martes, 30 de octubre de 2018

Arranque de la Nueva Ola/ "Movida" madrileña (II): "Madrid por el lado salvaje" de Oriol Llopis (Star, 1977, nº 28 y 30)


Madrid por el lado salvaje

Mis amigos dicen que no debería seguir predicando tan descaradamente las excelencias marchosas de  Madrid, ahora que estoy de vuelta en Barcelona... sabes, me consideran un poco como un “renegado”. Pero si tú sabes pasar de regionalismo y otras estupideces me disculparás. Por mi parte, procuro ser lo más imparcial posible. A mí me gusta el rollo que envuelve al Rock’n Roll, y si en Madrid se desarrolla mejor que otros sitios, pues para que quitarle méritos.
La cuestión es que durante un año he hurgado lo suficientemente profundo por la capital del reino, me he pasado lo suficiente y he hablado lo necesario como para poderte asegurar que las huestes de los “boy-scouts” o las oleadas de gurús prefabricados no han hecho estragos. El rollo que se llevan los castizos es, a grosso modo, menos mental, más físico, más “p’al cuerpo”. Más espontáneo, en suma. ¿Por qué? Esto es lo que hay que averiguar, esta y otras cuestiones son las que tienes —o intentan tener— su respuesta aquí, rememorando un pasado y un presente que se desarrolla en el marco ideal para las aventuras del siglo XX: la ciudad.
La personalidad, los rasgos, el carácter de una persona o una sociedad se crean y evolucionan por este extraño y voluble fenómeno que son las influencias. Y una ciudad, los cambios que se producen en ella, las innovaciones y las corrientes que paulatinamente va siguiendo no pueden mantenerse al margen de las mencionadas influencias. Detroit no sería como es si en su barriga no hubiesen instalado esas monstruosas factorías de automóviles que son la General Motors, Buick, Cadillac, etc.; la agresividad de esta ciudad tiene un porqué, su personalidad está influenciada por el hecho de que casi la totalidad de las personas cuya edad oscila entre los dieciséis y los veintidós años —comprobado— tienen que currar en las cadenas de montaje. ¿O.K.? Otro ejemplo podría ser Ámsterdam: puente de enlace entre la mercancía que proviene de Asia y el mercado Europeo, era de esperar que su ambiente se caracterice por una sensación de pasote gordo casi instituido... y así podríamos ir sacando a relucir muchos ejemplos. Vamos ahora a la ciudad de Madrid, y por lo tanto deberemos buscar las influencias que la han determinado.
Pero primero y antes que nada tengo que contarte los medios de que disponía para captar un poco el movimiento de la metrópolis, su historia y sus —tal vez— frustradas ambiciones. Yo no soy de allí, y la cronología de un madriles marchoso contada por un forastero puede hacer desconfiar a cualquiera (aunque, por otra parte, garantice la ausencia de chauvinismos); es muy posible, y desde luego, muy lógico, que no aceptes la crónica de unos acontecimientos que ocurrieron en el 65 si yo te he dicho que no estaba allí. De hecho, con mis propios ojos solo he vivido la temporada 76-77, y que de hecho ha sido precisamente lo que me ha impulsado a procurarme en exclusiva las confidencias de un hijo legítimo de la City, un castizo que ha vivido toda la historia por el lado salvaje, el marginado, el que plasma mejor como piensa y cómo evoluciona un chaval espabilado que intuye y se revuelve contra las presiones de la ciudad, la eternamente odiada y querida ciudad.
El tipo en cuestión, que prefiere mantener su nombre en el anonimato por razones obvias, y al que llamaremos —suena bien— el confidente enmascarado ha vivido la época de la violencia callejera suministraban gratuitamente las bandas de barrio, ha visto un evolución hacia épocas más idealistas pobladas de Kerouacs y Ginsbergs, ha sentido en su alma el resurgimiento del Rocanrol Way of Life y, finalmente, ha saboreado el dudoso placer de intuir que Junkie, el libro de W. Burroughs, empieza a ser la Biblia de algunos sectores oscuros.
La personalidad
Después de darle vueltas y más vueltas a la cosa, por mi parte he llegado a la conclusión de que los puntos básicos que han influido en la personalidad de Madrid, que la han ido delineando y coloreando son tres: el carácter de los castizos (desde luego, mucho más vacilón que el de un proletario barcelonés, por ejemplo), el asunto de la inmigración en masa de familias a la capital y, por último, el fenómeno que merece más atención por sus especiales características: la base americana establecida en Torrejón de Ardoz. Este último punto fue quizás el que influyó más decisivamente en el hecho de que Madrid tomara un cariz marcadamente rockero. Y esto es serio. Se pueden pasar épocas en que el adjetivo rockero sea más o menos aplicable, pero una ciudad, una persona rockera lo es para toda la vida. El rock no puede enrrollarte una temporada y dedicarte a la siguiente al ping-pong, se es rocker para toda la vida. Y en Madrid para esto, el barniz rockero —afortunadamente— permanece siempre, intocable por las corrientes metafísicas, intocable por el jazz-rock, intocable por la moda de los partidos políticos. (Aunque de hecho el rock sea también un partido político, el más importante).
Me he perdido un poco... estábamos hablando de las influencia recibidas por la ciudad. Por partes. En primer lugar, el temperamento que desde siempre ha caracterizado a los madrileños... los “pichis”, esos casi mitológicos y legendarios macarrillos castizos fueron los tatarabuelos de los colóquelas que pululan hoy por Madrid, y desde luego no podían haber tenido antecesores más ejemplares, más picaros y más aleccionadores en cuanto a la forma de enrrollarse. El vacile por espíritu deportivo, por “amor al arte” se viene practicando en la capital desde principios de siglo, nada menos. Y la sangre de los “pichis” corre hoy por las venas de los que montan tenderetes en el Rastro, arman broncas rocanroleras en los Colegios Mayores y organizan la Cascorro Factory. Y esto influye en el ritmo, la cadencia, el estilo con el que se hacen las cosas... 
Otro factor es el de la inmigración. Como centro de confluencia y meta de miles de familias provincianas, la ciudad se ha visto poblada por otra ciudad, como un mundo conteniendo en su interior otro mundo, el formado por extraños, andaluces (otro carácter que también se las trae), maños... además, el fenómeno de la inmigración afecta casi exclusivamente a la capital, con lo que la despoblación de la provincia es progresiva, y sucede exactamente lo mismo con los municipios de las provincias vecinas. La sucesión demográfica de la ciudad de Madrid está creando desde hace más de una década lo que se ha dado en llamar el desierto central, en contraposición al oasis madrileño.
La consecuencia de todo esto es que el estilo de vida que vamos a contar, el que nos interesa a ti y a mí, no ha sido diseñado y forjado exclusivamente por el madrileño nativo. La personalidad del ambiente no proviene de una sola dirección, no se ha desarrollado únicamente desde el interior, sino también desde el exterior.
Imagínate el caso de una familia que llega de Cáceres arrastrada por el padre, ansioso de empleo en la capital, y todas las connotaciones que ello implica: suegros, tías, la instalación en un bloque del extrarradio... y, sobre todo, los hijos: media docena de chavales gamberretes ávidos de las emociones fuertes que —no lo dudan— va a depararles la gran capital. Poco controlados, la escuela es poco visitada, cambiando pronto los libros por discos, las alpargatas por botines puntiagudos, la regla y el bolígrafo se transforman en algún peine de proporciones exageradas. Y estos chavales no se quedan al margen de la marcha ciudadana, sino que se sumergen en ella encantados, atraídos por el “rollo” del mismo modo que a sus padres les fascinarán los grandes almacenes o la anchura de las calles. Y así es como Madrid adquiere un colorido heterogéneo. compuesto de andaluces que fabrican pulseras en la calle, chicos que sus padres han enviado a estudiar a la capital, dibujantes de posters que esperan encontrar en la ciudad su gran oportunidad...
Este fenómeno me recuerda invariablemente, salvando las distancias, al que se produce en Nueva York. (Oigo gritos: "Rhhaaáááü! Sacrilegio! ¿Qué está diciendo este animal?"). Pero déjame continuar un poco, a ver si nos ponemos de acuerdo. Yo me estoy refiriendo al hecho de que N.Y., es una delirante macedonia de portorriqueños, negros, téjanos, chíchanos, californianos... cada uno aporta su granito de arena, algo de estilo “vacilón” característico de su tierra, y así es como se crea el sello de la ciudad, entre los extranjeros y los de casa. Del mismo modo, en Madrid sucede un fenómeno parecido: el gallego que conociste hace dos años en Ibiza está allí, el japonés que recogiste haciendo autostop en una carretera rural está allí, el valenciano loco del festival de Burgos también está allí... ellos contribuyen a elaborar la “marca” que define de algún modo la ciudad, y juegan un papel tan importante como los propios madrileños.
Y llegamos ya al tercer fenómeno que ha influido en el colorido de los madriles. La base americana. La instalación yanqui en Torrejón de Ardoz fue algo decisivo en la educación de la juventud de la capital... fue el puente ideal, el enlace perfecto entre la moda de América y la devoción con que aquí esperábamos todo lo que oliese a USA.
De Estados Unidos, vía Torrejón de Ardoz, llegaron los Blue Jeans, rebautizados como “téjanos”, acabaron con los pantalones de tela corriente, y llegaron las máquinas del millón, que destruyeron el imperio de los futbolines. llegaron los junke-box, más adelante los equipos de discoteca, las luces psicodélicas, los Bloody Mary... los yanquis, quizás sin saberlo, cerraban de un carpetazo una época para iniciar otra, más al día gracias a las “novedades” que traían de contrabando a la ciudad los fines de semana.
El ayer
Retrocediendo en el tiempo, los primeros datos marchosos empiezan a aparecer entre el 63 y el 65. En esta época no hay ni boîtes ni discotecas, mi filmotecas, ni nada. Prácticamente todo aquel que tiene entre quince y dieciocho años debe optar entre las actividades diocesanas de la parroquia de su barrio, apuntarse a las reuniones sabaderas de la Falange o la O.J.E. hacerse niño pijo declarado o.… ir a unas dudosas "salas de baile". Como es obvio que los buenos muchachitos que escogieron las primeras opciones que he mencionado no son, evidentemente, los que contribuyeron a la historia de un Madrid marchoso, vamos a olvidarnos cortésmente de ellos, dedicando toda la atención a los aficionados a los bailongos domingueros. Estos eran "La Paloma", "El Parral", "La Casa de Córdoba" y "Los Jóvenes". Unas salas de baile extremadamente perniciosas para la salud, tanto moral como física. Porque en estos antros, los que mandan son la banda del Rata, los Ojos Negros o Los Espigas. Viene del barrio de Vallecas, de Palomeras, las zonas más agresivas de Madrid... acudir a estos bailes con una mujer era un suicidio, desde luego. “Ten por seguro que te la levantaban”, me comenta el confidente enmascarado. Si uno de los Espigas se empeñaba en que tu amiguita bailase con él, ya podías despedirte de ella, porque no la volvías a ver en toda la tarde. Y no era cuestión de resistirse o cederla, o lo aceptabas por las buenas o te dejaban el cuerpo golfo.
Por esto no abundaba mucho la presencia femenina en estos antros, excepto en el "AZAR", que terminó llamándose "La Flor de Azahar", debido a que allí era el único sitio donde se atrevían a entrar las feúchas, los cardos del barrio, con la inútil esperanza de pescar entre los golfos algún novio con el que refugiarse en las últimas filas del cine vecino.
En estos locales se respira una tensión indescriptible. Uno tiene la sensación de que está sentado encima de una bomba de tiempo, sabes seguro que va a estallar, aunque no tienen ni idea de cuándo. Cualquier excusa —un empujón involuntario, un vaso que gotea sobre la impecable camisa floreada es válida para empezar el follón. Entonces es la desbandada general, ningún escondrijo te garantiza segundad... y menos con la certeza de que hoy ha venido la banda del Mescua, los del Bar Sol y Aire, y la técnica que emplean no te deja títere con cabeza: por la espalda, y botellazo en el coco...
¿Por qué este rollo de bronca agresiva? Amigo, la gente en aquella época no sabía nada del chocolate, sino que se castigaban el cuerpo con anfetaminas, con fármacos baratos —Totinales, Dormidinas— que se consiguen mediante historias raras contadas a los dependientes de las Farmacias. Y este ritual implicaba toda una historia: la selección de la farmacia, esperan que no hubiese ningún cliente en el interior, que el farmacéutico sea un bonachón despistado... sólo entraba uno en el establecimiento, desde luego. Los demás esperaban en la esquina. A veces sale bien, a veces hay que empezar de nuevo: “Me lo iba a dar pero ha salido el de las gafas y ha dicho que sin receta no, el muy c.…” Ahora te toca entrar a ti, no yo ya entré ayer, la imparable discusión hasta que al fin uno se decidía, y de nuevo la historia: “Para mi abuela, no hay forma de que duerma por las noches...”. Te podías pasar la tarde del sábado así. 
La cuestión es que las anfetas, digeridas con un par de cervezas, eran las estrellas principales de la fiesta. Por esto el aspecto de la sala era, en conjunto, el de una película a cámara rápida, los nervios a flor de piel, codazos, empujones, te pasa algo tío, a mi no, y a ti, vete con cuidado, macho, a ver si… Y a las nueve la escapada en masa por parte de los “civilizados”: la orden paterna era a las diez en casa, sino se acabó el salir... Pero los “malos” se quedaban, ellos no tenían que asistir a la cena dominical, y esto era un privilegio envidiable. De hecho, la valía de los padres se medía por la hora que te fijaban como tope para regresar a casa. Tus padres eran en caso de no ponerte límites de horario el modelo ideal que tus amigos mostraban a los suyos como ejemplo a seguir...
Además, empieza a ser imprescindible trasnochar si se quiere vivir el ambiente que hay en estos sitios nuevos que están abriendo. Estamos en 1965, tío, y Nika's y Caravell son las primeras salas en las que se aprecia una buena voluntad por ambiental el local, darle una personalidad propia. Son ya algo más que cuatro paredes y un tocadiscos destartalado, aquí hay ambiente!
***
Es entonces en el 65 cuando empiezan a aparecer los conjuntos “yeyés”... algo más que la simple orquestina de acompañamiento para bailar, porque los integrantes de esos conjuntos musicales eran jóvenes, como sus auditores, y se vestían como ellos... eran como ellos. Y en una revista que se llamaba “Mundo joven" aparecían fotos de ellos, contando lo que les gustaba y lo que no, en unas entrevistas deliciosamente idiotas. En Madrid se empezaban a forjar los primeros ídolos nacionales de la música “yeyé”, con sus respectivos seguidores, con sus fans minifalderas que les pedían autógrafos y-cómo no-sus correspondientes clubs de admiradores. Por aquella época los Gatos Negros exhibían sus hermosas y oxigenadas greñas rubias (Todos eran rubios, recuerdas?), y el rockero Michael Rivers, futuro Mike Ríos, futuro Miguel Ríos balanceaba sus caderas y el idioma en que cantaba sus rocks, pasando del inglés al español sin ningún tipo de prejuicios. Otros famosos eran Los Continentales, Los Estudiantes (Fernando Arbex incluido) y, sobre todo, Los Botines, que se llevaban la palma y los favores de las jovencitas, aprovechando la ventaja que les proporcionaba el tener un hermoso cantante de ojos románticos y melancólicos...Camilo Sesto. Porque por si no lo sabías, el bueno de Camilo también pasó por su correspondiente época de cantante-rockero-en grupo-revelación.
Actualmente Nika’s, enclavado en Avenida de las Américas esquina Cartagena, es un bar de barra americana.
Pero la gente piratilla, que le había cogido el gusto a este tipo de locales, pronto se trasladó a otros sitios que estaban abriendo sus puertas, nuevos locales que ofrecían emociones más fuertes. Se habla de los Rolling Stones, esos tipos que llevan el pelo más largo y más sucio que los Beatles, se habla en Londres, donde la gente se fuma los canutos tranquilamente en la calle, y es obligado darse un garbeo por las tardes por Picadilly, en la calle Corazón de María, donde entras y casi no ves un palmo a tu alrededor, porque aquello está cantidad de oscuro, y hay luces rojas, y aquello parece un infierno, y ponen la música a todo trapo y huele tela de mosqueante y... en Picadilly empezó a aparecer un nuevo personaje de la película el “dealer", el vendedor de rollo, que se hacía un recorrido determinado, pasando por la cervecería de la Pza. Santa Ana. Si no lo atrapabas a las seis de la tarde, allá debías esperarlo por la noche en Picadilly. A veces venía, a veces no...
De todas formas, la campanada la dieron un par de años más tarde La Linterna, hoy convertido en un mesón, y Stone‘s. La Linterna, junto al metro de Callao, fue el símbolo de uno de los momentos más significativos del Madrid salvaje, porque instauró el primer “recorrido”, el primer barrio propio de los freaks. Eran unas manzanas en que había todo lo necesario: los locales con música y cerveza donde mojar tu boca pastosa, los oscuros y acogedores callejones donde, con la emoción que provocaba la novedad del ritual, se hacían los primeros contactos con el negro de la Base que “tenía”, y además el folklore, el sentirse uno más entre otros como tú, el poder pensar joder, tío, esto parece el Dome de Ámsterdam, vaya vacilón se trae la gente... y ya los primeros atisbos de una cultura marginal en toda regla, una cultura que iba perfeccionándose lentamente, enriqueciéndose, tomando consciencia de sí misma. Maduraba. Porque la gente empezaba a sentir inquietudes, aunque no nos perjudicaba directamente la guerra del Vietnam era indecente, se descubría una nueva literatura, la de Kerouac... la gente se empollaba “En el camino" y el “Do it" de Jerry Rubín circula de mano en mano.
La cuestión es que La Linterna era la pasada más grande de Madrid. Tenía este delicioso anticonformismo, inocente informalismo que caracterizaba todo lo que planeábamos en aquella época., a algún loco se le había ocurrido llenar el local con ventiladores giratorios, supliendo las aspas por bombillas de colores. Y las tuberías de agua, los cables de electricidad y todo tipo de tubo conductor había sido dejado al descubierto, y pintado de colores chillones. Era el estallido del Pop, la primera moda pensada por y para la gente “informal”, esta moda que tan sutilmente panfletaria “Qui êtes-vous, Polly Magoo?”. Pero estábamos hablando de La Linterna. La gente lleva allí sus propios discos, especialmente alguna joya comprada de segunda mano a algún mecánico americano, de la Base inevitablemente, que se está deshaciendo de su discoteca... Y los discos adquiridos de esto modo son cosas inimaginables, estábamos acostumbrados a unas portadas convencionales, y de repente las portadas psicodélicas nos aturdían. Luego nos enteramos de que existía una cosa, llamada ácido, diferente a todo lo demás... este acontecimiento fue uno de los que marcó más a esta sociedad, este pequeño refugio que nos habíamos creado. En Madrid se tripa cantidad a finales de los sesenta. Y si la música de los Doors, te reducía de tamaño, o el delirio de Cream estrechaba las paredes de tu habitación, siempre te quedaba el recurso de perderte por los jardines de la Moncloa, tan oportunamente próximos, tan acogedores...
Porque la naturaleza, el contacto con el campo es algo que se descubre con la filosofía hippie, tan influenciada por el orientalismo. Se planean escapadas a Ibiza, esta lejana Ibiza de la que tanto hablan los que han estado allí, utópica, ideal. Pero por sus características de ciudad instalada en la meseta, para la gente de Madrid era mucho más difícil acercarse al rollo mediterráneo y balsámico que prometían las Islas Baleares. Para ellos fue algo aún mucho más mítico que para los freaks de la costa, pues para los madrileños era casi inalcanzable. Además, contrariamente a los pasados de Barcelona, ellos no tenían la posibilidad de huir hacia pueblecitos de la costa redimidos del mal trip, de la ciudad, no tenían un Cadaqués, ni Calella, ni, sobre todo, una Floresta soleada donde continuar la historia iniciada en invierno. Poco dinero significa poca autonomía, poca autonomía significa no poder llegar muy lejos... y los pueblos cercanos a la capital de España no son precisamente el sueño de todo freak naturalista que desee un rollo sano. Si realmente uno quería huir de la ciudad, la escapada suponía un mínimo de 300 kilómetros, toda una odisea de autostop y noches en la cuneta.
Por esta misma época se montan las primeras organizaciones. destinadas a contactar y traer los grupos extranjeros que hacen “música progresiva”. “M.M.”, ahora llamado tal vez con un exceso de pomposidad “New Concert Hall M.M.” consigue montar los primeros conciertos internacionales y subterráneos de la capital. Van actuando sucesivamente los primitivos y gloriosos Soft Machine, Kevin Ayers, Blodwyn Pig, Chicken Shack... grupos que de momento son de segunda fila, pero que prometen.
Éramos los primeros, joder, los pioneros, grita el confidente enmascarado mientras su vaso de cerveza se tambalea peligrosamente. Éramos los pioneros. Nos sentíamos un poco colonizadores, los colonos del rollo en la ciudad, en el país. Muchos ya habían soltado a sus padres el discurso explicando porque creían que era mejor abandonar los estudios, inscribirse tal vez en una academia de Bellas Artes... y algo en nuestro interior nos hacía sentir un poco héroes, un poco mártires. Las tiendas de discos, las librerías, eran de una pobreza absoluta, siempre faltaba lo que nosotros considerábamos primordial. Estábamos mamando desesperadamente dos estímulos que provenían del exterior, de la vieja y mitificada Europa, de la soleada y hippiosa América. Lo que nos interesaba era difícil de conseguir, pero de todas formas sentirnos “incomprendidos”, en el fondo, nos encantaba...
Aunque a finales de los sesenta siguen existiendo las bandas de buscabroncas, estos ya tienen sus propios locales de reunión. Porque al contrario que en un principio, ahora ya hay sitios para todos los gustos. Y los que se consideran marginados por una sociedad que, a su vez proclamaba a gritos la marginación de la que era objeto, éstos se agrupan en Stone‘s donde se revive la violencia y la agresividad de otros tiempos. Porque allí acuden portorriqueños por un lado y americanos de la Base por el otro. El cóctel, como te podrás imaginar, resulta explosivo. Y además de explosivo, es la paranoia. La policía empieza a querer controlar las historias... hay primeras detenciones por consumo, peligrosidad social, atentado a la salud pública... Por no mencionar otras bandas, de características muy especiales—aunque fácilmente reconocibles— que por esta época se dedican a entrar en los bares de piojosos, y haciéndose pasar por policías de paisano, se lían a provocar, pedir documentación y repartir leña a diestro y siniestro. Fue la primera gran época de paranoia ciudadana. Se empezó a ver claro que no se podía ir de inocente por el mundo...
La muerte de Jimi Hendrix y Janis Joplin, en 1970, marcaba la desaparición de dos grandes músicos, junto con algunas esperanzas. El desengaño era el sentimiento principal con que se inauguraban los setenta. La generación de Wright y Woodstock se marchitaba.
Hoy
A las utopías y los movimientos que van contra una corriente o una dirección convencional siempre les dan palos. Y a las personas de iguales características, no digamos. En San Francisco, si mal no recuerdo, se hizo-hace ya muchos años —cómo pasa el tiempo— un entierro simbólico del movimiento "hip", con ataúd y todo. En Madrid, y de hecho en todas las ciudades donde existiese un movimiento contracultural se hizo otro tanto, aunque con menos aparatosidad, pues cualquier manifestación artística, cualquier tipo de reunión se interpretaba inmediatamente como algo de matiz subversivo y disuelta a mamporros. Así, el idealismo filosófico fue borrándose lentamente de nuestra historia, fue languideciéndose en silencio sin poder hacer nada, el ejemplo que nos había dado el frustrado Mayo del 68 parisino era desalentador.
Mucha gente que conocíamos empezaba a “echar raíces”, y todo fue perdiendo su carisma “batallador”, ese espíritu de lucha sorda que al principio definía tan bien nuestro rollo.
No creas que con esta parrafada he pretendido crear la introducción para anunciar la muerte del madriles marchoso, ni mucho menos. Al contrario. Se planearon —y se intentan mantener— proyectos realmente interesantes, aunque el problema de la pasta siempre termina echando por tierra muchas ilusiones. El más ambicioso y prometedor ha sido el de acondicionar el Ateneo Politécnico para conciertos, exposiciones, actuaciones de grupos de teatro independientes... y, además, han tenido el detalle de brindar a los grupos de música un local donde ensayar. Naturalmente, los intereses de su aparición, y parece que el Ateneo va a ser el metro de Prosperidad, el Politécnico podía haber sido —de hecho aún puede serlo— una castiza Factory warholiana, pero...
De todas formas, dejémonos de historias tristes, tío, estaría bien terminar esta biografía (bastante confusa, no lo niego) del Madrid marchoso con la evocación de dos zonas donde aún hay acción a punta pala. Una, naturalmente, es el Rastro, especialmente los domingos por la mañana. La crema y nata de la “punkitud” madrileña se da cita allí, amén de algún que otro Jesús freak despistado. La producción de Comix marginales es delirante, Carajillo Vacilón, Mmm, Bazofia, y, sobre todo, las paridas que organiza la Cascorro Factory, que hay que reconocerlo, a pesar de estarse arruinando intenta mover a la gente. Si lo consigue o no es cosa tuya. Y sobre todo, el Rastro es revitalizador, porque te hecha en toda la cara que el rrrollo no está muerto, sigue vivito y coleando, planeando historias raras tales como "El Pollo Urbano” (cuya presentación en sociedad fue el delirio), armando broncas rocanroleras en el Colegio Maravillas, montando teatro callejero... El Rastro es, desde luego, el pulso de Madrid.
La otra zona de acción es más física, menos creativa que el Rastro. Pero muy vacilona. En un vagón de metro encontré un grafiti que aludía a la zona en cuestión de una forma definitiva. De hecho, la mencionada inscripción refería un problema salarial, pero lo que más me chocó fue el doble sentido que tenía la frase, pues al mismo tiempo. que el lío político, retrataba humorísticamente la marcha de pasote gordo que hay por allí. El grafiti chillaba:

"¿Quieres suicidarte? no uses una pistola:
Vete a Urrera y la muerte viene sola".
Porque Urrera es mortal, tío. Es el último recorrido del pasadete que queda en Madrid. Recuerdo que en Barcelona ha habido dos o tres recorridos que han pasado a los anales de la historia. Uno era el de la Pza. Real, otro fue el de la Plaza del Rey, y uno de los últimos fue el que, pasando de la Enagua a Araña, finalizaba con un canutillo en el Turo-Park. Otros tiempos...
Pero estábamos hablando de Urrera, de los bajos de Urrera. Allí hay una veintena de pubs con la música a un volumen muy aceptable, aunque desde luego no es un barrio recomendable para los amantes del jazz-rock ni para seguidores de gurús y derivados, pues es difícil doblar una esquina sin encontrarte con cuatro siluetas y una brasa que circula en sentido giratorio. En Urrera los sábados aún es la fiesta. El niño pijo de Serrano, el vacilón que está haciendo la mili en Madrid, el artista, el traficante, todo el mundo que compone la fauna de la City se reúne por allí.
Esto es, a grandes rasgos, la historia de Madrid por el lado salvaje. Las comparaciones son odiosas, pero si recurrimos a ellas nos daremos cuenta de que Madrid tiene una marcha mucho más fuerte, más pesada que otras ciudades. Su condición de callejón sin salida, de opresión sin solución posible, es quizás el factor condicionante que la han obligado a adoptar esta postura de agresividad en su comportamiento. Para unos esto será precisamente lo ideal, otros lo rehuirán mosqueados. No se puede recomendar una cosa a todo el mundo, porque no va a satisfacer a todo el mundo... Yo me he limitado a darte una serie de datos. Tú, con ellos puedes hacer lo que quieras. De nada.
Dedicado al “Malaguita”, compinche de tantas noches locas en Argüelles.
Oriol Llopis, Star, números 28 (pp. 4-6) y 30 (pp. 31-33). 1977.

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