Milan Kundera, el bohemio cristal de la ironía
Por
Blanca BERASATEGUI
A nadie deben bastarle siete años para cambiar, siquiera un punto,
el rumbo de la mirada, de la mente, de la conversación incluso. A Milan Kundera,
europeo del cuadrado corazón de Centroeuropa, del cuadrilátero de Bohemia,
escritor, desde luego no. Siete años lleva viviendo en París, una vez
defenestrado de la faz de la cultura checa, y Milan Kundera continúa fugándose
por el tobogán inverso de los sueños, añorando todo lo que pudo ser y no ha
sido. Con el desvaído y metálico cristal de sus ojos irónicos se ha venido a
Madrid para reforzar la1 promoción de su última novela: El libro de la risa y el olvido. Milan
Kundera, sin embargo, ríe poco y parece que no olvida nada. La pana de sus
pantalones le brilla apagadamente, como su mirada; envuelto en un escepticismo
fatigado y de fondo y en un amplio jersey de lana gruesa, el escritor habla
como desde un infinito cansancio, al compás de los movimientos lentos de sus
enormes manos de viejo jugador de baloncesto. Kafkianamente, intenta escapar
del proceso de la política, de la que le exilia y de la que quisiera enrolarle
para el combate de las ideas y la guerra de las tesis. Se refugia en el tallado
caparazón de la ironía y ni afirma ni disiente. Lo suyo es un mundo cultural y
estético que nació en la música, creció en el cine, se asienta en la literatura
y sueña con la paz y la felicidad que, sabe, le proporciona pintar un cuadro. «Todo
lo he traicionado por la literatura», dice cansinamente en un francés muy «doucement» expresado. Le han valido sus libros unos
cuantos premios de gran prestigio, en Europa y América; le han costado la
privación de su nacionalidad por el Gobierno checo y, también, el marchamo de
escritor disidente, del que reniega con tenacidad metódica.
Unas
obras de teatro breves y «un poco de poesía» formaron la antesala, «la
prehistoria literaria», dice el escritor, de su primer libro: colección de
relatos bajo el título de El libro de los amores ridículos, que
sirvieron a su vez de preámbulo de su primer novela. La broma, con la que
obtuvo Kundera reconocimiento prácticamente universal —en un año fue traducida
a doce idiomas— y el premio de la Unión de Escritores Checoslovacos. Eran,
aquéllos, tiempos de 1967: días para él de vino y rosas. Profesor de la Escuela
de Estudios Cinematográficos de Praga, importante vanguardia estética de la que
salieron directores tan prestigiosos como Forman y Alexander Kluge. Recuerda
ahora Kundera con nostalgia aquel clima colectivo de exaltación artística y
aquella creadora discusión, en una de sus clases, sobre el escenario de una
película de Miloš Forman, «Las aventuras de una rubia». Al verano
siguiente llegaba a Praga la invasión rusa. Milan Kundera perdió el cargo; se
perdieron también sus libros y se esfumó su nombre de todos los manuales de
historia literaria de Checoslovaquia. El escritor optó por refugiarse en su
quehacer literario y escribió dos libros más: La vida está en otra parte
y La despedida. En 1975 se instala en París. Escribe allí El libro de
la risa y el olvido, publicado recientemente en España. Milan Kundera
rechaza de continuo la pregunta recurrente e inevitable sobre su disidencia.
—«No
soy un escritor disidente. No me gusta el término. Si me pregunta sobre mi
actitud hacia la Unión Soviética le diré que es una actitud puramente negativa.
Mi país ha sido centro de la cultura de Occidente; casi todo salió de allí, y
ahora, sin embargo, en las condiciones actuales de ocupación, todo eso va a
desaparecer por completo. Pero, le repito, reniego del calificativo de
disidente si se aplica al arte y a la literatura. Cuando se habla de un
escritor disidente se tiene automáticamente la impresión de que se trata de un
autor que escribe libros tendenciosos, que quiere someter su obra a un fin
político. Eso no es mi meta. Detesto la literatura política, tanto a la
procomunista como a la anticomunista; siempre es mala literatura. Así, pues, a
pesar de mi odio hacia el imperialismo ruso, no diré jamás que soy un
disidente.»
Su
último libro, apunta después Milan Kundera, es absolutamente inaceptable para
el régimen checo. «Por eso me privó de la nacionalidad y por eso no podré
volver nunca a mí país, a no ser que quiera pasar mis días en la cárcel.»
En El libro de la risa y el olvido se mezclan la autobiografía, los
sueños y la reflexión filosófica con el humor y la ironía. El autor ha querido
conjuntar todos estos elementos en una sola polifonía. «Mi ambición
artística —señala Kundera— me ha llevado a hacer una novela de
variaciones sobre un mismo tema, como en la música. Y uno de los temas que
siempre me ha interesado es el del angelismo y su relación con el terror, con
el totalitarismo. La sustancia del totalitarismo, sea fascista o comunista, no
es diabólica, sino angélica. Lo explicaré: diablo es aquel que tiene la duda
sobre la creación de Dios; es decir, la actitud diabólica es la actitud
escéptica. El ángel, sin embargo, está de acuerdo con la creación de Dios y la
defiende, persuadido de que las cosas tienen su sentido. Esa creencia le lleva
a menudo al fanatismo, o sea, a la represión contra el que duda. »
—Dado
su declarado escepticismo es usted, pues, más diablo que ángel...
—«Sí.
Pero un novelista escribe a menudo sus novelas contra sí mismo. Tanto el angelismo
como el diabolismo son dos extremos, dos abismos, dos apocalipsis entre los
cuales se sitúa la vida humana. En definitiva, el sentido profundo del libro es
el análisis y la exploración de estas dos fronteras.»
Claramente,
el libro tiene numerosas referencias autobiográficas, una gran dosis de
erotismo y un poso irónico que lo impregna todo. Respecto a lo primero, el
escritor asiente, dice que la autobiografía, en la novela, es una forma de
digresión, pero que en las suyas es la narración inventada lo que domina: que
el erotismo degenera la escena final de la novela en pantomima ridícula y
risible. Y respecto a la ironía, finalmente, reafirma su condición de escritor
y hombre humorista e irónico en lo fundamental. «Todas las nóvelas y todos
los grandes humoristas han sido irónicos. Cervantes, por ejemplo, lo era. La
historia de la novela comienza con el descubrimiento de la ironía, por eso la
ironía es el origen de la novela. Personalmente considero el humor y la ironía
como las más altas formas de la sabiduría.»
En
Francia, país en el que Milan Kundera dice sentirse feliz, donde realmente le
han descubierto como escritor, donde se ha editado por primera vez todos sus
libros, no se le tiene precisamente por escritor humorístico. Allí, dice, se
aprecia mucho más el aspecto serio y filosófico de sus libros, al contrario que
le ocurre en Inglaterra o en Estados Unidos. «Y estoy de acuerdo con todos.
Es lógico además lo que sucede, teniendo en cuenta que Francia es el país más
serio del mundo y completamente desprovisto de sentido del humor. Ellos se
creen que tienen humor —dice Kundera riéndose maliciosamente— pero
carecen absolutamente de él.»
Milan
Kundera procede de una familia de músicos y fue la música la primera de sus
actividades artísticas que. durante su juventud, pensaba que iba ser
definitiva. Ingresó luego en la Universidad, en la Facultad de Letras, pero
pronto le echaron por motivos políticos. Tras un breve período de picador de
piedras en una carretera de los alrededores de Praga, Milan Kundera retomó la
música y se enroló en una banda ambulante de jazz tocando por los pueblos el
piano y la trompeta.
«Era
un conjunto muy malo, pero fueron los mejores años de mi vida: de los veinte a
los veintiséis. Sabía perfectamente la técnica de la composición, incluso la
dodecafonía... pero, ya ve, finalmente he traicionado a la música con la
literatura. Ahora siento enormes ganas de volver a ella, y también a la pintura.
Pero no tengo tiempo. Desgraciadamente cuanto más viejo se es menos tiempo se
tiene, y está uno condenado a dedicarse a una sola cosa. Y es triste realmente.
También sé la maravilla que se siente pintando un cuadro, no un buen cuadro
porque no soy buen pintor. No voy a presumir ahora de esto. Pero tengo mi
montón de amigos pintores y para mí un taller de pintor es como un calmante.
Envidio mucho a los pintores porque tengo la sensación de que un pintor es
siempre más feliz que un escritor, que la tarea de pintar un cuadro es más
grata que escribir un libro, que realmente es un quehacer diabólico.»
No
se siente con ganas Kundera de explicar ahora el grado de felicidad en que se
encuentra. Demasiado complicado y extenso el tema como para resolverlo en los
pocos minutos que quedan a la charla. «Dejemos el tema para otra ocasión,
pero, en fin, tengo que decirle que no me siento desgraciado.»
A
modo de breve cuestionario. Milan Kundera apunta su aspiración literaria para
sus próximos libros: «pretendo que sean libros divertidos, fáciles de leer y
difíciles de comprender. Porque detesto lo libros difíciles de leer y fáciles
de comprender».
Señala
también, ya de pie y en medio de la despedida, que el escritor a quien más
admira es Rabelais: «a Cervantes le amo enormemente pero un poco menos que a
Rabelais», y que este curso académico, durante sus clases en la escuela
parisiense de Altos Estudios, lo ha dedicado a hablar de la novela
centroeuropea, de los tan próximos para el novelista de su país, en el sentido
de territorio, como con Kafka y Musil. «Uno es vienés y otro de Praga, pero
somos todos parecidos.»
ABC (Sábado Cultural), 15 de mayo de 1982, pp. VIII-IX.
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