COLOQUIOS: EN TORNO A LA POESÍA DEL BARRIO CHINO
Por Sempronio
LA
«Antología poética del Barrio Chino» no podía escapar a lo que parece ser regla
de todas las antologías: la controversia y la polémica. Una vez más se ha repetido
aquello de no son todos los que están ni están todos los que son. Seguramente
con la intención de aclarar posiciones, el poeta Sebastián Sánchez Juan, íntimo,muy íntimo amigo de Abel Iniesta, el antologista, convocó la otra noche en un
bar de la calle de Guardia a un grupo de escritores susceptibles de interesarse
por el Barrio Chino desde el punto de vista poético.
Era
de noche y llovía, como en las novelas malas. Y cuando yo, bajo el paraguas, me
dirigía al lugar de la cita, preguntábame: « ¿Es que existe todavía el Barrio
Chino?» Cinco minutos después Ángel Marsá me comunicaba la misma reflexión.
«Vuelvo esta noche — me dijo — a poner los pies en el Barrio Chino tras pasarme
veinticinco años totalmente alejado de él. La convocatoria de Sánchez Juan me
ha rejuvenecido» Por lo visto esta fue la primera virtud de este encuentro:
quitarnos años de encima. Sebastián Gasch llegó al bar más contento que chico
con zapatos nuevos. Carlos Sindreu, el a vanguardista metido a anticuario,
recordó a nuestro crítico de cine y «music-hall» los días ya lejanos en que
peregrinaban por el barrio acompañando a Federico García Lorca. Otro «revenant»,
el poeta Juan Alsamora, que hizo la bohemia en un estudio de la calle Nueva. En
cambio, el poeta Miguel Saperas nos confesó a todos de buenas a primeras que no
conocía absolutamente nada del Barrio Chino, por lo que su opinión tendría
mucho más valor. Le dimos la razón. Para que todas las promociones poéticas
estuvieran representadas, se presentó el joven Julio Garcés, que debe ser hasta
la fecha el más reciente adepto de la leyenda poética del Barrio Chino.
Daban
las once, hora de la cita, y puntualmente compareció Sánchez Juan. Le
acompañaba otro poeta. Ricardo Permanyer, cuya atildada figura de galán maduro
habría cubierto, de ser necesario, con un aire de respetabilidad nuestra
conferencia dedicada a un tema algo «sui generis». La entrada de Sánchez Juan
incorporó a la tertulia a dos poetas que se desprendieron con toda naturalidad
del ambiente: Enrique Nieto de Molina y A. Molina Manchón. «Dos cigarras del
barrio», no recuerdo quien dijo. La camarera del bar, con un pitillo en la mano
izquierda, ‘aprovechó tener la diestra libre para servimos con ella café,
excelente café, a todos, menos a Garcés, que dijo que llevaba cuarenta y ocho
horas tomando vermut y no era cosa de quebrantar costumbre ya tan arraigada.
Y
se abrió la sesión. Con un academicismo que los desconocedores del «milieu»
juzgarán impropio de un bar de la calle de Guardia. Pero nosotros, forasteros,
estábamos cohibidos por el ambiente de formalidad, por el aire comedido que
respiraba la casa. No quisimos desentonar.
Sebastiá Sánchez-Juan |
(Sánchez
Juan toma aliento y prosigue.)
El
Barrio Chino no podía dejar de ser objeto de una antología con la que inspiré a
Abel Iniesta. La «Antología poética del Barrio Chino» tiene sus defectos, que
el antologista y yo somos los primeros en lamentar. Pero tampoco me cansaré de
proclamar que la «Antología» de Abel Iniesta tiene un mérito sobre los méritos
actuales y posibles en libro alguno de semejante naturaleza: el espíritu
cosmopolita y universal que le da vida. Allí no se escamotea ninguna nota,
ningún aspecto, ninguna forma de expresión. Esto que molesta a los excesivamente
depurados, es una lección que de aplicarse a otros órdenes de cosas, resultaría
salvadora en un mundo y en una época de exclusiva más raquíticos y mezquinos.
Esta lección de Abel Iniesta es la verdadera lección del Barrio Chino.
Ángel
Marsá. —No estoy de acuerdo en esto de que antes en el Barrio Chino privaba el
vicio por el vicio. Aquí el vicio surgía por necesidad. Del mismo modo protesto
de que los poetas vengan aquí como turistas, cuando su misión, en contacto con
este barrio, es la de ángeles de la caridad.
RicardoPermanyer. — Yo opino que en el Barrio Chino no existe el vicio. Acaso
encontraríamos aquí los más típicos ejemplos de aquella teoría orsiana del
hombre que trabaja y que juega.
Sánchez
Juan. — Esto es de Schiller, y Ors lo «fusiló».
Marsá.
— ¿No creéis vosotros que esta reunión es en realidad los funerales del Barrio
Chino?
Sebastián Gasch (acometedor). — ¡Ya lo creo! El barrio actual es un «ersatz» de Barrio
Chino.
La
palabra «ersatz» tiene cierto éxito. El fantasma del Barrio Chino original
ronda por nuestro pensamiento, y todos nos dirigimos naturalmente a Marsá, sobreviviente
de la buena época, para que nos ilustre. Marsá, tras hacer protestas de ser la
actualidad clase pasiva del Barrio Chino, tras patentizar su ya añeja condición
de vecino típico del Ensanche, toma la palabra.)
Ángel Marsá a los 26 años |
(Puntualizado
el hecho histórico, Marsá cala en la idiosincrasia del barrio.)
El
distrito quinto ha sido, por antonomasia, una barriada obrera. La historia de las
luchas sociales, historia del sindicalismo, están vinculadas a este barrio.
Aquí han tenido siempre su domicilio el obrero portuario y el peón del ramo de
la construcción. Al obrero dedicado a chapuzas siempre ha sido preciso venir a
buscarle en el distrito quinto. Aquí la mala gente ha convivido siempre con las
personas honradas. Por esto me parece impropio, a la hora de destacar figuras
representativas del barrio, poner en el acento en la mala gente, cuando el
distrito he dado personajes angélicos, verdaderos apóstoles de la caridad.
Concretamente, la parroquia de Santa Mónica tuvo un ecónomo, mosén Ángel
Carbonell, que fue ángel de nombre y de hechos. Su espíritu evangélico,
acreditado en la práctica, fue auténtico paño de lágrimas para la humanidad
doliente que poblaba estas calles. Con la circunstancia de que en mosén
Carbonell el talento estaba a la par del corazón. Publicó sobre los años 27 o
28 un libro. «El colectivismo y la Iglesia católica», que ha sido
desgraciadamente poco leído y divulgado, pues pocas veces se han dicho, como se
dicen en él, tan atinadas cosas acerca del mayor problema del mundo moderno.
Esta noche, en que nos hemos reunido escritores interesados por el Barrio
Chino, dejadme traer a primer plano la figura de quien fue ángel tutelar del
distrito quinto.
(La
evocación de Marsá intercala unos segundos de enternecido silencio en la
reunión. Hasta que el orador concluye.)
El
Barrio Chino debe de inspiramos antes que nada un sentimiento de piedad. Sin piedad
no puede haber poesía del Barrio Chino.
Juan
Alsamora. — Voy a hablar también en calidad de veterano del distrito quinto.
Aquí vine muy a menudo en mi primera juventud y en la fragua del barrio pergeñe
mis primeras crónicas periodísticas. Para completar el panorama tan bien
esbozado por Marsá, conviene señalar el papel que ha jugado el Barrio Chino
antes de llamarse Barrio Chino, en la aurora de las modernas inquietudes artísticas
barcelonesas. Compañeros míos de bohemia en las talleres, estudios los llaman
ahora, del distrito quinto fueron el pintor Serra, el escultor Viladomat y el
entonces también dibujante Juan Cortés, a quien predije su futura vocación y
celebridad de crítico de arte. Recuerdo un artículo mío, titulado «Los que se
atreven», donde atisbaba la gloria que aguardaba a aquel grupo llamado «Los
evolucionistas», que trabajaban y se divertían en un piso de la casa donde
tenía el taller el escultor adornista Lena. Donde, recuerdo, no paramos hasta
llevar un piano para que Julio Pons interpretara a Chopin del modo incomparable
con que ya lo hacía entonces.
Sebarstiá Gasch |
Enrique Nieto de Molina. — Yo soy otro viejo del distrito quinto. En el año 1912 llegue
a Barcelona, con ilusiones de autor de cuplets. Pero no concebía otra canción
que la rural, la regionalista diríamos. El «Gordito», famoso propietario de una
academia de la calle Nueva, quiso desengañarme. «Aquí, muchacho, nada de
leñadoras», me advertía. No le hice caso, y escribí «La pastorela». Fue un
éxito rotundo. «Pastorela, pastorela, con mi falda de aldeana», etc., cantaban
todas las artistas del Paralelo y repetían todas las criadas de Barcelona. Me
parece el dato muy revelador en cuanto a la psicología del hoy llamado Barrio
Chino. Luego colaboré intensamente con el maestro Viladomat...
Marsá.
— ¡Magnifica figura! Componía siempre tocando la guitarra.
Nieto
de Molina. — Hicimos juntos vanas canciones que precedieren al mi famoso «Diego
Montes».
Sánchez
Juan. — Tras estas particulares visiones que aquí han sido expuestas del Barrio
Chino, me interesa tomar la palabra para rectificar, como se dice en las
asambleas parlamentarias. No he querido negar, ni por supuesto, las grandes
calidades humanas del barrio ni la infinita piedad que debe el mismo despertar
en todo poeta. Y si he empleado la palabra «turista», ha sido precisamente por
respeto a los habitantes el barrio, para que nadie interpretara nuestra
presencia, la presencia a los poetas, como un deseo de pasar por auténticos
moradores del lugar. Cuando tránsito por estas calles, no me mueve otro
propósito que el de mezclarme con los transeúntes. Venir al Barrio Chino es mi
redención, pues vengo a desvalorizarme. En el umbral del barrio dejo mi
personalidad particular, y aquí no quiero ser escritor ni quiero ostentar
ninguna otra calidad. Aspiro únicamente a ser uno más.
(Ahora
la discusión se enzarza respecto a la delimitación geográfica del Barrio Chino.
Marsá opina que la calle del Conde de Asalto es su frontera biológica, lo que
sorprende a varios de los reunidos, que se resisten a dejar las calles de San
Ramón y de Robadors fuera del Barrio. Marsá alega, con razón que precisamente
la acusada atmósfera que distingue 3 ambas calles es aquello que las excluye
del auténtico Barrio Chino).
Mapa del Barrio Chino en 1932 |
Marsá.
—Yo sostengo que cuando el Barrio empezó a ser objeto de las «tournes des
Grands Ducs» dejó automáticamente de ser el Barrio Chino. ¡Turismo, no!
Garcés. —Así,
¿vamos a negar su existencia?
Marsá.
—La niego. El Barrio ha muerto.
Sempronio
(que todavía no había abierto la boca). —El barrio quizás no. Pero el ambiente
sí. Podríamos decir, parafraseando a Valery, que los ambientes son mortales.
(En
este instante, irrumpe en el bar Enrique Curtó, con su boquilla en una mano y
su «establecimiento» en la otra. Su archiconocida voz pregona: «María, Enriqueta, Mercedes,
Josefina...». Sánchez Juan, recordando que su amigo Abel Iniesta incluyó en la
Antología que esta noche se debate el romance de Curtó. «Un viaje a las
Ramblas», llama al poeta-vendedor, instándole a gritos a tomar asiento en el
cenáculo. Pero Curtó mira despectivamente nuestras mesas ocupadas por gente que,
a la legua, se adivina poco interesada por los nombres de pila femeninos trepados
en hojadelata. Nos da la espalda olímpicamente y, a buen paso, se aleja hacia
climas comercialmente más fértiles).
Permanyer
— Yo, particularmente, venía al Barrio Chino huyendo del enorme tedio que se
respiraba en mi barrio, que era el del Pino y de la Catedral. Descendía por la
Rambla, en pos de la policromía del puerto y de la sugestiva variedad de las
callejas que desembocaban a la Puerta de Santa Madrona. El Barrio Chino, inmediatamente
lo conocí, lo amé, dedicándole gran parte de un libro «Poemes de tedi i de
neguit».
Sánchez
Juan. —Quizás más que el Barrio Chino, aquello que se hace poesía en nosotros
es la nostalgia del Barrio Chino. Las constantes que destacan en la mayor parte
de los poemas de la Antología son; sueño, muerte, angustia, melancolía...
Sempronio. —Concretando:
acaso haya muerto el Barrio, ¡pero quién duda que su emoción sigue viviendo! De
lo contrario, esta noche no habríamos acudido a esta cita.
Molina
Manchón (con el ímpetu que a un poeta mozo le comunican los éxitos obtenidos en
las «cuevas de arte» del distrito). — Permitid amigos, que yo os diga mis
impresiones. El año 1940 llegué de Córdoba por primera vez a Barcelona, con
cuatro libros en la maleta por todo equipaje Desde mi niñez, presentía esta
ciudad como una mujer hermosa y acogedora. No me equivoqué. Vosotros decís que
el Barrio Chino, por aquellas fechas, ya estaba muerto. Pues yo encontré en él
materia para inspirar mis mejores poemas, alguno de ellos, cual «Romance de la
calle Conde de Asalto», que convertido en canción y grabado en disco, ha
conquistado incluso celebridad internacional. No puedo aceptar que el Barrio
Chino sea sólo un recuerdo. ¿Qué no es ni sombra del que conocisteis los barceloneses
de otra época? ¡Qué importa! A los poetas nos sobra conocer el menos para
arrancarle el más.
(Consecuente
con esta teoría del más y el menos. Molina Manchón nos recita sus versos más
recientes una canción dedicada a la Rambla. Su inflamado verbo atrae sobre
nosotros, por única vez durante toda la noche, la curiosidad de la clientela
del bar ajena a las trascendentales cuestiones que hemos venido a discutir diez
escritores. Incluso el sereno interrumpe una partida de dominó para atender a la
poesía. Listo el recitado, todo el mundo vuelve a sus ocupaciones).
Carlos Sindreu (a quien, por lo visto, ha despertado también el canto a la Rambla). —Para
mí, el Barrio Chino es un generador de sueños. Su valor es primordialmente
onírico.
MiguelSaperas. —Yo no conozco absolutamente nada del Barrio Chino, y no obstante me
interesa y me he dejado incluir en su antología poética. Me parece que también
esto es un dato.
Marsá.
— Sigo opinando que lo más importante en la poesía del Barrio Chino es la
piedad.
Permanyer.
—Discrepo, pues este reflejo piadoso lo promueve mucho mejor la visión de un
hospital, donde no se dan otras circunstancias de tipo humano que son
características de este barrio.
Sempronio.
— La piedad puede ser un ingrediente en la poesía, pero jamás su razón de ser.
¿Creéis que si en la Antología se han podido recoger, más o menos desplazados,
unos versos de Baudelaire y de Verlaine, ha sido por la piedad que vertieren en
ellos sus autores, o bien porque su esencia artística haya incido el paso del
tiempo?
Garcés.
— Todos venimos al Barrio Chino con nuestra poesía ya hecha. La poesía es un
prejuicio.
Permanyer.
— A veces, incluso he pensado si era el horror lo que me atraía en este barrio.
Sánchez
Juan. — ¡Esto sería sadismo!
Garcés.
— ¿Por qué no? El venir a reunirnos aquí, en torno de estas mugrientas mesas,
¿no revela ya masoquismo?
(Los
partidarios de la piedad a ultranza se estremecen, calladamente, de indignación).
Sánchez
Juan (creyéndose obligado a un desesperado esfuerzo de concordia.) — Nos atrae
lo que el barrio tiene de universal, de abigarrado, de específico, de profundo...
Su humanidad nos aglutina a todos.
Garcés.
— Yo encuentro más procedente que hablemos del Barrio Chino como espectáculo
lírico. Primera cuestión ¿Por qué en días de lluvia, llueve más en el Barrio
Chino que en cualquier otro punto de Barcelona? ¡Esta es una
pregunta importante!
(Todos,
poetas al fin y al cabo, coincidimos en que sí, en que la pregunta no puede ser
ya más importante. Lo malo es que ha sido formulada a las tantas de la
madrugada, y que la lluvia se impone con otros y más imperiosos caracteres
problemáticos. Hay que arrostrarla en plena calle; no hacerle frente con
versos, sino con paraguas. Y nos vamos. Huyendo materialmente de las cigarras
poéticas del barrio, que se empeñan en darnos cita para otro día, anhelosos de
convertir en tertulia habitual lo que solamente ha sido excentricidad inspirada
por la aparición de una antología.)
A
primera hora del día siguiente, Sánchez Juan me pide telefónicamente: «Oye, si
escribes algo sobre la reunión de anoche, titúlalo «Poesía y Metafísica del
Barrio Chino».
Eran
las nueve de la mañana. Sánchez Juan me llamaba desde el pie de su cañón y a
mí, la llamada me ha encontrado va al pie de mi cañón. De poder comunicar con
los demás contertulios de la noche anterior, a buen seguro que les habríamos
encontrado también a todos ya al pie de la respectiva pieza de artillería. El
Barrio Chino está bien muerto...
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