Melville
y el abandono del zodíaco
«Sabe,
que suceda lo que suceda
todavía te confirmara
la caída de Adán. Habrá
un séquito, que se ve en germen,
miríadas, haciendo de pigmeos,
rebajados a la igualdad;
en la complacencia de las artes materiales
puede haber una cívica barbarie;
el hombre hecho innoble, brutal
por la ciencia popular, ateo
por aproximativo.»
H. Melville, Clarel-Bethlehem
todavía te confirmara
la caída de Adán. Habrá
un séquito, que se ve en germen,
miríadas, haciendo de pigmeos,
rebajados a la igualdad;
en la complacencia de las artes materiales
puede haber una cívica barbarie;
el hombre hecho innoble, brutal
por la ciencia popular, ateo
por aproximativo.»
H. Melville, Clarel-Bethlehem
I
Diferentísimas,
salvo a la vista, la poética del sueño de los románticos y la poética de la
asociación mística de Melville. La primera fue verdaderamente hedonística,
degustaba el sueño como evasión de lo real, como isla tutelada, interieur dentro del interieur burgués, fin en sí mismo; la
asociación mística de Melville es un modo de conocimiento.
El
trozo de la Berenice de Poe, donde el
protagonista se pierde en la contemplación estupefacta, es una rêverie romántica:
«Meditar largas horas con atención
concentrada acerca de algún pueril artificio del margen o de la composición
tipográfica de un libro; quedar enteramente absorto, la mayor parte del día,
sobre una sombra bizarra proyectada oblicuamente sobre polvorientos damascos,
sobre un entarimado apolillado; perderme una noche entera mirando fijamente la
llama palpitante de una lámpara o las brasas rojeantes de la chimenea; repetir
con monotonía alguna palabra banal, repetirla tanto y tanto que el sonido acaba
por no tener significado; perder todo sentimiento de movimiento y de existencia
en un vacío absoluto, obstinadamente continuo.»
Compárese
con la meditación de Melville de un ejemplar de teratología del gabinete de
curiosidades del doctor Cuticle en White
Jacket:
«Era la cabeza de una mujer madura, de
aspecto singularmente dulce y dócil, pero llena de un dolor devorante,
implacable. Se habría dicho que era el rostro de alguna abadesa,
voluntariamente separada de la sociedad humana por un delito inconfesable, que
llevase una vida torturada de penitencia sin esperanza, tan maravillosamente
triste y lastimosa era la cabeza, como para hacer llorar. Mas estas emociones
no surgían a primera vista. El ojo y el alma, aterrados, quedaban clavados,
fascinados, por la vista de un horrido cuerno, arrugado como el de un carnero,
que desde la frente proyectaba su sombra sobre el rostro. Luego, si se seguía
mirando, la fascinación helada de un tal horror se atenuaba poco a poco, el
corazón se hendía de tristeza al contemplar aquellos rasgos envejecidos, de una
palidez lívida y cenicienta. El cuerno parecía la marca de una maldición que se
hubiera abatido sobre algún pecado misterioso, concebido y cometido antes do
que el espíritu hubiese entrado en la carne. El pecado parecía impuesto y no
buscado voluntariamente, producido por necesidades despiadadas de la
predestinación; doblaba al pecador bajo el peso de una desgracia sin pecado.»
Melville
coge en el estado naciente los sentimientos que surgen de la contemplación y,
dejándolos aparecer en su desnudez, descifra su significado simbólico: la
desgracia sin pecado que, sin embargo, se ata en su oscura esencia a la idea
del pecado. A Poe le basta que la contemplación le distraiga, tiene los rasgos
del vicio. Poe fija la mirada para adormecerse con delicia, Melville para
conocer. A Poe le eran afines Tennyson, Longfellow, Beranger; amó la cantilena
y lo que alagaba el oído; Melville amó la prosodia hirsuta y el recitativo. A
Poe le es afín el miedo, a Melville el temor reverencial y angustioso. La
poesía para Poe, debe ser un sueño airy
y fairy-like: para Melville, el sueño
revela formas fluctuantes que hay que observar antes pasivamente para poder
luego lanzar el arpón sobre lo que simboliza la realidad, como está dicho en Mardi:
«¡Sueños! ¡Sueños! Sueños dorados:
interminables y dorados, como las floridas praderas que se extienden desde el
río Sacramento en cuyas aguas fue tejida la ducha de Dánae, prados como
eternidades circulares, hojas de junquillo destrozadas: y mis sueños se agolpan
como los bisontes que pacen en el horizonte y por el mundo entero; y entre
ellos irrumpo con mi lanza para traspasar uno, antes que lodos se disgreguen en
fuga.» Los sueños se extienden como Andes y Alpes y océanos, por Sicilias
asoladas y gélidas «pero debajo de mí, en
el Ecuador, la tierra palpita y pulsa como un corazón de guerrero: hasta que no
sé si soy yo ya el mismo. Y mi alma ahonda en los abismos, y se remonta a los
cielos... Como una fragata estoy lleno de mil almas... Sí, hay dentro de mí muchas
almas. En mis bonanzas tropicales, cuando mi nave yace en trance en la mar
tendida de la eternidad, hablan una a una y luego todas juntas».
De
este modo, el retraerse en el sueño es un volver a encontrar el mundo dentro de
sí; y se cala en uno mismo, para «crear
lo creativo», como escribirá Melville, siempre en otro punto de Mardi (donde bajo el nombre de Lombardo se
entiende Shakespeare):
«Cuando el gran Lombardo se dispuso a su
obra, no sabía qué resultado iba a tener. No construía según planes; seguía
escribiendo y de este modo ahondó cada vez más en sí mismo, como un viajero
emprendedor que se adentra por bosques engañosos, finalmente compensado por sus
fatigas». «A su debido tiempo», escribió en su biografía «salí a una región espaciosa, serena y
luminosa, de perfumes dulces, pájaros plantes, plantas salvajes, carcajadas
canallescas, voces proféticas. Por fin he llegado», «he creado lo creativo»... grité, y tenía al lado su fleco de
vellocino».
El
vellum gedeonis[1],
el elixir de vida, es decir, la creatividad, la felicidad, se alcanzan tras un
viaje ritual, tras el difficilis
transitus.
¿A
qué condiciones? El abandono, ante
todo: pero no basta el abandono. Si uno se detiene en este punto se queda en el
estéril fantasear, en la acumulación de pedazos, en la concentración maníaca y
complacida de Poe. Se debe dejar campo a las asociaciones de imágenes y de
ideas, pero a condición de reconocer en ellas el símbolo vital (hay que
precipitarse contra el rebaño la lanza en ristre, a traspasar uno de los
bisontes antes de que desaparezca la visión). El instrumento para hacerlo será
la analogía que reúne órdenes de hechos diversos, apariencias sensibles y
verdades ideales. Llegando a este punto, ya no somos los mismos, personas
individuadas, sino un coro de voces: la multiplicidad del universo aflora dentro
de nosotros. Esto no es ya un gusto por lo fantástico, por lo aéreo, por el
ensueño, sino una búsqueda de las analogías que conduce, a la raíz de la
creatividad. ¡Cuidado, sin embargo, con llevar a cabo la operación con ánimo
impuro, es decir, queriendo sacarle un consuelo! Es ésta la impureza que
Melville reprocha al trascendentalismo emersoniano, que también quería
descubrir en cada rasgo de lo real una analogía que consintiese trascenderlo.
Por eso se irrita ante afirmaciones consoladoras como la del ensayo de Emerson,
The Poet: «Utilizamos los defectos y las deformaciones para un fin sagrado; de
este modo expresan la noción que los males del mundo son tales sólo para el ojo
maligno», y replica (en las notas marginalia): « ¿Qué se propone este hombre? Si el señor Emerson, viajando en Egipto,
viese aparecer sobre sí los signos de la peste, ¿lo consideraría una vista
maligna, o no? Y si maligna, ¿sería malvado su ojo porque la ve maligna, o más
bien» sería maligno su sentimiento que utiliza el ojo?».
La
voluntad de encontrar consuelo y de recibir edificación es contraria a la
premisa del abandono. El conocimiento por mitos no se obtiene haciendo
intervenir la voluntad de transfigurar. Por otra parte, las analogías no son
arbitrarias, puesto que una tradición mitológica se las ofrece al contemplarse.
Así sucede con toda contemplación, que ciertas imágenes religiosas místicas
transmitidas por la tradición vuelven a aflorar involuntariamente. Para un
hombre «marino», es decir, desligado
de la tradición de su tierra, esto equivaldrá a dejar jugar todas las
tradiciones místicas de todos los tiempos y pueblos. Ya antes los trascendentalistas
echaron mano de los mitos hindúes, y Görres, entre los románticos alemanes,
apuntaba a crear una especie de panteón que comprendiese todos los mitos de la
tierra. ¿Superposición ecléctica? No, con tal de que se tenga firme el
principio del abandono: los mitos aflorarán de nuevo inevitablemente, nunca
deberán yuxtaponerse por voluntad intelectual de conciliación.
En
el pasaje de Mardi sobre los sueños,
aparecen sucesivamente dos cuadros: los prados floridos alrededor de un río y
el mito de Dánae y de Zeus que se transforma en lluvia de oro para penetrar en
1a prisión donde ella está encerrada. Es decir, las aguas del río pueden, si uno
se ensimisma en ellas, conducir a las estancias secretas. Los prados son
eternidades circulares (y el círculo es el signo predilecto de Emerson, el
signo de Dios, en cuyo centro está el agua de la vida donde es preciso
sumergirse y confundirse). Luego aparecen los rebaños, entre los que hay que
traspasar al toro que revolará con su muerte sacrifical el misterio de la vida.
De este modo, en el rostro de la mujer cargada con el cuerno sobre la frente,
en la contemplación de la calcomanía, la asociación da un primer resultado: el
aries, es decir, el cordero, el animal sacrifical por excelencia, inocente por
excelencia, cuya muerte violenta tiene la misma función que la muerte del toro.
La inocencia desgarrada es la máxima fuente de horror, es la demostración de la
imposibilidad de vivir, de la absoluta inhumanidad de la vida; pero es también
la demostración de la necesidad de vivir más allá de la cadena de culpas,
echándoselas encima todas, consumiéndolas con el propio sacrificio hasta el
extremo de romper en un punto la cadena del mal en lugar de propagarlo
retorciéndolo. El cordero está completamente fuera de la fuerza porque la
padece sin participar en sus leyes, es desgracia sin pecado. He aquí, pues,
cómo símbolos antiquísimos, arquetipos, han aflorado de nuevo gracias al
abandono.
*
* *
«No permitir que. cualquier hecho quede como
tal», es el proyecto secreto de Melville, y si en Carlyle y en la poética
de los metafísicos o en las costumbres de los predicadores puritanos que
exhortaban (con Jonathan Edwards) a discernir en los acontecimientos images of shadows of divine things
(aunque la lógica puritana sostuviese que creía en la naturaleza meramente
ornamental de los símbolos) se tienen paralelos, sin embargo, la necesidad de
transformar en un continuo éxtasis generador de visiones y de asociaciones
simbólicas las realidades visibles, maná autóctono del espíritu naturalmente
religioso de Melville. Religioso en sentido propio se entiende quien ha padecido
la muerte y ha tenido el don del renacer, quien ha resucitado de visiones y
padecimientos infernales: el ultraje desmesurado de la vida n bordo de una nave
os un manantial de pensamientos simbólicos, ya que no el orgullo, ni la
voluntad de vivir, ni la capacidad de olvido natural bastan u proveer In fuerza
necesaria para padecer una tal crucifixión.
Valgan
las palabras de un monje de la Tebaida, el abate Evagrio, en su obrita Sobre los diversos pensamientos malignos,
reunida en la Philokalia[2]: «Tras largas observaciones hemos descubierto que la diferencia entre los
pensamientos que son de los ángeles y los de los hombres, y aun los que
provienen de los demonios son como sigue: los de los ángeles procuran descubrir
la naturaleza de las cosas y su significado espiritual, por ejemplo, ¿con qué
fin fue creado el oro?, y, ¿por qué está esparcido como arena en los valles de
la tierra y descubierto allí con gran fatiga y esfuerzo? ¿A qué se debe que
cuando es descubierto se le lava en el agua, se le mete en el fuego, y luego
llega a manos de los artistas que forman con él para la casa de Dios un
candelabro, un incensario, vasos de los cuales por gracia de Dios no bebe ya el
rey de Babilonia, sino que un Cleopa lleva un corazón quemante para tales
misterios (Lucas XXIV, 32)? Este no lo conoce, ni comprende el pensamiento de
los demonios, sino que sólo sugiere desvergonzadamente la adquisición del oro
material prediciendo el placer y la gloria que de ellos se han de derivar. En
cuanto al pensamiento hermano, éste no trata de poseer ni tiene curiosidad de
saber qué simboliza el oro, sino que introduce en la mente una desnuda imagen
del oro, sin pasión ni avaricia. Si un hombre ejercita la mente conforme a este
ejemplo, descubrirá que el mismo razonamiento vale para otros objetos».
El
primer capítulo de Moby Dick comienza
con una declaración no humana, sino angélica: Call me Ishmael: llamadme Ismael, y no: me llamo Ismael. No tiene
importancia el nombre del protagonista narrador, sino lo que él simboliza.
Ismael es el hombre que se sabe dotado de una superioridad no reconocida por el
mundo: el primogénito de Abraham es un bastardo expulsado al desierto, entre
otros rechazados; allí aprende a sobrevivir a esta muerte, en perfecta soledad,
endurecido contra las adversidades.
El
Ismael de Melville decide embarcarse, tiene poco dinero y nada que lo ate a la
tierra. Está en un estado de irritación e inquietud; el aburrimiento es un
síntoma de desequilibrio y de petrificación de las pasiones, un cortejar a la
muerte, de tal modo que la indolencia y la ira están unidas en el ánimo de
Ismael como en la misma laguna Estigia los indolentes están sumergidos en el
agua, y los iracundos rectos en pie con semblante ofendido. En la indolencia el
sol parece detenido, las fuentes vivas del ánimo están secadas. Hay que
hundirse en el agua para levantarse de nuevo. Driving off spleen, regulating circulation, en el propósito de
Ismael. Los pretextos para la partida, pobreza y falta de amigos, son ocasiones
y no causas, para quien no quiera ser puro mecanismo. ¿Qué es, subjetivamente,
el destino objetivo de la pobreza? Un tedio detenido que pide la muerte.
Tedio
expresado por «un pliegue amargo de la
boca» y por «un noviembre en el alma»,
húmedo y pluvioso. La lluvia es un símbolo dantesco de pecado, de retribución
por el pecado, es decir, por el obstáculo, la falta de fe. Embarcarse: «my substitute for pistol and ball», un
suicidio disimulado, una muerte ritual.
«Si lo supiesen, todos según su grado (in
their degree) nutren, de un modo o de
otro, mis mismos sentimientos para con el mar». En esa expresión según su
grado o en su medida (sacada de la alocución de Ulises del Troilus y Cressida) se halla el espía de la superioridad que estaba
implícita en el apelativo Ismael: el bastardo que sabe que es el primogénito.
Él siente en alto grado lo que en los otros dormita. En Manhattan todos sueñan
con el mar, se entretienen en sus orillas, lo contemplan como atraídos obscuramente,
sin saber que en el buscan la muerte ritual[3]. De hecho, están en la
obscuridad de lo que en ellos se agita: «Pero
son hombres de tierra; los días de la semana encerrados entre rejas y paredes,
atados a bancos, clavados a escritorios». La retribución por su vileza, por
ser inconscientes del deseo de muerte, es la tortura cotidiana: apretados por lazos,
clavados en sus celdas-oficinas.
Melville
insiste. El agua atrae: si se recorre una vereda en el campo llevará
seguramente a un manantial o a un arroyo; un hombre es atraído como por un imán
hacia las aguas, porque el agua y la meditación están casadas para siempre. ¿Y
qué representará un pintor en un paisaje arcádico sino un arroyo que encadena
los ojos del pastor? ¿Por qué era el mar sagrado para los persas? ¿Por qué
Neptuno era hermano de Júpiter? ¿Por qué Narciso, no pudiendo satisfacerse con
la vista blanda y tormentosa de sí mismo en el agua, se tiró en ella? En las
aguas de los mares nosotros buscamos esa imagen.
Ismael
se embarcará como marinero y no como pasajero. No porque ame la labor; es más,
abomina de todos los «trabajos
respetables». No haría ninguno de ellos: todo lo más podría hacer de
cocinero a bordo. Melville no deja en estado natural inmediato la imagen del
cocinero, sino que hace de intermediario suyo y la interpreta. No le gusta
guisar la caza menor pero se puede osar el acto gracias al respeto y a la
reverencia que hay de por medio: los egipcios, a través de sus meditaciones sobre
la caza guisada, llegaron a construir esos enormes hornos que son las
pirámides. Lugares de muerte y de renacimiento, similares a montañas.
De
esto modo, Ismael acepta el decreto del hado, que lo envía sobre un ballenero,
haciéndose la ilusión de querer buscar quizás la ballena. ¿Decreto insensato?
Le asignan una parte trágica: el ejercicio de estoicismo necesario para
soportar la esclavitud, las órdenes de los oficiales, la indignidad de ser
pagado por su fatiga. ¿Qué designio abriga el destino?
Ismael
tiene que renovarse para vencer el aburrimiento, la muerte viviente de la
ciudad, prisión en la que viven los hombres-sombra: isla de muertos excluidos
de la abierta campaña, nave encallada en la playa. Wordsmith había hablado así
de los prisioneros de las ocupaciones bajas en Prelude:
The slaves unrespited of low pursuits
living amid the same perpetual flow
Of trivial objects, melted and reduced
to one identily, by differences
That have no law, no meaning and no end.
Of trivial objects, melted and reduced
to one identily, by differences
That have no law, no meaning and no end.
Así
es la muerte viviente: estar atados a ocupaciones tediosas, en el flujo
perpetuo de objetos vulgares, fundidos y reducidos a una sola identidad por
diferencias que no tienen ley ni significado ni fin. Así se le aparecen también
a Melville (sólo un Bartleby, el escribano que se niega un día a continuar
cumpliendo los gestos insensibles y automáticos del empleado, se destacará de
la muchedumbre que no se atreve a tirarse al mar).
En
Mardi la razón de la fuga de Tadjï
del barco Arcturion era la misma que la de la fuga de Ismael de Manhattan. El Arcturion
es un barco bonachón, como el Manhattan de los hombres que se cansan todos los
días en los escritorios y los domingos pasean, a orillas del océano, sin
comprender los impulsos grandiosos que tan modestamente se agitan en ellos. «Buenos chicos los marineros... Pero no había
entre ellos un alma que fuese un imán para la mía, con lo cual mezclar nuestras
simparías, menos para deplorar las bonanzas que de cuando en cuando nos
sorprendían o para saludar al viento cuando soplaba..., si se hubiese abierto
una grieta o hubiésemos chocado contra una ballena o hubiésemos sido vencidos
por un capitán despótico, contra el cual rebelarnos en una revuelta inspirada,
entonces quizás mis compañeros se hubiesen mostrado como chicos más espabilados
y hombres de temple». Sólo los une la conversación banal: entonces Tadjï
responde a 1a llamada del mar y de la muerte. Otros hubieran buscado huir de
aquel Manhattan: Thoreau en el campo tiene que restaurar la vida frugal del
buen campesino independiente que vive de los frutos de la naturaleza en una
renovada edad de oro, los trascendentalistas en la colonia socialista de Brook
Farm, ilusionados por encontrar fuentes de agua viva gracias a una organización
distinta del trabajo social. Melville-Ismael busca el mar, pero un mar de
acuerdo con la visión angélica, un mar que no es, humanamente, su imagen
desnuda ni, demoniacamente, un elemento para explotar.
*
* *
La
Fuente era «el principio de las sedes
estables de los hombres»: pero estaba también cargada de otros significados.
«Por lo que Acteón, que se atrevió a
mirar a Diana desnuda, surgiendo de la Fuente, se convirtió por ello en Ciervo,
animal timidísimo, y [que] fue
destrozado por sus perros, por su conciencia culpable de impiedad»; y de lympha -agua pura- quedaron [los] lymphati, para los «Latinos [los] alienados de mente, casi regados de agua
pura», escribía Vico, abandonándose a las asociaciones míticas. Fuente y
agua son símbolos del comienzo de la transformación humana.
Al
principio de un cambio del alma, observa Jung, aparecen sueños y signos de
animales: serpiente, pájaro, caballo, lobo, león, dragón. En un segundo momento
a estas imágenes de los instintos que se deben afrontar, sucede una serie
diversa: celda, cavidad, profundidad de agua, mar. A éstas seguirán fuego,
armas, instrumentos, para significar que se está operando la transformación. El
momento crucial evocará en el sueño, y en la realidad significante, los
símbolos del hermafrodita. Del tránsito peligroso, de la suspensión, del aleteo
o la natación, del árbol que conecte el cielo con la tierra. El renacimiento y
el nuevo equilibrio meridiano estarán indicados por círculos, cuadrados,
flores, ruedas, soles o, en las formas negativas, por redes y cárceles.
Estamos
inmediatamente, en el momento de la apertura de Moby Dick, en el círculo de los símbolos del segundo momento. En la
Comedia se estaba desde el principio
en la selva de los animales, en Moby Dick
se está inmediatamente en el dintel de los ríos infernales.
Ismael
busca en el mar la madre. El deseo de novedad es, también, de hecho, una
atracción hacia el estado oceánico de la infancia. Pero él busca
conscientemente el mar como movimiento: es más, este elemento del agua se le
aparece aun antes del escondido elemento materno. La realidad de los símbolos
es múltiple: la imagen de la madre virginal, de la fuente (Virgen) está celada
por los peces en movimiento y por el acuario, es decir, por la cualidad
incitadora, móvil, del agua que cubre la cualidad amniótica, el reposo en el caos
primordial. La imagen femenina es lo que, encubridamente, busca quien siente la
atracción del agua.
Si
el agua surgente es la condición de la vida y de la ciudad, es también por
analogía la condición de la vida individual, la frescura de las impresiones y
la capacidad de distinguir y llevar la novedad perpetua de cada jomada. En
breve, la felicidad (que es crecimiento, de ahí felix Italia, Italia rica de mieses, felices campos los ubérrimos)
por lo cual no se nos defiende de la novedad de lo real o de nosotros mininos.
Esta
simbología llevada a términos cristianos suena, como en Orígenes (en Ezech. hom. XIII, 4): «el hijo de Dios, la imagen de Dios está en
el fondo del alma como una fuente viva», mas quien le echa tierra dentro,
es decir, deseo terreno, la obstruye y enturbia, de modo que el hombre ya no
queda consciente de ella ni la reconoce. Añade el Maestro Eckhart que basta
quitar el fango terrestre para que la fuente del alma surja límpida, del mismo
modo que basta quitar madera superflua de un tronco para que nazca una estatua.
El alma debe ser virgen, intacta, para ser rociada por el agua de la vida y por
lo tanto fructificar; el Padre engendra a su hijo en esta condición intemporal
y virginal del alma. Se nos vuelve hacia el sentido del agua para ser mondados
e iluminados.
El
origen de toda cosa está en el océano que circunda la tierra, afirmaba la
sabiduría homérica. El Océano circunda la tierra como una serpiente, un uroboros (en Mardi Melville vuelve a tornar este tema: «How ondulated the horizon, like a vast serpent with a ten thousand
folds coiled all round the globe»). Para Pitágoras esta serpiente, ceñida
por el horizonte, Océano, borde del zodíaco, es la psykè del universo, la serpiente del tiempo. Es la serpiente que
nace de las aguas como alma del agua, como su esencia. Es el límite del
universo, es decir, el destino.
El
agua corriente es, además, el símbolo del deseo (luxuria diffluit) y del espíritu de la procreación: psykè es una serpiente (separada del thumòs, del pecho, sede de la voluntad),
un genius (que nace de la cabeza donde se forma el semen, para los griegos[4], de aquí la metáfora capul est unde aqua nascitur, por eso el
surtidor de las aguas corrientes es una cabeza, por analogía con la cabeza del
hombre donde desciende el semen). Lo genial es inspiración, fuente viva,
creación de lo místico.
El
agua que ciñe el universo, el Océano, es un círculo, símbolo de la eternidad
que es fruición inmediata de cosas infinitas, estado divino (Borges recuerda
que la primera letra del alfabeto hebraico, es el alef, raíz, fuente de toda cosa, es decir, existencia para la cual
vale el principio que regula los números transfinitos: el todo no es mayor que
cada una de las partes).
Melville
establece luego siempre esta secuencia de situaciones: el hombre busca el agua,
divisa en ella su imagen como Narciso, pero de ella salen también peces y entre
ellos, el mayor, el Leviatán (el otro de
nosotros que es una parte de nosotros) y habrá que pescarlo o ser tragados
por él.
Secuencia
que se vuelve a encontrar en la antigua simbología cristiana[5]: «Fe fue siempre mi guía y siempre me ofreció alimento el Pez de la
Fuente, el grandísimo, el puro, que fue apresado por la Santa Virgen», pero
nosotros pisciculi nacemos del agua
según el modelo de nuestro Pez Jesucristo, y no encontramos salud si no es
quedándonos en el agua; «Jesús es pastor
y pescador que atrae a los perecidos con el anzuelo de la vida eterna».
El
agua que puede salpicarnos dentro es una imagen de libertad, de felicidad. Pero
puede ser también símbolo de angustia ya que todo símbolo es bifronte. El
hombre que se ha encerrado en su voluntad teniendo a raya como bestias
peligrosas sus instintos, sentirá la urgencia de las aguas interiores como una
amenaza.
De
este modo, en la simbología involuntaria de los puritanos, el agua es amenaza
de furia, de castigo[6]. Se dice simbología
involuntaria, ya que los puritanos sostenían por excelencia que símbolos y
metáforas eran meros ornamentos, y a ellos se remonta la adopción de la lógica
del Ramo[7], la mentalidad
rigurosamente científica que descarta como embellecimientos superfluos las
figuras retóricas y los símbolos mismos. Sin embargo, vivían ellos en un
universo, por reacción, completamente imaginario: la Nueva Inglaterra
circundada de indios era una Palestina circundada de pueblos dedicados a la
abominación; en cada suceso y figura creían divisar nada menos que un motivo
útil para sacar una moraleja. Mas precisamente porque creían usar la metáfora
como un instrumento, la metáfora se les convertía en alucinación, de modo que
vivían en un mundo completamente imaginario donde los hechos cotidianos, en su
mayoría oscuros, ya no se distinguían de los análogos de la historia bíblica.
Así, pues, de hecho se abandonaban a un conocimiento por símbolos de sil situación,
y persuadidos de estarse sirviendo de las imágenes, en realidad se convertían
en sus vehículos e intermediarios, expresando, en las prédicas de Cotton Mather
y de Jonathan Edwards, el miedo de los instintos reprimidos con la imagen de
las aguas terribles que Dios podía desencadenar en cualquier momento,
arrastrando al hombre como una araña sostenida por un hilo sobre una llama.
Este miedo del agua es, precisamente, el sentimiento contrario al de los
grandes héroes libertadores y religiosos (incluso a los puritanos mismos en su
naturaleza más pura) a cuya imitación invita Melville.
*
* *
El
habitante de las aguas es el pez, y el hombre inmerso en el agua de vida, en el
fluir libre del deseo y de la genialidad, es un pez. Cristo, héroe libertador, lo
es por excelencia. Cristo en esta acepción es la libre vida, y así fue
interpretado siempre por los textos de la más alta religiosidad, como se deduce
de un pasaje del Traité de l'abandon à la
divine Providence de Pierre de Caussade, el gran jesuita del siglo
dieciocho.
«Sentiréis un no sé qué que os hará decir:
tengo ahora afecto por esta persona, este libro, deseo dar o recibir esta
opinión, o hacer estas peticiones, o abrirme a esta alma o a recibir sus
confidencias, a dar esta cosa o a hacerla. Hay que seguir este movimiento por
impresión de gracia, sin sostenerse ni siquiera un momento con las reflexiones,
los razonamientos, los esfuerzos. Hay que darse a las cosas por el tiempo que
Dios ata a ellas, sin comprometerse por sí mismos. En el abandono, la única
regla es el momento presente. El alma es ligera como una pluma, fluida como
el agua, simple como un niño. Jesucristo
no se ha limitado jamás: no ha seguido nunca al pie de la letra todas sus
máximas..., su alma no tenía necesidad de consultar el momento precedente para
dar forma al siguiente. La vida de todo santo es la de Jesucristo, un nuevo
evangelio».
En
el lado opuesto está el miraje de las almas puritanas que viven «par effort et par industrie» y por lo
tanto, aterradas por el irrumpir de las aguas que la divina cólera puede
desencadenar, y, no sin razón, le hablarán de la mano de un Dios iracundo sobre
ellos, ya que su ira tiene la fuerza de la represión que ellos ejercitan sobre
sí mismos.
Agua
es, por lo tanto, libertad, espontaneidad, genialidad, fecundidad, deseo animador
de quien la contempla[8].
En
la alquimia son constantes las identificaciones como agua est spiritus, fluit spiritus et fluent aquae[9].
El héroe se aventura en las aguas que los hombres terrestres miran con
nostalgia sin valor. Volver a las aguas significa retroceder, es decir, hacerse
sabedores de realidades interiores y reabsorberlas. En los misterios antiguos
significaba acercarse de nuevo al mundo de los dioses del pantano, a las madres
Euménides para integrarlos en el inundo de la luz[10].
La
secuencia metafórica melvilliana se vuelve a encontrar en la literatura mística
de casi todas las culturas. «El que haya
visto a Dios es divino, el que haya visto ese mar es un pez», dice el
musulmán Rumi: «el alma inmersa en Dios y
absorbida en él, nada con deleite inefable en la divinidad», dice el
católico Blosius[11],
y Santa Catalina —narra la biografía de Fray Raimundo de Capua— representaba el
estado de fluidez y de abandono como inmersión en el mar donde los objetos
aparecen sólo por mediación del agua, en transparencia, reconducidos a su nulidad.
Dios es un pez, Cristo (o Buda u Orfeo) o Leviatán, el dragón del pantano nemeo
(en la alquimia se vuelve a tomar el motivo de la mitología egipcia, del dragón-cocodrilo,
aqua vitae sinistra, «serpens se ipsum luxurians..., draco in
nigredine natus Mercurius vivus dicitur Scorpio: id est venenum quid mortifical
seipsum el seipsum vivificat»[12], leviatán.
El
hombre incapaz de enfrentarse con el dragón es el hombre incapaz de enfrentarse
consigo mismo, (llórenles tiene que enfrentarse con el león acuático y telúrico
del pantano ñemeo[13], es decir, del mundo
fangoso, donde todo crece en orden humano de modo promiscuo, a manos desnudas
porque se está enfrentando consigo mismo), el pez será cogido por el iniciado
pero devorará al incauto e impuro que ha osado evocarlo, en cuyo caso no será
el pez que San Brandano encuentra y sobre cuya grupa los monjes celebran la pascua,
la fiesta de resurrección, o el Leviatán que Cristo pesca del mar en el Hortus Deliciarum de Harrad von
Landsberg, sino la ballena que traga.
Entre
los puritanos, la suerte del hombre es la de Jonás; sólo una vida libre puede
consentir enfrentarse con el monstruo de los abismos, el propio subconsciente.
Entre los síntomas de la neurosis está la repugnancia hacia superficies lisas,
húmedas, lúbricas como pieles de serpientes o escamas de peces: no es
casualidad que en los misterios se soliese hacer enroscar serpientes alrededor
del cuerpo y no es casualidad que en los primeros capítulos, Melville juegue constantemente
sobre el doble significado de fishy
que es también «viscoso», de clammy, glutinoso, que es también
húmedo, pegajoso. El gesto de asco que despiertan estos juegos verbales
concreta la ambivalencia terapéutica y sacra del pez que auctor Baptismatis ipse est.
ELÉMIRE ZOLLA [Traducción: Enrique de Rivas]
Papeles de Son Armadans, Año VII, Tomo XXVI. Núm. LXXVI,
Madrid-Palma de Mallorca. Julio, MCMLXII pp. 12-35.
[V. Elémire Zolla: "Melville y el abandono del zodíaco" (II)
y Elémire Zolla: "Melville y el abandono del zodíaco" (III)]
y Elémire Zolla: "Melville y el abandono del zodíaco" (III)]
***
[1] Es el vello que se mantiene húmedo
en el desierto y seco en el pantano, símbolo del despego del mundo, de
creatividad y de crítica, de oposición fecunda.
[2] Publicado por Faber & Faber,
1959, Londres.
[3] Esta simbología del mar, sendero
de las ballenas, ya aparece en la elegía pagana anglosajona, como en el canto
amebeo entre el joven y el viejo en el Exeter Bank. El vocabulario mismo de
Melville es un índice de este retorno a las fuentes del espíritu anglosajón,
por exclusión de los étimos latinos.
[4] Cfr. Origins of European Thought, Oxford, 1953.
[5] Los pasajes de Abercio, Tertuliano
y de un himno alejandrino del siglo II son citados por R. Weelwright, The Burning Fountain, Indiana, 1954.
[6]
Un análisis de los símbolos en los sermones de la edad colonial se baila en
Campbel, L'eroe dai mille volti,
Feltrinelli, 1959.
[7] Los puritanos fomentaron la
investigación científica moderna y fueron los inspiradores de su órgano, la Royal Society (Cfr, Robert K. Merton. Teoría e ricerca sociate «Il Molino»,
199); de este modo, le quitaron al Universo su carácter sagrado antes que los
enciclopedistas.
[8] En Anthony and Cleapatra, Shakespeare entreteje una continua variación
sobre el agua voluptuosa y nefasta o bien regeneradora. Cfr. A. Lombardo, Le immagine dell¨acqua, English Miscellany,
n. 10, 1959.
[9] Cfr. CG. Jung, Die Wurzeln des Bewusstseins, Rascher,
1954.
[10] Cfr. J. J. Bachofen, Versuch uber die Grübersymbolik der Aliten,
Basel, 1959. Los misterios de las divinidades puramente terrestres festejan la
reproducción natural inmediata, visible robre todo en las plantas de los
pantanos, respondiendo al culto del dios fálico matriarcal Poseidón o Dionisos
a quien son sacras la humedad, las serpientes, las ninfas, los delfines, y a
quienes se hacen ofrendas de pescado. Las divinidades solares, de Apolo a
Hércules se apartan de ellos para instaurar un orden no
ya lunar sino solar, no ya atado al ritmo de muerte y vida, sino al ser
manifiesto en las órbitas de los astros.
[11] Citados por M. A. Ewer, A Survey of Myslical Simbolism, London,
1933.
[12] Cfr. Jung. op. cit. y Psicologia e
alchimia, «Astrolabio», 1952.
[13]
Sobre la cualidad acuática del león ñemeo cfr. Bochofen, op. cit. pp. 82-83.
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