DIÁLOGOS, PARTICULARISMOS, UNIVERSALISMO Y
LITERATURA
POR CZESŁAW MIŁOSZ, OCTAVIO PAZ, CLAUDE SIMON,
DEREK WALCOTT
Como parte de la Olimpiada Cultural de 1995, el 23 y el 25 de abril
de ese año se realizaron dos mesas redondas, organizadas por The Georgia Review, con ocho de los más
recientes ganadores del Premio Nobel de literatura. En la primera participaron
Joseph Brodsky, Toni Morrison, Kenzaburo Oe y Wole Soyinka. La transcripción de
la segunda es lo que a continuación publicamos.
TED KOPPEL (moderador): Damas y caballeros, no voy a hacer ninguna
presentación especial esta mañana, pues el señor Miłosz hizo el favor de
sugerir un tema y creo que atinó plenamente. Propuso que discutiéramos el
asunto de la universalidad en cuanto se relaciona con lo particular y lo
inspiró a ello et advertir que, entre sus colegas, el señor Walcott procede del
Caribe, el señor Simon viene de Francia, el señor Paz es mexicano y el propio
señor Miłosz representa a la Europa oriental. No es una mala muestra de
universalidad, de modo que a mi parecer es sencillamente cuestión de escoger
qué examinaremos en particular.
Dado que en esta reunión represento al parecer a los Estados Unidos
de América, espero que me permitan guiar la conversación durante los primeros
minutos. Vacilo en emplear aquí y ahora la palabra malestar, pues no corrió con
muy buena fortuna cuando el presidente Carter la usó hace unos años; con todo,
la nación parece estar padeciendo un malestar bastante grave, una crisis de
personalidad. Tal vez esto le ha sido impuesto al país por la reciente tragedia
de Oklahoma City, cuya localización geográfica nos ha obligado a reconocer que
cosas semejantes pueden ocurrir en cualquier punto de nuestro país. El hecho de
que parezca haber sido obra de norteamericanos por nacimiento nos despoja de la
acostumbrada excusa de que algo así no es lo que nos hacemos entre nosotros,
sino que sólo puede ser obra de extranjeros.
Lo que aconteció en Oklahoma City es acaso la manifestación más
atroz y violenta de algo muy difundido en los Estados Unidos de hoy: la aguda
diferenciación entre los más prósperos y los más pobres, la frustración de
muchos norteamericanos por nacimiento ante la gran inmigración extranjera, la
frustración de quienes sienten que sus voces no están siendo atendidas por el
gobierno federal. Todo esto se ha combinado para crear una impresión de
descontento y tal vez nunca hayamos tenido tal conciencia del hecho como en
este instante.
Señor Miłosz, tuvo usted la amabilidad de proponer este tema, de
manera que voy a encargarle que inicie la conversación. Tome usted la dirección
que desee.
CZESŁAW
MIŁOSZ: Hace unos diez años recibí una carta de un estudiante norteamericano
preguntándome si podría darle mi palabra de honor de que el mundo seguiría
existiendo en el año 2000. Le respondí cortésmente que sí, que después de
pensarlo podía darle mi palabra de honor de que el mundo seguirá existiendo en
el año 2000, dado que mi experiencia, no muy optimista, del s. XX me lleva a
la conclusión de que nuestra especie es sumamente correosa. Puede sobrevivir a
muchas cosas luego de sobrevivir a los horrores que el s. XX trajo y que
mostraron la inmensa capacidad de nuestra especie para el crimen de la índole
más censurable y para las más pasmosas hazañas de heroísmo, pureza y entrega.
De este modo, mi visión de lo que ocurre en este país está matizada por mi experiencia
y modera, por supuesto, la inclinación a sucumbir a las voces fatales. Cuando
comparo la situación de los Estados Unidos con la situación europea —y hay
ciertos parecidos, por supuesto, algunos fracasos análogos, problemas similares—,
en muchos respectos este país está en mucho mejor forma que, por ejemplo, la
Rusia poscomunista. El problema de lo particular frente a la universalidad es
hoy en día uno de los mayores obstáculos a la unificación de Europa, conforme
contemplamos la revivificación del nacionalismo.
KOPPEL: No cabe duda. Opino que debemos cuidarnos de extraer de la
historia lecciones erradas. Mark Twain observó una vez que el gato que se
sienta en una estufa caliente nunca vuelve a hacerlo, sólo que también evita
las estufas frías. Puede aprenderse mal. Pero miro hacia la Europa oriental en
particular y recuerdo la palabra “balcanización”. Señor Walcott, ¿cree
usted remotamente posible que en este país las diferencias lograran
balcanizarnos?
DEREK
WALCOTT: No podría aspirar a tener autoridad para responder en concreto una
pregunta tan especial, de modo que retrocederé un poco. Al escuchar a Czesław Miłosz
y, por supuesto, al ver lo que ha aparecido en la televisión todos estos días,
me desconciertan mucho varias cosas, pero algo a lo cual me parece que me voy
acercando un poco es a un sentido del equilibrio. Ahora bien, lo que quiero
decir debe decirse con mucho cuidado. La continuidad con que hemos visto las
escenas de devastación de Oklahoma City ha creado un horror repetitivo, al
grado de acostumbramos a la misma toma, la misma gente. Casi estamos a punto de
decir: “No quiero volverlo a ver, voy a cambiar de canal.” Ello implica
que hay un género de situación en que es posible acostumbramos al horror,
merced a lo que Joseph Brodsky trataba de explicar ayer, por repetición de
imágenes. El tiempo consagrado a los horrores de la explosión en Oklahoma City
supera al que se dedicó, por ejemplo, a la reciente matanza en Ruanda, lo cual
lo pone a uno a pensar. En términos de equilibrio, el número de muertos,
ciertamente... ¡qué horrible cosa, sí! Al mismo tiempo, se plantean cuestiones
acerca de la resistencia, de la realización. Realmente jamás se ha combatido en
suelo norteamericano contra un invasor extranjero. Si el terrorismo es
considerado como un concepto de guerra, podríamos haber estado más
acostumbrados —si bien no es ésta la meta— al horror acontecido en Oklahoma
City. Europa está acostumbrada a estas imágenes; nosotros no. ¡Qué hacer? No
acostumbrar a la gente a las imágenes, pero también opino que debe contemplarse
y sopesar la enormidad... los horrores que acontecen por doquier en el mundo. Creo
que al hablar de Oklahoma City debemos rebasar esta perpetuación de la
impresión, hasta damos cuenta de que los hombres se hacen cosas tremendas entre
ellos, sin importar dónde estén.
KOPPEL: ¿Señor Paz?
OCTAVIO
PAZ: Bueno, mi enfoque será bastante diferente con respecto a la contradicción
entre universalismo y particularismo o —más claramente— entre universalismo y
nacionalismo. Están relacionados desde el comienzo de la historia. Como hemos
empezado con el problema de los Estados Unidos, debiéramos remontamos a los
fundamentos de esta nación. Son ustedes, ante todo, hijos de la Reforma , que
inició el libre examen, la libre interpretación de las escrituras sagradas y
fue así, de alguna manera, una profecía de la democracia y luego de la
modernidad. Las demás ideas importantes procedieron del s. XVIII e
incluyeron la democracia y la idea de establecer un nuevo género de sociedad.
Este país nació en contra de la tradición europea de feudalismo, aristocracia,
jerarquías, y se fundó en dos ideales diferentes: la igualdad y la libertad,
que han chocado a lo largo de toda la historia de los Estados Unidos.
Un
instrumento para describir el universalismo asimilador enfrentado a la
pluralidad de lenguas y de diferencias culturales de los inmigrantes, sobre
todo europeos, fue el llamado “crisol”. Pero de este crisol quedó
excluida una parte de la población. Por eso tuvieron ustedes primero la guerra
civil, y ahora muchos problemas. Es claro que la idea del crisol no bastaba
para enfrentar los problemas del s. XX. Los Estados Unidos se han convertido
no sólo en un estado pluralista sino también en un país multicultural. Aquí
abundan pueblos -asiáticos, latinoamericanos, mexicanos, negros, etc., etc.,
que con claridad no pertenecen a la tradición occidental (si bien los
latinoamericanos son caso aparte, pues de algún modo derivamos asimismo de la
tradición europea). Este es el problema del país en el presente. En Oklahoma
hemos visto un signo, un síntoma.
Soy
básicamente optimista en cuanto a que los Estados Unidos, mediante autocrítica
y equilibrio de poderes gubernamentales, hallarán una solución positiva. Ahora
se enfrentan ustedes a la creación de un nuevo tipo de cuerpo político, casi
diría un nuevo tipo de civilización: multicultural y multirracial. De alguna
manera esto contradice los orígenes del país, pero es también una confirmación,
dado que los Estados Unidos fueron fundados como utopía universal, un sueño
universal para crear un nuevo género de sociedad. El problema de los Estados
Unidos, que difiere de los problemas de Latinoamérica y otras partes del mundo,
es cómo integrar su pasado universal a los tiempos presentes.
KOPPEL: Tanto usted como el señor Walcott han planteado cuestiones
en las que quisiera ahondar, pero, Monsieur Simon, ¿comenzaría usted con unas
cuantas observaciones propias?
CLAUDE SIMON: No estoy del todo a gusto al abordar este asunto. Soy nada más un escritor y el tema planteado es político o social. Mi labor consiste en enhebrar palabras a fin de que susciten imágenes o sensaciones en la mente del lector, y a decir verdad la política o la sociología no me preocupan. Con todo, me llama la atención —y hablo sólo como un completo aficionado— que sean contrastados el particularismo y el universalismo, lo cual no me parece correcto. A fin de cuentas ¿qué significa particularismo o universalismo? Soy un hombre y, en tanto considero que todos los hombres —de cualquier nacionalidad o raza que sean— son mis iguales, entonces al hablar de mi (ya lo dijo , Faulkner, “sólo puedo hablar de mí”) hablo en nombre de todos los hombres, no de un país o de otro.
Hemos
visto, por ejemplo, qué enorme influencia tuvieron las artes primitivas, el
arte de África en particular, sobre la pintura cubista, occidental, o el
descubrimiento de la composición japonesa por los impresionistas. Pienso que
inevitablemente ocurre una fusión. No hay nacionalidad aquí, no hay raza aquí,
ni religión. Vamos más lejos que todo eso.
Se
acaba de mencionar la tragedia de Oklahoma, pero ¿qué es en comparación con
Auschwitz, donde fue totalmente silenciado el discurrir humanístico? Y debe
señalarse que Auschwitz fue en Alemania, en un país altamente civilizado, que
poseía los máximos filósofos del mundo, los mayores músicos, y donde vimos
seres humanos muertos como ratas. Después de ello no es posible escribir de la
misma manera ni pintar de la misma manera. Auschwitz fue, creo yo, algo sentido
en el mundo entero, al menos Europa y los Estados Unidos (que son de hecho una
extensión de Europa). Mi conclusión es que la oposición entre particularismo y
universalismo es una cuestión mezquina. (Al moderador:) Lo siento.
KOPPEL: Al contrario. En mi profesión, Monsieur Simon, me encanta
la controversia y creo que ha traído usted a cuento un par de interesantes
puntos de vista. Deberá perdonarme, ya que mi francés está un tanto enmohecido,
pero me pareció que usted sostenía que, en una época que ha visto Auschwitz y
en la cual hemos visto eliminados a algunos de los máximos artistas y
escritores de nuestro tiempo, se antoja un poco trivial concentrar la atención
en algo como Oklahoma City. ¿sí? ¿NO del todo? Muy bien; trivial no. Me
equivoqué de palabra. Pero dijo usted —¿o no?— que nos es difícil concentramos en un tema
como Oklahoma City cuando, como generación, hemos vivido algo como Auschwitz.
Permítame discordar. Midiendo así las cosas —y hablo como quien
perdió familiares en Auschwitz y así, créame, no trivializa el asunto—
debiéramos, digo, desdeñar lo que ha pasado en Ruanda, desdeñar lo que está
pasando en Bosnia, desdeñar lo que pasa en Chechenia. Si el punto de referencia
va a ser el Holocausto, me temo que nada va a merecer la comparación. Acaso
algunos de ustedes recuerden, por experiencia personal o habiendo leído la
historia, que del incendio del Reichstag se le echó la culpa a un joven
holandés considerado miembro del partido comunista, lo cual aprovecharon los
nazis para imponer leyes mucho más draconianas aún en Alemania. Precisamente
mientras hablamos, hay en este país quienes sostienen que lo mismo está
ocurriendo hoy en los Estados Unidos, que lo acontecido en Oklahoma City no fue
en realidad obra de algunos miembros desequilibrados de la milicia de Michigan,
sino en realidad del gobierno federal mismo, a fin de que la bomba sirviera de
excusa para imponer las mismas medidas draconianas aquí, en los Estados Unidos.
Hace un momento cité a Mark Twain. Más famosa es la cita de
Santayana: quienes desconocen las lecciones de la historia acaso se vean
condenados a repetirlas. Con este ánimo hablo de la bomba de Oklahoma City, no
como algo comparable a la reciente tragedia en Ruanda o a la tragedia más
alejada en Alemania y Europa oriental sino porque creo que si no nos
concentramos en acontecimientos como éste y examinamos lo que ocurre en una
sociedad al vérselas con esta clase de tragedia, permitimos que los acontecimientos
nos rebasen y nos arrastren. ¿Señor Paz?
PAZ:
Realmente no quería yo hablar, pero lo haré. Ante todo, estoy en desacuerdo con
mi querido amigo Claude Simon. El problema del nacionalismo y el particularismo
es también un problema literario. Un ejemplo: en la historia de la literatura
francesa, muchas veces se ha tenido la idea de que el clasicismo francés es por
sí mismo universal. Ahora, los hombres de letras, como usted y yo, hablamos con
palabras, y si existe algo universal y al mismo tiempo particular, son las
palabras. Por eso me están escuchando hablar aquí en mal inglés y a Claude
Simon hablando en francés, traducido por el poeta Richard Howard. Una cuestión
universal atañe no sólo a la política, la historia y la moralidad, sino también
al arte y la literatura. Aquí en los Estados Unidos hay algo que se llama
expresionismo abstracto. No hay nada más universal que la abstracción, no hay
nada más particular que el expresionismo y tal es la visión norteamericana de
la universalidad en este momento en el terreno de las artes. No es sólo una
cuestión política; es una cuestión literaria, artística y filosófica. Pero
ahora —hoy, en este siglo— la cuestión es urgente.
Cuando habla usted de Oklahoma City, no se trata de algo que pueda compararse con las atrocidades nazis, ni —debo añadir, ya que entre los intelectuales hay tendencia a olvidar— tampoco con las atrocidades de los estalinistas. Hablamos de una cosa diferente. Hablamos de un signo, de un síntoma. ¿De qué? De una crisis. La crisis de los fundamentos del país: la idea de construir una democracia universal, una sociedad fundada no en el pasado, como en Europa, sino en el futuro. Estas ideas están en crisis. Debe encontrarse una solución nueva a este problema de la multiplicidad de culturas y razas y comunidades que hay aquí. Tal es la pertinencia de este debate. Difiere mucho de los de México. Mi país también fue fundado con una idea universal, sólo que no fue la Reforma, el protestantismo, sino el catolicismo, la Contrarreforma. También fuimos universalistas y somos un país mestizo, cosa que ustedes aún no son. Estoy bien seguro de que, si son prudentes, serán multiculturales. Sería una gran cosa. Creo que la cuestión de la universalidad y el particularismo o nacionalismo es pertinente y es uno de los centros de nuestros intereses como seres humanos y como escritores. No olvidemos que los escritores son seres humanos también.
KOPPEL: Noto en el auditorio una corriente de resentimiento al
pensar que estoy gastando el tiempo de artistas tan distinguidos para hablar de
algo tan ordinario como las noticias del día, y es claro que Monsieur Simon se
siente algo a disgusto ocupándose de ello. No es aquí mi función, por cierto,
obligar a estos distinguidos caballeros a hablar de nada de lo cual preferirían
no hablar, pero si ellos, que se cuentan entre los grandes exponentes de la
humanidad, no pueden esclarecer algo más la crisis de confianza que reina en
estos tiempos, entonces no sé quién podría. Opino que no habría que perder esta
oportunidad, pero si optan por hablar de otra cosa, pueden hacerlo. ¿Señor
Walcott?
WALCOTT:
Creo que aquí el problema no es tanto quién será culpable de qué, y cómo
explicarlo, cuanto la realidad harto imposible, dadas las condiciones en que
estamos hablando aquí. Imagínese una situación en que me hallara sentado junto
a Dostoyevski —lo cual no difiere mucho de estar junto a Miłosz—, o de estar
sentado al lado de, qué sé yo, alguien que conviniera en figurar en una
discusión en Atlanta. Todo esto puede parecer muy superficial ante lo que
Dostoyevski significa para nosotros, lo que cualquier escritor significa para
nosotros. o sea que me parece que nos domina el horror real impuesto a nuestro
pensamiento, lo cual es la historia. La historia registrará el incidente de
Oklahoma y lo olvidará. Será una fecha, más algunas cifras. Parecería
inconcebible que se olvidase, pero será olvidado. No lo olvidarán, tal vez,
quienes hoy sufren, pero aun entonces estará la extraña curación que el tiempo
logra.
El
verdadero asunto, del cual no creo que nos ocupemos (pues todos lo hallaríamos
sumamente pomposo), es que cada uno de mis colegas aquí presentes —y me
enorgullece encontrarme en tal compañía— no se ocupa de historia sino de la
naturaleza del hombre y de si, cuando ocurren estas cosas, alguno se sorprende
realmente, o no, por una atrocidad. No creo que ningún escritor que haya
soportado la observación de lo acontecido en el siglo XX esté fundamentalmente
horrorizado. Después de que Conrad escribiera “el horror, el horror”, en
cierto sentido se tomó una broma decirlo. Quedó aceptado.
Para
mí, el problema de Auschwitz no reside en volverlo una cima como una especie de
momento histórico en que hubiera una extinción de algún género. Para mí el
horror de Auschwitz está en el papel de la razón: “La razón por la cual
debemos exterminar a los judíos es ésta” “comprenden ustedes
intelectualmente, como idea, que tengamos que exterminar a los judíos?” Es
muy distinto que una tribu diga de la otra: “No creen en nuestro Dios,
mátenlos.” Las facciones hostiles en tomo a creencias en divinidades son
responsables de la mayoría de las guerras. Para mí, la cumbre del horror de
Auschwitz es la cordura de la operación, la aceptación de la “solución final”
por médicos que hacían sus experimentos y volvían a sus casas. Porque era
racional hacerlo. Para mí, aquélla fue la cima de la conducta desdeñable de ese
animal que es el hombre.
MIŁOSZ:
No estoy de acuerdo con Monsieur Simon, por supuesto. Opino que la cuestión del
universalismo y el particularismo ocupa el centro de nuestros problemas, como
dijo Octavio Paz. Vean, yo quisiera ser un hombre universal y no quisiera que
me endilgasen un membrete de rara, tribu, nacionalidad, pero el particularismo
existe. Es un hecho y a menudo asume la forma del nacionalismo. Siendo joven,
siendo estudiante, tuve que enfrentarme al nacionalismo en Polonia, el país
donde crecí. Luego tuve que enfrentarme al nacionalsocialismo de cepa
hitleriana. Al presente cada uno de nosotros tiene que enfrentarse al
nacionalismo que tiende a llenar el vacío que dejó el comunismo al caer.
He
escrito un libro, La mente cautiva, acerca de los intelectuales
comunistas. Se volvió un bestseller en Yugoslavia en los años 80 y visité
varias veces aquella comarca. Me sorprendió apreciar una transformación.
Quienes se habían liberado de la doctrina marxista, en seguida se volvían nacionalistas.
Y ya vemos lo que ocurre hoy en Yugoslavia. En mi opinión, son intelectuales
los responsables de los horrores de Bosnia, puesto que iniciaron las nuevas
tendencias nacionalistas en lo que fue Yugoslavia. Así, como dije, desearía no
tener que ver con particularidades, pero en vista de que aprecio el papel que
tienen, considero que es importante hacerlo. Quien no tiene conciencia de ello,
no está en condiciones de oponerse con eficacia al nacionalismo y al
tribalismo. Para entender, necesitaría uno tener experiencia de ello. Por
ejemplo, si nuestro colega japonés Oe estuviese aquí, diría que el
universalismo y el particularismo son problemas básicos en el Japón actual. Muchos
países padecen un conflicto entre una civilización planetaria (tecnológica, de
origen norteamericano en buena parte) y sus propias particularidades. Por
ejemplo, Japón y los países de la Europa central oriental que dejaron de ser
comunistas se hallan ante el problema de sus particularidades, su legado
nativo. La gran cuestión es si podemos sobrevivir respetándonos unos a otros,
independientemente de nuestra nacionalidad, respetando las fronteras de los
demás, o si nos veremos empujados a las cosas que ocurren hoy en Bosnia.
KOPPEL: Monsieur Simon, estoy seguro de que le gustaría contestar.
SIMON:
Me parece que reina aquí alguna confusión. El señor Miłosz habló de asumir una
posición. Hay dos manera de asumir una posición. Puede hacerse como ciudadano y
puede hacerse como escritor. Como ciudadano, he asumido posiciones muy claras.
Firmé, en particular, el Manifiesto de los 121, preconizando la deserción durante
la guerra de Argelia. He adoptado posiciones en diversas áreas. Pero ¿qué es
asumir una posición como escritor? Sartre dijo: “Todo se reduce a saber si
lo que le interesa a uno es hablar del vuelo de las mariposas o de la condición
de los judíos.” Dado que ciertas formas artísticas y literarias reflejan la
socie dad en la cual vivimos, construida en gran parte sobre la opresión —ya
sea del dinero o del poder, es más o menos igual en todas partes. Me parece,
pues, que asumir una posición es, para el escritor, ir contra la tradición
nacida de este mundo opresor, y me parece que esto ha sido vagamente sentido
por varios de nosotros después de lo ocurrido. Hubo un retorno al grado cero de
la escritura, como escribió Roland Barthes, tal como hubo un retorno al grado
cero en la pintura. Y el discurso humanista que condujo a Auschwitz no era ya
tolerable. ¿qué ocurrió como resultado? Pues bien, un retorno a lo primordial,
un retorno al objeto.
MIŁOSZ:
Sí, me temo que hay un malentendido. Estoy lejos de abogar por la literatura
comprometida, la poesía comprometida, pero creo que la poesía funciona en un
nivel mucho más hondo que el nivel de la realidad. Hay un malestar, como dijo
nuestro amigo, en la sociedad humana, en nuestra civilización, y los fenómenos
que observamos como guerras tribales, como en Bosnia, son resultados de un
vacío llenado por nacionalismo y particularismo concebidos de una manera cruel,
criminal. Así, mi creencia es que, siendo poeta, opero en un nivel mucho más
hondo que el de la realidad y procuro dar con cosas más profundas en la
sociedad humana, en nuestra civilización. De tal modo puedo contribuir, como
poeta, a atender el fenómeno de las superficies.
SIMON
: Concuerdo plenamente ahora. Como poeta, el señor Miłosz hace algo más
tangible, más seguro, más provechoso, más válido que la literatura
comprometida, y como poeta alcanza profundidades que ninguna pintura o arte
alcanzaran nunca.
KOPPEL : ¿Señor Paz?
PAZ:
Bueno, por fortuna estamos de acuerdo en que hubo una confusión. Nadie aboga
aquí por la literatura comprometida. Estamos en favor de la literatura libre y
creemos que la función del escritor no es política ni moral, no es adoctrinar
ni predicar buena moral. La función del escritor es entrar dentro de sí o
dentro de otros a fin de expresar esa particularidad única que es cada persona
y cada nación y cada lenguaje. Es la única manera de alcanzar la universalidad.
Si
examinamos las diferentes versiones de lo que ha sido definido como universal
en los tiempos modernos, veremos que en el s. XVIII el hombre universal era
un ser racional. Más tarde, lo universal en el hombre fue definido como
nuestras pasiones, nuestra sexualidad. Bien, esto es verdad, pero no es sólo la
sexualidad. El hombre universal, según la visión marxista, se definía por su
clase. El proletariado era universal, la burguesía era particular. Ahora
sabemos que esto no es cierto. Por último, los nazis y otros con ideas
biológicas, definieron el hombre universal por la raza. Tampoco era verdad.
Casi todos los conceptos de universalidad expresan alguna particularidad. Esta es la base, diría yo, del conflicto entre nacionalistas y universalidad —paradoja que volvemos a encontrar en la literatura, la poesía. Queremos ser universales, pero el único modo de serlo es mantenemos fieles a nuestras propias emociones, a nuestra propia visión de la vida, y en este sentido somos particulares. Cuando hablamos de un hombre, hablamos realmente acerca de hombres y éste es para mí el problema importante, no sólo para un poeta, para un novelista, sino para el hombre del s. XX: que todas las generalidades universales han fracasado, que el hombre es plural —hombres— y cada persona es única. Sabemos muy bien que cada persona es diferente, y en ese sentido el cristianismo tenía razón: cada persona es sagrada. En sentido político, sabemos también que a fin de alcanzar una comprensión del mundo, debemos comprender a los demás. Finalmente la política encontró la tolerancia. Tolerancia: aceptación de la existencia de los demás.
KOPPEL: El señor Paz acaba de hablar elegantemente acerca de la
necesidad simbólica que tiene un artista de luchar por la universalidad. El
señor Walcott inició nuestra sesión de hoy hablando de la repetición atontadota
de la televisión. La comunicación crea hoy una ilusión de universalidad que me
parece tiene suficiente importancia para que hablemos de ella aquí dado que, en
tanto que cada uno de los distinguidos miembros de este grupo produce obras que
son genuinamente universales, la triste realidad es que no alcanzan un público
universal. La tragedia es que, una tarde cualquiera, probablemente yo le llego
a más gente que todos los libros vendidos en esta mesa. No tiene objeto silbar;
es una realidad, ni más ni menos, y no me enorgullece. Muy al contrario.
Quisiera que la discutiéramos un momento, pues lo superficial es lo que se está
distribuyendo universalmente, mientras lo universal se toma más y más
restringido.
Vivimos, a fin de cuentas, en una sociedad —ya lo dije antes— de
grandes diferencias económicas. El hecho es que en este país son mayores ahora
que desde hace mucho, mucho tiempo, si no es que desde siempre. Las diferencias
intelectuales me preocupan más todavía. La brecha entre la intelligentzia y el
producto medio de nuestras escuelas superiores es tal, hoy por hoy, que temo
por la universalidad de distribución que todos quisiéramos. ¿Querría, señor
Walcott, abordar este tema.
WALCOTT:
No me alarma el hecho en términos numéricos. Opino que siempre ha sido así, y
que hoy no hay en ello nada particularmente perturbador. La función de la
literatura es sacramental en el sentido de que si nos encaminamos a un libro
que sea una obra de arte, a un libro de poemas que admiramos, lo hacemos
privadamente, no colectivamente. Nos dirigimos tranquilos, en silencio, con un
respeto que llega a tomarse reverencia, y que de fijo puede reconfirmar
creencias; No me parece que pueda haber ninguna poesía que dañe el espíritu
humano. Dejaría de ser poesía. Así, en cualquier momento dado, ¿cuánta gente
está en la iglesia, en comparación con el resto de la ciudad? ¿Cuánta gente
está entregada a lo que tiene más que ver con el circo que con la catedral o la
capilla? No afirmo que no sería ideal que la sociedad entera fuese sacramental
y exhibiese el sentido votivo de entrega a lo que la humanidad debiera ser.
Sería maravilloso que esto pasara. Sabemos que no es así por multitud de
razones; de ahí que no me alarme demasiado el hecho de que haya más gente
mirando la televisión que leyendo a Miłosz.
El
valor de la lectura individual de determinada obra de arte es, a mi parecer,
algo más vasto, al fin y al cabo, que lo que se evapora y es tan transitorio
como un partido de futbol o un programa de acertijos. Esto es parte de nuestro
consumo material; vean, es parte de nuestra digestión. No ha de tomarse más
seriamente que, digamos, un emparedado. Por otra parte, si trasferimos el
emparedado a una hostia consagrada... Sin pretensiones ni excesos de religión,
tal es exactamente el tipo de sensación que llega a experimentarse leyendo un
gran poema: que ha ingerido uno una hostia y algo le ha ocurrido dentro. Tal ha
sido la eterna condición, y quizá deba serlo porque, resumidamente, cuando
entramos en nosotros mismos, es algo secreto, sosegado. Tal es ciertamente la
función de la poesía en una sociedad.
MIŁOSZ
: Tengo la impresión de que el punto suscitado por el señor Koppel es algo muy
serio porque hay cierta red que muchas cosas de la literatura, la poesía, el
arte no logran atravesar. Somos testigos de una separación —una separación
considerable— entre la poesía y los medios masivos. En el s. XIX conocimos
el fenómeno de los bohemios, que tuvo sus resurgimientos también en nuestro
siglo. En nuestra época presenciamos la institucionalización de los bohemios.
Cuando Allen Ginsberg es profesor universitario, es señal de algo. He empleado
la expresión “vida en las islas”. Las islas son sobre todo recintos
universitarios, y como miembro de una comunidad así, tengo conciencia de la
distancia que separa lo que los auditorios de la televisión reciben y la vida
de esas pequeñas comunidades cerradas que tanto amo.
KOPPEL : Gracias. Echaré mano de todo cuanto pueda, pero
especialmente de usted, señor Miłosz.
Permítaseme ampliar el pensamiento del señor Walcott. Pongámosle
nombre al emparedado que produzco en la televisión, con mis compañeros.
Llamémoslo, a falta de mejor nombre, McPensar. Al igual que la hamburguesa
McDonald's disfruta de una amplia distribución, así el McPensar que disemina la
televisión.
Así como una proporción creciente de nuestra población deriva su
sustento físico de las hamburguesas McDonald's, me temo que igualmente un
número creciente de personas obtienen su sustento intelectual de la televisión.
Discrepo de usted, señor Walcott, sólo cuando dice que siempre ha sido así.
Acaso sí, en términos de la relación entre autor y público. No siempre fue así
en términos de la relación o la diseminación de información según se disemina
hoy.
PAZ
: Yo sólo añadiría dos observaciones. Primero, a propósito de la marginalidad
de la poesía en el s. XX. La poesía siempre ha sido leída nada más por
minorías. Piénsese en Dante. Pocos podían leerlo; la mayoría de la población
era por entonces analfabeta. Esto se prolonga en la historia de la
civilización. Era peor en China, a causa de los caracteres ideográficos. Sólo
unos cuantos podían leer a los grandes poetas de algunos periodos. La
literatura ha sido siempre producto de un pequeño grupo de escritores y un
pequeño grupo de lectores. Opino que la gran diferencia entre los tiempos
pasados y los modernos no está en el número de personas que leen buenos libros —siempre
han sido la minoría— sino en la clase de personas. En tiempos de Dante los
eclesiásticos y políticos, los dirigentes de la sociedad, leían poesía. En el
Renacimiento, como se recordar todos los reyes acostumbraban a escribir poesía,
mala a veces, otras buena, pero la poesía era popular entre la clase alta. Con
la democracia algo cambió y el primero en advertirlo fue Tocqueville, quien vio
muy claramente que en los Estados Unidos había aparecido algo nuevo: las masas.
El pan de cada día para las masas lo fueron los periódicos, la televisión y
otras cosas. Es útil que haya televisión, que haya periódicos; también es útil
que haya buenos libros. El problema es dar con los lectores adecuados. En este
sentido concuerdo con Miłosz cuando habla de las universidades. En la Edad
Media teníamos la iglesia y las universidades. Al fin y al cabo, el primer
bohemio, el primer gran poeta moderno fue Villon, francés. Era un pillo pero
asimismo un letrado. Las universidades modernas tienen un gran defecto:
restringen la experiencia personal de los poetas. Considero que los poetas no
deberían ser sólo profesores sino tener toda clase de profesiones. Con todo,
nuestras universidades desempeñan la función de la iglesia y las viejas
universidades. Vale la pena advertir que nuestra civilización en este
hemisferio se basó en la letra escrita. El s. XIX fue la gran época de la
lectura, pero primero con la radio, luego con las películas y ahora con la
televisión, presenciamos la reaparición del lenguaje oral. Es una gran cosa
disponer de nuevo de la palabra hablada, no sólo de la escrita. La poesía es el
arte más antiguo. Más viejo que las novelas, que la filosofía. Religión y
poesía nacieron juntas. Con la televisión y la radio tenemos una oportunidad de
recuperar la palabra hablada. Pero los poetas han sido demasiado vergonzosos y
los administradores de la televisión demasiado codiciosos para entender que la
poesía puede tener un lugar en la televisión moderna. La poesía es ante todo un
arte hablado. Un poema no sólo se lee; mientras se lee, antes bien, se está
oyéndolo. Cuando lee uno una novela, o filosofía, o crítica, se lee nada más.
Pero la poesía tiene sonido, y en este sentido se vincula con la
televisión. Espero que un día los poetas tengan acceso a la televisión.
KOPPEL: Lo hicimos una noche en el programa Nightline. De
veras lo hicimos. Dedicamos una sesión a reunir a varios poetas para que
leyeran. Me enorgullece haberlo hecho, tanto como me avergüenza tener que
informarle que nunca le fue peor a nuestra clasificación. ¿Monsieur Simon?
SIMON:
Mi amigo el señor Paz ha afirmado que la poesía es música; pues bien, la prosa
también. Muchas veces encuentro mucha más poesía en una página de Proust que en
algunos poemas. Vuelvo a una cita de Novalis, filósofo alemán que vivió a fines
del XVIII, antes de Balzac. Compara el lenguaje con las matemáticas diciendo
que “así como las matemáticas no expresan nada sino su propia naturaleza
maravillosa, tampoco el lenguaje expresa nada salvo su propia naturaleza
maravillosa”. Esto parece contradecir lo que antes dije, pero continúa: “De
ahí que el lenguaje exprese tan bien las extrañas relaciones entre las cosas, a
condición de que se alcance cierta música”. A esto recurriría Flaubert más
tarde. Todos estamos en el mismo escenario.
KOPPEL: Llegados aquí, empezaré a pedir preguntas del público. ¿Sí?...
Preguntan si la notoriedad y los bienestares concomitantes han afectado los
procesos creativos de ustedes, y cómo. ¿Quién desea responder? ¿Señor Walcott?
WALCOTT:
Creo que uno de los castigos de lo que ese caballero llama notoriedad es que le
preguntan a uno lo mismo todo el tiempo. Una respuesta verdaderamente honrada,
sincera, sería que no pienso que a ninguno de nosotros le guste estar aquí, en
el sentido —puedo hablar por lo que a mi toca— de que no disfruto para nada el
papel de personajazo de ningún género. Preferiría estar en casa trabajando
porque eso es más... no más divertido, es que no basta el tiempo. Ganar el
premio Nobel impone, al menos durante el primer año, considerables exigencias
al tiempo de uno. Si rechaza uno cosas, parece presuntuoso, pero tampoco puede
uno con todo. Me lo advirtió un par de premiados, y así ha sido. Por otro lado,
creo que la consideración en que es. tenido el premio amerita en uno cierto
respeto. No se concedió el premio uno mismo; constituye una honra y hace
esperar ciertas cosas, tales como esta clase de apariciones, y cumplir con lo
que se espera no es sólo estar en el candelero sino hacer algo en que buena
parte del mundo cree. Permítaseme decir de paso —acaso estoy bordando o
saliéndome de la pregunta— algo que me ocurrió ayer, viendo los rostros de los
demás laureados; esencialmente: ¿qué significa el premio en realidad? Lo que el
premio significa es que, cuando contempla uno la imagen pública de estos
caballeros que no gustan de sus imágenes públicas y que tienen sus propias
imágenes —hay un Miłosz que no está aquí, y un Oe que realmente no está aquí
sino escribiendo en Japón— no dejan de tener una función, y es la de encamar
aquello acerca de lo cual han escrito. Octavio Paz, cualquiera que sea su
apariencia, es la imagen, el Octavio Paz que es México. Wole Soyinka, su
imagen, es Nigeria. Si lo miro veo la congoja de Nigeria y la calma y gran
resistencia que representa lo mejor de Nigeria. En tal sentido, este
acontecimiento es mucho más que la celebración de cierto género de estrellas
literarias.
SIMON:
¿Qué trae consigo la notoriedad? No mucho. Quisiera presentar un ejemplo: el
filósofo Merleau-Ponty dio una conferencia acerca de mi labor, en el College de
France, poco antes de morir. Después de la conferencia fuimos a tomar una copa
a un café junto a Balzar. Había hablado acerca de mí y de mis descubrimientos
acerca del espacio y el tiempo, y yo (que jamás estudié filosofía) no entendí
ni una palabra de lo que decía. En el café me preguntó qué me había parecido, y
le respondí: “Ese tal Claude Simon de que habló usted debe de ser un tipo
muy inteligente”. “Sí —contestó—, pero no es usted, es usted
trabajando. Es el carácter que percibimos a través de la obra de usted y que
desaparece en cuanto dejamos el libro. Es él quien manipula el lenguaje, y eso
es todo”. Hasta aquí mi notoriedad.
OYENTE: En vísperas de la olimpiada, un representante estatal ha
presentado una ley para que se imponga el inglés como lengua oficial del estado
de Georgia. ¿Advierten los laureados alguna ventaja o algún mal en el concepto
de que el estado imponga el monolingüismo o la pluralidad de lenguas? ¿Se
ocuparían del papel de uno o más lenguajes en la formación de la nación?
WALCOTT:
Procedo de una isla del Caribe muy pequeña donde se usan realmente dos lenguas.
Una es el inglés, la otra el creole francés. Si bien el lenguaje del discurso,
los intercambios y transacciones es el inglés, ignoro que haya sido declarado
oficial. Pero de fijo yo objetaría a cualquier insistencia del gobierno para
que el uno o el otro fuese el idioma oficial. El bilingüismo de la situación es
muy enriquecedor para un escritor, y como tal me resisto a que nadie diga que
éste va a ser el lenguaje principal. Sabemos a qué llevó esto en Gales, Irlanda
y sitios parecidos. Es sumamente peligroso hacer semejante cosa.
KOPPEL: Vayamos donde vayamos, siempre hay últimas noticias:
resulta que dicha legislación ya ha sido vetada por el gobernador. Lo que
preguntan ahora desde el público es: “¿A qué escritores contemporáneos
disfrutan y admiran más?” Por modestia, no se nombren entre ustedes.
SIMON:
¿se trata de escritores contemporáneos? Para mí no hay ninguno. Mis grandes
influencias fueron Faulkner, Joyce y Proust. Autores actuales leo a muy pocos.
Llevo una vida muy solitaria, pero hay en París un grupo de escritores llamados
“nuevos novelistas”. Mis amigos Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute, Michel
Bultor proporcionan gran placer e inspiran gran admiración. Y no olvidemos a
Robert Pinget.
KOPPEL: ¿Alguien más quisiera responder?
OYENTE: Me dirijo al señor Paz en particular, pero puede responder
quien quiera. El señor Paz ha escrito de modo muy convincente acerca de la
necesidad del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Un mundo
posterior a este tratado, de libertad económica universal esclarecida, ¿no
convertiría el concepto de voz nacional en un raro anacronismo? Quiero decir,
¿será más difícil para un mundo posterior al tratado producir escritores tan
característicos de sus países como Twain y Paz?
PAZ:
Es bastante difícil conectar dos fenómenos diferentes —la literatura y la
economía— y en especial un tratado comercial. Estoy en favor del tratado porque
beneficiara a los Estados Unidos, Canadá y a México también. Como somos un país
subdesarrollado, este mercado acelerará nuestro acceso a la modernidad. La
relación con la literatura no es significativa. Ya tenemos una especie de
tratado de esta clase en la cultura. Algunos de mis maestros fueron poetas
norteamericanos. Siendo muy joven llegué aquí y empecé a leer a Eliot y Pound,
William Carlos Williams y Wallace Stevens. Ellos y los poetas franceses fueron
mis mentores. Aun sin tratado comercial yo seguiría teniendo acceso a la
literatura universal. La literatura es algo particular porque es una persona
quien escribe un poema o una novela, que está en un lenguaje; sólo que el
asunto, más o menos, es el mismo: ese ser único que cada hombre es.
OYENTE: ¿Dirían los laureados quiénes son sus candidatos para el
premio Nobel de 1995?
PAZ:
Es un secreto.
WALCOTT:
No me importaría que me lo volviesen a dar. Podría usar el dinero.
MIŁOSZ:
Hice mi sugerencia, pero a la Academia. Es un secreto.
OYENTE: Quisiera hacer una pregunta acerca de cómo la literatura y
la cultura —tal como hoy las vemos, en sinergia con la ciencia, la tecnología,
la economía y la política, que forman también parte de nuestra cultura— podrían
contribuir a mejorar las condiciones de vida en el mundo y también las
relaciones entre las naciones o dentro de ellas.
SIMON:
La respuesta me parece muy sencilla: al igual que Mozart, la literatura no
sirve para todo.
KOPPEL: Cuando esta gente le echa a uno el guante, es algo serio,
¿no?
OYENTE: Laurie Anderson, artista intérprete, ha hecho esta pregunta
y yo quisiera que cada uno de los panelistas respondiera, por favor. ¿Van
mejorando las cosas, o empeoran?
PAZ:
¿Se refiere al estado del mundo? ¿O si la literatura mejora o empeora? Me
parece que la literatura ha sido idéntica a sí misma desde el principio.
Hablábamos de escritores contemporáneos y enseguida pensé en Dante y en
Shakespeare. Acaso sean más contemporáneos que el último bestseller. Si habla
usted de la evolución de la humanidad, pues bien, tengo mis dudas. Hemos hecho
grandes adelantos en el campo de la ciencia, por ejemplo. En el terreno de la
neurobiología estamos más cerca de comprender el misterio de la mente humana,
pero en lo esencial el misterio continúa. Lo mismo en la física. Los físicos
han respondido casi todas las preguntas salvo la central, planteada en Grecia
3000 años atrás: ¿qué existía en el principio? El big bang no es la respuesta,
ya que ¿y antes del big bang? Estamos bajo la ilusión de que la ciencia y la
tecnología nos han cambiado. La tecnología y la ciencia han cambiado el mundo
físico, pero a nosotros no. Si usamos la ciencia y la tecnología de modo
saludable, debemos cambiar, y este cambio tiene que ser moral y espiritual, no
sólo un cambio político.
KOPPEL: El siguiente interrogador señala que la obra de
Solzhenitsyn ciertamente ayudó a la caída del gobierno de la Unión Soviética ,
y plantea a cada uno de ustedes la pregunta de si la obra de un laureado Nobel
puede contribuir a establecer una cultura de la libertad en una sociedad que
nunca antes la conoció.
MIŁOSZ:
Solzhenitsyn contribuyó enormemente a la caída del comunismo en la Unión
Soviética con su obra El archipiélago Gulag; no merced a sus obras
literarias sino a la tarea que se impuso: escribir acerca del sistema
concentracionario, y aquel libro tuvo tremendo impacto en toda Europa y la
Unión Soviética.
KOPPEL: Pero la segunda parte de la pregunta, señor Miłosz, era si
la labor de una gran figura literaria puede, de alguna manera, contribuir al
establecimiento de una sociedad libre donde la libertad no haya sido conocida
antes.
MIŁOSZ:
El fenómeno de la desintegración del comunismo en la Europa oriental fue en
gran medida resultado de la labor de escritores, de poetas y prosistas. Fue
indudablemente un factor esencial.
PAZ:
Yo añadiría algo acerca de esta lucha de los escritores en Europa. Quisiera
rendir homenaje a Czesław Miłosz por haber sido uno de los primeros en criticar
el régimen político de su país sin sacrificar la pureza de la poesía.
KOPPEL: No obstante, creo que la pregunta fue lo bastante sutil
para merecer respuesta, y hasta aquí se ha evitado la segunda parte de la
pregunta: es cierto que los escritores contribuyen al desplome de un gobierno
totalitario, pero ¿en qué medida contribuyen al establecimiento de uno libre?
WALCOTT:
Pienso que suponemos que si los escritores van a protestar, lo harán fundándose
en la inhumanidad y la injusticia. No me imagino a escritores dedicados a
imponer inhumanidad e injusticia. No creo que tuviesen público, dado un momento
crítico particular en que pudiese aparecer su obra. Si se piensa en la realidad
de los poetas sometidos a presiones, poetas ejecutados, poetas conocidos como
peligrosos para el Estado, demasiados ejemplos hemos tenido en este siglo.
Poetas de la rebelión irlandesa, como Padraic Pearse y gente parecida que creó
el espíritu de la rebelión irlandesa, si se piensa en Inglaterra como tiranía. Lo
mismo es cierto, así sea oblicuamente, de Lorca y de Mandelstam y de X y de Y
en diferentes países. De modo que una cosa que sabemos acerca de la poesía en
el s. XX es que su función política nunca fue subestimada por los tiranos.
MIŁOSZ:
La relación entre el poeta y las cuestiones del día es extremosamente compleja.
Pregunta usted si un poeta puede contribuir a la libertad. Sí, pero sin asumir
posiciones simplificadas. Le pongo el ejemplo de Seamus Heaney, poeta irlandés
confrontado con una guerra civil en Irlanda del norte. Su posición hacia estos
problemas es sumamente cauta y compleja.
KOPPEL: El siguiente oyente afirma con todo vigor que existe un
sine qua non político, que tiene usted que representar cierta posición política
para ganar un premio Nobel de literatura, y su pregunta es “¿Cuál le parece
que sea ese sine qua non?” No tiene usted por qué aceptar la premisa.
PAZ:
Como regla, la literatura es peligrosa y muchos de los grandes poetas del
pasado siglo fueron censurados, no sólo por razones políticas sino también
morales. Tomemos a Baudelaire, por ejemplo. Y, en el s. XX, D.H. Lawrence fue
perseguido no a causa de sus ideas políticas sino por sus ideas acerca del amor
y el sexo. La literatura siempre es peligrosa y ningún premio quiere decir que
la literatura de nadie haya perdido su peligrosidad. Piénsese en Faulkner: sus
novelas son descripciones muy sombrías y pesimistas del ser humano. Obtuvo el
premio Nobel pero eso no fue importante. Los premios son accidentes y debemos
aceptarlos con algún escepticismo. No son certificados de inmortalidad. Lo
importante es escribir lo mejor que se pueda y sin pensar absolutamente en
ningún premio.
En
la historia de los premios Nobel, los hay que corresponden a posiciones
políticas diferentes. Por ejemplo, en el caso de mi idioma, el español, tenemos
a Neruda. Lo admiré, fue amigo mío, pero acabamos riñendo porque se volvió no
solo comunista sino estalinista. Al término de su vida se arrepintió. Siempre
lo admiré, pero pienso que su poesía —parte de su poesía— quedó contaminada por
su actitud. Otro escritor que podría haber merecido el premio Nobel pero nunca
lo recibió fue Céline. Fue acaso uno de los grandes novelistas de Francia, pero
era antisemita. ¿Qué hacer con él? Es en verdad algo muy complicado. Todo
premio, todo juicio comprende consideraciones estéticas y morales y es muy
difícil armonizar ambas.
KOPPEL: La pregunta siguiente es: “¿cuál es su esperanza
al escribir? Más bien, ¿cuál es su público? ¿Escribe para usted, para un
individuo en particular o para un público universal?”
MIŁOSZ
:Volvemos al problema de lo particular y lo universal. William Faulkner fue un
escritor que es ejemplo perfecto de particulares tomados universales, lo cual
sirve como respuesta en caso de un poeta de cualquier lengua que escriba acerca
de lo que sabe y en el lenguaje que mejor conoce. De esta manera espera
volverse universal. Derek Walcott mencionó a Dostoyevski, ejemplo de escritor
muy particular, que escribía sobre problemas rusos particulares del s. XIX y
llegó a ser un escritor universal. Hay muchos ejemplos. Siento como un
privilegio el poder existir en traducción y comunicarme con muchas clases de
público gracias a mis poemas traducidos.
KOPPEL: Déjenme insistir un poco. La pregunta era en quién piensan
al escribir. ¿Escribe usted para sí mismo, señor Walcott, o para un auditorio
determinado? ¿Tiene usted en cuenta a cada uno mientras escribe, o debe usted
escribir todo lo que la musa dicte, y al diablo con el auditorio?
WALCOTT:
Mi dificultad, una vez más, es no ser desenvuelto o seudo-profundo al
contestar. Me parece que yo, así como algunos amigos, escribimos aterrados por
los muertos. Me parece que escribimos asustados y abrumados por los grandes
poetas que nos precedieron y ante quienes experimentamos una humildad
extraordinaria y justificada al entrar en el lenguaje de dichos poetas. Así, lo
primero es miedo personal, que es un homenaje. Si se va más allá, hasta algún
género de articulación, constantemente hay una sensación de inadecuación que
fortalece el asunto. De hecho no escribe uno para ser identificado sino para
ser anónimo; para eso escribe uno. Si se logra, y acaso sólo un lector sintió
lo mismo que usted, habrá valido la pena el tiempo.
KOPPEL: Anaïs Nin escribió una vez: “Escribo porque debo crear
un mundo que pueda controlar.” El siguiente interrogador pregunta: “¿Por
qué escribe cada uno de ustedes?”
PAZ:
Eso sería terrible, puesto que un escritor no puede controlar el mundo que
crea. En el s. XIX hubo un montón de novelas con tramas y caracteres bien
controlados pero que hoy nos parecen fracasos. Lo interesante de la poesía y la
novela es que mientras se está creando algo, tal sustancia es siempre rebelde.
Se tiene la forma, sólo que ésta no va a cambiar o a controlar el personaje o
las pasiones, sino a expresarlos mejor. El escritor no puede controlar. El
escritor no es amo del lenguaje, es su servidor.
SIMON:
No estoy totalmente de acuerdo con varios de los términos usados, en especial
la palabra “creación”, como si algo surgiera ex nihilo.
PAZ
: Es que no usé esa palabra, no, no. La usó la persona que preguntó.
SIMON:
Otro término que me molesta es “expresar”. Creo que es un gran problema
el del significado sugerido y el significado producido. Es decir, es lo que
Barthes distinguía al hablar del écrivant y el écrivain. El écrivant
es alguien que tiene algo que decir y emplea el lenguaje para trasmitir dicho
mensaje. Entonces el lenguaje es nada más un vehículo. A esto opondría yo las
palabras de Paul Valéry: “Cuando se me pregunta qué he querido decir,
contesto que no quise decir sino que quise hacer, y que fue esta intención de
hacer la que quiso lo que dije.”
PAZ
: Admiro a Valéry, pero no fue un hacedor de cosas. Mi objeción al gran poeta
Valéry: el poeta es un hacedor de palabras, y las palabras tienen significado.
No podemos renunciar al significado, pues está en la naturaleza de las palabras
el tenerlo. También convengo por completo —según dije antes— en que no somos
amos del lenguaje; somos los instrumentos del lenguaje. Pero no se trataba de
una idea de Roland Barthes ni de ningún crítico de ninguna nacionalidad. Es una
idea viejísima de todos los poetas, ha sido llamada inspiración, musa y de
otros muchos modos. Los románticos solían decir que eran instrumentos de la inspiración.
La teoría francesa intenta sustituir todo esto por el ídolo abstracto del
lenguaje.
SIMON : Voulez-vous dire que les mots ont une signification?
Mais ils en ont plusieurs. Comme Lacan l'a remarqué, le mot n'est pas seulement
signe mais un noeud de signification.
PAZ:
Eso se llama ambigüedad y ya habló de ello un crítico inglés: Seven Types of
Ambiguity. Sigamos.
KOPPEL: Señor Paz, le ruego que permita que se traduzca antes de
que usted responda.
SIMON:
(traducido): ¿Quiere usted decir que las palabras tienen una significación?
Pues tienen varias. Como ha observado Lacan, la palabra no es solamente signo
sino un nudo de significación.
KOPPEL: Sin ir más lejos, me estoy dando cuenta de que puedo
entender mal en muchas lenguas a la vez... La siguiente pregunta señala que en
el aula, hoy en día, los maestros tienen que competir con imágenes que se
mueven velozmente en la televisión, mientras que a la vez deben atenerse al
canon literario, no sólo en el ámbito norteamericano sino también
internacionalmente. ¿Tienen algo que recomendar a los maestros? (Nadie responde. ) Me parece que aquí está
la contestación.
MIŁOSZ:
¿Cómo vamos a ser competentes en todo? Alguien dijo que los laureados Nobel no
son por fuerza inteligentes. Pueden ser muy buenos para su arte, pero no
necesariamente contestándolo todo.
KOPPEL : Bueno, es que no se hablaba de este grupo. Recibamos una
pregunta más... En la televisión usamos una expresión que es un acrónimo,
inglés, de “se me nublan los ojos”. Procuraré hacer justicia a esta
nueva pregunta lo mejor que pueda. Quien la plantea se remonta a cuando el
señor Paz se refirió a los Estados Unidos como a un país de la Reforma. La
pregunta es si preferirla usted que los Estados Unidos se volvieron un país de
tipo más universalista, quizá bajo la rúbrica de algún cuerpo internacional
como las Naciones Unidas, con lo cual habríamos de renunciar a algunas de las
libertades de que disfrutamos con la Constitución.
PAZ
: Ante todo, los escritores no son maestros de todas las ciencias, de todas las
teorías políticas, así que mi respuesta será limitada. Creo que es un hecho
histórico que este país fue originado inicialmente por disidentes que llegaron
como inmigrantes en los ss. XVI, XVII y XVIII. Luego el país recibió la gran
impronta del pensamiento europeo del XVIII. Tal vez sea el secreto del éxito de
los Estados Unidos como país: esta libertad, sinónima del nacimiento de la
nación. No veo ni consigo ver un estado universal por encima de todas las
naciones. Sería una gran catástrofe. Cuando era joven pensaba que un estado
universal sería posible. Podría evitar la guerra y muchas otras cosas, pero
sería una tiranía, un despotismo. De modo que no creo en estados universales,
sólo que tampoco creo en el nacionalismo. Si hemos de sobrevivir como raza
humana, debemos aprender a toleramos los unos a los otros. Los habitantes de
este país y del mundo necesitan tolerarse. Debemos aprender una lección a
propósito de los derechos políticos, individuales, sociales y nacionales: “Mi
libertad concluye donde comienza la libertad de los demás.”
KOPPEL: Damas y caballeros, soy suficientemente listo para darme
cuenta cuando me rebasan, y es claro que así me ocurre con el grupo aquí
presente; me siento como uno de esos malabaristas chinos con una docena de
chácharas dando vueltas cada una por su lado. Procurar ir rebotando entre las
ideas expuestas y las que son ofrecidas es algo que va más allá de mis
alcances. Concluiré con una observación de Mark Twain, uno de mis autores
favoritos porque lo entiendo: “Todos somos ignorantes, sólo que en cosas
diferentes.” Con esto, permítaseme dar las gracias a ustedes y al
distinguido grupo. Ha sido un placer.
Traducción
de Juan Almela, Vuelta 235, junio de 1996 , pp. 7-16.
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