viernes, 14 de septiembre de 2018

Entrevista a Francis Fukuyama (La Vanguardia, 2 de febrero de 1992)


Entrevista a Francis Fukuyama, autor de “El fin de la historia y el último hombre"
Sergio Vila-Sanjuan, Boston
Francis Fukuyama acaba de publicar en EE.UU. “The end of history and the last man” (“El fin de la historia y el último hombre”) sin riesgo de pasar inadvertido. Su libro, un intento ambicioso de desplegar una filosofía de la historia, reparte palos a derecha e izquierda y aventura conclusiones en terrenos tan variados como la economía, la sociología, las relaciones internacionales y el estudio del alma humana. El libro aparecerá en, España en mayo, publicado por Planeta.
-Usted defiende la tesis de que la historia de la humanidad tiene un sentido y una dirección.
-Sí. Creo que hay un movimiento en la historia de las sociedades hacia el establecimiento de democracias con libertades políticas y económicas, y que estas democracias representan el sistema en el que el ser humano se ve reconocido en su plena dignidad personal de forma más completa. En este sentido representan la culminación de la historia, ya que no podemos pensar un sistema político mejor. Eso no quiere decir que el hombre que viva en ellas se sienta completamente satisfecho ni que no experimente necesidades ni que estas sociedades no tengan problemas. Pero como modelo político para las necesidades humanas la democracia liberal no se puede superar.
-¿Qué significa para usted “democracia liberal”?
-Un régimen multipartidista con elecciones libres, donde se respeten las libertades de expresión, religión y asociación, así como el derecho a la propiedad privada.
-Se le acusa, entre otras cosas, de ser inmoderadamente optimista, y de fabricar una ideología que EE.UU. pueda aprovechar tras el fin de la guerra fría.
-Yo soy optimista a largo plazo, creo que hay ese movimiento general hacia la democracia liberal, pero a corto plazo soy pesimista, especialmente sobre Europa del Este y Rusia y su capacidad para atravesar con éxito las transformaciones que están llevando a cabo. En cuanto a lo segundo, yo no he fabricado ninguna ideología. La idea de democracia liberal es vieja, y la comparte la mayoría de la gente en el mundo desarrollado.
-Utiliza usted un concepto de Hegel, interpretado por Alexandre Kojève, según el cual la historia se había acabado tras las revoluciones francesa y americana, que hacían a todos los hombres iguales, al menos teóricamente. Entonces, ¿es que la historia se ha acabado dos veces?
-Bueno, Hegel (y Kojève) creían que la historia terminaba en 1806, cuando las ideas de la revolución francesa se extendían por Europa mediante las conquistas napoleónicas. Lo que ha ocurrido con el colapso del comunismo es que el principal competidor internacional de la democracia se ha extinguido como idea válida, junto con los fascismos y autoritarismos, han demostrado que no tenían legitimidad ni credibilidad.
-Pero, a cambio, los nacionalismos resurgen por todas partes.
-Hay una forma de nacionalismo muy hostil a la democracia, intolerante y en expansión, como el de los serbios. Pero también muchas naciones son nacionalistas sin que ello les impida ser demócratas. La separación de los países de la antigua URSS ha sido bastante pacífica, con relativamente pocos muertos por conflictos étnicos y nacionales: pienso que, en Rusia o Ucrania, el nacionalismo no es una fuerza tan importante como se cree. Con la excepción de Yugoslavia, los ejemplos de nacionalismo más peligrosos tienen lugar en zonas bastante apartadas de Occidente, como Pakistán.
-Si el nacionalismo es poco preocupante, ¿por qué es pesimista con respecto al Este europeo?
-Por los problemas económicos. Cuando España encaró su transición tenía una economía de mercado, una sociedad civil y un grado alto de desarrollo económico, lo cual no es el caso de estos países.
-La expansión del fundamentalismo islámico tampoco abona su tesis. En Argelia, por ejemplo, los integristas iban a acceder al poder democráticamente y sus adversarios han tenido que organizar un golpe de Estado para impedirlo, lo cual es una situación bastante contradictoria.
-Yo no pienso que el mundo islámico vaya a evolucionar pronto hacia la democracia liberal, y eso, efectivamente, va contra mi tesis, porque los integristas argelinos lo primero que hubieran hecho es suprimir las libertades personales. Pero el fundamentalismo es una reacción contra la presencia de elementos occidentales en ciertas sociedades. y se ha dado en los países que previamente habían estado más occidentalizados, como Irán.
Creo que cuando observamos este problema somos muy prisioneros de nuestro propio tiempo y nos olvidamos de que el fundamentalismo es sólo la tercera corriente importante que atraviesa el mundo islámico en este siglo. Primero estuvo el liberalismo, cuando un líder como Ataturk decidió suprimir el islamismo turco, y después vino el nacionalismo laico de Nasser o los sirios. Ambas corrientes fueron muy occidentalistas. Y el fundamentalismo es como un antivirus que reacciona contra cuerpos extraños, pero después puede bajar.
Por otra parte, algunos de los elementos más reaccionarios y antidemocráticos del mundo árabe se están perpetuando gracias al dinero del petróleo. Si ese dinero se acabara y se vieran forzados a confrontar sus contradicciones sin muletas se abriría una posibilidad de evolución democrática importante.
-En su libro usted apunta que las sociedades industriales del Este, como Japón o los “cuatro pequeños dragones" -Corea, Singapur, Taiwán, Hong Kong-, que ya cuentan con una tradición de autoritarismo, podrían potenciarlo en el futuro.
-Si, y eso me parece una amenaza mucho más peligrosa que la de los musulmanes. Porque no creo que el integrismo. a la larga, tenga mucho éxito, mientras que estas sociedades asiáticas sí son muy poderosas.
-El concepto de “thymos” -autoestima que necesita del reconocimiento ajeno-, que toma de Platón, parece el eje de su filosofía de la historia. ¿Puede ampliarlo?
-Es fácil de entender. Según Hegel. la lucha por el reconocimiento ajeno es la fuerza que mueve la historia. Todo el mundo quiere que los demás reconozcan lo que uno vale. Y esto está en la base de muchos fenómenos sociales, como la política o la religión. La democracia, en este sentido, significa una especie de “respeto universal” a la humanidad básica de todos los hombres. Implica vivir en una sociedad donde los derechos de cada persona son reconocidos por todos los demás. Nadie sufre de inseguridad cuando los demás no intentan dominarle.
-Usted insinúa que con la democracia expandida por todo el mundo no habría guerras. ¿No es eso mucho esperar?
-Bueno, basándonos en la experiencia podemos decir que, si esa hipótesis se diera, efectivamente no habría necesidad de guerra, porque los países pueden competir en muchos otros campos. De hecho, en los dos últimos siglos las democracias no han ido a la guerra entre sí, sino contra potencias no democráticas.
-La hipótesis de EE.UU. compitiendo con Japón y la Europa unida como superpotencias próximamente, ¿cómo afecta a su esquema?
-En primer lugar, no creo que Europa vaya a ser una superpotencia militar más allá de las diferencias políticas de sus países, teniendo en cuenta cómo ha reaccionado en la guerra del Golfo o con la guerra civil yugoslava. Si la Europa unida es proteccionista habrá problemas con el comercio con EE.UU. pero nada más. En cuanto a Japón, de momento parece muy reticente a emprender un sendero militarista.
-¿Seguirá EE.UU. ejerciendo como “policía del mundo'’?
-Creo que EE.UU. cumplirá sólo una parte de este papel, porque actualmente está atravesando una fase de debilidad económica y, además, el público americano está en contra de un protagonismo internacional excesivo. Creo que, en el futuro, EE.UU. se concentrará más en sus propios problemas domésticos, aunque sin volver al aislacionismo de los años 20 y 30.
-Si hubiera otra invasión de Kuwait, ¿cómo respondería EE.UU.?
-Si hubiera otra guerra del Golfo me temo que no desempeñaríamos el mismo papel. El Congreso se opondría.
-Su libro dedica varios capítulos a analizar la relación entre crecimiento económico y democracia, pero no acaba de quedar claro qué vínculos de necesidad ve entre los dos conceptos.
-Creo que el crecimiento económico no es ni necesario ni suficiente para que haya democracia, pero ayuda mucho a que se produzca. En la práctica, puede haber crecimiento sin democracia, y a la inversa. Pero lo normal es que el desarrollo económico amplíe las clases medias de la sociedad, favorezca la educación y provoque un estado de “expectativas crecientes" que habitualmente culminan en una transición democrática.
-En Iberoamérica, sin embargo, las transiciones democráticas han ido habitualmente por delante del desarrollo económico.
-Si, los países que liberalizaron su política en los 80 están tratando ahora de liberalizar su economía, como Argentina o México.
-Y cuando ha sucedido al revés ha planteado serios problemas de interpretación, como en el caso de Chile. ¿Como valorar que una dictadura sanguinaria haya conseguido generar un “boom” económico?
-No es el único caso. Ocurrió también en España o en Corea del Sur. Hay quien defiende que el autoritarismo. al no tener que enfrentarse a una oposición política, puede concentrarse, con más éxito y más contundencia, en cuestiones puramente económicas. A mi esta teoría no me vuelve loco. Creo que el autoritarismo no es necesario en este caso y que las democracias también pueden afrontar decisiones económicas muy duras. Es lo que ha ocurrido en Polonia, donde se ha optado por una economía de "shock” con pleno consenso social. Argentina es otro ejemplo.
-Patterson afirma que, mientras el modelo estadounidense triunfa en todo el mundo, en E.E.UU. la gente lo considera insuficiente.
-No estoy de acuerdo. El modelo democrático estadounidense puede estar desprestigiado entre intelectuales, que practican un relativismo muy fuerte, pero no para el pueblo.
-¿Cómo explica que sólo el 45 por ciento votara en las últimas presidenciales?
-En EE.UU. la participación siempre ha sido escasa, pero eso no implica que quienes no votan desaprueben el sistema. Ocurre, más bien, que en la política de mi país no hay grandes diferencias entre contrincantes. y en el fondo no importa demasiado votar por uno o por otro. Cuando la diferencia sí es importante, como ocurrió recientemente cuando David Duke se presentó para gobernador de Luisiana, la gente va a votar masivamente.
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El hombre que quiso acabar con la historia
En verano de 1989, Fukuyama publicó en la revista “The National Interest” un artículo que tuvo amplia resonancia. En “El fin de la historia” formulaba su tesis de que. al no existir ya alternativas políticas viables a la democracia liberal tras el derrumbe del comunismo, la historia, en sentido hegeliano, había acabado.
Para mí fue un misterio que el articulo creara tanta polémica -explica el escritor en el bar del hotel Copley Plaza de Boston-, Creo que llegó en un momento en que el mundo estaba atravesando por muchos cambios simultáneos: los sucesos de China, la caída del muro de Berlín... También pienso que fui mal interpretado: mucha gente creyó que yo afirmaba que ya no habría más guerras ni conflictos sociales y esa no era mi intención”.
Fukuyama, sin embargo, ocupaba el enclave adecuado para que su escrito encontrara audiencia. Doctor en Ciencias Políticas, ex director de Planificación del Departamento de Estado estadounidense, trabaja desde hace algunos años para la Rand Corporation, un “tanque de cerebros" creado por la aviación de EE.UU. para elaborar estudios de estrategia internacional. En Rand, el autor de “El fin de la historia”, ha preparado informes sobre la URSS y. recientemente, sobre el fundamentalismo musulmán para el Gobierno norteamericano.
Nacido en Chicago en 1952, de madre japonesa y padre americano de ascendencia japonesa. Fukuyama no habla el idioma de sus antecesores. Está casado y tiene dos hijos. Su principal mentor fue y sigue siendo el filósofo Allan Bloom, con quien Fukuyama estudió en la Universidad de Cornell. Autor de “El cierre de la mente americana" (un “best-seller" en los últimos cinco años). Bloom ha sido el más influyente teórico de la necesidad de reafirmar la tradición occidental en EE.UU., puesta en la picota por los partidarios del multiculturalismo.
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La profecía de López Rodó
En “El fin de la historia y el último hombre" Fukuyama saca a España a colación en varias ocasiones. En una de ellas cita la afirmación de López Rodó conforme “España estará lista para la democracia cuando la renta per cápita alcance los 2.000 dólares”. Y añade Fukuyama: “Probó ser completamente profético: en 1974, en vísperas de la muerte de Franco, la renta per cápita estaba en 2.446 dólares”.
En otro capítulo argumenta que el Opus Dei y sus tecnócratas laicos reflejaron “la nueva conciencia de la Iglesia española en los años 50, tras descubrir que no había conflicto entre cristianismo y democracia”, lo que en su opinión fue uno de los factores decisivos para socavar la legitimidad franquista, “último exponente del conservadurismo decimonónico europeo basado en el trono y el altar, el mismo que había sido derrotado por la revolución francesa". También destaca el “importante papel” del rey Juan Carlos y el “hecho destacable” de que las Cortes franquistas aprobaran “su propio suicidio”.
"La transición española es especialmente interesante -explicó Fukuyama a ‘La Vanguardia”- Muchos autores, en los años 60. consideraban que la tradición católica incapacitaba a España para una democracia estilo occidental, por contraste con los países protestantes europeos, y que lo mismo ocurría para muchos países iberoamericanos. Tras la muerte de Franco se probó que esto era una falacia y que España podía construir una democracia similar a la de cualquier otro país.
Por otra parte -añade- España presenta una perfecta ilustración de la correlación entre economía y política, y demuestra que el desarrollo económico puede ser muy favorable para la democratización de un país.” De los actuales nacionalismos catalán y vasco, Fukuyama dice que “el nacionalismo debe modernizarse, como hizo antes la religión, y desplazarse a la esfera privada".
La Vanguardia, 9 de febrero de 1992, pp. 55-56

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