien, cada uno buscó su otro mundo y él se lo
gobierna y rige. En cada época los poetas juegan sus dados colectivos o
solitarios, su cara o cruz; en esta edición del 51 la geografía se va
delineando poco a poco. Aparece primeramente formando un solo continente,
compacto. Después se van desprendiendo los unos de los otros y cada uno hace
florecer o aparecer su propia launa o flora. No fue muy numerosa la generación
en nombres. La tríada se presenta con un afán de renovar, de dar nuevos y
terminantes cauces a la poesía. Cada uno de ellos tiene su recia y sonora
personalidad independiente, si bien se mira y se estudia. Federico venía con
una experiencia brillante, aureolado de triunfos, sonetista admirable, delicado
canzonetista, profundo poeto. Ángel Crespo era la virginal transparencia recién
estrenada, la fuente que a borbotones origina el arroyo y la corriente. Él,
como Muelas, dio origen al lago interior del continente, dio agua fertilizadora.
Gabino-Alejandro Carriedo, pasión huracanada, descargó su precioso líquido en
el ritmo, en la cadencia, en el sonido cantarín del agua: y su poesía engrosó
igualmente el lago. Después, cuando ya la baja meseta central estuvo llena,
despertaron los tres, ríos distintos, copiosos y jugaron a escaparse de nuevo.
Federico se marchó a otro mar, Ángel y Carriedo caminaron paralelos —lo hacen
todavía— hacia la opuesta vertiente.
Gabino-Alejandro
Carriedo es un lírico de la sintaxis. De otro lado, hay en él una preocupación
soterrada por lo trascendente. En sus correrías de bares y tertulias dejará
asombrados a los que le lanzan el desafío del soneto.[3] La influencia de los poetas
brasileños le une al navío de las recientes consignas. Traduce y vive aislado
en su barba de landrú cuidando la jaula del Pájaro. Es arrollador y
pendenciero. Publica Del mal el menos.
Hay en él algo de angustia, adobada —eso sí— de una cierta ironía. Se estremece
uno ante el proceso revolucionario que siempre, en último instante salvará la
poesía. Descarnado, partiendo de lo vulgar, combatiente, desconcertante, llegó
a un inédito o poco buscado o gustado.
... no entiendo que hay un hombre
sentado en esa puerta ni que hay peces por dentro de los ríos...
Se
llega a planos insospechados donde el péndulo marcha veloz o lento, desmintiendo
lo recién declinado, afirmando o negando según a pelo venga.
Y
aquí tenemos a Ángel Crespo con sus calidades telúricas, sangre y grasa y barro
para pintar horizontes y hacer brillar soles, disimulando la emoción. Una
lengua emerge. Bien lo pudo decir. El valor surrealista se ha polarizado en un
ruralismo sin engaño y sincero. Crespo es un poeta telúrico. Lo lie dicho en
alguna ocasión: «Un nuevo Anteo. Crespo
es el nuevo Anteo que de la tierra recibe fuerza, pero de una tierra desnuda y
pura, tierra trigueña y con hombres con sus problemas y su mensaje».[4] La Tierra será el terciopelo
que sirve de alfombra a las palabras mágicas de Ángel Crespo.
Tampoco
se queda en sus nubes Federico Muelas. Pero Federico ama las cimas altas y las
selvas. .Sus versos serán, unas veces, como los bosques de pinos interminables;
otras se extenderán buscando un especial paraíso donde las palabras lo .sean
todo, tengan valor de universo. Lógicamente su puesto no debía estar aquí; pero
él tiene el alma a punto, siente la necesidad del inconformismo y la protesta.
Vocea sus arengas, escribe sus virulentas subversiones, acarrea -como una
necesidad biológica— todo lo que de reciente crea su expresión.
Este
es el trío. Y en ellos, en su anarquía de apariencias, en su juego civilizado y
fino, donde no son neutrales ni la ironía, ni el sarcasmo, brotan todos los
juncos y flores más extraños. En el último proceso, la fuerza misma de su vida
los dislocará y echará a andar sus trochas distintas. No importa, porque los
años cincuenta son suyos y nadie se los disputará.
«El Pájaro de paja» y «Deucalión»
«Con
puntualidad llega un pájaro de paja a golpear los cristales del balcón. Pájaro
de alas plurales -tiene seis-, se planta, descarado, ante nosotros y se pone a
cantar su canción de letras». «Ya su voz acuden los poetas por senderos entre campos amarillos a punto
de siega, con la espiga sumisa que se le ofrece, y ellos, ironía, cuando
decantan el mejor grano de espíritu y se sueltan al azul convertido en ave
lírica, le dicen al filisteo que es paja, solamente trenzado crujiente y áspero
lo que destella tornasoles». Así saludó Tomás Borras la aparición de El Pájaro de paja en el diario Pueblo. Yo creo que muchos tomaron a
broma, broma descarada, el nacimiento de esta revista. Con El Pájaro se pretendía otra cosa: volver por los fueros de algo muy
elemental, la autenticidad. Y, como en el reinado de Isabel y Femando,
podríamos ya decir que tanto monta una como el otro, es decir, tanto monta El Pájaro como Deucalión. En cambio por ser el pájaro ave volandera lo tomamos por
bandera inevitablemente.
CARLOS DE LA RICA
Papeles de Son Armadans (La doctrina escondida), Año X, Tomo XXXVII.
Núm. CIX,
Madrid - Palma de
Mallorca. Abril, MCMLXV pp. II-XVII
[1]
Ocurrió allí una graciosa anécdota que relata Correo Literario en su
número del 13 de agosto del 53, nº 78: «Uno de los congresistas (Montesinos),
sitiándose gracioso, le preguntó (a Crespo) con aire ingenuo: « ¿Deucarión es
una revista de poesía o la marca de un insecticida?» A Crespo le hizo tan poca
gracia la ingeniosidad que respondió así: «No vas desencaminado: es un
insecticida de lo mala poesía... Y habrás observado que no te la envío.
Agradécemelo».
[2] Pertenecen estas palabras a una
entrevista que se le hizo a Crespo en Mandarra
y que firmó Rebordao Navarro. Era ésta una revista portuguesa de tono menor,
pero muy adicta al movimiento pajarero.
[3] Recuerdo vagamente la anécdota
ahora. Molestado Carriedo porque haría versos sin rima, hizo un soneto del
ciclista en menos tiempo del que el propio se había señalado. Ocurrió esto en
una tertulia y creo que lo relató Julio Trenas en una de Sus habituales
crónicas.
[4] Cuadernos Hispanoamericanos
-Mitología del hombre Crespo- nº 148. págs. 112-15.
No hay comentarios:
Publicar un comentario