martes, 2 de mayo de 2017

Carlos de la Rica sobre la Vanguardia poética de los cincuenta (II) (Papeles de Son Armadans , Mayo 1965)


Pilar Gámez Bedate, Carlos de la Rica y Ángel Crespo en Carboneras de Guadazaón
Vanguardia en los años cincuenta

(Desde el ismo a la generación)

(Continuación)

Chicharro hijo y Carlos Edmundo de Ory[1] soplan ilusionados el primer vuelo. Acababa de ser lanzada al viento, bien visible y alta, la cometa de todos los escándalos farisaicos del momento. Se pueden echar a temblar. Poetas con una trayectoria definida ya, expresarán su fervor con la moda del volátil. Mordiente, emborrachando la voz de líricas sugerencias, el chirriar del pájaro anuncia su felicidad completa. Reenganche de Celaya y Juan Eduardo Cirlot; aparición de Antonio Fernández Molina. Monte arriba [2], Félix Casanova de Ayala escala la cima para jugar con su espejo y llevar y traer la luz del sol a los ojos del pájaro: como un rayo, la aurora que alfombra las colinas, la voz desolada y sacudida de Miguel de Labordeta. En agosto del 51 la pata derecha del pájaro lleva un lazo negro: ha muerto Juan Alcaide Sánchez. También le tienta al maestro Eugenio D’Ors el espejismo a sinfonía bajo el murmullo del árbol donde descansa el pájaro. Se calienta el celo de la gacela paciendo en la garganta de Manuel Pacheco. Lucen los girasoles de Gloria Fuertes que ofrece sus granos al animalillo de paja. Abre su despensa Leyva Fernández. Yo -«piccolo abattino encuadernado en Cuenca»— edito mi vuelo en las alas doradas [3]... Y el pájaro desaparece para siempre en su jaula, que se cierra violenta.

Imposible olvidar al rey Deucalión, lanzando piedras tras su sombra, apenas recogidas, las aguas del diluvio. El monarca de Ovidio y su fábula resucitan en Ciudad Real, en la palma de la mano de Ángel Crespo. Y, como corresponde a un rey, su ropaje será de sedas y oro. Deucalión no es de papel de estraza, amarillo y basto[4]. Deucalión protege magnánimo, con igual deferencia, las artes y las letras. Crespo la cuidará solícito. Nace con un reto. Hay que formar, hacer nuevos poetas. «Reunimos aquí los deucalónicos frutos. Queremos dar a la luz en estos cuadernos todo lo que trascienda sentido salvador. Porque ya están bien cincuenta años de diluvio»[5]. Pero su ropaje será la pulcritud y la elegancia. Vamos, una revolución a la inglesa. Once números trimestrales puntualmente servidos. Los nombres han sacudido desde los cimientos el viejo edificio y la sacudida ha llegado a todos los puntos.

Con la desaparición de estas dos revistas, el panorama se queda como huérfano. Pero la infancia de una generación cobra madurez cuando desaparecen los andadores. Los libros suceden a las revistas y algunos de ellos son autenticas revelaciones al catador de poesía.

Pero no se ha escatimado nada. Y, aun antes de su desaparición, comienzan a salir al aire los huevos del pájaro, a cobrar vida las piedras del rey Deucalión. Nuevas revistas que siguen el carril. Y de igual suerte que las revistas se da lugar a la colección de libros. Como lo haría incansablemente Doña Endrina.

Los huevos de pájaro o las piedras del rey Deucalión


El ave de paja, indiscutiblemente, dejó sus huevos. El famoso rey Deucalión, el Noé de la fábula de Ovidio, lanzó a su espalda las preceptuadas piedras para que de ellas nacieran seres vivos y pensantes. Y se hizo el milagro cotidiano de la vida: de los huevos salieron nuevas aves; de las piedras, los dioses consintieron el nuevo linaje humano.

Bella y diminuta, asomó su coquetería al balcón de la imprenta Doña Endrina, del brazo de Antonio Fernández Molina, maestro nacional heroico de pueblos y villorrios. Su filiación traía origen de la Alcarria, su nacimiento lo registraron en Guadalajara. Y luego, humildes y sinceras, pobres pero orgullosas, Trilce y los Pliegos sueltos, iluminadas por la ilusión de Leyva Fernández y Suárez de Púga. En Barcelona, al borde del mar, con leyenda de personaje homérico, profetizó y adivinó Haliterses, de Calvo Alfaro y Escoda y que pilotamos Alfaro y yo. Y, en Cáceres, Prudencio Rodríguez. Iglesias y Berzosa moldearon el barro y dieron vuelo a Arcilla y Pájaro, de aquí la siembra. De El Pájaro de paja, Deucalión y estas revistas nació la Generación del 51.

Trilce apenas pudo honrar a César Vallejo Trilce. Tan corta fue su vida. Doña Endrina —con su orla de hojas coronando el título que dibujó Madrilley— alcanzó los seis números. Olía a miel de Alcarria, de esa buena miel de romero y flor de monte. Heroicamente nació y así murió. Luego dejó como heredera a una larga colección donde han publicado libro numerosos poetas, en general de poca trascendencia.[6]

Arcilla y Pájaro, que, había aparecido tiempo atrás con poco vigor, se convirtió en su número cinco en una magnífica pizarra a letra y dibujo. Casi diría que fue una antología reducida del grupo, un número de Deucalión con diferente nombre. Allí escribieron sus poemas y dibujaron Mathias Goeritz, Crespo, Pinillos; Lagunas, Fernández Molina. Gregorio Prieto, yo, Requería, Gloria Fuertes, Manolo Pacheco, Félix Casanova, Laguardia, Madrilley, Labordeta, Carriedo y otros, casi completo, a excepción de Muelas y Celaya, todo el grupo de la Generación del 51.[7]

El pajarerismo de Haliterses fue sui generis, digamos que un pajarerismo mediterráneo, con sabor a sal marina. Era, mía, pero quien puso su fuerza y su amor en ella fue Calvo Alfaro que murió en el año 1956. Era una coincidencia que sorprendí en el grupo de Escoda y de Alfaro, que era ya mayor, con su pinta de lord isleño y que se plegó maravillosamente a mi entusiasmo. Haliterses fue un hueco que se intentó llenar, pero que no se logró del todo por mi pronta partida del grupo. Mi intención primera fue, incluso, llegar a un entendimiento entre los poetas de habla catalana y castellana que hubiera sido un precioso paso mirando al futuro de la poesía española, rotas las incomprensiones tontas por las dos partes. Desde luego algún poema en catalán publicó.

Es muy probable que la línea seguida por cada una de estas revistas está más o menos de acuerdo con el trazo propuesto; pero, indudablemente, siempre se procuró una estrecha fidelidad al canon pajarero. Estamos recordando una época heroica donde no pocas veces el silencio hizo de telón espeso propicio a la incomprensión. Fueron años, igualmente, en que aparecían y desaparecían revistas. Casi todos ellas acogieron poemas de esta tendencia. Y es justo referirnos a un poeta. Rafael Millán, que sin procurar ser del movimiento, hizo mucho por él con su aportación personal como impresor o preparador de muchos libros y de casi lodos estas revistas.[8]

Ángel Crespo, Ory, Cela y María Luisa Madrilley
en la galería Buchholz de Madrid en 1948.
En casa de Madrilley y las tertulias de Ángeles

Pombo, el Café Gijón, el Trascacho, Sésamo... en donde poetas y literatos se han conocido y conversado, discutiendo, peleándose y saliendo muchas veces tarifando. Pero esta generación está tocada por otra preocupación más expuesta, casi conspiradora. Por eso desdeñará los cafés y salones. Y tomando simplemente su té y sus pastas en la terraza del piso de Maria Luisa Madrilley, entonces novia y luego mujer de A. Crespo. No puede uno olvidar fácilmente aquellas entrevistas, casi siempre con la prisa del tren en los talones, en donde todos queríamos leernos nuestros poemas.

En torno a un viejo piano y tomando por campo de batalla la casa toda, las tertulias cobran olor de emoción en lo morada de Ángeles Fernández, nieta de ilustre compositor de zarzuelas, ya bastante mayor, y que ofrece generosamente su ático a la pléyade de poetas. Allí se recitó, se habló de todo lo divino y humano, pasaron seres extraños, bailarines, pintores, artistas. Pronto se convierte en el hogar de todos donde todos cuelgan sus cuadros y dibujos y toman el té echados en la alfombra de la sala a la manera mora. Fue como un minúsculo cenáculo parisino. Nace allí la colección de libros de Deucalión, donde Ángeles Fernández misma y Chavarría Crespo dan a conocer sus versos. Ahí se desecha o se admiten amigos; se les da pase o el cierre definitivo. Ilusiones, sueños. Junto a ese viejo, museal piano está la emoción conmovedora de innumerables muchachos que acuden al piso de Ángeles con la esperanza de un espaldarazo.

Hasta que un día se termina todo. Ya se conoce que no hace falta aire. Todo está escalado y gustado... En su sencillez aparente, se han ido almidonando las fatigas de los vulgares contertulios inevitables; el paisaje humano esparce su melodía. Pero allí se habrá consolidado el pedestal y la diestra dura de los triunfadores. Manifiestos y sueños. Se han ceñido coronas de laurel y se han marchitado otras. De todo el bosque de amigos trasplantado y llevado de acá para allá por Gloria Fuertes, quedan ahora hojas otoñales esparcidas por el suelo.

En casa de Ángeles Fernández se hizo belleza; fue la maravilla de un salón que nada tenía que ver con un salón. Se maduraron los últimos números de Deucalión y Doña Endrina, el 5.° de Arcilla y Pájaro. Pero hoy el polvo lo invade todo. El mundo aquel acabó como terminan las cosas de este mundo: perdido su objetivo, las cosas apagan su iluminado interés. Y parten decididas al desván de los recuerdos. Y con la brevedad de las tertulias colgaron sus colores no pocos. Acababan de aparecer, al fin, las cimas de la generación. Ya no eran todos iguales.

Gabriel  Celaya joven.
Gabriel Celaya

¿Cómo diría yo que es Gabriel? Desde luego no es un arcángel celestial, un mensajero divino; quizá un iluminado terrestre, una especie de apóstol social. Su poesía da la impresión de una soledad, masas hirientes, tirantes, animadas por un trascendente y vital lirismo. Parece que tuviera el empeño de desenmascarar a imbéciles y cretinos sátrapas del capitalismo. Hay una imperiosa vocación, un elemental son conseguido por sus asonancias obsesivas. A veces intenta anonimarse en la muchedumbre; mas, por ventura, él en todo momento llama la atención correspondiente con su perfil violento y su inconforme alma.

Celaya fue una especie de astro independiente en el ismo. Traído a la generación como si fuera un precioso hallazgo. Venía, emigrado de la suya porque su canto desbordaba ya. Y es como esos ríos que cuentan sus secretos a los huertos y se escapan siempre hasta dar en su destino final cortado únicamente por el mar y la muerte. Las cosas corno son era muy distinto a todo lo anterior. La prosa cotidiana de la vida alegremente enjuiciará su musa. En el fondo Celaya es un atormentado que quiere disfrazar su sentimiento en la brusquedad del prosaísmo que, a fin de cuentas, viene a ser un inteligente alto en el camino. Socializar, como ahora se dice. No nos podemos detener en sus libros, tan numerosos y desiguales. En enero del 54 publica Paz y concierto en la colección del Pájaro. Hay en él un secreto afán de dar al pueblo un camino único para un futuro previsible y que le lleva a derivaciones panteísticas. Sinceridad ahogada en amargura. Esperanza irónica, refugio de paz en medio de, una música de concierto. Él en el todo; pero él —a pesar de él— en todo momento porque la personalidad no puede jamás faltar y vive y palpita y simboliza el latido universal de la sangre.

Gabriel Celaya contribuyó a proclamar con fuerza la variedad infinita, la gama riquísima de esta generación del 51 que va desde las formas oraculares y cósmicas basta los soterrados fondos del subconsciente, desde los planetas hasta la tierna solicitud de la hormiga. No se le ha hecho justicia como se merece, porque difícilmente fue tan universal el abrazo que los poetas españoles ofrecieron al mundo

...No busco la alegría; busco el terror supremo.

Buena confesión que sirve a las mil maravillas para encender la lámpara. La ruta del poeta, humana hasta sangrar, como una lluvia de lava ardiendo. La musa de Celaya[9] nos trae el recuerdo de un Unamuno atormentado y seco.

¿Acusar al poeta de contertulio de la desesperación? Dios me valga. No es eso precisamente. Él ha dicho: «Cantemos para todos los que, aun humillados, aún martirizados, sienten la elevadora y combativa confianza propia de los plena, hermosa, tremenda y casi ferozmente vivos». Y añade: «No vayamos hacia los demás para hablarles de nuestra particularidad».

Gabriel Celaya es, desde luego, un poeta de los que dejan grabada en fuego su pasión. Por terrenos resbaladizos, ha sabido mantener firme su estatura y contemplar la belleza. En su jardín crecen las mejores flores con los cardos altos y molestos del campo. Celaya es a la generación un extraordinario adorno.

Federico  Muelas en plena Semana Santa
El reino de Federico Muelas

Volvamos ni trio, a la tríada pajarera. Desde luego, no es tierra gredosa la de Federico. De bronce duro y coruscanta son sus versos. Catorce títulos, catorce libros tenía en su haber Muelas a los que enriquece con tres títulos más —Postigo a la sombra, Ardiente huida y El libro de las arengas—, que están de lleno en la corriente. Muelas busca la plasticidad del disparate. Viene a ser como un astro de amanecidas deslumbradoras y roncos atardeceres. Contador y catador de los instantes ocultos, centauro colegial que insistente se pierde en la fronda del hallazgo y luego sale al aire revestido por completo de lirismos acuciantes. Su leitmotiv es el verbo por el verbo, la poesía buscada en la esencia misma de la entrañable palabra:

Acontece
 porque el reloj se para cuando lo dejan solo;
 porque el enterrador maltrata a los murciélagos;
 porque el pez más delgado sortea los murmullos;
 porque la sinfonía apesta a corazón.

Disfruta de veras en la búsqueda de la sorpresa. Para él —conocedor como pocos de la magia del verso— todo obedece a una fiebre de lirismo. Hay que cantar como canta el grillo, simplemente porque está ahí, en mitad del campo y hay que alegrar la noche, perderse en la belleza sin sentido de cualquier dado de la suerte Para eso ha nacido poeta. Quizá nunca, ni en sus ardores más jóvenes, se sintió más a gusto.

¡Ya viene, el vino! Llega como tormenta o toro
por encaladas calles de pausas y de gritos;
ya viene con morados terciopelos cambiantes
y un frío de honda cueva que sacudir quisiera.

No he dicho que otra aglutinante propia de muchos de estos poetas sea una especie de « gongorismo» movido e inquietante, de caliente cosquilleo. Lo vemos en Casanova de Ayala, en Crespo... En Federico Muelas. Oprime en sus manos los cristales que él convierte en preciado diamante con el calor de su fantasía desatada. Lo importante es no dejar el camino:

No apaguéis el instinto desandando lo andado.

...pero la vida manda y se deshacen las cosas. Otras trochas, porque el corazón del poeta es andariego e inquieto, le reclaman. Y deja la aventura que le divertía y a la que no se entregó por completo. De todos modos en la trayectoria poética de F. Muelas, este momento es ciertamente, si no el más importante, sí el más interesante. De esto estamos bien seguros. Muelas es a la generación del 51 lo que Cocteau a la poesía francesa.

Gabino Alejandro Carriedo.
Gabino Alejandro Carriedo: casi un continente

No se sabe con qué carta quedarse u la hora de juzgar la poesía de Gabino-Alejandro Carriedo[10], hidra exultante o llamativo espantajo. Cualquiera tiraría por el camino de en medio, que ciertamente, es el más fácil. En otra ocasión, quizá con música de objetos ásperos, dije de él la temible palabra: «cínico» como si el cinismo pudiera ser algo positivo. Pero ya no me puedo volver atrás; quiere esto decir que a la poesía de Gabino yo le doy el pasaporte de humanidad para que pueda viajar libre por los polvorientos caminos de este, mundo «compuesto de animales». Cualquier saltamontes, renacuajo o pez tiene, lugar en su mundo. Si la sintaxis es su agua y su río o su mar o su música, eso es otro cantar. Busquemos siempre humanidad, que la tiene, y mucha, quién fuera tornero y marino y periodista. El ciclo de la poesía de estos años asoma incesante, en su caligrafía de aristócrata del limo y la chaqueta color ternura: en contacto continuo con la intuición:

Intactos levemente como esa espuma tuya,
los gatos reverencian tu mítica laringe
[11]

Fluir de planta in crescendo, imagen gongorina para volverse llena de pánico cuando canta:

Por eso tiembla hoy la Humanidad cuando habla...[12]

Quizá el propio se defina al decir:

Una rosa pintada puede ser un enigma[13]

Carriedo ha estado inmerso, desde los años cincuenta, en la vanguardia guardando, por otra parte, celosamente los postulados pajareros de los que hizo documento de identidad poética. En el fondo de su obra hay un llanto, un alegato de inconformidad. Sólo con buena fe, porque a Carriedo le vienen muchas cosas, fórmulas en que se disuelve una gran dosis metafísica. Es lo que, visto en una originalidad de signo y forma, sume su mensaje en un pozo de trascendencia de la que todavía muchos no se han dado mucha cuenta. Venga de donde venga, su sarcasmo e ironía, la sátira de Carriedo, sui generis, abre una trayectoria marcada finalmente y, al cabo de los pasos, en lo social y realista.

CARLOS DE LA RICA
Papeles de Son Armadans (La doctrina escondida), Año X, Tomo XXXVII. Núm. CX,
Madrid - Palma de Mallorca. Mayo, MCMLXV pp. XXXIV-XLVIII

V.Carlos de la Rica sobre la Vanguardia poética de los cincuenta (I) y (III)

[1] Tanto Ory como Chicharro intentan dar al pájaro un aire de postismo; pero era tan viva la fuerza misma del nuevo sesgo que el fracaso postista tiene solamente un eco apagado en la construcción sintáctica. Ory, por otra parte, no colaboró más que en el n.° 1. Más adelante volveremos sobre ellos.
[2] Doy aquí juego con los mismos títulos de los poemas de cada poeta publicados en El Pájaro.
[3] De mí poema a Ezra Pound del n.° 10.
[4] Con intención se buscó en la impresión y presentación del Pájaro un cierto formulismo de humildad; el papel empleado siempre fue de calidad baja en contrapartida del empleado en Deucalión cuya impresión y presentación podemos calificar de lujosa.
[5] Del prólogo del n.º 1 de Deucalión.
[6] Así anunció A. F. Molina la aparición de su revista desde las página» de Deucarión 2: «Su propósito es colaborar eficazmente con esas pocas revistas que han dado los primeros pasos por el mundo y empiezan a demostrar que podemos ganar muchos cosas para la poesía. No me importa ni la pirueta, ni la línea recta, sino el resultado, Colaborarán tantos poetas cuantos pongan en mis manos un buen poema o una evidente promesa de redimirse. Ni los hombres hechos ni los deshechos, interesan por ellos mismos. No descarto las posibilidades de equivocarme, pero no tengo otra intención que la de servir a la belleza. Ni una gran popularidad, ni un éxito fácil, importan. Por el momento el afecto de unos pocos es suficiente, más tarde vendrá lo que viniere. Con levantar un nombre y salvar un poema me. considero bien pagado. Nada más basta que nuestro conocimiento sea directo,»
[7] Esta reseña del número fue publicada en Poesía Española, n.º 25 (Enero, 54):... «Esta revista de reducida y modesta presentación hasta ahora, lanza un lujoso número de pliegos sueltos en amplio formato y varias hojas de dibujos, encarpetatado todo ello en cartulina que ilustra Gregorio Prieto. La publicación de Prudencio Rodríguez y Jacinto Berzosa, entra, por sus colaboradores más destacados en esa línea de revistas como El Pájaro de paja, Doña Endrina, Trilce, entre las cuales se adelanta en importancia la manchega Deucarión, de Ángel Crespo, cuyos retrasos lamentamos...»
[8] Es casi nula la aparición de elogios a estas revistas en las reseñas de otras revistas literarias, por eso recogemos alguna alusión que mucho supone en esta concesión. De El Pájaro de paja se dice en el n.º 28 de Correo Literario, pág. 8: «Espléndido esfuerzo el de los componentes de esta empresa, que ofrece en breves cuadernos una muestra del ingenio y la capacidad de los poetas jóvenes. (Hace referencia al n.º 4). Merecen las más positivas ayudas para que persistan en la tarea emprendida, que es digna de loa y ejemplo.» Igualmente se extiende en elogios Correo en su n.º 40, pág. 8; terminando con esta significativa frase: «¿Por qué no hace Carriedo una antología de la poesía moderna?» Refiriéndose Correa Lit. (n.º 23, pág. 8) a Doña Endrina: «.Su contenido (nº 1), desigual y vario, tiene, no obstante, el entusiasmo y despreocupación de la gente moza y de quienes intentan superar estilos y conceptos. En el n.* 58 —Correo Lit.— dice de Deucalión: «Complacidamente registramos el visible enriquecimiento en extensión c intensidad de estos cuadernos (n.º 6) que nos llegan desde Ciudad Real, dirigidos por Ángel Crespo...»
[9] Sabido es que Celaya usa corno heterónimos a Rafael Múgica y a Juan de Leceta. No salen a colación en este trabajo por la sencilla razón de que en el tiempo en que el poeta estuvo metido en estas formas fue el nombre de Celaya el usado,
Para el estudio de su obra, podríamos recomendar varios trabajos. Prefiero en especial, el aparecido en Poesía Española nº 1 en el que se analizan sus poemas magistralmente.
[10] Desde el año 52 hasta el 61, tres libros señalan su tarea: Del mal el menos, Las alas cortadas y El corazón en un puño ya del todo en una nueva corriente de realismo.
[11] Del libro Del mal el menos, poema Mensaje a una mujer, pág. 25.
[12] Poema Teoría del miedo, pág. 53 del libro El corazón en un puño.
[13] Pág. 26 del libro Las alas cortadas.

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