AL VERDADERO JUAN JACOBO ROUSSEAU
ALGUNOS
lo convierten en santo de una religión humanitaria, van en peregrinación a su
sepulcro, lo conducen a hombros al panteón y lo elevan a los altares como imagen
de culto. Otros lo maldicen como psicópata maligno, responsable del terror
jacobino. Hace unos años, se le creyó desenmascarar incluso como padre del
totalitarismo.
Las
contradicciones son fantásticas. Lo mejor será compararlo con una figura que
nos sea familiar en nuestra propia época. Si descubrimos que algunos rasgos
destacados de esta figura actual aparecen también en él, tendremos un camino
que conduce a su verdadera imagen.
LA FIGURA DEL PARTISANO
Hace
unos treinta años, al evocar el término “figura" se hubiera pensado inmediatamente
en la figura del obrero. Comparado con este obrero, Rousseau quedaría muy mal
parado. Era muy distinto de un obrero en el sentido de un mundo
técnico-industrial y de su evolución futura. Hoy día toda la filosofía del
trabajo está bastante pasada de moda. En el Estado beneficencia, en la sociedad
de consumo con automación y abundancia es más adecuada una filosofía del Juego
o, mejor, del tiempo libre. Pero el jugador no es una figura
histórico-universal. Rousseau mismo tampoco era jugador. Su ideal era una
democracia que se confirma en una austeridad rígida. Semejantes ideales, que en
último término conducen a frugalidad de consumo, están hoy día igualmente
pasados de moda. Hoy, ni siquiera los albaneses tolerarían este trato a la
larga.
La
figura de más actualidad desde la segunda guerra mundial es el partisano. En
todas partes está en medio: en Polonia, en Rusia, en los Balcanes y en Francia,
en China, en Argelia, en Vietnam y en Laos, en Chipre y en Cuba. Desde un
recuerdo desvanecido de la guerrilla española contra Napoleón (1808-1814), el
partisano emergió otra vez para convertirse en una figura clave de la moderna
guerra caliente o fría.
En
Alemania se percibe últimamente un destacado interés hacia este tema. Casi
simultáneamente se han publicado dos libros importantes con el título
“Partisan”; una novela. “Partisan”, de Hans Joachim Sell (editorial Eugen Diederichs,
Dusseldorf) y un tratado teorético. “Der Partisan” de Rolf Schroers (Kiepenlieuer
& Witsch, Colonia). Los dos libros no tienen en común más que el título
clave de partisano. La novela describe personajes aristocráticos y burgueses de
la República Federal alemana en la situación del año 1950; su contenido es más
sociológico y psicológico que político. El tratado de Schroers, por el
contrario, es sumamente político, se refiere a resistencia y bajos fondos, y se
califica a sí mismo de “contribución a una antropología política”. Ambos libros
ven en el partisano el símbolo del individualismo que no se deja captar. Pero
Schroers, con la ayuda de un material enorme, deduce dos formulaciones
importantes y precisas que vamos a aprovechar para conseguir esbozar los rasgos
fundamentales de una visión auténtica de Rousseau. Y dejamos abierta la
cuestión de si quizás, a la inversa, esta visión de Rousseau que consignamos,
puede aclarar, por su parte, la nueva doctrina alemana del partisano.
EL ÚLTIMO HOMBRE
Según
Schroers, el partisano se mueve en el último reducto de una existencia
humanamente digna, en su último enclave. Con la reserva de su persona, se
sustrae a la coacción y al terror de un mundo superorganizado. Así, se
convierte en explosivo, en vez de ruedecita, y su persona es la mecha. En un
mundo que captura al hombre totalmente, el partisano es el último hombre.
Cito
estas fórmulas simplificadas para explicar antes de nada el núcleo del
problema. Al decir “el último hombre” pienso inmediatamente en Jean Jacques
Rousseau, el solitario desesperado en un mundo supercivilizado, el individuo
perseguido que acaba cayendo en la manía persecutoria, el hombre aislado que se
atrevió a desafiar a una civilización brillante y poderosa, enemigo del
progreso en medio de la iluminación y de su fe arrogante e inquebrantable en el
progreso. Schiller, el gran poeta alemán, lo describió así: entre larvas, el
único pecho sensible.
EL TERCERO INTERESADO
Schroers
no habla de Rousseau, sino de nuestra situación actual. No se hace ilusiones
sobre las posibilidades de su partisano. El partisano es un factor determinado
de la situación, pero su heroísmo no puede tener un éxito decisivo a no ser que
un gran poder extraño lo sostenga. Detrás de los partisanos españoles de la
guerrilla contra Napoleón —tan maravillosamente pintados por Goya— había ya la
potencia marítima de Inglaterra. El poderoso aliado extraño juega,
naturalmente, su propio juego. Aprovecha fríamente a los partisanos que mueren
por su patria para sus fines de política mundial, de carácter muy distinto. Se
producen sacrificios horrorosos. Ejemplos terribles son las luchas partisanas
internas en Yugoslavia durante los últimos años de la segunda guerra mundial o
el destino de la resistencia nacional en Polonia.
Este
fenómeno, desgraciadamente un factor integrante del partisanismo, encuentra una
denominación acertada en el libro de Schroers. Habla del “tercero
interesado". Junto con la expresión “último hombre", esta fórmula nos
puede abrir un camino hacia el verdadero Rousseau. Con su resistencia
desesperada contra la civilización artificial de su época, Rousseau llega a
desempeñar el papel de último hombre. Pero al mismo tiempo se enzarza, como
cualquier partisano, en los distintos sistemas ideológicos de terceros
interesados, que lo captan para sus propósitos y que lo aprovechan bien táctica
o bien estratégicamente. De esta manera surge el laberinto de contradicciones
fantásticas en el cual desaparece la imagen auténtica de Rousseau.
EL VERDADERO ROUSSEAU
La
Biblia nos asegura que Dios sabe despertar hijos de Abraham en piedras muertas.
Lo creemos. Pero por experiencia sabemos también que el espíritu universal
produce continuamente fuerzas nuevas y monstruosas, que son capaces de dirigir
partisanos patriotas desde una central política, y de incorporar a sus
programas de medios de masa a los auténticos pensadores solitarios. No faltarán
los realistas que opinen que el tercero interesado tiene mucho más interés que
el pobre partisano o el pensador sincero.
Para
salir del laberinto que tantos terceros interesados han constituido alrededor
de Rousseau, no hay más que una solución: volver a su texto, volver a leer sus
palabras tal como las escribió y tal como las entendió. No es muy fácil por la
infiltración de mitos sobre Rousseau. Sin embargo, dos investigadores jóvenes
lo han conseguido en el último año; un francés, Julien Freund, en Estrasburgo,
y un alemán, Iring Fetscher, en Tubinga. Completamente independientes el uno
del otro, ambos llegaron al mismo resultado: no sólo que Rousseau no era un
revolucionario, sino que más bien consideró que la revolución no tenía sentido
y que era una desgracia. Libertad e igualdad existen solamente en unidades
pequeñas, modestas, homogéneas; todo lo demás es ilusión y engaño.
OTROS
TERCEROS INTERESADOS
Este
es el verdadero Rousseau. Según las experiencias de las últimas décadas,
semejante verdad producirá nuevas difamaciones y nuevas glorificaciones, siendo
indiferente si la reacción obra en favor o a costa de Rousseau, en favor o en
contra de sus fieles intermediarios. El poder de los terceros interesados es
grande, y hay muchos.
Incluso
hay cada día más. Algunos de los múltiples Estados nuevos surgidos en los
últimos años en suelo africano descubrieron mientras tanto su Rousseau. Esto
ocurre dentro del curso inevitable hacia el desarrollo industrial que Rousseau
había considerado como una desgracia. Nuevos mitos anticolonialistas surgirán y
proliferarán, y un pobre partisano del espíritu europeo se eleva como imagen de
culto a nuevos altares antieuropeos. En este aspecto, los europeos aún podemos
esperar algo. ¡Enhorabuena, Juan Jacobo, en tu CCLC aniversario y por tantos
nuevos terceros interesados!
Carl
SCHMITT
ABC,
28 de junio de 1962, p. 17
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