viernes, 19 de octubre de 2018

Juan Planas Bennásar entrevista a Cristóbal Serra (El Día de Mallorca, 10 de diciembre de 1983)


Los espacios interiores de Tofòl Serra
No será ésta una entrevista al uso: la singular complejidad de Cristóbal Serra, nacido en Palma en 1.922, no es reductible a los típicos esquemas entrevistador/ entrevistado, y por ello será su propia voz la que irá desgranando los temas en apariencia más dispares, muy acordes sin embargo con su personalidad. Sus obras, que en otra parte detallamos, confirman similitud esencial entre sus actitudes literarias y su personalidad -íntima, configurando merced a su imaginación artística y a su heterogeneidad, un universo poético de indudable consistencia.
Literatura y aliteratura
En «Péndulo» podemos leer: «Los verdaderamente grandes son los aliteratos, en quienes la literatura ha sido domada y vencida». ¿Qué diferencia exactamente ambos conceptos?
—La aliteratura es él sabotaje turbulento de la literatura. Creo que hay una literatura que podríamos llamar letrado-literatura, literatura de mandarines, por así decirlo, que exige sobre todo un oficio intenso. Pero tiene un escollo; el viejo escollo de la retórica, el peligro de convertirse en algo puramente; ornamental, puro exorno retórico, casi siempre tocado por la nefasta grandilocuencia. Decía Verlaine, con acierto, que hay que retorcerle el pescuezo a la literatura, lograr un lenguaje vivo como lo consiguieron La Fontaine, Kafka, Michaux, Joyce, Pound...
En toda época coexisten la literatura y la aliteratura, y en nuestros días la vanguardia tiende hacia la aliteratura hasta convertirse incluso en escena literaria.
¿Nos encauzamos acaso hacia un lenguaje del silencio?
—No exactamente, sino a la escritura aforística, incisiva, que aproxima la prosa a la poesía. La literatura tiende a la concesión verbal. El afán de brevedad es connatural con la modernidad, que se caracteriza por el hecho de que no están tan bien delimitadas como antes las fronteras entre prosa y poesía. La poesía al liberarse de unos cánones fijos, inmutables, se ha reencontrado con la libertad de la prosa. La poesía es libertad, aventura, y sobre todo, imaginación: así, son siempre los poetas los que se. encargan de depurar el idioma, y a ellos debemos los grandes viajes imaginarios como La Odisea, la Divina Comedia, El Quijote, además de otros que se tienen por imaginarios como los de Swift, Rabelais, Michaux, etc.…
¿Qué relación tiene «Viaje a Cotiledonia» con el recientemente traducido al castellano «En otros lugares», de Henri Michaux?
—Concomitancias siempre ha de haberlas, desde el momento en que ambos viajes son quiméricos, sin embargo cuando escribí mi «Viaje» estaba más influido por la literatura anglosajona. Mi viaje es netamente mediterráneo, poseo sangre de marinos y ello, o algo de ello, queda reflejado siempre en todo lo que escribo. Las quimeras de Michaux son auténticas pesadillas. Con todo, creo que un cierto trauma interior es preciso para enriquecer la obra escrita, y otorgar la nota cálida que consigue lleva todo gran poema.
Eliot, por ejemplo, es un gran innovador, de estilo personalísimo desde el punto de vista poético, carece además de todos los defectos que ensombrecen a la literatura surrealista, pero es en exceso frío y quintaesenciado, adolece de demasiada tersura neoclásica.
El panorama literario español
¿Cuenta la literatura española con muchos aliteratos?
—Creo que no ofrece un repertorio, muy grande de manifestaciones que pudieran llamarse aliterarias. Para mí el más aliterato fue Quevedo, y el gran aliterato moderno ha sido Ramón Gómez de la Serna. Es una manifestación, genial en nuestra literatura la greguería, que es todo lo contrario a máxima: jamás fue la greguería gruñona como la máxima, ejercicio propio de gente cascarrabias y cizañeras. Ramón -como escribí recientemente en «Quimera»- al anatemizar la máxima oponiéndole la greguería no hizo sino denunciar, un secreto a voces: que los refraneros y los libros de máximas están de lado de los viejos rencores.
La literatura española, que ha tenido momentos excelsos, peca, para mí, de realista y conceptual, y, seamos francos, no resulta ninguna golosina la lectura de muchos libros de nuestra literatura «prócer». Yo leo de todo, ésta es la verdad, pero no exclusivamente aquellos libros que la propaganda aconseja, y te diré que veo como sobrevalorados algunos nombres, mientras otros yacen en el olvido, éste es el caso de Juan Larrea.
¿A qué se deben tales olvidos?
—En este mundo de falsos valores al que. entre paréntesis, hemos contribuido todos, encontramos silencios sobre ciertos hombres que para mí son realmente grandes. De los más recientes he sido admirador de Larrea y Bergamín, aunque sean dos espíritus opuestos, debido a que uno y el otro llevaron al máximo posible la tensión de sus peculiares, valiosísimos espíritus. Creo que en España hay demasiados escritores literatos y pocos, digamos «profetas de la lengua», como León Felipe o Vicente Huidobro.
¿Profetas de la lengua, dices?
—En efecto, ya que los antiguos profetas efe Israel, que se caracterizaron por una especial fogosidad en su poesía, lo fueron por ejemplo Job, que se encaraba con «El Señor de los Torbellinos», o Jonás que es el más antiguo antileviatánico, antitotalitario, de los viejos tiempos, o Huidobro que profetizó el fin del Imperio Británico y que, como era un tanto raro, se adhirió a la fe mahometana, lo que indica que sentía los ramalazos proféticos. Yo soy, también, un admirador del misticismo tardío de Juan Ramón Jiménez y de toda su obra en prosa. Creo que Huidobro y Vallejo constituyen la vanguardia de la Hispanidad, concepto que se encargó de definir Rubén Darío a través de su poesía.
Actualidad del Apocalipsis 
—Hemos entrado en un apocalipsis cultural, y hemos entrado porque creo que vivimos en la bancarrota de la razón. Hay una frase de Goya «El sueño de la razón produce monstruos», que ha sido mal interpretadas, porque se ha pensado que siendo Goya históricamente ilustrado, su frase defendía las ideas ilustradas, pero, paradójicamente, Goya al decir eso daba en el clavo, ya que hoy conocemos todos los delirios y monstruosidades de la razón.
¿Es extrapolable El Apocalipsis de San Juan en los tiempos actuales?
—Te diré, primero que el Apocalipsis no se ha de leer como un calendario de fechas precisas, que señala cuándo ha de ocurrir esto o aquello. El Apocalipsis se caracteriza por su indecisa oscuridad paracrónica (más allá del tiempo), y para hablar en lenguaje asequible, creo que el Apocalipsis es el momento de la izquierda de Dios según la Cábala, en la que Dios zurra, con la zurda... entonces lo que indica el Apocalipsis es que el mundo está saturado de nociones utilitarias que vienen ya desde lejanos tiempos, desde Tiro (El Líbano), los fenicios, etc..., y por lo tanto no debemos convertirlo en una lápida mortuoria sino en un fermento.
El problema radica en cómo curarnos, pues la llaga es inmensa. Estos días estuve leyendo «La parte del Diablo», de Denis de Rougemont, libro que se escribió durante la II Guerra Mundial, y que me parece profético porque el diablo anda muy suelto en esta civilización de parlanchines irresponsables y nocivos. Y, al hilo de lo anterior, y volviendo a León Felipe, te dire que me extraña que a ti no te guste su estilo literario bronco que da certeros «aldabonazos» a las puertas de Babilonia la Grande.
¿Pero no es cierto que León Felipe, o en cualquier caso buena parte de su obra, al inscribirse en el marco de la mal llamada poesía social, perdió intensidad poética, potencialidad, en suma?
—Siento disentir, pues me parece que León Felipe es una figura como Alonso Quijano el Bueno, es un alma popular, si quieres, pero nada social. A León Felipe no le interesaron para nada las filigranas del pensamiento y del lenguaje, y nada tiene que ver con el «pim, pam, pum» de la vida intelectual de aquí, el que no se encuentre hoy en el candelero.
Leí tu ensayo «Larrea y la visión hebraica del tiempo», en la revista «Taula», un excelente ensayo, pero ¿no crees que tal visión es sumamente antihistórica, en el sentido que Mircea Eliade otorga a este término?
—No es, en absoluto, antihistoricista pero si antihistórica en el sentido circular del tiempo, entendido a la manera de Nietzsche. Para la visión hebraica el tiempo es una flecha que avanza y que, en determinado momento, se precipitará sobre una diana.
¿Es el tiempo, para el profetismo hebraico, y según el Apocalipsis en su lectura más matizada, algo absolutamente dirigido, dinámico?
—Sí. Sabemos que los hombres estamos en el tiempo, crucificados en un punto, arrastrados hacia un futuro, diríase, suprareal e incognoscible. Y gracias a esta noticia no podemos contentarnos con la visión corriente de la historia, ya sea ésta común o científica. Hemos de abandonar la idea de que la historia es exclusivamente la ciencia de lo que ha sido, una ciencia pasatista: debemos ver la historia con espíritu profético, o sea con el ejercicio adivinatorio de la imaginación. En el Apocalipsis tenemos la posibilidad de leer en lo social el designio divino de la historia.
¿Pero es posible, esencialmente, diferenciar de manera tan lineal pasado, presente y futuro?
—Lo que sabemos a través de los pensadores judíos cristianos, es que el proceso histórico tiene un sentido. Lo triste es que, como señalo en mi «Guía del Apocalipsis», la historia es cruenta y trágica, o como dice Berdiaeff, «el proceso histórico universal es una horrible tragedia».
¿Es un proceso irreversible?
—Tengo la necesidad de emplear unas palabras que sonarán mal a algunos oídos y que tienen un carácter paradójico: todos los profetas, aunque no lo digan, acatan un determinismo divino. El optimismo sólo lo tienen los políticos. Los cristianos, entre los que me cuento, ven, lo confiesen o no, la historia como un proceso catastrófico en el que existe plena libertad para las tinieblas. Esta concepción es extraña a la conciencia griega, a todo optimismo liberal, a todo nihilismo desesperado de nuestros días.
—¿Cuál es la situación del cristianismo oficial, es decir, la Iglesia?
—Hemos de acostumbrarnos a hablar claro en lo referente a cuestiones apocalípticas. La Iglesia fue siempre reacia a ese sentido demasiado dramático que ya apuntó, pero no porque no supiera que todo está anunciado, y más que anunciado, sino porque ella se declaró antiporvenitista, es decir, antimilenarista. El socialismo, por ejemplo, que parece ignorar las fuentes en que se abrevó, es una versión laica del milenarismo judío, y de aquí que podamos decir que el socialismo es un milenarismo venido a menos. Con todo, paradojas de nuestra civilización. la Iglesia y los socialistas condicen -no desdicen- con la burguesía y con sus intereses.
Creación personal y traducción 
¿Opinas, con Octavio Paz, que la traducción es sinónimo de creación, y que al traductor se le debe permitir toda suerte de licencias?
—Creo que en el proceso de la traducción es imprescindible que el traductor «comprenda» el mensaje que va a traducir. Creo que comprender ya es traducir. Ahora bien, ni es fácil siempre comprender y menos fácil es traducir, porque, por ejemplo, ni los Evangelios ni el Apocalipsis pueden trasladarse con absoluta fidelidad; y si hablamos de poesía, el problema todavía se acentúa más; yo mismo me pasé muchos años traduciendo a William Blake, y después me di cuenta de que aún eran pocos los que habían dedicado a este poeta tan oscuro, pues vi que Ungaretti empleó más de treinta años en lograr «comprender» y traducir una porción tan sólo de la obra poética blakeniana.
Es ir demasiado lejos en la expresión, lo que dijo Paz, porque existe, se quiera o no, servilismo, cuando uno tiene que traducir un texto. Si alguien se cree que tiene un poder demiúrgico siendo traductor, pues engañado está. La única solución es torturarse por expresar con la mayor justeza -en otro idioma- lo que se escribió en idioma ajeno.
Los diarios íntimos como género literario
Tu «Diario de Signos», ¿puede catalogarse como un auténtico diario íntimo?
No me he dejado llevar por ningún género literario, el mío es un dietario impuntual, y creí que la poesía, en prosa se entiende, pueden encontrar cabida en las páginas de un diario. Así, mi «Diario de Signos», ofrece junto a la nota, el pequeño relato, y puedo añadirte que gira en torno a la figura de «Don Marcial», que es un clérigo sabelotodo movido por la fobia anticervantina: discute con el autor, conmigo, le apostrofa a cada paso como si él fuese la suma autoridad, y en el fondo, mira con cierta sorna las razones «juveniles» del autor.
¿Por qué se escriben tan pocos diarios más o menos íntimos?
En el ámbito hispano existe escasa afición al diario. Es un género casi desconocido en nuestra literatura. Siempre ha sido considerado un género bastardo, así como bastardo han calificado el aforismo, otro género bastante olvidado por estos pagos. Quizás el español sea un poco reacio a mostrar su intimidad, y este desdén alcanza hasta al público lector que no está familiarizado con la lectura de diarios. En cambio, en la literatura extranjera tenemos el «Diario» de Amiel, el «Diario» de Jules Renard y los más íntimos de Charles Baudelaire. con reveladores títulos como «Cohetes», «Mi corazón al desnudo» o «El carnet»... en ellos, no podía ser de otro modo, el viejo Baudelaire podrido, no aparece ni pizca diabólico, nada «flor de mal» y sí extremadamente humano. Sorprende que en el curso de sus notas no se muestre agrio con sus cofrades, a excepción de George Sand, que le exaspera, no conociendo sus críticas ni el odio ni las ideas preconcebidas. Ese es el camino más idóneo para escribir un buen diario íntimo.
Proyectos 
Bueno, tengo un libro inédito de muchas páginas, el libro más largo que he escrito, pues escribí siguiendo las pautas de una vidente, y que hasta la fecha no ha tenido más que contratiempos: en una editorial llegaron hasta a perderme el manuscrito, menos mal que tuve la previsión de hacer dos copias, es decir de dar importancia a lo que había escrito. Actualmente estoy embarcado en una narración más larga de todas las mías La título definitivamente «Monodrama», título tan breve como «Péndulo», y que algo tiene que ver con él, aunque el personaje central sea otro.
Quedan estas líneas como testimonio de la personalísima voz de un escritor mallorquín, Cristóbal Serra. con quien se puede estar o no en desacuerdo, pero jamás negarle el valioso don de la coherencia: su palabra encierra la convicción firme de que la verdad es lo único que merece ser alcanzado.
Juan Planas Bennásar, El Día de Mallorca, 10 de diciembre de 1983.
Los papeles de Don Cogito quieren agradecer muy cordialmente al periodista y escritor Juan Planas su contribución con esta estupenda entrevista.

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