viernes, 14 de febrero de 2025

"Milan Kundera, el bohemio cristal de la ironía"; entrevista de Blanca Berasátegui (ABC (Sábado Cultural), 15 de mayo de 1982)

 


Milan Kundera, el bohemio cristal de la ironía

Por Blanca BERASATEGUI

A nadie deben bastarle siete años para cambiar, siquiera un punto, el rumbo de la mirada, de la mente, de la conversación incluso. A Milan Kundera, europeo del cuadrado corazón de Centroeuropa, del cuadrilátero de Bohemia, escritor, desde luego no. Siete años lleva viviendo en París, una vez defenestrado de la faz de la cultura checa, y Milan Kundera continúa fugándose por el tobogán inverso de los sueños, añorando todo lo que pudo ser y no ha sido. Con el desvaído y metálico cristal de sus ojos irónicos se ha venido a Madrid para reforzar la1 promoción de su última novela: El libro de la risa y el olvido. Milan Kundera, sin embargo, ríe poco y parece que no olvida nada. La pana de sus pantalones le brilla apagadamente, como su mirada; envuelto en un escepticismo fatigado y de fondo y en un amplio jersey de lana gruesa, el escritor habla como desde un infinito cansancio, al compás de los movimientos lentos de sus enormes manos de viejo jugador de baloncesto. Kafkianamente, intenta escapar del proceso de la política, de la que le exilia y de la que quisiera enrolarle para el combate de las ideas y la guerra de las tesis. Se refugia en el tallado caparazón de la ironía y ni afirma ni disiente. Lo suyo es un mundo cultural y estético que nació en la música, creció en el cine, se asienta en la literatura y sueña con la paz y la felicidad que, sabe, le proporciona pintar un cuadro. «Todo lo he traicionado por la literatura», dice cansinamente en un francés muy «doucement» expresado. Le han valido sus libros unos cuantos premios de gran prestigio, en Europa y América; le han costado la privación de su nacionalidad por el Gobierno checo y, también, el marchamo de escritor disidente, del que reniega con tenacidad metódica.

Unas obras de teatro breves y «un poco de poesía» formaron la antesala, «la prehistoria literaria», dice el escritor, de su primer libro: colección de relatos bajo el título de El libro de los amores ridículos, que sirvieron a su vez de preámbulo de su primer novela. La broma, con la que obtuvo Kundera reconocimiento prácticamente universal —en un año fue traducida a doce idiomas— y el premio de la Unión de Escritores Checoslovacos. Eran, aquéllos, tiempos de 1967: días para él de vino y rosas. Profesor de la Escuela de Estudios Cinematográficos de Praga, importante vanguardia estética de la que salieron directores tan prestigiosos como Forman y Alexander Kluge. Recuerda ahora Kundera con nostalgia aquel clima colectivo de exaltación artística y aquella creadora discusión, en una de sus clases, sobre el escenario de una película de Miloš Forman, «Las aventuras de una rubia». Al verano siguiente llegaba a Praga la invasión rusa. Milan Kundera perdió el cargo; se perdieron también sus libros y se esfumó su nombre de todos los manuales de historia literaria de Checoslovaquia. El escritor optó por refugiarse en su quehacer literario y escribió dos libros más: La vida está en otra parte y La despedida. En 1975 se instala en París. Escribe allí El libro de la risa y el olvido, publicado recientemente en España. Milan Kundera rechaza de continuo la pregunta recurrente e inevitable sobre su disidencia.

—«No soy un escritor disidente. No me gusta el término. Si me pregunta sobre mi actitud hacia la Unión Soviética le diré que es una actitud puramente negativa. Mi país ha sido centro de la cultura de Occidente; casi todo salió de allí, y ahora, sin embargo, en las condiciones actuales de ocupación, todo eso va a desaparecer por completo. Pero, le repito, reniego del calificativo de disidente si se aplica al arte y a la literatura. Cuando se habla de un escritor disidente se tiene automáticamente la impresión de que se trata de un autor que escribe libros tendenciosos, que quiere someter su obra a un fin político. Eso no es mi meta. Detesto la literatura política, tanto a la procomunista como a la anticomunista; siempre es mala literatura. Así, pues, a pesar de mi odio hacia el imperialismo ruso, no diré jamás que soy un disidente.»

Su último libro, apunta después Milan Kundera, es absolutamente inaceptable para el régimen checo. «Por eso me privó de la nacionalidad y por eso no podré volver nunca a mí país, a no ser que quiera pasar mis días en la cárcel.» En El libro de la risa y el olvido se mezclan la autobiografía, los sueños y la reflexión filosófica con el humor y la ironía. El autor ha querido conjuntar todos estos elementos en una sola polifonía. «Mi ambición artística —señala Kundera— me ha llevado a hacer una novela de variaciones sobre un mismo tema, como en la música. Y uno de los temas que siempre me ha interesado es el del angelismo y su relación con el terror, con el totalitarismo. La sustancia del totalitarismo, sea fascista o comunista, no es diabólica, sino angélica. Lo explicaré: diablo es aquel que tiene la duda sobre la creación de Dios; es decir, la actitud diabólica es la actitud escéptica. El ángel, sin embargo, está de acuerdo con la creación de Dios y la defiende, persuadido de que las cosas tienen su sentido. Esa creencia le lleva a menudo al fanatismo, o sea, a la represión contra el que duda. »

—Dado su declarado escepticismo es usted, pues, más diablo que ángel...

—«Sí. Pero un novelista escribe a menudo sus novelas contra sí mismo. Tanto el angelismo como el diabolismo son dos extremos, dos abismos, dos apocalipsis entre los cuales se sitúa la vida humana. En definitiva, el sentido profundo del libro es el análisis y la exploración de estas dos fronteras

Claramente, el libro tiene numerosas referencias autobiográficas, una gran dosis de erotismo y un poso irónico que lo impregna todo. Respecto a lo primero, el escritor asiente, dice que la autobiografía, en la novela, es una forma de digresión, pero que en las suyas es la narración inventada lo que domina: que el erotismo degenera la escena final de la novela en pantomima ridícula y risible. Y respecto a la ironía, finalmente, reafirma su condición de escritor y hombre humorista e irónico en lo fundamental. «Todas las nóvelas y todos los grandes humoristas han sido irónicos. Cervantes, por ejemplo, lo era. La historia de la novela comienza con el descubrimiento de la ironía, por eso la ironía es el origen de la novela. Personalmente considero el humor y la ironía como las más altas formas de la sabiduría.»

En Francia, país en el que Milan Kundera dice sentirse feliz, donde realmente le han descubierto como escritor, donde se ha editado por primera vez todos sus libros, no se le tiene precisamente por escritor humorístico. Allí, dice, se aprecia mucho más el aspecto serio y filosófico de sus libros, al contrario que le ocurre en Inglaterra o en Estados Unidos. «Y estoy de acuerdo con todos. Es lógico además lo que sucede, teniendo en cuenta que Francia es el país más serio del mundo y completamente desprovisto de sentido del humor. Ellos se creen que tienen humor —dice Kundera riéndose maliciosamente— pero carecen absolutamente de él.»

Milan Kundera procede de una familia de músicos y fue la música la primera de sus actividades artísticas que. durante su juventud, pensaba que iba ser definitiva. Ingresó luego en la Universidad, en la Facultad de Letras, pero pronto le echaron por motivos políticos. Tras un breve período de picador de piedras en una carretera de los alrededores de Praga, Milan Kundera retomó la música y se enroló en una banda ambulante de jazz tocando por los pueblos el piano y la trompeta.

«Era un conjunto muy malo, pero fueron los mejores años de mi vida: de los veinte a los veintiséis. Sabía perfectamente la técnica de la composición, incluso la dodecafonía... pero, ya ve, finalmente he traicionado a la música con la literatura. Ahora siento enormes ganas de volver a ella, y también a la pintura. Pero no tengo tiempo. Desgraciadamente cuanto más viejo se es menos tiempo se tiene, y está uno condenado a dedicarse a una sola cosa. Y es triste realmente. También sé la maravilla que se siente pintando un cuadro, no un buen cuadro porque no soy buen pintor. No voy a presumir ahora de esto. Pero tengo mi montón de amigos pintores y para mí un taller de pintor es como un calmante. Envidio mucho a los pintores porque tengo la sensación de que un pintor es siempre más feliz que un escritor, que la tarea de pintar un cuadro es más grata que escribir un libro, que realmente es un quehacer diabólico.»

No se siente con ganas Kundera de explicar ahora el grado de felicidad en que se encuentra. Demasiado complicado y extenso el tema como para resolverlo en los pocos minutos que quedan a la charla. «Dejemos el tema para otra ocasión, pero, en fin, tengo que decirle que no me siento desgraciado.»

A modo de breve cuestionario. Milan Kundera apunta su aspiración literaria para sus próximos libros: «pretendo que sean libros divertidos, fáciles de leer y difíciles de comprender. Porque detesto lo libros difíciles de leer y fáciles de comprender».

Señala también, ya de pie y en medio de la despedida, que el escritor a quien más admira es Rabelais: «a Cervantes le amo enormemente pero un poco menos que a Rabelais», y que este curso académico, durante sus clases en la escuela parisiense de Altos Estudios, lo ha dedicado a hablar de la novela centroeuropea, de los tan próximos para el novelista de su país, en el sentido de territorio, como con Kafka y Musil. «Uno es vienés y otro de Praga, pero somos todos parecidos

ABC (Sábado Cultural), 15 de mayo de 1982, pp. VIII-IX.

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