JOSÉ LUIS GARCI O LA OTRA CIENCIA-FICCIÓN
• «Lo que me interesa en este género es su fuerza para renovar la
capacidad de asombro», dice
el guionista de «La cabina» • «Me gusta buscar lo insólito, a base de
introducir elementos extraños en situaciones cotidianas» • «No se es
reaccionario por criticar el uso que se hace de la máquina» • «No se está
contra los inventos, sino contra el uso que se hace de ellos».
Uno en las entrevistas —desde siempre— se ha situado en un segundo
plano, en la sombra, porque cree que ese es el lugar del que pregunta, porque
piensa que lo que le interesa al lector —en este género periodístico— es
conocer las opiniones del que responde, amén de una visión del personaje, que
se va dibujando con sus propias palabras, por obra y gracia del periodista, que
se limita —se debe limitar y ya es bastante— a actuar de catalizador, de
provocador, de buceador, pero sin tomar aires dogmáticos, ni sentenciosos. Me
parece.
Sin embargo, en este caso concreto, se ve uno movido a una especie
de declaración de principios, con la única intención de hacer más inteligible
el aire, el tono de esta conversación. En una palabra, sin alardes de
exquisito, más bien con sincera humildad, uno confiesa que nunca le interesó lo
que vulgarmente se entiende por ciencia-ficción. Ni siquiera me atrajo de niño
Julio Verne. Será una tara, pero es la verdad. Me producía un cierto repeluzno
—las pocas veces que intenté este tipo de lecturas— tanta máquina y tanto
invento —muchos hechos realidad hoy— para sacar al hombre de su tierra-terruño
y lanzarlo al espantoso —a mí me produce espanto el cosmos— silencio sideral o
submarino, lejos de la matriz entrañable, y áspera a un tiempo, de nuestro
planeta. En resumen, que a mis treinta y ocho años recién cumplidos, y con los
ojos quemados de tanto devorar páginas, soy un analfabeto en la llamada
ciencia-ficción de vía estrecha —no en Huxley, por ejemplo— y quizá en otra de
más altos vuelos, porque me ha despegado, me ha impedido acercarme a ella, si
antes me la han bautizado con este nombre nada aclarador y mucho “frivolizador”.
Le daba vueltas a estas ideas, mientras esperaba a José Luis Garci,
guionista con Mercero de «La cabina», porque si este mediometraje es
ciencia-ficción soy un enamorado de la ciencia-ficción.
—¿Qué es la ciencia-ficción?
—Ni
se puede, ni yo quiero definirla. Como Susan Sontag, no soy partidario de las
interpretaciones. A mí lo que me interesa en este, llamémosle, género, es su
fuerza para renovar la capacidad de asombro.
—Veo que traes en la mano «Marca» y «As»; ¿te gusta el fútbol?
—Sí,
soy seguidor del Atlético de Madrid, y voy con frecuencia al estadio ''Vicente
Calderón''.
—¿Buscando el asombro?
—Pues,
sí, exactamente.
—A mi hijo mayor le gusta y este año lo he llevado dos veces —le confieso.
—¿Y
no te has fijado en el público, en el ambiente que se respira? Me apasiona todo
lo que es espectáculo y la reacción del espectador.
—Ya, José Luis, ¿y el nombre de ciencia-ficción de dónde arranca?
¿Quién fue su padrino?
—Hugo
Gernsback lo inventó, uniendo las dos palabras con un guión. Habría que buscar
otro nombre. Ir por lo insólito, a base de introducir elementos extraños en
situaciones cotidianas.
Uno podría ordenar esta charla a dos, pero prefiero respetarla en
su espontaneidad un poco anárquica y reiterativa. Espero así lograr unos
mejores resultados de claridad, aunque parezca raro el camino.
—¿Y la ciencia-ficción más al uso, más de la calle, de dominio
público, no es algo frío y que se olvida del hombre?
—Me
inclino tajantemente por la ciencia-ficción humanista: lo que importa no es
Venus, sino lo que siente un hombre en Venus.
—¿Y cuándo saltó el nombre de ciencia-ficción?
—Pues
te decía que con Gernsback en 1929 ó 26; no estoy seguro Pues eso, Bradbury, sin
ir más lejos, incluso posibilita en este género un ejercicio político. Aunque
lo cierto es que a la ciencia-ficción se le tacha de reaccionaria, porque
fomenta la evasión de la realidad. Pero es un malentendimiento de la
ciencia-ficción. Se la desvirtúa, incluso en las portadas de esas colecciones
de bolsillo, con monstruos y tal. Eso no es ciencia-ficción; eso es aventuras.
Ciencia-ficción es la literatura del futuro, de cómo será el hombre en el
futuro. Hay ciencia-ficción religiosa y de todo tipo.
—¿Por qué la crítica literaria ignora, en general, la
ciencia-ficción?
—Porque
los críticos no la leéis, quizá por esa carga peyorativa, que está latente en
lo que vamos hablando; porque no se han deslindado los caminos; porque no la
han cultivado los grandes escritores de otras especialidades; por toda esa
serie de cosas. Digo yo. Y quizá muchos no se atrevan a mojar su pluma en esta
parcela por temor a que los llamen marcianos. Qué sé yo.
—Al público parece que le atrae, ¿no?
—Encierra
un gran poder de captación. Ahí está Ibáñez Serrador con sus famosos programas
de televisión de hace unos años, o la misma «Cabina». El miedo es viejo como el
hombre y le subyuga, le apasiona esta literatura fantástica.
—Y evasiva, ¿no crees? A menos que se incluya un a modo de
distanciamiento brechtiano, que lleve a la lucidez.
—Exactamente
y por ese camino es un género con mucho porvenir.
—¿Hay autores españoles de ciencia-ficción?
—Sí,
ahora te digo mis nombres españoles, pero antes quiero insistir en que lo más
importante es cómo va a ser la vida del hombre en el mundo de mañana mismo. Yo
creo que Corte de corteza, de Sueiro, es ciencia-ficción, y autores españoles
del género son: Buiza, Raúl Torres, Plans, Tébar... A mí me gustan.
—Os inclináis mucho hacia la imagen, ¿no crees?
—Personalmente
estoy influido por la literatura americana y como ellos escriben pensando en el
cine, en que lleven a la pantalla sus novelas, pues priva la imagen, claro. Mis
influencias vienen de Hemingway, Scott Fitzgerald... Prefiero la literatura
directa, ágil, aunque elaborada.
—¿Pronto toda la literatura va ser de ciencia-ficción?
—No,
pero pienso que la cultivará mucho más la gente.
—¿Por qué?
—Porque
cada vez interesa más la fantasía, crearse un mundo propio. Quizás porque en el
mundo existe una gran represión y no se puede contar directamente.
—¿Y no puede ser también porque cada vez se dan más las vivencias
artificiales de un mundo mecanizado, y alejadas de la naturaleza?
—Creo
que también puede ser por eso, sin duda.
—¿La ciencia-ficción va contra el progreso? Señalabas antes que se
le acusaba de reaccionaria.
—No
se es reaccionario por criticar el uso que se hace de la máquina. No se está
contra la máquina, contra los nuevos inventos, sino contra la utilización que
se hace de la máquina y de los inventos.
—¿Es posible una historia, una novela rosa, de amor, en
ciencia-ficción?
—Yo
creo que sí.
—¿Y lo profético qué papel juega aquí?
—Normalmente
al plantear estos temas se tienen posibilidades de acertar. Por ejemplo, se
hablaba de que la TV devoraría al hombre y ya está ocurriendo. Bradbury
anticipó que se perseguiría la lectura de libros y por ahí andamos.
—¿A qué filosofía responde, entonces, la ciencia-ficción?
—Es
una prolongación del hombre, como otra cualquiera. Me gusta la ciencia-ficción
de humor y poética: nostálgica.
—¿Cabe la nostalgia?
—Sí,
claro. Un temor a lo desconocido, al mañana, provoca la nostalgia del pasado.
—¿Qué haces ahora?
—Escribo
para el cine. Ahora está rodando Eloy de la Iglesia un guión mío, que se titula
«Una gota de sangre para morir amando». Y le he entregado otro al mismo De la
Iglesia y otro más a Mercero.
Ray Bradbury, humanista del futuro, Adam Blake y La cabina son libros de Garci, que se llama García y desapareció la "a",
fortuitamente, por una errata en «Signo» y así se quedó. En el que lleva el
mismo título del famoso mediometraje, tan premiado y emitido por TVE —que lo
produjo—, se recoge el guión y una serie de comentarios y artículos en torno al
mismo.
—¿Qué hay de «La cabina» que no se diga en este volumen?
—Algo
que se ha sabido después: es el único programa de TVE premiado
internacionalmente que no se ha vuelto a emitir. ¿Por qué? No sé.
—¿Y los doce guiones hermanos de «La cabina»?
—Durmiendo
el sueño de los justos.
José Luis Garci, menudo, barbudico, jersey amarillo, nervioso,
enamorado de la ciencia-ficción nos ha aclarado algunos puntos. Al menos a mí,
analfabeto en la materia.
Manuel
Gómez Ortiz El Libro Español : revista mensual del Instituto Nacional del
Libro Español: Tomo XVI Número 186 - junio 1973, pp. 12-13.
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