jueves, 20 de febrero de 2025

Entrevista a Milovan Djilas. "Soy el primer disidente yugoslavo". (Pueblo, 16 de febrero de 1977)

 


“SOY EL PRIMER DISIDENTE YUGOSLAVO”

Milovan Djilas, autor de La nueva clase y Una sociedad imperfecta, entre otros títulos traducidos y editados en todo el mundo, es el más conocido internacionalmente de los escritores y pensadores yugoslavos. Miembro fundador del P.C. Yugoslavo y militante junto a Tito en la resistencia antifascista, posteriormente se distanció y formuló duras críticas al desarrollo del sistema político socialista en su país. Encarcelado durante nueve años, a causa de su oposición al régimen de Tito, Djilas vive actualmente en Belgrado, a sus sesenta y seis años, en completa libertad, aunque la totalidad de sus obras permanecen prohibidas en Yugoslavia y las autoridades retienen su pasaporte.

A continuación publicamos la entrevista exclusiva para PUEBLO —primera que el escritor concede a un periodista español— que nuestro enviado especial VICENTE ROMERO ha mantenido con él, en la cual Milovan Djilas opina sobre temas actuales de tanta importancia como el eurocomunismo, la disidencia en los países del Este europeo y el futuro de su propio país.

LA aparición del euro-comunismo es el mayor acontecimiento histórico que se ha producido en Europa, desde el final de la guerra fría. El llamado «eurocomunismo» es un fenómeno de enorme importancia, no solamente para el socialismo, sino para el futuro de Europa entera, tanto para los países del Este como para los del Oeste. Las diferencias entre Yugoslavia y la U.R.S.S. son, sobre todo, fruto del conflicto entre un pequeño país socialista, y una gran potencia estalinista; y los problemas entre la U.R.S.S. y China lo son, finalmente, entre dos grandes potencias. Sin embargo, la diferencia entre los partidos «eurocomunistas» y los partidos comunistas del Este es una diferencia de esencia, y abre unas importantísimas posibilidades.

—¿Cuál es su opinión sobre el eurocomunismo?

—Estoy absolutamente de acuerdo con sus planteamientos, aunque haya diferencias teóricas con los míos, pero también existen diferencias entre ellos mismos. Puedo decirle que si yo fuera italiano, en el pasado habría sido socialista, pero ahora militaría en el P.C.I. Sin embargo, en Francia todavía no sería del P.C.F., ya que tengo la impresión de que conserva demasiados cuadros estalinistas, especialmente en provincias; pero quiero rectificar las opiniones que manifesté recientemente en una entrevista para la Prensa francesa, ya que me he dado cuenta de que entonces fui demasiado duro con Marcháis, y mi opinión actual sobre él es más positiva de lo que era en aquel momento, a la vista de los últimos acontecimientos.

—¿Cree usted posible la construcción del socialismo dentro de una sociedad pluralista, con formas democráticas parlamentarias?

—Sí. Esa es la única vía. Mire, nuestra sociedad es pluralista, no es uniforme como puede ser la China (que tampoco lo es); aquí existen diferentes capas sociales, y, por tanto, lo normal sería el pluralismo político. Socialismo y libertad no tienen por qué contraponerse, sino que deben ser sinónimos. Para mí la cuestión del pluralismo es un problema principal, como los derechos del hombre. No estoy interesado en un pluripartidismo, pero la expresión de un pluralismo ideológico requiere un pluralismo político.

—¿Firmaría usted la «Carta 77»?

—Si. Ahora mismo. Me parece un documento inteligente y positivo. Y no encuentro diferencias entre su posición y la de los eurocomunistas. Es la continuación lógica de la primavera de Praga, aunque de una forma más clara y arraigada.

—¿Apoya, pues, el movimiento de los disidentes en los países del Este?

—Cuidado, porque la situación de los disidentes es muy diferente en cada país. Entre los disidentes de la U.R.S.S. hay gentes de extrema derecha, cristianos y también socialistas. Hasta ahora no hay ideas claras en el movimiento soviético, que carece de una fisonomía propia; no existe un grupo homogéneo, sino una serie de individuos, con distintas ideologías y sin visión del futuro de su país. Pero, aun así, el régimen no ha conseguido silenciarlos. El personaje central parece Sajarof, que no está lejos de la socialdemocracia o de un socialismo liberal europeo. A su derecha está Solyenitsijn y a la izquierda, Medeyev, que cree en la posibilidad de salvar al sistema soviético desde el leninismo. Pero hay otras, además de estas corrientes. En Hungría no se da el fenómeno de la disidencia, sino únicamente personajes disidentes. En Polonia no conozco demasiado bien la situación, pero interpreto que se está produciendo una crítica contra los métodos autoritarios...

—Y en Yugoslavia. ¿puede decirse que exista una «disidencia»?

—Sí. Y el primer disidente soy yo... El régimen nos llama «anarco-liberales». Pero es sólo una falsa etiqueta. No existe un movimiento organizado entre los disidentes, aunque existe un grupo de humanistas marxistas, expulsados de la Universidad de Belgrado, cuyas posiciones son de gran interés. Y en Zagreb existe otro grupo, cuyo órgano de expresión era la prohibida revista «Práxis», con gran influencia en medios intelectuales.

—Señor Djilas, si yo le pidiera que se definiera ideológicamente...

—...le diría que soy un partidario del socialismo humano.

—¿Marxista?

—No soy marxista, pero tampoco antimarxista. El marxismo tiene mucho de bueno, pero no todo él es válido para nuestro tiempo. Hoy, la dialéctica se ha convertido en algo escolástico. Y en cuanto a los supuestos materialistas y los conceptos económicos de Marx, hay que revisarlos. Por otra parte, Marx no desarrolló suficientemente la cuestión de la dictadura del proletariado. Y la realidad ha demostrado que su práctica es muy peligrosa para el propio socialismo. Contra lo previsto, el Estado no disminuye hasta desaparecer, sino que se fortalece cada vez más, con la dictadura del proletariado. Y el Estado no debe ser sólo una estructura opresiva, como denunciaba Lenin, sino también un órgano de unificación. Acaso por esto, los eurocomunistas han renunciado a la dictadura del proletariado, y prefieren desarrollar la democracia parlamentaria.

—¿Espera usted que la desaparición física de Tito suponga cambios importantes en el sistema yugoslavo?

—Es posible que cause algunos cambios, aunque no de manera catastrófica. Supongo que, por ejemplo, podrá desaparecer ese organismo de presidencia colectiva que hoy funciona a la sombra de Tito. Y es de esperar que el aparato —porque aquí gobierna el aparato gubernamental, no el partido, cuya base, además, permanece totalmente pasiva— pasará una etapa de temores cuando Tito desaparezca. Pero después se relajará la situación. Y seguramente habrá una cierta liberalización en las esferas intelectuales.

—¿Cambiará entonces su situación personal?

—Yo no tengo un papel político, ni tampoco ambiciones. Soy un hombre contento de su destino: escribir y ser libre,

—¿Considera usted a Tito positivo o negativo para su país?

—En general, positivo. Aunque su gestión tiene debilidades y errores. Su mayor falta está en que tuvo la posibilidad de liberalizar el sistema y no quiso hacerlo. Cuando murió Stalin se produjo una nueva identificación ideológica con la U.R.S.S., en vez de continuar un camino político independiente, para acaso llegar a las actuales posiciones euro comunistas. Porque la U.R.S.S. no cree en el socialismo, sino que tan sólo habla de marxismo-leninismo, mientras utiliza el socialismo como un medio para desarrollar su política hegemónica de gran potencia. En lo positivo, dentro de la gestión de Tito, hay que señalar la industrialización del país, la revolución industrial, la educación masiva, la seguridad social y la política de no-alineamiento.

—¿Usted habla libremente con la Prensa extranjera...?

—Sí. No quieren detenerme. Supongo que mis libros tienen alguna importancia. Pero puedo ser detenido, como lo fue Mihailov hace dos años.

—¿Piensa que los regímenes socialistas europeos pueden evolucionar hacia formas más democráticas en un futuro?

—Esa es una cuestión a resolver en un largo período, no de forma inmediata. Por el momento, los intelectuales disidentes podemos sobrevivir espiritualmente bajo estos sistemas, porque aunque no observan estrictamente los derechos humanos, tampoco son crueles. Incluso ya se han hecho un poco más tolerantes que antes.

—Recuerdo haberle leído la afirmación de que en su país podrán leerse sus obras cuando usted haya muerto.

—Si, eso dije en una entrevista. Serán autorizadas cuando desaparezca la vieja generación que ahora está en el Poder. Ahora, todos mis escritos permanecen prohibidos: y yo no pretendo que mis obras políticas sean autorizadas, pero es que tampoco lo están los estudios literarios, ni los cuentos, ni siquiera mi traducción del Paraíso Perdido, de Milton...

—¿Ha pensado alguna vez en marcharse de Yugoslavia?

—Seriamente, nunca. Instintivamente, sí, he deseado a veces salir de mi país. Pero no podría vivir en el exilio. Si me dieran el pasaporte y me dijeran que me marchase para siempre, no aceptaría.

PUEBLO 16 de febrero de 1977, p.21

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