“SOY EL PRIMER DISIDENTE YUGOSLAVO”
Milovan Djilas, autor de La nueva clase y Una
sociedad imperfecta, entre otros títulos traducidos y editados en todo el
mundo, es el más conocido internacionalmente de los escritores y pensadores
yugoslavos. Miembro fundador del P.C. Yugoslavo y militante junto a Tito en la
resistencia antifascista, posteriormente se distanció y formuló duras críticas
al desarrollo del sistema político socialista en su país. Encarcelado durante
nueve años, a causa de su oposición al régimen de Tito, Djilas vive actualmente
en Belgrado, a sus sesenta y seis años, en completa libertad, aunque la
totalidad de sus obras permanecen prohibidas en Yugoslavia y las autoridades
retienen su pasaporte.
A continuación publicamos la entrevista exclusiva para
PUEBLO —primera que el escritor concede a un periodista español— que nuestro
enviado especial VICENTE ROMERO ha mantenido con él, en la cual Milovan Djilas opina sobre temas actuales de tanta
importancia como el eurocomunismo, la disidencia en los países del Este europeo
y el futuro de su propio país.
LA aparición del euro-comunismo es el mayor
acontecimiento histórico que se ha producido en Europa, desde el final de la
guerra fría. El llamado «eurocomunismo» es un fenómeno de enorme
importancia, no solamente para el socialismo, sino para el futuro de Europa
entera, tanto para los países del Este como para los del Oeste. Las diferencias
entre Yugoslavia y la U.R.S.S. son, sobre todo, fruto del conflicto entre un
pequeño país socialista, y una gran potencia estalinista; y los problemas entre
la U.R.S.S. y China lo son, finalmente, entre dos grandes potencias. Sin
embargo, la diferencia entre los partidos «eurocomunistas» y los
partidos comunistas del Este es una diferencia de esencia, y abre unas
importantísimas posibilidades.
—¿Cuál es su opinión sobre el eurocomunismo?
—Estoy absolutamente de acuerdo con sus planteamientos,
aunque haya diferencias teóricas con los míos, pero también existen diferencias
entre ellos mismos. Puedo decirle que si yo fuera italiano, en el pasado habría
sido socialista, pero ahora militaría en el P.C.I. Sin embargo, en Francia
todavía no sería del P.C.F., ya que tengo la impresión de que conserva
demasiados cuadros estalinistas, especialmente en provincias; pero quiero
rectificar las opiniones que manifesté recientemente en una entrevista para la
Prensa francesa, ya que me he dado cuenta de que entonces fui demasiado duro
con Marcháis, y mi opinión actual sobre él es más positiva de lo que era en
aquel momento, a la vista de los últimos acontecimientos.
—¿Cree usted posible la construcción del socialismo
dentro de una sociedad pluralista, con formas democráticas parlamentarias?
—Sí. Esa es la única vía. Mire, nuestra sociedad es
pluralista, no es uniforme como puede ser la China (que tampoco lo es); aquí
existen diferentes capas sociales, y, por tanto, lo normal sería el pluralismo
político. Socialismo y libertad no tienen por qué contraponerse, sino que deben
ser sinónimos. Para mí la cuestión del pluralismo es un problema principal,
como los derechos del hombre. No estoy interesado en un pluripartidismo, pero
la expresión de un pluralismo ideológico requiere un pluralismo político.
—¿Firmaría usted la «Carta 77»?
—Si. Ahora mismo. Me parece un documento inteligente y
positivo. Y no encuentro diferencias entre su posición y la de los eurocomunistas.
Es la continuación lógica de la primavera de Praga, aunque de una forma más
clara y arraigada.
—¿Apoya, pues, el movimiento de los disidentes en los
países del Este?
—Cuidado, porque la situación de los disidentes es muy
diferente en cada país. Entre los disidentes de la U.R.S.S. hay gentes de
extrema derecha, cristianos y también socialistas. Hasta ahora no hay ideas
claras en el movimiento soviético, que carece de una fisonomía propia; no
existe un grupo homogéneo, sino una serie de individuos, con distintas
ideologías y sin visión del futuro de su país. Pero, aun así, el régimen no ha
conseguido silenciarlos. El personaje central parece Sajarof, que no está lejos
de la socialdemocracia o de un socialismo liberal europeo. A su derecha está
Solyenitsijn y a la izquierda, Medeyev, que cree en la posibilidad de salvar al
sistema soviético desde el leninismo. Pero hay otras, además de estas
corrientes. En Hungría no se da el fenómeno de la disidencia, sino únicamente
personajes disidentes. En Polonia no conozco demasiado bien la situación, pero
interpreto que se está produciendo una crítica contra los métodos
autoritarios...
—Y en Yugoslavia. ¿puede decirse que exista una «disidencia»?
—Sí. Y el primer disidente soy yo... El régimen nos llama
«anarco-liberales». Pero es sólo una falsa etiqueta. No existe un
movimiento organizado entre los disidentes, aunque existe un grupo de humanistas
marxistas, expulsados de la Universidad de Belgrado, cuyas posiciones son de
gran interés. Y en Zagreb existe otro grupo, cuyo órgano de expresión era la
prohibida revista «Práxis», con gran influencia en medios intelectuales.
—Señor Djilas, si yo le pidiera que se definiera
ideológicamente...
—...le diría que soy un partidario del socialismo humano.
—¿Marxista?
—No soy marxista, pero tampoco antimarxista. El marxismo
tiene mucho de bueno, pero no todo él es válido para nuestro tiempo. Hoy, la
dialéctica se ha convertido en algo escolástico. Y en cuanto a los supuestos
materialistas y los conceptos económicos de Marx, hay que revisarlos. Por otra
parte, Marx no desarrolló suficientemente la cuestión de la dictadura del
proletariado. Y la realidad ha demostrado que su práctica es muy peligrosa para
el propio socialismo. Contra lo previsto, el Estado no disminuye hasta
desaparecer, sino que se fortalece cada vez más, con la dictadura del
proletariado. Y el Estado no debe ser sólo una estructura opresiva, como
denunciaba Lenin, sino también un órgano de unificación. Acaso por esto, los
eurocomunistas han renunciado a la dictadura del proletariado, y prefieren
desarrollar la democracia parlamentaria.
—¿Espera usted que la desaparición física de Tito suponga
cambios importantes en el sistema yugoslavo?
—Es posible que cause algunos cambios, aunque no de
manera catastrófica. Supongo que, por ejemplo, podrá desaparecer ese organismo
de presidencia colectiva que hoy funciona a la sombra de Tito. Y es de esperar
que el aparato —porque aquí gobierna el aparato gubernamental, no el partido,
cuya base, además, permanece totalmente pasiva— pasará una etapa de temores
cuando Tito desaparezca. Pero después se relajará la situación. Y seguramente
habrá una cierta liberalización en las esferas intelectuales.
—¿Cambiará entonces su situación personal?
—Yo no tengo un papel político, ni tampoco ambiciones.
Soy un hombre contento de su destino: escribir y ser libre,
—¿Considera usted a Tito positivo o negativo para su
país?
—En general, positivo. Aunque su gestión tiene
debilidades y errores. Su mayor falta está en que tuvo la posibilidad de
liberalizar el sistema y no quiso hacerlo. Cuando murió Stalin se produjo una
nueva identificación ideológica con la U.R.S.S., en vez de continuar un camino
político independiente, para acaso llegar a las actuales posiciones euro
comunistas. Porque la U.R.S.S. no cree en el socialismo, sino que tan sólo
habla de marxismo-leninismo, mientras utiliza el socialismo como un medio para
desarrollar su política hegemónica de gran potencia. En lo positivo, dentro de
la gestión de Tito, hay que señalar la industrialización del país, la
revolución industrial, la educación masiva, la seguridad social y la política
de no-alineamiento.
—¿Usted habla libremente con la Prensa extranjera...?
—Sí. No quieren detenerme. Supongo que mis libros tienen
alguna importancia. Pero puedo ser detenido, como lo fue Mihailov hace dos
años.
—¿Piensa que los regímenes socialistas europeos pueden
evolucionar hacia formas más democráticas en un futuro?
—Esa es una cuestión a resolver en un largo período, no
de forma inmediata. Por el momento, los intelectuales disidentes podemos
sobrevivir espiritualmente bajo estos sistemas, porque aunque no observan
estrictamente los derechos humanos, tampoco son crueles. Incluso ya se han
hecho un poco más tolerantes que antes.
—Recuerdo haberle leído la afirmación de que en su país
podrán leerse sus obras cuando usted haya muerto.
—Si, eso dije en una entrevista. Serán autorizadas cuando
desaparezca la vieja generación que ahora está en el Poder. Ahora, todos mis
escritos permanecen prohibidos: y yo no pretendo que mis obras políticas sean
autorizadas, pero es que tampoco lo están los estudios literarios, ni los
cuentos, ni siquiera mi traducción del Paraíso Perdido, de Milton...
—¿Ha pensado alguna vez en marcharse de Yugoslavia?
—Seriamente, nunca. Instintivamente,
sí, he deseado a veces salir de mi país. Pero no podría vivir en el exilio. Si
me dieran el pasaporte y me dijeran que me marchase para siempre, no aceptaría.
PUEBLO 16 de febrero de 1977, p.21
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