lunes, 22 de octubre de 2018

Basilio Baltasar entrevista a Cristóbal Serra (El País Libros, 17 de febrero de 1985)



Cristóbal Serra: “No tengo en cuenta al lector

A sus 63 años, Cristóbal Serra tiene escritas cuatro obritas: Péndulo, Viaje a Cotiledónia, Diario de signos y, la última y recién publicada, La noche oscura de Jonás (1984). Entregado a la lenta meditación que le exige su literatura breve, Cristóbal Serra, profesor de idiomas, se ha consagrado, como él mismo afirma, al difícil oficio de la traducción, trabajo que dibuja un personaje voluntariamente entregado al aislamiento de sus visiones: “La existencia del diablo es evidente, y me resulta muy difícil dejar de creer en ella”. Octavio Paz lo ha definido como “un ermitaño separado del mundo por la melancolía, la timidez y el humor”.

Pregunta. Hay literaturas en las que el lector no es necesario. Sistemas de textos construidos a distancia de cualquier diálogo. Libros hechos por uno solo. ¿Son así sus libros?

Respuesta. Mis libros son puramente interiores. Es cierto que no he tenido en cuenta al posible lector. Todos nacieron de otras consideraciones. Otras cosas me motivaron. Lo cierto es que, fatalmente, debía escribirlos así.

P. En el Viaje a la luna Cyrano de Bergerac habla de un demonio dedicado a dictar obras necesarias y poemas reveladores. ¿Hasta qué punto un escritor puede reclamarse como único autor de sus libros?

R. Parece ser que nacemos bajo determinados designios literarios, y hay un influjo que nos lleva a escribir esto y no lo otro. Efectivamente, el autor absoluto no existe.

P. En 1930 Hermann Hesse se preguntaba por la existencia de unos supuestos libros diabólicos.

R. Bueno, Papini proporciona una relación bastante precisa. En muchos libros es fácil encontrar las huellas del diablo. En las plumas de Alfred Jarry y el conde de Lautremont aletea el diablo. Nietzsche, sin embargo, sólo es semidemoníaco. Y Blake, a pesar de la presencia alquímica, está bajo la garra del diablo.

P. Quizá habría que distinguir la historia de la literatura según dos grandes géneros: la literatura de predicación y la de ocultación.

R. Sin duda, y como ambos términos se oponen, también se complementan. La prédica entraña un sentido moral, una obviedad. La literatura de ocultación se hace necesaria como poética oscura capaz de soslayar la moralidad.

P. Sorprendentemente, es usted paradójicamente claro.

R. ¿Claro o incisivo?

P. Bondadoso y tierno.

R. La ternura no es una porquería, escribí en Péndulo. La moral se opone a la ternura; la moral es pétrea, es la piedra, la tabla, la ley. La ternura de mis libros es la que tiene Jonás.

P. Mientras dura el arrepentimiento dura la culpa, dice Borges. Parece que el escritor de las literaturas de ocultación sufre remordimiento por escribir sobre algo que está obligado a ocultar.

R. A mí los dichos de Borges me producen una especial convulsión, debido a que casi todos ellos son hijos de la razón. De todos modos, el escritor está obligado a expresarse, y la necesidad de la palabra doméstica lesiona la palabra sagrada. Pero ésta es siempre hierática y dificulta la literatura. El escritor está obligado a este conflicto.

P. Hay en la Biblia un escrito, breve también, del profeta Isaías, primer ejemplo quizá de esa tradición literaria; “Guarda, ¿qué de la noche? El guarda respondió: ‘La mañana viene, y después la noche; preguntad si queréis, preguntad; volved, venid”.

R. Es un texto magnífico. Creo que resume todo el misterio de la profecía y es la mejor introducción a la Biblia. Además, permite entender qué es el Apocalipsis y su fatal cielo eterno: de oscuridades y de luces.

P. Sin embargo, Paracelso considera la posibilidad de romper esta alternancia de hierro. Dice: “Bendito el que nace durante el sueño, él no conocerá el mal”.

R. Pero Paracelso no creía en el diablo. Y a mí me resulta francamente difícil no hacerlo. Desde luego, el estado hipnótico de la poesía libra de los males, pero esto no quiere decir que el mal no exista y sea polimorfo en el mundo.

P. En su Diario de signos afirma que nunca ha logrado escribir una novela.

R- En mi interior siempre hubo una lucha entre lo breve y lo largo. Naturalmente, lo que nace es lo breve, y no ha nacido hasta ahora lo extenso. Por la novela tengo yo la misma prevención que tuvieron los superrealistas.

P. Milton, en El paraíso perdido, menciona cierto “doble pensamiento de la felicidad perdida”. ¿Ha observado usted estos otros modos?

R. Si hay un pensar noble es el pensar analfabeto. Quizá Milton hable de eso. El hombre que ha perdido la visión edénica necesita filosofar. Tras la Expulsión —o, mejor, tras la Caída— se inaugura el pensar racional, pero el hombre añora aquel otro pensar del Adán original.

No escribir lo gratuito

P. Dice usted que escribe tan sólo lo que su interior tiene muy medido y muy pesado.

R. Porque me preocupa mucho no incorporar a mis escritos lo gratuito. Escribo, al cabo de los años, el resultado de mis experiencias. Este tránsito debe ser preciso.

P. Habla de Lao-Tse como un pícaro y de Jesús como un hombre irónico. Parece que usted y sus libros han conservado escrupulosamente esta actitud.

R. Nada hay más físico y más espiritual que aquel dicho de Jesús: sed astutos como serpientes e inofensivos como palomas. Lao-Tse, en general, es más cazurro, pero nunca alcanzó esta soma. Y la sorna de Jesús aparece constantemente en muchos momentos del Evangelio, y en muchos dichos que nos parecen increíblemente oscuros: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

P. William Blake se pregunta a través de Ezequiel en el Matrimonio del cielo y del infierno: “¿Basta la firme persuasión para que una cosa exista?”. ¿Cuáles son las persuasiones de su mundo literario?

R. Lo imaginario es omnipotente y sostiene lo que consideramos real. Para mí la imaginación es el todo. Y, efectivamente, basta imaginar una cosa para que ésta exista. Esta es mi firme convicción.

P. Yeats recomendaba imitar a Swift, el clérigo que usted presentaba como un hombre de “impaciencia ilimitada por descubrir patrañas”. Al escribir Viaje a Cotiledonia pareció seguir aquel consejo, y quizá el ejemplo de Moro.

R. Los viajes quiméricos descritos por la literatura —la Odisea, el Quijote, Las mil y una noches, Gulliver...— son laboriosos y minuciosos informes de los hombres. Describen muchas de sus lacras. Algunos de ellos, curiosamente, engrasan la literatura infantil. Viaje a Cotiledonia es una fantasía satírica e irónica que me permitió dos cosas: viajar y escribir prosa poética.

P. ¿Está un escritor obligado a la claridad?

R. La claridad es algo que está muy bien que persiga la filosofía, pero no es bueno que la literatura padezca esta obsesión. Desde luego, el público en general la exige y la agradece. Pero en algunos, la oscuridad poética es una necesidad.

Basilio Baltasar, El País Libros, 17 febrero de 1985, p. 1.

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