martes, 14 de noviembre de 2017

"Goya, pintor de Madrid" de Eduardo Chicharro (hijo) (ABC, 30/04/1946)

Eduardo Chicharro Briones
Goya, pintor de Madrid
Goya no puede ser separado de su época. Verdaderamente nadie puede ser separado de su época; pero muchos hombres han plasmado ellos mismos su época, que llena una época; pero esa época suya era, en la España de esos días, tan plana, tan desprevenida, tan sin supervivencia, en una palabra; tan pequeña...
Cuando vivía y pintaba el gran pintor aragonés, otros genios andaban esparcidos por el mundo; en esa era de evolución, más de pequeño génesis que de evolución, en muchos sitios del mundo se trabajaba para cambiar la cara a la tierra; en España, no.
Es decir, algo se hacía, logró hacerse poco después: contener a Bonaparte. Mas este triunfo, importante en verdad, no se sabe si más importante por el lado material o por el moral, no pasaba de ser un gesto extremo de lo pasivo: tan pasivo se puede ser, que se vuelva uno sumamente activo si se le quiere sacar de su pasividad.
Muy conocido nos es ese período de la historia política y espiritual de nuestro país, y podemos ahora hacer justicia a algunos elementos, a tres que salen airosos, personales y separados dignamente de la época; el pueblo de Zaragoza y el de Madrid, el pueblo en furor, desenterrando la estirpe más generosa; el poeta Moratín que, si no hace mucho en lo constructivo, lo hace en lo intelectual; y Goya. Y Goya que, muerto sin trascender con su enorme esfuerzo a la evolución anímica o del sueño, vive produciendo una obra grandiosa. Por eso este hombre, más que nadie, coincide con su época, la retrata y la enriquece. Nuestro extraordinario doctrinista Eugenio d’Ors nos dice que antes de merecer Goya el epíteto de “español” es merecedor del de “universal”. Y, en esto, al hacer la jugada estratégica, rehúye d’Ors del lugar común. Otra cosa nos dice d’Ors [:] que el “goyismo” es un fenómeno espontáneo. También en esto hay que saber discernir. Sin Goya no habría habido goyismo, pues no se nos hubiera ocurrido llamar a la españolada de Carlos IV, ni a la mayor crisis del afrancesamiento en lucha con la solera celtiberoarabelatina; ni al endeble gesto de liberación de lo Pedante en una época de decadencia, majo-íbero-barroco–moratino-decadentismo... No cabe más que bautizar el fenómeno como “goyismo”, o decir que, en España, esa época es Goya.
Si Goya es merecedor de que su universalidad sea tenida en cuenta, vemos inmediatamente que dicha universalidad se transforma en fecundidad, pluralidad, adaptabilidad, humanidad; mientras si, modestamente, con un sentido realista, contemplamos a este baturro como genio español, no podemos por menos de reconocer que, lo mismo por sus dotes positivas, y negativas—que las que puedan discutírsele son bien españolas—como por el documento que constituye su obra, no existe pintor tan español como él.
Se ha tratado de avecinar la imaginación de Goya, creadora de monstruos, a las análogas sensibilidades teutónicas, anglosajonas y galas. Nada menos cierto que semejante tópico. Nada tiene que ver la producción negra o satírica del maestro español con el mundo dantesco (el cual pudiera ser alemán, en parte, como ya se ha intentado demostrar) con la sensibilidad de un Grünewald o un Durero, con las abstracciones a lo Hoffnann, con la creación novelesco-poética de Poe o con la gracia algo gorda y descomunal del autor de “Gargantea y Pantagruel”. En cambio, ¡qué bien vemos a Quevedo en Goya!, y a Santa Teresa, y al Cid, y al Quijote, y al Greco... Veamos otro ejemplo, tal vez en lo de mayor vulnerabilidad en Goya: sus cartones para los tapices. En esa obra, más ligera al ser más juvenil, no nos molestan pobrezas de dibujo, no ingenuidades demasiado palpables, no peligrosos desmanes hacia un gusto dudoso; tanto menos encontraremos ningún servilismo ni imitación hacia escuelas extrañas. Lo único que puede hacer mengua a esa obra, le vemos en la sangre de esa mezcla deliciosamente sugestiva que es la de lo andaluz con lo castellano.
El fruto de esa mezcla de que hablamos reside en Madrid. La capital de lo picaresco, cortesanía intrigante y Nobleza que desciende hasta el pueblo, no puede ser sino Madrid. Goya lo sintió, lo expresó y lo padeció. Más goyesco es Nápoles que griego o veneciano logre ser El Greco. Goya es pintor de Madrid corno Theotocopuli es español. Goya viene a Madrid y Madrid le ata; y él le descubre, inventando luego a Madrid. A la Villa y Corte se sacrifica, y la capital le hace hijo suyo predilecto y le levanta en palmas. Goya pasa por Italia, pero para él, Roma no doma; de la pintura que ve allí, de la pintura mundial, no quedan en Goya más rastros que las inevitables coincidencias debidas a su genio pictórico.
Además, ¿por qué no reconocerlo?, la capital de España no tiene grandes hijos entre los pintores, no posee las riquezas monumentales que engalanan a otras ciudades españolas, no exhibe restos arqueológicos, pero ha tenido a Goya. Goya eligió a Madrid, honrándole más tarde, y Madrid hizo a Goya.
Eduardo CHICHARRO (hijo)

ABC, 30 de abril de 1946, p, 11

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