miércoles, 12 de febrero de 2025

"La amenaza está en la econonía". Entrevista de Antonio Fontán y Miguel Ángel Gozalo a Adam Michnik (Nueva Revista nº1 Febrero 1990)

 


“LA AMENAZA ESTA EN LA ECONOMIA”

Entrevista con Adam Michnik

Si en Solidarność Mazowiecki es el cerebro y Geremek la palabra, Adam Michnik representa el corazón. Historiador, activista, orador, periodista, Michnik, con 43 años, es una figura central en la Polonia de hoy. Es colaborador de universidades y periódicos occidentales y en 1989 fue elegido «europeo del año». Vestido como cuando era estudiante y era frecuentemente detenido por la policía política, ha hecho de la redacción de «Gazeta» una trinchera de la nueva libertad polaca. Habla francés con un simpático tartamudeo, es un experto en literatura y durante la charla cita a Unamuno y a los escritores polacos contemporáneos sin dejar de fumar uno tras otro cigarrillos «Gitanes» y de atender las interrupciones continuas de unos redactores entusiastas y aguerridos como él.

ANTONIO FONTAN.—Necesitamos tener su orientación y su visión del actual momento polaco, el momento de la gran esperanza de la recuperación de Polonia.

ADAM MICHNIK.—Entiendo que lo único interesante que ustedes quieren escuchar de mí es lo que tenga que decir sobre los peligros que existen para esta esperanza.

A.F.—La esperanza la compartimos todos y los peligros probablemente no somos capaces de identificarlos. Mi primera impresión en esta nueva visita a Polonia es que en este país se vive un clima de libertad que antes no se advertía. No hay miedo y la gente se manifiesta con libertad. Esto es esperanzador. Parece difícil volver atrás en el caso de que los peligros vencieran al esfuerzo liberalizador, fruto de una lucha de años por parte de ustedes, en la que se juntan Solidarność, intelectuales, cárcel, constancia y tenacidad de muchas personas. A diferencia de otros países vecinos, la recuperación de la libertad en Polonia no es una improvisación. Aquí se ha construido una estructura humana que es capaz de ocupar el Parlamento, entrar en el Gobierno, hacer los periódicos, estar en la televisión... Eso parece un gran motivo para la esperanza.

A.M.—Hasta ahora los peligros de la democracia en Polonia se reducían al problema del ejército soviético. Esta vez las cosas han cambiado. El peligro principal está en la situación interna. La amenaza principal reside en la cuestión económica. En cuanto a la economía, hemos emprendido un camino que antes nadie había andado: pasar de la economía totalitaria a la economía de mercado. Nadie puede anticipar con seguridad las trampas que nos esperan en este camino, ni lo que va a venir primero, o bien el éxito palpable de esta política económica o, por el contrario, los elementos negativos de esta política. Nadie está en condiciones de responder a la pregunta de si el pueblo va a aguantar el proceso de estabilización, con las consecuencias de empobrecimiento notable que se van a producir. El primer peligro es este...

A.F.—Pero no es el único, al parecer...

A.M.—El segundo peligro es que no están todavía creadas las estructuras de la vida pública. El antiguo sistema de instituciones de nuestra vida pública se ha venido a tierra, y el nuevo todavía no acaba de formarse. Y aún hay una tercera amenaza. Es todo el territorio geográfico, y no sólo la economía, lo que ha entrado en esta fase desestabilizadora. Nadie sabe lo que ocurrirá. O bien la destrucción de la estabilidad, o bien el derribo de todo el sistema comunista. Y dejo para el final la incógnita sobre los grandes vencidos del proceso: un grupo de personas frustradas, derrotadas, en peligro, amenazadas... y armadas.

Es como resolver la cuadratura del círculo. Habría que encontrar sustitutivos al hecho de tener que pedirle a la gente que se apriete el cinturón, y una recompensa para ello sería la revancha sobre los comunistas. Pero por el camino de la venganza rompemos el compromiso de la «mesa redonda», y entonces todo sería posible: desde la plaza de Tiananmén hasta la guerra civil. Estos son los dilemas que se nos presentan. Pero se puede decir lo que dijo un socialista francés después del nombramiento de León Blum como jefe del gobierno francés en 1936: «Los problemas y las dificultades por fin han llegado». Hasta ahora eran trampas, ahora son problemas verdaderos.

MIGUEL ÁNGEL GOZALO.—Pero ustedes ya sabían que esto iba a pasar, que vendrían estos problemas...

A.M.—Sí, lo habíamos calculado, pero no lo habíamos podido prever todo... Ha habido sorpresas, y debo decir que, hasta ahora, más bien agradables. Pero cuando alguien está en la cárcel y quiere fugarse, lo primero que piensa es cómo fugarse, y no qué pantalón va a ponerse una vez que se haya largado. Hemos escapado de la cárcel, y ahora tenemos el problema de los zapatos, del dinero, del sombrero, del pantalón y de las armas.

A.F.—Hay una serie de fuerzas que, o bien apoyan esta recuperación de la nación, o bien la toleran. La promueven los dirigentes, la apoyan los sindicatos y la población; el ejército la tolera, y los soviéticos la aceptan como una realidad contra la que aparentemente no pueden hacer nada. Estos son elementos muy consistentes de la nueva situación.

A.M.—Estoy de acuerdo. Se puede hablar también de una cierta diversidad dentro del campo de las fuerzas antitotalitarias, y es aquí donde pueden generarse conflictos, que van a desarrollarse en torno, más o menos, a dos problemas: el primero, la opción en favor del mercado, con las consecuencias sociales que ello va a acarrear, y esa división clásica entre ricos y pobres. El segundo conflicto podría entablarse entre lo que yo denominaría una orientación europea y una orientación nacionalista. Yo lo presento de una manera muy esquemática, pero éste es el otro de los dos grandes problemas que se plantean: decidir si rechazamos el comunismo por ser incompatible con el catálogo de valores democráticos europeos, o si lo rechazamos por incompatibilidad con los valores nacionales, por ser algo no arraigado en la tradición nacional. Las dos posiciones tienen sus caricaturas, y elementos racionales también. Pero la línea divisoria se ve: o queremos ser parte de la Europa democrática, o apostamos por un aislamiento nacionalista.

M.Á.G.—¿Es posible cuantificar ambas tendencias, saber cómo está repartida la opinión en torno a ellas?

A.M.—No. En este momento es muy difícil contestar a eso. El fenómeno polaco es el fenómeno de Solidarność, que ha sabido reunificar estas tendencias opuestas en su afán de resistencia antitotalitaria. Si no sus líderes, por lo menos si el movimiento de masas. Pero hoy es muy difícil saber cómo se va a perfilar esto en un futuro.

M.Á.G.—¿Qué partidos pueden aparecer en ese futuro, y con qué líderes, en el supuesto de que Polonia se convierta en una democracia de corte occidental?

A.M.—No serán partidos de tipo occidental, y las diferencias entre ellos tampoco serán de tipo europeo. Aquí se ha roto una continuidad. La diferencia entre España y Polonia es que, si bien tanto allí como aquí ha habido dictadura, en España la dictadura fue superpuesta a una estructura social distinta a ella. Por lo tanto, en España ha sido posible la restitución de un orden europeo. Aquí fue distinta la base de las relaciones económicas y sociales. Y no es que se trate de unos rasgos específicos de Polonia, pues hasta ahora en ninguno de los países postcomunistas ha tenido lugar la reinstauración del orden social anterior de tipo, digamos, europeo.

A.F.—Porque lo que había existido, fue destruido.

M.Á.G.—En España, la dictadura resultaba anacrónica para una sociedad que ya era bastante moderna, y aquí no pasa eso...

A.M.—Aquí el anacronismo es de otro género. Lo que se ha generado es un anacronismo de todo el sistema en relación con el resto de Europa.

A.F.—El cambio que ha supuesto el régimen comunista en todos los países de Europa ha sido un cambio social más profundo que el de la Revolución Francesa. La Revolución Francesa pudo cortar la cabeza a unos aristócratas que fueron sustituidos en su función social por una burguesía, mientras que en estos países las estructuras sociales precedentes han sido sustituidas por una estatalización anónima que no responde ante nadie más que ante la cúpula de su propia estructura.

A.M.—Al mismo tiempo, esa estructura que usted describe es extremadamente ineficaz.

A.F—Ha producido un empobrecimiento. No un reparto de la riqueza, sino de la pobreza.

A.M.—La redistribución de la riqueza también ocurrió. Al fin y al cabo, esa es la gran idea del comunismo, una idea que consiste en entregar a unos el dinero robado a otros... En un primer momento, a unos se les quitó para dárselo a otros, para después pasar a la fase de la producción. Pero esa fase ya no funcionó.

A.F.—No existe ninguna razón ni económica ni histórica para que Polonia sea un país pobre respecto de otros de Europa. Polonia tiene recursos, agricultura, ganadería..., y también un nivel cultural comparable al de otros del continente. Pero el sistema ha hecho que esto no produzca ningún efecto beneficioso...

A.M.—Podría aceptarse como una simplificación, sí. Y digo una simplificación, porque el pasado de Polonia, anterior a la última guerra, tampoco había sido de una tradición democrática consolidada, y un ethos del trabajo afianzado. Pero creo que el pasado de España es bastante similar en este aspecto...

A.F.—Y sin embargo hemos podido resolver este problema...

A.M.—Sí, ustedes han podido arreglarlo. Se puede decir que por primera vez en la Historia han tenido ustedes suerte.

M.Á.G.—¿Qué piensa de lo que está pasando en los demás países comunistas? ¿La aceleración del proceso de cambio de los vecinos no puede poner en peligro la situación polaca?

A.M.—Sí, crea peligros. Pero la Historia es una señora desagradable que no sigue nuestros relojes. Es una sorpresa lo que está pasando. Nadie lo esperaba, ni que fuera a un ritmo tan acelerado. Polonia, Bulgaria, Checoslovaquia... Es un año histórico, sin duda.

A.F.—Usted ha estado recientemente en la Unión Soviética, cuyo idioma, cultura, tradiciones y literatura política oficial conoce bien. ¿Hay alguna esperanza o posibilidad de que un fenómeno como el de los países occidentales se produzca en la Unión Soviética? En este momento produce la impresión de que la dirección política de la Unión Soviética atraviesa una crisis de conciencia ideológica como consecuencia del fracaso político y económico del gobierno. Gorbachov habla de que los pueblos de Europa elijan su destino, pero la doctrina que él aprendió era que el Partido Comunista señalaría el destino de cada uno de los pueblos. La fuerza militar soviética está estrechamente articulada con el Partido: es más un ejército comunista que un ejército nacional. En este momento, si dejara de haber un gobierno comunista, una filosofía comunista, un ejército comunista, todo sería posible. Hasta Napoleón. ¿O no es posible Napoleón? Por otra parte, los acuerdos de la Unión Soviética con los Estados Unidos son difícilmente reversibles. Los comunistas han renunciado a salvar a la humanidad. Es como si los cristianos renunciaran a bautizar.

A.M.—Quizá no tanto como si los cristianos renunciaran al bautismo, sino como si renunciaran a construir sociedades teocráticas. La pregunta sobre Napoleón habría que planteársela a los generales soviéticos Grómov o Rodionov, y sería interesante saber lo que dirían. Yo pienso que todas las analogías históricas pueden fallar y que el proceso que se está produciendo en la URSS es irreversible, en la medida en que no hay retorno posible a Breznev. En cambio, sí que advierto el peligro de una dictadura militar. Yo mismo he oído voces, en este sentido, del ala nacionalista de los soviéticos cuando he estado recientemente en Moscú.

A.F.—Al dejar de ser internacionalistas, se convierten en nacionalistas.

A.M.—Estos de los que estoy hablando siempre han sido unos internacionalistas muy especiales... Fue un internacionalismo muy extraño, que, paradójicamente, destruía la cultura rusa, pero rusificaba a todas las demás.

M.Á.G.—Eran unos internacionalistas colonialistas...

A.M.—Es usted el que lo dice...

M.Á.G.—Pero ¿usted cree, como historiador, que el fenómeno del comunismo ha terminado?

A.M.—En cuanto propuesta ideológica, sí. Como fe en la eficacia económica, también. Pero como fuerza física, no. Existe.

M.Á.G.—El conflicto que estos días aparece entre los polacos y los alemanes, con escenas de xenofobia antipolaca en la República Democrática Alemana, ¿es un viejo problema que vuelve? ¿Cómo lo ve usted?

A.M.—Este es el artículo que estoy escribiendo para mañana, en este preciso instante. Pero antes de anticipárselo, quiero decirles que yo, hablando de Rusia, procuro evitar ciertas palabras que para los rusos son inaceptables en los labios de un polaco. Y por tanto yo prefiero hablar de un orden anormal de relaciones internacionales, que de un colonialismo... Y volviendo al tema, además, todo ha cambiado, y cambia todos los días. Crece vertiginosamente la emoción antipolaca en la RDA. No sabemos decir si es un proceso transitorio o duradero, ni tampoco si en esta parte de Alemania, donde no ha habido desnazificación, han podido sobrevivir acaso tendencias revanchistas y chauvinistas. Desde nuestro punto de vista, Alemania es una cuestión que incumbe a todo el mundo y sólo puede ser discutida en el foro europeo.

A.F.—¿Sin América, sin Rusia?

A.M.—Con América, con Rusia, y con toda Europa. De otra forma es imposible. Siempre he sido de la opinión, y lo he escrito, que los alemanes tienen que tener el derecho a disponer de un solo Estado. Pero debo añadir que los otros países de Europa tienen que tener el derecho de vivir en paz. Por dos veces, los alemanes han sido la causa de dos grandes guerras europeas. Esto no puede ser un estigma para los alemanes para todos los tiempos, pero el cambio sí impone un compromiso muy particular.

M.Á.G.—Hablando de conflictos, y dado que su apellido es de origen judío, entre los demonios del pasado polaco figura el fenómeno del antisemitismo. ¿Usted cree que puede existir aquí todavía antisemitismo político?

A.M.—El fenómeno singular del antisemitismo en Polonia consiste en que Polonia es un país sin judíos. Es digno de reflexión que haya antisemitismo en un país sin judíos. La mía es la siguiente: si en Polonia usted habla con alguien dos horas, y esta persona le dice cinco veces durante estas dos horas que no es antisemita, eso quiere decir que seguro que lo es. En cambio si el interlocutor le dice que todo lo malo en Polonia es por culpa de los judíos, y esta es la razón de que odie a los judíos profundamente, puede estar seguro de que no se refiere a los judíos, porque los judíos no existen. Yo tengo la hipótesis siguiente: la gente de una cierta formación es reconocible por alguna razón, por algún síntoma. Nos gustan las mismas canciones, los mismos poemas, las mismas cosas, los mismos libros. Byron, Cervantes... Y otras personas se reconocen por su antisemitismo. Yo creo que hay en la cultura europea una categoría humana de personas que se reconocen por su antisemitismo. Pero, por fortuna, son mala gente...

Nueva Revista nº1 Febrero 1990, pp. 61-63.

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