viernes, 7 de septiembre de 2018

"Las juventudes y el fascismo en el periodo entre guerras" de José Luis L. Aranguren (La Vanguardia Española, 28 de octubre de 1972)


A medio siglo de la Marcha sobre Roma
Las juventudes y el fascismo en el período entre guerras
El cincuentenario de la Marcha sobre Roma, visto ya con más que suficiente perspectiva histórica, se ha convertido en —y reducido a— una fecha simbólica: el advenimiento al Poder, por primera vez, del fascismo. Pero ¿detentó el fascismo plenamente el Poder? No. Mantuvo al Rey, buscó —así, con el Vaticano— soluciones conciliatorias, no desencadenó —lejos de ello— la Segunda Guerra Mundial, entró tarde y a traición en ella, y su papel bélico fue bastante deslucido. En suma, el fascismo italiano que, comparado con el alemán, se quedó en una especie de Dictadura del General Primo de Rivera con retórica moderna, lo que verdaderamente aportó fue nada más, pero también nada menos, que la «retórica» fascista. Si Ludwig Marcuse ha podido llamar al wagnerismo culturalista, a partir de «El Anillo de los Nibelungos», el gran «show», por no decir la gran mascarada, con mayor razón puede afirmarse que el fascismo mussoliniano, mera ópera italiana, no pasó de ensayo general del verdadero y totalitario fascismo, y cuando se implantó éste, comparsa o partiquino suyo, inclusive los intelectuales del fascismo, D'Annunzio, los futuristas, padecieron una sobrecarga retórica excesiva o fueron, como el filósofo del sistema Giovanni Gentile, meros epígonos de un Hegel italianizado y pasado por Benedetto Croce.
Hubo sin embargo en Mussolini, ex socialista y discípulo de Sorel, la intuición de la necesidad de apelar a la juventud. A partir de él, la política de Occidente cuenta con la juventud, exalta a la juventud. El himno «Giovinezza» diría yo que, con todas sus connotaciones y supuestos, ha sido la máxima aportación cultural del fascismo Italiano (lo que, evidentemente, no es mucho decir). El mito de la resurrección de Roma que habría encarnado, como su César, Benito Mussolini, ni siquiera él mismo lo tomó bastante en serio como para asumirlo hasta sus últimas consecuencias. Así pues, repitámoslo, el fascismo italiano importa como ensayo del alemán, por su exaltación épico-lírica de la juventud y, aspecto más práctico y movilizador, por su constitución, también por la primera vez, de «milicias» juveniles y aún infantiles (juego premilitar a la guerra).
Mas también en este punto, el de la valoración cultural de la juventud, hay que volver los ojos a Alemania, pues Italia carecía de tradición en este aspecto. Hemos hecho alusión, antes, al wagnerismo. Ahora bien, el wagnerismo se erigió pronto en la representación simbólica de la supremacía aria y del antisemitismo (una de las razones de la ruptura de Nietzsche con Wagner). El wagnerismo cuenta como uno de los grandes movimientos precursores del nacionalismo, Houston Stewart Chamberlain, yerno de Wagner, entusiasta de su música y racista extremado, hasta el punto de nacionalizarse alemán, es decir, para él, «ario». Escribió un libro «Las bases del siglo XIX», enormemente leído como la doctrina del germanismo. Ahora bien, preparando una ponencia sobre «Ecología y Comunicación en el pensamiento de Ortega y Gasset» para el Congreso sobre Comunicación que, cuando aparezca este artículo se habrá celebrado ya en Barcelona, hube de releer un libro del biólogo von Uexküll, tan apreciado por Ortega, que lo hizo traducir, y me encontré con la sorpresa de que su edición estaba dedicada «respetuosamente» a este Chamberlain. Nietzsche —un Nietzsche, cómo se ha sabido después, convenientemente «arreglado» por su hermana y sus colaboradores, para que sirviera al mito ario y antisemita y, finalmente, le fuera presentado como tal al propio Hitler— se convirtió por estos mismos años, tránsito del siglo XIX al siglo XX, en el autor más influyente sobre la juventud; juventud que por entonces comenzó a cobrar conciencia de su importancia sociocultural, en contraste con la más que adulta Alemania guillermina y bismarckiana. La primera asociación cultural juvenil, el «Wandervögel» fue fundada durante el curso 1896-7 por un estudiante de enseñanza media llamado Karl Fischer. El «Jugendbewegung» o «Movimiento de la juventud» —que, por supuesto, no tenía nada de pre-nazi, pero fue aprovechado por los nazis más cultivados como un antecedente— alcanzó su punto culminante en la concentración de los altos de Meissner, cerca de Kassel, en 1913. El gran poeta Stephan George (1868-1933) y su Círculo, fue otro antecedente que, formando parte, en realidad, del Movimiento juvenil, fue utilizado también por el ala relativamente culta del hitlerismo. George fundó en 1892 las «Blaetter fuer die Kunst», de larga vida, publicadas por Georg Bondi, de Berlín, muy bellas ediciones con la cruz esvástica en la cubierta (yo poseo algunos de aquellos volúmenes). Stephan George exaltó el mito del Cuerpo hasta su divinización, y la figura cultual de Maximin, el bello efebo hecho dios. Su catolicismo por no paganizado dejó de influir, y enormemente, en Scheler y su grupo, en Guardini y el movimiento benedictino de Maria Laach; y su reiterado hablar de los Héroes poéticos y del «Neue Reich» facilitó su propagandística aproximación ulterior al III Reich de Hitler. Dos miembros del Círculo de Stephan George, Ernst Bertram y Hans Naumann, se unieron al movimiento nazi y en plena guerra, en 1941, fueron lujosamente reeditadas las obras de George.
Al movimiento juvenil perteneció también la nueva pedagogía de Gustav Wyneken, con sus lemas, tan enormemente actuales, de la «libre comunidad escolar» y la «cultura de la juventud». Y, en fin, autores muy leídos por los jóvenes de entonces fueron Langbehn, Lagarde y Paul Alverdes, autor éste de «Das Innere Reich».
Repito que sería muy injusto considerar a todos estos escritores —a los tres últimos, así como a H. S. Chamberlain, si— y a aquellos movimientos juveniles como prefascistas. Pero lo menos malo del fascismo alemán, o de sus colaboradores, no se entendería sin ellos, como no se entiende a José Antonio Primo de Rivera sin Ortega y Unamuno. De todo lo que oficialmente se ha hecho en España en el plano cultural desde el poder, lo de mayor calidad ha sido sin duda la revista falangista «Escorial» y, para continuar con el paralelismo poético de los nazis, la celebración falangista de la poesía de Unamuno y, aún más la de Antonio Machado. Como ha escrito acertadamente M. J. Langeveld, el hitlerismo explotó el movimiento juvenil frente a los adultos y, como es natural, terminó sofocándolo completamente.
El fascismo ha sido el único movimiento de derechas que no se presentó como tal, sino como superador de la antítesis derecha-izquierda. Y el primer movimiento de derechas que contó con la juventud y la movilizó, porque se dio cuenta de que la necesitaba, de que era menester presentarse como un sistema joven. Y esto ha sido una característica de todos los movimientos fascistas, desde el italiano, con su pintoresco estilo, hasta el español en la fase falangista del Régimen. Pero fue en Alemania donde alcanzó su culminación, que existía una tradición inmediata, viva de la que era menester hablar aquí, aunque haya sido anterior al período entre guerras, porque es la que hace a éste inteligible.
El período de entre guerras se caracterizó en Alemania por el hundimiento económico y la debilidad política. La política de represalias de los aliados vencedores fue de una torpeza extrema que, ofendiendo los sentimientos nacionales, arrancando pedazos de Alemania, ocupando permanentemente el país renano y, lo que aún fue peor, sumiendo a la nación en la ruina económica, prolongada luego con la repercusión del hundimiento financiero americano de 1929, condujo al país a la desesperación y (por un 37% de los votos, en las últimas elecciones libres, las de 1932) a asirse al clavo ardiendo del nazismo, ante la impotencia del Gobierno de Weimar, sus reiteradas disoluciones del Reichstag y, en suma, la crisis del liberalismo, por la que atravesaron igualmente Italia y España, hasta el establecimiento en ellas del fascismo y la dictadura respectivamente.
Los grandes nombres que entre las dos guerras mundiales «sirvieron» al nazismo, cualquiera que fuese la intención subjetiva de los tres últimos pensadores (el primero había muerto ya) fueron fundamentalmente Max Scheler, Ernst Jünger, Martin Heidegger y Carl Schmitt, cuatro grandes figuras, es menester reconocerlo, de la cultura alemana. (Podrían agregarse otros menos importantes: Spengler, introducido en España por Ortega, Ludwig Klages, Hans Carossa, Gottfried Benn, del cual acaba de publicar Barral Editores la autobiografía de su colaboracionismo.) Los movimientos estrictamente culturales, más aún, poéticos que sirvieron asimismo de prestigiosa cobertura al nazismo, y para la atracción de la juventud, fueron los de exaltación de la poesía de Hölderlin y la poesía de Rilke (y el equívoco en la interpretación de la de George, de la que ya hemos hablado).
Max Scheler, influido, como todo su grupo, por el Circulo de Stephan George, importa aquí principalmente como autor de «El Genio de la Guerra y la Guerra alemana», obra de la que Ortega dio a los lectores españoles referencia tan puntual como justa en su severidad, no exenta, sin embargo, de gran aprecio. La estimación del «genio de la guerra» que contiene, ha sido de consecuencias muy graves para la juventud alemana, y el hecho de que fuera escrita en plena primera guerra mundial no exime de responsabilidad moral a su autor.
El caso de Ernst Jünger, discípulo de Nietzsche y también de George, autor, me parece, mal conocido en España, excelente escritor, como Walter Benjamín (que ahora está poniendo de moda aquí Jesús Aguirre, que era tres años mayor que Jünger, y que vale como su simétrico contraste) de fuerte influencia literaria francesa, es muy peculiar. Joven héroe de la primera guerra mundial, sus primeros libros a ella fueron dedicados. Después nos importan «Der Arbeiter» («El trabajador»), 1932, exaltación prefascista del Obrero y, en «Blätter und Steine», 1934, el trabajo «La movilización total», cuyo título ya es por sí bastante expresivo. El canto al espíritu heroico y «La pura forma de la guerra», la relación entre el «genio de la guerra» y el «genio del progreso», la absorción de la vida pública, los ejemplos paradigmáticos de Hindenburg y del racista Lundendorff, y el de Rathenau como ilustración de la escisión interior de la «inteligencia judía» son algunos de sus temas. Durante la segunda guerra mundial y como diario de guerra —de la «ascesis bélica»—, en realidad bastante «enfriado» ya, de los años 1939-1940, escribió « Gärten und Straßen», editado por Mitter & Sohn, que reeditó las otras obras suyas a que he hecho referencia, y que no publicaba sino libros de guerra. Ernst Jünger fue en plena guerra traducido en la Francia ocupada (Gallimard) y en Italia. No sé que haya sido traducido al castellano. La influencia cultural germánica se ejerció aquí entre los estudiosos. Los escritores fascistas o afines, Sánchez Mazas, Eugenio Montes, Giménez Caballero, el Dionisio Ridruejo de entonces, no sabían alemán. Es extraño que Eugenio d'Ors, tan atento siempre al «espíritu de los tiempos», no hubiese hecho traducir a este escritor, de gran calidad literaria y terso estilo.
Heidegger, como es bien sabido, aceptó el Rectorado de la Universidad de Friburgo y pronunció su famoso discurso de toma de posesión el 27 de mayo de 1933 (Hitler era canciller desde el 30 de enero). El «servicio» político que con esta aceptación prestó a| Régimen y, lo que nos importa especialmente, a los ojos de la juventud —Heidegger y Jünger eran, con mucho, los intelectuales más prestigiosos de la Alemania hitleriana— fue enorme.
Ya antes de la segunda guerra, durante ella, habla Heidegger empezado a ocuparse de Hölderlin, como el poeta por excelencia. Las Obras de Hölderlin (cuya edición fue iniciada por Norbert V. Hellingrath, caído en la primera guerra mundial, y a cuya memoria dedicó Heidegger su trabajo «Hölderlin y la esencia de la poesía»), fueron reeditadas en un ya muy difícil momento de la guerra, 1943, lo que muestra la gran importancia que el nazismo les daba. (Por contraste, Peter Weiss en su reciente obra teatral «Hölderlin», da de éste una interpretación opuesta y revolucionaria). Rilke fue en vísperas de la guerra y durante ella tan abundantemente publicado que, según se dijo —probablemente también este decir formaba parte de la propaganda bélica— cada soldado alemán llevaba en su mochila algún libro de Rilke. Y en la «Anthologie de la Poésie Allemande» (Stock, París 1943), obra de pura propaganda germánica (el judío Heine no aparece en ella), a Hölderlin se le dedican más páginas que a nadie, incluso que a Goethe, y me parece que Rilke va en extensión inmediatamente detrás de ambos. Otra antología poética sumamente significativa, «Italien im Deutschen Gedicht» fue publicada asimismo en 1943.
En cuanto al «decisionista», antiliberal y admirador de Donoso Cortés, Carl Schmitt no hace falta hablar mucho de él, por ser bien conocido en España, país que visitó varias veces. Un editor nada fascista, Francisco Ayala, lo tradujo antes del comienzo de nuestra guerra, y Javier Conde después.
No sólo en el plano cultural se propuso el fascismo alemán atraer a la juventud. También en el erotista, como cultivo de la raza — recuérdense los campos de procreación de hijos del Régimen, creados por Himmler— e incluso, por lo menos al principio, de la homosexualidad (las S.A. de Rohm), «Männerbunde» o ligas puramente masculinas, inspiradas muy lejanamente en hipótesis etnológicas, más espiritualmente en el culto a Maximin de George, y muy de cerca, en la «Filosofía» de Hans Blüher. En España estamos viendo ahora la película de Visconti «Muerte en Venecia», pero mucho han de cambiar las cosas para que lleguemos a ver, del mismo Visconti, la que dedicó a la gran familia industrial durante el III Reich, en una de cuyas secuencias los «héroes» homosexuales de las S.A. son exterminados, en plena orgia, bajo las órdenes de Hitler.
Ahora, en el cincuentenario de la subida del primer fascismo al Poder, sería bueno que los gobernantes aprendieran de él la única lección todavía válida que puede dar: la de que en los tiempos modernos no se puede gobernar «contra» la juventud. El fascismo fingió o quiso ser un régimen juvenil y, por ejemplo, su fomento de la «Gemeinschaft» frente al individualismo encuentra su versión actual en la voluntad juvenil de vida en comunidades o comunas. En realidad lo que hizo fue indoctrinar a la juventud, embriagarla con grandes mitos pero, en cualquier caso, contó con ella y se sirvió, para atraerla, de los nombres más prestigiosos que podía manipular —Hölderlin, Nietzsche, George, Rilke, Heidegger, Jünger, italianos pocos, no los había o no servían— cuyo prestigio, y me refiero ahora a los dos últimos, directamente implicados en el nazismo, ha sobrevivido con mucho a éste.
Los sistemas seniles que han sucedido al fascismo saben que carecen de toda posibilidad de comunicación con la juventud y, por eso, lo único que se proponen es sojuzgarla. Grave error, que no puede conducir sino a la rebeldía total o a la total desmoralización de lo mejor que posee un país, lo único realmente prometedor; su porvenir.
José Luis L. ARANGUREN, La Vanguardia Española, 28 de octubre de 1972, p. 50.

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