jueves, 30 de enero de 2025

Crónica de Juan Pedro Quiñonero de la rueda de prensa celebrada por Alexander Solzhenitsyn en los estudios de Televisión Española, y transcripción de la intervención del Nobel ruso en el programa “Directísimo” del día 20 de marzo de 1976. (“Informaciones”, 22 de marzo de 1976)

 


PARABOLAS EN TORNO A LOS CIENTO DIEZ MILLONES DE MUERTOS DEL SIGLO XX

SOLZHENITSYN ANUNCIA EL APOCALIPSIS

Por Juan Pedro QUIÑONERO.

MADRID, 22.

Alexander Solzhenitsyn anuncia el apocalipsis, la catástrofe, que en menos de veinte años llevará a la ruina a la civilización occidental. Desde su famosa Carta a los dirigentes de la Unión Soviética, publicada en 1974, hasta hoy, sus acusaciones se han hecho más graves y pesimistas. El sábado pasado, en una improvisada rueda de Prensa celebrada en los estudios de Televisión Española de Prado del Rey, anunció de nuevo el fin de nuestra cultura, el fin de la Humanidad: «Sí no se restauran los valores espirituales, si no se consigue el difícil equilibrio entre el desarrollo industrial y los valores morales que hicieron posible las civilizaciones, la Humanidad está destinada a sucumbir.»

Sus profecías de muerte y destrucción no tienen antecedentes en la literatura contemporánea. Ni Céline imaginó el desastre planetario que Solzhenitsyn evoca implacablemente. Octavio Paz, quizá el crítico literario más ilustre de la lengua castellana, en los tiempos modernos, no ha dudado en recurrir a los escritores del Antiguo Testamento para hacemos comprender cuál es el alcance de las maldiciones que Solzhenitsyn reconstruye escribiendo acerca de El archipiélago Gulag: «A veces, como entre los tercetos de Dante, aunque la prosa del ruso es más bien pesada y su argumentación prolija, oigo la voz de Isaías y me estremezco y rebelo; otras, oigo la de Job, y entonces me apiado y acepto. Como los profetas y como Dante, el escritor ruso nos habla de la actualidad desde la otra orilla, esa orilla que no ni? atrevo a llamar eterna, porque no creo en la eternidad. Solzhenitsyn nos habla de lo que está pasando, es decir, de lo que nos pasa y nos traspasa. Toca la historia desde la doble perspectiva del ahora mismo y del más allá.»

Es difícil rastrear las huellas de los géneros literarios, donde situar esas pesadillas de muerte. Es necesario recurrir a la apocalíptica judía anterior al cristianismo, que culmina en el Apocalipsis de San Juan y su discurso sombrío, donde se escuchan profecías orientales, anagramas ininteligibles, lamentaciones sin fin. O a la literatura milenarista medieval, con la Danza de la Muerte esparciendo una leyenda de maldición. En los tiempos modernos no existe un texto literario cuyas acusaciones a la civilización occidental sean tan absolutas y definitivas. No en vano Solzhenitsyn inicia sus discursos evocando los ciento diez millones de muertos cuya sangre ha sido derramada en nuestro siglo. Cifras sin antecedentes en la vida del planeta, rastro de crímenes sin igual en la historia del hombre, sombra fantasmal que amenaza la vida moral de las civilizaciones. (En castellano, el documento más estremecedor, estadísticamente, sobre estos asuntos, se llama El libro de los muertos del siglo XX, de Gil Elliot, editado por Dopesa.)

AMENAZA PLANETARIA

Entre la guerra civil rusa, la formación del Estado moderno tras la revolución, las purgas stalinistas y los muertos de la segunda guerra mundial murieron en Rusia más de cincuenta millones de individuos. La primera guerra mundial costó al planeta diez millones de muertos. Y los restantes conflictos de nuestro siglo suman otros diez millones de muertos. En China murieron, en setenta años, veinte millones de personas. Tal es el holocausto de sangre y destrucción de donde parten las profecías de Solzhenitsyn. Que comentó a los periodistas madrileños. «La crisis de la Humanidad es global, planetaria. No es una cuestión política. Incluso la contra posición Este-Oeste es relativa. En esencia, ambas sociedades se encuentran enfermas: el materialismo es la plaga, la enfermedad, que corroe la civilización postindustrial. La ausencia de altura moral de nuestros, pueblos, nuestra civilización. Y esto puede costar incluso la vida del hombre en el planeta

En las literaturas romances posteriores a la caída del Imperio Romano no existe un texto literario que lance anatemas tan vastos. En las literaturas anglosajonas, quizá sólo Matthew Arnold imaginó una decadencia paralela. En Culture and Anarchy (un texto canónico de la tradición inglesa del XIX), Arnold anunció igualmente que Occidente caminaba hacia la barbarie si no conseguía restaurar lo que Arnold llamaba «hight ideals», los altos ideales, los principios morales y espirituales que hicieron posible nuestra civilización y que los héroes de Plutarco encarnan en todo su esplendor.

Solzhenitsyn cree que los orígenes de este proceso nacen con la Edad moderna, quizá en el barroco, comentando: «En la Edad Media, el hombre exigía en nombre del espíritu. La vida moral y espiritual regia los destinos de las comunidades. El espíritu llegó a aplastar la naturaleza física. La parte material se sublevaba. Con el advenimiento de los tiempos modernos, el viraje fue natural y muy violento. Desde entonces, la Humanidad no ha sabido conjugar la protesta y el espíritu. En nuestro siglo, la aceptación de la materia, el materialismo, ha llegado hasta extremos inconcebibles. Y la vida espiritual ha sido aplastada, condenada

JUVENTUD RELIGIOSA

No obstante, las profecías de Solzhenitsyn, como es sabido. también tiene un rostro político: «No puedo nivelar el totalitarismo occidental y el comunista. En Rusia, el comunismo ha creado una sociedad de esclavos sin igual en la historia de las civilizaciones. Ambas han perdido lo único que justifica la vida del hombre, pero los comunistas persiguen por hacer fotocopias, por viajar, por comprar periódicos extranjeros. Los crímenes contra la libertad privada son inimaginables para la opinión progresista occidental, que algún día, cuando escache en su propia carne la voz de los verdugos, podrá comprender. Cuando recibí el premio Nobel todavía creía que la literatura podía transmitir valores de la experiencia, podía ayudar a hacernos más libres, descubriendo los crímenes que ha cometido el hombre contra el hombre. Ahora, lo dudo. No creo en ese espejismo. Los especialistas de la historia pre-revolucionaria rusa están de acuerdo en estimar que durante los ochenta años que precedieron a la revolución, es decir, durante los años más sangrientos para la causa evolucionaría, y cuando se perpetraron los mayores atentados contra la vida del Zar, se ejecutaban aproximadamente a diecisiete personas por año. La Inquisición española, en su apogeo, hizo perecer a unas diez personas por mes. En mi «Archipiélago» recuerdo un libro, publicado en 1920 en el que su autor hacia un recuento triunfal de las actividades revolucionarlas: en 1918 y 1919, cada mes eran ejecutadas más de mil personas sin proceso. Durante el terror stalinista, entre 1937 y 1938, d dividimos el número de víctimas ejecutadas por el número de meses, se obtiene una cifra superior a los cuarenta mil muertos mensuales. Anarquistas. industriales, niños, ancianos, comerciantes.... una marea de muerte sin igual en la historia de la Humanidad». Solzhenitsyn habla de modo torrencial. Hace una pausa y continúa: «Occidente no ha comprendido nunca ese laberinto criminal. Occidente no imagina los procesos espirituales que tienen lugar en Rusia. La persecución ideológica, espiritual, religiosa, sólo es comparable con la de los primeros mártires cristianos. Y esa persecución sangrienta, despiadada, ha reafirmado la religión, que sale favorecida de ese clima de paranoia policial. La juventud occidental es atea y tiende al socialismo. La juventud de mi país está contra el socialismo y es más religiosa.»

ACABAR CON LA CIVILIZACION

El profeta ruso no se integra en las tradiciones culturares de Occidente. Su repulsa moral no pertenece ni a la tradición democrática jeffersoniana, y su ética espiritual está muy lejos del doctrinarismo de Saint-Just. No propone una sociedad nueva conoce ni un camino político que encarne en su mística espiritual. Sus profecías son lúgubres como las prescripciones del Levítico: «Occidente ha perdido el sentido de las viejas palabras..., democracia, libertad, justicia, totalitarismo… nada significan ya…es difícil comprender el significado moral de una sociedad donde viajar puede ser un crimen, donde fotocopiar la página de un libro puede costar diez años de cárcel, donde los manicomios albergan a los espíritus libres, donde las huelgas se bañan en sangre... Ustedes los occidentales no comprenden: están perdidos. El Gobierno chileno dejó escapar a diecisiete revolucionarios… que huyeron a Rumanía. ¡Pero de allí no sabían cómo escapar!... Terroristas de Quebec intentaron refugiarse en Cuba: pero allí el terror policial les obligó a huir de nuevo... La prensa progresista tiene los ojos cerrados, no dice nada de esto... Sin embargo, si no restauramos los valores espirituales, si no renunciamos al hedonismo de las sociedades industriales, la población mundial será arrasada por una destrucción masiva en las primeras décadas del próximo siglo, apenas dentro de veinte años. El futuro de nuestro planeta nunca ha estado tan amenazado ni ha estado en manos de menos hombres, que pueden acabar con el resto de la civilización.»

EN CASTELLANO NO HAY TRADUCCIONES

Solzhenitsyn no ignora los procesos ideológicos, los turbulentos debates que suscitan sus acusaciones: «Sí. Es cierto. Se publican libros con mi nombre, que en ocasiones yo desconozco. En castellano, por ejemplo, apenas soy conocido. Todavía no existen en España unas traducciones verdaderas que ofrezcan al lector de su lengua garantías mínimamente exigibles para el conocimiento de mi obra. Mis libros se han traducido tan mal, que el lector no puede conocerme. De ahí, igualmente, que me resista a las ruedas de Prensa: yo expongo mis ideas y luego los periódicos tergiversan mis palabras, mis ideas. Yo les pediría, por favor, que si sus periódicos no publican todas mis palabras, que renuncien a escribir sus artículos. Es mejor el silencio que cortar y manipular las opiniones

Cuando Solzhenitsyn dice que «el mundo libre está al borde del colapso, alentado por sus propias faltas», retorna de nuevo a la tradición apocalíptica al margen de doctrinas, ideologías, escuelas literarias. Su discurso, como comentaba Octavio Paz, oscila entre Isaías y Job. Una legendaria maldición que en nuestro siglo tiene un rostro político.

Escribe Paz, el poeta mejicano, antiguo trotskista, en torno al libro más famoso de Solzhenitsyn: «Archipiélago Gulag asume la doble forma de la historia y del catálogo. Historia del origen, desarrollo y multiplicación de un cáncer que comenzó como una medida táctica en un momento difícil de la lucha por el Poder y que terminó como una institución social, en cuyo funcionamiento destructivo participaron millones de seres, unos como víctimas y otros como verdugos, guardianes y cómplices. Catálogos: Inventario de los grandes —que son también grados en la escala del ser— entre la bestialidad y la santidad. Al contarnos v el nacimiento, los progresos y las metamorfosis del cáncer totalitario, Solzhenitsyn escribe un capítulo, tal vez el más terrible, de la historia general del Caín colectivo; al relatar los casos que ha presenciado y los que le han referido otros testigos oculares —en el sentido evangélico de la expresión—, nos entrega una visión del hombre. La abyección y su contrapartida: la visión de Job en el muladar: no tiene fin

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ALGUNAS ANOMALIAS

MADRID, 22. (INFORMACIONES.)

La aparición de Alexander Solzhenitsyn en el programa «Directísimo», que dirige y presenta José María Iñigo, el sábado pasado, puso de manifiesto una evidente falta de organización por parte de los órganos responsables de Televisión Española, y unas desafortunadas dificultades a las tareas informativas de los reporteros que cubrieron informativamente la figura del premio Nobel ruso.

Estos fueron algunos de los hechos ocurridos:

—Prohibición a los periodistas de entrar al estudio donde se emitió la entrevista con Solzhenitsyn, abarrotado de público. El premio Nobel confesó a los periodistas, más tarde, que su intervención había sido mutilada, «por razones de tiempo».

—Los periodistas que tuvieron que seguir la intervención televisiva desde una «sala de Prensa», a mitad de la intervención de Solzhenitsyn. fueron invitados perentoriamente a desalojar la sala, sin ningún tipo de explicaciones. «No es mi horario», comentaba el funcionario correspondiente.

—Cuando pudo celebrarse la rueda de Prensa (que sólo fue posible gracias a Solzhenitsyn, ya que los guionistas y funcionarios de «Directísimo» «secuestraron» al novelista, impidiendo todo tipo de dialogo o contacto con los periodistas) no había un sólo representante oficial de Televisión Española, de un mínimo nivel administrativo. En la «sala de Prensa» ni siquiera había sillas suficientes para la veintena de periodistas asistentes. Y el mismo Solzhenitsyn estuvo sentado entre archivadores y mesas de oficina.

—La traducción simultánea de las alocuciones de Solzhenitsyn hizo imposible entender largos párrafos de la intervención del premio Nobel, que pidió perdón, personalmente, a los periodistas, cuando se trataba de un fallo técnico que ningún responsable ni del programa ni de Televisión se sintió obligado a justificar.

El tono monocorde, las frases aproximativamente construidas de un flojo interprete, a punto estuvieron de destruir la pasión y el significado del torrente de palabras que Solzhenitsyn pronunciaba en ruso.

Todo este estado de cosas quedó resumido en la única y ridícula pregunta que hizo al autor ruso el presentador del programa, José María Iñigo: le preguntó qué le parecía vivir en Suiza, paraíso de los millonarios occidentales…

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LA INTERVENCION DE SOLZHENITSYN EN «DIRECTÍSIMO»:

Con el triunfo del comunismo se inició la guerra del Estado contra el pueblo

MADRID, 22. (INFORMACIONES.)

EL escritor soviético, residente en Suiza, Alexander Solzhenitsyn, premio Nobel de Literatura, intervino el pasado sábado en el programa «Directísimo», de Televisión Española. El escritor llevaba ya una semana, de absoluto incógnito, viajando por España.

Al iniciar su intervención, que duró cerca de tres cuartos de hora, el señor Solzhenitsyn se refirió a los puntos de conexión entre España y Rusia, diciendo que «aunque los españoles y los rusos no nos parecemos, podemos encontrar rasgos comunes en nuestra historia. Si no fuese por Rusia y por España —que han sufrido a lo largo de la historia dos invasiones, la de los mongoles y la de los mahometanos—, la Europa de hoy no sería lo que es en la actualidad, ya que ganó su independencia, s u historia, gracias a estas dos naciones».

Sobre la influencia de España en su generación, dijo: «Debo decir que en mi historia sobre los campos de concentración hablo de que encontré no pocos españoles. Eran niños que fueron sacados de España, o revolucionarios que salieron de España al terminar la guerra civil, marineros y pilotos.» Y añadió: «Debo decir que España ha entrado en la vida de nuestra generación como la guerra amada de nuestra generación. Los jóvenes de nuestra generación teníamos dieciocho o veinte años cuando tenía lugar la guerra española. Como consecuencia de esta ideología inhumana del socialismo, con esa fuerza con que fueron cogidas las almas jóvenes de nuestros países, el tema de la guerra civil en España ocupó lugar de prioridad en esas generaciones jóvenes rusas, a pesar de que en aquellos momentos (1937-1938) sufríamos en la Unión Soviética el sistema carcelario más terrible. En aquel entonces detenían a millones de personas inocentes; fusilaban un millón de personas al año, sin contar con que nadie hablaba del archipiélago Gulag, que ya existía: eran 12 ó 15 millones de personas que estaban al otro lado de los campos de concentración. No obstante, nosotros casi no hacíamos caso de la realidad que nos rodeaba y participábamos en vuestra guerra civil con todo corazón. Para nuestra generación, nombres como Badajoz, Guadalajara, el Ebro, la Ciudad Universitaria, Teruel, eran nombres que considerábamos como propios. Y si nos hubiesen llamado, si nos lo hubiesen permitido, nosotros hubiésemos hecho todo lo posible por venir y luchar por la España republicana. Esto forma parte de la ideología socialista, que hace que las almas sean atraídas y llevadas, sin que puedan ser conscientes de la realidad de su propia situación, de su propio país, que dejan olvidado; se trata de buscar un sistema abstracto

GUERRA CIVIL

El señor Solzhenitsyn continuó: «He oído que vuestros emigrados políticos decían que la guerra civil española ha costado medio millón de seres. No sé si esta cifra es exacta o no; pero vamos a suponer que sea exacta. Tengo que decir entonces que en nuestra guerra civil también murieron dos o tres millones de personas. Pero vuestra guerra civil y la nuestra terminaron de distinto modo. En vuestro país venció un concepto de vida cristiano, y debido a que querían terminar la guerra y curar las heridas, todo termina ahí. En nuestro país venció la ideología comunista, por lo que el final de la guerra civil supuso no el final de todo lo que había ocurrido, sino el comienzo de lo que empezaba: comenzó la guerra del régimen establecido contra el pueblo.»

El señor Solzhenitsyn cita los datos reunidos por el profesor de Estadística ruso Kurdanov: de 1917 a 1959, 66 millones de personas muertas (de hambre en campos de trabajo, asesinadas, ejecutadas) en la U.R.S.S.

LA DICTADURA

«Yo aconsejo —agregó— que en Occidente se lean estos cálculos y la procedencia de las cifras tan terribles sobre nuestros muertos. Vosotros pasasteis de lado y no conocisteis lo que es el comunismo; puede ser para siempre o puede ser temporalmente. Vuestros círculos progresistas dicen que el Régimen que tienen ustedes es la dictadura. Llevo diez días viajando por toda España; viajo y nadie me conoce y puedo observar cómo vive la gente, con mis propios ojos, y me asombro. ¿Saben ustedes lo que es de verdad la dictadura? ¿Saben lo que se esconde tras este nombre? Voy a poner un ejemplo que he vivido personalmente: cualquier español no tiene por qué estar atado a su sitio y tiene libertad de elegir la ciudad que le plazca para vivir. Los ciudadanos soviéticos no pueden viajar libremente por su país; nosotros estamos en nuestras ciudades. Son las autoridades locales las que deciden si uno puede marcharse, con lo que los ciudadanos están totalmente a disposición de las autoridades locales, de la Policía. Gracias a las presiones de la opinión pública mundial, están dejando salir, con grandes dificultades, a una parte de los judíos; a los demás pueblos no les dejan salir. Nos encontramos en nuestro país como en la cárcel. Yo he visto Madrid y otras ciudades; más de doce ciudades españolas he visitado y he visto que en los quioscos se venden los periódicos más importantes europeos. No lo creían mis ojos. Si en nuestro país se pudiesen comprar los periódicos extranjeros, diez manos se hubiesen lanzado a por ellos y los hubiesen comprado. He visto también que cualquier persona, con cinco pesetas, se puede hacer una fotocopia en la calle. Sin embargo, en nuestro país esto es absolutamente imposible: está prohibido, de no ser para servicio del Estado; si alguien lo intentase para sus necesidades particulares pueden condenarle por actividades contrarrevolucionarias

AMNISTIAS

Y añadió: «Ustedes tienen huelgas. En mi país, durante sesenta años, jamás ha sido declarada una huelga. En los primeros años del Régimen, los que pretendían declararse en huelga eran fusilados, aunque lo hicieran para solicitar mejoras económicas; a otros, los metían en la cárcel por contrarrevolucionarios. Al tratar de publicar en la revista "Nuevo Mundo" un cuento en el que figuraba la palabra huelga, los rectores de la publicación —antes de llegar a la censura— erradicaron sin contemplaciones dicha palabra.

Y yo pregunto a vuestros progresistas: ¿Saben lo que es la dictadura? Si nosotros tuviésemos esta libertad que tienen ustedes aquí, abriríamos los ojos y no acabaríamos de creérnoslo. Hace sesenta años que no tenemos estas libertades. Recientemente he visto que han tenido ustedes una amnistía —limitada, según sus políticos—, para los luchadores que pelearon con las armas en la mano; a otros se les ha reducido la mitad de la pena. Podría decirles que nosotros necesitamos una amnistía, aunque fuera tan limitada como dicen que es esta de ustedes. Durante sesenta años jamás hemos tenido en Rusia una amnistía. Nosotros íbamos a las cárceles a morir en ellas. Muy pocos hemos podido regresar de estas cárceles y contarlo todo. Tras esta experiencia, hemos liberado nuestras almas, hemos recibido una vacuna contra el comunismo, mejor que nadie de Occidente. Efectivamente, nos hemos librado del comunismo, pero lo hemos pagado muy caro. Rusia se encuentra en una posición de vanguardia aun cuando reine la esclavitud, ya que la experiencia que hemos conocido no la ha conocida todavía Occidente. Vemos asombrados lo que pasa ahora en Occidente, lo vamos desde nuestro pasado; es como si estuviésemos viendo el futuro que les espera a ustedes. Todo lo que está ocurriendo aquí, ocurrió en nuestro país hace mucho tiempo.»

HISTORIA EN OCCIDENTE

Sobre la interpretación de su actual residencia en Suiza, “país en el que suelen refugiarse los grandes millonarios del capitalismo y sus capitales” (en palabras del presentador, José María Iñigo), el señor Solzhenitsyn respondió:

Acabo de decirles que Occidente es una sociedad de consumo. Nosotros, nuestra juventud, la hemos pasado en la miseria. Yo, por ejemplo, cuando era estudiante, tuve una vez la mala suerte de sentarme en una silla que tenía una mancha de tinta que afectó a mi pantalón; durante cinco años estuve con los mismos pantalones, porque no había posibilidad ni de limpiarlos ni de cambiarlos.

Cuando cualquier hombre soviético llega a Occidente, incluso en los países menos ricos, incluso en los países considerados como pobres, tenemos el sentimiento de que algo nos ahoga. Nosotros no podemos ver cómo se tiran la comida y los restos de comida; no podemos ver cómo se queda la comida en las mesas; no podemos comprender cómo se tiran también las migajas de pan. Por ello, cuando me preguntan por qué vivo en Suiza, respondo que en nuestros países vivimos como prisioneros, y que si mañana tuviese la posibilidad de regresar a nuestro país, miserable y hambriento, mañana regresaríamos, no obstante.

La Prensa socialista suele especular —le gusta— en el sentido de que Solzhenitsyn ha venido a Occidente y se ha transformado en un millonario. Cuando yo pasaba hambre allí, no decían que pasaba hambre. Sólo mentían diciendo que allí se come todo lo que se quiere. Efectivamente, tengo unos honorarios bastante grandes, pero la mayor parte de esos honorarios van destinados al fondo social ruso para ayudar a aquellos que son perseguidos en la Unión Soviética y a sus familias. Y de diversos modos, nosotros enviamos estas ayudas a la Unión Soviética.

Para los hombres occidentales, para ustedes, es muy difícil comprender estas cosas. En Occidente le pueden meter en la cárcel, pero no le pueden echar a uno de su trabajo por sus convicciones, por sus creencias, y si es que le echan a uno por ello puede buscar un nuevo trabajo. Pero nosotros tenemos un único patrón, el Estado, y si este patrón decide no admitir a una persona, no será admitido en ninguna parte. La familia no puede vivir, porque se muere de hambre.

Mi residencia en Zúrich se debe principalmente a que he escrito un libro sobre Lenin en Zúrich, que se acaba de publicar, y fue precisamente en Zúrich donde encontré todos los archivos que sólo se podían hallar allí.” (Zúrich y Ginebra fueron durante varios años refugio del exiliado Lenin, antes de la Revolución de Octubre.)

Informaciones, 22 de marzo de 1976, pp. 20-22.


Juan Pedro Quiñonero entrevistando a Alexander Solzhenitsyn en Prado del Rey, 20/21 de marzo de 1976. Foto Antonio Couto.

martes, 28 de enero de 2025

"México: Encuentro con la libertad" (ABC Literario, 1 de septiembre de 1990)

 

México: Encuentro con la libertad

Intelectuales de todo el mundo debaten el eclipse de la ideología comunista

A lo largo de esta semana se ha celebrado en México uno de los encuentros de intelectuales más importantes de los últimos tiempos. Convocados por la revista mexicana «Vuelta», con el patrocinio de Televisa, los participantes se reunieron para discutir, desde la perspectiva de los cambios ocurridos en el mundo en los últimos meses, los caminos que la libertad ha tomado en nuestro tiempo. «El siglo XX: la experiencia de la libertad» era el enunciado del debate, al que han asistido, entre otras figuras del pensamiento y la cultura, Octavio Paz, Leszek Kołakowski, Agnes Heller, Mario Vargas Llosa, Jorge Semprún, Daniel Bell, Hugh Thomas, Jorge Edwards y Enrique Krauze. En la primera de las mesas redondas, «Del socialismo autoritario a la difícil libertad», intervinieron Octavio Paz, Leszek Kołakowski, Jorge Semprún, Agnes Heller y Daniel Bell, a los que se iban sumando desde el auditorio otros participantes.

Octavio Paz actuó como moderador del debate y presentó a cada uno de los participantes con un breve apunte biográfico.

Agnes Heller nació en Budapest en 1929, fue discípula del filósofo marxista Gyorg Lukács por poco tiempo, ya que el régimen estalinista que los soviéticos impusieron tras la Segunda Guerra Mundial suprimió los centros de investigación. Tras la revolución húngara en 1956. Heller rompe con el comunismo ortodoxo y reformista. al tiempo que Lukács es obligado a jubilarse. En 1977 emigró a Australia, donde impartió clases (de Sociología en la Universidad de Melbourne. Ahora divide su vida entre Nueva York y Budapest. Sus libros más sobresalientes son El hombre del Renacimiento y La filosofía radical.

Leszek Kołakowski nace en Radom (Polonia) en 1927. A comienzos de los años sesenta es excluido de las filas del partido y separado de su cátedra en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Varsovia por sus ideas heterodoxas. Ha sido profesor visitante de la Universidad McGuilles, de Montreal. y de la Universidad de Berkeley. en California. En 1975 fue nombrado profesor en Yale y en 1981 acepta serlo de la Universidad de Chicago. Kołakowski es miembro de la Academia Británica. Entre sus obras sobresalen Las principales corrientes del marxismo, en tres volúmenes, Cristianos sin Iglesia y El hombre sin alternativa.

Daniel Bell nace en Nueva York en 1919. Durante más de veinte años practica el periodismo. A mediados de la década de los cincuenta Daniel Bell dirige en París el seminario por el Congreso de la Cultura Libre. En 1962 regresa a los Estados Unidos y en la Universidad de Columbia obtiene su doctorado. Actualmente Bell es profesor emérito de Sociología en la Universidad de Harvard. Ha sido el forjador del término «Sociedad postindustrial». Entre sus libros cabe citar El socialismo marxista en América, El arribo de la sociedad postindustrial y Las contradicciones culturales del capitalismo. Su voz es la de un disidente.

Jorge Semprún nace en España en 1923. Novelista, guionista, memorialista, Semprún es hoy ministro de Cultura de España. Combatió en la resistencia Francesa en la Segunda Guerra Mundial y es autor de numerosos trabajos literarios y cinematográficos sobre la guerra civil española. Es conocida su posición antidogmática, ejercida principalmente en contra del Partido Comunista, a cuya dirección perteneció hasta 1964. Entre sus libros destacan El viaje y Autobiografía de Federico Sánchez.

Octavio Paz: Henos aquí, reunidos finalmente, para el primer debate del encuentro «El Siglo XX: la experiencia de la libertad». Muchas personas me han preguntado por qué lo hemos llamado así. Me parece que antes de comenzar nuestra discusión debo exponer muy brevemente por qué la libertad más que una idea o un concepto me parece que es una experiencia. La libertad, como idea, es del dominio de la filosofía. Pero se trata de un término que escapa a las definiciones. La disputa entre la libertad y el determinismo nació casi al mismo tiempo que nació el pensamiento filosófico y todavía sigue abierta. Hay una frase célebre que confirma la extraordinaria ambigüedad de esta palabra. «La libertad es la elección de la necesidad». Es la gran refutación de la libertad y, al mismo tiempo, su gran victoria.

Libertad y experiencia

En la tragedia griega encontramos la misma indecisión. Para que la fatalidad se cumpla -nos dicen una y otra vez Esquilo y Sófocles- se necesita la complicidad de la voluntad humana. Los agentes del destino son los hombres y los hombres conquistan la libertad cuando tienen conciencia de su destino. Enigma filosófico y paradoja poética, la libertad es también un misterio teológico. «Somos libres -dicen los maestros de la Escolástica- por la gracia de Dios». Por todo esto pienso que la libertad, más que una idea filosófica o un concepto teológico, es una experiencia diaria que todos vivimos, sentimos y pensamos cada vez que pronunciamos dos monosílabos maravillosos: sí y no. La libertad no se deja definir en un tratado, pero se deja definir en un tratado, pero se expresa en una simple frase: «Yo quiero esto», «yo no quiero aquello».

Mientras pensaba en esta paradoja -continúo Paz- recordé un poema que escribí hace cuarenta y cinco años al final de la segunda guerra, es decir, cuando se inicia el periodo histórico que ahora vivimos. El tema de mi poema era la libertad que yo veía ligada a la imaginación. Era un poema intimista, subjetivo, pero que también tenía en cierto modo una dimensión histórica. Todavía creo que la libertad está ligada a la imaginación de los hombres y por eso me atrevo a repetir unas cuantas líneas de ese viejo poema:

«La libertad es alas/es el viento entre hojas, detenido en una simple flor/ y el sueño en el que somos nuestro sueño./Es morder la naranja prohibida/ abrir la vieja puerta condenada y desatar al prisionero,/ Ésa piedra ya es paz./esos papeles blancos ya son gaviotas/ son pájaros las hojas y pájaros tus dedos./Todo vuela.».

La paloma de Kant

La imaginación en libertad transforma el mundo y todo se echa a volar. Pero hoy haré esa crítica a estos versos juveniles. La imaginación se disipa si no se realiza en un acto. Le pasa a la imaginación lo que a la paloma de Kant, para volar necesita la resistencia del aire y la atracción hacia la tierra, la libertad, para realizarse, desgajar a la tierra y encarnar entre los hombres. No le hacen favilas sino raíces. La libertad es una decisión, un sí o un no que nunca es solitario. Incluye siempre al otro, a los otros. La libertad es una dimensión histórica y por eso es una experiencia y en esta experiencia aparece siempre el otro. Al decir sí o no me descubro a mí mismo y, al descubrirme, descubro a los otros. Sin ellos yo no soy yo. Pero ese descubrimiento es, asimismo. una invención, al verme a mí mismo veo a los otros, a mis semejantes. Al verlos a ellos me veo a mí mismo. Ejercicio de la imaginación activa, la libertad es una perpetua invención.

Vivimos probablemente el fin de un período y el comienzo de otro. El gran tema del pasado inmediato fue la crítica de los poderes enemigos de las libertades. El del tiempo que viene es el de la invención de la libertad en el sentido que acabo de explicar. Es decir, la libertad que incluye siempre a los otros. Pero, ¿cómo los pueblos podrán edificar la nueva casa de la libertad? Tarea dificilísima. Creo que después de esta breve introducción podemos abordar directamente nuestro tema, «Del socialismo autoritario a la difícil libertad».

Hemos acordado por unanimidad que nuestro admirado amigo Leszek Kołakowski comience nuestra conversación. Tiene la palabra:

Kołakowski: Nuestro propósito aquí no es hablar de la libertad como principio filosófico. Es un concepto un tanto elusivo. Hablar de la libertad en sentido político significa hablar de las actividades humanas que no están reguladas por el Estado. Creo que lo que ha sucedido en los países comunistas no es algo que haya sido generado histórica o ideológicamente. Después del aislamiento cultural nos damos cuenta de que. a la primera oportunidad, por ligera que sea, la gente trata de ir más allá de esa libertad. Como si estuviera enraizada antropológicamente. Ahora, cuando analizo los cambios recientes, surge una pregunta que tiene dos vertientes. Obviamente, la primera es el cambio mental, y la segunda es el cambio económico.

Inevitable pobreza

Uno puede preguntarse ¿qué es más importante, lo económico o lo ideológico? -prosigue Kołakowski-. Sugeriría que los cambios ideológicos y mentales son fundamentales y más importantes que los económicos. El desempeño económico del comunismo ha fallado desde el principio, porque nunca funcionó, y podemos decir que sus fallos no se produjeron por evitar errores, o por incompetencia de los planificadores; era el sistema el que hacía que la economía comunista no funcionara de entrada. La miseria y la pobreza de la población es inevitable en el comunismo, pero no produce, como en otros sistemas, reacciones de tipo político o económico. Sus cambios son ideológicos, que no es lo mismo. Las sociedades totalitarias, lo mismo que el comunismo, trataban de tener una ideología que abarcara todo, y hemos visto durante años y años que perdió su fuerza y que ya nadie creía en ella, ni siquiera los que estaban en el poder. Este fue el problema básico del sistema y una herencia de las monarquías.

Por otro lado, dentro del comunismo. la «sovietización» es históricamente inevitable. Esencialmente, era una ideología de la desesperación que buscaba, insisto. convencer a la gente de algo que, simplemente, no era cierto. Y así, una de las derrotas del «sovietismo-comunismo», ha sido el reconocimiento de que su ideología era falsa y que sí era cierto que se puede luchar en contra suya. Este hecho nos está llevando hoy, en el este, hacia un cambio mental que ya ha hecho posible el movimiento hacia la libertad en los países comunistas.

Agnes Heller: Hablaré acerca de las gloriosas revoluciones de Europa central. Hablo de revolución porque fue una revolución política sin sublevación, dado que la soberanía del partido fue sustituida por la soberanía popular. Es el impacto de una revolución real de orden político. Hablo de revoluciones gloriosas. En dos sentidos fueron gloriosas. Por una parte, en el sentido literal de la palabra, cambiaron el mapa de Europa, pusieron fin a la guerra fría y cambiaron la historia. Al mismo tiempo fueron gloriosas en una comprensión metafórica de la palabra, porque se parecen, ya sea remotamente, a la revolución inglesa.

Revolución sin sublevación

No han sido revoluciones «modernas» que lucharan contra sistemas «pre-modernos», sino que la modernidad ha luchado y ha triunfado en contra de un experimento deformado de la modernidad. Hay en ellas algo de regreso, de reciclaje, hay el deseo de regresar a algo que quizá estaba ahí, de regresar a unas ideas que fueron abandonadas por el comunismo, que fueron contempladas como anticuadas: las ideas de parlamentarismo, de la democracia liberal, ideas que ahora se vuelven a descubrir y que se asientan con un nuevo sentimiento. Podemos describir estos procesos desde la «Constitutio Libertatis», es decir: estos pueblos hoy están constituyendo sus libertades, y, al hacerlo, ofrecen una nueva interpretación de la libertad, porque todo lo que ocurre en la constitución de las libertades del siglo XX es una especie de cognicismo del término libertad, porque, en caso contrario, libertad no sería sino una abstracción.

Cada experimento de la libertad práctica es una interpretación de la libertad. Estas revoluciones no sólo son gloriosas, sino que yo las llamaría posmodernas. Las personas se sorprenden ante lo que llaman el «aquí no hay ideas, aquí no hay grandeza, aquí no hay heroísmo». Me parece que están equivocados: hay grandeza y ha habido heroísmo. Todos estos países han tenido sus revoluciones. a veces muy cruentas, como en el caso de Hungría, en 1956. El heroísmo no consiste en trascender todas las ideas que ya se habían aceptado, que ya se habían establecido como algo que funcionaría en Europa o en otras partes del mundo occidental.

Y son ideas posmodernas porque las gentes ya no creen en lo que se creía durante el siglo XIX y a principios del XX, cuando la libertad consistía en vivir en una estación donde siempre tenemos que alcanzar a un tren muy rápido que va al futuro. Asi que hay dos tipos de trenes que van del pasado al futuro: por la parte liberal, el tren del progreso. De la parte del comunismo, se quería trascender todo lo que había sido hasta entonces, había que establecer una libertad «real» en lugar de estas otras libertades «frágiles». Se trataba de una especie de libertad absoluta basada en la idea de la deificación del hombre.

Seguimos en la estación del tren, porque sí tenemos una conciencia histórica y sabemos que sernos seres históricos pero que la nuestra no es la última época en la historia de la Humanidad, que habrá otras. Sabemos que, quizá, es el resultado final de una cultura occidental y que nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, se quedarán aquí, y que vamos a embellecer esta estación de ferrocarril. Ya no queremos ser redimidos por la política. Y creo que podemos tener una redención secreta en la religión y en la filosofía, en lo que Hegel llamó «espíritu absoluto». No somos perfectos, podemos buscar la perfección, pero también crear un mundo donde se pueda vivir. Un mundo en el que haya libertades.

Destruir el totalitarismo

Los Estados solos no pueden realizar esta tarea, inmensa, destruir el totalitarismo en todo el mundo. Estos regímenes nunca fueron legítimos, quizá sí lo fueran durante algunos años después de la guerra, pero nunca fueron legitimados. Creo que hubo una especie, no de legitimación, pero sí de argumentación que apoyaba a estos regímenes, que fue la argumentación geopolítica, porque la URSS estaba allí. Debido a ello no podemos ser más que lo que somos.

Octavio Paz. Hemos oído los puntos de vista sobre las causas y posibilidades de la gran revolución, las grandes revoluciones de la Europa del Este. Ahora me gustaría oír lo que piensa, a este lado del Atlántico, Daniel Bell.

Daniel Bell: Creo que todos estamos en principio de acuerdo acerca del marco de referencia de análisis. Yo quisiera hacer una interpretación diferente, un desafío a la libertad mental, a la libertad económica. Hay una especie de determinismo o de limitaciones que debemos ver desde el punto de vista histórico. Me refiero a los recursos de la gente, a su capacidad de coordinar el poder y de tener un «status» razonable de vida. Quisiera nada más añadir unas palabras a Kołakowski, quien dijo que el experimento soviético, que fue impuesto a otros países, era muy complejo. Ha sido una derrota a la complejidad, no se tenían todos los recursos necesarios y no pudieron, claro, ser movilizados hacia objetivos directos de la economía y, así, una vez que se obtenían los objetivos básicos, lo que se tenía se perdía.

Alto precio

Marx tenía razón cuando decía que el socialismo sólo es posible después del capitalismo. Pero, lo que no se podía abolir era la economía. Ahora ya podemos entrar en un problema más complejo, en el siglo XX se produce una revolución y, a la larga, hemos pagado un alto precio por haber invertido tanto tiempo en ella y por que fue hecha por gente equivocada. Creo que hay que encontrar un punto intermedio, ya que la libertad no es solamente una noción de decir «» o «no». La libertad es un concepto más grande. La libertad es el derecho al respeto, al respeto por otras personas y el respeto por uno mismo. Esto es una cosa de sentido común. Si analizamos el experimento soviético, por ejemplo, ahí apreciamos una incapacidad institucional para decidir qué está bien y qué está mal.

Octavio Paz: Ahora vamos a oír otro punto de vista, el de un europeo de la otra Europa, el de Jorge Semprún.

Jorge Semprún: Pienso que tanto Kołakowski como Agnes Heller y ahora Daniell Bell han situado muy correctamente, en un nivel teórico y filosófico el marco de nuestra discusión. Yo quisiera, antes de volver en el curso del debate sobre alguno de los puntos defendidos aquí, como por ejemplo la transcendencia o, mejor dicho, el fin de las transcendencias defendido por Agnes Heller, hacer tres breves observaciones desde el punto de vista de un intelectual occidental comprometido. Y son, naturalmente, observaciones autocríticas. No voy a hacer autocrítica personal, que ya está hecha, sino colectiva.

Una larga lucha

En primer lugar, hay que hablar del tiempo histórico a lo largo del cual se ha desarrollado esta lucha de mentalidades. En Occidente tenemos la tendencia a considerar que todo se ha producido en el año 1989, y se habla de la vertiginosa rapidez de los acontecimientos. Yo creo que hay que recordar que se ha producido a lo largo de decenios de lucha. Yo recuerdo, y me van a permitir una anécdota personal, que en el mes de junio de 1953 terminaba mi primer viaje clandestino a España para trabajar contra la dictadura de Franco. Y en San Sebastián, al salir de ese primer viaje, los periódicos estaban llenos de las noticias sobre la revuelta obrera en Berlín Este (Stalin había muerto, meses antes). Desde entonces han pasado muchos años. Este desarrollo de la historia ha exigido luchas, sacrificios, muertes, generaciones enteras de intelectuales del Este, del centro de Europa sacrificados. Tenemos hitos en Polonia, tenemos hitos en Hungría, y de nuevo en Polonia, y luego en Checoslovaquia, o sea: ha sido realmente una lucha por la conquista y la reconquista de las mentalidades, por la reconstrucción de la sociedad civil.

La segunda observación que yo quería hacer responde a la pregunta: ¿por qué los occidentales hemos descubierto esta lucha de repente? Creo que la izquierda europea se ha equivocado sobre la revolución del Este y Centroeuropa desde los años treinta. Se ha equivocado y ha apoyado de una forma u otra -hablo de la izquierda clásica, de la izquierda tradicional, de la izquierda que podría identificarse políticamente con los partidos comunistas e incluso con los partidos socialistas y socialdemócratas- por la estrategia antifascista del estalinismo, durante todo el periodo de los años treinta. Y luego la ha relegitimado, durante los años cincuenta, en plena guerra fría.

La izquierda se equivoca

A partir del año 56, con el choque brutal que enlaza las revueltas populares de Polonia y Hungría con las consecuencias del XX Congreso del PCUS y el reformismo kruschoviano, el análisis de la situación del Este ha sido falso. Sintetizo, quizá un poco groseramente, pero lo hago por la rapidez de la argumentación, para decir que la izquierda ha pensado que los cambios en el Este se producirían en función de un auge del movimiento revolucionario en Occidente, y en función del pacifismo y de la distensión. Pero no ha sido así.

Los cambios en el Este se han producido en función de otras coordenadas y de otras determinaciones. Esto tiene un precio político, y es que la izquierda socialista y socialdemócrata no ha apoyado con fuerza bastante los movimientos de disidencia y los movimientos de oposición en la Europa central y del Este. Hoy la palabra «socialdemócrata» no es suficiente para reagrupar fuerzas de izquierda ni en la Europa del Este ni en Centroeuropa porque no ha habido intervención y apoyo socialdemócrata. O sea, que no es sólo la posición de, digamos. análisis teórico, sino que también es una cuestión política.

Por último, quisiera decir brevemente que lo que está ocurriendo ahora es, desde el punto de vista teórico de quienes hemos sido marxistas, la duda de que, copio sugiere Daniel Bell, algún elemento del pensamiento crítico de Marx, no del marxismo, pueda ser investigadle hoy. Tendré que decirlo más fuerte que los demás: lo que está triunfando es la democracia, esa democracia que hemos perseguido y atacado calificándola de democracia formal, de democracia burguesa, de democracia capitalista. Lenin y Trotsky enviaron a las tropas revolucionarias a resolver la Asamblea Constituyente en 1918 y hoy se recompone aquella Asamblea Constituyente.

Hoy las masas populares, de formas muy diferentes según las tradiciones históricas y según las coyunturas concretas en todos los países de Europa central y en la propia Unión Soviética, reconstituyen la Asamblea constituyente y, al hacerlo, se hace posible, como decía Agnes Heller en su intervención, la intervención de la ciudadanía, la intervención de la sociedad civil en la reconstrucción de la democracia, de la economía de mercado.

Coralario

Octavio Paz: Antes de continuar la concitación vale la pena hacer un brevísimo resumen para ver cuates serían los puntos más importantes. Kołakowski nos habló en primer lugar, de este instinto de la libertad como un instinto religioso en el hombre. Kołakowski ha hablado de una especie de aspiración a la libertad que no es definible racionalmente, pero que existe de un modo antropológico, innato en el hombre. Y piensa que los grandes cambios en la Unión Soviética se debieron no a los errores, que fueron numerosos y muy graves, del régimen comunista. así como tampoco la miseria que impuso en la población, si no, sobre todo, a éste gran cambio de mentalidades que, a su vez, respondía esta aspiración innata en el hombre la de la libertad.

La intervención de la señora Heller me interesó muchísimo porque tuvo varios momentos brillantes. pero hubo uno que me emocionó mucho: cuando habló de la posmodernidad de lo que ella llamó las gloriosas revoluciones del centro de Europa. Es decir, que estamos al fin de este gran periodo en el cual pusimos al hombre en el centro del universo y pensamos que la historia tenía una dirección, y que esa dirección era, siempre, la dirección del partido en el poder, y que todo lo que hacían los hombres era tomar el tren de la historia para marchar hacia el progreso, el bienestar y la libertad. Todo esto se ha acabado, mas no se han acabado los grandes absolutos, probablemente religiosos, filosóficos, artísticos, pero si esta deificación de la historia que. en el fondo, es una deificación del hombre.

Claro, la voz disidente ha sido la de Bell que, con mucha razón y mucho realismo, nos recordó que la gran falla de la revolución bolchevique fue que no había sido bastante marxista. Y es que se había intentado aplicar en un país que no había pasado por la experiencia del capitalismo moderno y de la democracia del socialismo. Bueno, posiblemente baste mi razón, pero un lector de Heidegger podría preguntarse si no fue una de las astucias de la historia porque, para Heidegger y también para Marx, cada vez que la historia se equivocaba tenía razón.

Yo creo lo contrario, lo digo francamente y aunque yo como moderador no debería intervenir, sí me atrevo a decir que la historia no es enteramente racional. La historia tiene, quizá, muchos sentidos, pero la racionalidad de la historia es accidental y somos nosotros los que se la damos.

Por último, la intervención de Semprún también fue muy interesante porque comprende una autocrítica del pensamiento de izquierda europeo occidental. La crítica que él ha hecho a la ceguera extraordinaria de la izquierda europea -que se negó a ver, primero, los procesos de Moscú, y que, después, se negó a ver la verdadera naturaleza del régimen estalinista, y que, finalmente, cerró los ojos ante las revoluciones de Hungría y Polonia- habría que extenderla, de un modo mucho más cruel y mucho más severo, a la izquierda intelectual de Hispanoamérica y, muy particularmente, a la de México. Esto hay que decirlo una y otra vez hasta que ella misma lo comprendan. Pero quizá cuando Agnes Heller habló de la gloriosa revolución y se refirió a la revolución inglesa, nuestro amigo Semprún recordó algo que a mí no solamente por superstición o por debilidad latina, sino como intelectual, me parece que es el verdadero origen de esta modernidad crepuscular.

La asamblea constituyente de 1789. Esto es la parte válida de la modernidad que podemos rescatar. Es el momento en el que la Revolución francesa inventa jurídicamente la nueva libertad, no para un sólo país, no para un sólo grupo, como en los países sajones, sino para toda la Humanidad. Y ahora no si ustedes quieren comentar esto. ¿Algún comentario más? Kołakowski pide la palabra.

Kołakowski. Francamente estoy un tanto en desacuerdo con Daniel Bell. La doctrina marxista no fue la causa de la revolución bolchevique, sino la consecuencia de una serie de factores derivados de la primera Guerra Mundial. El marxismo solamente desempeñó un papel, y no fue el resultado. Se dio una unión de muchos factores y algunos coincidían con la ideología marxista. Fue Marx y no Stalin el que dijo que la ideología del comunismo podía resumirse en la abolición de la propiedad privada. Esto en lo que se refreía al sentido marxista y socialista. Fue Marx y no Stalin quien habló acerca de la concentración del poder económico total y de la propiedad en manos del Estado.

Agnes Heller: Yo quisiera retomar esta discusión con alguno de ustedes porque se están refiriendo al sistema de pensamiento político, es decir, hay un sistema para los capitalistas y otro para los socialistas. Ambos sistemas tienen características particulares. Una viene después de la otra. Creo que, en esta conciencia posmoderna, como la llamo yo, no se va a interpretar una palabra en el marco del pensamiento del sistema puesto que hay distintos tipos de problemas, distintos tipos de sistemas, distintos tipos de estilos de vida que pueden estar uno junto al otro. No todos los estilos de vida son comprometidos religiosamente. La hipótesis que usted está barajando básicamente es una hipótesis capitalista y del siglo XIX. Se puede imaginar el desarrollo del progreso de la sociedad por la renta per cápita.

Daniel Bell: Perdón, usted me malinterpretó y creo que vamos a estar de acuerdo. Yo no pienso que la economía determine la cultura. La religiosidad sobrevive mientras que estos sistemas se desmoronan. La cultura no está enraizada en la economía...

Octavio Paz: Semprún quiere decir algo...

Jorge Semprún: Dos palabras. Yo creo que la discusión que inicia Daniel Bell entra en lo que estamos diciendo y sale un poco de este tema. Yo creo que de todas maneras hay un acuerdo fundamental que acaba de subrayar Agnes Heller, y es que la economía, el sistema económico, la destrucción de la economía de mercado, la tentativa de suplantar todos los mecanismos de mercado por otros mecanismos es lo que ha fracasado y es la base de toda reflexión económica. hoy. para el porvenir de los países, no sólo de Europa Central y de Europa del Este, sino en general de nuestros países. O sea, que así, un poco en plan de broma, yo digo estos últimos tiempos que. cuando Sartre decía que el marxismo es el horizonte irrebasable de nuestro tiempo, hay que cambiarlo y decir que la economía de mercado es el horizonte irrebasable de nuestro tiempo.

Octavio Paz: Creo que ese es el momento en que quizá personas que pertenecen a otro mundo, al mundo de América Latina y muy particularmente al de México, podrían también participar en el debate. De modo que yo interrumpo la conversación por un momento e invitó al profesor Adolfo Sánchez Vázquez, profesor de Filosofía, y a Eduardo Lizalde, ambos con experiencia política, a que se unan a nuestro debate y comenten un poco lo que hemos dicho.

Adolfo Sánchez Vázquez: En primer lugar, querría señalar con respecto a la intervención de Kołakowski una omisión que me parece muy importante y, a su vez, una discrepancia que considero fundamental. La omisión que quiero señalar se refiere a la interpretación que nos ha dado Kołakowski de la revolución en los países del Este.

El fin de la Historia

Jorge Semprún: Estoy de acuerdo con Octavio Paz. Kołakowski estará de acuerdo con nosotros en que un análisis de estas relaciones puede ser objeto de muchísimos seminarios y llegaríamos a conclusiones diversas porque hay lecturas muy diferentes según los momentos. Creo que de todas maneras hay una base fundamental teórica en el pensamiento de Marx, y no hablo del marxismo posterior, sino del pensamiento de Marx, que permite lo que luego se ha llamado socialismo real, leninismo o como se llame, y es la teoría central. Adolfo Sánchez Vázquez reconocerá que la misión de la clase obrera es fundamental en el pensamiento de Marx. La teoría central de la misión de la clase obrera destinada a suprimir la sociedad de clases, al suprimirse asimismo como clase, está relacionada filosófica, metafísicamente, con la teoría del fin de la Historia.

La teoría de la culminación de la modernidad de una sociedad pacificada, homogeneizada, unificada. Esa teoría es la base, filosóficamente. del estalinismo. ¿Cuál es el argumento máximo legitimador del estalinismo que habla en nombre de la clase obrera, en nombre de su misión histórica? El origen de diversas deformaciones está en la teoría que la Historia del siglo XX ha demostrado falsa de que la clase obrera no está destinada metafísicamente a crear una sociedad sin clases. La clase obrera es absolutamente necesaria para que funcionen los mecanismos democráticos de conflicto de una sociedad de mercado, pero no es capaz de hegemonizar una sociedad nueva. No es su misión. Ahí está la base por la cuál de Marx a Lenin y de Lenin a Stalin hay abismales diferencias y una continuidad metafísica.

Un invento intelectual

Agnes Heller: Creo que tanto el capitalismo como el socialismo fueron inventados por los intelectuales, tanto como el darwinismo y la cuestión social. La pregunta real es una respuesta a los movimientos sociales. El marxismo fue parcialmente una reacción a estos problemas reales, no solamente porque fuera una respuesta a la cuestión social, sino porque diseñó al mismo tiempo la gran narrativa que puso las bases para la narrativa de Hegel.

Marx dictó su teoría desde mediados del siglo XIX, que estaba demasiado cerca de la Revolución Francesa, demasiado cerca de Napoleón, demasiado lejos de nosotros, porque nosotros ya hemos hecho muchos otros experimentos en la modernidad. El socialismo fue algo muy importante en la era del modernismo. Pero Lenin inventó algo que era totalmente diferente, inventó el totalitarismo. Usó como teoría, como programa, el marxismo, que ya estaba hecho en aquella época y parecía una buena ideología social-democrática, sin embargo, lo convirtió en un partido totalitario. Stalin tenía razón: el marxismo no funcionaría de manera bolchevique, sin el primer párrafo del estatuto del partido comunista. Creó un Estado totalitario y éste una sociedad totalitaria.

Fue una invención. Lenin no sabía lo que iba a suceder después, pero creó el marco. Marx no había creado este marco, había creado una narrativa básica totalizadora que unifica para excluir el pluralismo. Inventó la idea de que la ciencia completa puede predecir todo lo que va a pasar y todo lo que es bueno para nosotros, para evitar las contingencias. Creo que ahora ya estamos listos para enfrentarnos a estas contingencias. No obstante, tenemos que ver todos los problemas que surgen de la cuestión social. Hay que ocuparse de ellos.

La muerte de Dios

Eduardo Lizalde: Creo que el tiempo no permite extenderse demasiado ni en problemas políticos ni en problemas académicos y que las cuestiones que se han arrojado sobre esta mesa no lo están solamente hoy, sino que están arrojadas sobre la gran mesa del mundo desde hace muchos años. Hay que recordar que en el XX Congreso, un estallido ideológico y un cisma de proporciones muy grandes se dieron hace más de treinta y cuatro o treinta y cinco años, y que los problemas que aquí se están discutiendo van a continuar siendo discutidos durante muchos años más, porque no nos importa hurgar académicamente en sus orígenes o contradicciones, sino preguntarnos qué es lo que va a pasar con las sociedades contemporáneas en el mundo del Este, de Oriente, de Iberoamérica y en otros muchos lugares. Leía hace poco tiempo una nota de un economista galardonado con el premio Nobel, James Buchanan, que, efectivamente, este último cisma, el de las crisis en las revoluciones de los países del Este, ha producido ya un trauma social y cultura de vastísimas proporciones sobre el que hay que reflexionar en profundidad.

Decía Buchanan que este trauma es más grande que el producido por la declarada muerte de Dios, en manos de Nietzsche, hace más de cien años. La muerte del socialismo ha conmovido más a la generación contemporánea que la declaración de la muerte de Dios porque esto tiene que ver nada menos que con las estructuras de las sociedades que están frente a nosotros desarrollándose o subdesarrollándose hace un tiempo largo, pero creo, también, que sin entrar en cuestiones académicas, hay que decir con claridad que se han desoído las críticas, los análisis brillantes, penetrantes, proféticos de una gran cantidad de pensadores, filósofos de todas las corrientes y todos los signos, desde que la revolución estalló.

Daniel Bell: Se ha mencionado la muerte de Dios como problema. No creo que sea un problema tan grande. Los antiguos rabinos decían: «¿Tú te crees que a Dios le importa que tú pienses que está muerto?». Pero sí creo que la muerte de los socialismos es un problema. Se trata de la muerte de cierto tipo de aspiraciones humanas y, por tanto, nos ha proporcionado una serie de preguntas sobre cómo seguir adelante. Noszik tenía cierta ironía en la voz cuando dijo que el capitalismo está en la naturaleza humana, es la codicia. Creo que si es cierto, que me parece que sí, o se acepta la naturaleza humana tal como es o habría que tratar de cambiarla de alguna manera. Hay cosas que se llaman igualdad, dignidad, justicia, que la codicia va a pisotear.

Y esto plantea en estos momentos el tema del mercado. Pienso que en el mercado hay un mecanismo para asignar recursos dentro de un marco social. Seré específico: el mercado es una forma de democracia económica. pero si se ve la democracia política, la base de la política democrática. que todo el mundo tiende a aceptar, es una persona, un voto. Nadie diría, en contra de los antiguos sistemas, que los intelectuales debemos tener dos votos o que los profesores de Cambridge tengan dos o tres. Seguimos diciendo, una persona, un voto. En el mercado rige otro principio, porque muy a menudo no se piensa en el mercado social. Me parece que debemos superar la codicia y entender la necesidad de tener un marco social que nos lleve a una distribución más equitativa de los ingresos, porque los pobres deben tener realmente la voz en un mercado, así como la tienen en el sistema político.

A partir de este momento, y ya próximo el final, se sucedieron las intervenciones de los participantes, sin que se aportara ya nada sustantivo ni reseñable al debate. Asistían a la mesa redonda el resto de los invitados al encuentro, quienes siguieron las vicisitudes de su desarrollo desde una tribuna y quienes dialogaron con los protagonistas aportando precisiones y nuevas ideas.

ABC Literario, 1 de septiembre de 1990, pp. XIII-XVII

lunes, 27 de enero de 2025

"El pensamiento que dinamitó el muro del sistema comunista" por Juan Pedro Quiñonero (ABC, 7 de enero de 1990)

 

Polish History Museum. De izquierda a derecha: Marta Kubišová, Václav Havel, Adam Michnik, Jacek Kuroń, Antoni Macierewicz, Jan Lityński (vía)

EL PENSAMIENTO QUE DINAMITÓ EL MURO DEL SISTEMA COMUNISTA

Revelación de los intelectuales que salen de las catacumbas

París. Juan Pedro Quiñonero

Cuando se acelera el derrumbamiento de los modelos comunistas, Occidente descubre con fruición la obra subterránea de los filósofos, dramaturgos, novelistas, historiadores, que, desde la clandestinidad perseguida policialmente, sentaron los fundamentos morales que han acabado dinamitando el proyecto totalitario.

Durante el medio siglo que el imperio comunista intentó colonizar al planeta con su siempre intacto poder militar, varias generaciones de intelectuales rusos, húngaros, checos, polacos, alemanes orientales, yugoslavos. albaneses, rumanos, tuvieron que luchar contra la policía política de los PC en el poder y contra las mafias intelectuales que impusieron y continúan imponiendo sus criterios estéticos y culturales en Occidente.

El ejemplo clásico de esa doble dictadura es el de todas las víctimas inocentes de la revista «Les Temps Modernes», desde donde Sartre y Merleau-Ponty justificaban el campo de concentración soviético en nombre del «progreso». En su célebre y clásico ensayo La tragedia de Europa central, publicado por vez primera en francés en 1983, Milán Kundera sentó las raíces intelectuales para comprender el verdadero alcance de ese doble proyecto totalitario. Las culturas centroeuropeas, uno de los pilares de nuestra civilización, han estado siendo víctimas de un proyecto de genocidio sin precedentes en la historia de la Humanidad, por su envergadura y ambición planetaria.

Hoy, esa obra que emerge de modo suntuoso, y muy bello, comienza a conseguir un merecido reconocimiento universal. El caso más épico es, sin duda, el del dramaturgo checo Václav Havel, que del calabozo ha sido catapultado a la jefatura del Estado en Praga, mientras los editores de todas las lenguas civilizadas se disputan sus textos. Siendo espectacular, el caso de Havel no es único, con mucho. En Polonia, Adam Michnik, perseguido, odiado por el régimen comunista, ha jugado un papel mayor en el lanzamiento del proceso democrático en Varsovia. En Budapest, figuras como György Konrád son objeto de una constante peregrinación intelectual.

Uno de los grandes especialistas occidentales en problemas culturales de la Mitteleuropa. Timothy Garton Ash, subraya en su último ensayo, imprescindible para abordar estos problemas, Los frutos de la adversidad, hasta qué punto la obra de zapa, solitaria, callada, proscrita de esos pensadores entre otra pléyade que continuaremos descubriendo, está en el origen último del proceso de descomposición moral de los regímenes comunistas.

Sin duda, la trágica catástrofe económica de los modelos socialistas, imponiendo al mismo tiempo la cárcel y la miseria, la prisión y el hambre, ha funcionado como revelador y detonador. Sin embargo, más allá del más primario economicismo, Timothy Garton Ash, como Kundera, hace años, insiste en la dimensión profundamente moral del hundimiento de los modelos comunistas.

Y el mismo Havel, en sus ensayos más conocidos. insiste en esa dimensión decisiva. Los pensadores que han dinamitado los modelos marxistas, con su ejercicio cotidiano de la ética y la palabra, son hombres muy alejados de las modas occidentales, pero radicalmente comprometidos con la reinvención de un modelo moral que el húngaro György Konrád define como «antipolítica». La antipolítica de Konrád está muy cerca de El poder de los sin poder de Havel. Y, en el mismo marco, intentando «definir» la obra de Adam Michnik, Timothy Garton Ash se ve forzado a esta heteróclita relación: «Católico positiva, católico nacionalista, liberal, libertario, neo-conservador...». Por su parte, János Kis se define asimismo como «liberal con vocación social».

Havel ha contado la melancólica historia de ese desencuentro histórico entre la «intelligentzia» de izquierdas occidental y los intelectuales del Este de Europa. Perseguidos en su patria, silenciados en Occidente durante varias décadas, ellos encarnan hoy la esperanza y el destino de los pueblos que aspiran a salir del comunismo. Esa obra ética, moral, espiritual, cultural, en el sentido más noble del término, ha jugado una papel decisivo en el derrumbamiento de los modelos socialistas del Este europeo. Esa obra se instala hoy de modo duradero en el devenir de la historia de nuestra civilización.


Libertad frente a «intelligentsia»

De Vladimir Nabokov a los historiadores libertarios, de Orwell a Czesław Miłosz, de Aron a Koestler, de Octavio Paz a Soltzhenitsin, se han escrito páginas capitales para la historia y la defensa de la libertad. Sin embargo, contra los trágicos testimonios venidos del frío siberiano de la Kolima y el Gulag, la «intelligentsia» socialista occidental lanzaba la patética cortina de humo del silencio, la difamación y la miseria intelectual más rabiosamente agresiva.

Contra los mismos intelectuales intentaron, desesperadamente, ser fieles a sus lenguas natales, y se vieron privados de la melancólica libertad del exilio, las Policías comunistas (política, editorial, social, etcétera) lanzaban los cancerberos y perros guardianes del orden establecido. En los casos más cotidianamente triviales, se trataba de un comisario y de una orden de arresto. En los casos más trágicamente «gloriosos» el policía escribía con el talento de Bertolt Brecht, denunciando a los obreros este-alemanes que se sublevaban pidiendo pan y libertad, antes de ser «normalizados» por los tanques soviéticos.

De esa formidable pesadilla que Milan Kundera considera perfectamente descrita, de modo realista, en la obra de Kafka, el derrumbamiento de los modelos comunistas se escapa y nos increpa, hoy, la obra misteriosa, maldita, proscrita de pensadores que consiguieron salvarse físicamente trabajando como carteros, limpiando suelos, en la cárcel, en los retretes del Comité Central, perseguidos al Este y al Oeste por la Policía y la indiferencia.

Cada uno de estos escritores posee una personalidad propia. Todos tienen algunas cosas en común: para ellos, el marxismo es una tentación policial arcaica y peligrosa, el socialismo en un fracaso miserabilista. Ellos denuncian la profesionalización y la burocratización de la política, las tentaciones «estatistas».

Havel, Michnik, Kis, Konrád han publicado textos mayores (desconocidos en España) para entender la revuelta moral de los intelectuales que nos llegan del Este contra el miserabilismo marxista o socializante de una parte nada desdeñable de la «intelligentsia» occidental. Sin embargo, su obra sólo es comprensible en un marco moral, espiritual y estético mucho más vasto Esa obra «antipolítica», publicada en forma de panfletos subversivos contra el orden comunista, luego y ahora traducida a las grandes lenguas occidentales, se inscribe en un marco de resistencia global. Poetas, historiadores, novelistas, dramaturgos, ensayistas, como Tadeusz Mazowiecki (catapultado a la cúspide del poder polaco), István Eörsi, Péter Kende, Gáspár Miklós Tamás, György Krassó, Aleksandr Zinóviev, Petru Dumitriu, Danko Popović, Jaan Kross, entre una pléyade de desconocidos han creado, durante varias décadas, una obra moral y espiritual de resistencia y defensa de las culturas amenazadas por la polución ideológica y las Policías comunistas.

Juan Pedro Quiñonero, ABC, 7 de enero de 1990. p. 50.