Encontramos a GeCé en su piso escurialense de Madrid, a sus ochenta y siete años plenos de lucidez. Su voz a veces trémula y entrecortada nos narra un periodo fundamental de las letras españolas. En su memoria aparecen la convivencia de la diversidad ideológica que encamó La Gaceta Literaria, el primer cine-club español, la inauguración de la escritura surrealista, los rasgos del Genio de España... Giménez Caballero, figura fundamental en la generación que une el 98 con el 27, describe un proyecto cultural posmoderno en el que, antes de la guerra civil, vislumbraba ya la muerte de la ideologización de la cultura y la necesidad de afirmar el derecho a la diferencia. GeCé, montado en la greguería ramoncina centelleante y paradójica, en la frase precisa, dibuja el perfil de una etapa definitiva en la historia de la cultura y de la literatura españolas.
Vanguardia y
tradición
PUNTO Y COMA: ¿Cómo
definiría a la vanguardia literaria española?
GECÉ: La vanguardia
estuvo profundamente influida por Guillaume Apollinaire y el caligrama, el que
por cierto aparecía siempre dibujado con casco y ametralladora. Esta
iconografía heroica no era gratuita: el término de vanguardismo procede como él
mismo lo indica de los que participaron en la primera gran guerra, la de 1917, y
que, también, corresponde a la revolución comunista de Lenin; sin embargo, la
literatura, como siempre, se adelantó a la política. Ya Marinetti y el
movimiento futurista habían creado las premisas estéticas del vanguardismo
afirmando la necesidad de una revolución estética, que precediera a toda otra
revolución. ¿Mas en qué consistía la revolución vanguardista? Se proponía el
desintegrar la literatura reduciéndola exclusivamente a la imagen, concentrando
su significado en la metáfora, es decir, el vanguardismo se propuso atomizar a
la sociedad como a la literatura mediante una subversión, en que la imagen
ocupaba el lugar principal incluso a través de los caligramas, de los carteles,
del cinematógrafo. A este respecto el libro de Guillermo de la Torre, Literaturas
de Vanguardia, es fundamental para comprender su divulgación en el mundo.
En el desenvolvimiento de
la vanguardia y de su propósito de encontrar la metáfora pura, que en España
alcanza su máxima perfección en la invención genial de la greguería de Ramón
Gómez de la Sema, llega un momento de desgaste y cansancio, entonces, Jean
Cocteau escribe un libro fundamental, La Llamada al Orden, en que
propone la unificación de las conquistas revolucionarias de la metáfora con la
tradición poética y literaria.
PUNTO Y COMA: En ese
retomar las fuentes de la tradición por parte de la vanguardia ¿cuál es el
papel que desempeña Góngora como símbolo poético para los vanguardistas
españoles?
GECÉ: En España el
movimiento vanguardista que formaban Gerardo Diego, Rafael Alberti, Federico
García Lorca, entre otros, continúa con la búsqueda de un nuevo orden estético
pero ese empeño se viste con las formas tradicionales de la poesía española. Se
vuelve —en un movimiento de retorno al origen— a la décima con Jorge Guillén,
al soneto, a la octava real y el emblema de esta revolución es Góngora, en
torno a Góngora se unen todos los escritores en España. Se trata de una
regeneración de las fuerzas culturales ancestrales, y de los valores de cada
tradición poética. Sin embargo, esa unidad entre la tradición y la revolución
que se produce en La Gaceta literaria, y que tiene como símbolo a
Góngora, se quebranta por los años 29 y 30, en que cada escritor tira por su
lado: es la guerra civil que se avecina.
Cultura y
diversidad
PUNTO Y COMA: Tras de La
Gaceta Literaria usted dirigió El Robinsón Literario como una
respuesta solitaria a la polarización ideológica de los escritores españoles de
aquel entonces: ¿la cultura debe ser ideologizada o desideologizada?
GECÉ: El Robinsón Literario
fue un deseo de continuar con el espíritu de La Gaceta Literaria cuando
sobrevino la politización y el partidismo en España, fue una especie de
premonición de la guerra civil. Recientemente en Navarra me ocupé del tema
cultual en una mesa redonda con Arrabal y Sánchez Dragó. La cultura, término
que comenzó a emplear el humanista español Juan Luis Vives, significa cultivar,
ahondar, profundizar. El sentido de la cultura ha sufrido metamorfosis e
interpretaciones diversas y se ha presentado el peligro de una
instrumentalización por la cual ya no importa la cultura sino el apoyar un
determinado régimen político. La cultura, valor distinto al de la tecnología y
al de la civilización, tiene como objeto penetrar en el secreto de la vida y en
el misterio del hombre. Creo que se acerca el tiempo en que el hombre —fuera de
las ideologías o por encima de ellas— ha de regresar a la cultura mística, la
que nunca terminó ni terminará pues el misterio de la vida sigue sin
descubrirse.
PUNTO Y COMA: ¿Qué
propósito animó la diversidad que se manifestaba en La Gaceta Literaria,
en que tuvieron cabida las literaturas de las diferentes regiones españolas,
así como la herencia sefardí y la cultura iberoamericana?
GECÉ: Creo que di forma a
una aspiración que compartió la generación del 98 como la del 27: contar con un
espacio de expresión donde, sin más restricciones que las de la calidad,
pudiera manifestarse la cultura hispánica con sus distintas tonalidades y
aspectos. Tuve sefardíes —recorrí para ello sus sedes en Europa Oriental—, a
los catalanes, a los vascos, a los iberoamericanos en su expresión genuina,
porque esa diversidad que conforma la cultura hispánica llegó a unificarse
libremente en un continente que fue La Gaceta Literaria. Ese espíritu no
consiguió arraigar durante el régimen de Franco, en él continuó vivo el
espectro de las dos Españas. El alma de La Gaceta Literaria se perdió
porque faltaba el espíritu creador, provocando lo que después vino con la
denominación: la diversidad de la decadencia. La Gaceta Literaria, no
hay que olvidarlo, se definía como Ibérica-Americana-Internacional: Ibérica
porque quise reunir en La Gaceta a Portugal y al mundo brasileño; Americana ya
que estaba abierta a los americanos de habla española; e Internacional por la
relación de la cultura española con el mundo europeo y no europeo.
Un mártir
PUNTO Y COMA: Gómez de la
Sema sostuvo que Giménez Caballero es el mártir de la vida literaria, ¿continúa
Usted siendo un San Sebastián clavado de plumas estilográficas?
GECÉ: Por principio
existió una relación muy estrecha entre la tertulia del Pombo y La Gaceta
Literaria, abundo en ello en mi libro que obtuvo el premio Planeta, Retratos
Españoles. Por otra parte, no conocía esa definición de Ramón, pero se la
agradezco en la ultratumba. Creo que su imagen fue exacta, sigo siendo un San
Sebastián, pero con una diferencia: las plumas estilográficas que me hieren no
son ya fecundas ni creadoras, son lanzas envenenadas que obstruyen mi paso por
el mundo literario. En estos momentos están ustedes hablando con un mártir.
Literatura,
imagen, transfiguración
PUNTO Y COMA: Su novela Yo,
inspector de alcantarillas ¿con qué influencias literarias se identifica?
GECÉ: Se ha dicho que Yo,
inspector de alcantarillas, que escribí por el año 1927, es el primer
relato surrealista en España. En realidad, el escritor de verdad, que lo lleva
dentro (yo soy uno de ellos), es de una ignorancia casi total sobre las
influencias que permean su obra. Desconocía el surrealismo. Tenía noticias de
su existencia a través de Guillermo de Torre y de los poetas de La Gaceta
Literaria. Sin embargo, tenía el instinto de escritor para saber dónde
estaban las cosas viejas y las nuevas. Así escribí Yo, inspector de
alcantarillas tras haber leído a Freud e influido especialmente por la
mística española. Intenté bajar a los infiernos y a los pozos negros del alma.
Ese itinerario místico se expresa en el personaje que identifica el patio
lóbrego que observa con su propio ser interior.
PUNTO Y COMA: ¿Cuál es su
relación con el cine y el lenguaje de la imagen?
GECÉ: Fui el organizador
en 1928 del primer cine-club español. He concebido el cine como la nueva
liturgia moderna, como un rito de transfiguración colectiva. Creo que fui de
los pocos que comprendió el valor de la imagen. Me interesé de tal modo en el
cine que no sólo traje a España las películas más recientes de su época, sino
que también realicé varios filmes. Mi pasión por el cine fue prematura y cada
vez más profunda y completa. El cine vuelve a recobrar lo que se había perdido
desde que el arte se separó del resto de la existencia, esto es, la cultura
total, el arte total. Ya había cine en la cueva prehistórica: la caverna es
oscura, hay sombras, resplandece el fuego y el chamán pinta figuras que se
animan por el juego de la luz contra el fondo negro de la noche, lo acompañan
las salmodias y los cantos, la música elemental de los orígenes y los
sahumerios que con su olor crean una atmósfera especial. En la Edad Media la
manifestación de este arte total se centró en la ceremonia religiosa: el
incienso, imaginería, la decoración pictural de los vitrales, la música, la
modulación rítmica en que se individualizan las diferentes partes del misterio
total humano. De ahí que en mi obra Arte y Estado me refiera al cine
como una nueva catedral medieval, al que sólo le faltaría el trance místico
olfativo que produce el incienso, los hechiceros siempre han tenido materias
olorosas como soporte ritual de la magia. En lo que se refiere a la imagen
también me preocupé del cartel, incluso uno de mis libros de ensayo. Carteles,
de 1927, buscó integrar el lenguaje plástico con la crítica literaria: el
cartel es un grito pegado a la pared y mucho más convincente que las palabras.
PUNTO Y COMA: ¿Qué
reacciones produjo su primer libro Notas Marruecas de un soldado?
GECÉ: Lo publiqué en 1923
y causé dos reacciones distintas: una literaria, excelente, en que recibí
comentarios muy favorables entre otros de Miguel de Unamuno, de Indalecio
Prieto, de Eugenio D’Ors. Los militares por su parte se sintieron ofendidos,
por el retrato que hacía del militarismo español en Marruecos, me llevaron a
prisiones militares y una condena de 18 años de cárcel que finalmente me fueron
indultados. En Notas Marruecas de un soldado hice mi primera profecía de
escritor en que llamaba a mis camaradas de armas a reunirnos en un haz de
excombatientes para evitar la guerra civil, ese anuncio con el que termina el
libro fue lo que verdaderamente me valió ser conducido a las prisiones
militares, por ser considerado una incitación a la rebelión.
La esencia de
España
PUNTO Y COMA: ¿En qué
consiste lo que ha llamado la esencia de España frente a la colonización
estadounidense?
GECÉ: Creo que he dado
una respuesta en mi libro Genio de España, en donde sostengo la fusión
de lo oriental, lo autocrítico, el sentido de la autoridad, la disciplina
férrea, con la libertad occidental, es decir, el principio de la
heterogeneidad, de la diferencia cultural, en que se combina lo franco,
germánico, ibérico con lo árabe y la tradición oriental. España es la mezcla
privilegiada de la autoridad y la libertad y de los derechos individuales.
España es el punto de equilibrio entre el derecho individual y la barbarie, lo
que ha generado ese carácter español que se define por lo universal y la
tiranía. En Oriente la cultura se ha definido por Dios, ante todo; en
Occidente, el individuo, sobre todo. En fin: libertad y autoridad, esas dos
fuerzas constituyen el “Genio de España”.
PUNTO Y COMA: Teniendo
presente que hablamos de la esencia de lo español ¿qué lugar ocuparía la figura
de El Quijote?
GECÉ: Pienso que el
Quijote de Cervantes es la entrada de España en una realidad cultural burguesa,
decadente, pacifista, renunciadora. En el Quijote España pierde el Medievo. Y,
por otra parte, creo que esta obra es la oposición al fracaso, es el espíritu
de rebeldía, que tiende a superar el derrotismo. Tal vez esta contradicción
explique algo del espíritu español, llamado quijotesco en lo que tiene de noble
desprendimiento, riesgo y apego a las verdades fuera de uso, y necesariamente
de antiquijotesco en cuanto tal expresión puede significar renunciamiento o
abdicación ante el destino adverso. España hoy tendría que ver con el
Quijote-libro la pérdida de sus raíces geniales y más genuinas, la entrega al
nuevo mundo burgués, y sería antiquijotesco en lo que se refiere a su derrota
vital, a su pérdida del brío fantástico, a su olvido de sí misma, de su individual,
rara y aislada diferencia.
Entrevista realizada por:
Isidro Juan Palacios y José Luis Ontiveros (Punto y coma nº4, pp.11 -14)
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