DESTINO,
pregunta:
José Pla al lado de la chimenea
CON esta entrevista a José Pla, en
la cual se preguntan tantas y tan divertidas cosas, damos comienzo a una serie
de cuestiónanos a través de los cuales interrogaremos a las principales
personalidades de nuestras letras y nuestras artes. No hemos de negar que la
base de este aparentemente dispar interrogatorio es el célebre cuestionario de
Marcel Proust, que consiste en un conjunto de preguntas, escalonadas con
sensibilidad y malicia, a través de las cuales el gran novelista imaginó que
podia ofrecer el perfil literario y humano del interrogado. Hemos añadido, como
percibirá el avisado lector, algunas preguntas más concretas en el caso de José
Pla. Con ello pierde hasta cierto punto el aire de encuesta que Proust intentó
infundir en su cuestionario para ganar matices y precisiones. Dentro de la
aparente anarquía de las preguntas y de la claridad de las respuestas, el
lector podrá componer, como un «puzzle», la personalidad del gran escritor
ampurdanés y, más tarde, la de los demás escritores y artistas que seguirán.
Varias razones abonan la primacía
de José Pla en esta serie de entrevistas. Hace unas semanas, visitándole en su
«mas» de Llofriu, le pedimos un largo artículo sobre Navidad para nuestro
número extraordinario. Nos dijo que posiblemente lo mejor sería que
realizáramos una entrevista. Allí, a mano, estaba el cuestionario de Marcel
Proust, en una reciente publicación francesa, ofreciendo la silueta de no
recuerdo cuál escritor a través de sus respuestas. El tiempo otoñal, lluvioso y
melancólico, hacía que no fuese seductor pasear y la gran chimenea de campana,
con el hogar llameante, invitaban a pasar una tarde conversando. José Pla lió
un delgado cigarrillo —esos cigarrillos que se apagarán cien veces en sus
labios— y empezó el cuestionario.
No es la primera vez que hablamos
de José Pla en su casa de Llofriu, en el Ampurdán, ni es la primera tarde de
otoño que consumimos en hablar incansablemente. Su hospitalidad ha sido siempre
sin la menor quiebra y en las tardes de otoño esta hospitalidad tiene un aire
acogedor y profundo.
José Pla, a los 63 años, es un
hombre todavía lleno de vigor, su frente ancha, sus facciones vagamente
mongólicas, sus ojos pequeños y punzantes, perspicaces y a veces duros, rodeados
de una finísima red de pliegues y arrugas. Tiene los labios delgados, dibujados
tensamente y una voz grave, algo ronca, magnífica para el uso de la ironía, con
las que gusta acentuar a veces el acento de su región natal: es una voz de
antiguo payés del Mediterráneo, socarrón, algo escéptico, áspero y seguramente
sentimental, sobre la que construye su gran, casi socrática, habilidad de
conversador. En contraste con esta cabeza en la cual frente y ojos son de una
despejada e irónica inteligencia y en contraste también con todo su aspecto de
campesino que gusta exagerar, tiene unas manos pequeñas, delicadas y morenas,
de escritor o de artista, unas manos que traicionan su sensibilidad que, con la
pluma en la mano, es prodigiosa. Con su andar algo pesado, su profundo y
natural pesimismo, su melancolía que se enmarca tan adecuadamente en este otoño
lluvioso y fugitivo, José Pla es un hombre que sugiere vida y fuerza a pesar de
cómo ha dilapidado una y otra en el más agotador de los vicios, vicio que
niega, como es lógico, por el hecho de serlo: el vicio de escribir, de trabajar
incansablemente, de estar poseído por el viejo demonio ético de su personal
sentido de la responsabilidad hacia el oficio. José Pla, con el hilillo de humo
azul en su cigarrillo, inicia así —con rara obediencia— sus contestaciones a mi
cuestionario. — Néstor Lujan.
—
¿DONDE le gustaría vivir?
— Exactamente
donde vivo. Y entre otras razones porque la vida en una casa de campo en
despoblado permite, a pesar de todo, hacer una vida solitaria. No viviría por
nada del mundo en una gran ciudad y no porque en las aglomeraciones urbanas no
pueda hacerse la vida que a uno le da la gana, sino porque los alimentos
sencillos llegan a ellas demasiado viajados y, por tanto, no compensan el
esfuerzo que uno ha debido hacer para comprarlos.
—
¿Qué prefiere? ¿El día o la noche?
— La
noche. Encuentro el día demasiado largo. Por otra parte, de mis tiempos de
periodismo me ha quedado el hábito de trabajar por la noche, del que no he
podido desarraigarme.
—
¿Qué estación del año?
— El
invierno, calentado. El lúcido invierno —decía Mallarmé—. El recogimiento del
invierno no es solamente delicioso: además es eficaz.
—
¿Cuál es su ideal de felicidad en la tierra?
— Leer
y conversar con personas amables y tolerantes y no sujetas a horario. Se
entiende además con personas de todas las posiciones y de todas las clases, con
una tendencia separativa frente a los que creen que la pedantería, el dinero o
el favor constituyen la base de la inteligencia humana.
—
¿Cuáles son las faltas por las que tiene usted mayor indulgencia?
— Por
las que se derivan de las pasiones del amor y por la llamada delincuencia
política.
—
¿Qué héroes de novela prefiere usted?
— No
conozco el paño. He leído pocas novelas y las pocas que he leído
involuntariamente las he olvidado. Sin embargo, a veces se me aparece le figura
de Ana Karenina y sospecho que es una señora importante.
—
¿Le cuesta a usted escribir?
— Mucho.
Demasiado. En este punto, pueden darse tres posiciones. A mí me hubiere gustado
escribir libros y que otros los hubieran firmado. También hubiera sido
agradable que otros los hubieran escrito y yo firmarlos. Pero esto de escribir
libros y además tenerlos que firmar —que es lo que suele ocurrir— resulta
absolutamente grotesco e insensato.
—De
todos sus libros, ¿Cuál prefiere?
— Ninguno
sin matización ap […]
En
la época del barroquismo había unos personajes hueros que al escribir creían
resolver problemas gramaticales. Pero estos problemas no han existido jamás, y
hoy menos que en cualquier momento. Pero si se elimina de la literatura la
constatación de este esfuerzo gratuito, ¿qué queda para calibrar la calidad de
un libro? Quedan las veleidades de la masa, nada. El escritor es como un barco
metido en la niebla que va dando bocinazos y tocando la campana de proa en medio
del mar. El escritor es un ser que está en las fronteras de la insensatez
humana. Pero dado que en el mundo hay muchos más locos de lo que parece, el
escritor es tomado por un ser normal.
—
¿Cree usted en el dinero como base de la felicidad?
— Esta
creencia es una idea de juventud y aún en la juventud es falsa. La obtención
del dinero es una cosa decisiva para combatir el aburrimiento de la vida. Pero
una vez obtenido, el único placer que produce es darlo. No hay nada más trágico
que el hombre que ha trabajado toda la vida, se ha enriquecido y ya viejo no
logra ni ser escuchado por su esposa. Es un ridículo fenomenal. Al viejo pobre
le sucede lo mismo, pero la cosa no tiene transcendencia por su naturalidad.
Para la inmensa mayoría de seres humanos, antes del triunfo de la burguesía,
después de la Revolución francesa, el dinero fue un factor secundario. La
burguesía está tratando hacer creer que el dinero es la base de la felicidad.
Si lo logra —cosa posible— no habrá más remedio que creer que el dinero es la
base de la felicidad.
—
¿Cuál es para usted el colmo de la miseria espiritual?
—Las
formas innumerables de la avaricia de la gente rica. En este país, hay demasiados
avaros, un número excesivo de avaros. La gente tesauriza y no suelta un centavo
para asegurar contra todos los riesgos la frecuente memez intrínseca de sus
hijos. Pero así y todo el seguro no sirve para nada, en la mayoría de los
casos.
— Usted,
trabajador infatigable, tiene fama de bohemio. ¿Puede explicarnos esta
contradicción?
— Sí,
señor. En todas partes el periodista tiene fama de bohemio. Es el mochuelo que
se transporta. Es su leyenda, y a mí me ha cubierto como a los demás. Por otra
parte, no creo que pueda decirse que yo soy un trabajador infatigable. Lo
parece, porque no sé trabajar
—
¿Cuál es su personaje histórico favorito?
— La
pregunta es para mí de contestación imposible. Personalmente, tengo una gran
admiración por los navegantes, por Magallanes, para citarle un nombre
importante desde el punto de vista del aguante.
— Y
en la vida real, ¿cuáles son sus heroínas favoritas?
— Las
señoritas feas, simpáticas y abnegadas. Claro está que si pueden ser guapas,
mejor; pero, en fin, sobre esto habría mucho que hablar.
—
¿Y en el mundo de la ficción?
— No
conozco este mundo. No voy nunca al cine, ni leo novelas. Le diré, en todo
caso, que las señoritas situadas a cuatro o cinco mil millas, no me sirven para
nada.
—
¿Cuál es su pintor favorito?
— Estoy
dudando sobre si son dos o tres cuadros de Brueghel, Vermeer o algunos paisajes
de Corot, de Italia y de Provenza.
—
¿Cuál es su músico preferido?
— La
pregunta no puede contestarse por exceso de esquematismo.
—
¿Cuál es su color preferido?
—
El gris plateado y espumoso de los olivos con viento del cuarto cuadrante, con mistrales.
— ¿Cuál es el paisaje que le ha impresionado
más?
— El
paisaje que se ve desde el campanario —llamado también Torre de las Horas— de
Pals. Es un paisaje que no tiene un fallo en sus 360 grados. Por lo demás, es
un paisaje agrario productivo, que es como han de ser esta clase espectáculos.
—
¿Y la flor que más le gusta?
—
Estoy en la duda sobre si es la flor del almendro, la de los cerezos o la de los
albaricoques en sus respectivos y plenos tiempos. Sus flores han de verse en su
momento preciso y ajustado.
—
¿Y el pájaro que prefiere?
—
Por el hecho de volar, los pájaros me interesan hasta cierto punto. En la mesa
la becada y el tordo son los más importantes. La becada es completa y delicada.
El tordo es suculento y afrodisiaco. A mi edad, lo afrodisíaco es una forma de
elegía amena y amable.
—
¿Cuál es su plato predilecto y su vino?
— De
lo que no puedo comer, el tordo asado con una botella de Borgoña de un buen
año. De lo que puedo comer, una tostada de pan con aceite y el vino a que acabo
de aludir y que no repito para no hacerme pesado. El vino del Rin también es
muy bueno, sobre todo el caro.
—
¿Cuáles son sus prosistas preferidos?
— Casi
todos los que han quedado son buenos. Los antiguos son inagotables. Los
evangelistas no serán nunca superados. Una vez oí decir al señor Lequerica que
el prosista mayor de la Historia es Chateaubriand. Brunet decía que era Voltaire.
Otros afirman que es Bocaccio, otros Goethe, otros Tolstoi. Los prosistas
franceses del XVII y del XVIII son sensacionales. Gide sostuvo que el mejor
escritor de lengua francesa es La Bruyére. ¿Y Pascal? ¿Y el «Tratado teológico-político» de Spinoza?
¿Y la «Carta de Rousseau al arzobispo de
París»? ¿Y los ingleses? Los ingleses tienen la literatura más confortable
y agradable que puede imaginarse. Hay personas que dicen que se aburren...
¿Cómo es posible habiendo tantas maravillas al alcance de la mano...?
—
¿Cuáles son los tres mejores escritores de lengua castellana?
— Berceo,
el arcipreste de Hita y el autor del «Lazarillo».
—
¿Y los de lengua catalana?
— Muntaner,
Jaume Roig y Turmeda.
—
¿Cuáles son sus poetas predilectos?
— Los
líricos, de acentuado matiz elegiaco, tanto antiguos como modernos.
—
¿Los tres mejores poetas castellanos?
— Los
poetas judíos antiguos de lengua castellana, por ejemplo, Sem Tob, son muy
buenos. Me han dicho que los moros que escribieron en esta lengua son
excelentes. No los conozco. Los católicos, salvo rarísimas excepciones, como
San Juan de la Cruz, son de un cartón de primera calidad.
—
¿Y catalanes?
— No
sé. Pero desde luego Joan S. Pons, el poeta del Rosellón, es extraordinario, de
altísima calidad. El catalán sirve poco para la poesía lírica: es demasiado
frío, calculador y estratega. Además cree que es un tipo importante.
—
¿Cuáles son, a su juicio, los tres hombres políticos más importantes nuestra
época?
— A
mi entender son cuatro: De Gásperi, Adenauer, el Dr. Erhard y Sir Stafford
Cripps.
—
¿Cuál es la figura política española que usted ha tratado que más le ha
impresionado?
— Don
José M. ª Porcioles, alcalde actual de Barcelona.
—
¿Cuál es la figura científica más importante de nuestro siglo?
— El
doctor Einstein. Es un Newton más profundo, más agudo y más real.
—
¿Cuál es el mayor conversador que ha conocido?
—
Eugenio Xammar.
—
¿Cuál es el periódico que le gusta más?
— El
«Times» de Londres», ¡ay!
—
¿Podría darnos una impresión de la época de su juventud y una de la actual?
—
Esto está en muchos artículos de la colección de DESTINO. El tema es demasiado
vasto.
— Comparada
con la de su juventud, ¿cree que esta época es mejor?
— Para
los ricos no. Para la generalidad de la gente es infinitamente mejor desde
todos los puntos de vista —¡en Europa, se entiende!— Los progresos de la
democracia en los últimos años han sido colosales.
—
¿Cree que el capitalismo está en decadencia?
—
En los países liberales, no. En los países de capitalismo socialista lo han
roto los huesos. La fuerza del capitalismo está en la fuerza anárquica que
tiene dentro.
—
Usted que ha visitado la América del Sur, díganos cuál es la nación que
prefiere y destaca.
—
El único país de la América del Sur donde se puede comer como en Europa es la
Argentina. En Chile, también. A los demás países hay que ir con la ignorancia
de la juventud y, si puede ser, de la pobreza.
—
¿En qué ciudad extranjera le gustaría más vivir, y por qué?
—En
la actualidad, las dos ciudades señeras son Nueva York y Roma. La primera para
lo moderno y la segunda para lo antiguo. Londres y París han pasado ligeramente
de moda. Dado que no puedo ya vivir en ninguna de estas ciudades, me
contentaría con vivir en Perpiñán.
—
¿Nos podría sintetizar, según su experiencia personal, el carácter de un
francés, un inglés, un alemán, un italiano, un norteamericano y un ruso?
— El
francés ha de ganar siempre; si no gana, se convierte en un provincial
mortecino y agriado. El inglés continúa siendo lo que fue siempre: el hombre
más sociable del mundo, capaz de tener las crispaciones de una dureza más
eficaz. El alemán es el glotón más susceptible de ser engañado, para bien o
para mal. El alemán, que ha sacado tanto provecho de la crítica científica, no
ha logrado aplicar la crítica a la vida política y social. Es inconcebible que
Alemania haya dado un Kant y un Hitler. El italiano es un ser frigorificado,
antisentimental, inteligente e inaferrable. El norteamericano es un ser
esquemático, tópico, limitado, con horizontes que no quiere repasar. Pero es un
error creer que en los Estados Unido no hay personas inteligentes. Las hay. Los
rusos que se encontraban antes en Europa se morían de hambre. Ahora casi todos
son policías. Después de haber comido, lo que pretende el ruso es pasar el rato
sin ir a la cárcel. Es un país de tradición reverencial.
—
¿Cuál es el mejor profesor que ha tenido?
— Probablemente
Don Antonio Rubio y Lluch. En Derecho Internacional, Don J. M. ª Trías de Bes.
—
¿Cree usted que un escritor debe dejar sus Memorias
en vida?
— Las
Memorias de un escritor son sus libros.
Repetirle, en forma de Memorias suele
resultar una duplicidad.
— Si
tuviera hijo, ¿qué le aconsejaría que estudiara?
— El
inglés.
—
¿Qué sistema de locomoción prefiere usted?
—No
tengo preferencia, mientras la locomoción sea de los demás.
—
¿Cuáles son sus héroes en la vida real?
—Los
payeses de tierras pobres.
—
¿Cuáles son sus nombres preferidos?
—Los
corrientes, los nombres corrientes cristianos: Juan, Martín, Pedro, etc.
—
¿Qué es lo que destaca por encima de todas las cosas?
—La
dignidad.
—
¿Qué caracteres históricos desprecia más?
— Los
caprichosos, ilegales y perezosos; sobre todo cuando tratan de justificarse.
—
¿Qué don de la Naturaleza quisiera tener?
— La
salud.
—
¿Cómo le gustaría morir?
— En
la cama; en mi propia casa.
—
¿Cuál es el estado presente de su espíritu?
— Una
morosidad expectante.
—
¿Qué cualidad prefiere en el hombre?
— La
dignidad y el sentido del futuro.
—
¿Y en la mujer?
— La
mujer ha de ser fantasiosa, imaginativa, divertida y poética, para no caer en
los excesos de la prudencia y la seguridad personal.
—
¿Y su ocupación predilecta?
— Leer,
hablar y pasear.
—
¿Quién le hubiera gustado ser?
— No
habiendo podido ser médico, ni escultor —oficios que me hubieran gustado—,
quizá lo más plausible hubiera sido ser recaudador de contribuciones de La
Bisbal.
—
¿Cuál es el principal rasgo de su carácter?
— La
tendencia a la monogamia
—
¿Cuál es la cualidad que aprecia más en sus amigos?
— Su
horror a la unanimidad.
—
¿Cuál considera su principal defecto?
— Desde
el momento que mis amigos me toleran es que mis defectos no existen.
—
¿Cuál sería su ideal de felicidad?
— No
creo en la felicidad. Las horas de la vida pasan a una velocidad tan enorme que
no tengo necesidad de llenarlas con otra cosa que mis ocupaciones habituales.
—
¿Cuál sería su mayor desgracia?
— Estar
enfermo y no poder leer en cama.
—
¿Cómo querría usted ser físicamente?
— Me
es absolutamente igual.
Destino, nº 1022, 24 de diciembre
de 1960, pp. 50-52.
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