La aventura de Jung
Sorprendente
e inclasificable, así es el «Libro Rojo» de Jung. Una obra que había
permanecido inédita hasta ahora y cuyos secretos y misterios desvela Eugenio
Trías
1.
Es imprescindible que hable en nombre propio, en forma de memoria intelectual,
o como fragmento de mi biografía filosófica. No deseo que se me sitúe nunca en
la tesitura de elegir entre esos dos grandes fundadores del movimiento psicoanalítico
moderno, el judío vienés Sigmund Freud y el suizo Carl Gustav Jung.
Del
primero estoy siempre en deuda en razón del quinquenio intensivo en que viví
una de las mejores experiencias de mi vida, la prosecución de esa aventura en
forma de quéte que constituye la
terapia psicoanalítica cuando es llevada a cabo con la convicción del
tarkovskyano stalker (el acechador)
en la trayectoria que conduce al esclarecimiento de la fuente de nuestros
deseos (en la Zona), esos que se escriben en sueños y pesadillas, y cuya
evidente latencia sexual está atestiguada por tantas experiencias histéricas,
neuróticas o psicóticas.
Pero
desde finales de los años ochenta me embarqué en otra importante aventura: el
remonte, rio arriba, hasta las fuentes manantiales en que se abreva toda
experiencia de lo sagrado. Con el deseo de esclarecer mis propias raíces
religiosas, reconocidas como claves de mi propia tradición cultural, inicié un
proceso de autocognición que cristalizó en mi libro más ambicioso, La edad del espíritu, en donde, en la
forma de una historicidad sui géneris, ordené culturas y áreas religiosas en un
sistema de siete categorías en tomo al gran núcleo de todas ellas, detectado
por Rudolf Otto, en la línea de inspiración de Jung y el Circulo de Eranos, con
el concepto de lo sagrado, das Heilige.
Mi
deuda con el psicoanalista suizo es, desde entonces, extraordinaria. Fue a su
brillante inspiración y a todas las grandes figuras que crecieron alrededor
suyo a quienes debo muchos de los motivos inspiradores de esa indagación mía en
el terreno de la filosofía de la religión.
2.
La aventura de Jung es extraordinaria: su acercamiento al psicoanálisis
freudiano, la dolorosa ruptura posterior, la complejidad del pleito en juego
(energía psíquica, libido sexual; imaginación activa, eros creador).
Hoy
quizás estamos en disposición de consumar un evento cultural inevitable, que
tendría el carácter de una verdadera híerogamía.
Me refiero a la reconciliación, vital para nuestra cultura, entre la erótica
que invade sueños y vida cotidiana según Freud, bajo la supervisión trágica del
Principio de Muerte; y la arquetípica impregnada de dynamis psíquica, desplegada en símbolos, que tiene en la
imaginación activa y creadora, según Jung, su principal impulsor.
Jamás
sería capaz de elegir entre uno y otro polo de atracción gravitatoria: los
quiero a los dos: no puedo prescindir de ninguna de ambas tradiciones; ni de
Otto Rank, Ferenczi, Emest Jones, Melanie Klein, Jacques Lacan: pero tampoco de
los seguidores de Jung, que incidió en las ciencias de la
literatura (Albert Begun), el Islam espiritual, con lbn Arabi y su «imaginación
creadora» (Henry Corbin), el yoga, el chamanismo, la alquimia y sus tradiciones
en la herrería (Mircea Eliade).
3.
La aparición de esta importante publicación editada por Bernardo Nante en
Siruela nos permite al fin acceder al núcleo sagrado de Jung y del movimiento
que gestó. En este célebre Libro Rojo,
al fin editado con el permiso de sus herederos, puede descubrirse el sustrato
visionario de las epifanías oníricas que el propio Jung experimentó y pudo
transcribir en imágenes de evocación medieval, en una escritura de códice
antiguo que esta edición reproduce.
El
argumento es iniciático, onírico, imposible de racionalizar. Habla desde el fondo
de oscuridad en el que. cual perla extraviada, se esconde, como en el gran
poema gnóstico, la luz que puede orientar(nos) hacia el encuentro y
conocimiento del Sí mismo, o bien extraviar(nos) en esa quéte en los laberintos de la locura como le sucedió a Nietzsche.
Siempre
hay, pues, una noche del alma y del sentido, una suspensión vacilante, un
avanzar hacia la oscuridad, el célebre Oh
Dark. Dark, dark del descensus ad
inpheros de T. S. Eliot en Cuatro
cuartetos, tomando como escenografía poética el underground londinense.
San
Juan de la Cruz, el Maestro Eckhart. la gran mística oriental y occidental:
todo fue visitado por este renovador de la espiritualidad que quiso dar base
«científica)» a sus investigaciones, avaladas por la práctica psicoanalitica y
por sus propias experiencias visionarias, que esta publicación explora de
manera muy competente, bajo la firme batuta de Bernardo Nante, un gran
conocedor de la aventura jungiana.
El
gran mérito de Jung estriba en el sentido comprometido de su indagación. No se
limita a teorizar; propone una buena praxis que contrarreste el nihilismo imperfecto
diagnosticado por Nietzsche, hoy preponderante, y el cristianismo desangelado
de nuestra cultura, o el mediocre agnosticismo o ateísmo que padecemos.
No
se trata de creer en Dios; no fue eso lo que en verdad propuso Cristo, héroe
sacrificial arquetípico, en la línea de los héroes solares descuartizados de
manera ritual: Serapis, Osiris, Mitra, Acteón; o Enoch en la tradición profética
de Israel.
Ese
itinerario del héroe, que debe morir para poder resucitar, que es descuartizado
(como Orfeo) para ser restituido bajo el manto protector del Sol (Apolo),
invita a algo más fértil que creer en Dios. Lo que Cristo propone a sus
seguidores, recuerda Jung, no es creer en dios sino ser Dios: deificarse.
Jung
sugiere una reconciliación del Bien y del Mal. frente al inflexible dualismo
gnóstico, que a su modo, con gran fuerza ética y moral, renueva Freud: Eros en
combate a muerte con el Principio de Muerte. Ambos tienen razón. Debe asumirse
el lado oscuro de cada cual; solo así cabe individualizarse, ser persona,
premisa para llegar a ser Dios. Hay que reconciliarse con la propia sombra.
Pero el compromiso de combate contra el mal es irrenunciable.
La
condición mortal nos determina. Su asunción permite una vida reconciliada,
integrada. Tal fue el propósito de Jung: haber vivido la más extraordinaria de
las aventuras, la que corresponde a una divinización individualizada en cada
persona. Pues no se trata de creer sino de ser. Y no hay Ángel en el cielo
-recuerda Swedenborg en la gran novela de Honoré Balzac Serafita- que no haya sido hombre aquí en la Tierra.
4.
Esta edición se halla guiada con mano maestra por Bernardo Nante: nos introduce
en la evolución del pensamiento de Jung, hasta alcanzar en sus estudios de la
alquimia medieval el equilibrio entre las dos tradiciones en tensión que
tientan a su pensamiento: la herencia gnóstica de los primeros tiempos del
cristianismo y la tradición mercurial del Corpus
Hermeticum.
La
grandeza del paradigma alquímico consiste en su asunción de la materia. Es en
ese sustrato materno y matricial donde podemos descubrir, con el oro destilado,
la piedra filosofal. La alquimia se sustenta en la herrería, en una aceptación
de la vida que poseen las piedras y los metales. Se trata de que nazca el Niño
áureo y solar del mismo fondo oscuro matricial.
Una
concepción que se renueva en la filosofía romántica, especialmente en Schelling.
Fue mérito de Jung y de sus seguidores rescatar del marco confesional el
sustrato religioso sagrado, descubriendo en él una raíz de nuestra
espiritualidad que jamás puede perderse, y que es inmune a la secularización. O
mejor: que exige esta para su propia preservación.
Eugenio
Trías
ABC
Cultural. 7 de enero de 2012. pp 20-21.
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