El
segundo capítulo de Moby Dick
transporta del «noviembre del alma»
al diciembre que señala la partida de tierra, del mes de los muertos al mes del
nacimiento. Aquí no domina la imagen del agua sino la del viento que es tanto
la «prueba del aire» tras la prueba del
agua, como una imagen de crítica social, como lo será en la poesía de Bertoldt
Brecht: « ¡De estas ciudades quedará sólo
el que las atraviesa ahora, el viento!».
La
ciudad de mar adonde llega Ismael es ventosa y negra como lo será el Londres
descrito en Israel Potter, ciudad de Dite, pulular de llamecillas agitadas en
la oscuridad. Sopla un viento gélido, en la ciudad donde Lázaro tiembla de frío
y preferiría llamas del infierno antes que sentir amoratársele las manos en el
viento gélido, donde ni siquiera el rico Epulón goza, ya que vive como un zar
en un palacio de hielo, de lágrimas congeladas «y siendo presidente de una sociedad de templanza, bebe tan sólo las
tibias lágrimas de los huérfanos».
Tumba
-viento gélido- ciudad burguesa dividida entre un Lázaro rígido y un Epulón
insensibilizado. Si en Manhattan quedaba expuesto el tema del tedio burgués,
aquí destaca el tema del sufrimiento gélido de la sociedad burguesa. (En Redburn ya había sido representada la
Liverpool de los slums, con una
familia aterida en un antro, a la cual no era posible llevar ningún alivio que
no fuese cruel prolongación de sufrimiento).
La
prueba del aire se llama Euroclidon, es decir, viento de tempestad, de
agitación. El llamado a las ambiguas aguas de vida ha traído el viento de la
confusión y de la muerte viviente. El thumós,
el alma vegetativa cuando expira arrancándose del cuerpo, a la muerte, deja el
alma como psykè fría y sombría
(negrura y vapor o humo era todo lo mismo para los griegos arcaicos: skia
avepós; sombra ventosa vaporosa se decía en eólico). El viento es fecundante,
paterno, por eso después de la invocación de las aguas maternas llega la invocación
del padre gélido[1].
Longfellow, en el poema sacado de mitos de los indios de América, Hiawatha, narra cómo el héroe Hiawatha tuvo que luchar precisamente
contra el padre Mudjekeewis, el viento de Occidente:
Backtreated Mudjekeewis
Rushing westward o’er the mountains,
Stumbling westward down the mountainst
Three whole days retreated fighting
Still pursued by Hiawatha
To the doorways of the West-Wind
To the portals of the Sunset
To the earth´s remotest border
Where into the empty spaces
Sinks the sun, as a flamingo
Drops into her nest at nightfall!
Ismael
busca la hospitalidad de la «posada del
respiradero» y al entrar divisa un cuadro indescifrable, pintado quizás por
algún pintor del tiempo de la persecución de las brujas que se hubiese
propuesto delinear el caos. Masa negra espumosa, levadura y fango: quizás «the breaking up of the icebound stream of
Time».
De
nuevo aquí un objeto, el cuadro abstracto. Hay que interpretarlo abandonándose
a las asociaciones: caos primigenio, bazofia, masa negruzca. No basta, se debe
«hacer un involuntario juramento dentro
de sí para descubrir el significado». Siguen otras asociaciones: el mar
revuelto por el huracán, la lucha de los cuatro elementos. Y de aquí la
iluminación: el río del tiempo congelado que se rompe. Imagen de
emancipación: «Una vez que se descubre
esto, el resto está claro»: es el padre leviatán mismo que choca contra un
barco. Liberación y destrucción, se corre el riesgo de morir, en el momento de
la revelación. De hecho, ¿quién, leyendo las palabras, pongamos, de Pierre de
Caussade, no se alarma? ¿Fiarse al espíritu que «sopla donde quiere» y no sabes
dónde va ni de dónde viene? ¿Sin leyes, sin certidumbre? ¿Y si Dios traiciona,
si se nos encuentra en el mal? ¿Si el padre en nosotros no está conciliado con
nosotros?
El
agua de vida se suelta de la presa del hielo y aparecen las imágenes de
instrumentos, se ha visto, signo de pasaje a una fase ulterior: la taberna del
respiradero tiene una colección de arpones, de mazas y de lanzas.
Para
dormir en la posada, Ismael tendrá que acomodarse al lado de un compañero de
lecho. Tras el viento glacial encontrará reposo y tibieza pero con una
condición que le repugna, ya que detesta no poder dormir en su piel.
Ismael
tendrá que dormir con el salvaje Quiqueg, que adora un idolillo grotesco en
forma de feto. Tendrá que soportar su abrazo casi marital.
Recuerda
que de niño le metían en la cama por castigo (soledad impuesta por la madre) y
que una vez tuvo que esperar bastante para resurgir y le pareció que una mano
se posaba sobre la manta, infundiéndole terror. Así le ceñiría el brazo de
Quiqueg: la mano sobrenatural de la
infancia, el brazo innatural de la
prueba iniciadora se funden.
Tras
los instrumentos aparece el hermafrodita, signo de la tercera fase. Ismael y
Quiqueg forman una pareja innatural; son elementos diversos, el negro y el
blanco, el salvaje y el civil, el inconsciente y el consciente. Es superfluo
decir lo obvia que es la indicación a la innaturalidad de la situación (Ismael
recuerda las azotainas de la infancia, Quiqueg lleva un arpón). Por otro lado,
sería superfluo insistir sobre una interpretación de este tipo. Se sabe, como
fue dicho en White Jacket:
«Los pecados por las que fueron destruidas
las ciudades de la llanura, se perpetúan en algunas de estas Gomorras ceñidas
de madera de los abismos. Más de una vez bajo el palo mayor de Neversink, se
expusieron quejas que el oficial de a bordo alejaba de sí con horror, negándose
a oírlas, ordenando al suplicante quitarse de en medio. Hay males sobre los
barcos de guerra que, como el sofocado drama doméstico de Horace Walpole, no
admiten la representación o la lectura, y casi no toleran que se piense en
ellos. Que el hombre de tierra que no haya leído la Mysterious Mother de Walpole ni el Edipo tirano,[2]
de Sófocles, ni la historia romana del conde Cenci ni el drama de Shelley, se
cuide de conocer los horrores todavía más tremendos, que evite para siempre
correr el velo».
El
connubio contra natura, incestuoso u homosexual, es el acto que hace retroceder
al estado de naturaleza, al pantano primigenio, al limo natal que los antiguos
tenían constantemente presente como presencia no eliminable, como amenaza que
exorcizar, comprendiendo lo que tenía de eterno y la función de símbolo de
verdades superiores y solares. El incesto o la homosexualidad es el acto
prohibido por el fas o por el jus civile, no por el jus naturale, no proscrito aún en las
sociedades de espigadores promiscuos que tienen por divinidad al perro, ni
ilícito en el estrato más profundo de la psyque.
Así proclamaba Ovidio (Met. 10, 321) por boca de su Mirra:
Di, precor, et Bietas, sacrataque jura parentum;
Hoc prohibí te nefas: scelerique resistite tanto;
Si tamen hoc scelus est. Sed tamen damnare negatur
Hanc Venerem Pietas: coëuntque animalia nullo
Caetera delecta, nec habetur turpe iuvencae
Ferre patrem tergo: fit equo sua filia coniunx;
Quasque creavit, init prendes caper: ipsaeque cuius
Semine concepta est, ex illo concipit ales.
Felices quibus ista licent i humana malignas
Cura dedit leges: et quod Natura remittit
Invida iura negant.
La
sabiduría antigua de los misterios, exorcizaba la aparición de estas visiones que
van contra la naturaleza civil, con una actitud sin pánico y sin hipocresía. En
un grado inferior, este exorcismo operaba de esta manera: el acto abominable es
símbolo de vida separada de leyes, de vida creativa espontánea, de vida
viviente dotada de toda la fuerza de la naturaleza animal; por eso se osa
cometerlo, para prepararse a cosas inmensas y excelsas y arriesgadas. Del mismo
modo que los magos de ciertas tribus se dan fuerza y poder interior gracias a
actos contra natura, quien se prepara en general a empresas extraordinarias yace
con la hermana o la madre[3]. En un grado superior, en
sociedades no ya de cazadores sino de agricultores civiles, se forma una
sabiduría religiosa que interpreta de modo al revés, per speculum in acnigmate las visiones de actos abominables, y
medita la relación entre el hombre y el animal que es parecida a la del hombre
y Dios, y considera que los acoplamientos monstruosos son semejantes a aquellos
de que se vale Dios para visitar al hombre y lo convierte, invirtiendo los
movimientos naturales del corazón. Lo sobrenatural es innatural (aún si no vale
lo inverso): «todas las uniones con las
cuales Zeus procrea los muchachos intermediarios son ilegítimas. Papel del
adulterio en la mezcla medieval de amor y de mística. Idea que la unión de
hombre y Dios es algo esencialmente ilegítima, contra naturaleza, sobrenatural.
Algo de furtivo y de secreto»[4].
Ponerse
más allá del yugo social, y de las leyes, es, simbólicamente, por
representación ex contrario, el matrimonio del hermano y de la hermana entre
los alquimistas[5],
las nuptiae chirnicae solis et lunae.
La conversión a la vida fluida del abandono quiere que se nos libere de todos
los vínculos mecánicos (del resentimiento, de la avidez, de la costumbre misma
de decir ‘yo’ o ‘nosotros’ como dice la oración contenida en el canto Man and Bird de Clarel: «I, self, am the enemy of All. From me
deliver me, O Lord!: Yo soy el enemigo del Todo. Libérame de mí, oh Señor),
y se llega a ello dando la vuelta a la naturaleza civil del hombre con un acto
que es tan contrario a ella como la vuelta a la promiscuidad del jus naturale, (común a los hombres y a
los animales, afirma el Digesto). El lenguaje, además, muestra la misma
tendencia designando los opuestos con la misma palabra, por lo que altus indica la cima como el fondo, la
altura y lo profundidad.
Para
Melville la relación entre innatural y sobrenatural es estrechísima, pues
acercándose a la idea sobrenatural (en White
Jacket escribió que «quería
sumergirse en el alma humana aun con el riesgo de levantar el fango del fondo»),
abandonándose al destino, se puede caer en el horror, y Pierre será
precisamente una ilustración per figuras
de este terror del abandono. En verdad, como dirá en Clarel:
El mundo no puede salvar al mundo
y Cristo renuncia. Su fe,
rompiendo con toda vía mundana,
mira derecho al cielo.
Pero
mirando al cielo se puede caer, como Pierre, en lo demoníaco, si no nos hemos
purificado antes en el subconsciente. Sea como sea, el único camino a lo divino
es el del repudio de toda ligazón social (así, San Juan de la Cruz dice del
camino dirigido al Carmelo «ya por aquí
ni hay camino que por el justo no hay ley»).
Para
Ismael, el pasaje a la vida viviente, a la liberación, es facilitado por una
capacidad de enfrentarse con su inconsciente, aunque sea entre los mil terrores
que esto conlleva. Él debe conciliarse con lo que se esconde en él, con su
infancia: con la mano espectral que se imaginó sentir posada sobre la suya un
día de la infancia, a profundidades aterradoras de su memoria.
Él
tendrá que conciliarse con lo que le turba, lo aterra, le disgusta y que, por
lo tanto, muestra ser parte de él, y de él expulsada y azuzada. Tendrá que
evitar, delante de ella, darse cualquier sentimiento de este tipo.
Ismael
observa: «los salvajes son seres
extraños, no se sabe cómo tomarlos. Al principio son turbadores, su tranquilo
recogimiento de simplicidad parece una sabiduría socrática..., quizás por ser
verdaderos filósofos, los mortales no debiéramos ser conscientes de tanto vivir
y de tanto afán». Quiqueg es en verdad lo opuesto de Ismael, entristecido
por el aburrimiento, por el resentimiento, helado en sí mismo, consciente de
sus afanes. Quiqueg representa la sabiduría que es proclamada por todas las
religiosidades, el abandono que I King
define así: «Saber guardar serenidad en
el corazón y, sin embargo, estar preocupados en el pensamiento: de este modo se
está en medida de determinar salud y desgracia en la tierra y de cumplir toda
cosa difícil en la tierra». A tal sabiduría apunta Ismael contemplando a
Quiqueg:
«Me hallaba sentado en aquella habitación
solitaria: el débil fuego bajo, en ese punto tibio en que, después de haber
templado el aire con una intensidad, sólo sigue ardiendo para ser contemplado;
las sombras y los espectros de la noche se agrupaban alrededor de los
cristales, mirándonos y nosotros dos solitarios; afuera retumbaba la tempestad
en ímpetus solemnes; comencé a ser sensible a sentimientos extraños. Sentí
en mí una licuefacción. Mi corazón
astillado y mi mano enloquecida ya no estaban en guardia contra el mundo de
lobos. Este salvaje de virtud lenitiva lo había redimido».
Así
se consuman las «bodas de los corazones».
El secreto redentor es la capacidad de acoger el mundo sin las «hipocresías civiles» que nacen del estar
en guardia contra el «mundo de los lobos»,
de modo que a fuerza de estar en guardia contra ellos se padecen y recalcan los
rasgos, se tiene el corazón astillado por ellos. Vencer el miedo no significa
sólo afrontar lo ignoto, abandonar la ciudad, sino desmantelar las defensas
interiores, las corazas que han sido endosadas en defensa del mundo, deshacerse
de la parálisis y de los gestos de alarma. Entonces se derrumban los miedos a
lo nuevo y a lo extraño y a lo extranjero, se vuelve a ver precisamente en lo
que ha repugnado lo que atrae. Se es libre de «acordarse con los imanes», se ha adquirido la virtud del abandono:
las aguas del tiempo han sido liberadas, el hielo ha sido vencido por el luego
(como el agua que no es agua, es el fuego que subsiste «sólo para ser contemplado»: al bautizo del Bautista sigue el de
fuego del Cristo).
La
primera etapa de la iniciación de Ismael está cumplida, él se ha liberado del
aburrimiento, del miedo, del resentimiento y del respeto social, ha vencido las
anquilosidades y las coacciones, ha metido en un ciclo místico hasta los mitos
de Quiqueg (el ídolo, las costumbres de las islas del Sur).
¿Cómo
derretir el hielo de la civilización occidental? Las nupcias con su opuesto, la
civilización de las islas del Sur, mostraban los males de la civilización
contrapuestas a sus llamadas ventajas: «las
quemaduras del corazón, las envidias, las rivalidades sociales, las disensiones
familiares, las mil injurias, las incomodidades que se nos inflige», como
se decía en Taypee.
ELÉMIRE ZOLLA [Traducción: Enrique de Rivas]
Papeles de Son
Armadans, Año VII, Tomo XXVI. Núm. LXXVI,
Madrid-Palma de Mallorca. Julio, MCMLXII pp. 35-45.
Para
preparar a Ismael y al lector a este deshielo del río del tiempo había habido
un intermedio: la prédica del padre Mapple en la capilla de los balleneros, el
sermón sobre el libro de Jonás.[6] Al principio el pastor
había dado una explicación devocional común: Jonás no se había desobedecido a
sí mismo para obedecer a Dios. Luego había descubierto el significado contenido
en el mito: negarse a predicar en Nínive y buscar el embarcarse en Tarsis
significa no haber comprendido la virtud del abandono y del rechazo de toda
consolación: « ¡Ay del que trata de
derramar aceite sobre el agua cuando Dios le fermenta en borrasca! ¡Ay del que
en este mundo no corteja al deshonor!» En el poema Clavel el canto de Sodoma volverá a postular esta idea del mal:
Sodoma es tragada en la tierra hoy mefítica porque en ella vivieron pecadores,
pero la culpa de ellos «no fue toda
carnal». Dice la alocución al pecador:
Conociste el mundo y sin embargo lo barnizaste
Comerciaste sobre las orillas del delito
y no desembarcaste.
…
El pecado cumple el pecado mus huye el pensamiento
que barre el abismo formado por el pecado.
Profundizar
en el vértigo del terror, ser tragado con riesgo de la vida y del alma en el
vientre de la ballena, significa comprender que sólo de esa nada puede nacer la
vida viviente (para la Cábala el nombre secreto de Dios es agín, «nada»):
«Dilecto -altísimo y remoto e interior- quien contra los dioses y comodoros
soberbios de la tierra opone la propia identidad inexorable (self)... Dilecto hasta el arbolito que no
reconoce ni ley ni patrón sino Dios, y es patriota sólo del ciclo.»
Mansedumbre
y temblor en el corazón es lo que se necesita para afrontar el riesgo de vivir
según la inspiración, es decir, disponiéndose a respetar los signos de Dios que
ofrezca el destino, a ser saciados por las aguas de la vida. Es ésta la
enseñanza que Ismael recibe en tierra, de modo que cuando se embarca para la
travesía le será fácil comprender (c. XXIII) que «en el puerto hay seguridad, comodidad, hogar, cena, mantas calientes,
amigos, todo lo que ama nuestro estado mortal. Pero en aquel viento de
borrasca, el puerto, la tierra, constituyen el peligro más cruel para la
nave..., que se precipita perdidamente en el peligro por amor de la salvación:
su amigo único es su enemigo más encarnizado..., verdad intolerable..., que
todo pensar serio y profundo es sólo el intrépido esfuerzo del alma para
mantener la libre independencia de su mar, mientras los vientos salvajes de 1a
tierra y del cielo conspiran para arrojarla sobre la costa servil y traidora.
Pero como en la ausencia de la tierra no hay más que la suprema verdad sin
orillas, infinita como Dios, vale más perecer en aquel abismo aullante que ser abatido
vergonzosamente a sotaviento, aunque en ellos hubiere salvación».
Los
nuevos contenidos que adoran del inconsciente son arriesgados, son vivos por
ambiguos. Pero precisamente porque se nos defiende de ellos, tienen un carácter
tremendo y aterrador. Precisamente porque no se nos ha purificado del miedo y
de su compañera la astucia, del pánico que dicta el gesto de ofensa y de
defensa como de la obediencia a las normas de la comunidad, precisamente por
eso el contacto con las aguas de la vida es fuente de horror y de turbación.
Sigue
a las dos revelaciones, la verbal y discursiva del padre Mapple y la real y
tangible de Quiqueg, un interludio jocoso, que podría parecer insensato. Los
compañeros dioscuros están en una posada donde no se come más que pescado,
donde todo es fishy lo que significa,
propio del pez, resbaladizo, viscoso; donde se comen almejas, clams que hacen que todo sea clammy, pegajoso, húmedo. Tales juegos
de palabras repetidas significan que la convivencia con el noble salvaje, las
experiencias que tocan en virtud del abandono la propia naturaleza, son tales
que hacen temblar, horrorizan la sensibilidad neurótica. Antiguamente, en los
ritos de los misterios tenían gran papel las serpientes sagradas, que se tenían
que retorcer alrededor del neófito: animales lúbricos, pieles viscosas y
húmedas que se soportan sólo cuando interiormente uno se ha soltado de los
escalofríos defensivos, del pánico miedoso. Cuando no serpientes, sangre y
gritos.
La
escuela de la espontaneidad, de la imprevisibilidad, de la naturaleza, puede
producir un hombre capaz de pensar «untraditionally
and independently», «recibiendo todas
las impresiones dulces y salvajes, frescas del seno virginal, voluntarioso y
que tiene confianza en la naturaleza», «aprendiendo
un lenguaje atrevido, nervioso y alto». Ismael puede esperar tanto pues ha
padecido las diversas pruebas: «In sacris
uberi omnibus tres sunt istae purgationes: nam aut taeda purgantur aut sulpbure
aut aquabluuntur, aut acre ventilantur..., omnis autem purgado aut per aquam
fit aut per ignem aut per aerem!» (Servio
su Eneide 6, 741 y Geórg. 2, 389).
El
barco Pequod sobre el que se embarcan los dos amigos es símbolo de la sociedad,
la sociedad está representada por el barco cuando con ello se quiere indicar el
carácter inestable, desequilibrado, si no, son la ciudad o el jardín los que
constituyen la imagen. Ahora el Pequod es una sociedad accionaria; los que
tienen el poder son pocos (en este caso: Bildad y Peleg), y su mente utilitaria
ama revestir con hipócritas razones la explotación despiadada. Son mandatarios
de una muchedumbre de pequeños ahorradores y ante ellos responden de su
administración cruel, fría, fruto de la avaricia llevada hasta la
impersonalidad.
Pero
quien dirige la sociedad no responde al mecanismo de la avaricia. El
emprendedor y técnico representa algo distinto del capitalista. El que capitanea
el Pequod, la sociedad accionista y utilitaria, es Ahab.
Él
zarpa el día de Navidad, cuando las linfas empiezan a remontar los tallos de
las plantas: se le compara con Perseo, el héroe solar por excelencia, y navega
hacia los mares calientes, decidido a circunnavegar el globo, como el sol. Es
el sol, o el héroe solar de la nueva sociedad. ¿Qué es lo que le roe o le
empuja hacia adelante? No la ganancia, no la aventura, por sí misma, menos
todavía un impulso místico. Es la búsqueda de la ballena blanca. ¿Pero qué
significa? Es la ballena la materia que la ballenería transforma en mercancía,
pero Ahab ha transformado la producción en un fin en sí, Ahab quiere la
producción por la producción.
Sus
oficiales de secunda son ejemplos del modo común de enfrentarse a la realidad
de la producción industrial: Starbuck, el más noble, no participa sino en parte
en la ética loca de la producción como fin en sí, siente todo lo que hay de
irreverente, de torvo en la tensión voluntaria, sin embargo se adapta al
dominio despiadado del espíritu de producción. Es todavía un hombre, cogido en
el engranaje: «hombre firme, sólido, cuya
vida era una pantomima de acción y no un doméstico capítulo de palabras».
Stubb, por el contrario, es más abierto at magnetismo de la locura de Ahab, es
un perfecto jugador, que apunta también su vida sobro la empresa, acepta el
horror con espíritu jocoso. Flask, el tercer oficial, que «a veces tarareaba bailables al lado del monstruo más exasperado»,
es el buen técnico.
Ahab
es la producción fin en sí misma, hecha dios. El «se fatiga inconscientemente» de continuo, aun cuando parece
reposarse a fumar la pipa. No tiene necesidad de las instituciones
acostumbradas del respeto, de la fidelidad, de las maneras consagradas (de los
residuos feudales, familiares, no tiene de hecho verdadera necesidad de la
sociedad burguesa) pero «no descuida las
formas y los usos esenciales»..., y «detrás
de estas formas se enmascaraba, usándolas para fines distintos y más privados
de los que ellas debían legítimamente servir». Ahab engaña con un mínimo de
respeto las formas de vida consagradas, como el Estado burgués.
Ahab
aprieta en su poder a lo sociedad, sobre todo gracias a los discursos exaltados
y a la distribución de licor. El artificio del respeto jerárquico heredado de
otras formas sociales es indispensable («por
eso los verdaderos príncipes del imperio de Dios se abstienen de tomar parte en
las elecciones, dejando los honores más altos a los hombres que se hacen
famosos más por su inferioridad infinita con respecto al puñado de hombres
escogido por el Divino Inerte, que por su dudosa superioridad sobre el nivel
muerto de la masa»).
Ahab,
reducido a un murmullo de mecanismos vitales al servicio de su obsesión, está
también, sin embargo, profundamente herido. La producción fin en sí misma esta
simbolizada por su ingle ofendida, que no le impide procrear, por su herido de
fuego que le surca el rostro.
Héroes
claudicantes son en la mitología los maestros del fuego, Odino, Edipo. En
general, en la mitología clásica son los héroes que pertenecen al draconteum genus los que persiguen una sabiduría solar, pero están atados todavía a
la tierra palúdica (y por lo tanto son incapaces de caminar con desenvoltura).
Ahab está atado al fuego, pero no al fuego como objeto de contemplación pura
sino al fuego que quema, al fuego que incendia. El fuego que no da luz sino que
arde y consume, es no ya Febo, sino Fetonte, y está relacionado con una idea del
sacrificio cruento y bárbaro más que con la idea de la iluminación humana y
solar.
Ahab
es sublime porque tiene plena conciencia de su condición, es la sociedad que
por aventura se confiesa sus principios:
«¡Soy la locura enloquecida! ¡Esa fiera
locura que no está en calma más que para comprenderse a sí misma!»
Lo
que Ahab trata de vencer es toda traza de candor, por eso es la inocencia misma
la que es simbolizada por la Ballena blanca, la naturaleza en toda su vastedad
buena y malvada. Objeto de reverencia y de terror es Dios, la natura naturans que la civilización
industrial se propone doblar, esclavizar, destruir, para que todo sea
autoconsciencia perfecta. La tripulación ideal del emprendedor-técnico perfecto
es la del Pequod, una turba de desarraigados de todas las proveniencias,
amalgamados en la histeria (en el «magnetismo»)
que promana de Ahab, todavía atados formalmente a los usos sociales, a las
reverencias jerárquicas, que ya en realidad, no son más que ficciones. Única
realidad a bordo del Pequod, como de la sociedad moderna, es el dominio
insensato sobre la naturaleza, que convierte ni hombre mismo en mecanismo.
Semejante
sociedad es magnetizada por Ahab mediante discursos enfáticos que encubren la
verdadera meta: el suicidio colectivo.
Las
preguntas a la muchedumbre que serán más tarde una de las normas retóricas de
los dictadores de la era industrial, son ya arma de Ahab. Ahab inflama hacia un
fin abstracto y mortuorio la masa de los desarraigados. En las páginas de Moby
Dick se encuentra la respuesta a la pregunta que ha angustiado al siglo xx: ¿a
qué se debe que se conviertan en movimientos de masa ideologías que no dan ninguna
ventaja a la masa?
Ahab
utiliza el mismo menjurje mágico de los dictadores: respeto hacia un mínimo de
costumbres atávicas, invitación al desprecio y exaltación fría mediante
discursos histéricos. El dilema entre el odio y la piedad, y el obsequio que
ferozmente se agita en el corazón de Starbuck es el mismo que ha lacerado el
corazón de los buenos burgueses europeos en las dictaduras. La obediencia de
jugador o de mecánico de Stubh y Flask es la misma que ha hecho andar los
ejércitos totalitarios. La relación de los capitanes de industria Peleg y
Bildad con Ahab (quien parece conducir una travesía por cuenta de ellos pero en
realidad actúa fuera de su cálculo económico) volverá a surgir entre loa
industriales y los dictadores.
La
tripulación, sin embargo, busca la fiesta que disminuya el oprobio cotidiano
del trabajo alternado con estallidos de histeria durante las reuniones sobre
cubierta. Mas ¿cómo pueden conocer las masas al abandono festivo? Melville
compone la escena estupenda de la noche de juerga sobre el rastillo de proa.
La
melancolía sería la condición natural. De hecho, los cautos de apertura son
tristes y desconsolados. Un cuáquero sugiere que no sean sentimentales, «tómense un tónico» y es una de las
actitudes de la civilización moderna hacia la negrura que ella infunde: «Ante todo, cuidad la salud. »
Un
marinero francés exhorta al grumete negro idiota, Pip, a que toque su pandereta
para que todos puedan bailar. Es el principio de la diversión de la era
industrial, macabra ficción de alegría. «You've
got to have fun whether you like it or not.» El idiota se niega, pero el
marinero francés se encoleriza y a fuerza de exhortaciones la tripulación se
pone a bailar. En vano resuenan ecos de nostalgia por las verdaderas fiestas
que requieren un suelo sólido, la tierra firme bajo los pies. ¡Hay que darse
ánimo, que estallen las sonajas, que se arme barullo, que se nos ensordezca en
la ficción de la fiesta! Es la finalidad del jazz. ¿Cómo hacer fiesta fuera de
un disfraz festivo? Hay que hacerse el templo de sí mismo, «¡que suene la panza si no suena la
pandereta!» exhorta uno, «¡transfórmate
en una pagoda!» exhorta otro. Hay que sacar de sí mismo lo que debiera dar
la sociedad: el movimiento colectivo es forzado y cada uno debe entonarse. La
pandereta y las sonajas, instrumentos colgados en la antigüedad del árbol de
Attis, que siempre retornan en los ritos de fecundidad y en los carnavales,
tienen aquí un sonido siniestro, desolado. Sólo pocos pueden darse cuenta de
las cualidades macabras de la escena: un marinero del Nantuekel observa: «peor que lanzarse hacia las ballenas en una bonanza»; un hindú dice: «El hombre blanco lo llama diversión, prefiero ahorrarme el sudor.»
Se
evocan en el aquelarre sueños de mujeres que desflorar y un marinero siciliano
se dirige a un tahitiano: «Oye, muchacho,
elasticidad de músculos, fluctuante ondular, pudores y palpitaciones. ¡Labios,
corazón, anca! Desflorarlo todo, continuo tocar y abandonar.» ¡Observa, no pruebes, si no viene la saciedad! ¿Qué me
dices, oh pagano? Es el principio de la industria de la diversión para voyeurs; el pagano responde evocando las
danzas religiosamente ordenadas de sus mujeres desnudas: «Holy nakedness of our dancing
girls», inocencia y solemnidad irrevocablemente perdidas, celebración
ritual perdida por quien se ve reducido a la licenciosidad desesperada.
La
tempestad devuelve al trabajo a los marineros; para enfrentarse con ella el
único fuego disponible es el alcohol distribuido por Ahab.
El
bautismo de fuego que sigue al bautismo del agua es el grog, ignis ex oquis, a la medida de la tripulación.
La
técnica de mundo de Ahab es, como se ha dicho, la del dictador de la era
totalitaria.
Ante
todo, las preguntas a la multitud, que desconciertan, meten en ansia y
tranquilizan al mismo tiempo gracias a su estupidez, a lo obvio de las
respuestas («los hombres se miraban con
curiosidad, corno si se asombraran de que se les pudiera excitar de esa manera
a preguntas en apariencia tan ociosas»). Luego Ahab tomará poses plásticas
a las que no se podría atribuir otro significado que el de una convulsión
domada a duras penas.
Starbuck
osa preguntar ¿qué provecho se sacara de la travesía contra Moby Dick, de la
producción exasperada? Y Ahab dice: «tú
necesitas una palabra un poco más
profunda.» Para la masa basta la excitación magnética, la dosis justa de
furia artificiosa, de drogas toleradas (el grog)
y de respeto para las costumbres generales: a Starbuck conviene revelarle la
ideología de la irracionalidad, o mejor dicho, de la racionalidad atávica. «Todos los objetos no son más que máscaras de
cartón, pero en todo suceso, en el acto vivo en la acción indudable, algo desconocido pero siempre razonable
muestra sus formas detrás de la fea máscara »Y «la ballena es un muro..., me basta. Me ocupa, me da muchísimo que hacer.» Pero si la ideología
totalitaria de la acción que no tolera la duda no bastase, queda el argumento
principal: «Los leopardos paganos, cosas
que no calculan y no veneran, que viven; y no buscan y no dan razones para la
tórrida vida que sienten! La tripulación, la tripulación: ¿no están todos con
Ahab?... Tu única planta azotada por el viento, no puede resistir en pie al
huracán colectivo.»
ELÉMIRE ZOLLA [Traducción: Enrique de Rivas]
Papeles de Son Armadans, Año VII, Tomo XXVI. Núm. LXXVII,
Madrid-Palma de Mallorca. Agosto, MCMLXII pp. 120-132.
[1]
«El soñador cae en lo profundo y el
camino le lleva al agua misteriosa. Aquí tiene lugar el milagro de Bethesda. Es
necesaria la caída en el agua pura que suceda el milagro de la animación del
agua. Sin embargo, el soplo del espíritu sobre el agua es siniestro, indica la
presencia de un numen no creado ni por la espera del hombre ni por su actividad
voluntaria». Jung, op. cit. p.
22.
[2] Referido al verso « Muchos se han visto en sueños abrazados a la
madre».
[3] Cfr. P. Cazeneuve, Les rites et la condition humane, París, 1958.
[4] Simone Weil, Cahiers, I, p. 256, Plon. 1954.
[5]
Cfr. Jung, Psicología e alchimia;
Mircea Eliade, Alchimistes el forgerons.
Plon, 1957.
[6]
Varias veces hace Melville
alusión al Rabbinical tore. Es
probable que la fuente del sermón sobre Jonás está en el libro del Zohar (II,
1999 a, 19 b): «Jonás se embarca; es el
alma que zarpa para atravesar el océano de la vida. La barca es amenazada por
las marejadas. Cuando el hombre peca, se asemeja a Jonás que creía poder huir a
su dueño. Entonces Dios suscita una gran borrasca..., el hombre cae en
postración y se enferma. No obstante las pruebas, el hombre no piensa en
convertirse, entonces se acerca el piloto... El piloto es el espíritu del bien
que guía la barca... Cuando el hombre es juzgado en el mundo superior, mucho»
acusadores se presentan e incluso algunos defensores. Si el hombre es
condenado, se tira el alma al mar, es decir, se separa del cuerpo. Entonces la
barca vuelve u encontrar la calma del sepulcro... El pez que se traga a Jonás
es imagen de la tumba, sus entrañas imágenes del infierno».
No hay comentarios:
Publicar un comentario