domingo, 5 de noviembre de 2017

Baltasar Porcel entrevista a Juan Perucho (Destino, 13 jul. 1968)



JOAN PERUCHO
ENTRE MAGIAS, EROTISMOS Y GASTRONOMIAS
CAE un chaparrón compacto y desciende, rápida, una capa de agua turbia y rumorosa por la embocadura de la avenida de la República Argentina, al pie del Tibidabo, cuyo monte oscuro apenas se perfila entre el aguacero plomizo y tupido. Avanzo medio cegado y siento mi pelo, la barba, embutidos de agua. Son los últimos días de primavera.
Joan Perucho vive aquí, en un quinto piso, y posee un gato espabilado que sabe abrir las puertas colgándose de las manecillas. De la casa de Joan Perucho se ha escrito a veces que la pueblan seres de profunda tenebrosidad: que en un rincón el aire adquiere espesor tembloroso y deja vislumbrar vagas formas satánicas que ríen en silencio, hasta que el escritor musita vocablo hebraico o su mujer aplasta un ajo. cuyo olor acre impregna la cámara; entonces suena un chasquido lejano y súbito, se oye un gemido ahogado y animal; y la condensación del aire se esfuma dejando un rastro de suave fetidez, mientras en un espejo vecino se ha reflejado por un momento, un momento que nadie sabe si ha sido tan sólo imaginado, la imagen daguerrotipica de un caballero con bombín y casaca que alguien sabe de modo incierto que clavó un puñal de plata en el corazón de una doncella muy rubia y mórbida, hija de un importador de especias que era íntimo amigo de don Bonaventura Carles Aribau.
Claro está que todo esto es mentira y que el gato ligero es el único ser no estrictamente humano que pulula por el piso de Joan Perucho. Aunque él, con envarada gravedad, enseña un pequeño cachivache escultórico que tiene sobre una mesilla: «Es un terafim de Aulestia — dice —, y un día hablará.» A mí el trasto me parece una hucha con cara de burro cansado. Veremos qué ocurrirá. De momento, prefiero escuchar la charla del escritor.
— En mi poesía había ya en germen lo que tenía que ser mi obra actual. Desde el lirismo puro de los primeros libros, el verso, la poesía estricta desaparece y comienzo a introducir en los poemas un lenguaje declaradamente coloquial y personajes que dialogan, desde Ramón Montaner a Jack el Destripador. Además, me di cuenta que el canto del verso en la poesía moderna ya no era posible: se convertía en un mustio convencionalismo. El poeta ya no puede cantar por ejemplo: "Y es duro campo de batalla en lecho", o aquello de Mallarme "La chair est triste, ¡helas! et j´ai lu tous les libres”, o, aun, el verso de Prudencio: "Ad tuba tantarantara dixit” Imposible, ¿no te parece?, imposible. Para mí, al menos. Así, el mundo de las figuras parlantes y de las descripciones coloquiales se me fue agrandando, a la par que se me cerraba la cárcel del verso. Entré en la prosa. Pero sin perder el punto de poesía que tenía en el verso: procuro que cada línea de prosa que escribo tenga una cierta poesía. ¿Que qué me interesa, literalmente? Mira, en tanto que artista la realidad no me gusta absolutamente nada v entonces intento no aburrirme: fabulo. Es lo que acaban de hacer los estudiantes de París: luchar contra el aburrimiento de la civilización industrial. Yo creo que el mundo está hecho a patadas, que las cosas no marchan, que reina la injusticia. ¿Cómo, dices que una cafetera italiana marcha muy bien, que los ferrocarriles corren con perfección, que la medicina social inglesa es fructífera, que hay infinitamente menos injusticias hoy que cien años atrás? Bueno, será en tu opinión. Para mí, insisto, para mí no marcha. Entonces yo invento otro, en el cual soy el gran mago y todo en él me obedece. Allí soy feliz porque la magia sustituye a la realidad. Es mi gran reserva en esta vida. Pero no sólo mía, fíjate bien, porque yo escribo para muchos: la capacidad del hombre para maravillarse es total y absoluta, vigente siempre. Escribir para uno mismo no tiene sentido. Escribo porque sé que hay personas a las que mis papeles les suscitan una determinada gracia En preparación tengo varias novelas, pero me falta tiempo. Un argumento que un día pienso realizar es el de la historia de la concubina de San Agustín. Será una novela con mucha arena calcinada en los desiertos africanos, con un montón de citas de los Padres de la Iglesia y con un personaje femenino. Egeria, que será una hispanorromana de Tarragona y circulará por Cartago y conversará y verá una gran cantidad de cosas muy mágicas, porque allí Simón el Mago realizará inmensos prodigios. Entonces, habré escrito tres novelas sobre tres épocas capitales de Cataluña: esta de la concubina agustiniana, será sobre la Cataluña románica; el «Llibre de cavalleries» sobre la Cataluña medieval; «Les históries medievals», sobre la Cataluña de la Ilustración y de la Renaixença.
Mira vagamente receloso. Joan Perucho, cuando comienza a hablar de un tema. Y suelta las primeras palabras con cautela, como al desgaire, observando de reojo al interlocutor —bueno, a mí—. Para ir caldeándose velozmente y proferir una apasionada exposición de sus ideas, de sus imaginaciones. La cual, a medida que crece, se materializa también en todo su cuerpo: salta en la silla, se remueve, agita los brazos y las piernas, se levanta y da pasos casi gimnásticos, un nerviosismo exaltado le abrillanta los ojos y dispara sus extremidades. A contraluz de una ventana, en la tarde mortecina, la silueta agitada de Joan Perucho semeja una juguetona sombra chinesca. Porque en los redondos carbunclos que tiene Joan Perucho como ojos, luce siempre una chispa recóndita, cierta, de ironía adolescente.
— Pero ahora no puedo dedicarme a la novela. Estoy metido en la actividad periodística, escribiendo varios artículos a la semana. Me interesa enormemente porque me hace el efecto de que estoy en contacto directo y constante con los lectores. Publicar un libro cada dos años no produce la impresión de tener una proyección inmediata y masiva. Con el periodismo tengo muchísimos más lectores: una gigantesca cantidad de personas no compran nunca un libro: en cambio, adquieren diarios y revistas. ¿Si la obra periodística me parece más banal o menos profunda que la publicada únicamente en libro? No. porque si se hace con conciencia profesional, con exigencia, se sostiene y permite con toda naturalidad ser recogida después en libro. Luego, el escribir en la prensa resulta económicamente muy provechoso, lo cual es también importante. En fin, tú mismo te mueves también por caminos parecidos. Es errónea, en este aspecto, la posición del escritor que se cierra en los medios minoritarios de difusión ¿Que mi actitud te parece de un realismo incuestionable, sin fuga mágica alguna? ¡Hombre, claro! Yo te hablaba del mundo mágico como creador, que es el que potencialmente me interesa. No como sistema de vida, que forzosamente y evidentemente tiene que desarrollarse en la sociedad actual y sus determinantes. Y te diré, incluso, que la literatura realista, que como creador, insisto, me tiene sin cui dado, me interesa como lector. Porque en el fondo no tiene importancia que un libro sea realista o no: lo esencial es la magia que posee, la forma de decir las cosas que tiene un escritor. Sólo por el tema, no es necesario acudir a ningún creador. Basta ir al sociólogo, al ensayista. Y si resulta que determinado escritor lo tiene todo, una forma fascinante y un fondo trascendental, sombrerazo por triplicado. Mira: puede hacerse una literatura sobre la vulgaridad, pero jamás de una manera vulgar. ¿Que escritores me interesan a mí? Apunta: Jorge Luis Borges, Chrétien de Troyes, Álvaro Cunqueiro, Villiers de l'Isle Adam, Italo Calvino, el André Pieyre de Mandiargues de «La motocyclette», el Julian Ayesta de «Elena o el mar de verano», el Sánchez Ferlosio de «Alfanhui», H. P. Lovecraft —del cual fui el primero que habló aquí, dicho sea de paso—, Julio Cortázar, el Jordi Sarsanedas de «Mites»...
Del Joan Perucho poeta poco o nada puedo decir. Es un género literario, el de versificar, que no encaja con mi modesto temperamento. Del Perucho prosista, ya me atreverla a explicar algo más. De entrada, que es un fabulador extraordinario y original y un escritor poseedor de un lenguaje rico, expresivo, aterciopelado. Abrir un libro suyo es penetrar en un universo insólito, irónico y sensorial. Realmente al azar, tomo su «Les histories naturáls» y leo en la primera página que se me presenta: «En aquest moment se senti una estranya vibració que semblava sortir d'un arbre molt pròxim, de fullatge esplendorós i espessíssim. Les branques, primer, començaren a oscil·lar i anaren descendint a mesura que la vibració fou mós forta. Novau tingué un surt í saltà precipitadament de la cadira de vimet.
»Es l’hora de l’àpat — digué el nostre cavaller perfectament immutable—. Es tracta d’una curiosa espècie d’arbustació carnívora. No temeu. He fet molts de sacrificis per tal d’aclimatar-la a la nostra terra. Winckelmann, un naturalista alemany, de prestigi provat, m'escriví, ja fa temps que el gabinet de Física de Sa Reial Majestat pagaria, a tocar i tocar, deu unces d’or per tal de posseir-ne un petit esqueix.
»Mentre deia aquestes paraules. Antoni de Montpalau picà de mans, amb molta pulcritud, i vingué Sllveri. ei lacai encarregat de les plantes. Duia una enorme ratera de filferro amb una gran munió de rates de claveguera a dins, que xisclaven enfellonides.
»Sllveri obri la ratera a poca distància de la soca i s’apartà amb prudència. Sortiren les rates vacil·lants, atordides per la vibració, i tot seguit es desplomà ràpid el voraç brancatge. Ni una de sola no se n'escapà. Lentament, l’arbre recuperà la seva posició i, una vegada digerides les rates, s’obriren les fulles i caigueren a terra uns diminuts esquelets color de marfil vell.
»Es féu un silenci. De la galeria del palau veí dels Bonaplata se sentiren uns aires de pavana tocats delicadament al clavicordl per Ramonet, l’hereu del llinatge, que tingué un fill d’estranquis amb Pepeta, la cambrera, aquella que enviaren a Sarrià de masovera, a corre-cuita, i morí de sobre-part
El clima de beatitud era perfecta La carnívora es deixava agombolar dolçement per la brisa i l’engrescament melódic. Tot premía un caire intemporal.»
Yo creo completamente en el universo mágico. Creo en los platillos volantes, que son objetos misteriosos. Creo en el aurea picuda, que era un ave extraña que cantaba de una forma inaudible. Creo en las transposiciones de tiempo, que sin la menor duda han existido Creo en todo esto y si supiera su explicación ya no me interesaría. Yo, no obstante, jamás he visto nada de todo ello ni he presenciado sus fenómenos. Pero imaginarlo excita mi gozo de vivir. Y quién sabe si con el tiempo me será dado coexistir con esas magias prodigiosas... En cambio, estas adivinas de ahora, los herbolarios, las brujas con consultorio y tarifa y anuncios en la prensa, nada de esto despierta mi curiosidad Cataluña es, además, un país con sobrados elementos fantásticos. Nos lo indica el mismo folklore: hay "dones d'aigua" —mujeres del agua—, el Comte Amau, la Patum, Sant Jordi y el dragón... De pequeño, vi en Barcelona casas que los vecinos habían abandonado porque decían que estaban encantadas Lo que ocurre es que el catalán ha tenido que trabajar mucho y que cada dio hay más prisas y ruidos y no está la gente para magias. Pero cuando la vida era más sosegada, se percibían más fenómenos sobrenaturales. Si no, mira Galicia: el paisaje, el clima neblinoso, la existencia apacible, provocan innumerables misterios. ¿Tú opinas que la magia y los misterios son imaginaciones de pueblos pobres y hambrientos? No, no, de ninguna manera. Aunque reconozco, si, que la riqueza va más ligada a las cosas materiales y tiende menos a la fantasía. El pobre, a más carencias, más se inclina a refugiarse en la imaginación. Es un poco como con el mito de James Bond: en general la persona humilde al encontrarse frente a James Bond se ve a sí misma como otro Bond, se autoimagina un tipo guapo, hercúleo, con mozas sensacionales... No sé, pero más que pobreza o riqueza, la imaginación va ligada a la cultura o a su falta. Pero no te precipites ni deduzcas que soy un explotador medieval del proletario: la problemática social es algo al margen de todas estas lucubraciones.
Sorbe la tercera taza de café. Joan Perucho, moja los labios en una copa de coñac y enciende el vigésimo quinto cigarrillo. Aumenta su presión sanguínea y su bailoteo gesticulante sobre la silla. Habla con más ardor. Sonríe con más ironía. Es hombre de estatura media, con frente despejada y cuello breve, cara evidentemente llena y cuerpo que adquiere, con parsimonia, rechonchez. Se le agrísa el cabello. Y viste con discreción.
Acaba de publicar Joan Perucho, la versión castellana del «Llibre de cavalleries» y el libro de relatos «Nicéforas y el grifo», cuya versión catalana. «Aparicions i fantasmes», se imprimirá pronto; al mismo tiempo, prácticamente, que otro mamotreto suyo, ilustrado con profusión: «La sonrisa de Eros».
— Si, entre lo que me interesa de veras está el erotismo. El erotismo es una cosa mental y que únicamente existe cuando hay la sensación de transgredir una norma, sea jurídica o moral. Por ello los más grandes eróticos son los católicos: porque tienen la conciencia del pecado. Todo lo que no es erótico en la relación de los sexos, es pura sexualidad, en definitiva sexualidad animal. Los que desean normalizar la sexualidad son los suecos, y por ello están tan aburridos. Sin un incentivo erótico, la sexualidad cansa. ¿Que si soy una persona erótica? ¡Eh, eh, no, no, no quiero decir nada sobré mí! Tengo cuatro hijos que van a la escuela e imagina lo que pasaría si sus compañeros les dijeran: "Tenéis un padre erótico". En la actualidad, considero que quizá la invención erótica más tremenda que se encuentra es la minifalda, crea en el subconsciente del hombre la impresión de que va con una menor. Es diabólico. Y es probable que cuando la señora Mary Quant inventó la minifalda pensara en los hombres de cuarenta años... En efecto, la gastronomía es otra de mis preocupaciones básicas: porque la gastronomía es un acto espiritual sobre la simple materialidad del comer. La cocina natural me gusta, sin duda. Pero lo que realmente me fascina es la cocina con invención química, la que emparentó con los alquimistas. Es una cocina erudita, sabia, y se diferencia de la cocina popular en que mientras ésta viene determinada por los productos de la geografía y del tiempo, la otra es fruto del hombre que trabaja en un laboratorio con un gran diccionario. Alquimia, como te digo. Sólo hay una cocina popular que sea a la vez milagrosa: la paella valenciana Es una mezcolanza descomunal pero acertada. Es el plato de cocina española más conocido en el mundo. Aunque, a mi entender, el plato más importante de la cocina nacional es la fabada asturiana. De Cataluña, si tuviera que escoger un plato importante y característico, quizá señalaría la xamfaina... En cuanto a vinos son excelentes los del Priorato, pero demasiado fuertes. Son peligrosos, los vinos catalanes: si tienes sed, acabas en el suelo completamente borracho. Los más potables de la Península son los de la Rioja, aunque sean los menos originales: fueron plantados con cepas francesas en tiempos de Carlos III. Pero los grandes vinos españoles son los del Sur, los vinos generosos, desde el jerez a la manzanilla.
Estamos en una sala, dividida en dos dependencias. Hay un severo reloj de pared. Quisiera tener uno. Cuelga un Tapies, que figura un ser —«L’escarnidor de diademas»— con aspecto de nadador submarino o de indio. Y dos Cuixart: el uno, de rayitas complicadas; el otro, una repugnante señora desnuda. Sobre un arca de marinero, lucen puñales y pistolas. Son exhibidos dos linóleums de Picasso, dedicados. Cerca, hay una corneta de soldado. Y un par de Miró: rayas de forma pajaril y soles y lombrices de colores. También, un «cómic» gigantesco: una chica con cara de mema habla en inglés por un micrófono.
Y en las repletas estanterías, libros de hoy y una vasta serte de particularidades: los cuarenta y siete volúmenes. Impresos en el peripuesto siglo de las luces, de la «Encyclopedie ou dictionnaire raisonnés des Sciences, des Arts et des Métlers»; los nueve tomos de la colección completa del «Papitu»; el «Diccionario infernal», de Collin dé Plancy; los «Opúsculos gramático-satíricos», de don Antoni Puigblanch; la «Crónica general de España», de Florián de Ocampo... Un laboratorio alquímico, cuyos materiales refuerzan con tinte dieciochesco las narraciones de Joan Perucho.
— ¿Mi impresión sobre la mujer? ¿Que pregunta más sorprendente! Bueno, te la daré, aunque la conclusión a que he llegado es, tal vez, un poco dura: la mujer existe sólo en función del hombre, que es el único que puede apreciarla. Si una mujer se viste con elegancia o cocina bien, lo hace para agradar al hombre. No para otra mujer. Y si se perfuma o se cubre de joyas, que son atributos mágicos, actos de sacralización, lo hace para el hombre. La mujer vive para el hombre aquí y en todos los países del mundo.
Me voy y todavía diluvia con virulencia. Joan Perucho ha quedado en la penumbra de su casa, maliciosos los ojos excitados, satisfecho y burlón en sus quimeras mágicas, eróticas, gastronómicas, que danzan en su desbordado ilusionismo cerebral. El país se enriquece contando con la singularidad de Joan Perucho. Es notorio. El país, también, se desintegraría en una kermesse sensual y fantástica si esas zonas mentales de Joan Perucho encarnaran en la realidad. Felizmente, de momento este mundo y sus leyes son más o menos para nosotros, los que intentamos Incluirnos, cada vez más, en la sociedad industrial.
Entre otras razones porque es más agradable leer en los libros de Joan Perucho que existen vampiros y hombres lobo, mientras en la cocina funciona una excelente nevera eléctrica y el motor del automóvil marcha con regularidad, que no vivir en un cuchitril o en un caserón con telarañas y bujías vacilantes, mientras un vampiro horrísono, negruzco y canallesco te cerca para destrozarte el cuello a mordiscos y chuparte un par de litros de sangre.

Destino (Los encuentros de Baltasar Porcel.),
Año XXXI, Nº. 1606 (13 jul. 1968), pp. 32-33. 

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