Divagaciones
La magia
LO leí en un periódico y,
aunque no me sorprendió demasiado, sí que me llamó la atención la cifra que
restallaba en los grandes titulares. La noticia, respaldada por una estadística
oficial del C.I.D. de Friedrichshafen, decía que en Alemania existen en la
actualidad más de ciento cincuenta mil brujos y que en muchas regiones, concretamente
en Luneburg, cerca del lago de Constanza, el sesenta y cinco por ciento de la
población cree en los espíritus. Naturalmente, la imagen del brujo ha variado
un poco con el tiempo y, según la citada información, estos singulares
personajes van ahora correctamente vestidos con trajes de paño inglés y
conducen elegantes "Mercedes”. Sus honorarios alcanzan, por término medio,
los seiscientos marcos.
También en Italia hay
brujos, y son particularmente famosos los de Castelmezzano, pueblo que es como
la capital de la magia en las regiones del sur. En Perusa se practica el rito
de “Sega vecchia”, cuyo tituló me recuerda, extraña y nebulosamente, una canción
de mi niñez. Van y vienen las “macciara”, curando el mal de ojo y, hasta hace
poco, porque el pobre se murió de un cáncer, fue reverenciado el mago
“Giuseppe”, cuya celebridad le procuraba correspondencia con los emigrados de
América. Hay asimismo magos y astrólogos en Francia, la del tradicional espíritu
cartesiano, país donde están registradas más de cincuenta mil echadoras de
cartas. En los Estados Unidos existen treinta mil astrólogos y veinte revistas
dedicadas a esta especialidad oculta, una de las cuales tira quinientos mil
ejemplares. Hay magia en España y Portugal, en todo el orbe civilizado, y no
hablemos ya de esas comunidades, recientemente despertadas de su largo sueño,
cuya mentalidad fue calificada por Lévy-Bruhl, no sé si con razón, de
"primitiva".
Por otro lado, nunca como
ahora había interesado la magia. Es frecuente, en determinados círculos
cultivados, hablar de magia, y ya el surrealismo hace años nos familiarizó con
un concepto mágico del arte y de la poesía. Vino entonces una ola de irrealidad
y de irracionalidad que desveló poderes ocultos, agazapados en la sombra y en
lo más profundo de la sangre. Esto no ha terminado. Hay un gusto muy actual por
lo esotérico, lo misterioso y, tanto en la literatura como en el cine y en las
artes plásticas, es muy fácil comprobarlo. En Francia, y para un público
mayoritario, tres libros, en poco tiempo, han alcanzado un gran éxito
editorial: “Le Miroir de la Magie”,
de Kurt Seligmann; “Histoire de la Magie”,
de Francois Ribadeau, y “Histoire en
1.000 images de la Magie”, de Maurice Bessy. Editoriales especializadas,
como “Le terrain vague”, lanzan colecciones y revistas de temas fantásticos y
sobrenaturales. En un plano mucho más intelectualizado y digno. “Planète” ha
sabido aliar el cientifismo y la magia con gran sugestión y ha inventado un
nuevo método de conocimiento: el “realismo fantástico”. “Planète”, sea dicho de
paso, es una de las mejores revistas que, sin ayuda alguna de la publicidad,
hoy se publican en el mundo.
¿Por qué, en nuestra era
de viajes interplanetario, el hombre, a pesar de todo, se siente deslumbrado
por la magia? Louis Pauwels, en el libro “Le
matin des magíciens”, que escribió con la colaboración de Jacques Bergier,
nos lo explica diciendo que magia y ciencia no son hoy tan dispares como
parecen a primera vista. “La Física —escribe—, la biología y las matemáticas, en sus
posiciones avanzadas, se identifican hoy en día con ciertos postulados del
esoterismo, vuelven a encontrarse con ciertas visiones del cosmos y con
relaciones de la energía y de la materia propiamente ancestrales. Las ciencias,
en la actualidad, dialogan con los antiguos magos, alquimistas, taumaturgos.
Una revolución se opera bajo nuestros ojos, y ésta es la boda inesperada de la
razón, en la cúspide de sus conquistas, con la intuición espiritual”. En
efecto, el racionalismo parece haber pasado de moda y nuestras convicciones
científicas, que se forjaron en la escuela y que heredamos del positivismo del
siglo XIX, caen por los suelos. Si hojeamos un manual de física moderna veremos
que, contrariamente a lo que creíamos y habíamos creído todos, una proposición
puede ser a la vez verdadera y falsa y una misma entidad puede ser a la vez
continua y discontinua. Alguien, oyendo esto, puede morirse del susto.
Sin embargo, yo creo que
si el hombre siente interés por la magia, aunque sea con una sonrisa irónica en
los labios, es por una enorme sed de lo sobrenatural, por su pasión por lo
desconocido y lo maravilloso. La ciencia moderna es extraordinaria, esta es la
verdad, Pero la ciencia produjo, entre otras cosas, la bomba de Hiroshima,
devastó grandes ciudades de Europa y laceró los campos empapándolos de sangre.
Ha aportado, también, enormes beneficios, es cierto. Pero el hombre se vuelve
de espaldas a todo ello y, en su intimidad, sin pensarlo más prefiere
maravillarse con la estrella y el pájaro, con el ulular del viento, con el
hechizo de unos ojos misteriosos, con el eco de una voz perdida. Nadie se lo
podía explicar, y puede que esto sea, en el fondo, algo mágico. Como también es
posible que este curioso fenómeno sea conocido por algunos con el antiguo y
raro nombre de Poesía.
Juan PERUCHO
La Vanguardia Española 1963, diciembre 07, p. 11
La Vanguardia Española 1963, diciembre 07, p. 11
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