viernes, 26 de octubre de 2018

Maria José Ragué entrevista a Franco Zefirelli (Triunfo, 16 de noviembre de 1974)


Zefirelli, de la Belleza a la Disciplina
EN la Appia Antica romana, en «la Casa Grande», entre estatuas de mármol y varios perros de raza, frente a una extensa pradera y una gran piscina, enmarcados por viejos árboles, sentados en mullidos sotos blancos y con un par de bellos efebos pululando a nuestro alrededor, Franco Zefirelli me pregunta si su película «Hermano Sol, hermana Luna» se ha estrenado ya en España…
De aspecto frío y maneras suaves, la belleza correcta y estática de Zefirelli y sus claros ojos acerados le dan ciertos aires de sensibilidad wagneriana... Cortés pero no efusivo, esteta sin apasionamientos, siempre correcto pero carente de extremas genialidades, su entusiasmo por la disciplina me hace identificarle con la raza aria de los años treinta...
En la publicidad sobre «Hermano Sol, hermana Luna», Zefirelli dice «no presentar a San Francisco de Asís como un santo, sino como un contestatario de buena familia que, como algunos jóvenes de hoy, trataba de cambiar constructivamente el mundo», pero, al parecer, su pretendido mensaje con esta película es el de demostrar a los jóvenes de hoy cuán necesaria es la disciplina. 
F. Z.—Con los cambios culturales de los últimos años la gente joven ha tenido la oportunidad de expresar su modo de sentir respecto a la sociedad que los rodea y de influir en el curso de la Historia, pero junto a importantes beneficios, esto ha acarreado pérdidas considerables. En este proceso de cambio, una generación casi entera de jóvenes han perdido el privilegio de aprender, porque al enfocar la vida con una actitud agresiva y revolucionaria han dejado de estudiar. El tiempo que transcurre entre los dieciséis y los veinticinco años debe ser aprovechado para estudiar, porque esta época de estudio condiciona el resto de la vida. Nos encontramos, pues, ante una generación que ha descubierto nuevos modos de vida, pero no se ha preparado de hecho para los próximos cincuenta años, y la culpa es nuestra, porque además de tratar de comprenderlos debíamos haberles ayudado imponiéndoles una disciplina. Nada es posible sin disciplina, y la última generación no la ha tenido.
J. R. —Yo no diría, sin embargo, que San Francisco de Asís es un ejemplo de disciplina...
F. Z. —Claro que sí, incluso se me ha censurado el que en Hermano Sol, hermana Luna haya retratado a un hombre de vida demasiado fácil. Era fácil porque él dio una respuesta fácil a sus problemas: «Dios existe y la vida terrena no importa». Pero tras esta respuesta hay mucha angustia y mucho sacrificio. San Francisco sacrificó todos los momentos de su vida, perdió el placer y la alegría de vivir para prepararse para la vida futura. Su vida no era fácil como la de los jóvenes de hoy, que simplemente se sientan al sol y disfrutan de la vida.
J. R. —¿No hay, pues, conexiones entre parte de la juventud de hoy y San Francisco de Asís?
F. Z. —Sí, pero mi intención en la película era mostrar cómo la vocación de pobreza y el abandono de las estructuras sociales implica mucho sacrificio y mucha disciplina; mostrar que no es tan fácil dejarse crecer el pelo, y que si los «hippies» se dejan crecer el pelo, viven en comunas y se dedican a la música, es porque están respaldados por una sociedad económicamente fuerte; pero cuando tengan más edad tendrán problemas y se darán cuenta de que debían haber tenido una mayor disciplina.
Zefirelli es un toscano con aficiones y sensibilidad inglesas, en cuyo «currículum» profesional —brillante, ciertamente— destaca su capacidad de polifacetismo en el mundo del espectáculo. 
J. R. —Si su aspecto corresponde a su inclinación por la disciplina, me pregunto si lo que ha hecho posible sus éxitos profesionales es también este sentido de la disciplina. ¿Por qué escogió su profesión?
F. Z. —No la escogí. Estaba metido en el mundo del espectáculo como escenógrafo teatral y se me presentó casualmente la posibilidad de actuar en una película con Anna Magnani. El actor que debía interpretar el papel se había peleado con la Magnani, era urgente sustituirle, y cuando la Magnani me vio dijo que yo daba el tipo, que probara; y me dieron el papel. Luego me interesé por la dirección, trabajé como ayudante de dirección, y luego me surgió la oportunidad para escenografiar y dirigir una ópera en la Scala. Luego he dirigido teatro, he hecho televisión... En mi vida profesional todo ha sucedido naturalmente, sin que yo tuviera que hacer ningún esfuerzo.
J. R.—Aunque todo haya sucedido naturalmente, la dirección y puesta en escena en la Scala de Milán de la ópera de Rossini, “Cenerembola”, señaló et éxito de la primera etapa de Zefirelli; su película "Romeo y Julieta", en mil novecientos sesenta y siete, fue el punto clave en su éxito cinematográfico. Su carrera se desarrolla entre Italia e Inglaterra, y se diría que su creación artística está igualmente influenciada por su región natal, la Toscana, que por la obra de Shakespeare.
F. Z. —La tradición inglesa es hoy aún muy importante en Florencia, y mi padre quiso que yo aprendiera inglés; luego, en la guerra, estuve viviendo durante un año con las tropas inglesas que liberaron nuestro país, y, finalmente, en mil novecientos cincuenta y nueve me llamaron desde el Covent Garden para que dirigiera «Lucia de Lammermoor», donde cantaba Joan Sutherland, que entonces era desconocida. Mis películas son siempre en inglés, y en realidad la obra de Shakespeare está muy ligada a la historia y la cultura del Renacimiento italiano. Yo he intentado siempre unir mi base cultural italiana al teatro y las técnicas teatrales inglesas, y me siento muy cómodo en ambas culturas. Ahora acabo de dirigir en Londres una obra de Eduardo di Filippo, interpretada por Laurence Olivier, que está teniendo un gran éxito. Creo que he tenido mucha suerte en mi vida profesional y que tengo que estar agradecido a Dios y a mi destino, pero las cosas no suceden por casualidad, hay que estar dispuesto y bien preparado para aprovechar las oportunidades que nos surgen. Si cuando —debido a un incidente casual— Visconti y la Magnani decidieron ofrecerme un papel importante en «L'onorevóle Angelina» (mil novecientos cuarenta y siete) yo me hubiera estado preparando para someterme con éxito a un «test» de interpretación, mi destino hubiera cambiado.
J. R. —¿Por qué no siguió su carrera como actor?
F. Z. —Porque no quería ser ni actor ni escenógrafo, quería dirigir.
J. R. —¿Cuáles son para usted los momentos decisivos en su carrera?
F. Z. —Mi encuentro con Visconti, mi debut en el Covent Garden, dirigiendo a Joan Sutherland, en el cincuenta y nueve; la dirección de Romeo y Julieta en el Old Vic, de Londres, en mil novecientos sesenta —mi primer contacto con Shakespeare, el momento en que los Burton quisieron que les dirigiera en La fierecilla domada y mi película Romeo y Julieta.
J. R. —¿Qué hace ahora?
F. Z. —Después de haber estrenado en casi todas partes mi última película, Hermano Sol, hermana Luna, estoy trabajando y, sobre todo, pensando mucho en el proyecto de realizar cinematográficamente El infierno, de Dante.
J. R. —Estética renacentista de nuevo...
F. Z. —Si. Es el aire que respiro desde que nací; en Florencia todo te envía mensajes de belleza y perfección y en todo el mundo se hallan las huellas de la cultura italiana, en el pueblo más recóndito de Luisiana hallarás una reproducción de Botticelli o Miguel Ángel, u oirás un aria de Verdi o Puccini. Esto me da una sensación de prestigio cultural y de aristocracia de la civilización.
J. R. —Pero, ¿hasta qué punto el aire como arte no debería crear nuevas realidades en lugar de reconstruir el pasado?
F. Z. —Creo que la obra de Shakespeare, aunque ambientada en una época, es universal en el tiempo y en el espacio y transmite un mensaje de belleza. Ahora bien, depende del propósito que uno tenga; si lo que se pretende es lanzar un argumento polémico o un mensaje político, en los que se denuncie los abusos de nuestra sociedad, la belleza es innecesaria. La mayoría de obras de arte de los últimos veinte años pretenden mostramos la fealdad que nos rodea, pero a mí personalmente me interesa más la belleza.
En mi última película de San Francisco de Asís he querido centrarme en la belleza de la Naturaleza. Creo que desde un punto de vista visual, es la película más bonita que he hecho, es tan bella que nos hace llorar y enamorarnos de la Creación. «La belleza del mundo que nos rodea es tal, que Dios, que lo creó, debe ser maravilloso», piensa Francisco de Asís y así se convierte en santo. Es la elevación por la belleza, que no está de acuerdo con esta moda de lo feo. Las «estar» de moda de los últimos años son también feas; fijémonos en Liza Tinelli, Barba Streisand, Dustin Hoffmann... y nos hablan de la fealdad de la vida. Ha habido en todo el arte de los últimos años un gusto morboso por la fealdad, pero creo que esta corriente estética está ya acabada.
J. R. — ¿No cree demasiado dogmático afirmar que Streisand es fea?
F. Z. —Creo que las cosas feas pueden ser maravillosas, y que a pesar de ser la mujer más fea del mundo proyecta una belleza interior que la hace tan bella como pudiera ser Greta Garbo, y que le permite poder prescindir de la belleza externa; pero es fea.
J. R. — ¿Su proyecto sobre El infierno, de Dante, no implica también fealdad?
F. Z. —Sí, y horror. Es un tema extremadamente moral. Dante era muy rígido y severo, y no tenía la menor indulgencia para los pecados de los hombres, para los cuales establece una serie detallada de castigos. No existe caridad humana en Dante; si exceptuamos algún tipo de amor o de pasión con los que se identifica, todas sus demás pasiones son estalinistas, como era la Iglesia de su tiempo. Tal vez por esto los rusos están muy interesados en este proyecto, por esta terrible disciplina en que todos los pecados son castigados. Es inimaginable el modo cómo en trescientos versos se describe el castigo a dos ladrones que se transforman en serpientes, o los versos que relatan la diversión de los diablos con los pecadores. La poesía es bella, pero está espantosamente llena de sadomasoquismo.
J. R. — ¿Cuál es, pues, la razón de esta película?
F. Z. —La situación del mundo actual, necesitado de escarmiento y disciplina. Hemos vivido treinta años con la satisfacción de haber salido de la guerra y tratamos por todos los medios de preservar la paz, pero este período se ha acabado. Hemos pasado años viviendo en una situación permanente de carnaval y de diversión, actuando como si todos fuésemos millonarios, suprimiendo las instituciones, la familia, la amistad, el sexo, destruyéndolo todo, creyéndonos poderosos para hacer cualquier cosa, y ahora nos damos cuenta de que no somos tan poderosos como creíamos. Tenemos que vivir de un modo más severo y más profundo, y en lugar de interesamos por cosas superficiales, como la riqueza, la elegancia, la belleza y la juventud, hallar raíces más profundas, volver a encontrar nuestra identidad en nuestra familia, en nuestra localidad; olvidamos de los aviones y las autopistas y quedarnos en casa leyendo, limpiando, acompañando a nuestro esposo o esposa y a nuestros hijos...
J. R. —Y de esta idea de la vida nació Hermano Sol, hermana Luna, y va a nacer El infierno, de Dante, porque tal vez un sentido aristocrático de la belleza se pueda fácilmente transformar en una moral disciplinaria...
Franco Zefirelli y uno de sus jóvenes amigos, al finalizar esta entrevista, un sábado de invierno por la tarde, me acompañaron hasta el centro de Roma en un bonito coche «sport». La Appia Antica era de una belleza gélida.

M. ª José Ragué Triunfo, 16 de noviembre de 1974, pp. 66-67.

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