EL CANARIO DE HIMMLER
¿Salvará al mundo la cultura? ¿Es cierto que de lo que más necesitada está España es de la cultura? Cientos de hombres de letras y de ciencias vienen expresándose por la afirmativa con una coincidencia ciertamente sospechosa. Creo, sinceramente que se trata de un gran tópico, de una gran pereza mental.
La generación del 98 en nuestra Patria diagnóstico que el mal de nuestro país estaba en la falta de cultura, y ahora cualquier universitario cualquier periodista que pone los pies en un pueblecito recarga las tintas sobre la falta de cultura de los campesinos, lo que en parte es verdad, pero solamente en parte, porque el campesino tiene su cultura que no es humanística y libresca ni tiene por qué serlo. Sin embargo, ante las «espléndidas» realidades de nuestra cultura no deberíamos tener nosotros tampoco esta adoración y esta beatería hacia ella.
Me parece que es un deber sacar de la ignorancia a quienes no saben; pero no debemos imponerles una cultura a la fuerza y una cultura que jamás asimilarán y hasta por la que sienten desprecio. En realidad, ¿en qué es superior nuestra cultura humanística a la cultura campesina y obrera? Es, simplemente, distinta.
Pero son muchos estos problemas y ahora sólo quisiera preguntarme, de momento, si de verdad podemos esperar un mundo nuevo y justo —el que todos esperamos— de la tan ponderada cultura. Esta afirma que «cuanto más se desarrolla la ciencia, la cultura común, la vida económica y social, más se ennoblece el hombre mismo. Asciende a una concepción de la existencia cada vez más más alta, a una relación cada vez más plena de sentido entre hombre y hombre, y también, cada vez tiene sentimiento más refinado respecto al apuro del otro, surgiendo poco a poco ese sentimiento básico que hemos expresado en la frase: «hay una persona en apuro: por tanto debo ayudarla». ¿Es cierto eso? «No lo creo», dice el teólogo Guardini. Y hace bien en no hacerlo. La historia reciente de la humanidad demuestra que esto es, en efecto, como piensa también Guardini, una pura ideología que nada tiene que ver con la realidad. El hombre no se ennoblece a fuerza de leer a Platón, ni con la música de Beethoven. Se refina, eso es todo. No nos hagamos ilusiones. Y este hombre culto, refinadísimo, empapado de humanismo, dispuesto a echar una mano en los accidentes y esperando que la cultura construya un paraíso en el mundo, un día, en nombre de esa misma cultura, llena de belleza, encenderá una cámara de gas para niños judíos, exterminará a los locos, se sentirá incómodo con la pobreza de las gentes.
Es la historia del canario de Himmler. Este hombre cultísimo, Jefe de las S.S., que había hecho de la tortura un arte y una ciencia, ha quedado grabado en mi imaginación con aquellas pinceladas que Albert Camus le retrata en alguna parte: volviendo a su casa de noche y entrando en ella por la puerta de detrás, para no despertar a su canario favorito. Él mismo escribía en 1943: «La suerte de un ruso o un checo me tiene absolutamente sin cuidado… Me es totalmente indiferente saber si estas naciones viven prosperas o revientan de hambre. Esto no me interesa más que en la medida en que esas naciones nos son necesarias como esclavas de nuestra cultura. Que diez mil mujeres rusas mueran agotadas al cavar una fosa anticarros me es totalmente indiferente, si la fosa llega a cavarse efectivamente. Evidentemente no se trata de ser duro y despiadado. Nosotros los alemanes, que somos los únicos en tratar correctamente a los animales, trataremos también correctamente a los animales humanos. Pero sería un crimen contra nuestra propia sangre preocuparnos de ellos y atribuirles un ideal... »
Y la historia del canario es la historia de los dirigentes comunistas fotografiándose con palomas y niños, y no dudando en aplastar a un pueblo bajo las ruedas de sus tanques de la manera más horrible. Que no se me diga que estas son anécdotas. Un tanto por ciento muy elevado de alemanes, hombres cultos y «de gran corazón» votó por Hitler en 1933, y el pueblo chino, el pueblo más cortés y ceremonioso de la tierra ha optado —de otro modo no habría triunfado la revolución— por el régimen atroz de Mao, aunque en este caso hayan contribuido también otros factores al éxito de dicho régimen. Y Hegel trajo consigo a Marx y la justificación de los crímenes en nombre del proletariado y de la historia, como otros los justifican en nombre de otras ideas.
Todo esto quiere decir, me parece, que si es cierto que el mundo le salvará la cultura y a España la engrandecerá la cultura, será una cultura basada en otros principios que la nuestra. Los historiadores de la cultura occidental se esfuerzan a veces por demostrar que ésta está basada sobre el cristianismo. También ha habido quienes han demostrado otra cosa. Porque en la cultura de que venimos hablando es verdaderamente escasa y desde luego superficial la influencia cristiana de estos dos mil años. El espíritu romano de propiedad ha triunfado sobre el de pobreza evangélica, el espíritu pagano de conquista, triunfó y revancha, sobre el espíritu evangélico de mansedumbre y humildad, y el lugar central que el cristianismo señala al hombre pobre y desvalido es repudiado por toda nuestra cultura.
Porque hasta los movimientos políticos e ideologías llamadas de izquierda que hacen bandera de los pobres quieren, en efecto, que la pobreza desaparezca del mundo de mañana, mientras que el cristianismo sabe que los pobres sostienen la historia entera y son el testimonio de Dios hasta el fin de esa historia. He aquí el verdadero humanismo: el que ve a Dios en cada hombre y particularmente en el más pobre, y pequeño. Es hasta una comprobación histórica. De otro modo sólo cabe esperar lo peor de las más exquisita cultura y de los mejores y más selectos sentimientos.
La cultura que se quiere aplicar como universal remedio de todos los males puede ciertamente levantar Universidades en el Congo y hacer de los soldados del señor Adula seres cortesísimos y repletos de ciencia; pero mañana estos hombres cultos, reunidos en una asamblea y siguiendo las indicaciones de esa misma cultura, esterilizarán a todos aquellos de quienes la ciencia asegura que no nacerán hombres fuertes y tampoco tendrán inconveniente en aniquilar una ciudad con armas atómicas o bacteriológicas, si, ello está indicado «por las necesidades». Pues esto mismo ya ha sido decidido por hombres cultísimos y razas «egregias» de nuestros mismos días.
Antes de repetir, pues, que lo que necesita este mundo es cultura, convendría repensar de qué clase de cultura se trata y no despreciar auténticos valores que se hallan ciertamente en mundos como el obrero y el campesino, y que son como para enamorar a un cristiano: la solidaridad, el odio a la guerra, la sinceridad, el sentido de la realidad contra los mitos o las ficciones jurídicas, etc. Desde luego, maldita cultura la que antepone al hombre una idea o un bellísimo sentimiento de delicadeza para con un canario dormido.
JOSE JIMENEZ LOZANO, "El Caballo de Troya" de El Norte de Castilla, 8-VII de 1962, p. 7.
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