sábado, 1 de septiembre de 2018

"La propuesta gnóstica" por Eugenio Trias (La Vanguardia, 6 de junio de 1997)


La propuesta gnóstica
No es un indeterminado fenómeno de fin de siglo y de milenio lo que nos mueve a muchos a interesarnos por la religión y la espiritualidad: no es, por tanto, una moda coyuntural, algo así como un hecho “externo” que aparece de pronto bajo la forma del “retomo de lo religioso”. Es, más bien, un sentimiento y una percepción que responde a profundas motivaciones personales; o que procede de la propia experiencia.
Entiendo que los sacerdotes de la progresía oficial y oficiosa, que habían decretado ya la muerte de toda religión y de toda espiritualidad en nombre de un concepto algo casposo de razón ilustrada, se sientan profundamente inquietos. Pues el tiempo de su monopolio en relación con las formas que arbitra la inteligencia filosófica para comprender la experiencia ha pasado. Y la prueba de ello la da este curioso “sermón gnóstico” [Presagios del milenio, Anagrama, Barcelona, 1997] que provocativamente presenta Harold Bloom a través de una prosa ágil e irónica con la cual desbroza el trigo de la paja de esa espiritualidad finisecular.
El trigo es, a su modo de ver, la propuesta gnóstica, una forma de acceso al mundo espiritual que tiene por precedentes preclaros el gnosticismo de los primeros siglos del judeocristianismo, el sufismo chiita iraní (tan excelentemente tratado por Henry Corbin) y la cábala judía medieval y renacentista. La paja es, en cambio, toda la variopinta “industria del más allá”, con toda su cohorte de telepredicadores y de formas integristas característicamente norteamericanas (por no hablar de los excesos sectarios o de los integrismos de las grandes religiones del libro).
Se trata de un ensayo escrito con ánimo de divulgación y de provocación en el que se descubre la gran fuerza que todavía hoy puede poseer esa “conciencia gnóstica” como desafío, a la vez, de los sedicentes agnosticismos o ateísmos en curso y de las formas ortodoxas de creencia de los correligionarios de las distintas religiones positivas, con sus iglesias o comunidades de fieles.
Esa conciencia gnóstica es, hoy por hoy, uno de los más atractivos componentes que presenta la espiritualidad en curso. Yo mismo intente mostrarlo, en sus trazos históricos, en mi libro “La edad del espíritu”. Me alegra en este sentido la convergencia que, a este respecto, muestra Bloom en su oportuno ensayo. Uno de los temas pendientes en el próximo futuro es, creo, la articulación de esa conciencia con una nueva vuelta de tuerca sobre las grandes religiones (sobre todo las más próximas a nuestra cultura, como son las religiones del libro). Y la necesidad de conjurar todo ello con una adecuada elaboración de carácter específicamente filosófico.
El libro de Bloom puede servir, en este sentido, de meritoria introducción a la lectura de quienes más y mejor han contribuido a reavivar, con sus estudios eruditos, esa conciencia gnóstica: Henry Corbin, en lo que respecta a la gnosis islámica; Gershom Scholem en relación con cábala, y los estudiosos del antiguo gnosticismo judeocristiano.
A este respecto yo citaría a un autor insigne que, desgraciadamente, se tiene injustamente postergado; me refiero al jesuita Antonio Orbe, el autor de la más preclara y monumental obra sobre el gnosticismo valentiniano.
La gnosis sugiere la existencia de un estrato hondo de nuestro yo que preexiste y rebasa nuestra simple conciencia, y que interviene como doble angélico, o como “daimon”. Y que constituye el núcleo autentico de nuestra propia identidad. Trasciende las condiciones de tiempo y lugar de nuestra estancia en este mundo y constituye, quizás, el “doble” benefactor que nos acompaña de forma discreta y silenciosa.
El “conocimiento” de ese “doble” tiene el carácter de una comprensión liberadora que trae salud y vigor (o que es “salvadora”).
Las distintas formas de gnosis han intentado determinar, del modo más preciso y variado, las experiencias en que ese conocimiento se produce. Bloom abunda, con ironía y verdadero convencimiento, en el recuento de esas experiencias, abriendo así el ámbito de una posible sublimación de ciertas formas de experiencia que a veces suelen aparecer de forma demasiado tosca y banal, o a través de formulaciones inapropiadas (como son las actitudes milenarias o apocalípticas tan propias de este fin de milenio).
Reseña de “Presagios del milenio” de Harold Bloom. EUGENIO TRÍAS, La Vanguardia, 6 de junio de 1997, p. 47.

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