“LA AMENAZA ESTA EN LA ECONOMIA”
Entrevista
con Adam Michnik
Si
en Solidarność Mazowiecki es el cerebro y Geremek la palabra, Adam
Michnik representa el corazón. Historiador, activista, orador, periodista,
Michnik, con 43 años, es una figura central en la Polonia de hoy. Es
colaborador de universidades y periódicos occidentales y en 1989 fue elegido «europeo
del año». Vestido como cuando era estudiante y era frecuentemente detenido
por la policía política, ha hecho de la redacción de «Gazeta» una
trinchera de la nueva libertad polaca. Habla francés con un simpático
tartamudeo, es un experto en literatura y durante la charla cita a Unamuno y a
los escritores polacos contemporáneos sin dejar de fumar uno tras otro
cigarrillos «Gitanes» y de atender las interrupciones continuas de unos
redactores entusiastas y aguerridos como él.
ANTONIO FONTAN.—Necesitamos tener su orientación y su visión del
actual momento polaco, el momento de la gran esperanza de la recuperación de
Polonia.
ADAM
MICHNIK.—Entiendo que lo único interesante que ustedes quieren escuchar de mí
es lo que tenga que decir sobre los peligros que existen para esta esperanza.
A.F.—La esperanza la compartimos todos y los peligros probablemente
no somos capaces de identificarlos. Mi primera impresión en esta nueva visita a
Polonia es que en este país se vive un clima de libertad que antes no se
advertía. No hay miedo y la gente se manifiesta con libertad. Esto es
esperanzador. Parece difícil volver atrás en el caso de que los peligros
vencieran al esfuerzo liberalizador, fruto de una lucha de años por parte de
ustedes, en la que se juntan Solidarność, intelectuales, cárcel, constancia
y tenacidad de muchas personas. A diferencia de otros países vecinos, la
recuperación de la libertad en Polonia no es una improvisación. Aquí se ha
construido una estructura humana que es capaz de ocupar el Parlamento, entrar
en el Gobierno, hacer los periódicos, estar en la televisión... Eso parece un
gran motivo para la esperanza.
A.M.—Hasta
ahora los peligros de la democracia en Polonia se reducían al problema del
ejército soviético. Esta vez las cosas han cambiado. El peligro principal está
en la situación interna. La amenaza principal reside en la cuestión económica.
En cuanto a la economía, hemos emprendido un camino que antes nadie había
andado: pasar de la economía totalitaria a la economía de mercado. Nadie puede
anticipar con seguridad las trampas que nos esperan en este camino, ni lo que
va a venir primero, o bien el éxito palpable de esta política económica o, por
el contrario, los elementos negativos de esta política. Nadie está en
condiciones de responder a la pregunta de si el pueblo va a aguantar el proceso
de estabilización, con las consecuencias de empobrecimiento notable que se van
a producir. El primer peligro es este...
A.F.—Pero no es el único, al parecer...
A.M.—El
segundo peligro es que no están todavía creadas las estructuras de la vida
pública. El antiguo sistema de instituciones de nuestra vida pública se ha
venido a tierra, y el nuevo todavía no acaba de formarse. Y aún hay una tercera
amenaza. Es todo el territorio geográfico, y no sólo la economía, lo que ha
entrado en esta fase desestabilizadora. Nadie sabe lo que ocurrirá. O bien la
destrucción de la estabilidad, o bien el derribo de todo el sistema comunista.
Y dejo para el final la incógnita sobre los grandes vencidos del proceso: un
grupo de personas frustradas, derrotadas, en peligro, amenazadas... y armadas.
Es
como resolver la cuadratura del círculo. Habría que encontrar sustitutivos al
hecho de tener que pedirle a la gente que se apriete el cinturón, y una
recompensa para ello sería la revancha sobre los comunistas. Pero por el camino
de la venganza rompemos el compromiso de la «mesa redonda», y entonces
todo sería posible: desde la plaza de Tiananmén hasta la guerra civil. Estos
son los dilemas que se nos presentan. Pero se puede decir lo que dijo un
socialista francés después del nombramiento de León Blum como jefe del gobierno
francés en 1936: «Los problemas y las dificultades por fin han llegado».
Hasta ahora eran trampas, ahora son problemas verdaderos.
MIGUEL ÁNGEL GOZALO.—Pero ustedes ya sabían que esto iba a pasar,
que vendrían estos problemas...
A.M.—Sí,
lo habíamos calculado, pero no lo habíamos podido prever todo... Ha habido sorpresas,
y debo decir que, hasta ahora, más bien agradables. Pero cuando alguien está en
la cárcel y quiere fugarse, lo primero que piensa es cómo fugarse, y no qué
pantalón va a ponerse una vez que se haya largado. Hemos escapado de la cárcel,
y ahora tenemos el problema de los zapatos, del dinero, del sombrero, del
pantalón y de las armas.
A.F.—Hay una serie de fuerzas que, o bien apoyan esta recuperación
de la nación, o bien la toleran. La promueven los dirigentes, la apoyan los
sindicatos y la población; el ejército la tolera, y los soviéticos la aceptan
como una realidad contra la que aparentemente no pueden hacer nada. Estos son
elementos muy consistentes de la nueva situación.
A.M.—Estoy
de acuerdo. Se puede hablar también de una cierta diversidad dentro del campo
de las fuerzas antitotalitarias, y es aquí donde pueden generarse conflictos,
que van a desarrollarse en torno, más o menos, a dos problemas: el primero, la
opción en favor del mercado, con las consecuencias sociales que ello va a
acarrear, y esa división clásica entre ricos y pobres. El segundo conflicto
podría entablarse entre lo que yo denominaría una orientación europea y una
orientación nacionalista. Yo lo presento de una manera muy esquemática, pero
éste es el otro de los dos grandes problemas que se plantean: decidir si
rechazamos el comunismo por ser incompatible con el catálogo de valores
democráticos europeos, o si lo rechazamos por incompatibilidad con los valores
nacionales, por ser algo no arraigado en la tradición nacional. Las dos
posiciones tienen sus caricaturas, y elementos racionales también. Pero la
línea divisoria se ve: o queremos ser parte de la Europa democrática, o
apostamos por un aislamiento nacionalista.
M.Á.G.—¿Es posible cuantificar ambas tendencias, saber cómo está
repartida la opinión en torno a ellas?
A.M.—No.
En este momento es muy difícil contestar a eso. El fenómeno polaco es el
fenómeno de Solidarność, que ha sabido reunificar estas tendencias
opuestas en su afán de resistencia antitotalitaria. Si no sus líderes, por lo
menos si el movimiento de masas. Pero hoy es muy difícil saber cómo se va a
perfilar esto en un futuro.
M.Á.G.—¿Qué partidos pueden aparecer en ese futuro, y con qué
líderes, en el supuesto de que Polonia se convierta en una democracia de corte
occidental?
A.M.—No
serán partidos de tipo occidental, y las diferencias entre ellos tampoco serán
de tipo europeo. Aquí se ha roto una continuidad. La diferencia entre España y
Polonia es que, si bien tanto allí como aquí ha habido dictadura, en España la
dictadura fue superpuesta a una estructura social distinta a ella. Por lo tanto,
en España ha sido posible la restitución de un orden europeo. Aquí fue distinta
la base de las relaciones económicas y sociales. Y no es que se trate de unos
rasgos específicos de Polonia, pues hasta ahora en ninguno de los países
postcomunistas ha tenido lugar la reinstauración del orden social anterior de
tipo, digamos, europeo.
A.F.—Porque lo que había existido, fue destruido.
M.Á.G.—En España, la dictadura resultaba anacrónica para una
sociedad que ya era bastante moderna, y aquí no pasa eso...
A.M.—Aquí
el anacronismo es de otro género. Lo que se ha generado es un anacronismo de
todo el sistema en relación con el resto de Europa.
A.F.—El cambio que ha supuesto el régimen comunista en todos los
países de Europa ha sido un cambio social más profundo que el de la Revolución
Francesa. La Revolución Francesa pudo cortar la cabeza a unos aristócratas que
fueron sustituidos en su función social por una burguesía, mientras que en
estos países las estructuras sociales precedentes han sido sustituidas por una
estatalización anónima que no responde ante nadie más que ante la cúpula de su
propia estructura.
A.M.—Al
mismo tiempo, esa estructura que usted describe es extremadamente ineficaz.
A.F—Ha producido un empobrecimiento. No un reparto de la riqueza,
sino de la pobreza.
A.M.—La
redistribución de la riqueza también ocurrió. Al fin y al cabo, esa es la gran
idea del comunismo, una idea que consiste en entregar a unos el dinero robado a
otros... En un primer momento, a unos se les quitó para dárselo a otros, para
después pasar a la fase de la producción. Pero esa fase ya no funcionó.
A.F.—No existe ninguna razón ni económica ni histórica para que
Polonia sea un país pobre respecto de otros de Europa. Polonia tiene recursos,
agricultura, ganadería..., y también un nivel cultural comparable al de otros
del continente. Pero el sistema ha hecho que esto no produzca ningún efecto
beneficioso...
A.M.—Podría
aceptarse como una simplificación, sí. Y digo una simplificación, porque el
pasado de Polonia, anterior a la última guerra, tampoco había sido de una
tradición democrática consolidada, y un ethos del trabajo afianzado.
Pero creo que el pasado de España es bastante similar en este aspecto...
A.F.—Y sin embargo hemos podido resolver este problema...
A.M.—Sí,
ustedes han podido arreglarlo. Se puede decir que por primera vez en la
Historia han tenido ustedes suerte.
M.Á.G.—¿Qué piensa de lo que está pasando en los demás países
comunistas? ¿La aceleración del proceso de cambio de los vecinos no puede poner
en peligro la situación polaca?
A.M.—Sí,
crea peligros. Pero la Historia es una señora desagradable que no sigue
nuestros relojes. Es una sorpresa lo que está pasando. Nadie lo esperaba, ni
que fuera a un ritmo tan acelerado. Polonia, Bulgaria, Checoslovaquia... Es un
año histórico, sin duda.
A.F.—Usted ha estado recientemente en la Unión Soviética, cuyo
idioma, cultura, tradiciones y literatura política oficial conoce bien. ¿Hay
alguna esperanza o posibilidad de que un fenómeno como el de los países
occidentales se produzca en la Unión Soviética? En este momento produce la
impresión de que la dirección política de la Unión Soviética atraviesa una
crisis de conciencia ideológica como consecuencia del fracaso político y
económico del gobierno. Gorbachov habla de que los pueblos de Europa elijan su
destino, pero la doctrina que él aprendió era que el Partido Comunista
señalaría el destino de cada uno de los pueblos. La fuerza militar soviética
está estrechamente articulada con el Partido: es más un ejército comunista que
un ejército nacional. En este momento, si dejara de haber un gobierno
comunista, una filosofía comunista, un ejército comunista, todo sería posible.
Hasta Napoleón. ¿O no es posible Napoleón? Por otra parte, los acuerdos de la
Unión Soviética con los Estados Unidos son difícilmente reversibles. Los
comunistas han renunciado a salvar a la humanidad. Es como si los cristianos
renunciaran a bautizar.
A.M.—Quizá
no tanto como si los cristianos renunciaran al bautismo, sino como si
renunciaran a construir sociedades teocráticas. La pregunta sobre Napoleón
habría que planteársela a los generales soviéticos Grómov o Rodionov, y sería
interesante saber lo que dirían. Yo pienso que todas las analogías históricas
pueden fallar y que el proceso que se está produciendo en la URSS es
irreversible, en la medida en que no hay retorno posible a Breznev. En cambio,
sí que advierto el peligro de una dictadura militar. Yo mismo he oído voces, en
este sentido, del ala nacionalista de los soviéticos cuando he estado
recientemente en Moscú.
A.F.—Al dejar de ser internacionalistas, se convierten en
nacionalistas.
A.M.—Estos
de los que estoy hablando siempre han sido unos internacionalistas muy especiales...
Fue un internacionalismo muy extraño, que, paradójicamente, destruía la cultura
rusa, pero rusificaba a todas las demás.
M.Á.G.—Eran unos internacionalistas colonialistas...
A.M.—Es
usted el que lo dice...
M.Á.G.—Pero ¿usted cree, como historiador, que el fenómeno del
comunismo ha terminado?
A.M.—En
cuanto propuesta ideológica, sí. Como fe en la eficacia económica, también.
Pero como fuerza física, no. Existe.
M.Á.G.—El conflicto que estos días aparece entre los polacos y los
alemanes, con escenas de xenofobia antipolaca en la República Democrática Alemana, ¿es
un viejo problema que vuelve? ¿Cómo lo ve usted?
A.M.—Este
es el artículo que estoy escribiendo para mañana, en este preciso instante.
Pero antes de anticipárselo, quiero decirles que yo, hablando de Rusia, procuro
evitar ciertas palabras que para los rusos son inaceptables en los labios de un
polaco. Y por tanto yo prefiero hablar de un orden anormal de relaciones
internacionales, que de un colonialismo... Y volviendo al tema, además, todo ha
cambiado, y cambia todos los días. Crece vertiginosamente la emoción antipolaca
en la RDA. No sabemos decir si es un proceso transitorio o duradero, ni tampoco
si en esta parte de Alemania, donde no ha habido desnazificación, han podido
sobrevivir acaso tendencias revanchistas y chauvinistas. Desde nuestro punto de
vista, Alemania es una cuestión que incumbe a todo el mundo y sólo puede ser
discutida en el foro europeo.
A.F.—¿Sin América, sin Rusia?
A.M.—Con
América, con Rusia, y con toda Europa. De otra forma es imposible. Siempre he
sido de la opinión, y lo he escrito, que los alemanes tienen que tener el
derecho a disponer de un solo Estado. Pero debo añadir que los otros países de
Europa tienen que tener el derecho de vivir en paz. Por dos veces, los alemanes
han sido la causa de dos grandes guerras europeas. Esto no puede ser un estigma
para los alemanes para todos los tiempos, pero el cambio sí impone un
compromiso muy particular.
M.Á.G.—Hablando de conflictos, y dado que su apellido es de origen
judío, entre los demonios del pasado polaco figura el fenómeno del
antisemitismo. ¿Usted cree que puede existir aquí todavía antisemitismo
político?
A.M.—El
fenómeno singular del antisemitismo en Polonia consiste en que Polonia es un
país sin judíos. Es digno de reflexión que haya antisemitismo en un país sin
judíos. La mía es la siguiente: si en Polonia usted habla con alguien dos
horas, y esta persona le dice cinco veces durante estas dos horas que no es
antisemita, eso quiere decir que seguro que lo es. En cambio si el interlocutor
le dice que todo lo malo en Polonia es por culpa de los judíos, y esta es la
razón de que odie a los judíos profundamente, puede estar seguro de que no se
refiere a los judíos, porque los judíos no existen. Yo tengo la hipótesis
siguiente: la gente de una cierta formación es reconocible por alguna razón,
por algún síntoma. Nos gustan las mismas canciones, los mismos poemas, las
mismas cosas, los mismos libros. Byron, Cervantes... Y otras personas se
reconocen por su antisemitismo. Yo creo que hay en la cultura europea una
categoría humana de personas que se reconocen por su antisemitismo. Pero, por
fortuna, son mala gente...
Nueva Revista
nº1 Febrero 1990, pp. 61-63.
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