viernes, 14 de febrero de 2025

"Sueños del idilio absoluto" J. A. Ugalde entrevista a Milan Kundera, (Pueblo, Sábado Literario, 1 de diciembre de 1979)

 


CONVERSACION CON EL NOVELISTA CHECOSLOVACO MILAN KUNDERA

SUEÑOS DEL IDILIO ABSOLUTO

Poca atención ha prestado nuestro país a la literatura checoslovaca después de que la vida cultural de la nación centro-europea fuera arrasada, en 1968, por la invasión soviética. Hace algunos meses, la editorial Seix Barral publicó La vida está en otra parte, segunda novela del escritor Milán Kundera, y tal vez el máximo representante de la diezmada narrativa checa. En la introducción del libro, el mejicano Carlos Fuentes señala que nos hallamos ante «una maravilla narrativa», elogio que se añade a los que la crítica francesa tributó al autor en 1973, calificándole como «gran escritor que entra en la literatura mundial» (Claude Roy), y a su obra como «lo más importante de todo el año literario» (Dominique Fernández)

El pasado jueves, Milán Kundera visitó Madrid, invitado por el programa televisivo «A fondo», y durante su estancia sostuvo una entrevista con «Pueblo literario».

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Milán Kundera nació en la localidad checoslovaca de Brno en 1929. Al término de la Segunda Guerra se afilió en el Partido Comunista de su país, del que fue expulsado en 1950 «por motivos de escasa gravedad, más bien por un comportamiento juzgado como ligero por el partido». Durante la década de los años sesenta se inició en el país el proceso de liberalización, conocido como «Primavera de Praga», que contribuyó a renovar las esperanzas mundiales de un «socialismo en libertad». Kundera, que en aquella época era profesor de la Escuela de Estudios Cinematográficos de Praga, describe el proceso con estas palabras: «Un intento de crear un socialismo sin una policía secreta omnipotente; con libertad para la palabra dicha y escrita; con una opinión pública cuya existencia es reconocida y tomada en cuenta; con una cultura moderna desarrollándose libremente, y con ciudadanos que han dejado de tener miedo».

En 1968, los tanques soviéticos impiden la celebración de elecciones para sufragio secreto dentro del Partido Comunista checoslovaco, toman las principales ciudades, y para abril del año siguiente la «Primavera de Praga» ha sido abortada. En 1970, Milán Kundera es apartado de su labor en la Escuela de Estudios Cinematográficos, y se inicia su obligado ostracismo como escritor. En 1975 se exilia en París, donde da a conocer las novelas escritas durante el período de ascenso de la tenaza imperialista soviética sobre Checoslovaquia.

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—Su primera novela, La broma, se publicó en mil novecientos sesenta y ocho, en París. ¿Cuál fue su primer quehacer literario en años anteriores?

La broma se había publicado en Praga en mil novecientos sesenta y siete, pero antes había escrito una colección de cuentos, El libro de los amores ridículos, y un poco de teatro y poesía. Empecé a escribir algo válido con treinta y dos años; al menos, considero que mi escritura anterior es una especie de prehistoria juvenil.

—¿Cuál fue su participación en la vanguardia cinematográfica de Praga que dio a conocer a directores como Forman, Věra Chytilová, Alexander Kluge...?

—En torno a la escuela de cine de Praga nos reunimos un grupo amplio de amigos y de alumnos que formábamos una especie de laboratorio cinematográfico de vanguardia. Además vivíamos un clima común de exaltación artística y de búsqueda de formas de expresión que respondieran a la liberalización política. En aquella época escribí el guión cinematográfico de mi novela La broma.

—A partir de mil novecientos sesenta y ocho se inicia el aplastamiento de la evolución liberalizadora del comunismo checoslovaco que dirigía Dubček. ¿Cuál fue su situación a partir de ese momento?

—El sojuzgamiento del pueblo checo fue un proceso lento y calculado, cuyos objetivos no se veían tan claros al principio. Hasta tres años después, en 1971, no se iniciaron los procesos políticos. Durante esos años yo me encontraba sin empleo y sin poder publicar mi obra, de manera que vivíamos modestamente de las clases de inglés que daba mi mujer. Me concentré con mayor intensidad en mi trabajo literario y escribí La vida está en otra parte y La despedida, hasta que en 1975 emigré a Francia.

—¿Seguía usted siendo marxista? ¿Cuál fue su evolución ideológica?

—Jamás fui ortodoxo marxista, ni siquiera en mi época del partido. Tengo cierta admiración por la obra de Marx, pero no soy marxista. Creo que el oficio de novelista exige una gran tolerancia filosófica: el escritor no debe juzgar, sino comprender. Un verdadero novelista no se identifica con una u otra filosofía. Su relacion con las ideas filosóficas es irónica y está marcada por una distancia y por la ambición de comprender.

—A diez años vista de los trágicos sucesos de 1968, ¿cuáles cree que han sido las repercusiones sociales y culturales de la intromisión soviética en Checoslovaquia?

—Ante todo, hay que destacar que la invasión no sólo ha aplastado a sus opositores políticos, sino a toda la cultura checa, y con ello me refiero al más amplio concepto de cultura. No sólo se han prohibido manifestaciones culturales, como libros o pinturas, sino que se han manipulado y controlado la manera de vivir, la enseñanza de las escuelas, la forma de ejercer la defensa de los acusados...; en definitiva, se ha tratado de ahogar la memoria colectiva del pueblo checo y se ha tergiversado lo que podríamos llamar su identidad cultural como nación. Tengo la impresión de que tras el cambio político de régimen se puede constatar otro fenómeno cuyas consecuencias son más graves y duraderas: Checoslovaquia, viejo país occidental, ha sido colonizado por otra civilización, otra cultura y otra historia. Un país que durante miles de años formó parte del destino occidental ha sido convertido en un «país del Este». Para ello ha sido necesario un gigantesco «lavado de cerebro», un esfuerzo masivo por hacer olvidar a los checoslovacos su raigambre occidental.

—Usted no se reconoce como disidente. ¿Por qué motivos?

—Ante todo, debo señalar que estoy de acuerdo con las tesis intelectuales de la «Carta 77», documento que no pude firmar porque me hallaba fuera del país. Pero, efectivamente, tengo cierta aversión por el concepto de «disidencia». En los países de la Europa democrática imaginan que existe una literatura disidente, especie de amalgama de escritura de tesis ideológica, compromiso y propaganda. Esta concepción sitúa el sentido del trabajo del novelista en la denuncia de un determinado régimen político, y yo detesto la literatura que sólo es ilustración de cierta ideología política, porque siempre es mala: la literatura anticomunista no es mejor que la literatura pro-comunista.

—¿Cómo se compagina su defensa del Estado socialista democrático de la época de Dubček y esta otra declaración suya: «Me siento estupefacto ante la incapacidad occidental de ver su rostro en el espejo de nuestra historia. La tragicomedia que se representa en mi país es también la de vuestras ideas, vuestro entusiasmo, vuestras doctrinas, vuestro fanatismo, vuestros sueños y vuestra inocencia cruel»?

—En Occidente se suele considerar el drama de «la historia del Este» como algo local que no tiene nada que ver con la historia de Europa. Se piensa a menudo, sobre todo en Francia, que la verdadera historia transcurre en la Europa democrática, mientras que en «la Europa Central y del Este» sólo ocurren las excepciones, los sucesos extraños de la historia. En realidad, el auténtico destino europeo ha tenido lugar en Praga, porque allí se ha realizado el sueño socialista occidental y allí se ha vivido la decepción, la transformación del racionalismo marxista en religión, la mutilación del pensamiento occidental por la tradición rusa. Es decir, que en Praga se ha jugado, como en un gran espectáculo, la tradición europea y es preciso sacar las lecciones pertinentes.

—Esas opiniones coinciden de alguna manera con las de algunos pensadores españoles y con los llamados «nuevos filósofos» franceses. ¿Piensa usted, al igual que ellos, que el Estado ruso es la encarnación del inmemorial sueño de liberación de occidente o cree que es su traición?

—Esa cuestión no se puede responder con una palabra. Es algo que hay que estudiar y que, actualmente, se estudia sin parar. ¿Es el socialismo quien ha destruido la URSS o es la URSS la que ha destruido al socialismo? No creo que exista una respuesta sencilla y es preciso analizar las dos caras de esta situación. Los «nuevos filósofos», que consideran a Rusia como una víctima del pensamiento occidental socialista, ven el problema de una manera unilateral y especulativa.

Mi cuestionario político ha llegado a su fin. Afortunadamente, porque el rostro calmoso y los ojos claros de Milán Kundera dan muestras de impaciencia. La vida está en otra parte es, desde luego, lo más alejado que cabe del Informe Medvedev, de El viento sopla otra vez, la novela carcelaria de Bukovski, o del, por otro lado excelente, Archipiélago Gulag, de Soljenitsin. Se trata, en cambio, de una lúcida indagación sobre el destino de un poeta, Jaromil, que se siente llamado a emular la fulgurante y atormentada existencia del poeta moderno por excelencia, Rimbaud, y sobre la convergencia moderna del «otro lugar» anhelado por la poesía y del «ámbito de justicia» ambicionado por el espíritu revolucionario. El protagonista de la novela, Jaromil, vive a la búsqueda de un idilio absoluto que intuirá, primero, en la relación equívoca con su madre, en la poesía después, y por último, en el abrazo terrible y beatifico del aliento revolucionario. Ese idilio, ese ansia extrema de unión armoniosa con los otros, esa fusión de la nostálgica rememoración de la niñez feliz y del rabioso anhelo de su regeneración futura, son contradictoriamente los que conducen a Jaromil a la delación y la crueldad más helada, dignas de un comisario político.

—¿Su novela trata de desautorizar de alguna manera la pertinencia de esa búsqueda idílica, de esa reconciliación absoluta?

—No creo que se pueda sacar de mi novela una lectura tan clara. El libro quiere, ante todo, analizar una cierta actitud que todos conocemos, la actitud lírica con respecto al mundo. A la vez quiere describir esta actitud, comprender su genealogía y observar su carácter paradójico. Jaromil está descrito como un joven poeta en ciernes, dotado con un auténtico carisma que, sin embargo, o, mejor, a pesar de su vocación, es capaz de hacer cosas abominables. Lo grave es la semejanza del totalitarismo con ese sueño idílico de una sociedad armoniosa en que todos los ciudadanos comparten creencias, alegrías y esfuerzos y en la cual, vida privada y pública se han confundido.

—Sin embargo, a lo largo de las páginas que narran la adolescencia y juventud de Jaromil se percibe que su atracción hacia el lenguaje y la escritura poseen una connotación narcisista y de búsqueda de poder: le atrae el hecho de que le consideren un niño distinto, elegido. Y, más tarde, será el episodio de su frustrado erotismo hacia Magda, la criada, el que le iniciará en las excelencias sublimadoras de la poesía, el que le enseñará a convertir en objetos poéticos sus propias humillaciones. ¿No hay ya ahí una escisión entre vida y obra, una incapacidad para seguir la huella de Rimbaud o de Mayakovsky y dejar de escribir para lanzarse a vivir poéticamente, e incluso una premonición de las desviaciones futuras?

—Jaromil, efectivamente, experimenta toda una serie de fluctuaciones mediante las que he querido reflejar la actitud lírica en todas sus etapas. También él vive ese deseo de ahogar la propia poesía al no poder vivir poéticamente y tal actitud está descrita en el capítulo titulado «El poeta huye». (Lo busca entre las páginas del libro y me lo da a leer. Empieza con unos versos de Mayakovsky: «Pero yo / a mí mismo / me he domado / y le he pisado / la garganta / a mi propia canción».) Es la comprensión de estos versos del poeta ruso, es decir de la impotencia de la escritura, la que, después, lleva a Jaromil hacia el idilio con la revolución.

—El otro personaje, Javier, sería, en cambio, el poeta que Jaromil sueña: el poeta que ha salvado el abismo entre vida y escritura, el poeta que, como usted describe, «no vive una vida única y uniforme desde el nacimiento a la muerte, como un largo hilo mugriento...»

— Sí. Javier es la soñada vida de acción poética. La virilidad, la inaccesible edad adulta del poeta, siempre buscada y jamás alcanzada por Jaromil, quien reemplaza esa vida mediante la poesía, el lirismo. Por eso digo en la novela, que en las casas de muchos grandes poetas líricos han mandado las mujeres; eso ha pasado con Trakl, Esenin, Mayakovsky, Blok, Hölderlin, Lermontov, Pushkin, Wilde, Rilke... A Jaromil le ocurre igual; al mirarse en el espejo busca los ausentes signos de una virilidad poética que no tiene más remedio que soñar. Claro que cuando se escribe una novela con toda su complejidad, se trata de capturar algo que uno pugna por decir, algo que no hay otra manera de decir y, al explicarla, ese efecto se destruye.

—En los capítulos de la novela dedicados a Javier, en esa sucesión de sueños de los que Javier despierta para ingresar en otra historia y volver a dormir y a soñar como si cayera por una caja china de sueños, en esa onírica imaginería de una virilidad poética, se advierte la influencia del Surrealismo...

—En cierto sentido he sido educado, como escritor, por el Surrealismo; no en cuanto escuela literaria, sino en tanto que sensibilidad de una época. Pero además está la enorme herencia fantástica que he recibido de Praga. Desde el punto de vista de la técnica novelística me atrae el intento alquímico de unir en cada obra el análisis de la encrucijada del hombre y la fantasía de contenido onírico.

—Kafka, por supuesto, forma parte de esa herencia de Praga. ¿Y Meyrink?

Meyrink supone el dominio aislado de la fantasía y a mí me interesa un tipo de hálito fantástico que no se evada de la realidad, sino que ayude a descubrir esa realidad.

—En la presentación de su novela, Carlos Fuentes dice que una de las ardientes cuestiones que plantea su obra es la cuestión central de nuestro tiempo: «¿Cómo combatir la injusticia sin engendrar la injusticia?» ¿Quiere ahora, responder a esa pregunta?

—No hay receta. Lo único que cabe esperar de una novela digna de ese nombre es que enseñe a mejor comprenderse a cada lector. En todos hay una tendencia nefasta a juzgar antes de comprender y esa es, también, una fuente permanente de la injusticia.

J. A. UGALDE Pueblo, Sábado Literario, 1 de diciembre de 1979, p.8.


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