NUNCA
HE DEJADO DE SER ESPAÑOL,
AFIRMA JORGE SANTAYANA
El Conde de Marsal relata la
entrevista que recientemente mantuvo en roma con el filósofo, nacido en Madrid
EN
Roma, en el Hospital Inglés de la Vía Santo Stefano Rotondo, número 6, vive
Jorge Santayana. En la habitación número 5, en la Sección de Hospicio —como él
dice sonriendo—, reside hace diez años.
De
primera intención me niegan que pueda verle: "no recibe a nadie, está malo, a veces se le marchan las ideas, y no le
gusta hablar con nadie". Así debe ser, pues, los embajadores y
periodistas de Roma me habían advertido que iba a serme imposible verle. A
pesar de todo, decidí intentarlo.
La
monjita que me recibe —seguramente irlandesa— se queda extrañada cuando le
enseño la carta que Santayana me habla escrito el 10 de diciembre anterior; en
vista de ello, se decide a pasar recado. Me es posible oír cómo Santayana le
dice que pase en seguida.
Es
un viejecito de cara muy bien dibujada, con pocas arrugas, muy simpático, que
ríe con efusión. Tiene una gran alegría al verme y me cuenta que se ha leído
por entero la crónica del Patronato de San Pablo, lo que me confirman los
comentarios con que me subraya diversos pasajes de la misma.
Está,
sentado, con una manta sobre las piernas, rodeado de libros y soportando un
régimen de leche, arroz y patata hervidos. Su aspecto, sin embargo, no es malo.
Con verdadera fruición empieza en seguida a hablar, a contar cosas, sin que yo
tenga que preguntarle.
“Mi padre estudió para abogado, pero no se le
dió bien. Fue muy aficionado a la pintura: pintaba bien, pero sólo retratos.
Hizo el retrato de todos nosotros, sus hijos. Recuerdo uno que me hizo a mí en
brazos de mi hermana Susana, que era, además, mi madrina. Tenía yo tres años y
ella dieciséis. El cuadro era bonito de color, pero con pocas sombras, como
todos los suyos.
—
Me dio también por hacer versos, y esta
fue mi gran equivocación: creer que podía hacerlos. Los he escrito y hasta los
he publicado. De ellos se puede decir que, mal o bien, siempre dicen algo.
—
Los poetas de hoy versifican bien, pero
hablan demasiado del color de las cosas, sin explicar cómo son las cosas. Leí
una poesía de Jorge Guillén publicada, me parece, en el "Osservatore
Romano'’, y me gustó mucho. Creo que se titulaba "La estatua ecuestre".
Era una bella imagen de la eternidad:
La
estatua ecuestre inmóvil en su brida…
Lo
traduje al inglés, y se publicó.
—Nací en Madrid, en la calle de San Bernardo,
en diciembre de 1862; es decir, siempre tengo un año menos de los que parecen.
Fui bautizado en la parroquia de San Marcos. Era el más pequeño de mis hermanos
y el hijo del segundo matrimonio de mi padre. El 8 de junio del año 1951, mi
hermana Susana hubiera cumplido cien años. No le extrañe que recuerde tan bien
estas fechas; para mí son siempre muy importantes. Me queda en Madrid una
amiga, que debe ser muy vieja, -porque debe tenar ahora noventa y seis años, si
no ha muerto. Hace poco sabía de ella, eran muy amigas las familias y salíamos
a veces a paseo juntos. Se llama Mercedes Escalera, y todavía me dicen que va a
misa cada día. Pasé mi infancia en Ávila, y a los siete años fui con mi padre a
Norteamérica. Mi padre no sabía qué hacer de mí. Me tenía por un poco
retrasado, y además no tenía medios para darme carrera. A los diecinueve años
fui por primera vez a España; a los veintidós años fui por segunda vez.
Después, casi cada año, cuando venía a Europa a estudiar con alguna beca,
visitaba España. Luego me quedé más en Norteamérica, pero vengo a pasar los inviernos
a Roma hace casi treinta años.
Su
padre fue empleado en Manila y él es el único hijo del segundo matrimonio. Se
llama de verdad Jorge Ruiz Santayana y Borrás, porque su madre era hija de
Reus.
—Siempre —me sigue diciendo— he conservado la nacionalidad española, y mi
gran error ha sido no escribir mis libros en español, que es un idioma tan
rico; en inglés cuesta mucho más. Hace más de veinte años que no he estado en
España, y por ello me encuentro apartado de la vida social española. Recuerdo,
como le digo, esa amiga de noventa y seis años que va a misa y comulga cada
día. Ahora tengo un poco más de dinero, pero antes siempre he tenido muy poco.
El único éxito económico que he tenido es en mi única novela titulada "El
último puritano".
Riéndose mucho, me explica:
—Ahora le voy a decir en qué consintió el
éxito. Hay en Estados Unidos una institución que se llama el Club del Libro.
Cada año, la Asamblea del Club escoge un libro, el mejor que cree, y lo edita,
y, claro está, como el Club tiene 40.000 socios, cada socio compra uno. El
éxito es seguro. Y escogieron mi novela, y por eso tuve tanto éxito. Y vendí en
seguida la edición. Creo que se ha traducido mucho.
Santayana
se anima al conjuro de sus claros recuerdos y prosigue:
—Veo que Madrid ha crecido mucho estos
últimos años. He recibido hace poco una fotografía de la Plaza de España, que
tiene grandeza, Parece el Rockefeller Center de Nueva York. (Al explicarme
esto no recuerda los nombres, y yo debo completárselos.) Y continúa:
—Vea usted cómo se me marchan las ideas. Se
me olvidan hasta las palabras en inglés, y más aún en español, y algunas veces
tengo que pedir al que habla conmigo que me ayude y las complete. En cambio,
las fechas de familia, las cosas antiguas, las recuerdo todas.
—El
único apoyo que tenía mi padre cuando yo nací era el marqués de Novaliches, y
me acuerdo muy bien que cuando salían en coche me dejaban a mí ir en el pescante
para ver los caballos.
Santayana insiste sobre el año de más que siempre le
adjudican.
—Como nací el último de diciembre, siempre me
han puesto un año más. Ahora tengo de verdad ochenta y ocho cumplidos.
Sin
lamentarse, me cuenta que se siente poco bien; y que por eso no recibe a nadie.
Se encuentra débil, porque está a dieta de purés y leche.
Pero
el sabio madrileño, a quien todos creen norteamericano, continúa escribiendo, y
termina ahora su último libro de memorias, titulado "Paisajes y personas"; tiene publicados dos tomos, y le faltan
otros dos. Me explica, riéndose mucho, cómo éstos los esté escribiendo con
mucha calma, pues se refieren a personas todavía con vida, y que como él quiere
decir la verdad, podrían enfadarse, "como
le pasó con un señor en Londres".
Santayana
desearía que se tradujera al español su último libro en inglés, que se llama "Dominaciones y Poderes". Es una lástima —dice—, porque lo harán en la Argentina, y me
hubiera gustado que lo hubieran hecho en España (1).
Le
interesa mucho la Obra del Patronato de
San Pablo. Se leyó toda la Crónica, y me dice:
—Me gustaría conocer los resultados, aun
cuando lo interesante es poner en todo ello lo mejor, porque la gente no es que
sea mala, es el corazón el que es bueno o malo. Esta obra va de corazón a
corazón.
Al
decirle si desea que le mande algún libro español, me dice:
—A mí me gusta la Historia de España. Hay una
historia que me parece que se llama del padre Medina.
Le
corrijo, “Mariana”, y él exclama:
—Eso. Me gustaría poderla tener.
Le
pregunte si vive satisfecho en Roma. Responde afirmativamente.
—Estas amas de llaves —llama así a las
religiosas— hacen todo lo que pueden, y
la habitación está bien situada y caliente.
He
entrado a las once, y cuando salgo son las doce y media. Repetidas veces le he
dicho que no quería fatigarle y que me marchaba, y cada vez me ha contestado:
—No, no se marche usted, Usted no me cansa;
al contrario, le agradezco mucho su visita. Ha sido usted muy amable al
recordarme en este viaje.
Al
decirle que en España se le recordaba y se le tenía en gran aprecio, me dice:
—Nunca he dejado de ser español. Todos los
años iba al Consulado; ahora que ya no puedo, muy amables, me mandan siempre un
muchacho. Me gustaría mucho saber cosas de ahora de España; por eso me gusta la
Crónica del Patronato de San Pablo.
El General Franco ha tenido buena visión de las cosas; en cambio, Mussolini fue
un gran gobernante para el interior y menos bueno para el exterior, pero hizo
todo lo importante que se ha hecho en Italia en estos últimos tiempos.
Al
despedirnos, me hizo prometer que no iría nunca a Roma sin hacerle una visita.
—A lo mejor—díjome, sonriente—, vivo todavía.
ABC.
24.09.1952. pp. 9 y 11.
(1) Nota de la Redacción. —Las temores
que en aquella, ocasión expresó el filósofo señor Santayana no están ya
justificados, pues una prestigiosa editorial española nos comunica que ha.
conseguido la. automación para publicar esta obra, que llevará, el título de
“Dominaciones y Potestades”.
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