Freud, sin máscaras.
Entrevista con el filósofo Juan Bautista Fuentes
Freud ha sido uno de los
pensadores que más influencia han tenido en la cultura contemporánea. Y ha sido
para mal, sostiene el profesor Juan Bautista Fuentes en su libro La impostura freudiana. Como subraya en
esta entrevista, la institución psicoanalítica ha servido para justificar la
negación de la conciencia moral.
Fecha: 6 Abril 2010
Juan Bautista Fuentes,
profesor de Antropología en la Universidad Complutense de Madrid, fue alumno
aventajado de José Luis Pinillos, y su carrera académica ha estado ligada a la
psicología filosófica y la antropología. A partir de sus estudios sobre estas
materias, ha elaborado una interpretación de la modernidad en la que Freud
destaca con un papel central.
— La psicología ha sido
tradicionalmente una disciplina filosófica. En la actualidad, sin embargo, la
psicología tiene más bien una perspectiva clínica. ¿Cuál es el interés del
filósofo en ella?
— Como filósofo, lo que me
ha interesado de lo que llamo la institución psicológica es cómo a partir de
finales del siglo XIX en los países más desarrollados irrumpe la psicología
moderna, que se presentaba como una ciencia especializada y que buscaba un
efecto práctico indudable. Eso no significa, obviamente, que en el mundo
anterior al siglo XIX no hubiera vida psicológica. Había ahí un interrogante
que me interesaba despejar: ¿por qué a partir de un determinado momento la
sociedad contemporánea ve nacer una disciplina especializada en enderezar
desarreglos psíquicos? Hay que suponer que estos existían antes.
— ¿Eso significa que la psicología clínica es una institución coetánea a la modernidad?
— ¿Eso significa que la psicología clínica es una institución coetánea a la modernidad?
— La psicología como
disciplina va formándose al mismo paso que el sujeto moderno, es decir, como
respuesta a ese individuo que vive en soledad, aislado del prójimo. En el mundo
premoderno se daba eso que he dado en llamar “psicología cotidiana”,
entretejida con el entramado comunitario, y que formaba un todo con las
relaciones sociales. Precisamente la comunidad era lo que permitía al individuo
solucionar sus problemas y restaurar su orden interior. Cuando se rompe
definitivamente la sociedad premoderna se hunde también el arraigo comunitario
del hombre y ello conlleva desarreglos anímicos que no pueden ser paliados como
antes por las formas comunitarias de existencia.
Terapia en vez de
responsabilidad
— ¿Por qué centra sus
críticas en Freud?
— Freud es el arquetipo de
la psicología moderna. Me parece que el resto de la psicoterapia que ha ido
desarrollándose después es en realidad formas leves o ligeras de algo que está
presente en las obras de Freud. Creo que la obra de Freud ha tenido todo ese
éxito y esa enorme capacidad de penetración cultural a través de la terapia
porque se ha adecuado como el guante a la mano a un estado de desmoralización
–de pérdida del sentido moral– reinante en la sociedad.
— ¿Cree que el psicoanálisis
ha contribuido a esa desmoralización?
— Yo diría que lo que ha
hecho es legitimar la desmoralización mediante un aparato teórico y una forma
de llevar a la práctica esa teoría. El aparato teórico es ciertamente perverso.
Considero a este respecto que la penetración de Freud a través de la terapia
psicoanalítica en la cultura de nuestros días ha sido nefasta.
Básicamente su teoría
consiste en fingir una escisión radical entre dos planos de la personalidad: un
presunto plano inconsciente que, como tal, es inaccesible a la conciencia del
individuo (pero no inaccesible al terapeuta, claro), y otro plano, el
consciente, basado en sustituciones engañosas de lo que contiene el
inconsciente. Lo que se contiene en el inconsciente, para Freud, es algo
reprimido, una represión basada en un deseo sexual incestuoso, un deseo sexual
sobre una de las figuras que constituyen la matriz moral del individuo.
Esto es enormemente grave:
se trata de un deseo que en su misma raíz viola la referencia moral que
constituye como tal al individuo. Esto explica que Freud considerara la moral
como una sustitución engañosa, en cuanto reprime ese deseo insatisfecho. De
esta forma, todo lo que se presenta como sentido de la responsabilidad moral es
visto en realidad como una manera de autoengaño, y todo esfuerzo moral que la
persona pueda hacer es algo engañoso y represor.
— Si la moral es un engaño,
también lo es el sentido de culpa.
— Sí, Freud se propone
resolver el malestar moral de la persona, pero lo hace de la forma más cómoda
para ella. El paciente modelo de Freud es un individuo que se psicoanaliza con
el fin de eximirse de su responsabilidad moral. Se siente muy mal y encuentra
en Freud la solución perfecta: el psicoanálisis le dice que no es responsable
de lo que le ocurre y que además su incomodidad anímica procede de la
ambivalencia fatal entre el deseo incestuoso y la moral que lo reprime.
— Precisamente, la
modernidad tiende a ver la familia y la comunidad como ámbitos cerrados y
represivos.
— Sí. Todo proviene de
Freud. Por ejemplo, toda la mitología del 68 se basa en el psicoanálisis.
También la antropología cultural. En este sentido, la idea es que la sociedad y
la cultura, la moral y la familia, se fundan en prohibiciones. Ahí está el
error: en lugar de ver la norma como lo edificante, como edificación a partir
de la comunidad, la norma, para esta ideología, prohíbe. A partir de aquí
proviene toda la mentalidad emancipadora, una emancipación que se refiere,
sobre todo, a emancipación de lo que edifica al hombre, de su propia humanidad.
Pero la lección más
importante que se puede extraer de los estudios etnológicos no es que las
relaciones de parentesco implicaran una prohibición, un deseo al que hay que
renunciar (la prohibición del incesto). Por el contrario, esa estructura no
supone una renuncia: más bien, con la relación de parentesco se accede a algo
que no se tenía, es decir, la exogamia permite la propagación universal de la
comunidad a terceros.
A partir de estos estudios
llegamos a la conclusión de que la familia es sinónimo de universalidad, y por
ello es tan importante. Cuando se preserva la familia es cuando se puede
garantizar la propagación de la ayuda mutua a terceros. Parece un tópico que la
familia es la célula básica de la sociedad, pero es que eso es algo
profundamente verdadero. Y el día que se rompa –y ahora se está rompiendo– la
forma normativa de la familia, se rompe la raíz misma de lo que tiene la
sociedad de humana, que es la propagación a terceros del apoyo mutuo. Y es esto
lo que parece estar sucediendo hoy.
— ¿Cuándo se rompe la vida
comunitaria?
— La vida comunitaria se
rompe por el dominio del mercado. Sigo en esto los análisis de Marx y de
algunos autores marxistas, pero mi mirada no es económica. El desgarramiento en
la vida comunitaria lo produce el mercado en la medida en que está compuesto de
relaciones abstractas, medidas por dinero. También es cierto que el mercado, el
dinero y el trabajo pueden servir a la vida comunitaria, pero se han desviado
por cauces anticomunitarios, abstractos, y ahí está el error.
La sabiduría antropológica
de la teología católica
— ¿Ha existido alguna
sociedad, a su juicio, que supiera combinar mercado y vida comunitaria?
— El equilibrio entre la
vida comunitaria y un mercado que no intente monopolizar es primordial. Creo
que la sociedad que por antonomasia lo ha conseguido ha sido la sociedad que yo
llamo cristiana vieja o católica, porque fue capaz de realizar la pretensión
universal de la comunidad. Lo consiguió gracias a los contenidos de la teología
dogmática. Católico significa precisamente universal, pero universal
comunitario. Y esto es un matiz importante para diferenciar el universalismo
católico del universalismo de la razón moderna, por ejemplo. Porque la
modernidad, precisamente, va a disolver las raíces comunitarias del
universalismo católico y a transformar la comunidad en abstracción económica.
— ¿En qué sentido dice la
teología cristiana permite a la sociedad dotarse de un proyecto universal y a
la vez comunitario?
— En el libro hago una
especie de filosofía de la teología, si pudiera existir algo que se llame así.
Con ello trato de resaltar el significado antropológico de la teología
católica, que no es comparable al de otras teologías. En la teología católica
hay algo muy grande; de hecho, para mí toda la historia de la filosofía, desde
Parménides hasta hoy, palidece en sabiduría antropológica si se la compara con
las implicaciones que tiene el dogma de la Trinidad y el de la Encarnación.
Pero también desde un punto
de vista histórico es impresionante comprobar que en los primeros siglos de
nuestra era el cristianismo, que se consideraban una herejía, va creando lazos
comunitarios y familiares allí donde faltan, en un momento de descomposición
del imperio. Gracias a ello, sin duda, Europa puede salir a flote; en torno a
los monasterios, allí donde hay un cristiano se genera vida comunitaria,
arropo, caridad. Creo que esa es la clave de Occidente.
— La teología que se elabora
es coherente con esta visión que prima lo comunitario. El secreto es que Dios
no es soledad. Son tres personas y tiene, por tanto, una estructura familiar y
comunitaria: Padre, Hijo, vinculados por ese amor universal que es el Espíritu
Santo. Frente al Dios de los filósofos, acto puro, este Dios es persona y
comunidad: es amor virtualmente universal entre dos personas en las que,
además, una de ellas tiene la figura carnal del hombre. Ese amor compromete a
cada uno de los hombres y por ello ahí se encuentra el motivo por el que el
cristianismo está obligado a propagar comunidad.
Desde un punto de vista
meramente antropológico, no ha existido un análisis realizado con tanta finura
como el de la teología católica. El cristianismo refunda la idea de pecado
original y de culpa al afirmar la posibilidad de redención. Pero la redención
se da en la medida en que concurre gracia y voluntad libre, es decir, está
relacionada con la responsabilidad. La libertad puede reparar la culpa y sus
efectos, pero no de un modo definitivo. La teología juega con ese plano de
inmanencia y trascendencia: la transcendencia prohíbe caer en la tentación del
paraíso en esta tierra, de crear una sociedad perfecta; pero no deja al hombre
pasivo, sino que exige que hagamos lo posible por restaurar y crear comunidad.
En esa medida, el hombre es responsable de su salvación.
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