Carlos de la Rica en compañía de sus monaguillos en Carboneras |
Vanguardia en los años cincuenta
(Desde el ismo a la generación)
(Conclusión)
Carriedo fue, primero, la
intuición, en apariencia hermético e intrascendente. Hoy su lenguaje —no muy
distinto— se ha aclarado menospreciando sus propias y anteriores fórmulas y
corre a ver si alcanza una justificación cumplida en la exaltación de las vidas
humildes y trabajadas.
Dentro del trío diría que
Gabino-Alejandro Carriedo es un lírico satírico, montaraz y salvaje, civilizado
como un reyezuelo africano. No es de extrañar porque su poesía es un continente
impenetrable y fácil a la vez.
La
monarquía de Ángel Crespo
Ángel Crespo ama y siente la
tierra. Luego, sin querer, la dejará salir en su obra. Crespo es un poeta
telúrico; pero un poeta de una fuerza descriptiva sorprendente. «Lo descriptivo
tiene caracteres pictóricos en la poesía de Crespo»[1].
Hasta los temas dan la impresión de que Ángel Crespo ha colocado el bastidor y
se ha puesto a pintar. «Un cosmos nace, caótico, al que dar forma y cuerpo. Y
nace, surge suyo. Él es el y nada más. Yo diría que el trazo brota luego el
color manchó la tela. Es un proceso de creación: primero los elementos; luego,
su combinación»[2].
El proceso de su poesía va desde lo fantasmal y telúrico al vuelo gigante de
los espacios entrevistos, de lo circense y mágico al mar abierto y claro, al
ciclo sin nube alguna. Ya lo he dicho en otra ocasión: «Todo gran poeta juega
infaliblemente con la imagen, pues la imagen es el lenguaje de la poesía. En
Crespo, la imagen, la metáfora, o simplemente el tropo, tiene, guarda sorpresa
de novedad y sencillez extrema. Tanto el giro o la combinación verbal, el
cabrilleo de un disloque en el orden gramatical llaman la atención y se meten
en el sentido interno para enloquecerlo de puro gozo estético. La naturaleza
encuentra su orden, su vaivén, su constante jaculatoria en el sencillo y
escueto verbo. Transformativo, como si fuera una rara saliva capaz de la
curación más portentosa. Y entonces sin que se sepa de dónde, por qué sitio, en
qué nave, llega la imagen:
El olor de las vacas es un gato
que viene a mí, me lame las narices,
me araña la solapa
y busca su comida en mis bolsillos
El proceso es simplicísimo.
Partiendo de una realidad descriptiva desemboca rápidamente en la luz cenital
de una imagen. Es como la noche que cayendo nos trae la aurora y ésta el día.
El aire ha pasado lamiéndonos
como aquel perro...
El aire ha pasado lamiéndonos
como aquel perro...
La comparación nos hará caer
pausadamente en lo por él buscado. La idea perro toca sin cesar repiqueteando
el limpio cristal y nos dará la inmediata corporeización del aire asociado al
perro:
... el aire viene
y nos pasa la lengua por las manos,
aire y perro transformados en
una misma cosa, pero con la natural distinción que hace nos inclinemos y
sepamos de quién son los labios». Larga ha sido la propia cita; lo prefiero
porque aquí daba yo con la razón vital de su imagen tan interesante por tantos
motivos.
La obra de Ángel Crespo ha ido
ganando con el tiempo. Pero esencialmente es la misma. Su carrera —si con
alguien hay que compararla— es parecida (en intención moral que no intelectual
y menos afectiva) a la de Antonio Machado, que desde su partida fue siempre el
obsesionado y el mismo.
En la antología poética que
Crespo publicó el año 1960 hay un estudio profundo y agotador de su poesía que
firmó José Albi. Decía en él: «La poesía de Crespo es profundamente tenaz y
sensible. Hay en ella un espíritu insatisfecho de búsqueda». Y más adelante afirma:
«...la poesía de Crespo interesa, aún más que por lo que dice, por los estados
de ánimo que crea», he aquí, efectivamente, el secreto de todo verdadero poeta:
la sugerencia.
Crespo tiene su monarquía
propia: disparatada y tenaz, viril y mágica, lógica y circense, paradójica —no
contradictoria— y sencilla y difícil e inconforme. Cuando se estudie la poesía
de estos últimos años la suya ocupará lugar destacado y preferente.
Es el año 1953, año de
hegemonía pajarera, ya más propiamente de la poética de la Generación. Desde luego es la época del contacto casi continuo, de
las cartas frecuentes, de las entrevistas, de las consignas más violentas y
ofensivas.
Dos corrientes principalmente
se dibujan con amplitud en los poetas de esta generación. Unos apuntan lo
humano; los otros, lo mágico y la sorpresa. La corriente primera parará en la
poesía social de hoy. La segunda se perderá en una especie de surrealismo, buscará
acuciantes novedades o saltará rápida a otras cimas más trascendentes y
seguras.
En el grupo, desde luego, a más
de los nombres de Celaya, Muelas, Labordeta, Carriedo y Crespo, incluimos a
Fernández Molina, Antonio Leyva, Gloria Fuertes, Manolo Pacheco, Arroyo... Es
natural y lógico que no piense detallarlos uno a uno y que me concrete a aquellos
cuya personalidad sea más acusada o llame más la atención por haber publicado
libro digno.
Antonio Fernández Molina arranca de Ángel Crespo. Y es también el poeta
que más limpiamente ha usado los postulados del nuevo sesgo. Dos libros,
principalmente, acogen las formas pajareras: Una carta de barro y Biografía
de Roberto G. Una de las cosas que saltan a primera vista es la forma y el
fondo narrativo de la mayoría de los poemas de estos libros. Parece como que
los ojos de Molina se entreabriesen y sin ton ni son fuesen descubriendo cosas
sin tener en cuenta la trabazón lógica. Una especie de paralelismo extraño y
paradójico, aunque, precisamente, exista el hilo invisible que ata, la ternura.
Más tarde Molina tropieza con
la poesía surrealista de Paul Eluard con la que vuelve al surrealismo, cegado
por las luces crepusculares. Desde entonces, sus libros han estado inmersos en
esta corriente y así no extraña su adhesión a Marrodán, poeta oscuro y
surrealista del norte: El cuello
cercenado (1955), Semana libre y Las fuerzas iniciales (1956) -desde
Venezuela en la revista Lírica hispana
n.° 162-, Sueños y paisajes terráqueos
(1960). Su voz se pierde en mundos caóticos, sin comienzo, donde las sombras se
dan la mano con rojos y profundos fuegos.
Inmerso en un baño surreal de
la mejor ley, llega Manuel Pacheco al
grupo. Y en medio de su peculiar universo encuentra el dolor y la pasión humana
su rincón de preferencias. Por esta humanidad atronadora y atormentada y
preocupada está la razón de entrada.
Los objetos sencillos, cantados
con irónica sonrisa, con tierna solicitud, aunque abusa de la palabrota y el
prosaísmo:
Os voy a contar una historia,
la tragedia de un papel de estraza...
...Huérfano de manos de niño.
huérfano del contacto de madre que lleva a su hogar
un pequeño envoltorio para unirlo a la cena...
la tragedia de un papel de estraza...
...Huérfano de manos de niño.
huérfano del contacto de madre que lleva a su hogar
un pequeño envoltorio para unirlo a la cena...
Félix Casanova de Ayala, isleño, es el imaginero de la gracia gongorina,
de la bombilla de colores, de la verbena lírica de la poesía, anclado en lo que
de vuelo a campana loca posee el lírico lenguaje de la Generación con ecos de
Chicharro, ecos de retahíla callejera en ademán de letanía
Por la sábana sabana
por la esquina de la cama
por el borde del espejo
por el fondo del ropero
por la mesa y la bombilla
por la silla de rejilla
la mosquita pisa y pasa
vuela y pasa por la casa
En ocasiones es buen sabedor de
un realismo social sorprendente.
Implicado en esta revolución
poética, Antonio Leyva Fernández
sirve en la bandeja de sus versos una ternura amarga y desabrida un tanto
chirriante, detonante.
Comenzó a sonarme el nombre de Gloria Fuertes hace va muchos años, cuando
yo todavía gastaba pantalón corto y leía con pasión las revistas infantiles en
donde ella colaboraba con sus cuentos y versos. Por eso mi emoción fue doble
cuando vi que Gloria Fuertes escribía poesía en las revistas más exigentes.
Gloria Fuertes escribía una poesía que más que a nadie la acercaba a Carriedo.
Pero algo la separaba pronto de él: el sarcasmo y la crueldad de Gloria. Ella
no escribe poesía por ese placer estético ni por una belleza escueta y pura.
Posee todo esto porque es poesía lo que le sale, pero por nada más. Ella busca
un mensaje desnudo, actual del mundo y su miseria, y después lo envuelve en el
celofán de su sonrisa, en ironías y, lo que es más inquietante todavía, en
sarcasmos. Gloria Fuertes es una de las mejores poetisas españolas: la poetisa
social, cantora del suburbio, la delatora del hambre y la miseria de los
pobres. Dos párrafos entresaco de la presentación que de ella se hace en la
revista Poesía de Española n.° 2:
«Caso único en nuestra poesía de hoy, Gloria Fuertes ha venido a demostrar que
la intuición, más que un modo de conocimiento, es un vehículo de creación».
«Sobre su despreocupación estilística, por cima de su escasa formación no sólo literaria,
sino también gramatical, destaca el milagroso hallazgo que se repite sin cesar
a través de su obra».
Ángeles Fernández, es un caso especial en la generación. Llegó a ella modulando sus
largos brazos, y, en poco tiempo, conquistó la estimación de todos. Ya bastante
mayor, en esa edad difícil de la comprensión, no obstante abrió su alma a las
recientes y matinales auras. Y aportó con originalidad una ternura intelectual.
Publicó La encrucijada. Y desapareció
tímidamente, como había aparecido, quebrándose doblegada al corazón. Su casa
tiene excepcional importancia en el desarrollo de la Generación.
Labordeta, Ory, Cirlot y Chicharro (Una nota marginal)
A cada paso que vamos dando
hacia el final, lo vamos alargando insensiblemente. No podríamos hacer otra
cosa porque el tema lo requiere y ordena. La lucha desarrollada en el mundo de
la poesía, que tuvo origen en el levantamiento de las tantas veces citadas
revistas, contó, desde un principio, con la aportación magistral de Ory,
Cirlot, Chicharro y Labordeta. Durante la vida de estas revistas incesantemente
dispararon desde las trincheras imaginables. Era un bombardeo bien dirigido.
Debajo de todo esto había el deseo por el triunfo, por levantarse con la
victoria. Pero la victoria trae consigo el bajo cero del ambiente y la
desilusión de lo conseguido. Entonces añoramos de nuevo la trinchera.
Dice la vaca prieta
caliente y contenta
¡mu! dice la vaca
El termómetro de Carlos Edmundo de Ory ya indica la
temperatura del ismo con las resonancias «postistas». Una de sus vertientes.
Juego circense, malabarismos del viento lírico en unas portentosas manos.
Efímera fue su aparición —solamente en el n.° 1 del Pájaro—. El resultado es que ahí estaba ya algo de lo que sería el
juego. Chicharro «Chebe», más frecuentador, sigue la cuerda tensa del
equilibrio
¡Ay del caballo que se murió!
No se murió, que moriría.
Quedó llorando el gañán llorando,
vino una niña que ya venía,
cógele al mísero, le levantaba
por la barbilla la que él tenía
La articulación de temperatura
del Pájaro y Deucalión vuelve pálidas las fantasías todas. Es el rascacielos de
artificios que luego se quema y da regocijo. Dirá José Albi en la antes aludida
antología de A. Crespo al escribir su prólogo: «La segunda (dirección de esta
poesía) desemboca en un sorprendente juego de magia, de inquietud y de sueño».
Claramente la posición de Chicharro es ésta.
Y así Juan-Eduardo Cirlot
El pájaro de paja
llora, volando en una caja.
Su corazón de cera
habla, cantando en una hoguera.
Fundamentalmente
hay despreocupación. No toca a los poetas arreglar el mundo. Es decididamente
todo cuanto pensamos de estas aportaciones marginales. Por ventura el mundo
circundante supo abrir a tiempo los ojos; pero estos poetas habían traído
agilidad y desenvoltura al verso, juegos mágicos que luego serían el papel de
envoltorio al mensaje social. Ellos hincharon hasta el máximo las velas del
barco y éste felizmente navegó hasta el puerto previsto.
Miguel
Labordeta, más remolcado al carro o más tirando de él. Alienta
en él una preocupación social enclaustrada en un mare mágnum de sueños e
irrealidades, de posibles e imposibles:
Mataos
pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna.
pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna.
Junto
a esta inevitable y arrasadora preocupación social, el poeta indaga en los
materiales del subconsciente, alza sus ojos, cerrados por el ensueño, a las
posibles existencias e indomable se deja caer en la circunstancia que le
sojuzga. Fatalmente absorto en la rebeldía poemática, Labordeta edifica su
propia y peculiar magnitud. Para ampararse en todos los disfraces surrealistas
y así, experimentar en propia carne el dolor por encontrarse en un mundo tan
injusto.
Once
piedras lanzó tras de sí Deucarión, once números vivos con dinamita bastante
capaz para la voladura más espectacular. Once cartas de urgencia giró «el
pájaro» a las ventanas de los poetas; pero en la décima había claramente
profetizado Cirlot:
Y el pájaro de paja
sigue con su verde mortaja.
Su corazón de azufre
sufre.
Al
cabo de unos meses de ausencia, tras la aparición de la décima carta, «el
pájaro» aparece de manera insólita. En la carta once figura, repentinamente, un
nuevo co-director, Chavarría Crespo, mientras que la desaparición de Ángel
Crespo de la tríada nos sorprende. El
Pájaro, a pesar del nuevo editorial y la pretendida renovación, estaba bien
muerto y ya no volvió a aparecer más: llega la hora del éxodo. Diez años
después Ángel Crespo y yo fundamos una nueva colección de libros que hacemos aparecer
en Cuenca —La piedra que habla—
y en la que publicamos Crespo, Carriedo, Arroyo y yo, que doy mi primer libro.
Al año siguiente, Carriedo y Crespo se deciden por una nueva revista que
bautizan Poesía de España y en la que
apuntan ya los postulados de una novísima postura realista
De
igual suerte fueron desapareciendo las otras revistas. No era otra cosa que la
señal de que la madurez o el fracaso imponían al fin como algo inevitable y
necesario. La «generación» había cumplido su cometido. A Crespo ninguna
explicación se le podía dar sobre su camino porque bien abierto y claro lo
tenía desde un principio. Por otra parte, el baño lustral de Muelas le
rejuveneció e hizo mucho bien. De Carriedo podríamos decir que su emergencia le
hace cada día más claro y definitivo, aunque no se le puedan perdonar sus
cinismos o sus llamaradas de incendio. Después no es que todo sea diferente,
que cada uno haya renegado de su anterior experiencia. Quizá el más fiel al
papel del «pajarerismo» haya sido Ángel Crespo porque fue él el más singular y
el que mejor y más fiel ha permanecido a una trayectoria jamás traicionada.
Corresponde al futuro deslindar más atinadamente las derivaciones a que dio
lugar la desaparición de las revistas. En todo caso los libros sustituyeron a
éstas y esto, indudablemente, es la mejor señal de la maduración.
Los
demás poetas siguieron, ya deslindadas las trochas, su propia vocación y
destino. Pero la vanguardia poética de la poesía española vivió precisamente
gargoleando aquellos años gracias a lo que aportaron las páginas de la
«generación pajarera». Repito aquí que no se ha hecho justicia todavía a la
Generación al no darle la amplitud debida en esta aportación a la poesía
castellana. Quizá algo de tinte ajeno a la poesía haya influido lo suyo, ya que
fuera le ha sido dada más importancia.
Pero
por encima de todas las cosas lo esencial para la poesía es que todos crearon
belleza e hicieron posible con su aportación cauces y sendas novísimas. Y
justificó su aparición la sonadora edad de sus epígonos que no necesitaron de
edad precisamente para afirmar que a una generación se pertenece, sobre todo,
por las ideas.[3]
CARLOS DE I.A RICA
Papeles de Son Armadans (La doctrina escondida), Año X, Tomo XXXVIII. Núm. CXII,
Madrid - Palma de Mallorca. Julio, MCMLXV pp. II-XV.
[1]
Revista Cuadernos Hispanoamericanos; artículo Mitología del hombre Crespo del n.° 148, págs. 112 a 115 firmado
por Carlos de la Rica.
[2] «Crespo rompe sus primeras armas literarias al iniciarse la década de los años 50, publicando un breve cuaderno poético que, en cierta medida, injerta un Saludable rebrote renovador en este cíclico y revuelto árbol de la lírica española. A partir de entonces, la obra de Crespo viene englobando, por así decirlo, el metódico orden de desarrollo de la nueva generación poética del país» (J. Manuel. Bonald: “El Espectador” Bogotá 8-1-61).
[3] No quedaría tranquilo si, a modo de nota, dejara de citar u otros poetas que llegaron a las revistas y publicaron en ellas con plena identificación con los postulados.
[2] «Crespo rompe sus primeras armas literarias al iniciarse la década de los años 50, publicando un breve cuaderno poético que, en cierta medida, injerta un Saludable rebrote renovador en este cíclico y revuelto árbol de la lírica española. A partir de entonces, la obra de Crespo viene englobando, por así decirlo, el metódico orden de desarrollo de la nueva generación poética del país» (J. Manuel. Bonald: “El Espectador” Bogotá 8-1-61).
[3] No quedaría tranquilo si, a modo de nota, dejara de citar u otros poetas que llegaron a las revistas y publicaron en ellas con plena identificación con los postulados.
A
más de los ya anotados y estudiados: Antonio I.eyva, Fernando Calatayud, Suárez
de Fuga, Francisco Chavarría Crespo, José Fernández Arroyo. Este último, el más
importante de entre, ellos, cuenta con obra publicada en libros excelentes.
Y
cabe notar el lujo y brillo que supuso en la colaboración de las revistas, la
firma de Camilo José Cela, Gerardo Diego, Aleixandre, Cernuda y hasta la del
muestro Eugenio D’Ors.
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