México:
Encuentro con la libertad
Intelectuales
de todo el mundo debaten el eclipse de la ideología comunista
A lo largo de esta semana
se ha celebrado en México uno de los encuentros de intelectuales más
importantes de los últimos tiempos. Convocados por la revista mexicana
«Vuelta», con el patrocinio de Televisa, los participantes se reunieron para
discutir, desde la perspectiva de los cambios ocurridos en el mundo en los
últimos meses, los caminos que la libertad ha tomado en nuestro tiempo. «El
siglo XX: la experiencia de la libertad» era el enunciado del debate, al que
han asistido, entre otras figuras del pensamiento y la cultura, Octavio Paz,
Leszek Kołakowski, Agnes Heller, Mario Vargas Llosa, Jorge Semprún, Daniel
Bell, Hugh Thomas, Jorge Edwards y Enrique Krauze. En la primera de las mesas
redondas, «Del socialismo autoritario a la difícil libertad», intervinieron
Octavio Paz, Leszek Kołakowski, Jorge Semprún, Agnes Heller y Daniel Bell, a
los que se iban sumando desde el auditorio otros participantes.
Octavio Paz actuó como moderador
del debate y presentó a cada uno de los participantes con un breve apunte
biográfico.
Agnes Heller nació en Budapest en 1929, fue discípula del filósofo marxista Gyorg Lukács por poco tiempo, ya que el régimen estalinista que los soviéticos impusieron tras la Segunda Guerra Mundial suprimió los centros de investigación. Tras la revolución húngara en 1956. Heller rompe con el comunismo ortodoxo y reformista. al tiempo que Lukács es obligado a jubilarse. En 1977 emigró a Australia, donde impartió clases (de Sociología en la Universidad de Melbourne. Ahora divide su vida entre Nueva York y Budapest. Sus libros más sobresalientes son El hombre del Renacimiento y La filosofía radical.
Leszek Kołakowski nace en Radom (Polonia) en 1927. A
comienzos de los años sesenta es excluido de las filas del partido y separado
de su cátedra en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Varsovia por sus
ideas heterodoxas. Ha sido profesor visitante de la Universidad McGuilles, de
Montreal. y de la Universidad de Berkeley. en California. En 1975 fue nombrado
profesor en Yale y en 1981 acepta serlo de la Universidad de Chicago. Kołakowski
es miembro de la Academia Británica. Entre sus obras sobresalen Las
principales corrientes del marxismo, en tres volúmenes, Cristianos sin
Iglesia y El hombre sin alternativa.
Daniel Bell nace en Nueva
York en 1919. Durante más de veinte años practica el periodismo. A mediados de
la década de los cincuenta Daniel Bell dirige en París el seminario por el
Congreso de la Cultura Libre. En 1962 regresa a los Estados Unidos y en la
Universidad de Columbia obtiene su doctorado. Actualmente Bell es profesor
emérito de Sociología en la Universidad de Harvard. Ha sido el forjador del término
«Sociedad postindustrial». Entre sus libros cabe citar El socialismo marxista
en América, El arribo de la sociedad postindustrial y Las contradicciones
culturales del capitalismo. Su voz es la de un disidente.
Jorge Semprún nace en
España en 1923. Novelista, guionista, memorialista, Semprún es hoy ministro de
Cultura de España. Combatió en la resistencia Francesa en la Segunda Guerra
Mundial y es autor de numerosos trabajos literarios y cinematográficos sobre la
guerra civil española. Es conocida su posición antidogmática, ejercida
principalmente en contra del Partido Comunista, a cuya dirección perteneció
hasta 1964. Entre sus libros destacan El viaje y Autobiografía de Federico
Sánchez.
Octavio Paz: Henos aquí,
reunidos finalmente, para el primer debate del encuentro «El Siglo XX: la
experiencia de la libertad». Muchas personas me han preguntado por qué lo hemos
llamado así. Me parece que antes de comenzar nuestra discusión debo exponer muy
brevemente por qué la libertad más que una idea o un concepto me parece que es
una experiencia. La libertad, como idea, es del dominio de la filosofía. Pero
se trata de un término que escapa a las definiciones. La disputa entre la
libertad y el determinismo nació casi al mismo tiempo que nació el pensamiento
filosófico y todavía sigue abierta. Hay una frase célebre que confirma la
extraordinaria ambigüedad de esta palabra. «La libertad es la elección de la
necesidad». Es la gran refutación de la libertad y, al mismo tiempo, su gran
victoria.
Libertad
y experiencia
En la tragedia griega
encontramos la misma indecisión. Para que la fatalidad se cumpla -nos dicen una
y otra vez Esquilo y Sófocles- se necesita la complicidad de la voluntad
humana. Los agentes del destino son los hombres y los hombres conquistan la libertad
cuando tienen conciencia de su destino. Enigma filosófico y paradoja poética,
la libertad es también un misterio teológico. «Somos libres -dicen los
maestros de la Escolástica- por la gracia de Dios». Por todo esto pienso
que la libertad, más que una idea filosófica o un concepto teológico, es una
experiencia diaria que todos vivimos, sentimos y pensamos cada vez que
pronunciamos dos monosílabos maravillosos: sí y no. La libertad no se deja
definir en un tratado, pero se deja definir en un tratado, pero se expresa en
una simple frase: «Yo quiero esto», «yo no quiero aquello».
Mientras pensaba en esta
paradoja -continúo Paz- recordé un poema que escribí hace
cuarenta y cinco años al final de la segunda guerra, es decir, cuando se inicia
el periodo histórico que ahora vivimos. El tema de mi poema era la libertad que
yo veía ligada a la imaginación. Era un poema intimista, subjetivo, pero que
también tenía en cierto modo una dimensión histórica. Todavía creo que la
libertad está ligada a la imaginación de los hombres y por eso me atrevo a
repetir unas cuantas líneas de ese viejo poema:
«La libertad es
alas/es el viento entre hojas, detenido en una simple flor/ y el sueño en el
que somos nuestro sueño./Es morder la naranja prohibida/ abrir la vieja puerta
condenada y desatar al prisionero,/ Ésa piedra ya es paz./esos papeles blancos
ya son gaviotas/ son pájaros las hojas y pájaros tus dedos./Todo vuela.».
La
paloma de Kant
La imaginación en
libertad transforma el mundo y todo se echa a volar. Pero hoy haré esa crítica
a estos versos juveniles. La imaginación se disipa si no se realiza en un acto.
Le pasa a la imaginación lo que a la paloma de Kant, para volar necesita la resistencia
del aire y la atracción hacia la tierra, la libertad, para realizarse, desgajar
a la tierra y encarnar entre los hombres. No le hacen favilas sino raíces. La
libertad es una decisión, un sí o un no que nunca es solitario. Incluye siempre
al otro, a los otros. La libertad es una dimensión histórica y por eso es una
experiencia y en esta experiencia aparece siempre el otro. Al decir sí o no me
descubro a mí mismo y, al descubrirme, descubro a los otros. Sin ellos yo no
soy yo. Pero ese descubrimiento es, asimismo. una invención, al verme a mí
mismo veo a los otros, a mis semejantes. Al verlos a ellos me veo a mí mismo.
Ejercicio de la imaginación activa, la libertad es una perpetua invención.
Vivimos probablemente el
fin de un período y el comienzo de otro. El gran tema del pasado inmediato fue
la crítica de los poderes enemigos de las libertades. El del tiempo que viene
es el de la invención de la libertad en el sentido que acabo de explicar. Es
decir, la libertad que incluye siempre a los otros. Pero, ¿cómo los pueblos
podrán edificar la nueva casa de la libertad? Tarea dificilísima. Creo que
después de esta breve introducción podemos abordar directamente nuestro tema,
«Del socialismo autoritario a la difícil libertad».
Hemos acordado por
unanimidad que nuestro admirado amigo Leszek Kołakowski comience nuestra
conversación. Tiene la palabra:
Kołakowski:
Nuestro propósito aquí no es hablar de la libertad como principio filosófico.
Es un concepto un tanto elusivo. Hablar de la libertad en sentido político
significa hablar de las actividades humanas que no están reguladas por el
Estado. Creo que lo que ha sucedido en los países comunistas no es algo que
haya sido generado histórica o ideológicamente. Después del aislamiento
cultural nos damos cuenta de que. a la primera oportunidad, por ligera que sea, la gente trata de ir más allá de esa libertad. Como si estuviera enraizada
antropológicamente. Ahora, cuando analizo los cambios recientes, surge una
pregunta que tiene dos vertientes. Obviamente, la primera es el cambio mental,
y la segunda es el cambio económico.
Inevitable
pobreza
Uno puede preguntarse
¿qué es más importante, lo económico o lo ideológico? -prosigue Kołakowski-.
Sugeriría que los cambios ideológicos y mentales son fundamentales y más
importantes que los económicos. El desempeño económico del comunismo ha fallado
desde el principio, porque nunca funcionó, y podemos decir que sus fallos no se
produjeron por evitar errores, o por incompetencia de los planificadores; era
el sistema el que hacía que la economía comunista no funcionara de entrada. La
miseria y la pobreza de la población es inevitable en el comunismo, pero no
produce, como en otros sistemas, reacciones de tipo político o económico. Sus
cambios son ideológicos, que no es lo mismo. Las sociedades totalitarias, lo
mismo que el comunismo, trataban de tener una ideología que abarcara todo, y
hemos visto durante años y años que perdió su fuerza y que ya nadie creía en
ella, ni siquiera los que estaban en el poder. Este fue el problema básico del
sistema y una herencia de las monarquías.
Por otro lado, dentro del
comunismo. la «sovietización» es históricamente inevitable. Esencialmente, era
una ideología de la desesperación que buscaba, insisto. convencer a la gente de
algo que, simplemente, no era cierto. Y así, una de las derrotas del «sovietismo-comunismo»,
ha sido el reconocimiento de que su ideología era falsa y que sí era cierto que
se puede luchar en contra suya. Este hecho nos está llevando hoy, en el este,
hacia un cambio mental que ya ha hecho posible el movimiento hacia la libertad
en los países comunistas.
Agnes Heller:
Hablaré acerca de las gloriosas revoluciones de Europa central. Hablo de
revolución porque fue una revolución política sin sublevación, dado que la
soberanía del partido fue sustituida por la soberanía popular. Es el impacto de
una revolución real de orden político. Hablo de revoluciones gloriosas. En dos
sentidos fueron gloriosas. Por una parte, en el sentido literal de la palabra,
cambiaron el mapa de Europa, pusieron fin a la guerra fría y cambiaron la
historia. Al mismo tiempo fueron gloriosas en una comprensión metafórica de la
palabra, porque se parecen, ya sea remotamente, a la revolución inglesa.
Revolución
sin sublevación
No han sido revoluciones
«modernas» que lucharan contra sistemas «pre-modernos», sino que
la modernidad ha luchado y ha triunfado en contra de un experimento deformado
de la modernidad. Hay en ellas algo de regreso, de reciclaje, hay el deseo de
regresar a algo que quizá estaba ahí, de regresar a unas ideas que fueron
abandonadas por el comunismo, que fueron contempladas como anticuadas: las
ideas de parlamentarismo, de la democracia liberal, ideas que ahora se vuelven
a descubrir y que se asientan con un nuevo sentimiento. Podemos describir estos
procesos desde la «Constitutio Libertatis», es decir: estos pueblos hoy
están constituyendo sus libertades, y, al hacerlo, ofrecen una nueva
interpretación de la libertad, porque todo lo que ocurre en la constitución de
las libertades del siglo XX es una especie de cognicismo del término libertad, porque, en caso contrario, libertad no sería sino una abstracción.
Cada experimento de la
libertad práctica es una interpretación de la libertad. Estas revoluciones no
sólo son gloriosas, sino que yo las llamaría posmodernas. Las personas se
sorprenden ante lo que llaman el «aquí no hay ideas, aquí no hay grandeza, aquí
no hay heroísmo». Me parece que están equivocados: hay grandeza y ha habido
heroísmo. Todos estos países han tenido sus revoluciones. a veces muy cruentas,
como en el caso de Hungría, en 1956. El heroísmo no consiste en trascender
todas las ideas que ya se habían aceptado, que ya se habían establecido como
algo que funcionaría en Europa o en otras partes del mundo occidental.
Y son ideas posmodernas
porque las gentes ya no creen en lo que se creía durante el siglo XIX y a
principios del XX, cuando la libertad consistía en vivir en una estación donde
siempre tenemos que alcanzar a un tren muy rápido que va al futuro. Asi que hay
dos tipos de trenes que van del pasado al futuro: por la parte liberal, el tren
del progreso. De la parte del comunismo, se quería trascender todo lo que había
sido hasta entonces, había que establecer una libertad «real» en lugar de estas
otras libertades «frágiles». Se trataba de una especie de libertad absoluta
basada en la idea de la deificación del hombre.
Seguimos en la estación
del tren, porque sí tenemos una conciencia histórica y sabemos que sernos seres
históricos pero que la nuestra no es la última época en la historia de la
Humanidad, que habrá otras. Sabemos que, quizá, es el resultado final de una
cultura occidental y que nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, se
quedarán aquí, y que vamos a embellecer esta estación de ferrocarril. Ya no
queremos ser redimidos por la política. Y creo que podemos tener una redención
secreta en la religión y en la filosofía, en lo que Hegel llamó «espíritu
absoluto». No somos perfectos, podemos buscar la perfección, pero también crear
un mundo donde se pueda vivir. Un mundo en el que haya libertades.
Destruir
el totalitarismo
Los Estados solos no
pueden realizar esta tarea, inmensa, destruir el totalitarismo en todo el
mundo. Estos regímenes nunca fueron legítimos, quizá sí lo fueran durante
algunos años después de la guerra, pero nunca fueron legitimados. Creo que hubo
una especie, no de legitimación, pero sí de argumentación que apoyaba a estos
regímenes, que fue la argumentación geopolítica, porque la URSS estaba allí.
Debido a ello no podemos ser más que lo que somos.
Octavio Paz. Hemos oído
los puntos de vista sobre las causas y posibilidades de la gran revolución, las
grandes revoluciones de la Europa del Este. Ahora me gustaría oír lo que
piensa, a este lado del Atlántico, Daniel Bell.
Daniel Bell:
Creo que todos estamos en principio de acuerdo acerca del marco de referencia
de análisis. Yo quisiera hacer una interpretación diferente, un desafío a la
libertad mental, a la libertad económica. Hay una especie de determinismo o de
limitaciones que debemos ver desde el punto de vista histórico. Me refiero a
los recursos de la gente, a su capacidad de coordinar el poder y de tener un «status»
razonable de vida. Quisiera nada más añadir unas palabras a Kołakowski, quien
dijo que el experimento soviético, que fue impuesto a otros países, era muy
complejo. Ha sido una derrota a la complejidad, no se tenían todos los recursos
necesarios y no pudieron, claro, ser movilizados hacia objetivos directos de la
economía y, así, una vez que se obtenían los objetivos básicos, lo que se tenía
se perdía.
Alto
precio
Marx tenía razón cuando
decía que el socialismo sólo es posible después del capitalismo. Pero, lo que
no se podía abolir era la economía. Ahora ya podemos entrar en un problema más
complejo, en el siglo XX se produce una revolución y, a la larga, hemos pagado
un alto precio por haber invertido tanto tiempo en ella y por que fue hecha por
gente equivocada. Creo que hay que encontrar un punto intermedio, ya que la
libertad no es solamente una noción de decir «sí» o «no». La libertad es un
concepto más grande. La libertad es el derecho al respeto, al respeto por otras
personas y el respeto por uno mismo. Esto es una cosa de sentido común. Si
analizamos el experimento soviético, por ejemplo, ahí apreciamos una
incapacidad institucional para decidir qué está bien y qué está mal.
Octavio Paz: Ahora vamos
a oír otro punto de vista, el de un europeo de la otra Europa, el de Jorge
Semprún.
Jorge Semprún: Pienso que
tanto Kołakowski como Agnes Heller y ahora Daniell Bell han situado muy
correctamente, en un nivel teórico y filosófico el marco de nuestra discusión.
Yo quisiera, antes de volver en el curso del debate sobre alguno de los puntos
defendidos aquí, como por ejemplo la transcendencia o, mejor dicho, el fin de
las transcendencias defendido por Agnes Heller, hacer tres breves observaciones
desde el punto de vista de un intelectual occidental comprometido. Y son,
naturalmente, observaciones autocríticas. No voy a hacer autocrítica personal,
que ya está hecha, sino colectiva.
Una
larga lucha
En primer lugar, hay que
hablar del tiempo histórico a lo largo del cual se ha desarrollado esta lucha
de mentalidades. En Occidente tenemos la tendencia a considerar que todo se ha
producido en el año 1989, y se habla de la vertiginosa rapidez de los
acontecimientos. Yo creo que hay que recordar que se ha producido a lo largo de
decenios de lucha. Yo recuerdo, y me van a permitir una anécdota personal, que
en el mes de junio de 1953 terminaba mi primer viaje clandestino a España para
trabajar contra la dictadura de Franco. Y en San Sebastián, al salir de ese
primer viaje, los periódicos estaban llenos de las noticias sobre la revuelta
obrera en Berlín Este (Stalin había muerto, meses antes). Desde entonces han
pasado muchos años. Este desarrollo de la historia ha exigido luchas, sacrificios,
muertes, generaciones enteras de intelectuales del Este, del centro de Europa
sacrificados. Tenemos hitos en Polonia, tenemos hitos en Hungría, y de nuevo en
Polonia, y luego en Checoslovaquia, o sea: ha sido realmente una lucha por la
conquista y la reconquista de las mentalidades, por la reconstrucción de la
sociedad civil.
La segunda observación que yo quería hacer responde a la pregunta: ¿por qué los occidentales hemos descubierto esta lucha de repente? Creo que la izquierda europea se ha equivocado sobre la revolución del Este y Centroeuropa desde los años treinta. Se ha equivocado y ha apoyado de una forma u otra -hablo de la izquierda clásica, de la izquierda tradicional, de la izquierda que podría identificarse políticamente con los partidos comunistas e incluso con los partidos socialistas y socialdemócratas- por la estrategia antifascista del estalinismo, durante todo el periodo de los años treinta. Y luego la ha relegitimado, durante los años cincuenta, en plena guerra fría.
La
izquierda se equivoca
A partir del año 56, con
el choque brutal que enlaza las revueltas populares de Polonia y Hungría con
las consecuencias del XX Congreso del PCUS y el reformismo kruschoviano, el
análisis de la situación del Este ha sido falso. Sintetizo, quizá un poco
groseramente, pero lo hago por la rapidez de la argumentación, para decir que
la izquierda ha pensado que los cambios en el Este se producirían en función de
un auge del movimiento revolucionario en Occidente, y en función del pacifismo
y de la distensión. Pero no ha sido así.
Los cambios en el Este se
han producido en función de otras coordenadas y de otras determinaciones. Esto
tiene un precio político, y es que la izquierda socialista y socialdemócrata no
ha apoyado con fuerza bastante los movimientos de disidencia y los movimientos
de oposición en la Europa central y del Este. Hoy la palabra «socialdemócrata»
no es suficiente para reagrupar fuerzas de izquierda ni en la Europa del Este
ni en Centroeuropa porque no ha habido intervención y apoyo socialdemócrata. O
sea, que no es sólo la posición de, digamos. análisis teórico, sino que también
es una cuestión política.
Por último, quisiera
decir brevemente que lo que está ocurriendo ahora es, desde el punto de vista
teórico de quienes hemos sido marxistas, la duda de que, copio sugiere Daniel
Bell, algún elemento del pensamiento crítico de Marx, no del marxismo, pueda
ser investigadle hoy. Tendré que decirlo más fuerte que los demás: lo que está
triunfando es la democracia, esa democracia que hemos perseguido y atacado
calificándola de democracia formal, de democracia burguesa, de democracia
capitalista. Lenin y Trotsky enviaron a las tropas revolucionarias a resolver
la Asamblea Constituyente en 1918 y hoy se recompone aquella Asamblea Constituyente.
Hoy las masas populares,
de formas muy diferentes según las tradiciones históricas y según las
coyunturas concretas en todos los países de Europa central y en la propia Unión
Soviética, reconstituyen la Asamblea constituyente y, al hacerlo, se hace
posible, como decía Agnes Heller en su intervención, la intervención de la
ciudadanía, la intervención de la sociedad civil en la reconstrucción de la
democracia, de la economía de mercado.
Coralario
Octavio Paz: Antes de
continuar la concitación vale la pena hacer un brevísimo resumen para ver
cuates serían los puntos más importantes. Kołakowski nos habló en primer lugar,
de este instinto de la libertad como un instinto religioso en el hombre. Kołakowski
ha hablado de una especie de aspiración a la libertad que no es definible
racionalmente, pero que existe de un modo antropológico, innato en el hombre. Y
piensa que los grandes cambios en la Unión Soviética se debieron no a los
errores, que fueron numerosos y muy graves, del régimen comunista. así como tampoco
la miseria que impuso en la población, si no, sobre todo, a éste gran cambio de
mentalidades que, a su vez, respondía esta aspiración innata en el hombre la de
la libertad.
La intervención de la
señora Heller me interesó muchísimo porque tuvo varios momentos brillantes.
pero hubo uno que me emocionó mucho: cuando habló de la posmodernidad de lo que
ella llamó las gloriosas revoluciones del centro de Europa. Es decir, que
estamos al fin de este gran periodo en el cual pusimos al hombre en el centro
del universo y pensamos que la historia tenía una dirección, y que esa
dirección era, siempre, la dirección del partido en el poder, y que todo lo que
hacían los hombres era tomar el tren de la historia para marchar hacia el
progreso, el bienestar y la libertad. Todo esto se ha acabado, mas no se han
acabado los grandes absolutos, probablemente religiosos, filosóficos, artísticos,
pero si esta deificación de la historia que. en el fondo, es una deificación
del hombre.
Claro, la voz disidente
ha sido la de Bell que, con mucha razón y mucho realismo, nos recordó que la
gran falla de la revolución bolchevique fue que no había sido bastante
marxista. Y es que se había intentado aplicar en un país que no había pasado
por la experiencia del capitalismo moderno y de la democracia del socialismo.
Bueno, posiblemente baste mi razón, pero un lector de Heidegger podría
preguntarse si no fue una de las astucias de la historia porque, para Heidegger
y también para Marx, cada vez que la historia se equivocaba tenía razón.
Yo creo lo contrario, lo
digo francamente y aunque yo como moderador no debería intervenir, sí me atrevo
a decir que la historia no es enteramente racional. La historia tiene, quizá,
muchos sentidos, pero la racionalidad de la historia es accidental y somos
nosotros los que se la damos.
Por último, la
intervención de Semprún también fue muy interesante porque comprende una
autocrítica del pensamiento de izquierda europeo occidental. La crítica que él
ha hecho a la ceguera extraordinaria de la izquierda europea -que se negó a ver,
primero, los procesos de Moscú, y que, después, se negó a ver la verdadera
naturaleza del régimen estalinista, y que, finalmente, cerró los ojos ante las
revoluciones de Hungría y Polonia- habría que extenderla, de un modo mucho más
cruel y mucho más severo, a la izquierda intelectual de Hispanoamérica y, muy
particularmente, a la de México. Esto hay que decirlo una y otra vez hasta que
ella misma lo comprendan. Pero quizá cuando Agnes Heller habló de la gloriosa
revolución y se refirió a la revolución inglesa, nuestro amigo Semprún recordó
algo que a mí no solamente por superstición o por debilidad latina, sino como
intelectual, me parece que es el verdadero origen de esta modernidad
crepuscular.
La asamblea constituyente
de 1789. Esto es la parte válida de la modernidad que podemos rescatar. Es el
momento en el que la Revolución francesa inventa jurídicamente la nueva
libertad, no para un sólo país, no para un sólo grupo, como en los países sajones,
sino para toda la Humanidad. Y ahora no si ustedes quieren comentar esto.
¿Algún comentario más? Kołakowski pide la palabra.
Kołakowski.
Francamente estoy un tanto en desacuerdo con Daniel Bell. La doctrina marxista
no fue la causa de la revolución bolchevique, sino la consecuencia de una serie
de factores derivados de la primera Guerra Mundial. El marxismo solamente
desempeñó un papel, y no fue el resultado. Se dio una unión de muchos factores
y algunos coincidían con la ideología marxista. Fue Marx y no Stalin el que
dijo que la ideología del comunismo podía resumirse en la abolición de la
propiedad privada. Esto en lo que se refreía al sentido marxista y socialista.
Fue Marx y no Stalin quien habló acerca de la concentración del poder económico
total y de la propiedad en manos del Estado.
Agnes Heller:
Yo quisiera retomar esta discusión con alguno de ustedes porque se están
refiriendo al sistema de pensamiento político, es decir, hay un sistema para
los capitalistas y otro para los socialistas. Ambos sistemas tienen
características particulares. Una viene después de la otra. Creo que, en esta
conciencia posmoderna, como la llamo yo, no se va a interpretar una palabra en
el marco del pensamiento del sistema puesto que hay distintos tipos de
problemas, distintos tipos de sistemas, distintos tipos de estilos de vida que
pueden estar uno junto al otro. No todos los estilos de vida son comprometidos
religiosamente. La hipótesis que usted está barajando básicamente es una
hipótesis capitalista y del siglo XIX. Se puede imaginar el desarrollo del
progreso de la sociedad por la renta per cápita.
Daniel Bell:
Perdón, usted me malinterpretó y creo que vamos a estar de acuerdo. Yo no
pienso que la economía determine la cultura. La religiosidad sobrevive mientras
que estos sistemas se desmoronan. La cultura no está enraizada en la
economía...
Octavio Paz: Semprún
quiere decir algo...
Jorge Semprún: Dos
palabras. Yo creo que la discusión que inicia Daniel Bell entra en lo que
estamos diciendo y sale un poco de este tema. Yo creo que de todas maneras hay
un acuerdo fundamental que acaba de subrayar Agnes Heller, y es que la
economía, el sistema económico, la destrucción de la economía de mercado, la
tentativa de suplantar todos los mecanismos de mercado por otros mecanismos es
lo que ha fracasado y es la base de toda reflexión económica. hoy. para el
porvenir de los países, no sólo de Europa Central y de Europa del Este, sino en
general de nuestros países. O sea, que así, un poco en plan de broma, yo digo
estos últimos tiempos que. cuando Sartre decía que el marxismo es el horizonte
irrebasable de nuestro tiempo, hay que cambiarlo y decir que la economía de
mercado es el horizonte irrebasable de nuestro tiempo.
Octavio Paz: Creo que ese
es el momento en que quizá personas que pertenecen a otro mundo, al mundo de
América Latina y muy particularmente al de México, podrían también participar
en el debate. De modo que yo interrumpo la conversación por un momento e invitó
al profesor Adolfo Sánchez Vázquez, profesor de Filosofía, y a Eduardo Lizalde,
ambos con experiencia política, a que se unan a nuestro debate y comenten un
poco lo que hemos dicho.
Adolfo Sánchez Vázquez:
En primer lugar, querría señalar con respecto a la intervención de Kołakowski
una omisión que me parece muy importante y, a su vez, una discrepancia que
considero fundamental. La omisión que quiero señalar se refiere a la
interpretación que nos ha dado Kołakowski de la revolución en los países del
Este.
El fin de la
Historia
Jorge Semprún:
Estoy de acuerdo con Octavio Paz. Kołakowski estará de acuerdo con nosotros en
que un análisis de estas relaciones puede ser objeto de muchísimos seminarios y
llegaríamos a conclusiones diversas porque hay lecturas muy diferentes según
los momentos. Creo que de todas maneras hay una base fundamental teórica en el
pensamiento de Marx, y no hablo del marxismo posterior, sino del pensamiento de
Marx, que permite lo que luego se ha llamado socialismo real, leninismo o como
se llame, y es la teoría central. Adolfo Sánchez Vázquez reconocerá que la
misión de la clase obrera es fundamental en el pensamiento de Marx. La teoría
central de la misión de la clase obrera destinada a suprimir la sociedad de
clases, al suprimirse asimismo como clase, está relacionada filosófica,
metafísicamente, con la teoría del fin de la Historia.
La teoría de la
culminación de la modernidad de una sociedad pacificada, homogeneizada,
unificada. Esa teoría es la base, filosóficamente. del estalinismo. ¿Cuál es el
argumento máximo legitimador del estalinismo que habla en nombre de la clase
obrera, en nombre de su misión histórica? El origen de diversas deformaciones está
en la teoría que la Historia del siglo XX ha demostrado falsa de que la clase obrera
no está destinada metafísicamente a crear una sociedad sin clases. La clase
obrera es absolutamente necesaria para que funcionen los mecanismos
democráticos de conflicto de una sociedad de mercado, pero no es capaz de
hegemonizar una sociedad nueva. No es su misión. Ahí está la base por la cuál
de Marx a Lenin y de Lenin a Stalin hay abismales diferencias y una continuidad
metafísica.
Un
invento intelectual
Agnes Heller:
Creo que tanto el capitalismo como el socialismo fueron inventados por los
intelectuales, tanto como el darwinismo y la cuestión social. La pregunta real
es una respuesta a los movimientos sociales. El marxismo fue parcialmente una
reacción a estos problemas reales, no solamente porque fuera una respuesta a la
cuestión social, sino porque diseñó al mismo tiempo la gran narrativa que puso
las bases para la narrativa de Hegel.
Marx dictó su teoría
desde mediados del siglo XIX, que estaba demasiado cerca de la Revolución
Francesa, demasiado cerca de Napoleón, demasiado lejos de nosotros, porque
nosotros ya hemos hecho muchos otros experimentos en la modernidad. El
socialismo fue algo muy importante en la era del modernismo. Pero Lenin inventó
algo que era totalmente diferente, inventó el totalitarismo. Usó como teoría,
como programa, el marxismo, que ya estaba hecho en aquella época y parecía una
buena ideología social-democrática, sin embargo, lo convirtió en un partido
totalitario. Stalin tenía razón: el marxismo no funcionaría de manera
bolchevique, sin el primer párrafo del estatuto del partido comunista. Creó un
Estado totalitario y éste una sociedad totalitaria.
Fue una invención. Lenin
no sabía lo que iba a suceder después, pero creó el marco. Marx no había creado
este marco, había creado una narrativa básica totalizadora que unifica para
excluir el pluralismo. Inventó la idea de que la ciencia completa puede
predecir todo lo que va a pasar y todo lo que es bueno para nosotros, para
evitar las contingencias. Creo que ahora ya estamos listos para enfrentarnos a
estas contingencias. No obstante, tenemos que ver todos los problemas que
surgen de la cuestión social. Hay que ocuparse de ellos.
La
muerte de Dios
Eduardo Lizalde:
Creo que el tiempo no permite extenderse demasiado ni en problemas políticos ni
en problemas académicos y que las cuestiones que se han arrojado sobre esta
mesa no lo están solamente hoy, sino que están arrojadas sobre la gran mesa del
mundo desde hace muchos años. Hay que recordar que en el XX Congreso, un
estallido ideológico y un cisma de proporciones muy grandes se dieron hace más
de treinta y cuatro o treinta y cinco años, y que los problemas que aquí se
están discutiendo van a continuar siendo discutidos durante muchos años más,
porque no nos importa hurgar académicamente en sus orígenes o contradicciones,
sino preguntarnos qué es lo que va a pasar con las sociedades contemporáneas en
el mundo del Este, de Oriente, de Iberoamérica y en otros muchos lugares. Leía
hace poco tiempo una nota de un economista galardonado con el premio Nobel,
James Buchanan, que, efectivamente, este último cisma, el de las crisis en las revoluciones
de los países del Este, ha producido ya un trauma social y cultura de
vastísimas proporciones sobre el que hay que reflexionar en profundidad.
Decía Buchanan que este
trauma es más grande que el producido por la declarada muerte de Dios, en manos
de Nietzsche, hace más de cien años. La muerte del socialismo ha conmovido más
a la generación contemporánea que la declaración de la muerte de Dios porque
esto tiene que ver nada menos que con las estructuras de las sociedades que
están frente a nosotros desarrollándose o subdesarrollándose hace un tiempo largo,
pero creo, también, que sin entrar en cuestiones académicas, hay que decir con claridad
que se han desoído las críticas, los análisis brillantes, penetrantes,
proféticos de una gran cantidad de pensadores, filósofos de todas las
corrientes y todos los signos, desde que la revolución estalló.
Daniel Bell: Se ha mencionado la muerte de Dios como problema. No creo que sea un problema tan grande. Los antiguos rabinos decían: «¿Tú te crees que a Dios le importa que tú pienses que está muerto?». Pero sí creo que la muerte de los socialismos es un problema. Se trata de la muerte de cierto tipo de aspiraciones humanas y, por tanto, nos ha proporcionado una serie de preguntas sobre cómo seguir adelante. Noszik tenía cierta ironía en la voz cuando dijo que el capitalismo está en la naturaleza humana, es la codicia. Creo que si es cierto, que me parece que sí, o se acepta la naturaleza humana tal como es o habría que tratar de cambiarla de alguna manera. Hay cosas que se llaman igualdad, dignidad, justicia, que la codicia va a pisotear.
Y esto plantea en estos
momentos el tema del mercado. Pienso que en el mercado hay un mecanismo para
asignar recursos dentro de un marco social. Seré específico: el mercado es una
forma de democracia económica. pero si se ve la democracia política, la base de
la política democrática. que todo el mundo tiende a aceptar, es una persona, un
voto. Nadie diría, en contra de los antiguos sistemas, que los intelectuales
debemos tener dos votos o que los profesores de Cambridge tengan dos o tres.
Seguimos diciendo, una persona, un voto. En el mercado rige otro principio,
porque muy a menudo no se piensa en el mercado social. Me parece que debemos
superar la codicia y entender la necesidad de tener un marco social que nos
lleve a una distribución más equitativa de los ingresos, porque los pobres
deben tener realmente la voz en un mercado, así como la tienen en el sistema
político.
A partir de este momento,
y ya próximo el final, se sucedieron las intervenciones de los participantes,
sin que se aportara ya nada sustantivo ni reseñable al debate. Asistían a la
mesa redonda el resto de los invitados al encuentro, quienes siguieron las
vicisitudes de su desarrollo desde una tribuna y quienes dialogaron con los
protagonistas aportando precisiones y nuevas ideas.
ABC Literario, 1 de
septiembre de 1990, pp. XIII-XVII
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