Dos príncipes del absurdismo inglés:
Edward Lear-Lewis Carroll
El
humor no es un fenómeno específicamente británico, ya que grandes humoristas
los ha habido en otros países: Boccaccio en Italia, Cervantes en España,
Rabelais en Francia. Sin embargo, el humor inglés es algo inimitable y único. Y
nada más fácil que reconstruir una tradición británica de la risa o de la
sonrisa, ya que, desde el siglo XVI, el humor acompaña constantemente las
manifestaciones literarias británicas, dándoles el sello inconfundiblemente
humorístico y absurdo.
Tal
vez sea Inglaterra la nación más caprichosa y humorística de la tierra. Abona
este criterio el rico plantel de excéntricos conscientes que ofrece su
literatura. Al referirme a excéntricos conscientes,
aludo a sus muchos humoristas, pues, para mí, humorista es todo aquel individuo
consciente, con sus ribetes de extravagancia. En el propiamente humorista, se
halla esa conciencia aguda de la propia personalidad que podría pasar por
timidez si no fuera, en el fondo, pudor. Esta actitud no excluye, por otra parte,
ni la molida, ni la audacia, ni el valor. Y suele ser una actitud equívoca por
cuanto en ella la excentricidad está en pugna con el equilibrio moral, el
conformismo juega al escondite con la rebeldía, la sonrisa se confunde con la
tristeza, lo serio con el escepticismo.
El
primer guiño genial del humorismo inglés lo hallamos en Shakespeare —que reveló
al mundo el doble y enigmático rostro de Jano del humorismo. Gracias a él, la escena
conoció los derechos de la sinrazón humorística. El humor de los locos y de los
Polichinelas de Shakespeare es inolvidable. Recordamos siempre el ingenio
desatado de Toque, de Feste, de Autolycus y de tantos otros clowns shakesperianos. El humor de Shakespeare
debe lo mayoría de sus hallazgos al choque de términos disparatados, a lo
imprevisto, al destello, a la brutal introducción de elementos detonantes en la
frase. Su numen inventivo, paradójico, desenfrenado, se nos muestra en una
fantasmagoría de imágenes, agudezas e ideas raras.
La
insensatez humorística del pueblo inglés se revela más tarde —de un modo
genial— en Swift, que es quizá el más grande «absurdista» de todos los tiempos y uno de aquellos pocos humoristas
que saben ofrecer espinas por fuera y rosas por dentro. Viajes de Gulliver y Modesta
Proposición no son sólo avinagrados productos sino monumentos de la
paradoja irónica en la que fue maestro Swift.
Sterne,
que le sucede en el genialato humorístico, es otro verdadero excéntrico. Fantaseador
absurdo, se caracteriza por una irreverencia sistemática que le hizo agradable
a los ojos de Nietzsche. El «ismo»
que él creara, murió con él, pero no sus locuras, pues, años más tarde, dos nuevos
excéntricos conscientes emprendieron batalla, al igual que él, y se
caracterizaron por desvaríos parecidos, aunque de distinto signo. El absurdo es
reinventado por Lear y por Carroll, en pleno siglo diez y nueve, de modo que
nos hace pensar en cierta reencarnación del humor sterniano
En
1846, Edward Lear publica su Disparatario
y con él planta un grano que pronto da una rica cosecha, pues, en 1865, nace
otro gran libro del «absurdo»,
dedicado a los niños: Alicia en el País
de las Maravillas. Tenemos dos títulos definitivos.
El
Disparatario contiene una colección
de rimas denominadas por su autor «limericks», que pusieron en circulación un
tipo de cuentecillo estrafalario y epigramático de uno gracia sin igual.
No
le bastó a Lear el Disparatario para
manifestar su genio y a él añadió una serie de obras que también llevarían el
marchamo de lo absurdo: Canciones,
Historietas, Botánicas y Alfabetos.
Con la publicación de esta gavilla de absurdos, Lear se acredita de gran
invencionero. Su «sinsentido» es más
que una mera falta de sentido; más bien tiene un valor sustantivo y enriquece
la vida con una nueva modalidad de la sabiduría: el absurdo recreativo y
festivo.
El
mundo de Lear es, en cierta manera, una reducción al absurdo. En esto está
cerca de los surrealistas, quienes podrían muy bien tenerle como uno de los
suyos —junto con Dante, Hugo, Poe y el Shakespeare de los mejores días. La
escritura automática, preconizada por el surrealismo como «dictado del pensamiento, sin trabas racionales ni preocupación estética
o moral» es, sin duda, una reducción al absurdo de la teoría romántica de
la Inspiración, según la cual, el arte es esencialmente irracional y una
experiencia que va más allá de lo normal y aun contra lo normal. La escritura
de Lear, por otra parte, deliberadamente absurda, une un designio cómico a una
voluntad selectiva, apartándose así un tanto, del surrealismo. En vano
buscaremos en Lear las imágenes «distantes»,
aireadas por los surrealistas, al hacer suya la idea de Reverdy.
En
los dibujos cómicos que ilustran toda su obra poética, muestra sus mejores
dotes y su suprema originalidad, pues, parecidos no los hubo ni antes ni
después. Lear pudo conocer imitadores de poca monta que no lograron ni de lejos
aquella sutileza, oculta bajo una aparente ingenuidad, que bahía de
caracterizarle.
…
Varios
años después, Edward Charles Dodgson, alias Lewis Carroll, bastante antes que
el dadaísmo y que el surrealismo, creó una estética del absurdo. Y es curioso
ver cómo esa producción literaria, ciertamente subversiva —subversiva en cuanto
a su contenido oculto y sus consecuencias— pudo nacer del subconsciente del
austero diácono y profesor de matemáticas que fue Lewis Carroll. Gracias a su
obra maestra —Alicia en el País de las
Maravillas— el absurdismo británico alcanzó todas sus posibilidades. Alicia es el libro más extraño de toda
la literatura inglesa. Con gran pericia humorística, hallamos allí realizada
una reducción al absurdo del mundo del adulto y del de la razón. La labor de
zapa, emprendida contra el «mortero de la
buena lógica» y contra todo el pensamiento racional, se propaga al lenguaje
y con ello asistimos a la más atrevida creación de neologismos de toda la literatura
inglesa. Carroll, tras las huellas de Lear, supera la revolución de la palabra,
iniciada por aquél. Carroll es el inventor de las «palabras-maletas», antecedente de las «palabras-percheros» de Joyce.
El
onirismo humorístico es el elemento esencial de la creación caroliana. Las
aventuras de Alicia son, después de todo, una enorme engañifa urdida por un
humorista de gran astucia poética y de gran agresividad. Lo obra está poblada
de curiosas criaturas grotescas (Dodo, Lory, Eaglet, la Reina, la Duquesa y
tantas otras) que resultan francamente agresivas. Los encantadores personajes
de Lear (Dongo, Discobbolos, Pobblc. y Quangle Wangle) están muy lejos de
mostrar la agresividad de que dan testimonio las criaturas carolianas.
A
través del espejo, publicado más tarde, constituye la
continuación de Alicia. Aquí la niña
atraviesa un espejo y realiza un viaje a un país de sueño. El espejo, tantas
veces asociado a la magia y a lo maravilloso, vuelve con Lewis Carroll para
traernos un mensaje onírico.
El
espejo inconsistente es ciertamente un recurso literario, aprovechado por Carroll
para que Alicia se encuentre de nuevo con muchos personajes extraños y pueda
mantener con ellos extraños diálogos.
El
valor de esta obra reside en su atmósfera intensamente onírica y en el hecho de
que introduce el absurdo y la magia en el seno de lo cotidiano. Es cierto que
otros con anterioridad a él —Coleridge, Poe— habían intentado casar lo
imaginario y lo real, lo maravilloso y lo cotidiano; pero sólo a Carroll le
incumbe el mérito de haber creado un onirismo humorístico, plagado de lógica.
Carroll
es actual, además, por sus poemas que lo acreditan como uno de los primeros
poetas de su siglo. No en balde fue el autor del asombroso Jabberwocky, de La Morsa y el
Carpintero, y de Sentado sobre la
barrera, poemas todos ellos inolvidables.
En
1876, aparece La Caza del Snark, uno
de sus mejores hallazgos poéticos, con nombres sibilinos dentro de una
atmósfera de alegoría. El Snark
perseguido es una criatura mitológica, mitad sierpe, mitad tiburón, que no
sabemos bien lo que personifica. Hay en el Snark,
como en las dos Alicias, una parte de
sátira social y grandes zonas de humor negro. A pesar de su tono a veces
pimpante, este poema no es en modo alguno alegre. La persecución que relata
acaba mal y, por otra parte, el Panadero del poema es víctima del terrible Bujum, en un incidente que nos deja una
impresión muy penosa. En muchos respectos, el poema puede pasar por «una tragedia de la frustración y del fracaso».
Carroll
vive también por haber acuñado aforismos que hoy son moneda corriente del habla
inglesa. «Busca el sentido, que la
expresión vendrá por añadidura», pudiera ser uno de esos aforismos
sobrevivientes. Algunos fueron labrados para exasperar a las gentes, mientras
que otros quisieron ser bálsamo. Los hay que nos dan la impresión de que se ha
producido en la prosa un corto-circuito irreparable. Y casi todos ellos parecen
proceder de las sonajas de la Locura que proclama a los cuatro vientos que dos
y dos hacen cinco.
CRISTÓBAL SERRA
Papeles de Son
Armadans (La doctrina escondida)
Madrid-Palma de Mallorca,Diciembre, MCMLXV, Año X,
Tomo XXXIX. Núm. CXVII pp.
LVIII-LXIV.
No hay comentarios:
Publicar un comentario